Capítulo 25
Llevaba una eternidad, meciendo su cuerpo inerte sobre la hamaca, la mirada perdida en algún lugar del infinito recuerdo de un gran amor en el que solo él creyó. Lo había perdido todo, todo lo querido, la gente que necesitaba para sentirse útil, amado, extrañado. Todavía estaban sus padres, en Colombia, pero para su corazón no existían más padres que sus abuelos, ellos le dieron cariño, lo criaron, le enseñaron, le dieron valor, pero la pandemia se los había arrebatado. Ese maldito virus se los llevó y él siquiera pudo estar cerca de ellos, aunque hizo lo posible para viajar, no lo consiguió. Sus últimas interacciones fueron por vídeo llamada, gracias a la amabilidad de algunas enfermeras.
A su abuela le cantó una canción, acompañando con su guitarra, para ese entonces no la había roto. Tú fotografía; más jovencito cuando escuchaba la voz de Gloria Estefan interpretado esa canción no podía evitar pensar en la absurda distancia que lo separaba de sus abuelos y el resto de su familia, esa distancia que lo mantenía vivo a punta de fotografías y su imaginación. Eran esas fronteras que lo separaban del lugar dónde tenía su corazón, la casa de sus abuelos, y por mucho tiempo no obtuvo el visado que tanto soñó, y no por querer conocer a Mickey mouse, sino por volver a abrazar a sus viejos, cuidarlos, escucharlos, hacerlos felices preparándoles un plato de comida, contarles una historia, leerles el capítulo de cualquier libro o de la biblia y acompañarlos a hacer las diligencias típicas de los viejitos. Y un día se le permitió volar, pisó suelo norteamericano, los abrazó en el aeropuerto y vivió con ellos por cuantas temporadas fue posible.
En sus manos tenía una de las hojas de la libreta que había destrozado, cuando se sintió el mismo hecho añicos. Arranco cada hoja en una madrugada en la que el llanto no cesaba y las lanzó en el suelo, muy enojado con la vida. Pero jamás las botó, al empacar sus pertenencias en Cali, las puso todas juntas en una caja, algunas las extendió y trató de desarrugar lo que pudo.
"La soledad, la nostalgia, la noche y el frío una mezcla de apariencia tóxica y en el interior indefensa me ayudo a encontrar el norte.
Azúl, azúl como la tristeza; y ese valiente al que el otoño le arrebató las hojas, a una sola persona le pareció bello en su invierno, lo amó, lo abrazó y aunque, antes de la primavera, partió; en su corazón dejó el fuego que lo mantuvo vivo como testigo de que existe el amor".
Había escrito esas palabras antes, mucho antes, de enamorarse por primera vez. Pero describían a la perfección su fallida historia de amor. Había sido inspirado al mirar la casa de sus abuelos desde la calle el día antes de dejarla para regresar a Colombia. En los días que pasó en la casa de sus viejos comprendió que quería ser escritor, porque eso era o único que había hecho desde pequeño, casi cada día, y no había dejado de hacerlo nunca, y menos cuando se sentía triste, esa era su verdadera pasión.
Lamentablemente la casa había sido vendida, para repartir la herencia de sus tíos y su mamá, y él solo guardaba una fotografía y sus memorias.
-Sin duda, el lugar que me trajo mayor inspiración. -Al fin habló, con voz trémula.
Necesitaba un respiro y se levantó, para ir a la playa. Habían días con restricción que nadie se podía meter al mar, pero se podía caminar por allí. Él sólo necesita el abrazo de la arena. No consideraba apropiado llevar a la gatita, así que le pidió a doña Gloria cuidarla, como le gustaban tanto los gatos no dudó en aceptar.
Así fue como un extraño sujeto de cabeza cubierta con pañoleta azul, pocas cejas y extrema palidez mortal terminó sobre la arena, mirando el cielo con la vista perdida, inerte, como un muerto. Pasaron horas y ya algunas personas miraban con sospecha.
-¿Será que se murió? Deberíamos comprobar -dijo un niño. Pero su mamá, aterrada, se lo llevó lejos.
Entonces un valiente se acercó y se paró a observarle la cara.
-¡Hey, Quijote!
La visión de un gordito puberto, sin cara de puberto, con una camisa blanca de DC., y pantaloneta estampada con personaje de la misma empresa, le alegró el momento.
-¿De veras me llamas así? Creí que era mi imaginación. Solo ella me llamaba así.
-Y yo no le puedo llamar así? -preguntó decepcionado.
-¡Claro! ¿Por qué no, Sancho Panza? Me caes bien, en cierto modo me la recuerdas, me puedes llamar así, ella ya no lo hará. Por cierto, ¿qué hacés acá?
-Vine con mi tía, viene a la playa cuando está muy triste. Por estos días es el aniversario de la muerte de mi abuelo. Ella dice que ya lo superó, pero yo creo que no.
-Seguramente no, creo que nunca se supera, quizás aprendemos a llenar esos espacios vacíos con sustitutos, pero nada es como lo original -aseguró, por experiencia sabía cómo se sentía perder a alguien tan cercano. Sus tíos, varios habían muerto y él sentía que por momentos dolía igual que a principio. Ahora sus abuelos... Y Santinna, era casi lo mismo y peor.
-¿Y usted qué hace acá?
-Veo atardeceres cuando estoy muy triste, espero un bonito atardecer hoy en esta playa.
El gordito puberto, sin cara de puberto asintió y se sentó en la arena a poca distancia.
-¿Y cuál es su nombre?
-No creo que sea tan importante saberlo, ¿o sí? Ya me llamas Quijote, apuesto a que escuchas del libro pero no piensas en el personaje sino en mí.
El gordito rió, confirmando que era cierto.
-Los nombres sólo sirven para identificar nuestras tumbas al morir, sólo adquieren significado y los embellecen nuestros actos. Esos nombres toman vida en la memoria cuando vivimos en el corazón de alguien.
-Cierto, por eso en mi familia hay muchas sobrenombres que parecen los nombres reales. Cobran más valor y significado que el de la identificación ¿Verdad?
-Afirmativo.
-Yo me llamo Luis.
-¡Ay, qué chévere! Como mi suegro... Ex-suegro. Aunque sigue siendo mi suegro, yo lo quiero y seguro él a mi, la que no me quiere es la hija. Eso de ex, suena tétrico. Mejor lo elimino de mi léxico.
-Quijote, ¿no le parece extraño que siempre nos encontramos en diferentes lugares sin ponernos de acuerdo, no será el destino?
El sujeto negó con seguridad.
-No creo en esa cosa que llaman destino. Sería la negación de otras cosas que comprobé. Pero hasta suena bonito, las historias de los libros lo incluyen mucho como argumento del amor verdadero.
-¿Y no puede ser el argumento del amor verdadero?
-No. Pues creo que sí el destino existe quiere decir que el amor verdadero no -razonó mirando las nubes-. Si fuera por el destino entonces a amor estaría desempleado.
Había descubierto que: uno se enamora por elección. Ama desde ese ese momento que aprende a valorar los defectos de alguien porque ha ganado una batalla contra sus propios defectos, que querían buscar pleito.
Una relación amorosa es la batalla de dos contra el universo; pero si el amor es irreal y el destino es el que tiene las riendas ¡Paila! Todo es efímero y nadie triunfará, porque desde el principio ya estaría escrito el final.
-Si el destino te lleva a conocer a una persona con la que quieres compartir tus días, entonces la lucha por el amor está perdida, ya no es una aventura, sino una obligación. Como cumplir una cita o celebrar un cumpleaños, es porque toca, en una fecha fija y no porque sale espontáneo, desde el corazón -concluyó.
-Sería mejor algo espontáneo entonces.
-Me parece más sincero y desinteresado.
-A mí también.
Y se quedaron mirando las olas del mar, el silencio no los podía incomodar, se sentían a gusto, ya eran viejos amigos y ni siquiera se conocían mucho.
-¡Luis! ¡Luis, vamos por una salchipapa!
Se escuchó un llamado a lo lejos. Pero el gordito no lo escuchó, sin embargo el recién bautizado Quijote fue el que se sobresaltó con oír esa voz, la mejor voz de todas las voces femeninas conocidas. Su corazón parecía enloquecer, un tonto que olvidaba la cordura en casa por salir corriendo ante su llamado a la rendición. Esa voz, femenina, profunda, sensual, lo dejaba sin murallas. Se derretía por la voz y el acento de esa guayaca.
-Si yo llego a comprobar que el destino es una realidad, me siento en dónde sea que esté a esperar que el destino trabaje por mí y allí sería el fin de mi vida.
Después de pronunciar esas palabras se levantó, Luis sólo lo observó.
-Luis, ¿te están llamando o solo yo escucho esa voz?
El mundo se distorsionó y el Quijote se desvaneció. Cayó al suelo, inconsciente.
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