Uno.
ANTES DE LEER. Me gustaría hacer un pequeño alcance. Dentro de esta historia, voy a denominar a Phichit como ''tailandés'' (como lo he hecho con todas mis historia), pero... ¿por qué les digo esto?, es porque hay una imprecisión histórica en este punto.
Tomando en cuenta que, esta historia se centra en la época del medio-evo, en aquellos años, la zona geográfica de Tailandia no tenía el nombre de tal, sino que en aquellos años (y hasta hace muy poco, en el tiempo contemporáneo), esta zona era un reino, llamado el Reino de Siam (y que luego, por revoluciones internas pasa a llamarse Tailandia), por lo que, el gentilicio de Phichit debería ser ''siamés'' (tomando en cuenta la época de la historia), pero, para comodidad de ustedes será llamado solo como tailandés.
Aclarado este punto, procedo a dejarles la continuación, gracias por su atención. uvú
******
Phichit caminó de forma incesante por las inmensidades del palacio. Siguió por detrás a Seung-Gil, el que avanzaba con un semblante que repelía a quien posara la vista en su majestuosa presencia. Todos en el pasillo, al ver al príncipe, hacían una pequeña reverencia, independiente de la actividad que estuviesen ejecutando.
Todos en aquel palacio, levantaban la vista hacia Phichit, con una expresión de confusión y desconcierto, como advirtiéndole: ''ten cuidado''.
El tailandés, solo miraba con preocupación aquel escenario, al parecer... las cosas no pintarían para nada bien. ¿Por qué todos miraban de aquella forma al príncipe Seung-Gil? Con un semblante de terror reverencial en sus rostros... ¿De verdad aquel príncipe era tan tirano y frívolo como para merecer ser mirado de aquella forma?
—Ya llegamos —dijo Seung-Gil, parando en seco, provocando que el menor chocara contra su espalda.
—¡Ah! —exclamó el moreno—. ¡S-sí, su majestad! —balbuceó con nerviosismo.
—Debes estar más atento —espetó con molestia, al ver lo desconcentrado que se veía su servidor.
—S-sí.
Seung-Gil miró de soslayo a Phichit, con una expresión de total soberbia, por debajo de su hombro. Aquel nuevo chico que sería su servidor personal, se veía completamente como un estúpido. Tenía una expresión en su rostro que contrastaba enormemente con el tenso ambiente de aquel palacio. Su figura tan menuda y su voz tan agradable, empezaban a provocar un dolor de cabeza a su majestad.
—¡¡BAEK!! —gritó con fuerza el azabache, ensordeciendo a todos a su alrededor; Phichit tapó sus oídos por tan salvaje bramido.
En menos de diez segundos, un chico de unos veinticinco años estaba allí parado, en una reverencia justo frente a su majestad, señal de profunda lealtad hacia Seung-Gil.
—Su majestad, ¿me ha usted llamado? —preguntó el joven.
—¿Estás sordo? —espetó con molestia.
—Discúlpeme, por favor.
—Él es Phichit, es mi servidor personal y es nuevo en este palacio. Quiero que le muestres el lugar, ahora mismo —ordenó severo—. En estos momentos debo ir a una reunión con los banqueros del pueblo.
—Sí, su excelencia. Lo que usted ordene.
Apenas Seung-Gil se alejó por los pasillos, Baek dejó de hacer aquella reverencia, reincorporándose junto al tailandés.
—¡Hola! —exclamó Phichit, sonriendo ante Baek y extendiendo su mano en señal de un saludo.
Mas Baek, le miró en silencio y con desconfianza. Phichit ante aquello, solo desvió la mirada con suma vergüenza.
Y es que Baek, no era más que un simple servidor de Seung-Gil. El joven, le servía a su majestad desde hace diez años atrás, cuando él solo tenía quince años, y el príncipe, diez; muchos años de servicio llevaba Baek hacia el príncipe.
—¿Su servidor... personal? —inquirió Baek, con un evidente tono de desagrado.
Phichit solo miró extrañado ante aquello, ¿por qué ese chico se estaba mostrando tan hostil hacia él?
—¿Cómo es que alguien que apareció recientemente puede llegar a ser servidor personal de su majestad? —escupió con ira, mirando a Phichit de pies a cabeza—. Yo he sido su servidor durante diez años, le he acompañado en todo, he socorrido sus malestares, y aun así... ¿Uno de piel oscura llega y es su servidor personal?
—¿Uno de piel oscura...? —resonó aquello por la mente de Phichit, totalmente extrañado por el desprecio constante ante sus rasgos raciales.
Y sí, constante... pues, Phichit lo había notado desde siempre. Hace tres años que él, había llegado a esa aldea, y desde su primer minuto de estadía, él había sido tratado diferente y mirado extraño, siempre, bajo el pretexto de su piel más oscura que la del resto. En aquel reino, existía una fuerte discriminación racial.
—En fin... que molestia todo esto, pero, son órdenes expresas del príncipe Seung-Gil. Vamos, voy a mostrarte el palacio... ne-gri-to.
Aquellas últimas palabras salieron de su boca con total desprecio, y Phichit, pudo sentirlo. Un par de minutos en aquel palacio, y ya sentía que estaba siendo pisoteado.
Baek caminó con rapidez por los extensos pasillos del palacio, y Phichit, apenas podía seguirle el ritmo. Podía observar a una gran cantidad de jóvenes realizando quehaceres en aquel lugar, algunos caminando deprisa, y otros hablando en grupitos, pero todos... con vestimentas formadas de harapos y andrajos, y Baek, no era la excepción a ello.
—Estas son las habitaciones de la servidumbre —dijo, parando en seco.
Phichit observó hacia el interior de un largo pasillo, en donde, se podía divisar varias camas a lo largo. Era una habitación oscura y con poca ventilación, y por lo que se veía, también había mucho hacinamiento.
—Pero no te preocupes, seguramente no dormirás acá, después de todo, un servidor personal tiene unas cuantas regalías extras que los servidores comunes y corrientes no tienen —explicó.
—Ya veo...
—Por eso no lo entiendo, ¿por qué el príncipe ha confiado algo tan importante a alguien de piel oscura? —espetó.
—¿Podrías dejar de hacer énfasis en mi color de piel? —aquellas palabras articuladas por Phichit, sonaron con total dureza.
—Eres un...
Mas Baek, no pudo continuar. Un joven de tiernas dimensiones y muy escurridizo, chocó con él por detrás, cayendo el pequeño al suelo.
—¡Auch! —exclamó.
—¡L-lo siento, Baek! —exclamó el pequeño, reincorporándose.
—¡Guang! ¡No puedes estar corriendo por los pasillos! ¡El príncipe se va a enterar de esto y no le causará nada de gracia! —bramó furioso, dedicando una mirada severa al más pequeño.
—¡N-no, Baek! ¡No le digas al príncipe, por favor! —suplicó aquel chico.
Phichit miró divertido aquella escena. Aquel muchacho parecía muy torpe y escurridizo, y por lo pequeño que era, le hacía deducir que se trataba de un menor de edad.
—¿Él es nuevo? —preguntó Guang, sacudiendo sus ropas.
—Ah... el negrito, sí, es nuevo —asintió Baek, con desagrado.
—¡Mucho gust...!
—¡Vuelve a tu puesto de trabajo, rápido! —ordenó Baek, hastiado.
—¡S-sí! —Obedeció Guang, retrocediendo con miedo y perdiéndose rápidamente por uno de los pasillos.
Phichit miró a Baek con cierto desagrado; al parecer, aquel chico no era más que ese típico soplón que existía siempre en algún lugar.
—Vamos, te llevaré a conocer el resto.
Y así Phichit, conoció gran parte del palacio. Recorriendo los alrededores; parte de los cuartos, de los comedores, de la administración y la cocina. Después de que Baek terminó de mostrarle la inmensidad del palacio, Phichit se quedó esperando al príncipe, pues, éste debía llegar dentro de poco.
—Su majestad... —susurró el moreno, al percatarse que Seung-Gil ya estaba en el palacio.
—Phichit, hola.
—¿Puedo servirle en algo? — preguntó, dibujando una amplia sonrisa en su rostro.
—Sí, estoy demasiado cansado y hambriento, prepárame algo de comer, te estaré esperando en mi comedor personal.
—¡Sí, su majestad! Con permiso. — Hizo una pequeña reverencia y salió rápido con destino a la cocina.
Phichit se hallaba nervioso, en realidad, él jamás se había especializado en la cocina... de hecho, era bastante malo para ella. Y ¿A quién pediría él ayuda para cocinar? Si no conocía a nadie en aquel palacio, y peor aún... todos le miraban con desagrado, a excepción de ese pequeñín que se había encontrado hace un rato atrás.
Sumido en sus pensamientos, llegó a la cocina del palacio, en donde encontró a varios servidores preparando alimentos y limpiándolos. Respiró hondo, tomó confianza y se adentró allí, intentando buscar algo para preparar al príncipe.
—Rayos, no sé por dónde empezar... — pensó frustrado, recogiendo algunas verduras— ¿Qué se supone que deba hacer con ellas...?
—Hola, ¡mucho gusto! —oyó Phichit por detrás. Le parecía una voz conocida.
—¿Umh...? —murmulló, volteándose— ¡Oh!
Se trataba de Guang, el que, había seguido a Phichit de forma silenciosa hasta la cocina, y ahora, se hallaba sonriendo de par a par para el moreno.
—Antes no pude presentarme de la forma debida, mi nombre es Guang Hong ji y tengo 17 años —dijo con una gran sonrisa y extendiendo su mano —, ¿cómo te llamas tú? —preguntó.
—Ho-hola Guang, es un gusto, mi nombre es Phichit Chulanont, y tengo 20 años —respondió el moreno, correspondiendo el saludo.
—¿No eres de estos lares, Phichit? — preguntó curioso.
—No, vengo desde otro país —sonrió —. Tú tampoco eres de estos lados, ¿verdad?, lo digo por tu nombre...
—En efecto, soy de China, ¿y tú?
—De Siam.
Ambos al fin se habían conocido, y bastó tan solo un par de minutos para que entraran en total confianza.
—¿Vas a cocinar? —preguntó el joven chino
—Eso es lo que voy a intentar, ¿sabes?... realmente no sé cocinar muy bien ¡Y me da miedo que el príncipe me mande a la horca porque no le agrade mi comida! —exclamó con nerviosismo.
Una risa incontenible arrancó de los labios del pequeño; Phichit le miró consternado.
—¡¿P-por qué te ríes?! —preguntó confuso.
—El príncipe Seung es muy frívolo, tienes razón... pero él manda a matar por otras razones, no creo que por algo como eso —explicó Guang, secando una pequeña lagrimita que surcaba uno de sus ojos por causa de la risa.
Un frío recorrió la espalda de Phichit, su cuerpo se heló y su mente quedó en blanco al oír aquello. ¿Había oído bien? ¿''Él manda a matar por otras razones''? Es decir... en efecto, ¿el príncipe Seung-Gil mataba a sus servidores?
—¿Q-q-qué has querido decir, Gu-guang? —balbuceó aterrado.
—Uh... ¿nadie te lo advirtió antes?
—¿S-sobre qué...?
Una expresión de sorpresa se dibujó en el rostro de Guang; al parecer, había metido la pata.
—Bien... escucha —dijo, rascándose la nuca—, si tienes un comportamiento incorrecto, el príncipe te castigará.
—¿Y cómo es que él castiga...?
—Bueno... hay distintas formas, escucha... —susurró el pequeño, acomodándose en una silla—. Si tienes comportamientos incorrectos, las formas de castigo pueden variar. Por ejemplo, él podría dejarte sin comida por un día entero, encerrarte en un calabozo, darte latigazos y en el peor de los casos... sentenciarte a la horca o a la guillotina... —musitó Guang, con una expresión aterrorizada en su rostro.
Phichit sintió su vista nublarse, y un terrible mareo le impactó de repente. Guang pudo notarlo de inmediato.
—¡Phichit! ¿Te sientes bien? — preguntó preocupado, alzándose de la silla y socorriéndole.
—S-sí... es solo que...
—Te entiendo, esa fue mi reacción también cuando me enteré de lo que ese príncipe es capaz —murmulló con rabia—. Phichit, tú que eres su servidor personal, debes tener cuidado.
—Sí Guang, gracias... —dijo en un hilo de voz, con la vista perdida entre la nada— ¿Y qué reglas debo seguir para evitar ser castigado?
—Bueno, tenemos ciertos comportamientos prohibidos, aunque, realmente él puede castigarte cuando se le dé la gana... —musitó.
Guang explicó a Phichit cada detalle de los comportamientos prohibidos en el palacio. Había un sin número de comportamientos inadecuados y que estaban penados por la familia real, aunque, como explicaba Guang, todo quedaba a la discrecionalidad de la familia real, dependiendo de su propia voluntad.
Entre los comportamientos prohibidos estaba por ejemplo el hecho de mantener relaciones sexuales y amorosas entre los propios servidores, pues, si alguno de ellos era sorprendido, era enviado a un calabozo. Por otra parte, los servidores no podían rondar libremente por los pasillos después de las diez de la noche, de lo contrario, quedarían sin comer durante un día. Quedaba también expresamente prohibida la ingesta de alcohol o sustancias psicotrópicas y estupefacientes, como también, levantar la voz, faltar el respeto a algún miembro de la familia real e intentar robarles o hurtarles, pues todo ello, era castigado con latigazos. Por último, si un servidor era sorprendido intentando escapar del palacio, éste era sentenciado a la guillotina u horca, siendo fusilado sin derecho a una apelación.
—Entonces... ¿no me castigará el príncipe si no le agrada mi comida? —volvió a insistir Phichit en lo mismo.
Una pequeña risa arrancó de los labios del joven chino.
—No lo creo...
—Guang, ¿podrías ayudarme a cocinar? De verdad no soy muy bueno en esto... —suplicó Phichit.
—Me encantaría, pero... —dijo, levantándose de la silla y sacudiendo sus harapos— Fui enviado a limpiar las ropas del príncipe, y si no cumplo, me castigará...
—Lo entiendo...
Phichit bajó la mirada con terror; realmente, le asustaba la posibilidad de ser castigado por el príncipe.
—Pero hagamos una cosa... —susurró el pequeño, posando su dedo índice en sus labios.
—¿Umh?
—Te traeré a un amigo nuestro que también es servidor. Él cocina muy bien, seguramente él podrá ayudarte .—sonrió—. ¡Espera aquí, lo traeré! —exclamó, corriendo hacia las afueras de la cocina.
Phichit quedó allí parado, entre la muchedumbre, los olores y sonidos de la cocina, con total consternación. ¿A quién le traería Guang? Solo esperaba que fuese alguien realmente amigable y que pudiese ayudarle, de lo contrario... debería soportar el castigo del príncipe.
Un profundo suspiro arrancó de sus labios, y ya rendido, se volteó y empezó a lavar unas verduras. Solo le quedaba cocinar lo que saliera, el príncipe estaba hambriento y él ya estaba demorando más de lo esperado.
Phichit, estaba totalmente sumido en sus pensamientos, los que, eran un torbellino de incertidumbre de lo que sería su propia realidad, desde allí en adelante; miedo, nostalgia... tan solo unas horas en aquel lugar y ya extrañaba a su familia. De repente, una voz, proveniente por su espalda, le saca de forma abrupta de sus pensamientos.
—Hola, ¿puedo ayudarte?
Resonó aquella voz por la sala. Una pequeña felicidad invadió el rostro de Phichit.
—¡Sí! ¡Puedes ayudarm...!
Pero el tailandés no pudo continuar. Al voltearse de forma sorpresiva, se dio cuenta que, aquel joven que le ayudaría en la cocina, era alguien muy querido y conocido para él.
Ambos se miraron con sorpresa, totalmente perplejos ante la presencia del otro. Phichit, de forma involuntaria soltó aquellas verduras, cayendo éstas al suelo.
—¡Phichit!
—¡Yuuri!
Exclamaron al unísono, aferrándose ambos en un escandaloso y fuerte abrazo.
Resultaba que, Yuuri y Phichit eran mejores amigos, y hace aproximadamente un mes que ninguno sabía nada del otro. Ambos, estaban sumidos en un fuerte abrazo, signo de la alegría al encontrar en las inmensidades de aquel frívolo palacio, la compañía y presencia de aquella persona incondicional que podría estar con ellos para apaciguar la angustia y el sufrimiento.
—¡Me alegra tanto el poder verte, Yuuri! —exclamó el moreno, aferrándose con más fuerza a su amigo.
—Y a mí más aún, Phichit... estar sin alguien que me comprenda en este sitio, es terrible... —susurró, aferrándose de la misma forma a su amigo.
Ambos quedaron de esa forma por largos segundos, hasta que uno de los servidores hizo un ademán con su mano, indicando que pasaba por allí cerca un guardia y los podía sorprender. Ambos se separaron por la señal.
Clavaron sus vistas en las negras pupilas del otro; sus ojos cristalizaron con el pasar de los segundos.
—Yuuri, tú... se supone que, te irías de vuelta a Japón... —dijo el moreno, secando sus lágrimas.
—Lo sé... —musitó con cierta tristeza el japonés.
Yuuri bajo la mirada con total congoja. En sus ojos se pudo evidenciar aquella angustia que desplegaba en su interior, luchando por exteriorizarse y liberarse; Phichit pudo percibirlo de inmediato.
—Está bien, Yuuri... en algún momento hablaremos de eso, más tranquilos —dijo el moreno, abrazando nuevamente a su amigo, en señal de apoyo. Yuuri asintió con su cabeza.
Resultaba que, Yuuri era un joven japonés, y junto a Phichit, eran mejores amigos desde hace tres años, cuando el moreno había llegado a esa aldea, desde el reino de Siam.
El joven japonés, había explicado a Phichit que, dentro de poco, él iría de vuelta a Japón, y que por aquella misma razón era muy probable que ellos no volvieran a verse por un buen tiempo, por lo que Phichit, sabía que su amigo en algún momento debía desaparecer de aquella aldea.
Sorpresa fue para Phichit, cuando descubrió que en realidad todo aquello era una mentira, pues Yuuri, no volvería a Japón. Él, había inventado todo aquello para que Phichit no se preocupase por él al momento de desaparecer, pues Yuuri, sabía de forma anticipada que la familia real iría tras él, para pagarse la gran deuda que él mantenía con ellos.
Todo aquello lo había hecho por amor a su amigo, porque ellos dos eran inseparables e incondicionales. Yuuri sabía de la difícil situación por la que pasaba Phichit, por lo que, ocultó aquella noticia a su amigo, para no aproblemarlo más ni provocarle más angustia de la que ya tenía por su situación.
—¿Por qué no me lo dijiste antes, Yuuri? —preguntó Phichit en un susurro, configurando en su rostro un semblante acongojado—. Pude haberte ayudado...
—Phichit, tú ya tenías suficientes problemas como para cargar con los míos, no hubiese sido capaz de aquello... —Bajó su mirada con pesar.
El tailandés, solo se limitó a asentir con tristeza. Y pensar que, su amigo había ocultado su situación para no dificultarlo, pero ahora, ambos estaban en esa situación: juntos en el palacio, pagando con su propia libertad aquella deuda que mantenían con la realeza.
—Bueno... —susurró Yuuri, quebrantando aquel silencio fúnebre— ¡Manos a la obra! Debes cocinar, ¿no? —Una carismática sonrisa ensanchó sus labios.
—Sí... el príncipe Seung-Gil lleva un buen rato esperándome.
—¡Bien! Déjamelo a mí, solo me tomará unos pocos minutos; observa y aprende.
Con movimientos hábiles y enérgicos, Yuuri trituraba las verduras y dedicaba atención a la cocción de otras. Phichit, por su parte, con la boca entreabierta observaba con admiración aquella faceta de su amigo. Unos quince minutos bastaron para que Yuuri, tuviese un exquisito platillo preparado. Algo simple, pero delicioso.
—No sé qué es lo que haría sin ti, realmente...
—Para eso están los amigos. —Sonrió el japonés—. Ahora apresúrate, o el príncipe se molestará.
—¡S-sí! ¡Nos vemos lueg...! —Se detuvo—. Espera... ¿dónde nos volveremos a ver? —Se volteó hacia su amigo y arqueó ambas cejas, confuso.
—¿Te parece estar a las nueve en la habitación común? Allí en donde todos dormimos...
—¡Vale! ¡A las nueve! —exclamó, alzando su mano en señal de despedida y corriendo al comedor personal del príncipe con el platillo humeando.
El azabache se hallaba en un pequeño comedor que se situaba en el centro de una lujosa sala, iluminada por los rayos del sol a través de finas cortinas. Su vista se extendía hacia las inmensidades del horizonte, perdida, como si algo en su cabeza rondara de forma incesante.
—¡Su majestad, disculpe la demora! —exclamó el moreno, irrumpiendo en aquella atmósfera sumida en tranquilidad.
—Demoraste mucho... —susurró Seung-Gil, aún con la vista perdida en la inmensidad del paisaje.
—Lo siento, lo siento, lo siento...
Seung-Gil suspiró profundamente.
—Está bien, no hay problema...
Phichit percibió de inmediato una extraña actitud en el príncipe, pues, él no retiraba su vista de la ventana, admirando la inmensidad del paisaje. ¿Realmente él era así siempre? Es decir... realmente se le veía muy tranquilo, o quizá... preocupado.
—Aquí está su comida, majestad —dijo el moreno, posando el platillo justo frente a la presencia del noble.
—Bien, gracias —dijo, retirando su atención del exterior, y poniendo por fin atención al platillo.
El cuerpo del tailandés se tensó por completo. Realmente no dudaba de los dotes culinarios de su amigo, solo era que... él no estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones, por lo que le ponía nervioso el tener que servir al príncipe.
Seung-Gil, probó la primera porción de comida. De forma instantánea, una expresión de sorpresa se dibujó en su rostro.
—¿En serio tú has preparado esto?
—S-sí... —mintió.
—Está buenísimo.
Una sonrisa triunfante ensanchó los labios de Phichit; sintió como su cuerpo se tornaba mucho más relajado. Él, solo permanecía de pie a un costado del príncipe, quien a gusto, comía de aquel platillo.
Seung-Gil a su vez, de forma esporádica, dirigía de soslayo miradas a Phichit, pudiendo notar, aquella luminosa sonrisa que abarcaba gran parte del tierno rostro del tailandés.
¿Por qué Phichit sonreía de aquella forma? ¿Acaso le parecía agradable el hecho de estar privado de su libertad en aquel lugar? ¿Acaso la situación en la que él estaba sumido le parecía divertida? Muchas preguntas rondaban por la cabeza del príncipe, y aquello... le irritaba.
—¿Qué te parece tan divertido? —preguntó al finalizar su comida. Un evidente tono de hostilidad resonó en sus palabras, hastiado.
Phichit miró con confusión aquella reacción del príncipe. Se removió nervioso.
—Te he hecho una pregunta ¡Contéstamela! —lanzó un fuerte bramido, empuñando ambas manos y golpeando con fuerza la mesa.
Phichit dio un pequeño brinco del susto. Un chillido involuntario escapó de sus labios.
—Y-y-yo... no... nada... —balbuceó.
Seung-Gil se incorporó de la mesa, y en menos de tres segundos, estaba ya parado frente a Phichit, con su rostro a escasos centímetros.
—¿Te parece divertida esta situación? ¿Te provoca risa el hecho de que tu familia nos deba dinero? —inquirió absolutamente hostil, como acechando a una débil presa a punto de ser asesinada.
—N-n-no... discúlpeme, yo... no volveré a sonreír, s-se lo juro... —balbuceó, con su voz pendiendo de un hilo.
El azabache mantuvo su mirada clavada en los grisáceos ojos del moreno. Las piernas de Phichit, empezaron a temblar levemente, desvió la mirada con absoluto temor. Realmente el príncipe, tenía una fuerte aura que provocaba pavor en cualquiera.
—La risa abunda en la boca de los tontos, ¿lo sabías?
—N-no, no lo sabía, d-discúlpeme, su majestad... —susurró tembloroso.
El azabache se separó, mirándole de pies a cabeza, realmente aquel chico... se veía sumamente inocente e indefenso, y aquello, le revolvía el estómago.
—Ve a tu habitación —ordenó.
—N-no sé dónde está mi ha-habitación... —Las palabras que articulaba se le atoraban en la garganta; el miedo provocaba torpeza en sus acciones.
El príncipe suspiró profundo y con molestia.
—Te mostraré por donde queda, ven.
La habitación de Phichit se situaba justo frente a la del príncipe, por una cuestión de cercanía, para que así, Seung-Gil pudiese pedir al tailandés cualquier cosa a cualquier hora, cuando él lo necesitare.
—El ser un servidor personal te trae ciertos beneficios, como el hecho de que duermas en una habitación equiparada para ti solo —explicó el príncipe.
—Gracias por dirigirme a mi habitación, su majestad —respondió Phichit en un tono lineal y con una expresión totalmente seria.
—Está bien.
Era una habitación pequeña, equiparada con una cama, una pequeña mesa, un espejo mediano y un mueble para guardar sus pertenencias.
—Iré a descansar a mi habitación. Phichit, por ahora estas libre. Ocupa tu tiempo en algo productivo, nos veremos más tarde.
—Sí, su excelencia.
Apenas Phichit pudo divisar al príncipe alejarse, volvió a su habitación, cerrando la puerta con pestillo y echándose rendido en la cama; un profundo y agotado suspiro arrancó de sus labios.
Mantuvo su vista cansada y perdida en el techo de la habitación, la que se iluminaba únicamente por la luz de aquella vela encendida en el mueble. Sintió nostalgia. Extrañaba a su familia. Sentía la incertidumbre de su destino y lo incierto del resultado final de su madre, ella estaba enferma, y su familia en insolvencia.
¿Qué pasaría? Su padre ahora estaba solo y sin dinero, sus hermanas cuidaban como podían de su madre, y él... él estaba privado de su libertad y dignidad, no pudiendo hacer nada desde el encierro en aquel palacio.
Un terrible espesor sintió en su garganta, la pesadez en sus ojos no tardó en hacerse presente. Quería llorar, lanzar un grito desgarrador, pues, nadie en aquel palacio entendía su angustia.
De pronto, unos suaves golpes se sintieron en la puerta; el tailandés se sentó de forma suave en la cama.
—¿Quién es? —preguntó despacio.
—Soy yo, ábreme la puerta.
Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro del moreno. De un brinco se dirigió a la puerta, dejando entrar a quien esperaba fuera.
—Yuuri...
—Pude ver de lejos que el príncipe te dirigió hasta acá, ¿puedo pasar?
—Claro.
Ambos se sentaron al borde de la cama.
—¿No nos van a regañar a ambos por estar aquí? —cuestionó Phichit, con cierto aire de nerviosismo.
—No pasa nada, el príncipe está descansando en su habitación, y yo estoy desocupado. —Se encogió de hombros, como restando importancia a las preocupaciones de su amigo.
Phichit sonrió apenado y bajó su mirada hacia el suelo; comenzó a jugar con sus manos.
—¿Ocurre algo, Phichit? —preguntó su amigo, evidenciando como en el semblante del moreno se observaba congoja.
—No Yuuri, todo está bien. —Sonrió.
Pero aquello no convenció al japonés. Él conocía perfectamente a su amigo, sabía que aquella sonrisa no era más que una muralla para esconder su verdadero sentir.
—Soy tu amigo, puedes contarme.
Yuuri entrelazó sus manos con las de Phichit, las apretó con fuerza. Una sonrisa revestida de ternura se dibujó en su rostro.
Phichit levantó su mirada, posando sus ojos en los de su amigo, viendo en ellos, el único apoyo incondicional dentro de aquellas frías e indiferentes paredes.
Aquel nudo en su garganta se tornó mucho más tenso, provocando dolor en él. Sus labios se tornaron temblorosos, y él... él supo que ya no podría contener más su angustia, al menos no frente a su amigo.
Un leve sollozo arrancó de sus labios, y de forma instantánea, Yuuri le sostuvo entre sus brazos, conteniendo a su amigo, para que éste, pudiera deshacer todo aquel amargor en su interior.
—L-lo siento... Yuuri... —se disculpó entre sollozos.
—No pasa nada, está bien —susurró, conteniéndole de forma gentil.
Por un par de minutos, ambos se mantuvieron de aquella forma, hasta que Phichit, se separó de su amigo y limpió sus lágrimas.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Yuuri
—Sí, gracias, lo necesitaba. —Sonrió levemente.
—Y bueno... ¿Qué es lo que pasa, Phichit? —preguntó él, queriendo saber la razón por la que su amigo se encontraba tan angustiado.
Phichit suspiró con pesadez.
—¿Recuerdas que... mi madre estaba enferma?
—Sí, lo recuerdo... ella estaba en cama. Tus hermanas habían empezado a cuidar de ella.
—Ella...
—¿Acaso ha muerto?
—No aún...
—¿''No aún''?
—Morirá dentro de poco...
Una terrible expresión de tristeza se dibujó en el rostro de Yuuri. Phichit solo mantuvo su mirada cabizbaja, como si dentro de sí, ya hubiese aceptado tal terrible y desolador destino. .
—Repentinamente mi madre ha empeorado su estado. El médico ha dicho que necesitamos dinero para su tratamiento y nosotros... nuestra familia está en quiebra...
—Phichit, todo saldrá bien, ya ver...
—Yuuri...
Interrumpió el tailandés.
—Ya no hay nada que yo pueda hacer, desde aquí, desde este maldito sitio... soy un completo inútil.
Un silencio desolador invadió la atmósfera. Yuuri apretó las manos de su amigo con fuerza; Phichit solo sonrió apenado.
—Encontraremos una forma de solucionarlo, arriba ese ánimo. —Dio fuerzas a su amigo, regalando a su alma una gran sonrisa esperanzadora.
Una gran dicha se asentó en Phichit al ser testigo de ella. Realmente la compañía de Yuuri en la inmensidad de aquel palacio, atenuaba aunque sea un poco aquel dolor y angustia que experimentaba por el triste desenlace de su madre.
—Gracias Yuuri... —Sonrió.
—¡Para eso estamos los amigos!
Ambos rieron.
—Yuuri, ¿sabes algo acerca de...?
Phichit se removió nervioso.
—¿Acerca de qué? —preguntó con intriga el japonés.
—Acerca de los castigos que aplica el príncipe...
Una expresión de miedo se dibujó en el rostro de Yuuri. Al parecer, Phichit había dado en el clavo.
—Debes tener cuidado, Phichit —susurró de forma lúgubre—. Realmente él es muy frívolo a la hora de aplicar los castigos...
—¿Por qué lo dices?
—Durante este año, ha ordenado matar a lo menos a diez de sus servidores...
Un escalofrío electrizante recorrió la espina dorsal de ambos. El ambiente se tornó denso.
—¿E-él qué...?
—Muchos de sus servidores huyen del palacio, y cuando han sido sorprendidos, él no vacila al momento de mandarlos a matar...
Las manos de Phichit se tornaron temblorosas. El hecho de que Seung-Gil, fuese tan drástico y frívolo con sus servidores, le aterraba. Él, era su servidor personal, estaría con él quizá por cuantos años y peor aún, casi todo el día...
Phichit no sabía si sería él capaz de aguantar todo aquello.
—Gracias, Yuuri...
—Solo trata de no hacerlo enojar, realmente no te lo recomiendo.
—Sí...
—Bueno, ya debo irme. Pasé para charlar contigo un rato, tengo tareas que hacer —dijo Yuuri, parándose y estirando sus brazos—. Dentro de poco es el cumpleaños del príncipe, y como de costumbre se hará un gran baile aquí, en el palacio.
—¿En serio? —preguntó Phichit, arqueando una ceja.
—Sí, cumplirá 21 años, y desde ya, estamos con los preparativos —dijo, dirigiéndose a la puerta — ¡Ah!, por cierto...
—¿Umh?
—A pesar de que vine a verte, aun así espero que vayas al lugar y a la hora en que acordamos — dijo, ensanchándose sus labios con una simpática sonrisa.
—¡Vale! ¡Allí nos veremos! —Sonrió, despidiéndose de su amigo.
Aquella visita inesperada hizo sentir mucho mejor a Phichit. El haber podido descargar toda esa angustia y dolor que tenía reprimido en sí, el poder contar con aquellas palabras alentadoras de su amigo, le hacían sentir un poco de paz entre tanta oscuridad e indiferencia de aquel palacio carmesí.
Se echó en su cama, sumido en sus pensamientos y dejándose llevar por aquel silencio que era interrumpido por el sonido de la danzante llama de la vela, por el resonar del viento entrando por la ventana y por su apaciguada respiración que perdía el ritmo, conforme su consciencia se iba apagando y nublando.
Y entonces Phichit, se quedó profundamente dormido.
*****
¿Dónde estoy...?
Es un sitio subterráneo, el agua me acaricia los tobillos y no hay luz, sostengo entre mis temblorosas manos una vela que quema mis dedos.
Oigo pasos a lo lejos, no sé por qué, pero me siento agobiado. Mi respiración está agitada y estoy herido, mi pecho duele como nunca y en mi mente hay un vacío, como si, alguien me faltase.
¡Phichit!
Oigo a lo lejos. Siento una gran emoción rebosar en mi pecho, es una voz que, a pesar de ser muy ronca y brusca, trae calma a mi alma y me llena de esperanza.
No sé de quien sea esa voz, pero... por alguna extraña razón, creo que amo a la persona emisora de ella.
¡...!
He gritado su nombre a todo pulmón, pero no he podido diferenciar que he dicho, solo sé, que he gritado el nombre de la persona a la que amo.
¡Aléjate, vete de aquí, van a matarte!
¿Qué? ¿A matarme...?
De pronto, su cuerpo es alcanzado por la intensa luz de mi vela, sin poder yo, aún divisar su rostro con claridad.
Es un hombre, más alto que yo, con hermosas ropas y viene corriendo hacia mí.
Mi rostro se enciende de felicidad, a pesar de que aquella situación me agobia, el solo hecho de poder observarle llena de alegría mi corazón, y me recuerda que, mi alma rebosaba de amor por él.
¡Vete!
Grita por última vez, y es en aquel instante en que, su pecho es atravesado por una filuda espada. La sangre sale como una llave desde su pecho. Otra espada atraviesa su estómago, rasgándolo, esta vez... la espada con fuerza lo rasga hacia abajo, dejando que sus órganos se divisen de forma grotesca.
Él morirá de esa forma, lo están matando, él está muriendo por mí.
Un grito desgarrador arranca de mis labios, no lo he oído, pero la expresión en mi rostro da a entender que estoy aterrado.
******
De un momento a otro, Phichit despierta de aquella pesadilla. Sus ojos estaban abiertos de la impresión, sus manos temblorosas y su cuerpo sudaba frío.
—¿Q-q-qué fue eso...? —susurró conmocionado.
Observó el reloj en la pared de su cuarto: ''9:15 pm''. Llegaría tarde a la reunión con Yuuri.
Removió su cabeza de un lado a otro, nervioso, intentando olvidar aquella pesadilla sin sentido.
Se levantó rápidamente y abrió la puerta, preparado para dirigirse hacia donde estaba Yuuri, esperándolo.
—¿A dónde vas?
Resonó por sus espaldas. Phichit, se giró de inmediato.
—Príncipe Seung... —Le miró nervioso.
—¿Hacia dónde ibas? —preguntó.
—B-bueno, yo... —empezó a balbucear.
Seung sólo rodó los ojos.
—Estoy hambriento —espetó.
—¡Ah! —exclamó el moreno, recordando que debía preparar para comer al príncipe— No hay problema, su majestad, prepararé algo para que usted coma.
—Bien, te esperaré en el comedor, apresúrate —ordenó.
—¡Sí!
Apenas Phichit perdió de vista al príncipe, éste se dirigió corriendo hacia la cocina.
Ya en ella, tomó algunos ingredientes, preparando lo que debía dar de comer al príncipe. A diferencia de antes, Phichit ya sabía más o menos como debía proceder en la cocina, esto, después de haber observado a su amigo Yuuri en la tarde.
—Esto huele bien... —susurró, revolviendo la comida y sirviéndola en un plato.
De forma cuidadosa se dirigió hacia el comedor del príncipe, y al entrar en aquella habitación, notó nuevamente a Seung ensimismado, observando hacia el exterior, cautivado por la luz de las estrellas que iluminaban la noche.
—Su majestad —interrumpió Phichit—, ya he traído su cena.
De un movimiento suave, posa el platillo frente al príncipe, éste, aún ensimismado, asiente suavemente con su cabeza, sin despegar su vista del cielo negro-azulino.
¿Por qué el príncipe actuaba de esa forma tan extraña?, se preguntaba Phichit. Realmente, Seung se notaba totalmente ensimismado al mirar por aquella ventana. Sus ojos se tornaban opacos y su majestuosa y temeraria mirada desaparecía, posándose en sus pupilas un semblante de nostalgia y tristeza, como sí... estuviese vacío, añorando algo del pasado.
De pronto, Phichit ya no sintió miedo, él... sintió, ¿calma...?
—Phichit... —susurró Seung-Gil, de una forma casi inaudible.
—¿Sí, su majestad?
Un silencio apaciguador invadió la atmósfera. Phichit pudo percibir la paz en el aire.
—¿Tú tienes una madre?
Aquella pregunta se deslizó por los labios del príncipe, con un tono tan dulce y nostálgico que, un sentimiento similar al que produce el arrullo de una madre, se posó en la mente de Phichit.
—Sí, tengo madre...
Respondió el moreno. Sintió una congoja en su pecho. Una nostalgia invadió aquella atmósfera. Dos hijos que rebosaban de amor y nostalgia por sus madres, por aquellas mujeres portadoras de vida, y que, mantenían con sus hijos un lazo permanente que iba mucho más allá de la muerte.
—Que bien, eso es bueno... —susurró, removiéndose despacio y quitando la vista del exterior, dirigiéndola ahora al platillo— ¿Con qué me vas a sorprender ahora? —preguntó, esbozando una pequeña sonrisa.
—Es un estofado —respondió Phichit, divertido.
—Bien, veremos qué tal.
Dijo, llevando la primera porción de comida a su boca. Al probarla, una extraña mueca se posó en su rostro.
—Está un poco diferente a la comida de la tarde, pero no está mal —aprobó, dirigiendo su mirada al moreno y arqueando una ceja.
—Gra-gracias... —respondió Phichit, desviando su mirada con vergüenza.
—¿Tú no quieres comer? —preguntó el príncipe.
—Ah, bueno... sí, su majestad.
—Ve a cenar, no es bueno dormir con el estómago vacío. Recuerda que debes estar en tu cuarto antes de las diez de la noche —le recordó.
—¡Sí! Con su permiso, majestad. —Ejecutó una pequeña reverencia hacia el noble y se retiró de la habitación.
Corrió rápidamente hacia donde debía encontrarse con Yuuri. El reloj marcada veinte minutos para las diez, y él, debía rápido llegar allí, de lo contrario, no podría llegar a tiempo a su cuarto y el príncipe le castigaría.
—¡Yuuri! ¡Ya llegué! —exclamó entre jadeos, apoyándose en la puerta de la habitación.
—¡Oh, Phichit! ¡Eres tú! —exclamó Guang, balanceándose sobre él.
—¿G-Guang? —preguntó confuso.
—¡Pues sí! Acá estamos todos los servidores del príncipe, ¡y ya hemos empezado el juego! — exclamó el pequeño, levantando sus brazos divertido y dando pequeños brincos de la emoción.
—¿El juego? —Inquirió confuso; él no entendía a qué se refería el más pequeño.
—¡Sí! Mira, entra.
Guang tomó de la mano a Phichit y se adentró con él en la habitación. Al ingresar y divisar el interior, el moreno pudo darse cuenta de los muchos servidores que poseía el príncipe. En el centro de la habitación habían muchos sentados, formando un círculo y sosteniendo naipes entre sus manos. Algunos fumaban y otros comían las sobras de la cena.
—¿Q-qué es esto? —pensó, totalmente sorprendido por aquel escenario.
Resultaba que, todas las noches aquella era una práctica infaltable para los servidores. Se reunían todos en el centro de la habitación a compartir, contando chistes, historias e iniciando un juego de naipes y muchas veces, esto con apuestas. Por lo general, los servidores no respetaban aquella regla de no salir de las habitaciones después de las diez, pues, por la poca presencia de guardias reales en aquel lugar, ellos de forma hábil se escabullían por los pasillos del palacio, dirigiéndose a la cocina en medio de la noche cuando sentían hambre, o cuando simplemente querían salir a tomar un poco de aire al patio del palacio. Todo esto, siempre con sumo cuidado, pues de ser sorprendidos, serían castigados por el príncipe.
—¡Phichit! ¡Has venido! —exclamó Yuuri, levantándose del suelo y corriendo a recibir a su amigo.
—Yuuri ¿Qué significa todo esto? —preguntó, aún perplejo por aquel escenario.
—Solo nos estamos divirtiendo...
—P-pero algunos fuman, y...
—Está bien, Phichit, nadie se dará cuenta. Ven, diviértete —Tomó a su amigo por el brazo y lo jaló hacia el centro de la habitación. Ambos se sentaron en compañía del resto de servidores.
—¿Estás hambriento, Phichit? —preguntó Guang.
—Sí, la verdad es que no he comido nada...
—Emil ha preparado una comida exquisita, te hemos guardado para ti —dijo, sacando de su bolso una especie de pastelillo.
Phichit miró a su alrededor. Veía a todos los servidores hablando entre sí, contentos, riendo, ignorando...
Ignorando su triste situación, de ser privados de su libertad, de estar lejos de sus familias, y aun así... ellos sonreían.
—Phichit —interrumpió el japonés—, voy a presentarte a los chicos —dijo, parándose en medio de aquel círculo.
Sonriente, Phichit asintió con su cabeza.
—Él es Emil, es un chico muy amable y divertido, si tienes algún problema, él podrá ayudarte.
Emil regaló una gran sonrisa a Phichit, a lo que él respondió de inmediato con otra.
—Él es Leo, el novio de Guang.
Ante aquello, Phichit se atragantó con un poco del pastelillo, provocando que empezara a toser desesperadamente. Leo da una palmada fuerte en su espalda, a lo que Phichit vuelve a respirar.
—Gra-gracias... —jadeó.
—No hay de qué —respondió Leo, sonriente.
—¿E-el novio de Guang? —cuestionó Phichit por lo bajo— Pero... ¡¿Cómo?! ¿Acaso no estaban prohibidas las uniones románticas aquí? —Una pesada confusión comenzaba a formarse en la cabeza del moreno.
Todos comenzaron a reír; aquello no ayudó a la confusión de Phichit.
—¿De verdad piensas que todos aquí cumplen con las reglas? —interrumpió Emil, sirviendo agua a Phichit y extendiéndosela.
—Acá hay muchos servidores que mantienen relaciones amorosas, y hasta... sexuales — murmulló Yuuri, dirigiendo su mirada hacia Leo y Guang. Ambos desviaron sus expresiones con vergüenza.
—Ya veo... —susurró Phichit, entendiendo ya toda la situación.
Y así era en definitiva. Los servidores por lo general, incumplían con las reglas impuestas por la familia real, pero siempre, con mucha cautela. La única regla que, los servidores no se atrevían a incumplir, era la de huir del palacio, pues, el precio de aquello podría ser su vida, aunque muchos... no aguantaban la angustia y terminaban arriesgándose, siendo de todas formas descubiertos.
—¿Qué hace este negro por aquí? —resonó por el fondo, con un tono de hostilidad.
Todos giraron a ver al emisor de aquella burla.
—Baek... —susurró Yuuri, con un tono de total desagrado— Phichit, no te esfuerces en pelear con ese sujeto, es enfermo— dijo Yuuri.
—Si, lo sé, ya me ha insultado antes... —susurró Phichit, sin tomar importancia a lo dicho por el muchacho.
—¿Negro? ¿Por qué te dice algo como eso? ¡A mí me parece que tienes una piel muy bonita! — exclamó Guang— ¡Eres como un chocolate! —sonrió.
Una risa arrancó de los labios de Phichit, divertido.
—¡Guang! ¡No digas esas cosas! —exclamó Leo, avergonzado.
—Está bien, Leo. Guang no lo ha dicho de mala intención —sonrió Phichit.
—Sólo no hagas caso a Baek, es de... esos típicos soplones, pero aquí ya casi todos le tenemos entre ceja y ceja —murmulló Emil, ordenando los naipes y repartiéndolo entre todos.
—¡Bien! ¡Comencemos el juego! —exclamó Yuuri.
Y de aquella forma se la pasaron durante varios minutos. Entre la diversión, la charla, la risa y el juego, nadie tomaba atención a la noción del tiempo, simplemente dejaban pasar los minutos, hasta que, el sueño les ganara, y hasta entonces, se dirigían a la cama. Todos se divertían y compartían como buenos amigos, otros servidores ya habían cedido ante el cansancio, y por otro lado, habían otros servidores que simplemente observaban desde lejos, como Baek.
—Yuuri ¿Qué hora es? —preguntó el tailandés.
—Umh... es ya medianoche.
—¡¿Qué?! —exclamó Phichit, parándose de un brinco ante tal sorpresa.
—No te preocupes, Phi...
—¡Debo irme! —exclamó con nerviosismo— Quizás el príncipe necesite algo y no me encontrará en mi habitación, entonces descubrirá que no estoy.
—Ve con cuidado, Phichit, por favor —dijo Yuuri.
—Sí. Ya, debo irme, fue muy divertido —dijo el moreno, agachando su cabeza en señal de agradecimiento, para luego dirigirse hacia su habitación.
De forma sigilosa, Phichit se fue inmiscuyendo de pasillo en pasillo, revisando y observando detenidamente la presencia de algún guardia o del mismísimo príncipe. Tardó un par de minutos en llegar a su habitación, cuando creyó que por fin había logrado tal hazaña...
—Phichit ¿Qué haces despierto y fuera de tu habitación a éstas horas?
Un escalofrío recorrió su espalda, dejándole perplejo al reconocer al emisor de aquella voz. Despacio se giró, para verificar de quién se trataba.
—P-príncipe S-Seung... —balbuceó nervioso.
Sus ojos se abrieron de la impresión, su respiración de tornó agitada. El príncipe le observaba incrédulo, sosteniendo un pequeño candelabro con una vela en su mano.
—No me has respondido, ¿qué haces fuera de tu habitación? —insistió.
—B-bueno, y-yo... e-estaba...
Phichit no podía articular palabra alguna, por un momento, pasó por su mente el hecho de que sería castigado de la peor forma posible. El príncipe solo seguía observándole de forma incrédula, arqueando una ceja.
—Dios... —susurró, con molestia. Posando sus dedos en su entrecejo, hastiado.
—L-lo siento, p-por favor... —suplicó Phichit, con una voz temblorosa.
Seung solo se limitó a emitir un profundo suspiro.
—Está bien —dijo seco.
—¿E-eh? —preguntó Phichit, levantando su mirada hacia el príncipe, confuso.
—Haré como que nada ha pasado, pero no lo vuelvas a hacer —espetó.
—¡S-sí, su majestad!, ¡es usted muy amable! —exclamó Phichit, agachando su cabeza, en señal de agradecimiento.
Seung solo asintió con su cabeza.
—De todas formas... me alegra el haberte encontrado despierto, necesito pedirte algo.
—¿Qué ocurre, majestad? —preguntó Phichit, levantando su mirada hacia el príncipe.
—Verás... siempre he sufrido de un terrible insomnio, y simplemente no puedo pegar una pestaña. Quería saber sí... podrías ayudarme —desvió la mirada avergonzado.
—Claro, dígame, ¿qué debo hacer? —preguntó Phichit, escéptico.
—Cuando yo era pequeño... mi madre solía masajear mi espalda para yo poder relajarme y dormir, pero desde que ella...
Un silencio incómodo invadió la atmósfera entre ambos.
— ...Bueno, solo que, hace muchos años que nadie ha podido masajear mi espalda —susurró.
—Lo entiendo, usted quiere... ¿Qué yo masajee su espalda? —preguntó.
—Por favor, si no te es mucha molestia, Phichit.
—Claro que no, encantado. —Sonrió.
—Bien, entonces ven, acompáñame a mi habitación.
Ambos se dirigieron a la habitación del frente, que era la del príncipe. Cuando entraron, Phichit pudo ver el lugar en donde Seung descansaba. Era una habitación amplia, con una gran ventana, un balcón hacia el exterior y unas cortinas azuladas.
La cama era demasiado grande para él solo, las sabanas eran de un color durazno y estaba rodeada de unas finas cortinas. A pesar de lo sombrío que se veía el príncipe, su habitación era muy pintoresca.
—Phichit, ahí dentro de aquella caja hay un aceite, ese servirá para el masaje —dijo el azabache, quitándose sus ropas, para quedar con su torso desnudo.
Phichit asintió con su cabeza, para luego rebuscar dentro de aquella caja. Sus ojos se abrieron de la impresión cuando verificó que, dentro de aquella caja no solo estaba el aceite, sino que bastantes joyas de un precio incalculable, y un pequeño libro con piedras preciosas incrustadas.
—Puedes comenzar cuando quieras —dijo, sentándose al borde de la cama, esperando a por Phichit.
El tailandés solo asintió con su cabeza, acercándose a la cama, nervioso. Se detuvo al borde de ésta. Seung le miró por el rabillo del ojo.
—Tranquilo, puedes subir a la cama, sólo procura estar descalzo.
—Bien.
El moreno se despojó de sus zapatos, para luego, subir a la cama del príncipe, dirigiéndose al borde de ésta, junto a él.
El príncipe se removió para quedar en una posición más cómoda. Phichit humedeció sus manos con aquel aceite, el que, tenía una fragancia similar a la vainilla.
El tailandés, suavemente posó sus manos sobre la espalda de Seung, y fue en aquel momento, cuando inició con el masaje.
Un suspiro arrancó de los labios de Seung, totalmente gustoso de aquel placentero masaje que estaban proporcionando las hábiles manos del moreno.
Y sí, hábiles manos, pues, Phichit era un pintor y artesano, por lo que, sus manos tenían una buena movilidad y consistencia, complementándose esto, a su suave piel.
La suave piel de sus manos friccionaba insistentemente contra la suave piel de la espalda del azabache. Una pequeña sonrisa se dibujó de forma involuntaria en el rostro de Seung, gustoso de aquellas sensaciones.
Phichit retira sus manos de la espalda de Seung, un pequeño gruñido es emitido por el azabache, reclamando al moreno que no se detuviese.
—Su majestad, voy a humedecer mis manos con más aceite —explicó Phichit, ante el gruñido de Seung.
—Bueno —susurró por lo bajo.
El tailandés levanta su mirada levemente, para poder humedecer sus manos, y en aquel movimiento, su vista alcanza un cuadro de la habitación, el cual, llamo su atención de inmediato.
Phichit, nuevamente posa sus manos en la espalda del príncipe, pero ésta vez, sin poder quitar la vista del aquel cuadro.
El cuadro era mediano, y en él, estaba el príncipe... o eso parecía. El cuadro era realmente feo, pareciendo que, había sido pintado por alguien no experto en cuánto a lo artístico. De hecho, a Phichit le parecía bastante gracioso aquel cuadro, tanto que, debía luchar consigo mismo, de forma interna, para que una risa no arrancara de sus labios.
Un pequeño bufido arranca de la boca de Phichit, y Seung, percibe aquello de inmediato.
—¿Qué miras tanto, Phichit? —preguntó Seung, viendo al moreno por el rabillo del ojo.
—N-nada, su majestad... —mintió, friccionando la espalda del azabache, y aguantando la risa.
Seung arquea una ceja, y no convencido de la respuesta del moreno, vuelve a mirarlo de soslayo, notando de inmediato la causa por la que Phichit intentaba reír.
—Ah, ya lo entiendo... —susurró Seung.
Phichit se tensa de inmediato.
—¿Estás observando aquel cuadro, verdad?
—N-no, su majestad, discúlpeme...
—Es un cuadro horrible ¿Verdad? —preguntó Seung, mirando el cuadro, con una mueca extraña.
—N-no, en absoluto, usted se ve muy bien allí, es realmente una obra de arte —mintió.
—Vamos, Phichit... di la verdad —insistió.
—Estoy hablando en serio, su majestad —murmulló, aguantando la risa.
—En ese cuadro pareciera que sufro de una parálisis facial —espetó.
Y aquello, fue la gota que rebalsó el vaso, Phichit, simplemente ya no podía aguantar la risa, debía liberarla. Y sí, efectivamente en aquel cuadro, el rostro de Seung se veía sumamente extraño, como si sufriese una parálisis facial.
Los labios del moreno empezaron a desbordarse de risa, incesantes carcajadas salían de su boca, sin poder él contenerlas. Seung giró su cabeza para poder admirarlo mejor.
Y fue, en aquel acto, cuando Seung lo sintió dentro de sí mismo. Pudo observar la sonrisa más bella jamás existente, una sonrisa que desbordaba e irradiaba una tremenda inocencia y pureza. Por un momento, Seung sintió enamorarse de aquella curva que se dibujaba en sus labios, de aquella dulce voz que desprendía Phichit al reír.
El azabache quedó ensimismado, sumido en la sonrisa del moreno. Phichit reía insistentemente, pero Seung, solo podía limitarse a observarle de forma estática, dibujando con sus pupilas el contorno de su sonrisa, recorriendo con sus ojos negros cada centímetro de labios morenos. Una voz angelical, música para sus oídos. Aquella melodía apaciguadora que en la trastornada mente de Seung no resonaba hace tantos años, ahora volvía de golpe a su mente, seguido de varios recuerdos.
Y sintió. Seung sintió aquello que no sentía desde hace catorce años. Sintió alegría, sintió añoranza, sintió pureza entre tanta calamidad. Añoró aquel sentimiento del pasado, y que ahora, gracias a Phichit pudo volver a experimentar.
Phichit, que hasta ahora era un completo extraño, un chico que le parecía estúpido y sumamente molesto, ahora mismo, él... le hizo sentir lo que jamás nadie pudo devolver a Seung, después de aquel vacío que trastorno su mente, volviéndolo un hombre frívolo e indiferente.
—Phichit... —susurró de forma casi inaudible.
Y ante aquello, el tailandés guardo silencio de inmediato, nervioso, cerrando su boca de golpe.
—L-lo siento, su majestad, y-yo no he querido... —se disculpó, totalmente nervioso, pues, el príncipe había dicho que no quería más sonrisas de parte de él, y ahora, él había hecho totalmente lo contrario.
Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Seung. Phichit se estremeció ante aquello.
—¿Recuerdas que te había dicho que no quería verte más sonreír...? —susurró.
—S-sí, yo... lo siento, lo siento... —Agachó su mirada, completamente nervioso.
Seung, sólo le miró con cierta ternura. De un movimiento, el príncipe posa una de sus manos en la barbilla de Phichit, alzándola suavemente, provocando que, ambos tuviesen un contacto visual directo.
Phichit abre sus ojos de la impresión, consternado ante la acción del príncipe. Seung, solo le mira estático, recorriendo con su vista cada facción del rostro del moreno.
—Me equivoqué, Phichit. Quiero que sonrías cuanto tiempo sea necesario —susurró.
Phichit asintió con su cabeza, totalmente perplejo, sin poder quitar la vista de los ojos del azabache, y de la misma forma Seung, quien, no podía despegar su vista del moreno.
Segundos que se hicieron eternos, por una razón o causa que ninguno de los dos reconocía, ambos estaban amarrados, uno al otro, sin poder alejar sus ojos del otro.
Y es Phichit, quien sale del trance, desviando la mirada, avergonzado.
—B-bueno, su majestad, y-yo... creo que...
—Es muy tarde, debes estar cansado. Ya puedes ir a dormir, gracias por el masaje, Phichit.
Phichit intenta ocultar su rostro, y rápidamente baja de la cama, dirigiéndose a la puerta a paso apresurado.
—Phichit.
Interrumpe Seung, antes de que Phichit pudiese salir por la puerta.
— ...Buenas noches.
Susurra el príncipe, con una voz totalmente enternecida. Phichit solo se limita a asentir con su cabeza, totalmente nervioso. Rápidamente sale de la habitación. Seung queda estático observando aquella puerta.
Ya en su habitación, Phichit se echa en la cama, rápidamente. Nervioso posa sus manos en su rostro, palpando cada facción suya, notando, como su rostro se encontraba sumamente acalorado.
—¿Qué pasó? ¿Por qué me siento de esta forma?, ¿Por qué el príncipe ha actuado así conmigo? ¿Por qué mi corazón palpita tan rápido? ¿Por qué me siento tan avergonzado por lo que acaba de ocurrir?
Cientos de preguntas rodeaban su consciencia. No sabía el por qué, no sabía la razón, pero... aquel momento con el príncipe, había sido algo totalmente sublime. Jamás nadie había provocado tal nerviosismo en él. Sentía su corazón palpitar rápidamente y sus manos temblar. Cerró sus ojos fuertemente e intentó conciliar el sueño, pues, éste sería la única solución al sinfín de sensaciones extrañas que experimentaba en aquel momento.
Pero Phichit, no sabía que... aquello era solo el comienzo.
Seung siente su frustración interior acrecentarse. La furia que recorre su espina dorsal ha provocado que rompa algunos objetos, al azotarlos contra el piso. Un gruñido se ahoga en su garganta. Seung odia, odia no poder controlar aquella enfermedad, aquella condición que según todos, es totalmente antinatural.
Sin pensarlo dos veces, y nuevamente, para auto-engañarse, para hacerse creer a sí mismo que nada pasaba, camino hacia un guardia real, pidiéndole.
—Guardia.
—¿Sí, su majestad?
—Lleve a dos prostitutas a mi habitación, rápido.
—Sí, su majestad.
Y aquella noche, Seung, mantuvo relaciones sexuales con dos prostitutas. Él, quería lograrlo, lo deseaba a toda costa. Él, debía saciar su deseo de auto-engañarse, complacer sus ideas morales, hacerse creer a sí mismo que no estaba ocurriendo, que él no era anti-natura, que él no era una falla, que él... no era una aberración, que no iba en contra de la naturaleza que ha impuesto Dios.
'' 4:05 am.
Estoy agobiado, no sé por cuánto tiempo más podré aguantarlo. Me ha vuelto a ocurrir, pero ésta vez... ha sido distinto, y mucho más intenso que las veces anteriores. Tuve sexo con dos mujeres asquerosas, fue repulsivo, vomitivo. Me han hecho llegar al orgasmo, pero tuve que cerrar mis ojos. No puedo verlas, me causan náuseas.
¿Por qué me has castigado de esta forma, Dios mío? Intento amarlas, intento quererlas, intento sentir deseo con ellas, pero no puedo. Las mujeres me dan asco.
Soy una aberración, soy una falla de tu gran creación, soy pecado, soy lo que ha matado a mi madre.
¿Qué es lo que he hecho para merecer esto? Su rostro me enloqueció, su sonrisa me enamoró. ¿Qué quieres probar de mí, Dios? Has enviado a mi vida nuevamente otra prueba, pretender ver cuán infeliz puedo nuevamente llegar a ser, probar mi fuerza de voluntad, hundirme en la mierda de mi locura.
No lo sé, no sé si podré aguantar. Ese chico, con tan solo una sonrisa, me descolocó. Pero no, una falla como yo, no merece amar, porque soy anti-natura, soy una falla de tu gran obra, soy lo contrario a tu voluntad.
Perdóname, Dios.''
.
.
.
Fueron las palabras escritas por Seung, cuando su mente se nubló por completo, y la agonía y desesperación se asentaron en él.
¡Hola!, ya traje el primer capítulo del Palacio Carmesí. Realmente me ha costado mucho escribirlo, tuve muchos bloqueos entre medio, debido a algunas situaciones xD
En fin, desde ya, adelanto que la temática de esta historia es un poco oscura, debido a que se tocan temas que eran propios y comunes de la época del medio-evo.
En fin, espero haya sido de su agrado (a pesar de que el capítulo estuvo un poco lento, es porque es el comienzo).
¡Saludos! 💖
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top