Capítulo 8
Sabía que la música le aliviaría el dolor, había ocurrido antes. Pero de momento sabía que solo le traía lágrimas, aunque ya no consideraba mal o tormentoso llorar. Sin embargo tuvo el valor de encender la radio, algo que no hacía hace meses. Allí, ese solitario extranjero, en el asiento del piloto de su Renault, sintonizó su primera emisora ecuatoriana; ya las estaciones favoritas no coincidían con las nuevas frecuencias.
Mientras el locutor hablaba todo estaba tranquilo, no había temor; pero cuando uno guarda una herida, el mundo parece conspirar en tu contra con sal en el aire para hacerte sufrir. Un conocido glissando se desprendió de un bajo, al tiempo se desprendió su corazón. Al tercer arpegio de guitarra sus ojos ya estaban húmedos, y se contrajo su rostro cuando la primera sílaba suave de Douglas Bastidas sopló el aire. Apretó con fuerza el volante y perdió por completo la calma, sintió nuevamente como moría con cada respiro de su vida.
¿Cómo es que la misma melodía puede ser una alegre compañía y otras veces una cruel asesina?
Los primeros acordes que mis vírgenes dedos sintieron cuando conocí una guitarra,
cuando fuí un adolescente apasionado, sin culpas ni temor a nada.
Los primeros acordes grabados en mi vida
los mismos que hoy me desgarran el alma.
Esa canción, sinónimo de Ecuador, nos hizo reír una tarde con indiferencia hacía el despecho de mi vecino,
solo porque tú y yo estábamos enamorados sentimos el derecho de ignorar el sentimiento de un canto afligido,
ironía mal nacida, no pudo decirnos que era el presagio de nuestro dolor.
Ese arpegio mortífero, esas letras que dibujan tu rostro indiferente, que se clavan en mi pecho como puñal;
esas mismas me hacían reír cuando cantaba a grito herido por los pasillos del colegio con mis amigos.
Sin entender la magnitud, sin saber qué era el amor o el final de una historia que no querías acabar, así canté, con el alma entera, ahora, en pleno conocimiento, con la mitad que dejaste abandonada.
Lo que duró la canción «Morí» de Tranzas, fue un mar de lamentos. Uno y mil pensamientos como balas de una guerra, una guerra perdida entre la razón y corazón, donde solo la locura ganó, hizo una intervención innecesaria al final, así resultó triunfante y se robó los créditos. Ya calmado, se limpió las lágrimas, se sonó la nariz y, en un esfuerzo por ser positivo, recordó la frase que siendo más jovencito lo impacto, aunque no recordaba cuál de tantos libros leídos era, sí guardó unos cuantos renglones para llevarlos por la vida: "porque la música arranca la pena y se la lleva lejos."
—Necesito mandar a arreglar mi guitarra —miró la parte de pasajeros de su auto, llena de con sus corotos*, entre el montón distinguió el estuche negro que guardaba su guitarra—. Tengo que volver a tocar, así puedo darle otra serenata.
Quizás no era tan realista el planteamiento, pero la ilusión le permitía seguir respirando. Que la Vida es larga y el espacio es pequeño, nos volveremos a encontrar, prometía mentalmente cada medio segundo cuando recordaba a su amor.
Con ánimos renovados se lanzó a buscar los pedazos de guitarra que guardaba en el estuche negro. Movió solo un poco algunas cajas, hizo espacio para sacar del rincón aquel instrumento dañado, lo jaló sin cuidado, al fin que roto estaba ¿Qué otro daño podía sufrir? Y de un tiró fuerte lo liberó, y lo puso en el asiento de copiloto.
—Me he dado cuenta de que no tienes nombre pequeña guitarra —reflexionó—. Allí está Mandy, la nombré apenas la compré. Pero tú llegaste en mala época, me he dado cuenta. También me he dado cuenta de que eres el único regalo de mi padre... Ya perdí la cuenta de cuántas cosas más me he dado cuenta en la soledad.
Apretó los labios, suspiró y pensó. Pensó por varios minutos, sin preocuparse por el paso del tiempo.
—Carmen ¿Carmen, está bien? La Guitarra del Carmen —confirmó orgullo.
Minutos después, el sujeto se desplazaba como nativo por las calles de Guayaquil, con la guitarra en estuche colgada en la espalda. Esta vez su vestuario no estaba tan bien pensado, ¡simplemente se dejó su pijama roja favorita! La llamativa pijama y unas Converse del mismo color, con su característica pañoletica gris de ocasiones especiales y la guitarra rota (que era roja), pero no se veía rota porque estaba dentro del estuche negro, y el tapabocas, estampado con sonrisa de payaso, hacía que la gente no pudiera ignorarlo. Y no faltó el personaje con mente ágil en creación que le tomó foto para el 'meme'.
Caminando se sentía tan familiarizado con la ciudad, que llegaba a sorprenderse. No pensaba a dónde ir, sus pies lo llevaban guiado por su corazón que, cada día, se sentía muy a gusto con su nuevo hogar. Pero un vacío en el estómago lo empezó a inquietar, tan grave fue, que a mucha distancia pudo distinguir a un pastelero sobre su humilde bicicleta. Con la suerte de que venía hacia él, porque con su lento caminar, seguro se moría de hambre antes de su encuentro.
Al pastelero le dio gusto ver al sujeto extrajero, de pijama roja, tragar con tanta emoción los manjares en tres diferentes sabores, cinco en total, 3 fueron de pollo.
—No había visto a alguien disfrutar tanto de una comida, como si no hubiera mañana y fuera su último día en la tierra —conentó el pastelero, en son de gracia.
—Mejor descrito: como si fuera mi primer día en la tierra —sonrió—. Me gusta pensar que es mi primer día en el paraíso, o mejor dicho, a pesar de que pasa el tiempo, disfruto como si fuera mi primer día en Ecuador.
Era conciente de que por más tiempo que se viva en un lugar nunca se conocerá por completo y cada día está presente el famoso "mi primera vez", eso lo aplicaba a las personas y la vida entera. Porque las sensaciones no se repiten; ni un beso, ni una canción, un libro, una película o un helado se sentían iguales después del "primero" en la vida, todos siempre cambiaban por factores internos o externos, al final, si se prestaba atención a la vida, cada cosa, incluso repetida, terminaba siendo la primera de una u otra manera. Si se entendía esta fórmula la vida cobraba más entusiasmo, porque, en la mayoría de los casos 'lo primero' viene ligado a esta emoción...
—Como el primer día de clases —agregó el sujeto, mientras pagaba su comida—, el primer día está lleno de ilusión, estrenar, conocer y no recuerdo que más. Pero el último estás tan cargado de emociones que no sabes cuál sentir. Y dígame usted ¿Acaso no se recuerda con más exactitud y nostalgia el primero?
—Claro que el último día también puede ser considerado el primer último día —irtervino antes de que el pastelero respondiera— y entusiasmarse como si fuera el primero. Y ya enredé las cosas.
Terminó, estallando de risa y contagiado al pastelero, que estaba de acuerdo, había enredado todo, pero le había dejado en qué pensar con más calma.
—De todas maneras esta vida siempre será nuestro primer día —reflexionó el extranjero, ya sin reír—. Es así porque el tiempo no existe. Las horas, los meses y los años son un invento de los hombres para organizar.
—No lo había visto de esa manera, pero tiene razón.
—Y se imagina ¿Qué tal que sólo la suma de mil años es en realidad un día para nosotros? Entonces ningún ser humano a vivido un solo día.
Y esa cuestión también quedó en la mente del pastelero. Quería contarle a su esposa, al llegar a casa, sobre el extraño sujeto extranjero, de pijama y converses rojas, que conoció en la calle. Quizás no lo volvería a ver, pero ya no podía olvidarlo, lo había marcado.
*Corotos: Objetos personales o de la casa, todo lo que incluyes en una mudanza o un viaje.
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