Capítulo 8
16 de mayo de 2017
Para mi grata sorpresa, Lana y Zane aceptaron –según Brodie, encantados– que asistiera al cumpleaños de su pequeño Eric. Eso me había causado algo de emoción, pero también nervios. Iban a ir todos mis amigos. O, al menos, los que tiempo atrás habían sido mis amigos. Incluso iría Elliot.
¿Cómo podía terminar todo aquello?
Sin saber qué regalarle al pequeño Eric, llamé a Harmony, que supuse que lo conocería algo mejor. Me habló de su peculiar gusto por cocinar –heredado de su abuela materna–, y de algunas cosas más comunes: fútbol, béisbol... pero me decanté por lo primero. No tardé en ir aquella misma mañana de su cumpleaños a una juguetería y comprarle una gran cocina amortiguada para niños de su edad de color morada.
Un poco antes del almuerzo recogí a Amanda y Harmony y las tres nos dirigimos en el Impala al Zana Resort. Por el camino no pudimos parar de reír al escuchar parlotear a la pequeña. Sin duda no había salido en nada a su padre.
Estacioné en un lugar libre de los aparcamientos y tuve que cargar con Amanda en brazos, por lo que Harmony tuvo que portar los regalos. Nada más vernos Brodie descargó a la pobre Harmony y nos guió hasta la sala donde se celebraba el cumpleaños.
Cuando entramos al lugar ya había bastante gente. Brodie dejó nuestros regalos junto a los demás y cuando se percató de que me había quedado paralizada al lado de la puerta, se acercó a mí.
—Ven, vamos a saludarlos —dijo con dulzura.
—Déjame en el suelo tía Jo.
Hice tal lo que me había pedido Amanda y ella no tardó en corretear junto a los demás niños que se encontraban en la sala. Sonaba una canción infantil por lo bajo e intenté concentrarme en ella para no ser arrastrada por mi nerviosismo.
A los primeros que nos encontramos fueron Lana y Zane, que al vernos dejaron de charlar con unas personas y se acercaron a nosotros.
—Hola —saludó Lana besando mi mejilla—. Qué gusto verte, Josephine.
El encuentro fue un tanto frío, pero me relajó un poco su acercamiento.
—Hola Lana, hola Zane —contesté y entonces fue cuando él rechazó sutilmente mi beso en la mejilla.
—Hola.
Y comenzó a hablar de una trivialidad con Brodie. Tanto él como Lana se percataron de su gesto tan descortés; pero decidimos no hacer nada al respecto.
—¿Quieres conocer a Eric? —me ofreció Lana con una media sonrisa—. Es un niño guapísimo, verás.
Asentí con una sonrisa y Lana me agarró del brazo y nos acercamos hasta donde estaban todos los niños. Solo reconocía a Amanda, por lo que decidí esperar a que Lana se acercara a uno de ellos y lo trajera para presentármelo.
—Mira, Eric. Ella es Josephine —dijo Lana de cuclillas, agarrando los hombros de su hijo.
Él permaneció callado. Para ser sinceros era bastante guapo, tal como me había dicho Lana; no había sido un alarde de madre orgullosa. Sus mofletes eran algo gorditos, sus ojos eran de un azul precioso, semejantes a los de Zane; sin embargo su cabello era azabache, como el de su madre.
—Hola, Eric —saludé agachándome—. Tenía muchas ganas de conocerte.
Eric escondió el rostro en el hombro de Lana. Ella blanqueó los ojos y le cogió con sutileza del mentón.
—Bebé, saluda a Josephine —le dijo con amabilidad, después me miró a mí y agregó—: es un poco vergonzoso.
—No pasa nada, es normal. No me conoce.
—Venga, Eric, saluda a Josephine, la amiga de mamá —insistió Lana y entonces él niño despegó la cabeza de su hombro y me miró.
—Hola Jo... Jo... Jojo.
Escuchar cómo me había nombrado me hizo inhalar con profundidad. Aún seguía escociéndome el alma escuchar aquel simple nombre. En la realidad solo lo escuchaba una vez; pero en mi interior se repetía un doloroso eco con la dicción muerta de Jasmine.
Esbocé una leve sonrisa, intentando ocultar mi verdadero estado de ánimo.
—¡Muy bien, bebé! Ahora dale un beso.
—Ño.
Las mejillas de Lana se tiñeron rápidamente de color rojo; sin embargo a mí me sacó una sonrisa genuina.
—No lo obligues. Él tiene que hacer lo que quiera.
—Pero tiene que ser educado. Eric, dale un beso a Josephine.
—Mamáááááááá...
—Lana, de verdad, no es necesario. Es comprensible.
Lana asintió algo avergonzada, besó la frente de su hijo y se incorporó. Me miró directamente a los ojos por varios segundos, en silencio, y después agarró mi hombro con dulzura.
—No tuve la oportunidad de decirte cuánto sentía la pérdida de tu hermana. No quiero ni imaginarme cómo debiste sentirte. No puedo defender tu comportamiento pero tampoco puedo juzgarte, Josephine. Sé que eres una buena mujer. Solo espero que todas tus heridas hallan sido sanadas.
Mis ojos comenzaron a picar, pero me hice la fuerte, tragué saliva y asentí débilmente.
—Gracias Lana, no sabes cuánto me ayuda escuchar esto. En ese momento estaba rota, realmente rota de dolor. Me comporté mal, tuve mil errores, hice cosas de las que me arrepiento. Pero son esos fallos los que me han hecho estar aquí.
Lana sonrió con empatía.
—Aquí sigues teniendo una amiga.
Fue tras aquella frase cuando se me hizo imposible ocultar más la emoción y un par de lágrimas se desbordaron por mis ojos. Al percatarse de cómo me sentía, los ojos de ella comenzaron a brillar.
—¿Puedo darte un abrazo? —pregunté enjugando mis lágrimas.
Lana, sin contestar, me envolvió entre sus brazos. Acarició mi pelo con cariño, y sentí que su afecto era verdadero. Me sentí feliz por ello. Lana había sido una persona muy importante para mí y esas palabras eran significativas.
—¡Lana! Lana —interrumpió Zane en un tono fastidioso, haciendo que ambas nos separáramos—. Acaban de llegar tus padres.
Lana me miró, disculpándose con la mirada.
—No pasa nada, Lana. Ve. Tenemos mucho tiempo para hablar.
Ella asintió y se alejó junto a su marido, el cual parecía murmurarle algunas cosas. Parecía que, por el contrario de su mujer, a él no le agradaba especialmente mi presencia.
—¡Mira, tía Jo, mira!
Vinculé mi mirada a la pequeña Amanda, que intentaba captar mi atención de todas las formas posibles. Cuando se percató de que lo había conseguido, escaló unas pequeñas escaleras y se tiró por el tobogán para caer directa a una piscina de bolas de colores.
—¡Increíble, cariño! —exclamé—. ¡Pero no le tires bolas a la cabeza a los demás niños! ¡Amanda!
Escuché una risa justo al lado mía, y giré mi cabeza para saber de quién se trataba.
Ambos nos quedamos mirándonos fijamente, callados. Mi corazón comenzó a bombear con fuerza, y mis piernas flaquearon considerablemente.
—Hola, Josephine.
Pestañeé varias veces antes de contestar.
—Hola, Elliot...
No desvíabamos la mirada el uno del otro, y parece que a ambos nos costaba hablar. Dios..., quería decirle tantas cosas. Pero no era el lugar, ni el momento... de hecho nunca lo sería. Miré a nuestro alrededor y dije sin pensar:
—¿Y Naya?
Elliot inclinó levemente la cabeza, formó una fina línea con sus labios y rascó su nuca.
—Ella no ha podido venir hoy. Está trabajando.
—Ah.
Dejé de observarle y volví la vista a los niños. ¿Por qué me había sentado mal esa respuesta? Yo la había buscado. ¿Qué quería que me contestara? En realidad necesitaba explicaciones. Necesitaba saber por qué había vuelto con ella. Me carcomían los celos. Sin embargo sabía igual de nítidamente que no tenía derecho a nada.
—Josephine, me gustaría hablar contigo —dijo.
Le miré por segundos; después volví a dejar de hacerlo.
—¿Conmigo? —pregunté.
Elliot frunció el ceño y esbozó una leve sonrisa.
—No conozco a otra Josephine.
—Por suerte para ti.
Él se mantuvo en silencio por unos segundos; no le había agradado lo que había dicho pero, era la verdad. Era lo que yo pensaba que él debía sentir.
—Por favor —dijo.
—Vale.
—¿Salimos?
—Si crees que salir juntos y solos no hace sentir mal a alguien...
—Naya no se enfada por estas cosas.
Pilló perfectamente a lo que me refería. De repente sentí que había pasado de ser una persona; su ex, para ser más exactos, para convertirme en "estas cosas". Elliot avanzó hasta la puerta de cristalera que daba al patio y fui tras él. Conseguimos atraer alguna que otra mirada, pero si a él no le importaba no sería a mí a quien le afectara.
Llegamos en silencio al patio y nos ubicamos en un lugar donde no nos podían ver de dentro. Elliot paseó en círculos por un rato, suspiró dándome la espalda y comenzó a hablar:
—Me gustaría disculparme por mi comportamiento del otro día. Me pillaste en un mal momento. No sé si te has enterado, pero mi padre sufrió hace unos meses un infarto y desde ese momento me estoy haciendo cargo de Henar y de mi clínica veterinaria. Creo que ese día fui injusto contigo porque estaba bastante estresado.
—No te preocupes, lo entiendo... ¿Tu padre está bien?
—Su salud es delicada, pero se encuentra bien. No puede hacer muchos esfuerzos. Pero eso no justifica el cómo te traté. Me alegra ver que estás bien y que te va bien, de verdad. Solo que ese día me pillaste desprevenido.
Me quedé callada, con la mirada clavada lejos de su persona. Él estaba siendo amable, y por raro que pareciera, me dolió. Lo decía de verdad. Aquella indiferencia respecto a mi persona era real. Que yo ahora hubiera vuelto a Baltimore no afectaba en absoluto a su vida, a su vida junto a Naya.
Asentí.
—¿Es lo que querías decirme? —pregunté.
—Sí, realmente me alegra ver que te encuentras recuperada.
—Gracias, a mí también me alegra ver que estás bien.
—Sí, estoy bien —contestó—. Agobiado con el trabajo; pero supongo que sabes perfectamente lo que se siente.
—Sí.
—Josephine... —susurró con la voz ronca—. No quiero que te sientas incómoda con mi presencia. El pasado ya no importa, lo que ocurrió debemos dejarlo a un lado.
—Ya, imagino. Tú ahora estás con Naya y...
—Sí, estamos muy bien.
—Genial.
Y de nuevo nos volvimos a quedar en silencio. No quería hablar demasiado para que mi voz no se quebrara y él se diera cuenta de que aquello me estaba afectando más de lo que debería.
Para él el pasado ya no era importante; sin embargo yo continuaba aferrada a él.
—¡Josephine...! Ey, Elliot —interrumpió Brodie, agarrándome levemente del hombro—. No te he visto llegar.
—Acabo de hacerlo.
Elliot y Brodie se estrecharon las manos mientras yo me esforzaba en sonreír de una manera que no resultara falsa.
—Se hace raro —comentó. Después, ante nuestro silencio, añadió—: veros juntos, digo. Es raro.
—No tiene por qué —contestó Elliot—. Somos adultos y sabemos dejar las cosas que no tienen importancia a un lado.
Brodie le sonrió.
—Tienes razón.
Mi incomodidad se acrecentaba cada vez más y más, por lo que miré directamente a Brodie y pregunté:
—¿Entramos?
Brodie aceptó, pero Elliot dijo que él estaría un poco más ahí fuera. Nosotros entramos al lugar y aceptamos la bebida que Lana animosamente nos ofreció.
La fiesta estuvo entretenida, y me llenó de alegría ver que mi regalo fue el favorito de Eric. Incluso él me dio aquel ansiado beso. Lana se puso muy contenta, sin embargo Zane no. Él no hablaba conmigo y ni si quiera me miraba, solo le murmuraba a Elliot, cosa que me hacía sentir molesta.
Pero lo peor no llegó hasta que Grace y Shelby llegaron. Ésta primera, al verme, no dudó en decir:
—¿Y ésta qué hace aquí?
Lo dijo con desprecio, y me sentí muy avergonzada por permitir que ella me hablara así delante de tanta gente. Nadie le dijo que eso había estado fuera de lugar, ni si quiera Shelby.
Así que tendría que contestarle yo. No tenía derecho en tratarme de aquella manera.
—Me han invitado —contesté sin achantarme—. Al igual que a ti.
Grace me desafiaba con la mirada. Me observaba como debía hacerlo con los criminales que día a día arrestraba. Pensé que lo dejaría estar, que desistiría y me dejaría en paz, pero no lo hizo. Ni si quiera cuando Shelby la intentó agarrar del brazo para que parara.
—¿No te das cuenta que no pintas nada aquí? —cuestionó—. No somos los actores secundarios de tu maravillosa vida. No puedes...
—Basta —habló Elliot, mirándola fijamente—. Grace, por favor. Es el cumpleaños de Eric. No lo arruines.
Me picaba la lengua con miles de cosas por decirle, pero Elliot me recordó exactamente qué me había llevado allí: el cumpleaños del niño. No iba a ponerme a su altura, y no montaría un espectáculo en aquel día. No era justo. Entendí que para que todo siguiera yendo bien aquel día debía marcharme, y es lo que hice. Sin decir nada, solo esbozar una media sonrisa nerviosa a las demás personas de la sala, dejé el vaso de refresco sobre una mesa, cogí mi bolso y salí del lugar.
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