Tres.
ANTES DE LEER;
1° Capítulo largo, un poco más que el anterior.
2° Sigue siendo un capítulo de alto impacto.
3° Estén atentas a los diálogos, en este capítulo he intentado dar pistas sobre los misterios que envuelven la historia.
GLOSARIO.
1) Opio > Sustancia que se obtiene desecando el jugo delas cabezas de adormideras verdes; tiene, entre otras, propiedades analgésicas,hipnóticas y narcotizantes y su consumo puede provocar dependencia.
2) La Sierra > Método de tortura en la edad media. El reo era puesto en posición invertida, con ambos pies separados y amarrados. Se posicionaban dos sujetos, uno en cada esquina, sosteniendo entre sus manos una sierra gigante. El individuo era cortado desde su entrepierna hasta partirlo completamente por la mitad. Al ponerlo cabeza abajo, se evitaba la muerte por desangramiento y la víctima no perdía el conocimiento. De hecho, no se perdía hasta que la sierra no llegaba al ombligo o al pecho, por lo que el individuo sufría una gran agonía por varios minutos, antes de morir.
Ahora les dejo leer. Disfruten la lectura. uwú.
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— Ya está lista la medición, su majestad.
Dijo la anciana, para luego, reincorporarse sosteniendo unos pesados textiles.
—Ahora sólo queda seleccionar el diseño — emitió el príncipe, arreglando sus ropas, las que habían sido despojadas para la medición.
—Oh, bueno, sobre eso... — susurró nerviosa, lo que fue perceptible por Seung-Gil.
—¿Pasa algo? — arqueó una de sus cejas.
—Los textiles de su gusto... aún no han llegado — musitó temblorosa, del sólo hecho de pensar que aquello podría enfadar al joven.
—¿Cuándo llegarán?
—Hoy en la noche — contestó ella.
—Entonces está bien —dijo con suma tranquilidad —. No hay problema alguno, volveré mañana por la tarde.
La anciana respiró con alivio, para luego asentir con su cabeza.
—Espero verle mañana, su excelencia. Disculpe los inconvenientes.
— No, está bien. Tengo a alguien esperando afuera por mí, es mejor que esto haya acabado rápido.
Y, sin gastar más palabras, Seung-Gil camina a paso apresurado hacia el exterior de aquella casona, con la ansiedad de poder volver rápido junto al tailandés.
—Phichit, ya he termin...
Pero fue en aquel instante, cuando se detuvo en seco.
—¿Phi...chit? — susurró, con sus ojos perplejos.
El lugar estaba vacío. Aquel sitio en donde él, había dicho a Phichit que esperara, estaba completamente vacío.
—¡¿Phichit?! — exclamó al aire, llamando la atención de algunas personas que transitaban cerca del lugar.
Sus labios se tornaron temblorosos y sus negros ojos de forma incesante buscaban la silueta del muchacho. Sintió su corazón estremecer.
—No... — susurró de una forma casi inaudible.
Phichit no estaba. Él, había desaparecido...
Sin temor a quién le observara, empezó a exclamar su nombre despavorido. Su semblante se tornó asustado y los nervios eran visibles de forma notoria. Los aldeanos empezaron a acercarse a él.
—¡Phichit!, ¡Phichit!, ¡Phichit! — exclamó de forma incesante, con el pavor a flor de piel.
No... se negaba rotundamente a creer aquello. Simplemente no podía ser. Phichit, él no... no habría sido capaz de abandonarle, por ningún motivo. Él, confiaba ciegamente en el moreno, y sabía que... él no habría escapado, se lo había prometido.
—¡Phichit! — volvió a gritar —, ¡por favor...!
Y uno de los aldeanos no vaciló en acercarse, esto, impulsado por la compasión ante el endeble semblante del príncipe, preguntando;
—¿Busca a alguien, majestad?
Seung abrió sus ojos de la perplejidad. Un llamado de auxilio se dibujó en su aterrada expresión.
—P-Phichit... busco a...a... Phichit — balbuceó apenas.
—¿A Phichit? — preguntó por detrás una aldeana que, observaba incrédula la escena.
—Creo que busca al hijo del señor Chulanont — musitó otro aldeano, acercándose igualmente.
—¿Al joven que es pintor? — preguntó de vuelta la mujer.
Y una leve sonrisa se dibujó en el rostro de Seung.
—¡S-sí!, ¡a él! — exclamó —. Es un joven pequeño, de piel morena, ojos grandes, y...
—Él se fue corriendo por esa dirección — espetó uno de los hombres.
Y Seung-Gil, no pudo creer lo que oía.
—¿Q-qué has dicho...?
Preguntó, con su voz pendiendo en un hilo.
—Todos le vimos corriendo por esa dirección. Creo que, estaba huyendo o algo por el estilo, porque se veía muy desesperado — concluyó.
Y fue en aquel instante, cuando Seung-Gil desechó todo su miedo, para convertir éste, en una rabia fulminante.
Sus ojos se cegaron de la impotencia y sus manos antes temblorosas, se formaron en dos puños como rocas, signo de la furia que le invadía.
—Dime en dónde vive él — espetó en un tono agresivo.
El grupo de aldeanos allí presentes, le miraron con el miedo atorándose en sus gargantas, sin poder articular palabra alguna, esto, por el repentino cambio de semblante en el príncipe.
—¡He dicho que me digas en dónde vive! — exclamó fuera de sí, fulminándole con su mirada.
—Vi-vive al... al final de la calle a la iz-izquierda... — balbuceó apenas el hombre.
Y Seung, de un movimiento instantáneo, se echó a correr.
Con su vista clavada en frente y su rostro desbordando con vehemencia la furia que carcomía su raciocinio. Todo se tornaba gris y violento.
La gente despavorida del miedo se arrinconaba por las estrechas calles al verlo pasar. Su sola mirada desbordada de violencia era capaz de desollar a quién se le cruzare.
Y paró en seco ante aquella casa que le había sido indicada. Se detuvo antes de entrar, intentando controlar su terrible temperamento que luchaba por desbordar un instinto criminal. Se retuvo un poco, luego entró.
Al ingresar en ella, lo primero que hizo fue lanzar un gran mueble que se hallaba en un costado, provocando un fuerte estruendo en ella, pero nadie salió.
Su respiración era incontrolable, sentía su corazón palpitar en la garganta. Debía exteriorizar su rabia, de lo contrario, quemaría por completo su interior.
Y otro terrible estruendo resonó por la casa, cuando de un fuerte golpe rompió parte de la puerta, invadido y cegado por la furia.
—¡PHICHIT!
Exclamó en un grito desgarrador, esperando a que su servidor, se dignara a aparecer.
Y lo vio. Allí estaba él.
Apareció corriendo desde una puerta al costado de la sala, por el rincón. Se detuvo en seco al darse cuenta de quién se trataba. Sus ojos se abrieron horrorizados y su boca se tornó temblorosa de inmediato.
—¡¿Creíste que podrías escapar de mí?!
Exclamó él, invadido por su ímpetu. Sus ojos se clavaron de inmediato en el tembloroso semblante del moreno, desollándole con sus cortantes pupilas.
—S-su...ma-majestad...
Susurró apenas el moreno, con su fina voz en un hilo. Su corazón parecía no dar tregua, pues, cada segundo que pasaba éste aceleraba su ritmo.
Su boca abrió y cerró un par de veces, intentando articular palabra alguna, cosa que no le fue posible. Incesantes alaridos rehuían débilmente de sus labios, signo del pavor que estaba invadiendo su mente y cuerpo.
—Va a matarme...
Fue lo único que Phichit pudo pensar entre lo tormentoso de su consciencia. Frías gotas de sudor rodaron por su sien, invadido por la turbación y desasosiego. Ya no había escapatoria. El príncipe le había descubierto.
—Eres un traidor...
Murmulló entre dientes Seung. Su mirada se clavaba fuertemente en sus miedos, fulminándole y desollándole cuán animal en un matadero, esperando ser degollado ante las crueles manos de su asesino.
Fuertes pisadas sintió Phichit, cuando Seung rápidamente se acercaba hacia su persona.
—¡Por favor, piedad, piedad su majestad!
Exclamó el padre de Phichit, saliendo sorpresivamente desde la habitación, e interponiéndose entre el cuerpo de su hijo y del príncipe.
Y Seung no pudo contenerse.
De un fuerte manotazo aleja al anciano, empujándole hacia un costado. Su débil cuerpo azotó en contra de la pared, arrancando de éste un ronco alarido de dolor.
Mas Phichit no le socorrió. Su mente en blanco no permitía dilucidar lo que ocurría. Su cuerpo estaba paralizado y el miedo cegaba cualquier sentimiento de coraje o valor.
—Vamos — espetó Seung, totalmente seco.
Y de un fuerte agarre, toma a Phichit por uno de sus brazos, arrastrándole hacia la salida, violentamente.
El tailandés, apenas pudo girar su vista antes de salir por última vez de aquella casa. Y pudo divisar a lo lejos... la agónica mirada de su padre desde el suelo, lamentando el tortuoso desenlace de aquella breve visita.
Con fuerza desmedida, Seung aprisionaba con una de sus manos el débil brazo de Phichit. Violentamente arrastrándolo entre la muchedumbre de la aldea, lo que, provocó la atención de la gente cuando éste pasaba junto al príncipe.
—Vámonos.
Ordenó el príncipe, cuando llegaron al carruaje que les esperaba.
—S-sí, majestad...
Respondió el hombrecillo a cargo de la carroza. Seung-Gil, fuertemente abre la puerta de ésta, para luego, lanzar a Phichit al interior de ella, sin ningún tipo de cuidado ni contemplación. Apenas el azabache estuvo encima del carruaje, partieron de inmediato de aquella aldea.
El moreno, aún no dilucidaba lo real de la situación. Su mirada cegada por el pavor y el miedo, sólo se limitaba a perderse entre el suelo del carruaje, mientras éste se movía de forma incesante al pasar por un terreno inestable.
Seung, por su parte, sólo se limitaba a mirar por la ventanilla hacia la calle, con su furia hiperventilando a través de su agitada respiración.
—S-su...majestad...
Balbuceó apenas Phichit, intentando reincorporarse.
—E-escuche, yo... — se detuvo, invadido por el miedo — ... yo volvería hacia usted, yo... no huí, fue sólo... una visita, por fav...
Pero Phichit no pudo continuar. Seung, rápidamente gira su rostro hacia el del moreno, clavando su desolladora vista directamente en los despavoridos ojos del tailandés, provocando un profundo e irracional miedo en Phichit.
Y entonces, él calló de inmediato. Sus labios de forma instantánea cerraron fuertemente, sin ser posible articular otra palabra al aire. Su vista, rápidamente volvió al suelo, arrepentido de su osadía de hablar a Seung después de su atrevimiento.
No pasaron muchos minutos más hasta la llegada al palacio. El carruaje estacionó a la entrada de éste, y, apenas se detuvo, Seung bajó rápidamente, arrastrando tras de sí a Phichit.
Caminaba a paso apresurado y con la vista en frente, sin siquiera mostrar un poco de compasión a la temblorosa faz del moreno.
Muchos servidores observaban desde lejos la singular escena - y singular, pues, Seung no acostumbraba él mismo a castigar a sus servidores, sino que, aquello era encomendado por él a sus guardias-.
—Guardias — espetó fuertemente Seung-Gil, al encontrar en uno de los pasillos a dos guardias reales.
—¡Sí, señor! — exclamaron ambos.
—Lleven a este servidor al calabozo — ordenó fulminante.
—¿Por cuánto tiempo, mi señor? — preguntó uno de ellos.
—El tiempo que sea necesario — respondió sin más.
Y Phichit, giró su vista hacia el príncipe. No articulo palabra alguna, sin embargo, en sus ojos podía observarse el llamado de piedad, suplicando en ellos el hecho de que el príncipe perdonara su vida.
—Ma-majestad, por fav...
—¡Rápido! — exclamó, interrumpiéndole —, ¡¿qué esperan?! — preguntó exasperado, desviando su mirada a duras penas de los grisáceos ojos del moreno.
—¡Sí, señor! — exclamaron ambos.
Y rápidamente, alejaron a Phichit de su presencia, llevándole al calabozo que se situaba en el piso subterráneo.
—Que tengas una buena estadía, jovencito — dijo uno de los guardias, empujando a Phichit al interior del calabozo.
Su vista se paralizó cuando vio al interior de aquel lúgubre lugar. Sus paredes parecían llenas de moho y un olor nauseabundo podía sentirse en la atmósfera. Pequeñas gotas de agua caían del techo, resonando un aguacero por uno de los rincones.
De pronto, sintió la presencia de alguien allí dentro. Sus sentidos se agudizaron a la par de su miedo. Rápidamente, se volteó a un costado, intentando divisar entre la espesa oscuridad la figura de un sujeto.
—Oh, genial...
Y al reconocer la voz de aquel sujeto, Phichit arqueó una de sus cejas.
—... Tenías que ser tú.
Musitó con molestia el joven.
—Baek...
Susurró Phichit, igual de exasperado.
Un incómodo silencio invadió la atmósfera. Entonces el moreno, fue el responsable de quebrantarla.
—Al menos no estamos solos — intento amenizar la situación, sentándose en la otra esquina del calabozo.
—Preferiría estar solo a qué contigo — espetó con molestia el joven.
Un divertido bufido arrancó de los labios de Phichit.
—¿Por qué te comportas de esa forma? — preguntó divertido.
—¿De qué forma? — respondió Baek.
— Pues... — se detuvo — así, tan... huraño.
Otro silencio no tardó en hacerse presente. Baek soltó un leve gruñido ante aquello.
—¿Qué mierda has hecho para que el príncipe te mande a este sitio? —preguntó intrigado Baek.
Ante su interrogativa, Phichit sólo bajo la mirada, recordando su osadía en el pueblo. ¿Realmente moriría?, era una constante duda que se plasmaba en su cabeza. Su semblante volvió a cubrirse de nerviosismo e incertidumbre. Baek pudo percibirlo.
—Hayas lo que hayas hecho... — susurró — el príncipe no va a matarte — aseguró.
Phichit levantó su vista con cierta incredulidad, observándole sin decir nada.
—Si él hubiese decidido matarte, habrías estado en el calabozo de los ciegos — espetó.
—¿El calabozo de los ciegos? — replicó Phichit, sin entender la referencia entregada por el joven.
Una mueca de molestia se dibujó en el rostro de Baek.
—El calabozo de los ciegos, es el calabozo al que te dirigen cuando el rey o el príncipe te ha condenado a morir — explicó
Phichit abrió sus ojos de la perplejidad. Un frío recorrió su espina.
—No sabía que había un calabozo especial para eso...
—Pues lo hay.
—¿Y por qué ''de los ciegos''? — preguntó curioso.
—Porque cuando te dirigen allí, ponen un saco en tu cabeza, para que no puedas ver absolutamente nada.
Phichit sintió un malestar en la boca de su estómago. El sólo hecho de imaginar cómo podría ser aquello, le estremecía por completo.
—Y... ¿c-cómo sabes todo eso? — preguntó, sintiendo escalofríos por todo su cuerpo.
—Muchos años de servicio en este palacio no han sido en vano — dijo sin más.
De pronto, la puerta del calabozo se abre de par a par, dejando ver a contraluz, la silueta de un guardia real.
—Traigo comida — dijo, entregando a Phichit una porción de alimento.
—¿Y... para mí? — preguntó Baek, cuando divisó al guardia irse sin más.
—Ah... — volteó el hombre — el príncipe no ha dado órdenes de alimentarte, lo siento — dijo divertido, para luego retirarse de forma definitiva.
Una expresión de desconcierto se dibujó en el rostro de Baek. Por su parte, Phichit ya estaba sentado disfrutando de su merienda.
—Tsk... — se quejó por lo bajo, sentándose nuevamente en el frío suelo. Se cruzó de brazos y frunció su entrecejo — siempre es lo mismo... — musitó.
Phichit, sin tomar mucha atención a Baek, sólo se limitaba a comer de aquello. La merienda era cuantiosa; tratándose de una porción de pavo cocido acompañado de vegetales.
Aquella comida olía bien, y ésta, no tardo en desplegar su aroma a las narices de Baek, quien, se encontraba sumamente hambriento, al no ingerir alimento desde hace ya casi un día.
De pronto, un fuerte gruñido se oye por toda la habitación. El estómago de Baek no soportó ante aquellas sensaciones provocadas por el aroma de la merienda de Phichit.
—¿Ese fue... tu estómago? — preguntó el moreno, perplejo ante el fuerte estruendo proveniente de Baek.
—N-no — respondió seco, invadido por la vergüenza.
Y Phichit, no pudo evitar sentir remordimiento ante ello. Una sensación de tristeza se posa en su pecho, al ser testigo de la hambruna del joven.
—Hey... — llama en un tono apacible — si quieres podemos compartir la comida, no tengo problema — dijo, acercándose a Baek.
—Cállate, no tengo hambre — espetó sin más.
—E-en serio... — susurró Phichit — no tengo problema, podemos compar...
—¡Cállate! — exclamó Baek, totalmente fuera de sí —, lo has tocado con tus manos, seguro ya está infectado — escupió hiriente.
Y Phichit ante aquello, sólo emite un bufido de resignación. Baek no tenía remedio.
Phichit, simplemente no podía comprender aquel trato irracional que Baek le propinaba. Era como sí... le odiara, pero, él no entendía por qué razón.
Hasta que recordó...
''Baek está enamorado del príncipe, desde que tengo memoria... '', resonó por su mente, recordando lo dicho por Jen.
Y entonces Phichit comprendió. Comprendió la razón por la que Baek le odiaba. Una especial osadía y aire de valor cruzó por su mente, atreviéndose a emitir al joven;
—Quiero que sepas que no siento nada romántico por el príncipe Seung-Gil.
Y Baek, ante aquello, gira su rostro hacia Phichit. Una expresión de incredulidad se inmortaliza en él, arqueando ambas cejas.
—¿Qué?
Se limita a preguntar, sin entender la razón de lo dicho por el moreno.
—Q-que... — se detiene, invadido por los nervios — d-debes saber que... no siento nada por el príncipe... e-eso.
Bajó su mirada hacia un rincón del calabozo, sin atreverse a posar su vista directamente en Baek, quien ahora, le intimidaba con un semblante totalmente irritado.
—¿Por qué mierda me dices algo como eso? — espetó con molestia, resonando su áspera voz por toda aquella atmósfera.
Phichit apenas levantó su mirada, viendo como Baek, clavaba su vista en él, sin poder despegarse. Y Phichit, nuevamente retomó valor, articulando;
—Ya me han contado lo que sientes por el... príncipe — musitó, con la vista estática en un punto.
—¿Qué cosa te han contado...? — preguntó Baek, con una expresión de total incredulidad.
Y Phichit, sintió su garganta contraerse. No sabía si, lo que estaba a punto de hacer sería lo realmente correcto, mas, no vaciló. Suspiró profundamente y apenas abrió su boca, espetó fuertemente;
—Que estás enamorado del príncipe Seung-Gil.
Los ojos del joven se abrieron de la perplejidad al oír aquello. Su boca abrió y cerró varias veces, intentando articular palabra alguna ante lo dicho por el moreno. Un bufido arranca de sus labios, para luego, desprender de su boca incesantes carcajadas nerviosas. Phichit, se limitó a observarle con cierto susto.
—¡¿C-cómo alguien...?! — intentó concluir la frase, pero la risa luchaba por salir de su garganta, dejando arrancar otras carcajadas al aire.
Phichit, aún le observaba con total incredulidad.
—Baek, escucha... — susurró Phichit, temeroso — no te acusaré con los inquisidores, sólo deseo que me dejes en pa...
—¡Ya basta! — exclamó el joven, fuera de sí —, ¡¿quién mierda te crees que eres?! — exclamó en un grito desgarrador.
Phichit hundió su cabeza entre sus hombros. Sentía la hostilidad de Baek en cada palabra.
—¡¿Cómo es que yo podría enamorarme de mi pr...?!
Pero calló de inmediato, sin poder concluir su frase.
Sus ojos se abrieron horrorizados ante su imprudencia, llevándose ambas manos fuertemente a su boca, aprisionando. Phichit le miró confuso, sin entender la repentina reacción del joven.
—¿B-Baek...? — preguntó el moreno, intentando acercase a él.
Mas Baek se giró de inmediato hacia un rincón, alejándose rápidamente. Su semblante se tornó tembloroso y un nerviosismo invadió su mente.
Aquello, había sido un cambio demasiado repentino en él.
De pronto, la puerta de hierro del calabozo se abre nuevamente de par a par, dejando ver a contraluz la silueta de un guardia real.
—Phichit Chulanont — dice fuertemente el guardia, en un tono serio.
—Yo... yo soy — susurró temeroso.
—El príncipe ha dicho que puedes salir. Eso fue todo — espetó sin más.
—¿Qué...? — pensó Phichit, totalmente agraciado por el poco tiempo dentro de ese calabozo.
—Ah, casi me olvidaba — dijo —. Ha dicho su excelencia que vayas a su habitación, dice que tienes una conversación pendiente con él.
—Ah, sí... — susurró el tailandés, temeroso ante aquello.
—¡Bueno!, ¡¿qué esperas?! — exclamó exasperado.
—¡S-sí!, ¡lo siento! — se disculpó, para luego caminar apresurado hacia la salida de aquel lúgubre calabozo.
El guardia, dirigió su vista hacia el rincón del calabozo, y allí, pudo observar a Baek de espaldas, con ambas manos aún sobre su boca, con un semblante totalmente perturbado.
Una pequeña risa arrancó de la boca del guardia, para luego, salir del calabozo.
—Deténgase allí mismo.
Oyó el guardia, y al reconocer al emisor de aquella voz, paró en seco, totalmente perplejo.
—Mi señor, su excelencia — recitó, reincorporándose de inmediato.
—Suelte al servidor que está cautivo — ordenó.
El guardia tragó saliva ante aquella orden del rey.
—N-no puedo, señor... — balbuceó temeroso — el príncipe no ha dado órdenes de...
—¡¿Estás insinuando que la palabra de mi hijo es más importante que la mía?! — exclamó en un grito ensordecedor. El guardia sintió su corazón arrancar del pecho.
—N-no...y-yo...s-sólo...
El rey lanzó un bufido de exasperación al aire. Rodó sus ojos.
—Vete de aquí. Yo me haré cargo de éste servidor.
—¡S-sí!, ¡su majestad! — exclamó, para luego retirarse rápidamente de aquel sitio, sin oponer resistencia alguna.
Y entonces el rey, entró al calabozo, encontrándose a Baek con la mirada temerosa y sus manos temblorosas.
—De pie, Baek — ordenó el rey.
—S-su majestad... yo... yo...
El cuerpo del joven se hallaba notoriamente tembloroso. Un tono de pesar era perceptible en su voz, como de decepción profunda.
—¿Qué ha pasado? — preguntó el rey, notando el endeble semblante del joven.
—Ca-casi quebranto mi pacto, yo...
—¿Has hablado? — preguntó el mayor, fulminando con la mirada al joven.
Baek tragó saliva, un débil alarido arrancó de sus labios.
—N-no... no, su majestad — susurró.
Y un suspiro de alivio fue emitido por el Rey.
—He llegado desde el pueblo. En la tarde visité los terrenos aledaños del reino — dijo, metiendo una de sus grandes manos al bolsillo de su túnica —. Te he traído opio. (1)
Baek, apenas levantó su vista hacia la mano extendida del Rey. Una expresión de tristeza se dibujó en su rostro.
—Gracias, mi señor... — susurró de forma casi inaudible.
—No me agradezcas — espetó el rey —. Es lo que pago por tu silencio.
Baek, con la vergüenza golpeando en su rostro, apenas tomó el opio entre sus manos, escondiéndolo.
—No necesita pagar por mi silencio, mi señor... — musitó Baek.
—Lo sé, Baek, lo sé... — repitió el rey — no lo haces por conveniencia, lo haces...
Una leve sonrisa se posa en los labios del joven. Un fuerte sentimiento de nostalgia y añoranza invaden su pecho.
—... Lo hago por amor.
10:00 pm.
Phichit se hallaba de pie frente a la puerta de la habitación del príncipe. Sus manos temblorosas, friccionaban entre sí, intentando amenar de alguna forma los nervios que le invadían su psíquis.
Inhaló profundamente, intentando tragar sus miedos, para luego, exhalar intentando recomponerse.
Posó una mano sobre la fría manilla de la puerta. La giró.
Apenas entró a la habitación, pudo ver a Seung de espaldas hacia él, apoyado en su escritorio. El azabache, se hallaba rodeado de dos velas, cada una en los dos extremos de su escritorio.
Phichit, cerró tras de sí la puerta, lo más suave posible, intentando no entorpecer la tranquilidad de la atmósfera.
Todo permaneció en silencio por un par de minutos. El moreno, sólo cruzó sus manos, esperando a que el príncipe notara su presencia, cuestión que, ya había ocurrido desde un principio. El silencio se volvía desollador, los nervios volvieron a caer sobre el semblante del tailandés.
—Phichit.
Habló Seung, lo que resonó fuertemente por toda la habitación. Ante ello, los sentidos de Phichit se agudizaron de forma instantánea.
—¿Me ha... usted llamado aquí, su majes...?
—Sí — respondió seco, interrumpiendo al tailandés —. Exijo que me expliques todo lo que ocurrió — demandó el príncipe, estando aún de espaldas a Phichit, sin dignarse a mirarlo de frente.
Phichit, apretó sus labios fuertemente. Una mueca de desconcierto se dibujó en su semblante.
Y desde aquel punto de la noche, todo se tornó confuso para el tailandés, sin saber cómo proceder ante la exigencia del príncipe.
¿Realmente debía él contar la verdadera razón de su huida?, a Phichit no le parecía una buena idea. Se arriesgó, ocultando la verdadera razón de su osadía, a pesar de las posibles consecuencias que ello traería.
—Cuando... usted me dijo que tardaría, me decidí a realizar una breve visita a mi familia — susurró.
—Una breve visita... — repitió el príncipe, en un divertido tono de voz.
—Sí, su majestad... — respondió — pero, yo no huiría para siempre. Yo... volvería a su lado, volvería hacia usted... — susurró de una forma apacible.
—¿Y cómo sabría yo si tú volverías hacia mí? — espetó con irritación, aun de espaldas. Phichit pudo divisar, gracias a la luz de las velas, como Seung-Gil empuñaba sus manos temblorosas.
—Porque yo... — se detuvo — yo...
Phichit no pudo articular palabra alguna. Una extraña sensación se posó en su pecho, dejándole perplejo. Él sabía. Sabía que volvería de todas formas hacia Seung, pero... ¿por qué?, él aún no reconocía la razón, pero tenía conocimiento de que no habría sido capaz de abandonar al príncipe de forma eterna.
—No hay razón alguna para que volvieras a mí — espetó, parándose en seco de su escritorio —. Si yo no te hubiese encontrado, tú...
Dijo, para luego girarse hacia Phichit, clavando su vista en el semblante del moreno.
—... Me habrías abandonado.
Y aquello último, sonó en un fino hilo de voz. A Phichit, por un momento le pareció oír al príncipe conteniendo un sollozo, pero desechó la idea de inmediato, creyendo que aquello no podría ser posible. No al menos en el príncipe.
Phichit, sólo se limitó a bajar la mirada, invadido por la vergüenza. Seung, le observaba desde su escritorio, con la vista clavada en su semblante, como exigiendo al tailandés, corresponder con su mirada.
—Las joyas.
Exigió el príncipe. Y Phichit, recordó.
—Dame la caja, sé que aún la tienes — espetó, demandando sin vacilación el objeto.
Y Phichit, ya no tuvo salida. Ahora sólo quedaba para él esperar la reacción del príncipe, no podría ocultárselo.
—Sí, su majestad...
Susurró, con el miedo sobrepasando ya el umbral de lo tolerable. Lentamente, saca de debajo de sus ropas la caja aterciopelada, para luego, extenderla en las manos de Seung.
—Robaste las joyas.
Espetó el azabache, cuando sintió el escaso peso de la caja. Phichit, con el miedo desbordado, sólo asintió despacio con su cabeza.
El cuerpo del moreno se tensó, esperando una posible golpiza por parte del azabache. Phichit esperó lo peor, pero... lo peor no ocurrió. O... aún no ocurría.
Seung, se dirigió hacia un rincón de su habitación, para luego tomar desde un mueble, un saco con todas las joyas en su interior. Volteó todas las joyas robadas por Phichit, frente a los ojos del moreno.
Phichit quedó perplejo. Sus ojos se abrieron a la par, sin entender que había ocurrido. Seung frunció su ceño.
—Mientras estabas en el calabozo, tu padre vino al palacio — dijo —. Entregó a uno de los guardias reales las joyas que su querido hijo robó.
Espetó. Y Phichit, sintió la vergüenza más grande de toda su vida. Sentía que su honor y su honra eran desolladas frente a la mirada orgullosa de Seung. Cerró sus ojos fuertemente, intentando contener las lágrimas.
—No me duele el hecho de que hayan sido robadas estas joyas, porque no me interesan, a pesar de que estén tasadas de forma millonaria — dijo.
Phichit asintió con su cabeza, apenas.
—... Me duele el hecho de que hayas sido tú quien lo hizo.
Y el moreno, creyó nuevamente oír en Seung un sollozo ahogado. Realmente, al parecer su miedo estaba jugando una mala pasada a su imaginación.
—Te he perdonado la vida, Phichit — dijo, lanzando hacia un costado de la cama el saco de joyas junto a la caja.
—Lo sé, su majestad... — susurró, sintiendo su corazón martillear en su garganta.
—El abandonarme y robarme. Eso, no es sino merecimiento de la más cruel tortura y muerte, frente a todo el pueblo — murmulló entre dientes, con la rabia desbordando.
Phichit, sólo se limitó a apretar sus manos temblorosas. Aquello dicho por el príncipe, provocó en él escalofríos por su espina dorsal.
—Vete, ahora — musitó.
Phichit levantó su mirada, incrédulo.
—Vete a tu habitación, ahora mismo. No quiero verte, necesito estar solo — ordenó.
Y Phichit, sin ánimos de contradecir al príncipe, sólo asintió con su cabeza.
—Por favor, perdóneme, majestad...
—Sólo vete.
Y rápidamente, salió de aquella habitación, dejando a Seung en la soledad de ella, acompañado solamente del sonido que provocaba el danzar de las llamas en las velas del escritorio.
Y sus ojos se cristalizaron. Un terrible pesar había provocado en el príncipe la osadía de Phichit.
Realmente Seung-Gil no comprendía. No comprendía el por qué la deslealtad de Phichit había provocado un dolor tan desollador en su alma. No comprendía... o al menos, no aún.
''12:52 am.
No sentía tanta decepción desde el día en que vi a mi padre robar el aliento a mi madre.
El orgullo que protege mi debilidad ha sido corrompido.
Cuando no le vi en aquel lugar, sentí mi mundo desmoronar, incluso más de lo que ya está.
Sentí miedo, mucho miedo de que me abandonase.
Y... aún lo siento.
Es un simple chiquillo, como cualquier otro, pero él...
Hace que experimente sentimientos tan intensos, jamás nunca sentidos.
¿Por qué sigues haciendo caso omiso a mi llamado, Dios?
En el desollador silencio de mi habitación, mi agonía es un desesperado llamado de auxilio a tus milagros.
Ayúdame a tomar control sobre mí, no dejes que él gane más terreno sobre mí.
Él se está apoderando de mi alma.
Él se está apoderando de mis pensamientos.
Él... se está apoderando de mi amor.
Mi amor te pertenece a ti, no a él... ¡no a él!
Tengo miedo.
Ayúdame, por favor.
Ayúdame a no enamorarme de él. Ayúdame a no pecar. Ayúdame a no ser una abominación.
Dios todopoderoso. ''
La noche había desplegado ya su oscuridad por los pasillos del palacio carmesí.
El príncipe, dormía exhaustivamente sobre su lecho. Las velas estaban ya casi consumidas por completo, divisándose en ellas apenas una débil llama alumbrando a duras penas la habitación.
¿Qué ocurre?
Me siento extraño. Mi cuerpo es más liviano que de costumbre, pero, sin embargo, no puedo tener total movilidad de él.
Mi vista es limitada y no puedo fijarla bien, aún. ¿Estos son... recuerdos?, ¿recuerdos de qué...?
Estoy dentro de algo, pero no sé de qué. Sólo tengo visión hacia el techo de un lugar, de reojo puedo observar luz ingresando hacia ésta habitación.
Puedo sentir a lo lejos voces, pero no puedo distinguirlas bien. Creo que, son voces de un hombre y una mujer. Por alguna extraña razón, el oír sus voces trae a mi alma un sentimiento de añoranza.
¡Hola!, intento decir. ¡¿Puede alguien oírme?!
Soy consciente de que estoy emitiendo sonidos por mi boca, porque, puedo sentir la vibración de ello en mis labios.
Pero... pareciera que nadie entiende lo que digo... ¿qué está pasando?
¡¿Alguien quiere decirme que está pasando?!
Grito al aire, pero, ni el hombre ni la mujer hacen caso a mi llamado. De hecho, pareciera que les causa gracia el sonido que estoy emitiendo.
''¡Mi pequeño Seung-Gil!''
Oigo cerca de mí. Y allí encima de mi rostro, veo al emisor de aquella voz.
No. No es el hombre ni la mujer de los que hablé, se trata de un niño pequeño que, torpemente está intentando pararse de puntillas para mirar mi rostro.
''¡Hola, Seung!''
Exclama sonriente. Y él...
¡¿QUÉ?!
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.
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¡¿...BAEK?!
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De pronto, un grito desgarrador despierta al príncipe de su sueño. Éste, se reincorpora de inmediato en la cama, completamente confuso por lo visto en él. Frías gotas de sudor ruedan por su sien, su respiración se torna agitada.
—¡Majestad!, ¡majestad!
Oye fuera de su habitación. Y, sin pensarlo por mucho más tiempo, se reincorpora junto a su cama, para coger la vela y salir al exterior de su habitación.
—¡¿Qué ocurre?! — exclamó el príncipe, apenas se asoma por la puerta.
Y al salir, el azabache puede divisar el escenario actual; dos guardias reales sujetando por ambos brazos a una mujer, la que, lanzaba patadas al aire, descontrolada.
—Hemos encontrado a esta servidora huyendo del palacio, su excelencia.
Y ante aquello, Seung sólo se limita a rodar los ojos, exasperado.
—No era necesario despertarme para esto. Saben exactamente que deben hacer — espetó con molestia.
Los guardias le miran con cierta incredulidad, sin entender a qué se refería el príncipe. Al parecer, se trataba de guardias jóvenes, y por lo tanto, novatos.
—Mátenla. Eso es lo que deben hacer cuando alguien intenta huir del palacio.
—¡Sí, señor!
Exclamaron ambos al unísono, para luego, arrastrar a la mujer lejos del príncipe.
—¡Maldito hijo de puta!, ¡desgraciado!
Exclama la mujer hacia el príncipe. Y es entonces, cuando Seung se voltea nuevamente, clavando su fulminante vista en el agresivo semblante de la mujer.
—Tráiganla aquí — ordenó.
Y los guardias, no tardaron en llevarla nuevamente cerca de Seung. Él, le desollaba con la vista.
—Eres un maldito. Perro asqueroso. Muérete.
Murmullaba la mujer entre dientes, con la rabia desbordando por sus ojos. Seung, por su parte, sólo se limitaba a observarla de pies a cabeza.
—¿Te das cuenta en qué posición estás? — preguntó él, arqueando una ceja.
Pero la osadía de la mujer sobrepasó los límites de lo considerable. En menos de un segundo, la mujer sorpresivamente escupió en el rostro a Seung, con prepotencia. El príncipe, cerró sus ojos con fuerza, asqueado. Los guardias por su parte, miraron totalmente horrorizados la acción de la joven.
Por otro lado... Phichit observaba perplejo desde la puerta de su habitación, pues, el alboroto le había también despertado a él.
—Vas a matarme. ¿Hay acaso algo más terrible que la muerte? — murmulló ella, entre dientes. No mostrando ni la más mínima pizca de arrepentimiento, pues, después de todo... ella moriría, y no partiría de este mundo sin antes no darse aquel placer de escupir en el rostro a quién detestaba.
—Si lo hay — contestó Seung-Gil, limpiando su rostro con la ropa de unos de los guardias —. Claro que hay algo mucho peor que la muerte, pequeña y asquerosa mujerzuela.
En su rostro se dibujó un ferviente desprecio e ira hacia aquella despreciable mujer. Una sonrisa macabra se posó en sus labios.
—Guardias, no maten a esta mujer — murmulló el príncipe.
Y ante aquello, todos quedaron perplejos, inclusive la mujer, quien, creyó que Seung había perdonado su vida.
—Llévenla hacia el calabozo de los ciegos, por ahora — indicó —. Y, mañana al medio día, frente a todo el pueblo, apliquen la sierra (2) a esta hermosa damisela.
Los guardias quedaron atónitos ante el macabro método indicado. La mujer sintió desfallecer por la impresión. Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro del azabache.
—Que todo el pueblo sea testigo de lo que ocurrirá a quienes osen ir en contra de la voluntad de la gran familia real — dijo seco.
—S-sí...s-su...majestad — respondió apenas uno de los guardias, temeroso.
—Ahora saquen de mi vista a esta bazofia, rápido.
—¡Sí!
Y rápidamente, los guardias pusieron un saco en la cabeza a la mujer, para luego, dirigirla al calabozo de los ciegos.
Phichit, apenas pudo soportar lo horrorizado que se hallaba, y, rápidamente se escabulle de vuelta al interior su habitación, despavorido.
Y él, pudo ser testigo de lo macabro que podría llegar a ser Seung. Y entonces entendió, que el príncipe, sin lugar a dudas, había perdonado su vida.
...Realmente le había perdonado.
Al día siguiente, todo se hizo monótono para Phichit. El incesante recuerdo de su madre en estado de agonía. Sus hermanas impregnadas de sarna y la mirada horrorizada de su padre cuando era llevado por Seung, todo aquello recayó como una desesperante turbulencia sobre su consciencia.
Y ahora... su padre además había devuelto las joyas por lo que... su plan no había funcionado.
Todo iba de mal en peor. Su mente era un terrible torbellino de desasosiego.
—Phichit.
Oyó cerca de él. Se volteó lentamente, con sus sentidos entumecidos.
—Yuuri... — susurró apenas, al reconocer el rostro de su amigo.
—Ven aquí.
Dijo el japonés, para luego, tomar del brazo a su amigo y llevarlo a un lugar más lejano.
—Los rumores en este lugar se expanden más rápido que el viento — murmulló —. Dime ahora mismo, ¿qué fue lo que pasó ayer con el príncipe?
Phichit bajó su mirada, avergonzado al recordar todo aquel episodio.
—¡Phichit!
Exclamó Yuuri, entre dientes, exigiendo alguna explicación al respecto.
—Yo... — se detuvo, sabiendo lo que le esperaba por parte de su amigo.
—Habla.
—Ayer el príncipe me pidió acompañarlo al pueblo, y cuando fuimos, yo... huí de su lado por un momento.
Una expresión de perplejidad invadió la faz de Yuuri.
—¡¿Qué tu qué?! — exclamó fuertemente.
—Yu-Yuuri... por favor...
—¡¿Estás loco?! — exclamó su amigo, sacudiéndole.
—M-mi madre... la extrañaba...
—¡Él te perdonó la vida, Phichit!
Exclamó Yuuri fuera de sí. Su entrecejo se hallaba fruncido, signo del enojo que sentía por la imprudencia de su amigo.
—Tsk... — susurró exasperado.
—Lo siento, Yuuri...
El joven japonés sólo negó con su cabeza, en señal de desaprobación. Phichit, sólo desvió la mirada, avergonzado.
—Si piensas seguir comportándote de esa forma, terminarás muerto, Phichit...
Susurró con melancolía. Phichit asintió con su cabeza, prometiéndose a sí mismo a no volver a realizar una osadía como aquella.
—¿Phichit Chulanont?
Resonó una voz por detrás de ellos. Ambos se giraron para ver de quién se trataba.
Se trataba de un guardia real, el que, llevaba entre sus manos varias cartas, aparentemente, enviadas por otras personas.
—¿Sí? — respondió el moreno.
—Te ha llegado una carta desde el exterior — dijo.
Y ante ello, Phichit arqueó una ceja, sin entender de qué se trataba.
—¡Sólo tómala!
Exclamó Yuuri, a lo que, su amigo obedeció. El guardia, sin más, se aleja de ambos, para seguir repartiendo la correspondencia al resto de servidores.
—¿Q-qué es esto, Yuuri? — preguntó intrigado.
Una pequeña sonrisa se dibuja en los labios de su amigo.
—Esta es la única forma en que los servidores pueden tener contacto con sus familias, Phichit — respondió Yuuri, tomando las manos de su amigo —. Mediante cartas, es la única forma de comunicación que la familia real te permite.
Phichit miró con curiosidad aquella carta entre sus manos, apretándola con fuerza. Sus manos recorrían el borde del sobre, de forma incesante. Una fuerte corazonada le decía que debía leer la carta ahora mismo.
—V-voy a leerla, Yuuri — dijo con decisión.
—Me parece bien — respondió su amigo.
—... Pero en mi habitación.
—Ve. Espero que sean buenas noticias de tu familia.
Phichit asintió con su cabeza a lo dicho por su amigo. En su pecho, tenía las esperanzas de que así fuese.
Pero no...
''Phichit, hijo mío;
Soy yo, tu padre, quién se dirige a ti mediante esta carta.
Mi querido hijo, lamento darte muy malas noticias...
No sabes cuánto lo lamento, realmente no sabes...
Desde ayer, que tú apareciste ante nuestros ojos, en tu osadía de huir del príncipe, tu madre no ha dejado de preguntar por ti, ni por un segundo, ni por un mísero segundo.
Lamento que fuera así, hijo mío, pero...
No tuvimos opción.
Perdóname, hijo.
Le hemos dicho la verdad a tu madre. Le hemos dicho que estás cautivo en el palacio y que ahora, eres parte de la servidumbre del príncipe.
Y jamás pensé que esto traería esta desgracia...
Ha sido mi culpa, ha sido mi culpa...
PERDÓNAME, HIJO MÍO.
Tu madre ante aquella noticia, no soportó.
No cesó de sollozar por mucho tiempo.
A pesar de que, hemos conseguido medicina con las monedas de oro que nos has dado, ella no ha querido recibirlo.
Sus ojos ya están opacos y sus pupilas dilatadas.
Su cuerpo ya está frío y rígido.
Hijo mío, tu madre...
Ya está agonizando. Aquella terrible noticia la ha empujado hacia las puertas de la muerte.
Perdóname, por favor, perdóname.
Tu madre no pasará de esta noche. Ella morirá a más tardar mañana por la mañana.
Ha sido lo que el curandero del pueblo nos ha dicho. Tu madre morirá dentro de poco, ya no hay nada que podamos hacer.
Ella morirá y jamás volveremos a verla.
Perdóname, perdóname...
Te quiero, hijo.
La culpa me carcome como el ácido a la piel.
Perdóname...''
Phichit sintió caer en un abismo. Su alma se despedazaba de la forma más cruda posible. Sus ojos desprendían incesantes lágrimas, las que, caían sobre aquel pedazo de papel, manchándolo.
—Mamá... mamita...
Susurró de forma agónica, entre sollozos. Sintió un fuerte dolor en su pecho, como el ácido quemando sus ya escasas esperanzas.
Sus manos empezaron a temblar fuertemente. La desesperación se agudizaba y sentía que ya no había más por hacer.
Su madre moriría. Y él, él... no volvería a verla jamás.
...Jamás.
Durante varios minutos no cesó de llorar. A pesar de sus fuertes sollozos, el nudo en su garganta no cedía, y con cada alarido, este se tornaba más y más doloroso. Todo parecía caer sobre él, la culpa, la desesperación, la agonía...
¿Qué sentido tendría todo ahora?, la consciencia de Phichit se cegó por completo, su raciocinio no dilucidaba ni la más mínima luz o claridad.
—Debo huir — pensó.
Aquello era la única salida a su agonía. Él... él no permitiría que eso ocurriese, por nada del mundo.
Se negaba. Se negaba a quedarse allí, de brazos cruzados. Se negaba al hecho de que su madre muriera y él no pudiese verla por una última vez.
Y si él tenía que morir por ello, entonces que así fuese. Porque los cobardes viven, pero con la incertidumbre permanente en sus débiles almas. Los valerosos, caen en el camino, pero con la dicha rebosando en sus espíritus.
Y él, no lo permitiría. No, él no. Huiría del palacio esa misma noche, cuando todos durmieran. Él vería a su madre por una última vez.
Un plan.
Un plan maquinó de forma automática su cabeza. Sus ojos se abrieron con determinación. Y recordó;
''Una Whitania somnífera. Ayudará a que tus músculos relajen y el nerviosismo cese...''
Aquella extraña flor somnífera que el príncipe le había facilitado. Eso es...
Él la utilizaría con Seung, para que así, el príncipe durmiese profundamente cuando él estuviese huyendo del palacio.
Perfecto.
Pero... ¿cómo entraría a la habitación del príncipe para extraer de aquella caja las Whitanias Somníferas?
Aquello era el primer paso para maquinar su plan. Debía encontrar rápido una forma de poder entrar en la habitación, pues, el príncipe solía dejar su habitación bajo llave, en su ausencia.
De pronto, alguien llama a la puerta. Phichit, da un pequeño brinco, asustado al ser sacado de una forma tan abrupta de sus pensamientos.
—¿Q-quién es? — preguntó, guardando rápidamente la carta en su bolsillo.
—Soy yo. Ábreme la puerta.
Era el príncipe, quien, había ido hasta la habitación de Phichit. El tailandés, limpió rápidamente sus lágrimas, intentando borrar la evidencia de su rostro, para que así el príncipe no reconociera que él estaba llorando.
—Majestad — musitó bajo, abriendo la puerta de su habitación.
—Iré al pueblo. La costurera me ha citado ahora en la tarde — dijo seco.
—Claro, majestad...
—No irás conmigo. No después de lo que has hecho en el pueblo — espetó, aún dolido por la osadía del moreno.
—Lo sé... — susurró Phichit, bajando la mirada.
—Volveré al anochecer, quiero que para entonces tengas la cena lista, volveré hambriento — ordenó.
—Sí, su excelencia.
Y sin más, Seung-Gil volteó para alejarse de Phichit. Su tono de voz había cambiado por completo hacia él. Ahora era más frío y distante, esto, por la decepción que sentía dentro de sí por la deslealtad de Phichit.
El tailandés, sólo observó el semblante del príncipe alejarse. Y, cuando vio que éste se alejó por completo, volvió dentro de su habitación, cerrando la puerta tras él.
De un movimiento torpe, Phichit tropieza con la esquina del velador de su habitación, lo que provoca que, el candelabro que estaba encima, cayese en el suelo, provocando una fuerte vibración.
—El candelabro... — susurró Phichit, observando el objeto detenidamente.
Y su plan maquinó por completo. Ya había encontrado la respuesta a su interrogante.
Utilizaría parte del alambre del candelabro, para abrir la puerta de la habitación del príncipe, y así, poder sacar las Whitanias Somníferas de aquella caja. Pero todo debía ser ahora ya, pues, el príncipe estaba ahora en el pueblo.
Ahora era su oportunidad de actuar.
Y, de un movimiento rápido, toma entre sus manos el candelabro, arrancando parte del alambre de éste, dañando parte de sus manos.
Mas Phichit, no tomo atención a la sangre que salía de uno de sus dedos rasgados, el sentimiento de nerviosismo y adrenalina por conseguir su objetivo, era mayor al dolor físico de ello.
El tiempo era limitado, debía actuar rápido.
—Perfecto... — susurró. Cuando miró entre sus manos el alambre que serviría como llave, para interceptar dentro de la habitación del príncipe.
Miró detenidamente, para verificar si había la presencia de alguien. Sus ojos recorrían cada rincón de aquel largo pasillo, pero no pudo notar ni a un servidor ni a un guardia.
—¡Bien!... — pensó.
Rápida pero sigilosamente, se apega a la puerta de la habitación del príncipe, introduciendo en la cerradura de ésta el pequeño alambre.
Sus manos se movían con rapidez, aunque temblaran ligeramente del miedo y la adrenalina, de la posibilidad de que el príncipe o un guardia le sorprendiesen.
De forma incesante buscaba la forma de encajar el alambre con la cerradura, pero, no obtenía ningún indicio favorable.
—Por favor, por favor... — susurró tembloroso, al ver que su plan no estaba dando resultados.
Y, de un pequeño movimiento, sintió el alambre enganchar. Intentó ladear su mano para poder abrir la puerta.
Click.
Sintió. Y luego, lentamente retira el alambre de la cerradura. Empujo despacio la puerta, y sí...
La puerta abrió.
Rápidamente y, sin perder más tiempo, ingresó en ella.
Lo primero que hizo al ingresar, fue dirigirse al lugar en dónde él recordaba, que el príncipe tenía aquella caja con las flores somníferas.
Intentando meter el menor ruido posible, Phichit empieza a hurgar entre las pertenencias del príncipe; joyas, ropajes, documentos y... la caja.
Aquella caja estaba allí. La cogió rápidamente, abriéndola para tener al descubierto el interior de ella.
Y allí estaban; las Whitanias Somníferas.
Sin premeditar lo suficiente, toma tres de ellas, a pesar de que, éstas sólo hacían efecto con un pétalo. Phichit, quería asegurarse de que el príncipe durmiera plácidamente, así que, no dejó espacios para dudas.
Eso era todo, el inicio de su plan había funcionado a la perfección. Phichit, decidido, intenta cerrar la caja, cuando de pronto...
Una pequeña agenda de color azulino, con hermosas piedras incrustadas en su portada, llama la atención del moreno.
Observa detenidamente aquel pequeño libro, tomándolo entre sus manos. Una extraña sensación de paz invade el pecho de Phichit. Una fuerte corazonada advierte a él que debía abrir y leer el pequeño librillo.
Y por poco, casi obedece a su corazonada, pero... desistió de ello. De un rápido movimiento, vuelve a dejar dentro de la caja aquel libro, muy a su pesar. El tiempo era limitado, debía actuar rápido.
Guarda las flores somníferas en su bolsillo, para después, guardar la caja en su lugar. Rápidamente, se escabulle hacia el exterior de la habitación del príncipe, sin dejar rastro alguno.
Ya en la cocina, esperó que ésta desalojara el exceso de servidores allí presentes, encontrándose sólo él junto a otros dos servidores, que realizaban labores de limpieza al otro extremo de la cocina.
Sin perder más tiempo, se dirige a preparar la cena al príncipe, procurando preparar ésta vez una sopa.
El alimento líquido, facilitaría la disolución de las flores somníferas en la consistencia, además de, facilitar también los efectos somníferos sobre el organismo del azabache.
La maquinación del plan era perfecta. No había razón alguna por la cual debiese fallar. El príncipe dormiría plácidamente después de la cena, y él, aprovecharía aquella ocasión para huir.
—¿Y?, ¿qué te ha dicho tu familia?
Escuchó Phichit por detrás de él. Se trataba de una voz familiar.
—¡A-ah! — exclamó el tailandés, sorprendido ante ello —, Yuuri...
—¿Qué decía la carta? — preguntó intrigado.
—B-bueno...
Titubeó por un momento ante aquella pregunta. Dolía en su alma el hecho de tener que mentir a su mejor amigo, pero... no había opción.
Nadie podía saber de su plan, y aunque fuese Yuuri, tanto era el cariño que sentía por él, que no se atrevía a poner sobre los hombros de su amigo, una carga tan grande como el tener que callar el plan que estaba maquinando.
Y mintió, diciéndole;
—Que todo está bien. Mi madre se ha estado recuperando gracias a los curanderos — sonrió.
Un gran brillo se divisó en los ojos de Yuuri, para luego, fundirse en un gran abrazo junto a su amigo.
—¡Te lo dije, Phichit! — exclamó con una gran sonrisa —, ¡te he dicho que todo saldría bien! — dijo, para volver a abrazar a su amigo de forma frenética.
Y un terrible pesar se posó en el sentir del moreno. La culpa empezaba a desplegar sus efectos en él.
—Oye... — susurró Yuuri, apenas se alejó un poco del tailandés —, ¿no tienes un olor un poco extraño? — preguntó.
Se trataba de las Whitanias Somníferas, las que, eran flores con un fuerte aroma.
—N-no... — susurró el moreno, nervioso — ha de ser tu imaginación, Yuuri — respondió, metiendo sus manos en el bolsillo, para aprisionar más a fondo las Whitanias.
—¡Ah!, puede ser... — musitó su amigo — bueno, yo debo irme, sólo pasaba a tu habitación, pero vi que estabas acá.
—Gracias, Yuuri...
—¡Para eso estamos los amigos! — sonrió.
Y Phichit, sólo pudo corresponder con una sonrisa melancólica. Asintió con su cabeza.
—¡Nos vemos! — exclamó Yuuri.
—A-adiós... — susurró — ... adiós, Yuuri...
Murmulló por lo bajo, cuando vio a su amigo doblar por el recodo de los pasillos. Y él sabía. Sabía que aquella era la última vez en que vería a su amigo, pues... después de la osadía que pretendía ejecutar en la noche, Seung, al amanecer, se daría cuenta de su ausencia, y... lo buscaría para matarlo.
Él, moriría de todas formas.
Pasaron un par de horas hasta que el príncipe apareció por el palacio carmesí. Para ese momento, Phichit ya tenía lista la cena para él, y, ya había conseguido la consistencia perfecta con las Whitanias Somníferas.
—Llévame la cena a mi comedor personal — ordenó Seung a Phichit.
—Sí, su majestad — respondió él.
Y, cuidadosamente, el moreno tomó el plato entre sus manos para dirigirse hacia Seung. Cerró sus ojos levemente por unos segundos, intentando que el valor se apoderara de su cuerpo.
—Aquí está, mi señor — dijo él, extendiendo frente a los ojos del príncipe, su cena.
Seung, extiende un cubierto frente a sus manos, para luego, probar la cena que Phichit había preparado.
Una extraña mueca se dibujó en su rostro, cuando probó apenas un poco de la cena. Phichit, sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Puedes dejarme solo? — espetó el azabache, sin mirar al rostro de Phichit.
El tailandés, sintió inquietarse ante ello, mas no opuso resistencia al príncipe.
—Si, majestad. Con su permiso.
Dijo, para luego retirarse de aquella sala.
La duda asaltaba en su mente. ¿Qué pasa si el príncipe no había gustado de su comida?, no... no era eso posible, después de todo... él comió la primera porción sin chistar o reclamar. Seguramente, de haberse percatado de algo extraño, él habría alzado la voz de inmediato.
No había de qué preocuparse. Absolutamente nada.
La oscuridad no tardó en llegar. El danzar de las llamas podía oírse en los pasillos del palacio.
Phichit, sólo tenía su mente en blanco, desechando de su cabeza cualquier sentimiento de cobardía o miedo.
El plan estaba marchando, no había más lugar a arrepentimientos o miedos de último minutos. Él, haría aquello y lograría despedirse de su madre.
Definitivamente lo haría.
Esperó con las ansias sobrepasando el umbral de lo tolerable. Sus manos sudorosas y temblorosas apretaban con fuerza aquella carta enviada por su padre.
—Ya es momento... — pensó.
Y, de un movimiento rápido, guardó nuevamente la carta en su bolsillo.
Sigilosamente salió por la puerta de su habitación, para luego, dirigirse a la del príncipe.
Cuidadosamente posa una de sus orejas en la puerta de la habitación del azabache, intentando oír algún extraño ruido que diera indicios de que él estuviese despierto.
Pero nada.
Y Phichit, ya no espero más. Inhalo profundamente, intentando apaciguar sus miedos, y... rápidamente se aleja del lugar.
Sigilosamente y con cuidado, rehuye por los pasillos del palacio, intentando inmiscuirse en la oscuridad de la atmósfera, por allí en dónde no alcanzara la tenue luz de las velas.
De pronto, siente a dos guardias reales pasar cerca de él. Se esconde en el recodo de uno de los pasillos, mirando por el rabillo del ojo.
Su corazón martilleaba a mil por hora, sintiendo las vibraciones en su garganta. Sus manos temblorosas se aferraban a las paredes, intentando sostener sus miedos.
La adrenalina se sentía electrizante en su cuerpo, sobrepasando las barreras de lo considerable.
Cuando por fin, él divisó que los guardias pasaron sin percatarse de su presencia, Phichit siguió inmiscuyéndose entre la oscuridad de los rincones.
Pasaron varios minutos de aquella forma, hasta que, por fin...
La sala central del palacio.
Allí estaba, frente a sus ojos. La sala central del palacio, la que era iluminada por dos grandes antorchas, una a cada extremo del gran trono del rey.
Y tras la gran sala principal... la salida hacia el exterior.
El tailandés titubeó por un momento, sintiendo como sus miedos y adrenalina le hacían retroceder de aquel lugar.
Pero no.
Él no lanzaría por la borda ya todo lo hecho. Sus puños se apretaron y el valor ganó terreno ante sus miedos.
Y lo hizo.
Cegado de toda racionalidad, Phichit se echó a correr en medio de la sala principal, teniendo como único objetivo llegar rápido a la salida que daba al exterior.
Su corazón y respiración se hallaban totalmente descoordinados. Sus alaridos del miedo rehuían débilmente por su boca.
Pero lo logró.
Logró divisar como la salida estaba a tan sólo unos pasos de él. Se echó a correr más rápido. Fue entonces, cuando Phichit logró salir del palacio, sintiendo la fresca brisa del exterior golpear su rostro. Una gran sonrisa de satisfacción se dibuja en su faz.
Y es cuando entonces, Phichit dobla por un recodo de las murallas del palacio.
Y entonces...
Un fuerte impacto lo golpea, cayendo brutalmente sobre el piso. Por un par de segundos pierde la noción, pudiendo recomponerse apenas, cuando oyó;
—¿Hacia dónde crees que vas, servidor?
Phichit, apenas levantó su mirada hacia el emisor de aquella voz. Cuando su vista pudo apenas fijarse, abrió sus ojos perplejos, dejando a la vista el lúgubre horror que le invadía.
El rey...
El rey, acompañado de dos guardias reales, venía regresando del pueblo a esas altas horas de la madrugada.
Y todo se cegó para Phichit. Un alarido arrancó de sus labios, horrorizado. El rey, sólo se limitaba a observarlo con su vista fulminante desde arriba.
Ya todo había acabado.
—¿Hacia dónde ibas?
Espetó con fuerza, resonando su gruesa y desolladora voz por todo aquel ambiente exterior. Los guardias reales solo observaban por detrás del rey, en señal de sumisión ante el hombre.
Phichit no podía articular palabra alguna. Su mente estaba en shock, no pudiendo dilucidar por causa del pavor, la terrible situación que él había gatillado.
—¡CONTÉSTAME! — exclamó en un grito desgarrador —, ¡¿A DÓNDE IBAS, SERVIDOR?!
Sus manos temblaban de forma desenfrenada, sin dar tregua. Sus ojos cristalizaron. Él moriría.
Entonces el moreno, siente tras de él;
—Contesta, Phichit.
Una voz familiar se articula a sus espaldas. Una voz que sonaba totalmente apacible, sin ningún sentimiento de alteración. Phichit, se voltea horrorizado ante el emisor de ella.
—Contesta a mi padre, hacia dónde ibas.
Era el príncipe Seung.
A diferencia del rey, el príncipe tenía en su rostro una expresión totalmente calmada, sin ningún tipo de alteración. Y, sin embargo, Phichit sentía desfallecer.
Sus endebles piernas tiritaban del pavor. Débiles alaridos del susto emanaban desde sus labios.
Entre el rey y el príncipe. Allí se encontraba Phichit, sin ninguna salida. Lo sorprendieron huyendo, ambos únicos miembros de la familia real.
Phichit sabía que aquellos eran sus últimos minutos. Sería torturado y asesinado.
—Este servidor estaba huyendo del palacio — espetó el rey, con una mirada desolladora al débil semblante del moreno —. Guardias, llévenlo al calabozo de los cieg...
—No, padre.
Interrumpió Seung. Y ante aquello, el rey miró a su hijo con cierta incredulidad. Phichit, no lograba entender nada, sus ojos sólo permanecían en un punto fijo, horrorizado.
—Él no estaba huyendo — dijo en un tono apacible.
El rey, arqueó ambas cejas, invadido por la confusión de las declaraciones de su hijo. Phichit, giró su vista hacia Seung, totalmente perplejo.
—Él estaba saliendo del palacio con mi autorización — dijo —. Le he mandado a recolectar algunas hierbas que hay en el exterior.
Y ante aquello, Phichit siente todo irreal. ¿El príncipe estaba mintiendo por él?, ¿estaba él acaso defendiéndolo?
—¿Con tu... autorización? — repitió el rey, con un tono de incredulidad.
—Sí — respondió el azabache —, yo le he permitido aquello, padre.
Y al escuchar eso, el rey lanza un bufido, exasperado. Con molestia, rodó sus ojos.
—Entonces no hay nada que yo deba hacer — susurró.
—Claro que no. Mis servidores son de mi dominio — espetó con molestia hacia su padre.
Y una carcajada al aire es emitida por el rey.
—Bien, bien... — susurra con resignación — vamos, guardias — ordenó sin más.
Y rápidamente, los guardias siguen al hombre, quien, ejecutó su retirada hacia el interior del palacio.
Y todo en aquel lugar, quedó sumido en un lúgubre silencio. Phichit, aún no podía creer lo ocurrido. De un movimiento lento, asciende su mirada hacia el rostro de Seung, quien, le miraba directamente.
Y pudo ver...
Pudo ver la terrible expresión en el rostro del príncipe. Su semblante tan calmado, se transformó por completo; convirtiendo su apaciguadora vista en una completamente desolladora. Sus ojos negros se hallaban cristalizados, como reteniendo las lágrimas. Sus labios se arquearon levemente, intentando retener alaridos de dolor.
Phichit, quedó boquiabierto ante aquella expresión del príncipe. Sintió escalofríos terribles deslizar por su espina dorsal. Intentó abrir y cerrar su boca varias veces, para poder articular palabras, mas no pudo.
De un movimiento brusco, Seung toma del brazo a Phichit, para luego, adentrarse junto a él nuevamente en el palacio.
El tailandés, sólo podía limitarse a observar fijamente el suelo, invadido por el miedo y el pavor. La incertidumbre golpeaba su cabeza dejando su consciencia en un sitio eriazo. Su corazón se detuvo del impacto, sus miedos estaban en el punto más alto del umbral, cegando al joven de todo lo racional.
Seung-Gil, por su parte, estaba sólo siendo guiado por su ira, apretando con fuerza el débil brazo de Phichit, arrastrándolo violentamente hacia su habitación.
Un fuerte portazo se oyó por todo el pasillo. Apenas Seung arrastró a Phichit al interior de su habitación, lo lanzó brutalmente en el suelo, con rabia. Un fuerte alarido arrancó de los labios del tailandés, cuando sintió el fuerte impacto en su cuerpo.
Y Phichit, fijó su vista en el rostro del príncipe.
La respiración de Seung se descontrolaba con el pasar de los segundos. Sus negros ojos desollaban el débil semblante del moreno, quien, se retorcía del miedo en el suelo de la habitación del príncipe.
—S-su... ma-majestad...
Susurró en un hilo de voz, intentando explicar la situación.
—¡¡¡Cállate!!! — exclamó Seung, en un grito desgarrador —, ¡¡¿Cómo es que no comprendes lo que yo siento?!!
Gritó de forma desgarradora, siendo aquello perceptible incluso a las afueras de la habitación.
—¡¡¿Creíste que no me daría cuenta?!! — exclamó —, ¡¡Conozco mejor que nadie el aroma y el sabor de las flores somníferas!!
Sus labios temblaban de ira y sus ojos se clavaban con rencor en el asustadizo rostro de Phichit.
De un movimiento grotesco, Seung se apresura hacia un rincón de la habitación, sacando una gran y pesada caja.
Phichit, sólo se limitaba a seguir con su vista, el rastro del príncipe por la habitación. Sus débiles piernas temblaban a la par de sus horrorizados ojos.
Pero sintió su corazón detener, cuando divisó el artefacto sacado de aquella caja.
Un látigo.
Y entonces Seung, toma aquel flagelo entre sus temblorosas manos. A paso lento se acerca a Phichit, y desde arriba, le desolla con su mirada.
—Prometiste no abandonarme... — murmulló entre dientes, en un tono desbordado de furia.
Y el primer latigazo resuena por la habitación. Un grito desgarrador, emitido por Phichit, resuena hasta las afueras del pasillo.
El dolor corporal era tremendo. Phichit sentía un ardor indecible en las zonas de su cuerpo impactadas por los frenéticos latigazos del príncipe.
—¡¡Ma-majestad!! — gritó despavorido —, ¡¡n-no, por favor, no!!
Y otro latigazo recayó entre sus costillas y sus muslos, impactando brutalmente. Otro desgarrador grito de Phichit resuena por la habitación.
Seung estaba privado de su raciocinio. Su consciencia estaba cegada de la ira y el miedo. Su cuerpo correspondía sólo a sus bajos instintos.
—¡¡¡No volverás a burlarte de mí!!! — exclamó, nuevamente alzando su brazo junto al látigo —, ¡¡¡Jamás huirás de mi lado, nunca!!! — exclamó de forma desgarradora.
Y otro fuerte latigazo recayó sobre el débil cuerpo del moreno.
Lágrimas incesantes y fuertes alaridos del dolor eran emitidos por Phichit. Desesperado, intentaba removerse sobre el suelo, incapacitado del terrible dolor corporal que le impactaba.
—¡¡Confié en ti..!! — exclamó con su voz quebrándose por completo.
Y, una última vez, su brazo se alza junto al látigo.
—¡¡¡SEUNG!!!
Exclama Phichit despavorido, impulsado por el miedo y el desasosiego.
Y fue, en aquel instante, en que Seung-Gil paró en seco.
Sus ojos se abrieron de la perplejidad. Su mano aún alzada, sosteniendo el látigo, soltó de inmediato el flagelo, cayendo éste al suelo.
Su boca se abrió horrorizada. Débiles alaridos de angustia eran emitidos por sus labios.
Y pudo ver...
Pudo ver ante él a Phichit cubriendo su cabeza con ambas manos, horrorizado. La expresión aterrorizada del moreno, sus ojos empapados de incesantes lágrimas que rodaban por lo suave de sus mejillas.
Y Seung, sintió su mundo caer a pedazos.
Aquel joven que le había cautivado. Aquel muchacho cuya sonrisa tan pura y perfecta había traído una paz en su interior, cuya alegría le llenaba de añoranza y sentimientos tan limpios y bellos.
Ahora mismo, aquel muchacho...
Yacía ante él, con una expresión de horror, con la agonía y la tristeza desbordando por sus labios y sus bellos ojos. Con su dulce voz transformándose en sollozos desesperados.
Y él... él era el culpable de aquella transformación.
Se sintió asqueroso. Un desprecio hacia sí mismo invadió por completo su mente. La intensidad de su amargura empezó a invadir su consciencia.
—Ve-vete... — murmulló tembloroso — vete, vete, vete...
Empezó a repetir incesantemente. Phichit, aterrorizado, apenas levantó su vista ante la angustiada faz del príncipe.
—¡Vete a tu habitación! — gritó de forma desgarradora —, ¡no quiero verte, sal de mi vista! — gritó, cerrando fuertemente sus ojos.
Y ante ello, Phichit torpemente se reincorpora a duras penas, con el dolor latente en su cuerpo. Sin esperar por más tiempo, Phichit sale despavorido de la habitación del príncipe, para luego esconderse en la suya.
Terrible fue el sentir de Seung después de aquello. Sentía un total desprecio hacia su propia persona.
El miedo le invadía por completo. Y sí, miedo... miedo a que Phichit le abandonase, a que, la única persona que le traía paz y añoranza, huyera de su lado.
Y él, él... estaba haciendo un perfecto trabajo para ahuyentarlo.
De pronto, entre la ceguera de su agonía y amargura, Seung logra divisar en el suelo una hoja de papel, en el mismo sitio en donde Phichit yacía arrinconado, cuando era flagelado.
Sin pensar ni premeditar lo suficiente, Seung recoge aquella carta, pues, una corazonada le impulso a proceder de esa forma.
Y pudo ver...
Se trataba de una carta.
Con sus manos aún temblorosas, abre aquella carta, logrando divisar en ella algo escrito, aunque, no de forma muy clara. Esto, por las manchas que ésta tenía, al parecer de... lágrimas.
********
Tras leer aquella carta, Seung siente una tristeza desbordar su corazón. Ahora lo comprendía todo, absolutamente todo...
Comprendió la razón por la que Phichit había intentado anteriormente huir de él. Y no, no era por deslealtad o por maldad, al contrario...
Era por amor.
Por amor a su familia, por amor a su madre...
Qué egoísta había sido él, pero... si tan sólo Phichit se lo hubiese dicho antes, quizás él... le habría comprendido, y le habría también ayudado.
Pero él entendía a Phichit. ¿Quién podría confiar en un monstruo como él?, no podía culparlo después de todo...
Pero si podía cambiar las cosas. Seung, creía en el poder del arrepentimiento. Él... se encargaría de enmendar su terrible actitud y el daño que había hecho a Phichit.
Él lo enmendaría. Aquello era una promesa.
—Guardia — espetó el príncipe, llamando la inmediata atención del joven que cuidaba las caballerizas.
—¿Ma-majestad? — murmulló el joven, sorprendido de la concurrencia del azabache a esas altas horas de la madrugada.
—Necesito un caballo, ahora — ordenó.
Y ante ello, una expresión de incredulidad se dibujó en el rostro del guardia.
—¿A... estas horas, mi señor? — preguntó confuso.
—¿Algún problema? — respondió el príncipe.
—B-bueno, es sólo que... es peligroso, usted sabe...
Un fuerte bufido arrancó de los labios de Seung, ante ello, el guardia calló de inmediato.
—No necesito de tus recomendaciones — espetó —. Rápido, el caballo.
—¡S-sí, señor!
Y rápidamente, un caballo fue preparado para el príncipe. Sin perder más tiempo, éste sube en su lomo, para luego, partir con destino a la aldea.
Sólo un par de minutos demoró Seung en llegar al pueblo. El lugar, estaba completamente vacío y sólo podía ser divisado gracias a la luz de la luna.
—La casa de Phichit...
Susurró, tratando de recordar la dirección de ésta. Y lo recordó.
Recordó en el lugar donde ésta se ubicaba, y, sin perder más tiempo, galopó hasta aquella dirección.
Cuando al fin estuvo frente al hogar de su servidor, Seung-Gil respiró profundamente, intentando contener su nerviosismo. Pero, no había más tiempo que perder, cada minuto era sumamente valioso.
Y lo hizo.
Empuñó su mano y, fuertemente impacto ésta contra la endeble puerta, resonando todo aquello por la casa. Un par de minutos estuvo así Seung, con el nerviosismo atascado en su garganta.
—Ya voy.
Se oyó una débil voz desde el interior, y Seung, sintió las ansias desbordar.
—¡¿Ma-majestad?!
Fue la primera perpleja reacción del padre de Phichit, cuando apenas, divisó a Seung al abrir la puerta.
—¿Es usted el padre de Phichit Chulanont?
Las intensas luces del sol traspasaron la pequeña ventanilla de su habitación. Pudo palpar con sus dedos adormecidos lo húmedo de su almohada, esto, a causa de las incesantes lágrimas que caían de sus ojos cuando huyó despavorido hacia su habitación.
Apenas se removió en la cama, intentando reincorporarse.
—Tsk... — se quejó fuertemente, sintiendo su cuerpo sometido a un intenso dolor físico.
Y recordó.
Todas las imágenes de la noche anterior vinieron como una horda de angustia a su cabeza. Un fuerte dolor se posó en su pecho.
—Mamá...
Pensó con la tristeza desbordando por sus ojos. Una pequeña lágrima rodó por una de sus suaves mejillas.
Seguramente su madre ya habría muerto, o quizás, ya estaría a poco de hacerlo. Él, no había podido cumplir con su promesa. De nada había valido su osadía.
Qué inútil...
De pronto, suavemente la puerta de su habitación se abre de par a par, divisándose la figura de dos hombres. Phichit, apenas gira su mirada.
—Phichit...
Susurra Seung, mirando con una vista apacible al moreno. Con él, venía un hombre mayor, el que, traía entre sus manos un pequeño maletín.
Phichit ante aquello, dibuja una expresión de incredulidad en su rostro.
—Él es Lucca — musitó Seung —, es el médico de la familia real y curará tus heridas.
Ante ello, Phichit sólo se limita a asentir con su cabeza cabizbaja, sin ánimos de nada. El hombre, ingresa a la habitación de Phichit, para luego, agacharse a la altura del moreno, y así curar sus heridas.
Seung sintió una terrible presión en su pecho, al ver la congoja plasmarse en el bello rostro de Phichit. Por un momento sintió ganas de abrazarle y decirle que lo perdonara, pero, por ahora no era momento de ello.
—Tomate el día libre, por favor — dijo, bajando la mirada con cierta vergüenza. Phichit le miró con cierta incredulidad —. Necesitas descansar, tu cuerpo ha de estar muy cansado, y sobretodo... adolorido.
Lo último lo susurró de una forma casi inaudible, como queriendo ocultar la vergüenza que sentía por aquello.
Phichit, sin ánimos ni energías de contradecir, sólo asintió con su cabeza cabizbaja, mientras observaba como el médico curaba las heridas de su cuerpo.
—Descansa — susurró apacible, antes de salir y cerrar suavemente la puerta de la habitación.
Él, ya había perdido la noción del tiempo. Su vista acongojada sólo seguía estática en el techo de su habitación. Su respiración era pesada y descontinuada.
La congoja pesaba en sus párpados, sólo quería dormir y poder tener su mente en blanco. Tantas interrogativas, un sinfín de sentimientos agónicos se reunían en un solo punto de su mente. Quería gritar, llorar, quería desahogar su malestar, pero no podía.
El rostro de su madre se dibujaba incesante en su mente. Sus manos. Sus sonrisas. Su voz. Su dulzura.
Una horda de recuerdos de la niñez, en Tailandia. Cuando él necesitaba a alguien a su lado, allí estaba ella; su madre...
—Ma...má...
Susurró con su voz en un hilo. Y, una pequeña lágrima espesa de dolor, rodó lentamente por el costado de uno de sus ojos.
De pronto, un fuerte estruendo le saca abruptamente de aquel estado agónico. Sus sentidos se agudizan.
—Phichit Chulanont.
Una voz gruesa articula su nombre. Phichit se reincorpora sobre su cama, para luego, atender al llamado.
— ¿Sí? — preguntó, percatándose que se trataba de un guardia real.
—Debes acompañarme. Son órdenes del príncipe Seung-Gil — espetó el guardia.
Phichit sin mas, sólo asintió con su cabeza, obedeciendo.
El guardia le dirigió al comedor personal de Seung, allí donde el príncipe solía merendar siempre.
Al ingresar ambos, la puerta fue cerrada, interponiéndose el guardia en la salida. Phichit se inquietó ante aquello, ¿por qué un guardia estaba con él en aquella sala?, ¿por qué la puerta había sido cerrada?
—Debes tomar asiento — espetó el guardia, cruzándose de brazos y apoyando su cuerpo fuertemente en la puerta de salida.
Phichit le miró con nerviosismo, pidiendo a través de su mirada una explicación al respecto.
—Dis-disculpe... — murmulló apenas — ¿el príncipe acaso...?
—No voy a decirte nada — espetó cortante —. Son órdenes expresas del príncipe.
Y fue entonces cuando Phichit, creyó lo peor. El escenario era lo suficientemente obvio, estaba él solo, incapacitado de poder hacer fuerza física, en aquel lugar junto a aquel guardia.
Después de todo, habría sido muy afortunado para él, el hecho de que el príncipe volviese a perdonar su vida.
Su osadía y atrevimiento al fin debían pagar un precio, y él... lo sabía.
Tembloroso, toma asiento en una de las sillas del pequeño comedor. Con su mirada cabizbaja y sus manos sudorosas, empieza a juguetear con ellas, signo del nerviosismo que imperaba en él.
Y así estuvo por un buen par de minutos, hasta que de pronto, alguien llama a la puerta. Phichit, alza su mirada de inmediato, asustado.
—Creo que ya han llegado —sonrió el guardia. Y, extrañamente, a Phichit aquello no le reconfortó.
El guardia real abre la puerta suavemente, y tras ella, entran tres servidores. Pero, aquello no fue lo que sorprendió a Phichit, sino que, grande fue su sorpresa cuando divisó lo que ellos traían en sus manos.
—¿Qué es esto...? — pensó atónito.
Aquellos tres servidores, traían en sus manos bandejas llenas de alimentos, las que, empezaron a ser distribuidas por toda la mesa en la que Phichit yacía.
Allí se podía divisar té frío, pan, lácteos, vegetales cocidos y carnes asadas. Phichit, boquiabierto, sólo se limita a observar aquella escena, confuso. Después de aquello, los servidores se retiraron sin chistar palabra alguna.
¿Y si el príncipe Seung pretendía llenar su estómago antes de asesinarle?, pensaba Phichit, después de todo... aquello no sonaba tan descabellado.
—Bueno... — dijo fuertemente el guardia — mi trabajo aquí ha terminado — concluyó.
Phichit, levantó su mirada hacia el joven, intentando pedir una explicación respecto de todo ello. Mas el guardia, solo sonrió.
—Tranquilo. No debes irte de este lugar — dijo, para luego salir por la puerta.
Phichit arqueó ambas cejas, sin comprender el significado de todo ello. Un par de minutos pasaron, hasta que, decidió pararse de aquel sitio, para así dirigirse hacia el balcón de la habitación, que estaba a sus espaldas.
Intentó tranquilizarse tomando un poco de brisa fresca, cuando de pronto, siente la cerradura de la puerta abrirse. Y es entonces cuando Phichit, se voltea lentamente, divisando a la persona que ingresaba en el lugar.
Y Phichit, pudo observar con claridad de quién se trataba.
Sus ojos se abrieron de la perplejidad y sus labios se separaron, quedando boquiabierto. Aquello era sumamente irreal y de ensueño. Su corazón se detuvo.
—Ma... — se detuvo — ...ma-mamá...
Balbuceó apenas, sin poder creer aun lo que sus ojos divisaban.
—Hijo mío...
Susurró ella gentilmente.
Y Phichit no podía creerlo. Quedó perplejo por varios segundos, mirando la endeble silueta de su madre, la que, se apoyaba de dos bastones.
Él, que solía recordarla débil y con un semblante agónico, ahora le veía tan... radiante. Su madre estaba de pie, ante él, sanaba, sonriente, con... con vida.
Rápidamente, Phichit corre hacia ella, tomando de su rostro y observándola de cerca. La gentil mujer, sólo cierra sus ojos. Y una lágrima, se desliza por su rostro.
Y es en aquel instante, cuando Phichit cae rendido a sus pies. Fuertes sollozos arranca de sus labios, similar a un pequeño niño que no puede cesar de llorar.
Y cada sollozo, era un poco menos de dolor, cada sollozo, descocía cada nudo de su garganta. Su alma sanaba de tanta agonía durante tanto tiempo. Sus miedos se disipaban y la oscuridad rehuía de su vida.
—Mamá...mamá...mamá...
Repetía incesante entre sollozos, besando los pies a su madre, quien, le observaba con una expresión de gentileza en su rostro.
—Mi pequeño Phichit... — susurró ella, con su voz en un hilo — todo ya pasó, hijo mío... todo está bien.
Varios minutos pasaron desde que se encontraron. Ambos, ya instalados en la mesa, empezaron con su plática.
—Madre... — susurró Phichit — ¿cómo es que estás aquí?, tú... hasta ayer, mi padre, en la carta... — balbuceó el moreno, invadido por la confusión.
Su madre, dibujó una dulce sonrisa en su rostro, diciendo;
—Sabes que te amo más que a mi propia vida... — susurró, sosteniendo dulcemente las manos de su hijo.
Phichit sonrió levemente, asintió con su cabeza.
—Es por eso que... — se detuvo — te revelaré todo, a pesar de que se me haya pedido no decir nada.
Una expresión de desconcierto se posó en el semblante del moreno, temiendo que, algo malo hayan hecho a su familia.
—¿Q-qué pasó...?, ¿acaso les han hecho dañ...?
Pero su madre, negó de inmediato con la cabeza. Phichit suspiró aliviado.
—Fue el príncipe — dijo ella, sonriendo.
—¿El... príncipe? — preguntó Phichit, arqueando ambas cejas.
Y ella, sonrió gentilmente, aferrando las manos de su hijo entre las suyas.
—El príncipe, hoy por la madrugada, nos ha visitado en nuestra casa — dijo ella.
Y al oír aquello, Phichit abrió sus ojos de la perplejidad.
—¿Le-les visitó...? — preguntó incrédulo.
Ella asintió con su cabeza.
—Tu padre le atendió. Yo estaba en un estado de inconsciencia, por lo que no fui testigo de nada — musitó —. Sin embargo, tu padre me ha contado que él entrego en las manos de vuestro padre un deposito millonario.
—¿Q-qué...?
Phichit, no podía creer lo que estaba oyendo. Su boca entreabierta era signo de lo perplejo que se hallaba ante tal noticia.
—Y nos ha hecho contacto con el mejor médico del reino. Él, no tardó en llegar, por lo que, me reanimó de inmediato — sonrió —. El príncipe cargó con todos los gastos.
Phichit sintió sus ojos cristalizarse, sus labios se tornaron temblorosos.
—¿P-por qué él haría...?
—Porque es una buena persona — interrumpió su madre —. Incluso, ha sido él quien me trajo hasta acá.
—¿Q-qué...?
—Sólo ha dicho que, debía enmendar el daño hecho — susurró —. No sé a qué se refería exactamente, pero... él es un buen muchacho, hijo mío.
Phichit sintió un calor posarse en su pecho. Una sensación tranquilizadora y de paz invadió su consciencia. ¿Por qué el príncipe habría hecho un acto tan humano y altruista con él?, aún Phichit no le comprendía, pero, sin embargo... tenía claro que su madre, estaba con vida, gracias a él.
Y sintió ganas de abrazarlo y agradecerle. Lo sintió fuertemente.
—No vuelvas a escapar de su lado — espetó su madre. Phichit asintió con su cabeza —. Un príncipe tan benévolo no merece una deslealtad de tu parte.
—Sí, mamá... — susurró Phichit.
—Tu padre y tus hermanas están bien. Las donaciones del príncipe servirán para levantar el negocio — dijo ella.
Una gran sonrisa se dibujó en el rostro del moreno, realmente, todo parecía tan irreal. Su familia, la que estaba hasta hace poco en un estado de agonía e indigencia, ahora mismo... estaba saliendo adelante.
Y todo... gracias al príncipe Seung-Gil.
—Ya es hora de irme, hijo mío... — susurró ella — el médico irá a visitarme a nuestra casa, debo estar allá para el chequeo — concluyó.
Phichit, asintió con su cabeza, y con un brillo esperanzador en sus ojos, se acercó al rostro de su madre, para luego, depositar un tenue beso en su frente.
—Te amo, mamá.
—Y yo a ti, mi pequeño.
Y aquello, fue lo último que dijeron antes de separarse en la puerta de la habitación. Un guardia real esperaba a las afueras de la sala, para ayudar y dirigir a la madre de Phichit al carruaje que le esperaba.
—Gracias... — susurró Phichit, al guardia.
—No es a mí a quién debes agradecer — respondió el joven, con una media sonrisa en su rostro.
Y vio él, como su madre se alejaba lentamente por el pasillo, en compañía del guardia.
Phichit, rápidamente cierra la puerta de la habitación, para luego tomar su rostro con ambas manos. Inhaló profundamente, intentando contener su sentir.
Pero no pudo hacerlo.
Un fuerte sollozo arranca de sus labios, en la soledad de la habitación. Un sollozo tras otro, descargando aquel amargor que le había torturado por tantos meses.
Y cada alarido, era un poco menos de dolor y un poco más de paz. Su mente volvía a templarse y en sus pupilas volvía aquel caracterizador brillo. Una tenue sonrisa se dibuja en sus labios, signo de satisfacción y de un alma rebosante de felicidad.
Ya todo había pasado. Su familia estaba en buenas condiciones. Su madre estaba con vida.
De pronto, la imagen de Seung se dibuja en su mente. Un sentimiento de armonía y conciliación fundió su pecho.
—Gracias... — susurró apenas, entre el llanto — ... gracias, gracias, gracias...
Entre la intensidad de su sentir, Phichit se percata de alguien entrando por la puerta de la habitación. Y él, voltea despacio hacia la persona ahora allí presente.
Era Seung.
El moreno, lentamente se reincorpora ante él, perplejo. Durante largos segundos le observa estático, con sus ojos aún empapados en lágrimas.
—Perdóname, por favor.
Susurra Seung-Gil en un tono apacible.
—Por lo que más quieras, perdóname...
Vuelve a decir, con su voz en un hilo.
Phichit queda estático ante su majestuosa presencia. Su respiración empieza a dificultarse, pues, no podía mantener el semblante ante Seung, pero, no por una razón negativo, sino que...
Por las intensas ganas de aferrarse a él.
Sus miradas se clavaron una a la otra, contemplándose de forma estática. Sus rostros invadidos de una faz de pasión desbordante, eran contemplados uno por el otro.
Sus pupilas electrizantes, las que, a pesar de las nulas palabras, intentaban decir a gritos lo mucho que se necesitaban.
Porque, muchas veces no son necesarias las palabras para desbordar lo más profundo de nuestro sentir, pues, sólo se requiere de miradas.
Y así, lo estaban haciendo Seung y Phichit.
Y Phichit, no pudo soportarlo más.
De un rápido movimiento, él se aferra a Seung, cruzando sus brazos alrededor del cuello de éste, para así, fundirse a él en un fuerte abrazo.
Seung, sólo se limita a abrir sus ojos perplejos. Un calor abrasador inunda su rostro.
—Gra-gracias...
Susurra Phichit, con su voz en un hilo. El moreno, se aferra con todas sus fuerzas a Seung, sintiendo en el contacto con el azabache, un sentimiento de seguridad y plenitud.
Y Seung, siente su corazón saltar del pecho. El solo contacto y aroma de Phichit, le embriagaba por completo. ¿Acaso Phichit estaba demostrando cariño por él?, ¿acaso él... estaba demostrando amor?
El príncipe, siente su corazón saltar de alegría, pues aquel sentir, no había sido jamás experimentado por él, pues... hace muchos años que él, había olvidado que era sentirse feliz.
Y sus ojos, se cristalizaron por completo.
De un movimiento lento, corresponde el abrazo a Phichit, cruzando sus brazos por la espalda de éste.
Y ambos, se aferraron el uno al otro. Sosteniéndose el deseo, la pasión, la vehemencia, el frenesí.
Sosteniéndose ambos, el amor que aún ellos no reconocían que sentían, pero que, muy pronto lo sabrían.
Por largos minutos, ambos permanecieron de aquella forma. Con los ojos cerrados, sólo limitándose a sentir la sublime magia de un abrazo, cargado del sentimiento más puro y limpio del alma humana.
Dos almas que se tenían una a la otra, de forma incondicional, con el frenesí y la vehemencia de dos jóvenes que empezaban a experimentar un sentimiento condenado ante los ojos de Dios, de toda la sociedad medieval y la brutal inquisición.
De dos jóvenes que, sin saberlo, se amaban.
Ambos, se aferran aún más fuerte, ante la ausencia de quienes podrían cuestionar la pasión de su sentir. Un momento de utopía y de ensueño, lejos de la crueldad de quienes a punta de torturas y sangre, cuestionan la veracidad de su amor.
Porque ellos se amaban, pero aún no lo sabían.
Lentamente, ambos empiezan a separar sus cuerpos, con sus sentidos entumecidos por las aguas de la utopía. Sus rostros abrasados por el calor corporal del otro y sus manos temblorosas de la intensidad del momento.
Phichit, logra salir de aquel trance en que había estado, por el contacto físico con el príncipe. Intenta reincorporarse, diciendo;
—L-lo siento, su majestad... — susurró nervioso — no debí... fue muy atrevido de mi parte...
Pero Seung-Gil, suavemente posa una de sus manos en la mejilla del moreno, alzando levemente su rostro.
—No debes disculparte de nada — dijo en un tono apacible —. Soy yo quien debe hacerlo...
Phichit, abrió sus ojos, incrédulo.
—Perdóname por haberte hecho sufrir, Phichit — susurró, de forma apaciguadora.
Y Phichit, pudo observar en los ojos del príncipe, el verdadero arrepentimiento. Sus azabaches ojos desprendían melancolía y la terrible aflicción que le invadía, por haber hecho sufrir a la persona más pura e inocente que jamás había conocido.
Una tenue sonrisa se dibujó en el rostro de Phichit. Y Seung, sintió que su alma rebosaba de amor por él.
—Con todo lo que usted ya ha hecho por mí, majestad — dijo el moreno —, está más que perdonado — sonrió.
Y ambos, empezaron a reír ante ello. Sus almas rebosaban de felicidad y armonía. Un particular brillo de posó en sus pupilas, signo de la gran dicha que invadía sus mentes.
—No tomaron mucha atención a la comida, por lo que veo — dijo Seung, al percatarse del estado en que se encontraban los alimentos sobre la mesa.
—Ah... — murmullo el moreno, volteando su vista hacia la mesa — en realidad no, la emoción no nos permitió hacer aquello...
—¿Estás hambriento? — preguntó Seung-Gil, con una tenue sonrisa ensanchando en sus labios.
—U-un poco... — susurró el tailandés, con cierta vergüenza.
—Siéntate a comer conmigo, por favor.
Y ante ello, un leve sonrojo pigmenta las mejillas del moreno.
—Como usted desee, majestad...
********
Ambos, estuvieron sentados merendando en aquella sala. El ambiente era tranquilizador y armónico. Incesantes risas resonaban en la atmósfera.
Platicaban de cosas sumamente cotidianas, muchas sin sentido, otras de un gran análisis. La simplicidad de la forma en que se trataban, sin ninguna aparente relación de sumisión, era lo que los mantenía con la sonrisa inmortalizada en sus labios.
De pronto, alguien llama a la puerta. Ambos, se ven obligados a deshacer aquel ambiente, intentando no dar indicios de lo que estaba ocurriendo. Phichit, se reincorpora en un costado de la sala, de pie, y entonces Seung, da la señal para entrar a la persona que llamaba a la puerta.
—Está abierto, puede entrar — espetó fuertemente. Y ante él, aparece un guardia real.
—Mi señor.
—¿Qué ocurre? — preguntó Seung-Gil, evidentemente molesto por su interrupción.
—Su padre, el rey, lo llama a su despacho — dice fuertemente —. Él necesita hablar de un tema importante con usted.
Seung ante ello, lanza un bufido molesto, rodando sus ojos.
—Está bien, puedes irte — espetó sin más.
—¡Sí señor!
Seung, suspira exasperado, dirigiendo su vista hacia Phichit.
—Phichit, lo siento tanto... — se disculpó en un tono apaciguador.
—No se preocupe, majestad.
—Mi padre es experto para interrumpir mis momentos agradables...
—No hay problema — sonrió dulcemente —, tendremos otra oportunidad para seguir con nuestra conversación.
—Eso espero, Phichit — suspiró —, lo anhelo enormemente...
******
—¿Querías hablar conmigo, padre? — preguntó Seung, acomodándose frente al escritorio del rey.
—Efectivamente, Seung-Gil — respondió él, apoyando su mentón por sobre sus manos.
El príncipe, arqueó una ceja ante el lúgubre tono de voz empleado por su padre.
—¿Qué ocurre? — preguntó exasperado.
—¿Recuerdas la visita de tu amigo Christophe?
Una expresión de incredulidad se dibujó en la faz del azabache.
—Claro que sí...
—Bueno — espetó —, es hora de que sepas la verdadera razón de su visita.
Un incómodo hormigueo se posó en el estómago de Seung. Una terrible corazonada invadió su cuerpo.
—Seung-Gil, tú eres mi hijo, el actual príncipe de este próspero y gran reino — dijo fuertemente.
Seung, sin entender aún la razón de aquellas palabras, sólo asintió con su cabeza.
—Dentro de pocos años, quién sabe, todo esto será tuyo, hijo mío... — musitó.
—Padre, por favor, habla rápido — pidió, con los nervios carcomiendo su semblante.
Un suspiro exasperado fue emitido por el rey. Los nervios de Seung acrecentaron ante ello.
—Cuando yo muera, serás rey de estas tierras, Seung-Gil — espetó fuertemente —. Y, todo rey, requiere de una reina que le dé un heredero.
Una expresión de amargura se dibujó en el semblante del azabache, lo que, fue perceptible de inmediato por el Rey.
—Padre, escucha, yo...
—Silencio — ordenó, con la mirada fulminando a Seung-Gil.
El príncipe, cerró sus ojos despacio, temiendo oír lo peor. Una terrible sensación se apoderó de su pecho. Él, ya sabía lo que su padre diría.
.
.
.
.
.
.
—Dentro del próximo mes, deberás contraer matrimonio con Sala Crispino.
▼/***********\▼
¡Hola!, después de unos días traigo la continuación del capítulo.
Admito que, terminé de escribir el capítulo en tres días (eso fue para mí un tiempo récord), pues, estuve con exámenes en la universidad, y apenas me desocupé, llegué a mi casa a escribir.
Deseo de todo corazón, que este capítulo haya sido de su agrado, independiente de lo oscura que sea la historia - cosa que, ya les advertí en reiteradas ocasiones-
¡Un fuerte abrazo para todas a la distancia! Bye! ╰(*'︶'*)╯
Pd1. Espero se hayan percatado de las pistas que di en el capítulo.
Pd2. Si tienen alguna teoría al respecto, me encantaría poder leerlas.
Pd3. En el próximo capítulo aparecerá la primera gran escena romántica de Seung y Phichit, además del cumpleaños del príncipe Seung y otras cositas más. :D
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