Capítulo treinta y siete: Espera.

Johnny Depp y Robert Downey Jr aguardaban pacientemente a que el vuelo con el número 7-4-7 llegara a los ángeles. Ambos estaban en un coche que Johnny había alquilado para así pasar un poco más desapercibidos.

Eran las cinco de la mañana, y el aeropuerto estaba vacío, a excepción de las personas que llegaban de los diferentes países del mundo. Robert observaba en silencio, y Johnny tomaba café que habían comprado al salir. No habían podido irse a cambiar o ducharse, ya que tenían miedo de no llegar a tiempo.

Después de dos horas en absoluto silencio, fue Johnny el que se decidió a romperlo.

—Entonces, ¿Cuál es el plan, genio?

—No lo sé.

—Yo opino que si es un gánster debe portar pistolas y esas mierdas en el porta equipaje —Johnny habló, acariciando el volante.

— ¿Y? —quiso saber Robert.

Johnny sonrió.

— ¿Y? —Repitió—. Pues nada, que nosotros tenemos en la porta equipaje mil posters autografiados por ti —explicó Johnny—. Espero que sean anti-balas.

—Mira —Robert giró su cabeza a él—. Nosotros no somos gánster, somos simples actores. Deberías de haber entendido eso al principio. Deberías de haber entendido que quizá perdamos el pellejo.

—Lo entiendo. Por eso estoy aquí.

—Entonces deja de quejarte.

—No me quejo —replicó—. Simplemente creo que si vamos a velar por su seguridad, deberíamos armarnos tan siquiera.

— ¿Armarnos? —ésta vez, fue Robert quién se encargó del tono irónico—. Tienes toda la razón, Johnny, espero haber traído mi permiso para portar armas que siempre cargo conmigo para comprar una. ¿Crees que en el aeropuerto vendan?

—Seguro, y tengo entendido que te las acompañan con un recuerdo de California. Deberías de ir. Yo te sostengo el café.

Robert rodó los ojos, viéndolo fijamente.

—No seas idiota, Johnny.

—No soy idiota. Aporto un plan, que tú no tienes al parecer la mínima idea de haber comenzado a hacer —Johnny se defendió. Robert en cambio, suspiró, asintiendo.

—Puede que tengas razón —corroboró—. Veamos, lo primero que hay que hacer es seguirla. Después... Vale, es tú turno de contribuir —Johnny abrió la boca—. ¡Pero nada de idioteces!

—Bien, señor inteligencia anormal. Tengo que decir que es demasiado improbable todo el universo. No sabemos a dónde la llevaran, no sabemos si en verdad se la lleven, no sabemos si su avión tiene una bomba. No sabemos si fue sólo un truco para apartarnos de ella. No sabemos nada.

—Al grano, Johnny —musitó Robert nervioso.

—Sí se la llevan, los seguimos, si es un lugar con vidrios podremos entrar rompiéndolos y que sea lo que Dios quiera, pero, debemos ingeniar una distracción.

— ¿Qué clase de distracción?

—Uno de los dos deberá entrar con anticipación a la escena, y todos los pistoleros se volverán hacía él. Intentarán matarlo, mientras que el otro saca a la rubia del lugar. Así de simple.

—Bien... Me agrada —Robert asintió señalándolo con un dedo—. Yo la saco, tú los distraes.

— ¿Por qué yo tengo que ser el del trabajo sucio? —Depp frunció el ceño.

—Porque se lo debes, Johnny —repuso Rob—. Le rompiste el corazón, ahora sálvale la vida.

Johnny suspiró, recargando su cabeza en el volante.

—Siento que he pagado ese momento con sangre —murmuró más para sí.

—Pues no con sangre que Scar o yo hayamos visto —se mofó—. Así que Johnny, si alguna vez la apreciaste demuéstralo.

—Lo haré. No necesito que un viejo estúpido me lo repita.

—Bien.

El silencio volvió a hacerse presente en el coche, sólo por unos minutos. Robert bebía café viendo ansioso a la entrada, sin parpadear casi, mientras Johnny lo observaba atentamente.

— ¿Le amas?

— ¿Eh? —dijo Robert.

—Qué si la amas —repitió Johnny.

— ¿A Scar? —Johnny asintió—. Sí. Es la niña de mis ojos.

—Ya —siseó Johnny.

— ¿Y tú?

— ¿Yo qué? —murmuró cansino.

— ¿La amas aún, Johnny?

Depp sonrió.

—Con toda el alma, Bob, con toda el alma.

Robert calló y volvió a concentrarse en la entrada del aeropuerto. Eran ya las siete de la mañana y estaba mucho más habitado que antes. Johnny también observaba atento a cualquier desconocido que se acercase. Pasaron así un buen rato hasta qué Robert le dio un codazo a Johnny.

—Mira, ¿No es tú sobrina? —susurró Robert. Johnny, extrañado, siguió el dedo con el que Robert apuntaba, y no se pudo haber sorprendido más al encontrar en ella en efecto a Megan. Vestida de negro y con gafas de sol.

—Sí; ella es Megan.

— ¿Y que hace aquí?

—Oye, viejo —se apresuró Johnny al ver por dónde iba Robert—. No sé qué haga aquí, pero ella no puede ser... Es decir, es mi sobrina, no dañaría a nadie, ni a una mosca.

—Veremos —Robert soltó un gruñido, y aguardó, inquieto.

Por su parte, Johnny se mordía los labios de desesperación. Megan había estado todo ese tiempo, según, en Londres. ¿Qué hacía ahí? Él no le había dicho nada sobre sus planes, y aunque lo hubiera hecho, ¿Cómo podría haber llegado desde Londres hasta los Ángeles sólo para recibirle?

—Depp.

Johnny giró su cabeza en cuanto escuchó a Robert llamarle; vio en la puerta a su sobrina y en seguida una rubia ojerosa que miraba a Megan llena de incredulidad. Johnny no la culpaba, sentía el mismo asombro.

—Parece que tu sobrina está en algo turbio, Johnny.

—Vaya que sí —musitó, decepcionado.

—No es momento de lamentarse —Robert se ajustó el cinturón—. Arranca tras de ella, no podemos permitir que lastimen a Scar...

Pero Johnny no reaccionaba. No podía conectarse, era impropio pensar que la hermosa nena que había sostenido en sus brazos cuando era él un adolescente pudiera estar haciendo algo así. Durante segundos su mente se inundó de pensamientos vagos, de fiestas de cumpleaños, de los regalos, de las fotos, de los buenos momentos junto a ella.

— ¡Johnny arranca! ¡¿Acaso no ves que se alejan?! —Robert exigió.

—Ya

Johnny encendió el coche y lo puso en marcha por las solitarias avenidas mañaneras. Conducía viendo el cavalier color verde que llevaba en su interior a Scarlett Blackwood y a la pequeña Megan Depp. Su pequeña sobrina. Él la adoraba. Después de sus hijos, Megan había sido lo mejor que le había sucedido, además de que sólo ella sabía cómo llegarle al corazón. Y sólo ella se había mantenido junto a él, mientras sus hijos lo abandonaban por irse con su ex.

—Acelera, maldita sea.

Lo hizo. No opuso resistencia cuando debería hacerlo. No sabía si conducía para ir a rescatar a Scarlett, o rescatar a Megan.

"No es posible", pensaba, tensando sus manos en el volante "la tienen amenazada. Por eso lo hace". Se intentaba animar de todas las maneras posibles. Pero ninguna resultaba tan satisfactoria.

Después de quince minutos de tráfico soportable, llegaron a la zona industrial en los Ángeles. Ahí había muchas fábricas y edificios abandonados, pero también había muchas personas, por lo que no sería raro si ellos entraran después que el Cavalier.

El auto se detuvo por fin en una vieja bodega. Johnny y Robert estacionaron cuadras atrás, y bajaron. Vieron como Megan tiraba del brazo de Scarlett de manera brusca y la tiraba a la bodega. Dos hombres salieron del auto y entraron en la bodega detrás de ellas.

Robert, preocupado, miró a Johnny, el cual le devolvió la mirada.

Tarde o temprano entrarían, con o sin arma.

Ella estaba primero.

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