Capítulo 9




Harmony y Brodie salieron tras de mí. Les repetí mil veces que lo que había ocurrido ahí dentro no me afectaba, que, de echo, era algo que había tardado demasiado en ocurrir. Puede que me mereciera ese desprecio, pero no iba a tolerarlo.

Convencí a Harmony para que volviera al cumpleaños pues Amanda se estaba divirtiendo. Sin embargo Brodie no quiso alejarse de mí, y entró en mi coche antes de que yo lo arrancara.

—No es justo —dijo él—. No tiene derecho a hablarte así.

Suspiré y salimos del recinto.

—Da igual, Brodie... de verdad. Sé que cometí errores, que me fui sin mirar atrás y como consecuencia herí a muchas personas. Sabía que volviendo no todo iba a ser de color de rosas.

Él se quedó unos segundos en silencio, pero luego me preguntó:

—¿Qué has hablado con Elliot?

Me sorprendió su atrevimiento. ¿Acaso era de su incumbencia lo que había tratado con Elliot? Pero entonces recordé una vez más que todo no era como antes. Recordé que Elliot y yo no nos debíamos ninguna clase de intimidad, y que Brodie solo se preocupaba por mí.

—Ambos le conocemos, y sabemos que Elliot nunca dejará de ser amable —contesté—. Él es bastante maduro y me ha olvidado, por lo que no me guarda ningún tipo de rencor. Lo nuestro es pasado.

Lo nuestro es pasado pero solo por su parte.

—Elliot lo pasó muy mal cuando te fuiste, pero ha sabido superarlo. Tienes razón, él por naturaleza es amable, y tiene muchos problemas para ponerse a hacer el ridículo tal como ha hecho Grace.

Quería zanjar el tema.

—Ya —contesté simplemente.

***

22 de mayo de 2017

Para ese día, Edel, May y yo ya nos habíamos instalado en nuestro nuevo departamento. Aquel sería nuestro primera noche durmiendo allí. Edel no dejaba de investigar cada rincón, y May no dejaba de estornudar por el polvo de las cajas.

Aún llevaba poco tiempo de vuelta en Baltimore, pero las cosas iban avanzando. Brodie ya me había presentado un proyecto más detallado y yo ya le había dado el visto bueno para que comenzara lo antes posible.

Mientras acomodábamos algunas cosas, alguien llamó a la puerta. May fue la encargada de abrir mientras yo colocaba la compra en la nevera, y aunque no veía quién había llegado, podía escucharlas:

—Ehm... hola —saludó May.

—¡Bienvenida! —exclamó una voz femenina—. Somos tus vecinas de al lado, y hemos querido traeros un bizcocho de bienvenida.

—Lo ha hecho mi madre —habló otra mujer—. Tiene unas manos mágicas para la repostería.

—¡Sephie, ven! —gritó May—. ¡Mira qué guay!

Dejé las cosas que tenía en la mano sobre la encimera y me acerqué hasta ellas, las cuales ya habían entrado. Sentí mi cara helada al ver de quién se trataba: era una dulce mujer de unos cuarenta años junto a Naya.

Naya, al verme, también cambió de rostro. Pasó de ser uno alegre y desenfadado a uno de sorpresa e incredulidad. Sabía perfectamente quién era yo.

—Yo me llamo Flossie. Y ella es mi hija, Naya.

Intenté respirar profundamente con disimulo y esbocé una gran sonrisa.

—Yo me llamo Josephine Bellec, encantada. Y ella es May.

La madre de Naya, Flossie, al escucharme, la miró. Ésta asintió disimuladamente. Sabía lo que estaban diciéndose en aquella conversación no verbal. Tanto una como la otra sabían quién era yo. La única que no se enteraba de nada era May, la cual miraba sin perder de vista el gran bizcocho.

—¿De qué es? —preguntó.

—De chocolate y trufa —contestó Flossie, fingiendo que nada había pasado.

—¡Mmm! No veo el momento de probarlo. ¿Os queréis quedar y merendamos?

Flossie y Naya se miraron por décimas de segundos y después ésta segunda dijo:

—Yo al menos no puedo, he quedado con mi novio.

Su madre dijo que tampoco podía y tras cruzar unas cuantas palabras más, se marcharon. May se dirigió a la cocina con el bizcocho y volvió al salón con un gran trozo en un plato.

—Qué majas —comentó.

—Es la novia de Elliot —dije, aún pensando en lo que acababa de ocurrir—. Dime, ¿por qué tengo tan mala suerte? ¿Por qué he tenido que elegir vivir al lado de la novia y la suegra de la persona que sigo enamorada?

May, desconcertada, escupió el pedazo de tarta.

—¿Y si querían envenenarnos?

Rodé los ojos y me senté en una de las sillas de forma desgarbada. Suspiré y vi cómo Edel me observaba fijamente, ella parecía divertirse con mi situación.

—De verdad creo que me he equivocado en volver —musité—. Creo que no fue una buena idea. Nicola tenía razón. Me tenía que haber quedado en Milán. Elliot ha vuelto con su novia, la cual ahora es mi vecina. Mi hermana está con la peor escoria que pude haber imaginado y nadie me quiere aquí.

—Sephie...

—Nunca pensé que todo fuera fácil, que la gente me estuviera esperando o me recibieran amablemente. Pero... bah. Olvídalo. Lo merezco.

—No lo mereces —respondió ella, seria—. No son nadie para juzgarte. Todos se dan golpes de pecho aquí, pero nadie estuvo cuando estuviste mal.

—Yo no lo permití.

—¡Estabas destrozada! —exclamó—. Y nadie se preocupó en ti verdaderamente. Solo te dejaron marchar.

—No lo sé.

—¿Crees que te tratarían así si conocieran de verdad cómo estuviste? Ellos son incapaces de imaginar a otra Josephine que no sea la de ahora. Mírate, eres hermosa, toda una triunfadora. Les es imposible pensar que antes de todo esto, hubo una persona que intentó suicidarse ocho veces.

Un hormigueo se instaló en mi cabeza y reprimí las ganas de llorar. No me gustaba hablar de ello. No estaba orgullosa de lo que había hecho –o intentado–, tiempo atrás.

La primera vez que lo había intentado había sido justo antes de irme, en aquel lugar que frecuentaba con Jasmine. En aquel momento sentí que no estaba sola, que a pesar de su muerte, ella continuaba conmigo. Pese a eso supe que aquella idea era una fantasía.

Fue ese el motivo principal de mi huída. Nada justifica lo que hice, pero en ese momento fue lo que vi más oportuno. En el momento en el que Jasmine había dejado de respirar mi cabeza comenzó a funcionar raro. Estaba continuamente aturdida. No veía la salida y la solución, pensé que aquel dolor tan intenso sería parte de mí de por vida y yo sabía que no podía soportarlo.

Creo que me dejé llevar por mi instinto más primario. Recuerdo que mi abuela Tessy tenía un perro cuando yo era más pequeña, y se llamaba Ice. Jasmine y yo pasábamos las tardes enteras en su casa porque amábamos a los animales, y debido a la alergia de Jacquie nunca nos habían permitido adoptar uno.

Antes de que Ice cumpliera los diecisiete años comenzó a ser diagnosticado con distintas enfermedades debido a su avanzada edad, y unos meses después murió. Unos días antes de que esto ocurriera se alejó de todos para no causar tanto dolor en sus seres queridos.

Algo así me ocurrió a mí. Era incapaz de sobrellevar aquel dolor tan vehemente y supe que terminaría acabando yo misma con mi vida.

Al igual que hizo Ice, yo también me alejé de la gente que me quería para no herirlos.

Recuerdo que en el vuelo a Milán no dejé de pensar en todas las maneras posibles de acabar con mi vida. Fantaseaba con poner punto y final a esa agonía, e intenté hacerla realidad varias veces.

Todas fallidas.

La última vez fue la peor, y quizá la que me hizo recapacitar. No me di cuenta hasta ese momento, en el que casi perdí la vida de verdad, que las tres últimas veces que había intentado suicidarme había sido por el mero hecho del sentimiento de felicidad que me proporcionaba pensar que moriría. Me había vuelto adicta a muchas cosas, pero también a esa especie de adrenalina que sentía minutos antes de ser rescatada.

Ahora que estaba bien me arrepentía de todo lo que había hecho, y aunque me doliera cómo estaba la situación en aquel momento en Baltimore, realmente sabía que irme había sido lo más acertado. Prefería que todos me odiaran por abandonarles a ser incapaz de mirarles a la cara por haberles hecho sufrir tanto debido a mi absurda desesperación por morir.

***

24 de mayo de 2017

Harmony me había citado en una cafetería para almorzar. Llegaba unos minutos tarde, por lo que intenté aparcar lo más cerca posible al establecimiento. Cuando lo conseguí bajé del coche y cuando fui a cruzar la carretera, vi a mi padre. Llevaba más de dos semanas en Baltimore y no me había preocupado en saber nada de él.

Mamá decía que había cambiado, y aunque fuera verdad, yo era incapaz de perdonarle.

Sin embargo intenté tener consideración con él y crucé la calzada con celeridad para cruzar algunas palabras con él. Cuando fue a abrir la puerta de su coche yo ya estaba tras él.

—Hola.

Frank giró sobre sus talones y al verme retrocedió con vigor, estampando su espalda contra la puerta del coche. Me miró por varios segundos, sus pupilas se dilataron y comenzó a sudar. Si bien su piel era clara, en ese momento se tornó de un tono marfil preocupante.

Comenzó a agitar su mano, y apartó su rostro a su costado derecho, para no verme.

—Vete, vete —titubeó con el cuello rígido—. Vete, vete, vete, vete, vete, vete...

—¿Papá?

Intenté agarrar su hombro, pero él se zafó... con miedo. Tenía miedo de mí.

—No es real. No es real. No es real.

—Claro que soy real.

No entendía nada.

—¡No eres real! —gritó, captando la atención de varias personas—. ¡No lo eres! ¡Déjame!

—Señor, ¿le ocurre algo? —se interesó un hombre ante el estado en el que Frank se encontraba—. ¿Está bien?

Frank no dejaba de temblar, y el hombre le cogió de los hombros para calmarle. A él sí se lo permitió. Vinculó su mirada desesperada a la del desconocido y dijo:

—Dígale que se vaya —murmuró meneando su cabeza, en un especie de tic—. Dígale que desaparezca, por favor. Dígale a Geraldine que me deje vivir tranquilo.

Frank estaba llorando, y yo ni si quiera entendía por qué me había llamado así. ¿Quién era Geraldine, y por qué me estaba confundiendo con ella?

—Señorita Geraldine, lo mejor es que deje al caballero tranquilo —me dijo el hombre—. Déjele. No sé qué es lo que estaban tratando, pero este caballero está sufriendo un ataque de ansiedad. Debe calmarse, y después si quieren hablen. Ahora necesita estar tranquilo. Váyase o tendré que llamar a la policía.

Estaba tan confundida que no sabía qué hacer. Cuando repitió por segunda vez que llamaría a la policía si no me iba, reaccioné y entré a la cafetería dónde Harmony me había citado. Sin embargo no dejé de observarlos. En cuanto Frank me perdió de vista dejó de comportarse de esa forma tan extraña, compartió un par de palabras con el desconocido y se marchó en el coche.

Tomé asiento en uno de las mesas libres del lugar y mientras esperé que Harmony llegara, marqué el teléfono de mi madre.

—¡Cariño! Estás muy perdida. Ayer te estuve llamando.

—Estaba ocupada, mamá. Pero te llamo por algo importante...

—¿Estás bien?

—He visto a Frank.

Ella se quedó callada.

—Se ha comportado muy raro, mamá. No dejaba de repetir que no quería verme, que yo no era real, incluso me ha llamado por otro nombre. Mamá, ¿él está bien? Siento que ha perdido la cabeza.

Ella no contestaba, pero por su respiración sabía que continuaba ahí.

—¿Mamá?

—No es algo que se deba hablar por teléfono, Josephine.

—Pero quiero saberlo. ¿Qué le ocurre?

—Prometo que te lo contaré, pero esta no es la manera. Entiéndelo. Es algo delicado.

—Mamá, quiero saberlo aho...

—Hola, Josephine.

Levanté la vista y Shelby estaba tomando asiento frente a mí.

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