Capítulo 17
Andrei
El último astral había poseído poderes únicos en el universo, de esos que se adquieren con la práctica de varios siglos de vida. Magias ancestrales que, ahora en la actualidad, solo se asociaban a antiguos cuentos de hadas o a mitos sobre viejos dioses. Era un caminante de sueños, capaz de ver el pasado y el futuro, de abrir las puertas a otros universos; al cielo y al infierno. No es de extrañar que, antes de morir, profetizase la nueva guerra; una tan poderosa que podría acabar con el mundo conocido. Una que comenzó su cuenta regresiva con mi nacimiento...
Sin embargo, tal magia me llevaría siglos entenderla. Significaría un tiempo con el que no contamos y, por ello, estuve dispuesto a este plan de Mateo. Cuando la pequeña embarcación en la que realizábamos el viaje se detuvo en la entrada de una cueva, no tuve dudas en seguirle. Sé que no tenía motivos para confiar en él. ¡Joder!, incluso puedo decir que el resto de Pecados, quizás, me diría que Mateo guía sus acciones por venganzas hacia Dimitri, hacia la Ira que representaba. No obstante, cada vez que miro los ojos nacarados del hombre una cosa tengo clara: No solo la ira habita en su mente; quiere evitar esta guerra tanto como el resto.
Sus acciones y emociones, ya eso es un asunto distinto.
La gruta era oscura; sin embargo, en cuanto el Pecado de la Ira puso un pie en ella, variadas antorchas comienzan a encenderse mostrándonos un camino.
—¿Dices que es seguro? —pregunté mientras avanzaba a lo que parecía ser un laberinto bajo tierra.
A pesar de la poca iluminación en el entorno; pude ver en las pupilas del hombre el destello de la añoranza, como si un viejo recuerdo pasara por su mente al contemplar el lugar. Mientras íbamos descendiendo, parecía como si entrásemos a un nuevo mundo olvidado en el infierno; hojas y enredaderas se esparcían por el suelo, abriendo el paso a un paisaje totalmente distinto. Como creado de una ilusión, otro bosque se revelaba ante nosotros con una pequeña cabaña en el centro de este y un lago a su costado.
—Créeme, si no lo fuera, yo estaría muerto hace mucho. —responde el Pecado cuando pensé que ya no lo haría. Su mirada sin apartarse de la rustica imagen ante nosotros
—Nunca imaginé que pudiera existir un lugar así aquí abajo.
—No se supone que exista, este sitio lo construí yo. —Me observa sobre su hombro—. Incluso los demonios necesitamos escapar del Infierno de vez en cuando y encontrar nuestro lugar seguro.
—¿Este era el tuyo?
—Lo fue, hace mucho. —carraspea su garganta para cambiar de tema—. No contamos con mucho tiempo cachorrito, ¿listo para entrar en el astral?
El interior de la cabaña estaba casi desolado; una cama, una vieja bañera de cobre, varias velas regadas por la zona y una chimenea eran los únicos elementos que llenaban el sitio. Cuando varios truenos parecieron resonar a la distancia, Mateo se detuvo de modo tenso, sus ojos mirando por la ventana, como si pudiera ver algo a la distancia más allá de la gruta.
—Queda poco tiempo.
Alzó su mano y, acto seguido, cada una de las velas inició a encenderse, iluminando todo a la redonda. De una pequeña bolsa que Mateo llevaba, sacó un mapa antiguo, casi desgastado. Algunos de los bordes amarillentos iniciaban a romperse, pero no cabe duda de que representaba los continentes.
—¿Cómo se supone que esto va a ayudarnos?
—Tú no puedes ver la profecía, pero hay seres que sí. Humanos que nacen con otro don especial; que pueden ver el pasado y el futuro casi sin entrenamiento ninguno. —Me miró directo a los ojos—. Necesitamos un oráculo, Andrei.
—¿Qué tengo que hacer?
—Entra al astral y recita este hechizo. —Me entregó un pequeño papel—. No va a hacer sencillo, también necesitas esto —Extiende para mí una pequeña daga, el puño de plata decorado con imágenes de ángeles y espirales— ¿Aún quieres hacerlo?
No respondí, solo tomé el papel y el arma en mis manos y me senté en el suelo. Cierro mis ojos, recordando la última vez que Saint me ayudó a entrar en el astral; sus palabras, la calidez de su voz y el suave tacto de sus manos. Nuestros años juntos en aquella habitación de sueños; no tardo en visualizar ese sitio. Aquel espacio en el que no parecían haber paredes, los murales alzándose en su lugar para mostrar los diversos portales. No hay demonios como en otras ocasiones, solo estoy yo.
Yo y el mapa a mis pies, abro el papel que Mateo me dio hace unos segundos. Está escrito con antiguas runas, igual que mi libro de hechizos. Sin embargo, poco a poco, la escritura se convierte en palabras legibles para mí. Son como las instrucciones para una receta; el color se desvanece de mi rostro al leer lo que debo de hacer. Titubeo, pero recuerdo la voz del Pecado de la Ira diciendo que esta es la única manera de saber el final de la profecía. Una profecía que avecinaba una sangrienta guerra en la que todos estábamos implicados, en la que más de uno podía perecer.
Vuelvo a recordar el rostro de Saint y eso es lo que me llena de valor. Dije que también quiero protegerlo y es por ello que estoy aquí. No pienso perderlo ahora que por fin le tengo a mi lado, eso sería peor que cualquier viaje al Infierno.
Sin pensarlo demasiado, tomo agarro con fuerza la daga. El lado filoso y apuntando hacia mi mano izquierda. Cerrando los ojos, aprieto el metal contra la zona inferior de la palma y comienzo a cortar de manera diagonal hasta crear un surco rojo debajo del meñique. Aprieto con fuerza el puño encima del mapa, para que las gotas carmesíes que no paran de salir caigan encima de este.
Parecen solo manchas en la página amarillenta, sin sentido ninguno. Pero cuando mis labios se separan y pronuncio el hechizo que Mateo me entregó hace unos instantes, el verdadero infierno se desata...
El fuego se propaga a mi alrededor mientras que un profundo dolor de cabeza se apodera de mi cuerpo. Siento como si algo en mí se rompiera; llevo mis manos a mis cabellos sin importar que se manche de sangre, como si de esa manera pudiera detener el dolor. Quema, duele, arde...
Caigo al suelo retorciéndome por los estremecimientos. Siento una voz en la distancia gritando incoherencias, suplicando que todo termine. Poco a poco, me doy cuenta de que es la mía.
Diversas runas llenan mi visión y cuando intento tocarlas con mis manos, me doy cuenta de que extrañas marcas negras surgen en mi piel. Las reconozco del día que estuve con Saint en el astral, de como él me decía que debía trabajar la magia con cuidado o me consumiría. Eso es lo que está sucediendo, me consumo. Miro de nuevo el mapa y, apenas, soy consciente de como las gotas de sangre que dejé caer sobre él hace unos segundos se están moviendo, trazando caminos y rutas a la par que los bordes del papel se están quemando.
Frente a mí se muestra una figura; como si tuviera un espejo frente a mis ojos, puedo verme a mí mismo. Solo que, esta versión de mi cuerpo no parece sentir dolor alguno. Por el contrario, tiene una sonrisa de oreja a oreja, sus ojos son de un gris profundo que destila magia y poder; él acepta las marcas en su cuerpo con mucho orgullo.
—No vas a conseguirlo, no si sigues rechazándolo.
—¿Eres un demonio? —Me escucho preguntar, el solo esfuerzo hace que todo el dolor se duplique.
Otra carcajada del desconocido con mi imagen. Fría, corta y rápida.
—¿No me reconoces, hechicero? Soy tú, soy tu magia. Soy la encarnación de tu poder si te aceptaras a ti mismo. —Me observa con desinterés—. Pero es evidente que el destino se equivocó. Eres débil, huyes, no puedes realizar ni un verdadero hechizo de localización. ¿Dime Andrei? ¿De qué servirá que el don haya nacido en ti cuando todos estén muertos?
Y una imagen me vino a la memoria. La imagen de Saint en el suelo, sus ojos carentes de vida, la sangre llenando todo su cuerpo...
Solo que, en esta ocasión, en vez del abrumador dolor de la perdida, sentí el impulso de luchar.
—¡Basta! —Sentí la energía recorriéndome, gratificante y llena de energía, a la par que el dolor disminuye—. Tú no me dominas, eres solo una parte de mí. Haré lo necesario para salvar a todos, ¡yo soy el hechicero!
El chico sonrió, realizando una pequeña reverencia.
—Bienvenido al mundo, último astral, usa bien tu magia.
Su figura se fue difuminando, poco a poco hacia mi cuerpo y pude sentir como el dolor se desvanecía. Guiado por cierto instinto, estiré mi mano hacia el mapa, casi quemado por completo; la sangre que se había acumulado en el papel, ahora se había deslizado hacia la zona europea. Para ser más exactos, hacia Irlanda. Cuando puse mi mano sobre ese pedazo, varias visiones llenaron mi cabeza. Un cabello dorado, no como el de Saint, sino más bien de una tonalidad más suave; sus ojos eran verdes, como el campo en plena primavera. No conseguía verle el rostro por completo, pero su aura era juvenil; su sonrisa era amplia, pero estaba teñida por una oscuridad preocupante. Soy capaz de ver la sombra de la muerte asechando cada uno de sus pasos.
El exceso de energía por fin me deja agotado y, cuando el astral se desvanece y retorno a la cabaña, caigo al suelo con el pecho agitado.
El mapa yace a mi lado quemado por completo, excepto en la región donde localizaron al chico.
Las manos de Mateo me ayudan a incorporarme, sosteniéndome con cuidado.
—Lo conseguiste hechicero, buen trabajo.
Asiento, intentando hablar entre los jadeos del cansancio.
—Debemos apurarnos, su nombre es Liam y algo va a matarlo.
Pasa las manos por mi cabello con cuidado, pero puedo notar cómo se siente más tenso.
—No te preocupes, vamos a ayudarlo; pero primero recupérate cachorrito, es hora de que vuelvas a cada con tu hombre. Ya Saint ha creado demasiada distracción en el Infierno para nosotros.
Abro los ojos con sorpresa. Quiere decir que...
—Está aquí abajo.
—Y si no nos apresuramos, es donde pasarán el resto de sus días...
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