Capítulo 19
7 de Julio de 2017
Lima, Perú.
Ese había sido el destino que Elliot había elegido para nuestro viaje.
El trayecto era largo, pero no me importaba. Si Elliot quería viajar allí, yo no me opondría. Cuando cayó la noche cogimos el primer vuelo, el cual nos llevaría a Miami. Después de esperar cerca de una hora en el aeropuerto, pudimos subirnos al segundo avión, el cual nos llevaba directamente a Lima.
Después de todo, el viaje fue ameno. Elliot y yo hablábamos, pero no tocamos ningún tema importante. De hecho, a veces él prefería estar callado, mirando por la ventanilla del avión. Que hubiera aceptado hacer ese viaje conmigo no significaba que él se encontrara plenamente feliz, y mucho menos que hubiera conseguido olvidar todo el dolor que yo le había causado en el pasado.
Llegamos a Lima a las ocho de la mañana. A las ocho y media Elliot había acordado verse con un hombre, el cual nos alquilaría su coche. Era un Jeep blanco. Yo fui quien lo condujo, pues estaba menos cansada que él. Yo había estado buena parte del viaje durmiendo, pero a juzgar por sus ojeras, él apenas habría dormido un par de horas.
—Bien, ¿dónde vamos? —pregunté animada.
Elliot miró un pequeño mapa e intentó ubicarse por unos minutos.
—El departamento está en Miraflores, cerca del parque central Kennedy. Vamos a poner la ruta en el GPS.
—De acuerdo.
Elliot estiró su brazo para activar el GPS, y aproveché para rozar su brazo con la yema de mis dedos. Él se sorprendió por mi gesto, pero no hizo nada al respecto: no lo rechazó, pero tampoco se mostró del todo receptivo.
Tenía que controlarme, y respetar su espacio.
Arranqué el coche y me dirigí al punto que me había indicado. No pude detenerme mucho en observar el paisaje durante el trayecto, pero lo poco en lo que me fijaba me despertaba el interés. Era un lugar hermoso.
Un rato después llegamos al lugar. Estacioné el Jeep en el aparcamiento gratuito de las instalaciones y cogimos nuestras maletas para llevarlas dentro. Menos mal que había ascensor.
—Me muero de ganas de ver el departamento —comenté mientras ascendíamos.
—Es bonito, estoy seguro de que te encantará.
Llegamos a la planta donde se ubicaba nuestro departamento. Elliot rebuscó en su bolsillo y sacó las llaves, las introdujo en la cerradura y abrió. Muy caballerosamente me dejó pasar antes que él, gesto que agradecí con una sonrisa.
El departamento estaba muy bien iluminado y ventilado con bonitas vistas al parque. Tenía grandes ventanas, y su estilo era simple, pero moderno y ecléctico. Nada más entrar nos encontramos con un salón amplio y sencillo, jugaba mucho con el color blanco, y el gran sofá azul destacaba mucho. Parecía cómodo. Separado por un arco se encontraba el comedor, con una bonita mesa de madera clara y cuatro sillas blancas.
—¿Te gusta? —me preguntó mientras dejaba las maletas sobre el suelo.
Le miré, y después me acerqué a él.
—Tenías razón. Me encanta.
Se mostró visiblemente satisfecho. Sonrió de una manera tan dulce que me dieron ganas de abrazarlo, y no soltarlo en toda la eternidad. Pero tenía que controlarme. No quería agobiarle y mucho menos asustarle. Tenía que respetarle. Éramos amigos.
—Al parecer este es un edificio histórico en el corazón de Miraflores. Fue construido para ser originalmente un Hotel.
—¿Cuántas habitaciones tiene? —me interé en saber. Ojalá tuviera una, ojalá tuviera una...
—Dos —Crack. Mis ilusiones se rompieron en miles de fragmentos—. Escoge la que más te guste y llevaré tus cosas allí.
Entré a las dos para observarlas, y eran bastante parecidas. Muy espaciosas, con un gran armario cada una, y una cama de matrimonio. Con lo bien que me hubiera venido solo una habitación con una cama de esas. Lo único que las diferenciaba eran las vistas, y decidí quedarme con la que mostraba un paisaje más bello.
—¿Vas a descansar?
—No podemos descansar —respondió—. A las once tenemos nuestra primera cita.
—¿Cita? —Yo ya estaba emocionada.
—No te intentes adelantar. Dúchate y ponte cómoda. No tienes mucho tiempo.
Hice lo que me había pedido, y un rato después era él quien conducía el Jeep. La ducha le había venido fantástica, pues se veía más despejado y animado. Eso me agradó. Quería que aquel viaje sirviera para algo, para que él no se viera tan triste. Me destrozaba el alma verle sufrir, y no podía estarme quieta si pensaba que podía hacer algo para remediarlo.
Condujo hasta una gran explanada, donde comencé a saber qué iba a ocurrir ahí. De pronto mis pies hormigueron, y comenzó a dolerme la tripa.
—No, no, no, no, no —dije, horrorizada—. ¡No!
Elliot reía.
—Claro que sí —contestó—. Vamos a volver a tirarnos en paracaídas.
Lo decía sumamente tranquilo, como si hacerlo no provocara que nuestra vida estuviera en riesgo. Me removí en el asiento y continué negándome.
—No es la primera vez que lo vas a hacer, Josephine —habló—. Te gustó. ¡Vamos! Es lo que necesitamos.
—¿Qué necesitamos?
—Sentirnos vivos.
Y cedí. Elliot lo sabía; sabía que me tenía en sus manos. Haría todo lo posible para estar bien con él, para volver a estar juntos. Y parecía aprovecharse de eso.
Media hora después experimenté lo que en un pasado había sentido. Fue incluso mejor que la primera vez. Qué tonta había sido. No recordaba cómo se sentía, solo había recordado el miedo, y casi me había impedido volver a disfrutar de una experiencia así. Es difícil describir el cúmulo de sensaciones. Partimos de los nervios anteriores al salto, pasamos por la tranquilidad y seguridad que me hicieron sentir y terminamos sientiendo una felicidad plena y una total libertad. Llegamos al suelo, y sentí de nuevo esa sensación de mareo. El instructor Víctor me ayudó a levantarme y Elliot se acercó a mí.
—¡Quiero ver tu vídeo! Quiero ver tu cara disfrutando de la caída —dijo, ufano—. Quiero ver cómo has sonreído.
—No recordaba lo feliz que me hacía esto.
—¿Tirarte por paracaídas?
—Estar contigo.
Elliot sonrió, y provocar que lo hiciera gracias a mí, me hizo la mujer más feliz del mundo. Me sentía agradecida con él, y con la vida, los cuales me habían otorgado una segunda oportunidad para ser feliz. Yo, a esas alturas, sabía que mi felicidad tenía nombre, apellidos, y un cabello precioso.
Se acercó a mí, y mi corazón se desbocó pensando que él me besaría. Deseaba que me besara. Era lo que más quería en el mundo en aquel momento. Rodeó mi cuello con sus grandes manos y acercó su rostro al mío, tanto..., y solo para besar mi frente.
La separación de nuestros cuerpos que sucedió a aquel tierno beso se sintió pesada, y dolorosa. ¿Cómo podía desearle tanto? Lo peor de todo es que sentía que él lo deseaba al igual que yo. Me miraba los labios, ansiaba tocarme, pero se hacía el duro y se resistía. Y le entendía.
—¿Almorzamos? —pregunté.
Elliot sonrió con picardía, y tras levantar una de sus cejas, negó con la cabeza.
—¿Qué vamos a hacer, entonces?
—¿Has volado alguna vez en parapente?
Antes de darme tiempo a contestar, él tiró de mi mano y me arrastró al coche, mientras yo balbuceaba miles de excusas. ¡Estaba claro que nunca había volado en parapente! ¡Y él lo sabía! Nunca me habían interesado los deportes de aventuras. Hasta que le conocí a él.
Y como todo en mi vida desde que le había conocido, había cambiado. Había descubierto miles de cosas que nunca pensé que me apasionarían. Había descubierto el amor, la pasión, la felicidad plena. Y no podía dejarlo escapar. Nunca lo haría otra vez. Lucharía con todas mis fuerzas para conseguir tenerlo de nuevo a mi lado.
Elliot condujo hasta el Parque del Amor. Al lado estaba ubicada la zona de despegue. El parque era un lugar precioso, y gracias a que llegamos con una media hora de adelanto, pudimos dar un pequeño paseo por él. Tenía una vista del litoral limeño y el puente de Villena. El parque estaba rodeado de mosaicos con frases y poemas sobre el amor, y se encontraba una escultura de gran tamaño de dos personas besándose.
Sin darme cuenta, a la vuelta, estábamos dándonos la mano. Sonreí mirando al suelo, intentando que él no se percatara de la absurda sonrisa que me provocaba aquel gesto de cariño.
—Fue elegido como uno de los lugares más románticos del mundo —habló Elliot.
Detuve mi paso y me posicioné frente a él, sin soltar su mano.
—Es precioso... el parque también.
No pudo evitar la sonrisa, y me alivió que le agradara mi comentario. Sabía que tenía que controlarme, pero teniéndole cerca era difícil.
—Tú eres preciosa, Josephine.
Su respuesta me puso tontorrona, y me fue imposible no comportarme con cierta sorna. Estaba segura de que me había ruborizado como una adolescente. Aproveché el momento para tomar también su otra mano, y acercarme a él. Cuando solo nos separaban unos malditos milímetros, cerré los ojos y me dejé llevar. Besé casta y dulcemente sus labios, saboreando en aquellos segundos el milagro de estar allí, con él.
Nos separamos lentamente, y cuando aún nuestras narices se acariciaban la una a la otra, murmuré:
—Perdón...
Pero él me volvió a besar. Aquella vez fue de una forma más intensa, más pasional, más esperada. Rodeó mi cuello con desesperación, mientras yo acariciaba sus grandes manos. Había extrañado tanto sus besos, y sobretodo besarle sabiendo que no estábamos haciendo nada mal. En ese momento, totalmente distinto al anterior, solo existíamos nosotros, lo nuestro.
Cuando nos quisimos dar cuenta ya era nuestro turno. Los pilotos nos dieron unas cortas instrucciones antes de volar. Nos pusieron nuestra silla de vuelo, el casco, y a la cuenta de tres estuvimos en el aire. La primera sensación fue una plena libertad. Estaba volando como las aves: fuera de una cabina sin el ruido de un motor. La brisa que llegaba del océano pacífico chocaba contra la ladera de Lima, y se desviaba hacia arriba generando una banda ascendente que aprovechamos para ganar y mantener altura. Eso nos permitió hacer un recorrido a lo largo del acantilado de Miraflores, y pudimos ver desde arriba los surfistas, los edificios, el centro comercial Larcomar. Aquella perspectiva de pájaro quedaría siempre en nuestros recuerdos.
Tras aquella increíble experiencia fuimos a Maido, uno de los mejores restaurantes de Lima. Tomamos asiento en una de las bonitas y elegantes mesas e hicimos nuestro pedido.
—Esto es increíble —dije—. Está siendo una de las mejores experiencias de mi vida.
Elliot sonrió y se mostró satisfecho.
—Me alegra saber que te gusta. Cuando reservé todo esto tuve miedo por si no te sentías a gusto practicando todo esto. Aunque a mí me apasione, sé que a mucha gente le da terror.
—A mí me daba terror... antes —respondí—. Pero sé que nunca haríamos algo que pensaras que pudiera ponernos en riesgo, entonces saber eso me hace liberarme del miedo y disfrutar.
—¿Cuándo has sabido eso? Recuerdo haberte oído gritar que no querías volver a tirarte en paracaídas hace un rato.
Ambos reímos.
—Pero ahora ya no le tengo miedo.
—¿Entonces estás dispuesta a repetirlo?
—Si es contigo sí.
Esbozando una tenue sonrisa, Elliot asintió. En ese momento llegó un camarero a servirnos nuestras bebidas, y nos dijo que la comida no tardaría mucho.
—No ha terminado aún —comentó tras beber de su vaso—. Mañana habrá más, pero no te diré qué. No quiero que busques información en internet y enloquezcas.
—Te prometo que no enloqueceré —contesté riendo.
Pero entonces Elliot pareció desconectar por varios segundos. La sonrisa de su rostro se esfumó, y se quedó observando fijamente un punto del restaurante. Me había prometido mentalmente que respetaría su silencio, pero no podía. Parecía torturarse y yo no quería permitirlo, así que le agarré la mano dulcemente y cuando él volvió a prestarme atención, le sonreí.
—¿Qué ocurre? —Aunque quería mostrarme tranquila, me era imposible ocultar del todo la preocupación que me generaba.
—No quiero arruinar esto.
Me incorporé y agarré con vigor su mano sobre la mesa. Me mostré comprensiva y antes de hablar negué con la cabeza.
—¿Por qué lo ibas a hacer? Es imposible que lo arruines.
Sus ojos se mostraban tran frágiles y cristalinos, que con solo observarle detenidamente su mirada por varios segundos pude percatarme de que estaba sufriendo un duelo interno.
—Dilo, Elliot —añadí—. Di lo que estás pensando, por favor.
—Te quiero, Josephine. Te juro que te quiero —respondió—. Quiero estar contigo. ¿Sabes lo difícil que se me hace tenerte frente a mí, y no besarte a cada rato, tocarte, hacerte mía? Pero tengo miedo.
—¿Miedo a qué?
—Quiero preguntarte tantas cosas... Pero le tengo miedo a conocer la verdad. Tengo mucho miedo a saberlo todo y no poder perdonarte.
Parecía desesperado, y muy dolido. Su actitud me destrozó por dentro.
—¿Qué quieres saber? —pregunté casi susurrando.
—Quiero conocerte de verdad, quiero empezar de cero sin secretos. Sin ningún secreto. Quiero que te abras por primera vez tal como yo me abrí a ti. Solo así podré perdonarte...
—O no perdonarme nunca.
GRACIAS @endlesscurl PORQUE GRACIAS A TI ESTE "VIAJE" A LIMA FUE MUCHO MEJOR <2
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