Capítulo 23

El extraño sujeto estaba de pie en la cocina de su casa. Sirvió una taza del café que recién había colado.

—Me gustaría que pensaras en mí tanto como yo pienso en vos —procramó, seguidamente sorbió un poquito de la bebida y la degustó al máximo.

—Y ahora me gustaría que te olvidaras de mí y todo lo que vivimos, especialmente los mejores recuerdos, así nunca tendrías que extrañarme como he podido extrañarte a ti.

Estar enamorado le parecía que era igual a cargar un bulto de sentimientos contradictorios. Había pasado el tiempo y todavía no podía escribir una definición que ayudara a otros a entender el amor del que tanto se hablaba.

—Si no me amaste es porque ya amabas a alguien más. Si amas de verdad ya no tengo de qué preocuparme.

Sorbió la última gota de café, con expresión amarga, como si fuera el más fuerte licor. En ese mismo momento Gia apareció en la cocina sospechando que su dueño estaba a punto de abandonar la casa. Él la miró enternecido, había crecido tanto en un abrir y cerrar de ojos, francamente no había imaginado que esa pequeña gatita negra pudiera sobrevivir bajo su cuidado, pero algo de persistencia y amor habían sido más que suficientes para obtener un milagro.

La gatita le sobó los pies buscando atención. Entonces comprendió que quería salir al patio, y abrió la puerta. Mientras Gia jugaba feliz, siguiendo un bicho, él sacó del bolsillo una cajetilla de cigarrillos... Seguía intacta, nunca había encendido uno.

—¿Sabes Gia? Las personas quizás no se han dado cuenta que los cigarrillos son un método acertado de control de población —aseguró, mirando a todo lado como con temor a ser observado—. Es silencio asesino y todos llegan a él por elección.

—Lo que te digo no se lo digas a nadie —susurró, sentandose en el césped—. No puede uno hoy día ir por allí expresando sus sentimientos u opinión. La libertad no existe.

Sacó un cigarrillo y lo puso en sus labios como había acostumbrado últimamente, sin encenderlo.

—Somos esclavos de cualquier moda, estilo de vida, vicio u adicción que nos atrapa, también de temores, dudas, egoísmo y ambición. Y sin embargo nos dicen que somos libres porque hacemos lo que nos da la gana.

La gatita no le interesaba la conversación porque ella se sentía libre en ese preciso momento. Pero sí sintió curiosidad al ver como su dueño sacaba tierra con sus manos, y más raro fue ver cómo enterraba la caja de cigarrillos, por último depositó en el pequeño hueco el cigarrillo que acababa de probar sus labios. El sujeto extraño decidió que ya no era práctico recordar aquellos besos de esa manera.

—Los más débiles caen como esclavos, los poderosos saben eso y tiran el anzuelo. Así se extermina lo indeseable, Gia. Solo te lo digo a ti porque no vas a juzgarme. Aunque alguien sea débil es capaz de atacarme.

Como la llamó por el nombre la gatita se acercó a jugar con él, pero sobre sus monólogos dirigidos a ella poco entendía.

—Por favor, guarda el secreto de mi descubrimiento. Si alguien se entera me ira peor que al viejo Jaime Garzón.

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