Prólogo
Sobrellevar la pérdida de un ser querido es uno de los mayores retos que podemos enfrentar. La muerte de, por ejemplo, un hermano, puede causar un dolor especialmente profundo. Podemos ver la pérdida como una parte natural de la vida, pero aún así nos pueden embargar el golpe y la confusión, lo que puede dar lugar a largos períodos de tristeza.
Todos reaccionamos de forma diferente a la muerte y cada uno tenemos nuestros propios mecanismos para aguantar el dolor que ésta produce.
Sin embargo, nadie es inmune al sufrimiento.
La mayoría de nosotros puede superar la pérdida y continuar con sus vidas, por lo que nos damos cuenta de que los seres humanos, por naturaleza, tenemos una gran capacidad de resiliencia. Pero algunas personas lidiamos con el duelo por más tiempo y nos sentimos incapaces de continuar con nuestras vidas.
El dolor emocional es la herida que nadie ve y que más tarda en curar. Todos nosotros tenemos alguna, o más de una. El dolor emocional siempre nos hace sufrir y siempre nos recuerda dónde está la herida. No hay nada que nos pueda destruir más que la muerte de un ser querido. Ante su falta es cuando llegamos a comprender que no hay nada más terrible que la muerte.
La herida de dolor que se abre es muy difícil de sanar.
Y mientras sufrimos, nos atormentamos intentando comprender la inmensidad de nuestra pérdida y cómo podremos ser capaces de superar tanto dolor.
El duelo es el proceso psicológico de adaptación a una pérdida dolorosa. Es parte de una adaptación necesaria e inevitable.
Se compone de varias fases. Lo califican como normal, dinámico, íntimo y activo.
Puede que haya factores de la personalidad que puedan producir un crecimiento postraumático que incluye cambios en uno mismo, en las relaciones interpersonales y en el sentido de la vida. El crecimiento postraumático puede coexistir con el sufrimiento. De hecho, las emociones difíciles pueden ser necesarias para que se produzcan estos cambios.
La pérdida de alguien querido es una de las experiencias que más dolor psicológico produce. Sin embargo, dentro de esta clase de experiencias dolorosas existen matices, formas diferentes de vivir el duelo tanto en lo emocional como en lo cognitivo.
El duelo normal suele estar estructurado en etapas que se producen sucesivamente:
La primera etapa es la de negación. El hecho de negar la realidad de que alguien ya no está con nosotros porque ha muerto permite amortiguar el golpe y aplazar parte del dolor que nos produce esa noticia. Aunque parezca una opción poco realista, tiene su utilidad ya que ayuda a que el cambio de estado de ánimo no sea tan brusco que nos dañe de forma irreversible.
La negación se produce de forma distinta en algunos casos. Aunque aceptemos verbalmente que el ser querido ha muerto, a la práctica puede que adoptemos un comportamiento incrédulo, como si eso fuese una ficción transitoria, es decir, un papel que nos toca interpretar sin que nos lo creamos del todo. En otros casos, la negación es directa, y se niega de manera evidente la posibilidad de que se haya producido la muerte.
La negación no puede ser sostenida de manera indefinida, porque tropieza con la realidad que aún no se ha llegado a aceptar del todo, así que terminamos abandonando esta etapa.
La etapa que le sucede es la de la ira. La rabia que aparece en esta fase es fruto de la impotencia que produce saber que se ha producido la muerte y que no se puede hacer nada para arreglar o revertir la situación.
El duelo produce una tristeza profunda que sabemos que no puede ser aliviada actuando sobre su causa, porque la muerte no es transformable. Además, la muerte es percibida como el resultado de una decisión, y por eso se buscan culpables. Así, en esta fase lo que domina es el choque de dos ideas con una carga emocional muy fuerte, por lo que es fácil que se den estallidos de ira.
Por eso aparece esa fuerte sensación de enfado que se proyecta en todas las direcciones, al no poder encontrar una solución ni alguien a quien se le pueda responsabilizar completamente.
La siguiente etapa es la de negociación; ahora se intenta crear una ficción que permita ver la muerte como una posibilidad que estamos en posición de impedir que ocurra. En la negociación, que puede producirse antes de que se produzca la muerte o después de esta, fantaseamos con la idea de revertir el proceso y buscamos estrategias para hacer que eso sea posible.
Del mismo modo, el dolor es aliviado imaginando que hemos retrocedido en el tiempo y que no hay ninguna vida en peligro. Pero esta etapa es breve porque tampoco encaja con la realidad y, además, resulta agotador estar pensando todo el rato en soluciones.
La penúltima etapa es la de depresión. Aquí decidimos dejar de idealizar realidades paralelas y volvemos al presente con una profunda sensación de vacío por la ausencia de ese ser querido que ya no está con nosotros.
Aquí aparece una fuerte tristeza que no se puede mitigar mediante excusas ni mediante la imaginación, y que nos lleva a entrar en una crisis existencial al considerar la irreversibilidad de la muerte y la falta de incentivos para seguir viviendo en una realidad en la que el ser querido no está. Es decir, que no solo hay que aprender a aceptar que la otra persona se ha ido, sino que además hay que empezar a vivir en una realidad que está definida por esa ausencia.
Y por último: la etapa de aceptación. Es en el momento en el que se acepta la muerte del ser querido y que ese sentimiento de superación está bien. En parte, esta fase se da porque la huella que el dolor emocional del duelo se va extinguiendo con el tiempo.
No es una etapa feliz en contraposición al resto de etapas del duelo, sino que al principio se caracteriza más bien por la falta de sentimientos intensos y por el cansancio. Poco a poco va volviendo la capacidad de experimentar alegría y placer, y, a partir de esa situación, las cosas suelen volver a la normalidad.
El dolor emocional se supera con nuevas ilusiones, con nuevos alientos y esperanzas. Son heridas internas que cicatrizarán poco a poco y que cada día dolerán un poco menos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top