Capítulo 2
Tardamos poco más de diez minutos en llegar al hotel. Nicola había elegido el BWI Airport Marriott. Había pasado muchas veces frente a él, pero nunca me había imaginado pasar una noche allí. Aunque Nicola había sido muy generoso y había dejado claro que mi hospedaje allí corría a su cuenta, me sentí bien al saber que yo, por mi cuenta, también podría permitirme aquello.
Malakai se había mostrado agradable y gentil el poco rato que habíamos estado juntos. Me había ofrecido sus servicios de forma insistente y yo había cedido en que me ayudara en conseguir alquilar un coche para el día siguiente. Él me había propuesto acompañarme en todo lo que necesitara, pero prefería más ir independientemente. Él lo había entendido con respeto y nos habíamos puesto de acuerdo en vernos a primera hora para la entrega del coche.
Entré en la habitación y lo primero que hice fue quitarme los zapatos. No tenían tacón, pero probablemente no me los había quitado en las últimas veinticuatro horas. Después me preparé un baño caliente y pasé varias horas sumergida en el agua, hasta que ésta pasó a ser tibia y salí. Lavé mi cabello y volví a tumbarme en la cama en ropa en interior. Eran las cinco y media de la tarde, pero el maldito jetlag estaba pasando factura y estaba bastante cansada por lo que decidí cerrar los ojos y descansar.
* * *
6 de mayo de 2017
Me desperté temprano, tras dormir unas trece horas aproximadamente. Decidí darme una ducha energizante y bajar a desayunar, pues me moría de hambre. En mi estadía en Milán me había acostumbrado a tomar café espresso –muy pequeñito y muy fuerte–, y un croissant semplice –sin nada dentro–. Pero ahora volvía a estar en Estados Unidos, por lo que no dudé ni un segundo en comer tortitas, huevos revueltos y bacon crujiente.
Un rato después me cité con Malakai que, profesionalmente, ya tenía aparcado mi coche alquilado fuera del hotel.
—Es un Chevy Impala. Si no es de su agrado, puedo encontrar otro que se amolde mejor a sus gustos señorita Bellec —comentó Malakai mientras yo observaba atónita el coche rojo que había frente a mí.
Estaba segura de que me brillaban los ojos. ¿Cómo no iba a ser de mi agrado? ¡Me encantaba! Aplaudí varios segundos como una niña pequeña debido a la emoción mientras Malakai me miraba con una sonrisa discreta.
—¡Me encanta! —exclamé—. ¿Dónde están las llaves? ¡Quiero probarlo!
Malakai me las dio sin evitar lo divertido que estaba por mi reacción.
—Pagué una parte del dinero que usted me dio ayer para la fianza. El resto de dinero se dará cuando hagamos la entrega del coche. Lo tengo aquí, señora Bellec. Deme un segundo.
—¡No! No pasa nada. Ya hablaremos de dinero. Y por cierto, Malakai, podrías dejar de llamarme así. Seguramente podría ser tu hija. Prefiero que me llames Josephine.
Le costó aceptar, pero finalmente lo hizo.
—¿Quiere que la acompañe, Josephine? —se ofreció.
Decliné su propuesta y me monté en el Impala con alegría. Arranqué y me sorprendió la delicadeza con la que lo hacía. Parecía que iba sobre hielo.
Tenía planeado ir a mi casa a ver a mi familia y después contactar con Harmony para reencontrarnos y conocer al fin a Amanda, su hija. Mi madre y Harmony habían sido las únicas con las que había mantenido el contacto estos tres años. Lo había intentado con Shelby: pero había sido imposible. Era normal que mi huida le hubiera afectado considerablemente, pero pensé que en algún momento se le pasaría. Aunque no fue así.
Antes de ir a casa pasé por una juguetería para comprarle un regalo a Amanda. Aunque no la había visto nada más que por videollamada, aquella dulce niña había conquistado mi corazón. Ya deseaba abrazarla con fuerza.
Cuando retomé el camino, me percaté de la zona donde me encontraba. El departamento de Elliot era por ahí. Dios, pensar en él y en la alta probabilidad de volverlo a ver era algo que me ponía nerviosa. Había pasado mucho tiempo de lo nuestro, pero era alguien importante para mí. Estuvo conmigo en uno de los peores momentos y siempre estaría agradecida. Aunque mi decisión no fuera de su agrado, confiaba en que él me siguiera teniendo también como alguien importante. Al fin y al cabo, le había salvado la vida.
Aunque quizá podía resultarle inoportuno, decidí conducir hasta su departamento. Probablemente no continuaba viviendo allí, pero no me podía quedar con la duda. Realmente no perdía nada por intentarlo.
Salí del coche y el sonidito que hizo al cerrarse me hizo sonreír. Estaba encantada con aquel coche. Quizá me decidía por comprarlo.
Aproveché que una señora salía del edificio para entrar sin llamar. La mujer se me quedó mirando, seguro que le sonaba mi cara pero no me relacionaba. Hacía muchos años que no me veía y había cambiado considerablemente.
Subí las escaleras trotando y en cuestión de segundos estaba frente a la puerta de su departamento. Aún ponía en la chapa plateada el nombre de Elliot Hoffman. Sí, seguía viviendo allí. ¿Conservaría mis cortinas? ¿Cómo estarían Nyx y Hestia? ¿Cómo estaría él?
Toqué el timbre sin pensarlo y no pasaron ni dos segundos cuando escuché ladridos de perros. Podía distinguir dos distintos, pero no lograba relacionarlos con el recuerdo que tenía de ambas mascotas. Era normal: había pasado mucho tiempo. Igual que esa señora no me había reconocido, a mí también se me haría bastante difícil hacerlo.
Puede que llegara a esperar hasta media hora para que alguien me abriera la puerta. En los primeros cinco minutos me percaté de que posiblemente no había nadie, pero una parte de mí conservaba la esperanza de que quizá no me había oído las quince primeras veces.
Algo desilusionada volví a introducirme en el coche. Llevaba sin pensar en Elliot como algo real desde hacía mucho tiempo. Imaginar que volvería a verle me había ilusionado demasiado. Y no podía quedarme así, por lo que decidí conducir hasta su clínica veterinaria. Un rato después estaba allí, frente al establecimiento, descubriendo que no se trataba de una clínica veterinaria, sino una tienda de productos chinos. Aquello me proporcionó algo de desconsuelo. Salí del coche y me posicioné frente a ella, y por fin me di cuenta de aquella realidad que había estado nublada desde que había llegado. Realmente habían pasado tres años, y al igual que yo, todo había cambiado. Elliot no había estado sentado en su departamento esperando alguna noticia mía, y aunque no pretendía que eso hubiera sido así, me afligió más de lo previsto darme cuenta.
Regresé al coche y conduje hasta que llegué a mi barrio. Algunas casas estaban más viejas que como recordaba; sin embargo la mía lucía mucho mejor. Se notaba que no hacía mucho la habían pintado y arreglado.
Salí del coche y antes de cruzar la estrecha carretera, mi teléfono móvil sonó. Se trataba de una llamada de May.
—¡Hola May!
—¡Sephie! ¿No te da vergüenza no haberme avisado? ¡Estaba procupada! —respondió—. Pensé... qué se yo, ¡que el avión se había estrellado y habías muerto quemada como un pollo asado!
Me reí.
—Habría salido en las noticias.
—No eres tan importante —contestó divertida.
—Digo el accidente.
Ambas reímos.
—¿Qué tal? ¿Cómo está tu madre?
—Bien. Bueno... en realidad no lo sé. Estoy en la puerta. Aún no la he visto. He estado todo el rato durmiendo desde que llegué. Aún no he avisado ni si quiera a Harmony. Por cierto, ¿cuándo es tu vuelo?
May también iba a venir a Baltimore, pero por trámites burocráticos lo haría más tarde. Hasta que ella no llegara no podía comenzar con mi negocio, que era lo que me había llevado hasta allí. Quería abrir mi propia cadena de tiendas de moda lowcost, de modo que estuviera al alcance de cualquier ciudadano. Mi sueño siempre había sido ver a la gente con mi ropa por la calle y aunque podía aspirar a la moda exclusiva, no era mi meta.
—Ya casi está todo listo, en unos días estaré allí contigo, aunque me preocupa un poco Edel, eso de que tengan que dormirla y esté en la bodega del avión...
Rodé los ojos al escuchar el nombre de aquella diabólica gata. Aunque llevabámos mucho tiempo juntas, ella me odiaba tanto o más que la odiaba yo a ella.
—Bueno, no te preocupes. Solucionaré eso para que Edel pueda viajar contigo...
—¿Sí? ¿Harías eso por Edel?
—¡No! Lo haré por ti. Sabes que Edelweiss es mi archienemiga.
—Y tú la suya —Ambas reímos—. ¿Sabes, Sephie? Te echo de menos.
May ya estaba en su momento sensible. Yo también la echaba de menos, pero tratar aquel tema sería retroalimentar nuestra melancolía y entraríamos en un bucle del cual difícilmente podríamos salir.
—Y yo a ti, pero ahora mismo tengo que dejarte. Hablamos más tarde. ¡Adiós!
Mientras colgaba el teléfono crucé la calle. Instantes después estaba frente a la puerta de la que había sido mi casa... la casa de Jasmine. Su ausencia dolió un poco más en aquel momento, y entendí que la decisión de marcharme tiempo atrás había sido la mejor que había tomado.
Toqué al timbre y pocos segundos después mi madre abrió la puerta. Sonreí ampliamente y alargué mis brazos esperando un abrazo, el cual tardó un poco en llegar pues a mi madre le costó reaccionar.
—¡Dios mío, Josephine! —exclamó mientras me apretaba con fuerza a su cuerpo—. Mira que te cotilleo a diario el Instagram, pero hija... ¡qué cambio! Sorprende más en persona. ¡Estás preciosa! ¡Ven, pasa, anda pasa! ¡Jacqueline! ¡Mira quien ha vuelto!
Entramos a casa y mamá cerró la puerta. Por dentro estaba totalmente igual a como la había dejado, aunque había un ambiente más alegre y cálido.
—¿Cómo que has venido? ¿Y sin avisar? —preguntó sin soltarme la mano.
—Quería dar una sorpresa, mamá.
—¿Cuándo te vas? ¡Dime que al menos pasarás una semana! ¿Y tus cosas? ¿Cuándo has llegado?
—Mamá, eso es lo mejor de todo. He venido para quedarme. Tengo el suficiente dinero ahorrado para comenzar mi propio negocio. ¿No es genial? Y he decidido que sea aquí, en Baltimore.
—¡No sabes la alegría que me das, Josephine! —respondió volviéndome a abrazar—. Tenemos que hablar de tantas cosas.
—Sí, es verdad.
—¿Qué qui...? —Jacqueline dijo mientras bajaba las escaleras. Enmudeció cuando me vio—. ¿Jojo? ¿Eres tú?
Sonreí al verla, aunque escuchar cómo me había llamado me rompió por dentro. No me habían vuelto a llamar así desde que murió Jasmine, y casi mejor que no lo hicieran. Se lo haría saber, pero no era el momento. Mi hermana mayor bajó los escalones que le quedaban y me abrazó con fuerza.
—¡Qué bien hueles!
—¿Llevas tres años sin ver a tu hermana y eso es lo primero que se te ocurre decirle? —preguntó mi madre blanqueando los ojos.
—Estás guapísima, Jacquie. Realmente hermosa.
—¡Gracias! Aunque viniendo de ti... ¡estás perfecta! —contestó hilarante.
—Aunque muy delgada... —masculló mi madre—. ¿Es que en Milán no se come, o qué?
Jacquie y yo comenzamos a reír.
—¡Anda, quédate a comer! —exclamó Jacquie—. Así conoces a mi novio.
Hundí mis cejas. Sí estaba al tanto de que ella y Samuel lo habían dejado tiempo atrás debido al desgaste de la relación, pero desconocía que ella volvía a tener un nuevo novio.
—¿Quieres? —preguntó mi madre con ilusión.
Finalmente accedí. Las tres nos sentamos en la mesa de la cocina hablando de diversas cosas. Lo primero que me preguntaron fue sobre si el rumor de mi relación con Nicola era real.
—No, mamá, no es verdad.
—Menos mal, porque es muy mayor para ti —respondió.
—Pero está realmente bueno y se cuida bien, eh —comentó Jacquie—. ¿Cuántos años tiene?
—Treinta y seis.
—¡Ufff! —jadeó y ella y reímos—. ¡Pues eres tonta, Jojo! Rico, guapo, y mayor, que suelen decir que son más caballeros...
—Oye, Jacquie, ¿podría pedirte un favor? ¿Podrías dejar de llamarme así? —pedí con cierta sensibilidad.
Jacquie se quedó quieta por unos segundos, algo incómoda, posiblemente por miedo a haberme herido usando aquel apodo. Unos instantes después esbozó una media sonrisa y asintió.
—Claro.
En ese momento sonó el timbre, y Jacquie saltó de su asiento como un resorte.
—¡Ay, ahí está mi osito!
Arrugué mi rostro por aquel mote tan ridículo.
—¿Osito? —dije mirando a mi madre y ésta se encogió de hombros.
—Juntos son una sobredosis de azúcar, créeme. Que se llamen así es lo de menos.
—¡Mira, osito, mi hermana ha vuelto! ¡Al fin puedo presentártela!
Giré mi rostro en dirección a la puerta de la cocina para poner cara al fin al osito de mi hermana, y la sonrisa que había modulado para recibirle desapareció en el momento que mis ojos se vincularon con los suyos. En cambio él palideció, contuvo unos segundos el aliento y segundos después, esbozó la sonrisa más genuina que le había visto jamás.
—Ella es Josephine. Josephine, levántate —Así lo hice y me posicioné frente a ellos, sintiendo un leve mareo—. Él es Marvin, Marvin Rice. Mi novio.
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