Capítulo 14
«Su mundo se había convertido perfectamente blanco.
Todo color se destiñó como el cielo al atardecer, como helado derretido, como fuego que se apaga.
La luz lo abandonó, dio paso a la noche, la oscuridad, el miedo, la soledad. Sentía el hormigueo del fracaso en sus manos, los brazos, el estómago.
Un corazón acusando, ahorcando, hurtando cada célula de felicidad. Se moría, lo había perdido todo, su luz se rindió ante los vientos de la duda por temor al arrepentimiento, a los reclamos.
Esa luna dejó menguar su resplandor por la culpa, una que no era suya, tampoco del lunático que la observaba con devoción.
Un lunático sin cordura, bañado de oscuridad, sin luna, en una matriz, con el cordón umbilical roto, desprotegido. Despintó sus cuadros, los tornó en blanco, impoluto. Durmió por los siglos aprobado por Dios»
Había una hoja con esas palabras debajo de su cara. El sujeto, dormía en el suelo de casa, en su habitación favorita vacía. Lloraba en sus sueños, no podía distinguir la realidad de la ficción, y menos cuando ambas se tornaron igual de turbias de la noche a la mañana. Siempre fue onironauta, en las noches huía de la realidad, del rechazo, de la inseguridad, del bullying, en sueños que él podía controlar, sabía que no eran reales pero disfrutaba del dominio de estos, siendo lo único que podía controlar de su vida. La fantasía le salvó la vida, le permitió cumplir sus sueños, le dió esperanza. Podía viajar, podía comer, recrear la última película vista en cine, participar de ella, darle vida a un libro y despertar con soluciones más claras y nuevas ideas. Creyó que tenía un superpoder, hasta que ella, la mujer de sus sueños, lo mató en su realidad, y su ficción dejó de ser la de antes. Dormir ya no era lo mejor de su vida, había perdido el control de sus sueños, despertaba llorando y poco podía recordar la razón a pocos segundos de despertar.
—¡NO!
Los quejidos de la gata adoptada lo despertaron asustado. Maullaba fuertemente con dolor, el eco se paseaba por la casa, rebotaba en las paredes blancas, vacías.
Salió despavorido de la habitación,
Y corrió a la habitación de atrás dónde había dejado dormir la gatita, pero estaba la canasta con la cobija vacía. Dejó la habían a prisa, bajando las escaleras sin precaución, tropezando en el último peldaño, pero si caer. Pasó por una de las salas, entró a la cocina y continúo al cuarto de oficios; allí, junto a la lavadora, sobre un montón de ropa, la gatita blanca moteada de gris había partido dos gatitos, en eso momento se comía la placenta del primero. Fue tanta la impresión causada por la escena que el sujeto mandó sus manos a su boca para evitar gritar. La tensión aumentó, al notar que los pequeños gatitos, que parecían más bien ratones, no se movían. No había tiempo de llamar a un veterinario, tampoco tenía experiencia en partos, más que unos artículos web y un vídeo de mascoteandoec visto en Youtube; pero sin dudar, buscó en el botiquín de la cocina un par de guantes de látex, se los puso y tomó a los bebés, para zarandear, de manera moderada sus delicados cuerpecitos en un intento por reanimarlos. Los masajeó, los ventiló y los lloró... No pudo hacerlos vivir.
Rendido se dejó caer sentado, recostado a la pared, cerró los ojos y apretó los labios. Encontró un momento de tranquilidad en el silencio, pero un fuerte maullido lo rompió todo; la gata seguía en trabajo de parto. Él solo la acarició, ella tomó su mano entre sus papitas, desesperada, poco a poco fue saliendo el último de la camada tras minutos de espera y al salir su mamá hizo lo de siempre, lo sacó de la bolsa lo limpió, pero este tampoco se movió.
—Ay no. Se va a morir también —exclamó muy nervioso. Agarrando al gatito para repetir el proceso.
Tras salvarle la vida lo devolvió a su madre para que lo alimentara, esta seguía lamiendo a sus bebés muertos. Uno era blanco moteado de gris, como su mamá, el otro blanco con moteado negro y, el único sobreviviente, el más pequeño era negro.
—Qué sinvergüenza —se burló acariciando la gata—, han sido todos de distintos padres.
Se levantó, y fue riendo de su mal chiste por toda la casa. Subió las escaleras y fue por la canastas, con la intención de acomodar la gata y sus crías allí, porque al parecer a la felina le pareció más seguro el cuarto de oficios que una habitación común.
—¡No joda! Voy a tener que abrir un hueco para enterrarlos con una cuchara. Compré canasta, toallas, hilo, pero nadie se le ocurre comprar una pala por si los gatitos nacen muertos. Uno nunca está preparando para lo peor.
Y así fue, cavó un hoyo en el patio de su casa con una cuchara. Se hizo una ampolla por la ausencia de trabajo con las manos y sol lo quemó por enfrentarlo sin bloqueador, sombrero, ni prendas de manga larga. Pero lo más difícil fue quitarle los gatitos muertos a su gata, lamentaba su situación, especialmente por la incertidumbre sobre cómo enfrentan los animales el duelo. A él no le iba nada bien en la práctica, esperaba que su gata lo superara de inmediato.
Estar ocupado con los gatos le ayudó a olvidar su mal sueño por completo. Y no fue solo un día donde estos tuvieron el protagonismo. El el día del parto, llamó al veterinario para una visita de chequeo, el diagnóstico no fue alentador, especialmente para la cría. Ambos fueron hospitalizados por unos días y tras algunos exámenes se tuvo una idea del por qué habían muerto los otros gatitos. La gata estaba infectada con un virus.
—No es el Coronavirus del que todos nos estamos escondiendo, no te va a contagiar, claro está —aseguró el veterinario con amabilidad—, sin embargo sigue las recomendaciones de prevención que se nos recuerdan a diario. Imagino que por esta razón la gata fue abandona, como muchos animales por esta época.
Y sí, fue esa la razón del abandono, cuando sus dueños sospecharon del embarazo, le hicieron algunos exámenes. Al confirmar que portaba un tipo de Coronavirus, común en felinos, el pánico los cegó y sin piedad la lanzaron a la calle. Siendo rescatada en la última semana de su gestación, con desnutrición y otros problemas que ahora amenazaron su vida y la del único sobreviviente de su prole.
—Nunca la amaron. Por eso la abandonaron. Cuando uno se asusta y abandona, recapacita casi de inmediato y hace lo posible por remediar el daño —comentó al veterinario—. Si sobrevive la cuidaré con esmero, pues en segundas oportunidades que da la vida, siempre mejoro un montón.
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