Capítulo veinte: Un vistazo al pasado.
Mí estómago fue el primero en despertarme al día siguiente. Había pasado todo el día anterior sin siquiera probar un bocado de alimento, y las consecuencias se hacían presentes con un fuerte dolor de estómago y una sensación ya conocida de vacío que comenzaba en éste y se extendía por todo mí cuerpo. No era la primera vez que sufría de hambre.
Me levanté pesadamente del desvencijado colchón. Los estragos también se presentaban en mí cabeza con fuertes punzadas en ella. Miré a mí alrededor girando con cuidado mí rostro; estaba mareada. Bostecé y me estiré un poco, después caminé hacía la otra pieza. Mí cuerpo estaba bastante adolorido por la jornada de trabajo del día anterior.
Ese sábado tenía un Sol demasiado brillante para mí gusto. Prefería los días grises de Londres, el frío viento que te hacía sentir más viva en cuanto más lo vivías, tan frío que te hacía olvidar el hambre, las penas, y sólo te concentrabas en respirar. Me dirigí al refrigerador y lo abrí con desgano; nada. No había nada en él, a pesar de haberlo sabido de antemano. Lo cerré con un bufido extenso y mí estómago gruñiendo. Definitivamente necesitaba un clima como el de Londres.
¿Y ahora? No tenía dinero, pues confiaba en que mí paga diaria se me daría a tiempo. Pero uno nunca cuenta con tipos como Liam Heather ¿Cierto? Suspiré viendo el desvencijado departamento, con grietas, hoyos y paredes grafiteadas. Entonces recordé aquella niñez tan difícil que tuve, cuando mis padres se fueron y volví corriendo a casa, sin despedirme de sus cádaveres. Cuando entré y me topé con dos caritas llenas de hambre y tuve que devolverme a la calle a ver sí encontraba algo para darles. Entonces, aquél niño que escarbaba en la basura del vecino me tendió un pedazo de pan, y una lección de vida:
«No importa lo que tengas que hacer, sí con ello puedes sobrevivir»
Mí estómago me distrajo de nuevo, el muy acomedido se había acostumbrado a comer a sus horas y ahora no paraba de gruñir. Negué con la cabeza, y sin más, salí del departamento; Quizás un paseo a la luz del Sol me aliviara también como el frío. Bajé los miles de escalones, sintiéndo una punzada en cada músculo de mis piernas al pisarlos. Maldito Heather.
La luz golpeó con fuerza mí rostro apenas salí del edificio. Cerré los ojos un momento e intenté sentir la brisa fresca y cálida a pesar de ser de los primeros días de Febrero. Los abrí de nuevo acostumbrandome paulatinamente a la luz y al movimiento; coches, personas, vendedores ambulantes. Miré todo sintiéndo un ligero mareo, pero me recuperé pronto y eché a andar por las calles, qué, ya no me resultaban tan desconocidas. El ruido aturdía mis oídos de la nada, pero poco a poco fui acoplandome a todo el alboroto llamado Los Angeles. Calle, tras calle.
Me recordaba a cuando iba por las calles, primero a mendigar. Las personas solían conmoverse ante la imagen de una niña desabrigada pidiendo para comer, pero algo me decía que eso no era lo mío. Me alegraba volver a casa con un trocito de pan para ellos y algo de leche para Richie, pero... Pero sentía que era demasiado fácil, y que por ello no me alcanzaba para nada. A los catorce decidí trabajar como pepenadora, era por lo menos algo de esfuerzo. Y a los quince, me presenté como sirvienta en la casa que trabajé por siete años.
—Fijate —Dijo un chico con mal inglés. Me giré y de pronto sentí un ardor en mí hombro. Había chocado con él. No tuve tiempo de disculparme pues él siguió su camino. Jadee; estaba agotada y el caminar sólo me mareaba más. Alcé mí vista y vi a mí alrededor; Habían varios edificios grandes, la marea de personas había aumentado al igual que mí dolor y mí hambre. Entonces mis ojos se enfocaron en un punto exacto; en una cafetería. Mordí mí labio a la vez que un olor a grasa, a café y a sopa invadían mis fosas nasales lentamente. Creí que me desmayaría.
Sin siquiera ordenarlo, mí cerebro actuó sólo, y arrastré mis pies hacía la entrada de la cafetería y el olor me taladró las narices, y mí estómago exigió un poco de todo aquello que se veía en esa barra llena de comida, esa que estaba cerca de mí; Hamburguesas, sopa, café... Dios, era el paraíso para los pobres.
— ¿En qué le puedo ayudar? —Una camarera se había acercado. La miré y alcé una ceja sin poder procesar sus palabras del todo. Después carraspee y negué ligeramente con la cabeza.
—Estoy decidiendo que quiero, yo le aviso —Mentí. Ella sonrió amable, pero sabía que pensaba que era una vagabunda para echarme. Ella se alejó y yo volví la vista a los suculentos platos. Todos ellos estaban a un precio racionable, pagable para mí sí estuviera en Londres y con mí antiguo empleo.
Mí estómago gruñó como nunca antes lo había hecho. Elevé mí mano disimuladamente; podría tomar uno de esos panques que me invitaban al pecado y nadie lo notaría; o quizás alguien lo haría y volvería a la terrible carcel. ¡Ya estaba fichada! Un delito más y me llevarían detenida, aunque quizás el señor Depp acuda en mí auxilio pero... ¡Qué pena con él! Detenida por robar un panque, ir a pagar miles de dólares sólo porque la rubia no soportó un día el hambre. Mí mano se detuvo en el aire. No lo haría, no debería.
Pero mí voluntad flaqueó al sentir el vacío hasta los pulmones. Miré a todos lados; sólo por ésta vez lo haría, sólo por necesidad, sólo por sobrevivir. Sólo por eso, y no por el placer de hacerlo. Con rapidez y la adrenalina recorriendo mí ser, mí mano tomó el panque caliente y esponjosito y rápidamente lo eché en un bolsillo. Miré a mí alrededor, y un cierto alivio me recorrió al ver que aparentemente nadie había visto. Suspiré y me dirigí de nuevo a la puerta.
— ¡Ladrona! ¡Detente! —Gritaron a mis espaldas, y automáticamente eché a correr por las calles de los Ángeles. No miré atrás, ignoré el dolor que recorrió todo mi ser, ignoré a mis coyonturas desgastadas y mis mareos. Corrí, y corrí, esquivando gente, otras chocando.— ¡Ladrona! —Escuché muy, muy lejos de mí; aún me seguían.
Corrí hasta posicionarme a una cuadra de mí edificio. Seguí corriendo y me atreví a girar mí cabeza hacía atrás; Ya no me seguían. Suspiré pero seguí a mí paso, volví la cara, pero sólo lo hice para chocar contra un poste que se había atravesado en mí camino. El impacto contra mí rostro había sido brutal, me detuve en seco, a la vez que una punzada de dolor recorría toda mí cara.
—Au... —Gimotee muy quedo. No sentía la mitad derecha de mí rostro, abrí los ojos y en la boca el sabor de la sangre se hacía presente, así como comenzaba a brotar de mí nariz. Escuché un grito y me exalté, de pronto recordé mí desenfrenada carrera y volví a ella, con la vista nublada. No distinguía muy bien, pero sí podía ver el gigantesco edificio gris que me albergaba.
Crucé la calle mareada y parpadeando varias veces para poder recuperar la vista normal, pero no me fijé qué un coche se acercaba a mí, hasta que tocó el claxón y con reflejos rápidos tuve que lanzarme al otro lado de la banqueta, salvando mí vida por unos solos segundos. Solté un sollozo muy quedo; ¿qué mierda le pasaba a la vida?
Tarde un minuto en levantarme, y otro en recuperarme del aturdimiento; Casi moría por un estúpido panque. Caminé arrastrando los pies de nuevo al apartamento, el paseo no había ayudado en nada; volví el doble de adolorida, con al cara inflamada y ardiendo a todo lo que se podía. Los primeros escalones logré subirlos en dos pies, pero el resto de la escalinata tuve que apoyarme en el barandal, y cuando vi la puerta sucia, suspiré.
Entré, y con las últimas fuerzas que tenía me fui a tender al raído sofá. Me espabilé, mientras que la sangre seguía fluyendo de mí nariz. No haría un esfuerzo por desaparecerla. Simplemente me quedé quieta, mirando el descuartizado techo de concreto y yeso viejo. Mí cabeza era un mar de confusiones, una bomba con menos cinco segundos para explotar.
¿Era mejor esto que mí vida antigua? En realidad yo no le veía ninguna diferencia, absolutamente ninguna. Mordí mí labio y saqué un pedazo de panque que me llevé a la boca. El dulce sabor mezclado con el agrio de la sangre no era un buen manjar, pero no tenía de otra.
Ya no quería llorar, era inútil llorar. La vida no era como los cuentos de hadas que pintaban las personas, la vida no era nada fácil. La vida no te la solucionaba el príncipe con el que bailas hasta la media noche y que te quiere desposar. La vida era un mar de falsas ilusiones, y pocos rayos de esperanza. Esa era la verdad.
Me hice un ovillo, y me giré a ver al sofá. Me dolía todo, desde adentro hacía afuera. Pero el dolor crecía, y crecía. Mí mente sabía el porque; porque no había nadie para calmar el dolor interno. Cuando era una adolescente, estaba Danny, el niño qué me dio su trozo de pan mientras urgaba en la basura, el niño que me enseñó a pelear, a pepenar, a hablar, a defenderme. El joven que recomendé para que entrara a trabajar conmigo. Mí mejor amigo.
Ahora que estaba aquí, el único que se parecía a Danny era el señor Depp. Su amabilidad y tolerancia hacía mí persona era infinita, y eso agradecía con todo mí corazón, y eso me cautivaba en cierto modo. Lo quería, como a Danny.
Pero él no vendría, así como Danny tampoco lo haría. Ésta vez estaba sola contra el dolor, completamente sola y rota. Los pensamientos positivos se habían esfumado hacía bastante y ahora, en éste pozo tan oscuro, sólo veía una sola alternativa para aliviar el dolor de cabeza, de cuerpo, el hambre, y el vacío en mí costado izquierdo; Dormir.
Me iría a Londres, volvería con mis hermanitos. Ahí por lo menos estaría con Danny que es incondicional y que sé, que sí llamo, acudirá pronto a mí. A Danny que no tiene giras, ni cosas más importantes que yo. Cerré mis parpados que pasaron de ligeros a pesados como plomo, y en poco segundos ayudada por mis pensamientos egoístas, el sueño me venció.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top