Capítulo 10

Andrei

La llamada de Tristán había llegado en un momento justo, ayudándome a salir de la cabaña y de la enorme tensión que en ella se estaba desenvolviendo. Tan solo necesito cinco minutos de tranquilidad, alejado de cualquier tema sobre demonios, magia y destinos apocalípticos. Deseo relajarme para poder pensar con serenidad y la voz de Tristán es como el retorno a un sitio seguro. Siempre imaginé que tener respuestas a los extraños sucesos de mis sueños sería un escape para ese lado en mi mente que me faltaba por conocer; sin embargo, la verdad es que solo he terminado con más dudas que aclaraciones.

Quizás algo positivo de mi situación ha sido conocer a Saint. Comprobar que la devoción que el hombre siente por mí no es solo un producto de mi imaginación. Que, aunque en un comienzo se mostró indiferente hacia mi presencia, todo ha sido para cuidarme. Porque en los momentos que más indefenso me he sentido desde que inició toda esta aventura, el demonio de la Avaricia ha salido adelante para protegerme. A lo mejor eso explica porque no me ha causado horror o miedo ver su verdadera cara hace unos instantes; en el fondo sé que, por más peligroso que sea, Saint jamás me lastimaría.

Debería de sentir cientos de banderas rojas hondeando, darme cuenta de lo peligroso que es su mundo. No obstante, no puedo evitar sentirme poderoso y deseado. Que un hombre como él arriesgue todo lo que conoce y enfrente fuerzas superiores solo para protegerte tiene su encanto.

Con esa idea en mente, tengo una sonrisa de bobo en mi cara cuando la voz de Tristán llega a mis oídos.

—¿Es que no pensabas llamarme para avisarme si estás vivo o no? —Su tono suena un poco nervioso y la risa que escapa de mis labios no hace nada para relajarle.

—Tristán, cariño, sabes que estoy de trabajo —miento—. Además, nos vemos ayer.

Intento que se calme, pero por el bufido que escucho salir de sus labios sé que no ha tenido buen efecto.

—Sí, ayer, justo cuando llegué a casa y estabas con dos hombres extraños luego de que te lastimaran. —A pesar de su sarcasmo, noto cada uno de sus nervios; hay silencio en la línea, pero permito que mi amigo sea quien lleve el ritmo—. Andrei, ¿qué está sucediendo? Prometiste decirme y solo sé que uno de tus raros amigos me dejó anoche en un hotel cinco estrellas luego de enojarme hasta las trancas.

Quiero reírme de la descripción de Tristán sobre el hermano de Saint; sin embargo, sé que mi amigo está verdaderamente preocupado por la situación. Miro en dirección a la cabaña y, a través de una de las ventanas, logro percibir que ambos demonios siguen dentro discutiendo. Así que me alejo adentrándome un poco en la espesa vegetación que se halla detrás de la casa. Saint había dicho que estaría seguro y sin peligro y, la verdad, me gustaría tener estos segundos para desahogarme con alguien que sé que no me tachará de loco a la primera.

Solo me alejo de la casa dado que quiero privacidad y no sé hasta dónde llegará la audición de un demonio.

Para mi sorpresa, a pesar de adentrarme un poco entre los árboles, la cobertura continúa siendo exquisita.

—Tengo miedo Tristán, lo que sucedió ayer fue casi imposible de creer, hasta a mí me cuesta. No quiero que me taches de loco y me alejes; no puedo...

Tristán jamás me juzgaba cuando le contaba sobre mis sueños. Al contrario, solía decirme que todos cargamos con nuestros propios fantasmas. Pero esto, esto es un nuevo nivel.

—Estrellita, sabes que puedes decirme —su voz sonaba comprensiva ahora. Tan comprensiva que sentí el picor de las lágrimas en la comisura de los ojos. Es como si la realidad me chocara ahora por primera vez ya un no hubiese tenido tiempo para procesarlo.

Para mi sorpresa, a medida que entro en la espesura del bosque, encuentro algunas lápidas antiguas esparcidas por doquier. La más vieja de ellas data de mil seiscientos, como si en antaño este lugar hubiese sido la cede de algún cementerio local, tierra santa. Me pregunto si quizás por ello Saint diga que nos hallamos protegidos aquí. Me siento cerca de una de las piedras cubierta de musgo y dejo que mi mirada viaje por los alrededores para contemplarlo todo. El olor de la hierba húmeda, sumado al precioso encanto y tranquilidad que posee el lugar, me relaja de cierta manera y no puedo evitar suspirar de comodidad.

—¿Alguna vez...? —Inicio, las palabras titubean un poco en mis labios, pero logro reunir valor para continuar—. ¿Alguna vez te has preguntado que de cierto tienen las historias de fantasía, las creencias de las personas? ¿Has considerado que existe algo más que nosotros, Tristán?

Intento que mis palabras no suenen tan llenas de esperanza; aun así, sé que fallé de manera abismal. Deseaba que mi amigo se lo hubiese planteado, quizás de esa manera me convenciera a mí mismo de que no estoy tan loco.

—¿Qué tipo de fantasías y creencias Andrei? —agradecí para mis adentros que su tono sonara serio en vez de echarse a reír— ¿De vampiros y lobos?

En un acto reflejo negué con la cabeza, pero al recordar que no podía verme volví a hablar.

—Estaba pensando en algo, supuestamente, más antiguo. En demonios y profecías, en Dios, el destino y el infierno, en los ángeles, arcángeles y lo que cuenta el antiguo testamento sobre ellos. —El silencio se prolongó al otro lado de la línea durante tantos segundos que mencioné el nombre de mi amigo por miedo a que se hubiese cortado la llamada—. ¿Tristán?

—Aquí estoy —contestó, no obstante, aún no respondía a mi pregunta. Cuando pienso que ya no lo hará y que nunca debí abrir la boca, es que habla—. No creo que Dios Andrei, por la vida que he llevado se me hace difícil creer en ese generoso y benevolente Dios del que habla la Biblia y, si en verdad existiera, digo que es un cretino que no merece mi perdón.

Había amargura en el tono de mi amigo, pero no es para menos. Tristán no suele compartir mucho sobre su vida. Aun así, me había confiado alguna de sus vivencias, sucesos por los que ningún niño debería de pasar nunca; mi mejor amigo siempre se muestra con una sonrisa en el rostro, bromista y alegre, pero, en ocasiones, no es más que una fachada.

Hasta donde sé, no tuvo una infancia feliz. Lo entregaron a hogares de acogida luego de que su madre biológica quiso ahogarlo en una bañera; por lo visto, la mujer perdió la razón y no dejaba de gritar que Tristán llevaba dentro al diablo. Estuvo pasando de un sitio a otro como si fuera un juguete viejo de donación. No conozco toda la historia sobre lo ocurrido en los internados, pero su humor siempre se oscurecía cuando salen en algún tema de conversación. Además, Tristán ha tenido que mentir muchas veces sobre su edad para conseguir trabajos y, aunque ha logrado salir adelante y estudiar una carrera, sé que equilibrar su tiempo es difícil entre una cosa y otra.

—Lo siento, Tristán, yo...

—Sin embargo, creo en los demonios —interrumpe mi disculpa—. Creo que existen en este mundo, que viven entre nosotros y hacen daño. En ocasiones, me gusta pensar que creo en los ángeles; en alguien que escucha las plegarias de aquellos que rezan con su corazón en la mano. Así que sí, se puede decir que creo un poco, Andrei. ¿Es eso lo que te atormenta? —No respondo y el vuelve a hablar—. Entiendo si no quieres contarme aún, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti. Solo deseo que estés a salvo.

¿A salvo? ¿Lo estoy? No tengo ni la menor idea. Por lo que, lo más sincero que logro contestar es:

—Saint me está cuidando.

Una risa divertida escapó de sus labios y pude sentir como la tensión desaparece poco a poco de mi cuerpo.

—Algo me dice que tu hombre no es tan imbécil como su amigo. —Tuve que corresponder la risa.

Debo de recordar decirle a Saint que averigüe que mierda hizo Dóminic. Tristán no es alguien que pierda la compostura con facilidad, pero desde que se cruzó con el demonio de la Lujuria ayer parece querer arrancarle la cabeza con sus propias manos.

—Saint es bueno, te gustará.

—¡Ya! Y me dirás que su cuerpo de adonis y su personalidad de macho no tiene nada que ver con la cuestión ¡Joder, Andrei! El hombre parecía dispuesto a ahorcarme cuando te abracé ayer.

—Exageras, solo es mi editor. —Aunque un ligero rubor cubrió mis mejillas por la confesión de mi amigo.

—Y yo tu amigo más cercano y no te desnudo con la mirada cuando te veo, él luce... —Buscó la palabra indicada en su cabeza—, protector contigo.

—Lo es, o eso espero...

Muerdo mi labio para controlar la sonrisa tonta que se forma, pero algo en mi tono debió de alertar al chismoso de mi amigo porque le siento chillar en mi oído.

—¡Te gusta el Superman rubio ese!

—Creo que sí.

—Quiero detalles, Andrei, ¿cómo, cuándo y dónde? Cuéntamelo todo, porque, obviamente, no estás enculado desde ayer para hoy.

Miro hacia el cielo al percibir una enorme nube negra pasando sobre mi cabeza, algunos truenos parecen resonar en la distancia.

—Tengo que colgar ahora, pero le diré a Saint que me de la dirección de este sitio para que vengas. Quizás podamos hablar más tranquilos y me cuentas lo que sucedió con Dóminic también.

Tristán va a responderme. Sin embargo, un sonoro trueno retunda en mis oídos como si hubiera caído a muy pocos metros de distancia. El pitido en la línea me hace saber que la llamada se acaba de cortar. Un nuevo relámpago inunda el cielo y cuando tengo que abrazarme a mí mismo debido a la fría corriente de aire que cruza mi cuerpo, sé que es momento de salir de aquí.

Voy a ponerme en pie; sin embargo, una profunda voz congela mis movimientos.

—Hola hechicero, tenía ganas de conocerte.

Alzo la mirada y, recostado al viejo tronco de un árbol, veo a un hombre alto. Su cabello es de un oscuro profundo, un poco recortado a los lados y más largo en la parte superior. Su piel posee un tono bronceado natural; va vestido con pantalones oscuros y un sobre todo negro. Al verle, no puedo evitar imaginar la figura de una parca. Su postura es como un militar, aunque luce desenfadado, seguro en su propia piel. Sin embargo, lo que indica que no es un humano corriente es el tono rojo de sus pupilas, como un rubí o, mejor dicho, como si fueran llamas bailando en una hoguera. Rojas y nacaradas.

Me pongo en pie tan rápido que debo de sostenerme a una lápida debido al mareo momentáneo que me corroe. Retrocedo un paso de forma inconsciente. El hombre frente a mis ojos grita peligro por cada uno de los poros de su cuerpo.

—¿Quién eres? —Aunque, parte de lo que quería preguntar era: ¿Cómo sabes lo que soy?

El desconocido sonríe y me siento como la presa acechado por un depredador salvaje.

—Un amigo, —Avanza un paso, pero se detiene al ver que retrocedo otro—. Eres inteligente su me temes, pero no te preocupes, solo vengo a darte un pequeño consejo.

Vuelve a avanzar; no obstante, esta vez me quedo petrificado, ya sea por el miedo o por sus palabras. Es obvio que no se trata de un ser común, pero, ¿cómo es posible que esté aquí? Saint dijo que este sitio era seguro. Cuando vuelvo mi atención al hombre, ya se encuentra a pocos pasos de mí. A la distancia suficiente para tomar mi mentón y alzar mi rostro de manera que me veo obligado a contemplar sus ojos carmesíes.

—Te están engañando cachorrito —susurra las palabras con suavidad, aun así. La dureza de la misma es perceptible.

—¡¿Qué?!

—Saint y Dimitri, no son de fiar, no te están contando la verdad.

Niego con la cabeza retrocediendo varios pasos. La rabia y la ira recorren mi cuerpo otorgándome el valor suficiente para apartar sus manos de un golpe seco.

—Saint no me miente, a ti ni te conozco.

Él solo sonríe.

—Va y no te miente, pero tampoco te dicen la verdad; no te hablan de la guerra ni de la profecía.

«Guerra». He escuchado esa palabra de los labios de Saint en reiteradas ocasiones, pero nunca profundiza en ella.

—No sé de qué hablas —Miento, pero él lo sabe, por lo que prosigue.

—Aun no estamos en la verdadera batalla cachorrito, esa va a iniciar por tu culpa. El último astral dio una profecía que iniciaba en ti. Tú lo has comenzado todo y tus poderes beneficiaran en gran medida al bando que elijas —Niego con la cabeza, pero el de oscuros cabellos me ignora—. No ves que te han vigilado para eso, no eres importante para ellos. Solo eres un arma.

Abro la boca con la intención de quejarme, pero el rápido movimiento de su cuerpo me detiene. Con una velocidad de la que ningún ser vivo debe de ser capaz, el desconocido se halla nuevamente a pocos centímetros de mi figura, solo que esta vez sostiene mi brazo vendado. Un ligero dolor me hace fruncir los labios; sin embargo, no es tan profundo como ayer. Saca de su abrigo una pequeña navaja y, continuando con sus ágiles movimientos, corta las vendas en mi mano sin llegar a dañar la piel.

Quería chillar por la indignación, la molestia y el enojo. No obstante, ver mi mano casi curada por completo me detuvo en el lugar. Ayer aún soltaba pus debido a la profundidad de los cortes, Saint me había dicho que las garras de los espectros estaban envenenadas y tardarían en sanarse; a pesar de ello, mi brazo se veía como si solo tuviera viejas cicatrices, sin indicios de sangre ni nada.

—Esto demuestra que tu magia está aumentando, el tiempo se acaba hechicero. —El uso de esa palabra más la seriedad de sus palabras despertó gran nivel de inquietud en mi cuerpo.

El hombre mira a sus espaldas y, como si sintiera que algo se aproxima, sonríe y retorna a mirarme.

—Si quieres saber la verdad y hasta donde llegan tus poderes llámame, puedo ayudarte. —Se aleja, pero aún me observa por encima de su hombro—. Y no confíes en Dimitri. —Por primera vez desde que le he visto, se muestra con un aura casi asesina, sin sonrisa ninguna—. No va a dudar en sacrificarte si piensa que así puede ganar la guerra.

—Espera, —le llamé antes de que se marchara—. ¿Quién eres?

Porque me gustara o no, la voz del hombre había sembrado una especie de duda en mi pecho. Sentía sus palabras repitiéndose en bucle en mi cabeza, rememoraba a Saint y Dimitri discutiendo en la casa, compartiendo miradas cargadas de significados que yo no sabía.

—Soy Mateo. —Guiñó un ojo—. Y dale un beso a Dimitri de mi parte.

Y luego de eso desapareció. Justo a tiempo para no toparse con Dimitri y Saint que venían corriendo desde el otro lado del bosque en dirección a la cabaña. Los truenos cesaron con la desaparición del trigueño; no obstante, una tempestad de furia parecía resaltar en los ojos del líder de los Pecados Capitales. Miró en todas direcciones, como si ya supiera a quien buscar.

—¿Dónde está? —Su voz delataba enojo.

—Se ha ido, dijo que te diera un beso. —La rabia me dio valor para responder, aunque sé que el hombre frente a mis ojos puede hacerme trizas en un segundo—. ¿Quién era?

Con sus respuestas no me cabe duda de que sabe de quién estoy hablando. Y, si soy sincero, estoy sorprendido de ver a Dimitri así. No lo conozco desde hace más de una hora, pero es evidente que le gusta controlar su entorno, llevar la voz cantante. Este Mateo, sea quien fuere, le quitaba eso, le arrancaba toda su fachada...

—¡No es tu puto asunto! ¿Qué te dijo?

—Si no es mi asunto quien es, no es el tuyo lo que me dijo.

Noto como Dimitri lucha para contener su furia mientras que Saint intenta ocultar su sonrisa. Este último se colocó en medio de ambos, dedicándole a Dimitri una mirada de advertencia a la par que me abrazaba contra su cuerpo.

—Creo que es hora de que te vayas Dimitri, imagino que tengas que arreglar algunos asuntos con este nuevo suceso.

Dimitri pasó las manos por su cabello, retornando a su pose profesional. Como si nada le afectara.

—Si fueras inteligente, no confiarías en él.

No pude evitar realizar una mueca con las palabras que me dedicó.

—Curioso, Mateo dijo lo mismo de ti.

Y, contra todo pronóstico, Soberbia sonrió divertido.

—Entrénate y controla tus poderes.

Fue a girarse para marcharse, pero hablé antes de que pudiera.

—¿De verdad hay una profecía? ¿Soy un arma? Por eso me has estado vigilando.

Dimitri me observó sobre su hombro y luego le dirigió una mirada de advertencia a Saint. Acto seguido se marchó sin responder. Observé a Saint en busca de respuestas, pero este solo negó con la cabeza.

—Volvamos a la cabaña, luego hablamos.

Asentí, pero me di cuenta de que al menos una de las cosas que dijo el desconocido era cierta. Aquí no obtendría muchas respuestas.

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