Capítulo treinta y uno: El mar.
Robert se quedó conmigo toda la noche. Lo supe porque jamás me había sentido tan cómoda y segura en mí vida. Él emanaba un calor extraño, y especial. No era necesario que abriera los ojos, o que me girara para verlo junto a mí, tampoco era necesario estar consciente para sentirlo. Era algo que sabía, como se sabe que el verano sigue al otoño, que las aves vuelan retando a la gravedad.
Cuando desperté mi corazón dio un vuelco, y una angustia se precipitó antes que el dolor de cabeza; Robert no estaba como lo había esperado, o sentido. Supuse que en algún punto de la madrugada, cuando estaba aniquilada por el alcohol, él se había marchado.
Vi por la ventana; el día era soleado. También era el día en que debía tomar un vuelo hacía Nueva York para la premiere de En Llamas. Después vi el reloj, que marcaba las once de la mañana. Pfff, sí que había dormido.
Me estiré, y levanté con pesadez; la cabeza me daba vueltas, y el cuerpo lo sentía entumido, y duro. Pero cuando comencé a caminar, la sensación desapareció de inmediato. No quería verme en el espejo, sabía que estaba hecha un asco total, y al pensarlo, me sentía mal; Robert me había visto de aquella manera.
"Mátenme, mátenme, mátenme..."
Justo imploraba a Dios, cuando sobre la almohada de en seguida noté algo: Una nota. Rodé los ojos, estaba hartas de ellas. Sin duda si existiera una campaña para eliminar las notas, y recaditos de oficina, sería la vicepresidenta y la primera en tomar la iniciativa.
Lo tomé, y desdoblé, mis ojos leyeron ávidamente las líneas.
"Scar:
Me tuve que ir de improviso, pero no creas que ha sido todo de mí parte. He estado pensando y dándole vueltas a un asunto y he decidido darte una sorpresa. Y espero que sea sorpresa, y si no, igual espero lo disfrutes.
Paso por siete de la noche. Vístete normal
RDJ"
Bajé la nota, pero no la vista. Robert creía que podía sacarme cada vez que se le antojara, y en parte, sí, tenía razón, jamás le daría una negativa.
— ¿Dónde estuviste? —preguntó Richie. Yo desayunaba, y mis hermanos comían. Era bastante tarde, las tres. Pero no era toda mi culpa, me había entretenido bastante en la ducha. Y después, en arreglarme "normal" como decía Robert.
—Fui a una fiesta —respondí, picando la fruta.
—Sí, Richard, tú hermana se está volviendo una drogadicta como Lindsay Lohan —dijo Peter, dejando junto a mi plato del desayuno un vaso con sal de uvas, bueno para la resaca.
—No soy ninguna drogadicta —me defendí, bebiendo del vaso. Fruncí el ceño ante el punzante y terrible dolor de cabeza que me recorría—. Sólo fui a una fiesta y se me pasaron las copas. A todos nos puede suceder, a ti, a Rose, a Danny, a quien sea.
Peter, ignorándome, fijó su mirada en Richie.
—Así empiezan todos, Richie —musitó, y se alejó de ahí.
— ¿Es cierto, Scar?
—No, por supuesto que no.
Nunca caería en las drogas, ni en la bebida. Nunca.
Cuando terminé el desayuno, me propuse a terminar el libro que había comprado un día que me habían forzado a salir a comprar. April, fue la más entusiasta y al verlo en el estante me atrajo demasiado la atención, tanto que entré y lo llevé conmigo a casa.
Carrie era de Stephen King, y no sé qué fue lo que me atrajo de él, probablemente me causó morbo la portada con la chica ensangrentada. Me forcé a leerlo y aunque fuera una chica que casi tenía temor por las cosas anormales, me atrapó. Aunque no me identificaba con nadie, ni con Carrie, ni con Sue, mucho menos Chris. Pero curiosamente, podía relacionar a Chris y su novio Billy con Meg Depp y Thomas Lancaster.
"Sí hubiera sabido lo que sucedería esa noche, si tan sólo, si tan sólo la hubiéramos ayudado..."
—Scar te buscan en la puerta —el susurro de Richie en mí oído me hizo estremecer. Casi tiré el libro al piso, pero lo salvé colocándolo sobre la mesa.
—Gracias, Richie —Me levanté estirándome. Mi hermanito traía puesta una enorme gorra de beisbol que le cubría los ojos.
— ¡Hoy ganan los Red Sox! —gritó animado.
—Pero yo soy Yankee —él río, y su risa me hizo sonreír—. Vuelvo en un par de horas, Richie. Y no hagas caso a Peter, no me estoy volviendo una drogadicta.
Le alcé la gorra y le di un beso en la mejilla. Después salí de mi habitación directo al recibidor, donde Robert, me aguardaba. Traía sus características gafas oscuras, pero su ropa era otro cantar: Camisa, pantalón, y zapatos blancos. Fruncí el ceño al verlo tan... Impecable.
Y él, naturalmente, me devolvió la sonrisa.
—Buenas noches, señorita Blackwood —saludó, y se alzó las gafas.
—Buenas noches, Robert.
—Auch, fría como un tempano de hielo —bromeó.
—Sí, bien, aún tengo algo de resaca, ¿Sabes? —sonreí de lado.
—Yo me deshago de ella.
— ¿Cómo?
—Acompáñame.
Y eso hice.
Pero cuando llegamos al coche de Robert, él me detuvo y sacó una corbata de su bolsillo.
—Debes usar esto.
— ¿Qué? —Fruncí el ceño—. No soy sumisa de nadie, Robert.
Él rio con ganas.
—No, no es para eso. Es que no quiero que veas la sorpresa —dijo, viendo la corbata con aire distraído. Suspiré, resignada.
—Bien, pero más vale que valga la pena
Él asintió con expresión seria, y después colocó la corbata sobre mis ojos. El mundo se volvió negro, y hubiera sentido miedo sí él no hubiera estado junto a mí.
— ¿Cuántos dedos tengo?
—Cinco en cada mano, y pie. Como todo ser humano. —Robert volvió a reír.
—Vámonos.
Me tomó por los hombros suavemente y me ayudó a entrar en la parte del copiloto. Cerró mi puerta, y un minuto después escuché un motor encenderse. Después el movimiento del coche me hizo tomar fuertemente el reposa brazos del asiento. Sentía miedo.
— ¿Te sigue doliendo la cabeza?
—Si —respondí, sintiendo un leve mareo.
—Tengo una duda...
—Dime.
El auto se detuvo súbitamente. Escuchaba los motores de otros carros, y el del mismo auto de Robert. Escuchaba bocinas de autos, y canciones de radios. Por lo que deduje que nos habíamos detenido ante un semáforo.
— ¿Desde hace cuánto que no ves a Johnny?
Cuatro meses, tres días, doce horas, quince minutos, y veinte segundos.
—No lo sé, he estado tan ocupada que no me he fijado en eso. Quizás dos o tres meses —sisee con apenas voz. Cuando Johnny se había ido, fue como si me hubieran quitado una parte de mi cuerpo. No importaba que no fuera útil, seguía siendo parte de mí y el vacío era igual de importante.
—Ah.
El auto arrancó de nuevo y el viento acarició mi rostro como si intentara consolarme de mis propias desgracias. Como si quisiera ocupar el lugar vacío que Johnny había dejado. Pobre viento que quiere ocupar lugares vacíos, pareciera que él no sabe que en realidad es un vacío en sí.
Conforme avanzábamos por no sé dónde, el miedo incrementaba en mí estómago, porque, siendo honestos ¿Por qué me dejé vendar?
Confianza, ah, sí, si eso.
De pronto un olor peculiarmente desconocido inundó mis fosas nasales, no sabía identificarlo, era como sal, o probablemente era mi imaginación nerviosa. El caso es que Robert detuvo cinco minutos después de haber percibido yo éste olor.
—Llegamos —anunció, como si yo no lo hubiera notado.
— ¿Entonces, que haremos?
—Quítate los zapatos —ordenó, fruncí el ceño—. Cree en mí, no es nada malo.
—Está bien —accedí, prometiéndome que sí me ordenaba algo como "fuera blusa" me desharía de la corbata y lo mandaría a la mierda.
O quizás, simplemente me quitaría la corbata de los ojos.
Cuando sentí los pies descalzos, fue un increíble alivio. Amaba andar descalza, era una sensación de libertad insuperable.
— ¿Qué sigue? —pregunto, estirando los dedos de mis pies.
—Espera —escucho que abre la puerta de su lado, y un momento después se abre la mía también—. Dame la mano —Se la di, y comencé a salir del coche, teniendo miedo de pisar algo asqueroso.
Pero lo que sentí bajo los pies es muy distinto a lo que se sentiría pisar algo asqueroso, es más bien como suave, y áspero a la vez. No sabía muy bien que es, pero se sentía como tierra.
Cuando salí por completo del auto, y hube apoyado mis pies en la tierra, el aire me atrapó por completo. Era fresco, y limpio.
Seguía preguntándome donde estábamos.
—Muy bien, no hagas trampa. Vamos, yo te guío.
—De acuerdo.
Robert me tomó la mano, y la apretó ligeramente. Sentí su mano temblorosa pero lo ignoré, e hice como si no pasara nada. Pero, en realidad, no sucedía nada.
¿Verdad?
Caminamos por aquella suave textura algunos minutos, en completo silencio. Sólo estábamos los dos tomados de las manos, porque no escuchaba nada ni nadie a nuestro alrededor. Excepto un rumor, un murmullo...
Nos detuvimos, y él se coloca a mis espaldas.
Se deshace de la corbata, y la luz me ciega unos segundos, pero vale la pena, porque frente a mí tengo a un Sol que estaba por ocultarse, lejos en el horizonte, parecía que se hundiría en el Mar, y si no supiera que vuelve a salir todos los días, diría que esa noche todos los mares del mundo estarían iluminados. Y el agua sería color oro.
El mar.
No podía creer que estaba presenciando una puesta de sol en el mar. El mar era azul como en las películas, estaba vivo, y tenía olas. El mar que tenía peces y plancton, el mar que siempre ansíe conocer estaba frente a mí, y no era una animación, y tampoco una historia mal contada de lo que era. Simplemente, era el mar.
—Ven —susurró Robert en mí oído. Me estremecí, ya que me había quedado hipnotizada por las enormes aguas que se mecían como un suave vals.
Cuando me giré a buscarlo me di cuenta de otra cosa: Una gran manta blanca que estaba sobre la arena de la playa nos aguardaba. Parpadee varias veces, porque no la había visto al llegar. Bueno, me habían vendado los ojos, pero no sabía que pensar.
Robert se puso frente a mí con una sonrisa en los labios.
— ¿No te quieres sentar para ver la puesta de sol?
—Sí —dije, intentando sonreírle igual. Pero no podía, me sentía ligeramente aturdida. Él me tomó de nuevo de la mano y tiró de mi hacía la sábana blanca.
No opuse resistencia, y lo seguí, me senté junto a él sobre la sábana, y vi hacía el atardecer que, era por mucho, uno de los mejores momentos de mí vida. Podría decirse que jamás lograría escoger un momento que rebasara a todos, sino que más bien, todos los pequeños detalles eran los que formaban el gran momento; la vida.
Sonreí, sintiendo el estrés abandonarme por completo. Mientras que mi mente volaba, e imaginaba la historia de mi vida en boca de mis nietos. Contándoles a todo el mundo que su abuela había sufrido, pero que al final, había logrado ser alguien.
Una lágrima resbaló, y la limpié apresurada.
El sol terminaba de ocultarse, y apenas si se iluminaba a nuestro alrededor.
— ¿Te gustó? —murmuró Robert. Lo vi, y sonreí de lado.
—Me encantó —susurré con voz cortada—. ¿Cómo supiste que quería conocer el mar?
—Bueno... Un día lo dijiste.
— ¿Escuchas lo que digo? —pregunto, sintiendo una emoción inusual en mí.
—Claro, digo, entonces ¿Qué sentido tendría hablarnos? Yo te escucho, y tú a mí.
Le sonreí, pero no pude responder. La voz se había ido por completo, y fue uno de esos momentos en los que sabes que si hablas, las lágrimas saldrán. No había motivo para llorar, pero el alcohol me había vuelto sensible.
O quizás, en mi mente pensaba lo inútil que había sido toda mi vida.
La luna reemplazó al sol en el infinito, y las estrellas danzaban titilantes a su alrededor, como desafiándola, pero La luna permanecía quieta y paciente en su lugar. La playa estaba iluminada por ella y por las estrellas, por lo que podía observar perfectamente a mí alrededor, la arena, las olas, y a Robert, que me veía fijamente.
— ¿Qué sucede? —Le pregunté.
—Nada, pero debo decirte algo.
El ruido de las olas aumentó ligeramente, y el sueño parecía acompañarlas en cada mecida. Sin embargo, negué ligeramente y vi a Robert.
—Dime...
Un espantoso deja vu volvió a mi mente, y de pronto la playa y el mar me abandonaron, y se convirtió en una casa con controles de videojuego. Un sofá, y otra persona más.
—Me importas mucho, ¿Sabes?
— ¿De verdad? —no podía estar pasando.
—Más de lo que crees —no de nuevo.
Inhalé profundamente y bajé la vista. Estaba herida, demasiado, pero ¿Quién decía que Robert quería algo? Probablemente sólo eran palabras amistosas y yo las interpretaba mal...
—Y tú a mí, Robert —le sonreí, y le revolví el cabello, como si fuera uno más de mis hermanitos.
Él se sonrió.
—Me gustas.
Mi sonrisa se esfumó por completo, sin poder evitarlo. Y Robert lo notó.
—Vaya, Robert... Yo...
—No. Sé que no te gusto yo a ti —replicó—. Pero quería que lo supieras.
— ¿Saber que te gusto?
—No; todo lo que implica esa palabra, Scar —sus cabellos castaños se mecían por el viento, y su sonrisa no flaqueaba—. Quería que supieras que me gustas, para hacer cosas tontas como jugar videojuegos, o ver películas románticas en el sofá. Quería que supieras que me gustas como el café en las mañanas, que eres más perfecta de lo que tú y los demás piensan. Eres adorable en todos los sentidos, eres mucho más valiente que cualquier superhéroe de ficción.
Mi corazón se detenía a cada palabra.
—Y me gustas.
Su sonrisa terminó de asesinar a mi corazón.
—No sigas —dije, en un susurro. Las lágrimas bajaban lentamente, y él lejos de detenerse, tomó mis manos entre las suyas.
—No llores, Scar —y lleno mis manos de besos cortos y rápidos. Las lágrimas seguían bajando, y ahogaba algunos gemidos.
Mi corazón seguía hecho mierda, y por alguna extraña razón, las palabras de Robert me lo volvían a romper.
—Lo siento —me disculpé. Él me sonrió, y me secó las lágrimas del rostro con sus pulgares.
— ¿Qué sientes?
—No lo sé —susurré un poco más calmada.
El silencio se extendió unos segundos, durante los cuales él separó sus dedos de los míos, y su sonrisa se volvía pequeña hasta hacerse invisible. Continué hipando, y él bajó su mirada a su regazo. Ahora me volvía a sentir mal porque había hecho sentir mal a Robert.
"Mátenme"
— ¿Robert?
—Es curioso —dijo, ignorándome—. Pero si te fijas, eres joven, más pequeña que yo y tú mano es igual a ti. Pequeña, fina, delicada. Y la mía —murmuró, extendiéndola y tomando la mía—. Es grande, áspera y torpe. Llena de venas y algunas heridas.
Elevó su vista y nos vimos a los ojos.
— ¿Qué significa?
—Qué son totalmente diferentes —susurró—. Pero si te fijas... —entrelazó nuestros dedos, y yo miré, expectante—. Encajan perfectamente la una con la otra.
Sonreí torpemente, y no lo pude evitar. Tenía cierta razón.
—Sí...
—Ahora, a mí no me gusta forzar a la gente a que se quede conmigo. Pero dime aunque sea, ¿Qué piensas? Y dime ¿Por qué no?
—Yo creo —comencé, tartamudeando. Robert apretó su mano para darme valor—. Qué no quiero que me rompan más el corazón.
—Ah, ¿Conque por eso dejaste de hablarle a Johnny?
Lo miré, tensa. ¿Cómo se había enterado de eso?
— ¿Cómo...?
—Es obvio, Scar. No sales con nadie más que yo y él. A menos de que tengas a algún enamorado por ahí —me miró severo, pero después sonrió divertido—. ¿Se puede saber que te hizo?
No sé si fue la luna, el mar, o las estrellas, lo que me hizo desahogarme con él. Le conté todo, desde las escaleras del viejo departamento, hasta el momento que tomé un bus para alejarme de su casa y que jamás había vuelto a saber de él. Robert me escuchó atento, palabra por palabra, hasta qué terminé. Durante todo el relato no soltó para nada mi mano, lo que me dio coraje para acabar.
Duramos unos segundos en silencio, de los cuales quería que me tragara la tierra.
—Es un hijo de puta —dijo al fin.
—Lo sé —dije, aunque no estaba segura de querer decirle exactamente así a Johnny.
—Te comprendo ahora, Scar —me sonrió amablemente—. Pero no te preocupes, yo no quiero jugar contigo. Porque yo estoy seguro de lo que siento por ti. Y aunque me dijeras hoy que no, y mañana se me presentara la chica más bonita. Le diría que no.
—Pero, Robert, eso sería egoísta de mí parte —murmuré—. Yo quiero que seas feliz. Con la chica bonita, o alguna fan.
Él besó mi mano.
—No necesito a ninguna. Puedo esperarte lo que tú quieras.
—Hummm —hice una mueca pensativa, viendo mis piernas—. ¿No tiene un tiempo límite, señor Downey?
—Por supuesto.
Me desilusioné, pero no quise demostrarlo. Estaba bien que se cansara de esperar, o que encontrara algo mejor que yo.
— ¿Cuál?
—Mi vida.
Alcé el rostro para verlo, azorada. Pero él sonreía tan tranquilo y confiado, como si nadie lo hubiera rechazado, pero es que no lo había rechazado. ¿Verdad?
—Gracias —susurré apenada.
Él se encogió de hombros, y en un movimiento discreto depositó un suave beso en mi mejilla. La Luna hizo que mi sonrojo se notara, y maldije internamente. Era demasiado hermoso, el muy maldito.
Nota:
Bueno, como buena DEPPra tengo que decir:
¡Feliz cumpleaños Johnny! Chicas nuestro hombre cumple 52 y está más bueno que el pan ;u;
Johnny muero por verte en nuevas películas, como Alicia, eres un ídolo, y te loveo mucho aunque no sepas de mí existencia ahre.
Si lo conozco de 72 me sigo casando con él :'3♥
PD: El sábado habrá capítulo especial por su cumple, y porque lo merecen(?). (No se preocupen, Ducklings, que se viene lo bueno también con Bobbie♥)
Hasta el sábado, se cuidan♥
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top