Capítulo 5




Aquel desprecio me reventó el alma. Me transportó al pasado, al momento exacto en el que nos habíamos conocido. De eso había pasado mucho tiempo. ¿Por qué me trataba así? Puede que fuera normal que no me recibiera con algarabía y afecto, pero tampoco con aquella desconsideración.

Avancé con rapidez y salí tras él. En los segundos que yo había dedicado a recomponerme, él ya había salido del bar. Sin embargo cuando crucé la puerta no estaba demasiado lejos; aún alcanzaba a verle. Corrí hasta él, le agarré de su gran brazo y le obligué a que me mirara.

—¡Elliot! —dije con los ojos ampliamente abiertos. Estaba tan cerca de mí que mi corazón se pausó por un segundo para después reanudar sus pulsaciones con agresividad—. Soy... yo. Soy Josephine. No me creo que no me recuerdes.

Claro que me recordaba. Era imposible que no lo hiciera, pero no quería que las primeras palabras que cruzara con él fueran recriminatorias. Prefería pensar de verdad que quizá no me había reconocido. Todos me decían que estaba irreconocible...

Elliot se zafó de mi agarre y se quedó varios segundos escrutándome con la mirada. Necesitaba que dijera algo. Clavé mis ojos en los suyos, pero rehusaba de aquel contacto tan directo. Despeinó su cabello y rezongó.

—¿Qué haces aquí?

Esas fueron sus primeras palabras. Quizá no hubieran dolido tanto si nos la hubiera verbalizado con aquella soberbia con la que lo hizo. Entonces, me miró directamente. Me sentí sumamente insignificante, incluso más que cuando me había ido tres años atrás. Sentí que no era nadie por el mero hecho de verme reflejada en sus ojos, de percatarme de cómo me miraba él: no era nadie para él. Fue en aquel momento donde las palabras de May volvieron a mi cabeza, atornillándome los pensamientos y haciéndome dar cuenta de la realidad.

Tres años atrás me había marchado. Había huído. Lo había hecho con la única intención de salvarme, de superar todos aquellos miedos de mi presente. Había superado toda la inseguridad que me habían incrustado mis padres; había superado a Marvin; incluso había superado la muerte de Jasmine. Pero me di cuenta de algo: no le había superado a él. Me había bastado un par de segundos frente a él para saberlo: seguía enamorada de Elliot Hoffman, y me había dado cuenta al descubrir que él, por el contrario, no.

—He... vuelto —murmuré. En ese momento era yo la que era incapaz de mirarlo directamente a los ojos. Agaché la cabeza y fijé la mirada en el suelo—. He...

—Pero, ¿por qué? —Seguía con aquel tono acusador—. Ha debido ser un motivo importante para que te haya hecho venir a este infierno. Ha debido ser un gran esfuerzo para ti.

Me encogí de hombros con cobardía. Estaba aguantándome las ganas de llorar.

—Solo quería volver.

Levanté la mirada y observé cómo asentía con la mandíbula un poco tensa.

—Qué bien, Josephine —contestó subiendo sus gafas—. Que bueno verte. Que te vaya bien.

Elliot, sin darme tiempo a responder, giró sobre sus talones y avanzó. Cruzó la carretera con prisa y segundos después, desapareció de mi vista. Yo me quedé varios minutos ahí, parada, siendo el único movimiento que realicé el ponerme la mano sobre el pecho, como si el alma doliera tanto que necesitara caricias para aliviarla.

—¡Sephie, Sephie! ¿Qué haces ahí? ¡He ganado! ¡Estoy bien? ¿Tengo algo entre los dientes? Me van a echar una foto par... —May se interrumpió a sí misma cuando vio mi cara—. ¿Qué te pasa?

—Quiero irme al hotel —contesté, incapaz de retener las lágrimas—. Por favor.

May, preocupada, asintió. Me agarró con afecto las manos y tras recoger nuestras pertenencias del bar, fuimos al hotel.

¿El amor no caducaba al no consumirlo? ¿Cómo podía seguir enamorada de una persona durante tres años sin saber nada de él? ¿Por qué volvía a doler tanto? Sentía que me habían abierto una antigua cicatriz y no dejaban de agregarle sal. Ni si quiera el agua de la ducha me calmaba el malestar general de mi cuerpo. Al menos había conseguido parar de llorar, pero parecía que mi cuerpo sufría más al no desahogarse de aquella manera.

¿Cómo podía ser posible que la parte más inestable de una promesa fuera la única en cumplirla?

Salí de la ducha y me envolví en la toalla verde de algodón. Me miré al pequeño espejo que había sobre el lavabo y por un momento volví a verme castaña, con los ojos desbordados de inseguridad, de miedos..., pero de esperanza, porque en ese momento, siendo esa Josephine, Elliot seguía enamorado de mí.

Pero yo no era la misma. ¿Cómo esperar que él, sin conocerme, siguiera conservando sus sentimientos hacía mí? No obstante tampoco era algo tan descabellado; yo lo hacía. En nuestra relación nunca había sido capaz de confesarle que le amaba, a pesar de que él lo hacía con frecuencia. ¿Qué ocurría ahora? ¿Qué tenía más valor? ¿Sus banales palabras o mis duraderos sentimientos? Pero, ¿de qué servía en ese momento la absurda pelea de quién había querido más a quién? Eso, ahora, ya solamente me interesaba a mí. Él volvía a tener a Naya para discutir sobre ese tema –del cual Elliot ojalá no fuera ganador–, o de cualquier otro más importante para reconciliarse locamente horas o minutos después, según cuánto se quisieran. ¿Cuánto se querrían? ¿Le diría te amo? ¿Le diría mi niña?

El sonido de mi teléfono fuera del baño me sacó de mis pensamientos. Deslicé la palma de mi mano sobre el húmedo cristal y volví a ser la Josephine del presente, aquella que disfrutaba de lo que no había tenido en el pasado y de lo que carecía de lo que había estado sublimada en el pasado.

Salí y agarré el teléfono móvil. Se trataba de Nicola. Rápidamente se me pasó por la cabeza la idea de que May se había ido de la lengua y le había hablado de nuestro deseo de mudarnos a un piso. Si era eso y él ya se había encargado de todo, haría a ambos arder en el infierno.

Ciao bella! ¿Qué tal estás?

—Ciao Nicola. Estoy bien, me has pillado que estaba en la ducha. ¿Qué quieres?

Mi scusi! Puedo llamarte poi.

—¿Es importante lo que quieres decirme? —pregunté.

Guardó silencio unos segundos.

Un po ', un po'. Aunque ne sono sicuro de que no te va a gustar...

—Eso suena mal... —contesté, provocando que él riera—. Dímelo ya...

Posso aspettare, Josephine.

Blanqueé los ojos. Estaba preparándome mentalmente para regañarle a él por meterse en mis asuntos una vez más y a May por haber ido de cotilla con el italiano.

—Nicola, me estás poniendo molto nervosa. Dilo ya.

—Ay, eres molto impaziente. He hablado con Blazhe y Bilyana Draganov, los hermanos proprietari, fondatori e designer de la famosa firma Bratya Draganov y están a Baltimora. Quieren que desfiles en su acto sabato con il suo vestito da star de esta stagione.

Comencé a toser, ya que al escucharle me había atragantado con mi propia saliva.

Stai bene, Josephine? —añadió.

—Sí, sí —contesté con la voz ronca—. Es que... no puede ser, Nicola.

—Sí.

—No. Non può essere possibile —Agarré una botella de agua y bebí un poco, mejorándome a los segundos—. No soy modelo. Solo soy diseñadora.

Nicola rio.

Sei una star, non devi essere una modella per salire su una passerella —contestó—. Josephine, además de una designer incipiente, eres una imagen a la que admiran molte persone.

—Nicola, sabes que muchas veces te he dado la razón aunque no me gustaba que la tuvieras, pero ahora no. ¡Voy a hacer el ridículo! No estoy dispuesta.

—¿Ah?

É assurdo! Non voglio farlo —exclamé nerviosa.

Tocaron a la puerta y abrí, encontrándome con May mientras Nicola rumiaba cosas en italiano que no lograba entender.

—¿Qué? —preguntó ella con el ceño fruncido.

—¡Nicola quiere hacerme modelar con los hermanos Draganov este sábado!

May abrió la boca ampliamente.

—¡Qué ilusión! Son realmente buenos. ¡Qué halago para ti! —respondió ella dejándome atónita.

Devi prestare attenzione a May! —dijo Nicola por el otro lado del teléfono—. Adesso tengo que dejarte. Tienes hasta mañana per pensarci. Te paso il contatto per correo. Arrivederci!

Tenía la cabeza a punto de explotar. May, tras colgar el teléfono, no dejaba de repetirme que aquella era una buena oportunidad para darme a conocer aquí. Como nuestra idea era comenzar el negocio con el diseño y venta de bolsos, May propuso que hablara con los hermanos Dragonev y les planteara la idea de modelar con su conjunto y algún bolso para ayudarme a crecer allí. Aquello me convencía más; pero no me veía modelando. No era para nada el estándar de belleza que buscan sobre la pasarela. ¿Cómo habían pensado ellos en mí? Tenía mucho miedo de que la gente se riera de mí, de hacer el ridículo. ¡Con dificultad caminaba con tacones! ¿Cómo podría hacerlo de manera atractiva delante de tanta gente influyente? Posiblemente lapidaría mi aún no carrera como diseñadora.

Necesitaba salir a tomar algo, aclarar mis ideas y sobretodo, dejar de pensar en Elliot tumbada en la cama. Convencí a May para bajar al bar del hotel cuando cayó la noche, pero a la segunda copa ella ya quería volver a la habitación con Edel. Aunque insistí en que no lo hiciera, finalmente se marchó, dejándome en la barra sola bebiendo mi tercer Long Island ice tea. Era demasiado tarde para reclamar la compañía de Harmony... y como ya iba algo borracha, decidí llamar a Brodie.

—¡Hola Josephine! Qué bien que me llames. ¿Necesitas algo?

Reí un poco y bebí un largo trago.

—Solo quería saber si estás libre para tomarte algo conmigo en el bar de mi hotel.

Brodie guardó silencio por varios segundos, por lo que ya comencé a hacerme a la idea de que si quería continuar bebiendo, lo tendría que hacer sola.

—Cla-claro, Josephine. Claro que sí. Es-espérame. No tardo en llegar.

Efectivamente, unos doce minutos después Brodie estaba entrando por la puerta del bar. Llevaba unos pantalones ceñidos negros junto a una camiseta de maga corta básica de color amarillo. De repente empecé a verle con otros ojos: era muy guapo y hasta ahora no me había dado cuenta.

—Hola —saludó besándome la mejilla; olía muy bien—. Uh, ¿qué bebes?

—Querrás decir qué bebía, ya me la he terminado —contesté divertida, provocando que él sonriera—. Es...

Long Island ice tea. No has cambiado tanto este tiempo —dijo—. Camarero, rellene aquí y póngame un Screw Driver.

Reí, y segundos después ya estaban nuestras copas sobre la barra. El primer tema de conversación que sacó Brodie fue sobre el trabajo, pero, acercándome un poco a él, le pedí que habláramos de otra cosa.

—Ahora no soy tu cliente, soy tu amiga —le dije—. Bueno, la ex de tu amigo.

Decir aquello no era gracioso, menos para mí en aquel momento. Sin embargo comencé a reír con intensidad, y Brodie, extrañado, me secundó.

—Te noto agitada, Josephine —comentó hilarante al cabo de un rato—. ¿Te ocurre algo?

—Nada; solo me han pedido que modele con el vestido estrella de una conocida línea de alta gama este sábado y no tengo ni idea. Una tontería.

—Desde luego que lo es —respondió y reímos—. ¿Qué tiene de malo? Parece bastante guay. Yo estaría encantado de verlo, seguro que estarías a la altura.

Me puse un poco tonta al escucharle decir eso. Sentí calentura en mis mejillas y bebí un poco más mientras fruncía mis labios en una tímida sonrisa.

—¿Tú crees? —pregunté.

—De hecho estoy seguro. Eres preciosa, todo una triunfadora. Esas personas tienen mucho ojo y cuando te lo han ofrecido es por algo. ¿Les has dicho algo ya?

Negué con la cabeza.

—Aún no, me lo estoy pensando. Mañana tengo que responderles. Pero...

—¿Qué pierdes?

Le miré directamente a los ojos. Sentí una extraña conexión. ¿Qué pensaría Elliot si me viera aquí, con su mejor amigo? Seguramente le daría igual. ¡Maldito Elliot! Quería sacarlo de mi cabeza igual que él había hecho conmigo. Quería dejar de sentir aquel nudo de nervios en el estómago que se me había instalado desde que le había visto. Tenía que dejar de pensar que su comportamiento conmigo iba a ser igual que hacía tres años; él tenía otra vida, otra novia. Había pasado página y yo, no. Necesitaba hacerlo con rapidez o si no me dificultaría mucho mi avance como empresaria. No podía tener solamente a Elliot en la cabeza, tenía cosas mejor que hacer y pensar.

—No tengo nada que perder —murmuré.

Brodie sonrió.

—¿Vendrías? —añadí.

Él me agarró las manos con afecto y se acercó un poco a mí.

—Iría igual que he venido hoy en cuanto me lo has pedido.

Si Brodie confiaba en mí, ¿por qué no iba a hacerlo yo?

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