Capítulo 17




Arranqué el vehículo y me dirigí al hospital. No estaba ebria, pero conduciendo el Impala descubrí que había tomado de más. Conduje despacio, y cuando llegué al hospital, tras preguntar la planta en la que se encontraba Gregor Hoffman, entré al baño. Me mojé el rostro y la nuca, y después golpeé tenuemente mis mejillas.

Tenía que despejarme.

Cuando me encontré en mejores condiciones, ingresé en el ascensor y llegué a la planta indicada. Ubiqué a Shelby y a Grace junto a otras personas y me acerqué a ellas.

—Hola —saludé—. ¿Cómo está?

Shelby me abrazó y besó mis mejillas. Grace solo meneó su cabeza.

—No pensé que vendrías —respondió Shelby, agarrándome con afecto. Después miró hacia atrás—. Puf. Pues ahora mismo parece que está estable...

—Se va a recuperar —habló Grace. Se le veía muy afectada.

—Seguro que sí —contesté y esbocé una sonrisa liviana.

En la sala también reconocí a familiares de Elliot, pero con los cuales nunca había tenido especial apego. Poco después llegaron Zane y Brodie. Éste último no me dijo nada, cosa que extrañó a Shelby.

—Lana se ha tenido que quedar con Eric en casa —se disculpó Zane.

Alrededor de media hora después salieron de una habitación Roxanne, Amber y Timothy. Todos los familiares se acercaron rápidamente a ellos, pero yo respeté aquella lejanía y Shelby conmigo.

—¿Qué le pasa a éste contigo? —preguntó, refiriéndose a Brodie—. Ni si quiera te ha mirado. ¿No érais amigos?

—Está molesto conmigo.

—¿Y eso?

—Cosas sin importancia —respondí, encogiéndome de hombros.

Grace se volvió a acercar a nosotras y nos comentó que Gregor estaba delicado, pero parecía haber pasado lo peor. Elliot, al parecer, estaba junto a él. Esperé unos minutos hasta que Roxanne se quedó a solas, y me acerqué a ella tímida. Al verme se mostró impávida.

—Hola, Roxanne...

—Hola, Josephine.

Ella, dejándome atónita, besó mis mejillas con respeto.

—Espero que mi presencia no le incomode —musité—. Si lo hace no dude en decírmelo, solo quería saber cómo se encontraba su marido...

Roxanne agarró mis manos, percatándose de mi nerviosismo.

—Está bien, te agradezco que hayas venido.

Sostuve su agarre, y sonreímos débilmente. Sin embargo era incapaz de mirarla directamente a los ojos.

—No tienes que sentir vergüenza conmigo —añadió, y, dulcemente, elevó mi rostro—. Está bien que estés aquí.

—En realidad no lo está, pero agradezco que usted lo permita.

—Josephine... entiendo a lo que te refieres. Si fueras otra persona nunca te hubiera permitido que estuvieras cerca de mi familia después de dejar a mi hijo como le dejaste, destrozado. Pero eres tú, eres Josephine Bellec. Eres la persona que le salvó la vida.

—No lo justifica.

—No, claro que no —contestó—. Pero nunca podré negarte nada.

Asentí. Estaba plenamente agradecida con ella. Roxanne Hoffman era una gran mujer, y no se merecía para nada aquel dolor que sufría por la delicada salud de su marido. Esperaba con toda mi alma que se recuperara. La familia Hoffman no se merecía sufrir.

Unos minutos después volví al aseo. Sentía un leve mareo, y calor. Mojé de nuevo mi rostro, colocándolo justamente debajo del grifo, y cuando me incorporé, Naya estaba tras de mí.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó.

Giré sobre mis talones para posicionarme frente a ella.

—Lo mismo que tú. Interesarme por la salud del señor Hoffman.

—De mi suegro —me corrigió.

—De tu suegro —susurré.

—No deberías estar aquí, lo único que haces es incordiar. ¿No te das cuenta, o es que te gusta crear la tensión que creas?

—¿A quién incordio? —pregunté—. ¿A ti?

Naya avanzó varios pasos, encarándome. No me achanté, pese a que ella era considerablemente más alta que yo.

—A la familia Hoffman. No tienes derecho de venir aquí después de todo para interesarte en la salud del señor Hoffman. Lo mejor será que te vayas.

—Me iré cuando algún miembro de los Hoffman me lo pida. Mientras tanto, no —dije, y cuando intenté marcharme, ella agarró mi brazo, impidiéndomelo.

—¿Dónde te dejaste la vergüenza?

—En el mismo lugar que dejaste tú tu autoestima —Me zafé de su agarré y me acomodé en una posición más segura—. Relájate. No tiembles cuando me ves aparecer.

—No sé qué vio Elliot en ti. Puedes ser todo lo famosa que quieras, pero eres una grosera.

—Elliot tiene un pésimo gusto para las mujeres.

Ella rio sarcásticamente.

—Está conmigo. Elliot está conmigo. Yo lo hago feliz, como tú nunca conseguiste. Aléjate de él. ¿Crees que no me he dado cuenta de que intentas engatusarle de nuevo?

—Hablas como si me recriminaras tú también que le abandonara. ¿Acaso tú no hiciste lo mismo? No somos tan distintas.

—Nunca serás como yo, Josephine. ¿Sabes lo que nos diferencia? —habló—. Nos diferencia que yo le dejé por miedo. Tú le abandonaste por egoísmo.

Naya se dirigió a la puerta y salió por ella. Puede que ella no tuviera razón en lo que había dicho, pero me afectó. Joder. ¿Cómo podía dolerme tanto que me dijeran todas esas cosas? Ellos desconocían que yo ya me atormentaba demasiado de ello por mi cuenta. No necesitaban sus pellizcos en la herida.

Salí del cuarto de baño y saqué mi móvil del bolso. Le escribí un mensaje a Shelby.

1 de julio

[1/7 02:30] Josephine: Despídeme de los Hoffman, me tengo que ir.

Lo volví a guardar y avancé por el pasillo.

—¡Josephine!

Giré sobre mis talones y descubrí a Elliot.

—Gracias por venir —agregó, y, dejándome estática, me rodeó fuertemente entre sus brazos—. Muchas gracias.

Solté una gran bocanada de aire, mientras me aferraba a su cuerpo con fuerza. Sentirle cerca era como volver a respirar plenamente. Cerré los ojos para disfrutarle, y unos minutos después, se alejó de mí, como si lo que acababa de hacer estuviera mal.

—Necesitaba venir —dije—. Necesitaba... verte. Necesitaba estar contigo en estos momentos.

—Yo también necesitaba verte.

Me acerqué varios pasos a él y le agarré su gran mano.

—Voy a estar siempre que me necesites —contesté—. No voy a volver a fallarte, te lo juro.

El labio de Elliot tembló, y parecía que iba a llorar. Volvió a abrazarme con fuerza, y sentí cómo intentaba recomponerse.

—¿Quieres que vayamos a la cafetería? —ofrecí.

—Vale.

Fuimos hasta la cafetería y nos atendieron. Él pidió un café muy cargado y yo un té.

—¿Cómo está? ¿Cómo le has visto? —pregunté.

—Bien, bien. Va a recuperarse.

Se le veía tan seguro de lo que decía... que esperaba con fuerza que fuera así.

—Los médicos dicen que está muy delicado —añadió—. Pero eso también lo dijeron la vez pasada y sobrevivió. Mi padre es un hombre fuerte.

—Tú has salido a él.

Sonrió débilmente.

—Gracias. Me hace bien que estés aquí, de verdad.

Agarré su mano sobre la mesa, y le sonreí.

—Puedo quedarme toda la noche aquí, contigo, si quieres.

Primero negó con la cabeza, y después dijo:

—Tienes que descansar. Mañana... si puedes y quieres... podrías pasarte otra vez. Pero no quiero meterte en un compromiso, entiendo que tienes tus ocupac...

—De acuerdo, mañana por la mañana estaré aquí. No hay nada que quiera más que estar contigo.

La débil sonrisa de Elliot se esfumó, y desvió su mirada. De nuevo le estaban atacando, a traición, los malos recuerdos. Bebió un poco de su café y musitó:

—¿Por qué no fuiste así desde el principio?

No dejaba de ser un reproche, pero su tono de voz estaba agotado, desesperado, angustiado. No podía sentirme ofendida por aquello, solo dolida. Dolida y atormentada, solo por mi culpa. Como tenía claro que me merecía.

—Las circunstancias me lo impedían —contesté, susurrando.

—¿La enfermedad de tu hermana te impedía quererme?

—Muchas cosas me impedían demostrarte cuánto te quería.

—¿Qué cosas? —preguntó, triste—. ¿Qué otras cosas escondías, Josephine?

Una lágrima se derramó por mis ojos.

—Dolor. Te escondía dolor.

—¿Qué te pasaba? Por favor, necesito saberlo. Necesito entenderte.

Necesitaba entenderme para intentar perdonarme.

Antes de poder contestar, Naya llegó hasta nosotros y tras mirarme de manera acusadora, le dijo a Elliot que el doctor tenía algo nuevo que comentar sobre la salud de su padre. Ambos se fueron de la cafetería y, a solas, dije:

—Te escondía el miedo. El miedo a perder a mi hermana, a perderme a mí misma, a perderte a ti. El miedo que tenía a llegar a mi casa y descubrir que mi padre había enloquecido aún más. El miedo a Marvin. El miedo a que consiguiera marcarme con sus manos para siempre. El miedo a que no me miraras igual después de saberlo. El miedo. Te escondía el miedo. Y finalmente fueron mis propios miedos quienes me acabaron destruyendo.

***

1 de Julio de 2017

Quería volver al hospital muy temprano por la mañana, pero demandaron mi presencia en la empresa que estaba construyendo. Me atendió un socio del padre de Brodie, y me comentó los avances y me pidió que le aclarara algunas de mis ideas. Me mostró lo que habían hecho hasta ese momento, y me sorprendió gratamente los resultados. Iban más rápidos de lo que me esperaba y estimaron que en algo más de un mes podía comenzar a habilitar el lugar.

Después me trasladé hasta el hospital para ver a Elliot, tal como le había prometido. Deseaba verle, estar con él, abrazarlo, hacerle saber que nunca más volvería a irme.

Me subí al ascensor junto a una niña y lo accionamos.

—¿Perdone?

La observé al escucharla hablar.

—¿Sí? —respondí dulcemente. La niña lucía cansada.

—No quiero incomodarla, pero es que... madre mía, qué casualidad. Mi hermana es muy fan tuya.

—¿Ah, sí?

—Lo único que hace en la cama del hospital es ver tu instagram en el móvil de mi madre.

—¿Qué le pasa? —pregunté, preocupada.

—Tiene neuro...neuroblastoma.

Inevitablemente, la pobre se echó a llorar. Sin pensarlo dos veces me agaché y la abracé con vigor. Sollozaba con intensidad, y poco a poco se fue relajando, dejando atrás esas lágrimas en hipos.

—Va a recuperarse, verás que sí...

—Helena —dijo—. Yo me llamo Helena... ella se llama Lexy.

—Son nombres preciosos —comenté, consiguiendo que esbozara una débil sonrisa—. ¿Quieres que vayamos a verla, Helena?

Se quedó muda por segundos.

—¿Harías eso por ella, Josephine?

—Pues claro.

Avanzamos por el pasillo de la planta donde se encontraba Lexy mientras Helena no dejaba de llorar, pero esa vez por emoción. No dejaba de repetir e imaginarse lo contenta que iba a estar su hermana al verme.

Llegamos hasta el lugar. Sus padres, al verme junto a Helena, se alertaron. Ellos no me conocían. Nos acercamos a ellos y mientras Helena le explicaba quién era yo, yo observé por el cristal a la pequeña Lexy. Estaba aislada. Toqué débilmente el cristal y ella, al verme, se quedó petrificada. Después comenzó a llorar.

Los padres no dejaron de agradecerme que estuviera allí. Me pidieron por favor que esperara, que iban a pedir que me dejaran entrar. Estaba tardando mucho, pero merecía la pena. Un rato después me sometí a medidas profilácticas y me dieron unos minutos para hablar con ella.

—Hola, Lexy. Eres guapísima.

Lexy no podía dejar de llorar. Apenas hablamos el rato que estuve con ella. Sin embargo no me hizo falta que me dijera la emoción que le hacía que estuviera junto a ella, pues me lo demostraba con sus lágrimas de felicidad. Sus padres también lloraban al verla así. Me pidieron una foto con ella y gustosa la acepté. Abracé a Lexy antes de que los médicos me pidieran por favor que saliera, y les prometí que volvería pronto.

Ingresé de nuevo en el ascensor y llegué hasta la planta donde se encontraba Gregor. Avancé por el pasillo hasta que llegué a su habitación, donde Amber, llorando y desconsolada, dijo antes de abrazarme:

—Se ha ido. Mi papá se ha ido para siempre.



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