Capítulo diecisiete: Tras las rejas.

Perseverante y obstinado. Sí, esas eran las palabras que describían a la perfección a Johnny Depp en aquellos momentos. Pasó una semana antes de que llegará a mi pequeño apartamento, tocando apurado y con una sonrisa.

—Le hablé de ti a Tom, y me dijo que el perfil es perfecto... —Se veía tan ilusionado. Tan como un pequeño en Navidad cuando bajo el árbol está el regalo que pidió. Sí así se veía, sólo que un poco más grande y en vez de regalo, oferta de trabajo. Y para mí, no para él.

Le sonreí y le prometí que iría. 

Tenía que ir yo sola, ya que él al parecer debía rodar todo ese día y luego partiría de viaje. 

— ¿De viaje? —pregunté no pudiendo ocultar un tono de aflicción en mi voz. Él asintió mientras se reclinaba en la pared, se veía como un chico malo que esperaba una oportunidad para hacer una travesura.

—Me voy a europa de nuevo, pero ésta vez con el equipo de producción —respondió.

—Genial. —dije.

Pero no era así.

No era para nada, genial. De hecho era todo lo contrario a eso. El señor Depp se iba una semana entera y me dejaba aquí, sola y a mi suerte. Bueno, quizás dramatizaba la situación pero no quería verme sola.

Sin él, para ser más exacta.

Había sido una semana tranquila. Mi corazón roto se había repuesto rápidamente gracias a la luz eléctrica que había regresado al parecer, después de muchos años de no haber sido encendida en aquel lugar olvidado por Dios. La luz eléctrica me alegró por el simple hecho de que en algunas noches de pesado insomnio había podido iluminar la habitación donde dormía y podía examinar detenidamente.

La primer noche (qué fue dos días después de la entrevista) Me levanté después de mil inútiles intentos de conciliar el sueño. Miré alrededor y sólo estaba el closet desvencijado y cuatro paredes de color blanco con graffiti de colores y palabras obsenas. Ya me había acostumbrado a ellas... Sin embargo había algo anormal... Me sentía observada. Suspiré e intenté calmarme, así qué me levanté y comencé a inspeccionar el closet que jamás había abierto.

Nada, no había nada.

Pero tampoco esperaba encontrar algo.

Suspiré y me crucé de brazos mirando la cama. Observé que no estaba uno de mis zapatos, así qué me arrodillé en el suelo y me aventuré a  buscarlo debajo de la cama.

Que horror.

Sí en el closet no había nada, ahí había quizás hasta cadaveres. Estaba lleno de envoltorios de marcas de papas fritas que ya ni existían, latas de cerveza, refrescos aún llenos (mohosos) Latas de atún... Era un verdadero basurero. Y me regañé mentalmente ¿Cómo no había podido limpiar aquel lugar?

Rápidamente fui por la vieja escoba y me puse en acción. De verdad que había conocido cosas inmundas pero el infierno mismo estaba metido bajo esa cama, suspiré negando ligeramente a la vez que me inclinaba sin cesar, barría y para mi suerte ningún bicho o molesto animalito salió de ahí. Cosa rara.

"Se habrán intoxicado con ésto" Pensé, y la verdad que me hubiera gustado haberlo dicho en broma. Pero no era ninguna broma.

Casi al finalizar, cuando mi frente estaba perlada de sudor y mis energías nocturnas estaban casi agotadas, tomé la última capa de basura que había debajo.

Pero no era basura. 

Al ver aquello, fruncí el ceño, y detuve toda actividad. Me incliné y tomé la bolsa color azul de plastico. Olía a viejo y polvo, encierro. Saqué de su interior muchas revistas. Tiré la bolsa a un lado y me senté en la cama a verlas. Todas tenían el mismo título "playboy"  Y un sonrojo invadió mi rostro al abrir la primer edición. Vaya que el señor Depp tenía muy oculto su pasado.

Guardé las revistas en el closet, debían ser algo muy preciado para estar tan bien escondidas y cuidadas. Seguía sonrojada por mi descubrimiento. 

Me acosté de nuevo, y cerré los ojos pero ésta vez otra cosa me impedía dormir: Johnny Depp.

Fue un pensamiento fugaz, producto quizás de mi reciente descubrimiento, pero no pude evitar pensar en un señor Depp adolescente, moreno, sonrojado y sin camisa que sudaba por todo el torso en el día más caluroso de california viendo sin ningún pudor aquellas revistas, pensando y soñando quizás en que tenía alguna de esas chicas desnudas a su lado, complaciendole, cerrando los ojos y suspirando entre fantasias.

Me estremecí y me regañé mentalmente al imaginarlo así, porque algo en mí interior me decía que él no era un pervertido... Al contrario, era yo al imaginarlo sin camisa.

Pero sin duda, era una escena sexy. Pagaría por verla.

 "Él es tú protector, deberías respetarlo" Me regañó mi conciencia. Y tenía razón, así que mejor me puse a tararear una canción tenía que alejar esa escena de mí cabeza.

Pero la única canción que venía a mí mente era Hotel California.

Y, maldita sea, eso sólo hacía que mí imaginación volara más con un sexy Johnny Depp conduciedo o caminando por el desierto agitado, sudoroso y el viento agitando su alborotado cabello.

Dios.

El día que llegó a decirme de la oferta tuve que poner todo de mí parte para no tartamudear o sorojarme, porque a pesar de la edad el actual Johnny Depp en el desierto seguía siendo algo muy, muy tentador de ver.

—El treinta y uno de Diciembre a las seis de la tarde en su oficina, Scarlett. ¿Crees poder ser puntual? Es un fanatico de la puntualidad —Me avisó. Yo lo miraba atentamente, y asentía a todo. Aunque creo que jamás le negaría nada.

—Bien —dije con voz chillona. Fruncí el ceño y tosí. Él frunció el ceño.

— ¿Todo bien?

—Sí —Me apresuré a responder.

Nunca le diría de las revistas.

Moriría de pena.

Él moriría de pena.

Además, era algo normal. Totalmente normal, se me olvidaría en unos días.

El treinta y uno de Diciembre a las cinco cincuenta y cinco estaba yo ascendiendo por el elevador de unos costosos estudios. Me preguntaba mentalmente si aquellas personas tenían vacaciones alguna vez. Sí yo llegaba actuar no filmaría esos días.

Ni muerta.

La recepcionista me condujo a una oficina mucho menos modesta a la que había visitado en mí primer entrevista. Ésta era grande, decorada con mal gusto pero se veía muy costosa, y ostentosa.

Después de algunos minutos de espera sentada en una de las sillas de cuero café la puerta se abrió. Mi cuello se giró y vi a un hombre de edad mediana y traje impecable. Rostro soriente, se veía amable.

—Buenas tardes, es la señorita Blackwood con la que hablo ¿Cierto?

—Así es —respondí mientras él me miraba fijamente. Asintió.

—Bien —dijo y caminó hacía uno de los sofás de razo negro. Se sentó,sin entenderle yo, pues pensé que se sentaría tras su escritorio, como todos. —Venga. Sientese conmigo, de ahora en adelante usted será mí amiga, y los amigos merecen trato preferencial. —Explicó. Sonreí y le hice caso. Me puse en pie y caminé hacía el enorme sofá sentandome junto a él, alejada obviamente.

—El señor Depp me dijo...

—Olvidate del señor Depp, linda. Yo te haré una estrella —murmuró con voz grave. Sentía sus ojos penetrantes encima mío, y sentí su cuerpo más cerca del mío. Me incomodé y miré a otro lado.

—Lo siento, pero él es mí mentor.

—Pues él no puede hacer mucho por ti —Fruncí el ceño y lo miré fijamente, sin entender— Leí tú historial. Los únicos estudios que tienes son unos meses en el RADA... No experiencia, ni conocimiento profundo del arte dramatico —Sonrió y puso una de sus largas manos en mis mejillas. Me sentí intimidada, me quede quieta

— ¿Qué propone? —pregunté en un hilo de voz. Pegó su cuerpo al mío a la vez que rodeaba su brazo en mí hombro.

—Podemos discutirlo en un hotel, linda —Su aliento quemaba mi rostro. Al oír eso me puse de pie, pero me volvió a sentar con fuerza, abrazandome a él.

—A ningún lado, bonita —Dijo y me abrazó, depositando sus fríos y desagradables labios en mí cuello. Me movía con fuerza pero era mucho más fuerte que yo.

— ¡Auxilio! —grité, forcejeando con aquel tipo. Él sólo rió y siguió besandome vulgarmente, unas lágrimas escapaban de mis ojos. Me sentía débil y tonta al desagradable contacto de él.

Entonces el señor Depp vino a mi mente, y tomé fuerza suficiente para darle una mordida en la mejilla y darle una patada en su entrepierna.

Funcionó.

Tomé aire y tambaleante me puse en pie, corriendo con ganas, dejando en la oficina al tipo retorciendose de dolor.

Quería llorar

Pero no lo haría ahí.

Vi la salida, y corrí con todas mis fuerzas. Pero cuando estaba por llegar unos brazos me sujetaron fuertemente por detrás. Y grité.

— ¡Te tengo Ladrona! —dijo una voz aspera. ¿Ladrona? ¡Pero no había robado nada! —Quedas arrestada —y sentí el frío metal acorralando mis muñecas.

Jamás había estado tan confundida en mí vida.

Un violador venía detrás mío y me arrestaban por robar. 

— ¿Es ésta la que robó su reloj, señor? —preguntó el oficial.  Yo miré a donde él veía y vi al hombre que intentaba violarme. Se veía perfido, muy distinto al que conocí cuando cruzó el umbral. Él asintió fríamente.

—Así es, ésta es la ladrona. —mintió. Gruñí mirándolo con desprecio.

— ¿No la llevamos? 

—Llevensela —ordenó frío. Y el policia me arrastró hasta la puerta, después me arrastró a la patrulla mientras murmuraba un montón de leyes que desconocía. Subí a la patrulla tragandome las lágrimas.

A éstas alturas debería estar insensible ante las caídas que he sufrido durante toda mí vida, pero era inevitable no sentirse mal.  Era inevitable creer, ilusionarse y esperar para después someterse a una trágica aniquilación de los sentidos, de las ilusiones, de las esperanzas.

Recorría las calles en aquel auto desconocido en silencio. 

Quería irme de nuevo a Londres, y se lo diría al señor Depp, se lo pediría. 

Estaba más que claro que no había nacido para ser una estrella, como las que adornaban el paseo de la fama. Una de ellas seguro tenía el nombre de él.

Pero jamás tendría una con el mío, y mucho menos una estrella junto a la de él. 

Sí que soñaba.

Me llevaron a lo que pude deducir era la comisaría. Era tratada como la peor escoria que hubiera pisado estados unidos alguna vez. Dolía. 

Me ficharon, y aún no sabía porque. 

Pero lo más fuerte, lo que tumbó mi espíritu, lo que desgració mi alma, fue verme tras esos barrotes de hierro que creí sólo conocería por las películas, jamás por mi cuenta. 

Siempre he intentado hacer lo correcto. Siempre he sido buena, jamás, jamás he hecho algo que amerite aquel castigo. 

Mí celda estaba sola, sí que me tumbé en eso que hacían llamar "camas" pero que en realidad estaban duras, y hundí mi cabeza en la almohada fría y sucia, ahogando algunos sollozos, no quería llorar sí el señor Depp iba a por mí, pero los minutos se convirtieron en horas, y al ver que nadie acudía por mí me sentí sola. Sola por completo.

Hasta que no se en que momento, me quedé dormida.

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