Trece.
ANTES DE LEER;
1° Capítulo largo. Lean con tiempo.
2° Leer las notitas del final, hay un mensaje importante y una sorpresa para ustedes.
GLOSARIO;
1° Monaguillo: oficio importante, que consiste en la participación desde la cercanía y en la ayuda a las celebraciones y a todos los importantes oficios que ejercen los sacerdotes.
2° Ballesta: Una ballesta es un arma impulsora, consistente en un arco montado sobre una base recta que dispara proyectiles llamados saetas, a menudo también conocidos como pernos o virotes. Si bien se trata de un instrumento marcial muy antiguo, actualmente se siguen utilizando, aunque principalmente con fines recreativos, como para el tiro al blanco y la caza.
¡Disfruten la lectura!
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El fornido y violento silbido del viento ártico se metía de forma estrepitosa entre sus nervios acústicos, provocando una especie de rugido agónico y emitido por una bestia que revolvía sus sesos.
La nieve y el terrible helor, calaban hasta lo más profundo de sus huesos, provocando en cada parte de su anatomía una sensación de lenta tortura y de un sofocante infierno de hielo.
No era capaz de ver con claridad a un metro de su rostro; la tormenta ártica era tan densa que incluso el viento, era como un montón de partículas que avanzaban con intención de herirle y obcecarle de cualquier claro escenario.
Con su antebrazo posado por delante de sus ojos, intentó amenizar el fuerte golpe de la nieve avanzando. Entornó sus ojos para poder ver hacia qué sitio debía avanzar; entre aquel infierno de hielo, algún sitio debía encontrar para su resguardo.
¿Qué estaba exactamente ocurriendo? ¿Por qué estaba en aquel sitio? ¿A dónde habían ido todos? ¿Por qué el reino se había convertido en aquel infierno de hielo carente de vida?
Comenzó a arrastrar sus pies entumecidos por el tortuoso helor. La densa nieve se abría apenas paso entre sus agónicos movimientos.
—¡¿Hay alguien aquí?! —Gritó tan fuerte que incluso un pequeño desgarro sacudió su garganta, mas nadie fue capaz de oírle; el terrible bramido de la bestia de hielo era más potente que sus ansias por saber que ocurría—. ¡¿Hay alguien con vida?! ¡¿Alguien puede escucharme?!
Pero nada.
Absolutamente nadie contestó a sus bramidos y, tan solo el espeluznante silbido del viento ártico, fue la respuesta a sus desesperadas entonaciones.
La terrible bestia de hielo no cesó en sus imponentes silbidos. El viento comenzó a intensificar su violencia a través de las montañas; el escenario entonces se fue sumiendo en una atmósfera fúnebre y totalmente carente de vida.
—¡Ayuda, alguien ayúdeme! —Miró entre la espesa capa de nieve que se deslizaba ante sus ojos, pudiendo dilucidar a lo lejos la borrosa silueta del pico de una montaña—. ¡No quiero estar solo, ayuda!
Mas nadie le ayudó, y supo entonces, que estaba completamente solo en aquel basto y monstruoso lugar.
¿Qué había ocurrido con el mundo entero? Comenzaba a perder las esperanzas estando en aquel sitio tan desolador y lúgubre.
De pronto, un movimiento sorpresivo le sacó de la incierta y perpetua inmersión de sus pensamientos; de forma rápida bajó su vista hacia el suelo inundado en nieve.
Y vio allí.
Vio como la antes blanca y pulcra nieve, comenzó a teñirse de un intenso carmín. Desde sus pies hundidos en la espesa capa, el color comenzó a extenderse hacia sus alrededores, a la par del viento que iniciaba un ritmo con mucha más parsimonia.
—¿Nieve... carmín? —susurró descolocado, configurando en su rostro una expresión de horror al notar que el color salía básicamente desde su cuerpo.
La nieve carmín se extendió con total velocidad y, al cabo de unos pocos segundos, ya toda la nieve en aquel sitio era de tal color.
Y él, no fue capaz de reaccionar ante tal extraño suceso.
De forma progresiva, la antes densa nieve, comenzó a volverse acuosa, y entonces él, es capaz de dilucidar ahora su nueva forma:
Sangre.
Y su mente quedó en un absoluto vacío ante tal realidad.
De forma lenta, su cuerpo comenzó a hundirse entre el espeso océano de sangre.
—¡¡Nooo, ayuda, auxilio, por favor alguien sáqueme de aquí!! —Comenzó a ejercer fuerza para incorporarse entre la espesa sangre que lo tragaba, mas todo aquel esfuerzo, fue completamente inútil.
Moriría en aquel sitio, tragado por el espeso e infinito océano de sangre.
—Phichit, ¿por qué nos has hecho esto?
Oyó a su espalda un sonido gutural e invadido de agonía; su piel se erizó y un fuerte revoltijo se formó en su estómago.
—¿Q-qué...?
Soltó un leve alarido, volteando su cuerpo para verificar de qué se trataba tan lúgubre sonido.
Y no pudo creer lo que ahora veía.
—¿Por qué nos hiciste esto? ¿Por qué?
El rostro de su madre flotaba entre la sangre. Tan solo la silueta de esta se dibujaba entre el espeso y denso tejido líquido, con una expresión de total agonía y sufrimiento, como pidiendo con su sola existencia el hecho de querer morir en demasía.
—Ma...mam...
—Mira que ha pasado con nosotros, Phichit.
No fue capaz de terminar su balbuceo, pues entre la espesa sangre, la silueta de otro rostro ascendió desde el fondo.
Esta vez, era Areeya.
Y un fuerte alarido de la agonía salió despavorido desde los temblorosos labios de Phichit.
—¡Ba-basta, basta! —Mientras su cuerpo se hundía de forma lenta entre la sangre, sus manos fueron llevadas a las greñas de su cabeza y comenzó a tirarlas con desesperación—. ¡¿Qué está ocurriendo?! ¡Este es el infierno, bast...!
—¡¡Tú me hiciste esto, maldito, maldito infeliz!!
La silueta de un nuevo rostro se configuró entre la sangre opaca. Phichit, alzó su vista con total pavor al reconocer la voz de aquel nuevo rostro.
Era Teodorico.
—¡¡Me arrastraste a la agonía, maldito desgraciado!! —La expresión en el rostro ensangrentado era infernal; Phichit sintió que moría del pavor—. ¡¡Tú provocaste todo esto!! ¡¡Tú me asesinaste, maldito, maldito hereje desgraciado!! ¡¡Tú me has reducido a esto, es toda tu culpa!!
Y entre aquellas maldiciones que articulaba el rostro de Teodorico, nuevos rostros fueron apareciendo en la espesa capa del tejido líquido; Phichit, sentía que se hundía en las entrañas más profundas del infierno.
Y al unísono, todos los rostros comenzaron a balbucear y a emitir sonidos guturales hacia Phichit, reclamándole a él, el hecho de que por su causa, ahora todos se encontraban en la más grande indignidad.
Y Phichit, solo quiso morir en esos instantes. Aquello, era el estado más puro del infierno.
—¡¡Basta, basta, bastaaa!!
Comenzó a hundirse en la sangre; todos los rostros comenzaron a intensificar sus alaridos.
Y con el pasar de los segundos, entonces Phichit entendió que no podía hacer nada. Que toda aquella realidad era por su causa, que estaba destinado a morir en aquel sitio, y que pronto, sería parte de aquellos rostros que emitían sonidos guturales.
Y solo bastó un rato más, para que tan solo su rostro quedase fuera de la sangre, intentando con todas sus fuerzas salir de aquel atrapante y asqueroso océano, mas no le fue posible.
Y todo su ser, fue absorbido por las entrañas del infierno.
—¡¡NOOOOOOO!!
Sus ojos abrieron de forma abrupta y, lo primero que pudo divisar, fue el oscuro techo de su habitación.
Sintió los latidos de su corazón resonar con fuerza en sus oídos; su respiración se tornó descontrolada y un severo temblor remeció desde su cabeza hasta la punta de sus pies.
Su cuello y su mandíbula se tensaron. Sus dientes apretaron con nerviosismo y sus ojos cristalizaron del pavor.
Aquella pesadilla le había provocado una terrible sensación en todo el cuerpo.
—N-no... no... —balbuceó en un hilo de voz—. Yo no he hecho nada, n-no he hecho nada, yo no fu-fui...
Llevó ambas manos a su rostro y comenzó a sollozar despacio. El pavor y la angustia que sentía por tener que guardar silencio ante la masacre que comenzaba en el pueblo, traía a Phichit un terrible remordimiento en todo su ser.
—Y-ya no... no... —Su voz sonó derrotada; un quiebre total era perceptible en cada una de sus entonaciones—. No puedo soportarlo más, n-no puedo...
Sollozó de forma amarga por otro rato. Y cuando por un instante guardó silencio en un intento por controlar su propia angustia, sintió un sonido parecido al de un aliento provenir desde la puerta de su habitación, y de forma abrupta, se incorporó en la cama con total horror.
Y no pudo creer lo que ahora veía. En aquellos instantes, deseó no haber hecho aquello.
—Buenas noches, muchacho.
Contrajo sus pupilas a más no poder. La sangre de su cuerpo se volvió gélida y un vacío total obcecó su mente.
Phichit, sintió que el terror se había anidado en cada uno de sus sentidos.
—¿Qué es lo que no soportas más?
Jeroen le miraba sentado desde la puerta de su habitación, hundido entre las sombras, como un espectro que vigilaba cada minuto de sueño de aquel pequeño servidor, asegurándose de que entre el descanso de su consciencia, éste no dijera cosas demasiado reveladoras.
—Contesta, servidor.
Volvió Jeroen a insistir, ante la expresión horrorizada de Phichit, mas este, no articuló palabra alguna; su mente era un vacío total.
El rostro de Jeroen era apenas visible entre las sombras de la habitación, y sin embargo, el servidor era capaz de divisar su lúgubre expresión a través de la oscuridad.
El rey, observó a Phichit dormir durante todo aquel lapso, y quién sabe, por cuánto tiempo estuvo haciéndolo. Phichit, al pensar en ello, sintió que su corazón se detenía del pavor.
Y por un instante, su mente no dilucidó ninguna acción racional. Y empujado únicamente por la desesperación y el pánico, abrió sus labios decidido a lanzar un fuerte grito, para así alarmar a su amado de la intromisión de su padre en la habitación.
Pero Jeroen, pudo percatarse de aquello antes de que aquel grito resonara en medio de la noche.
Y, de un movimiento rápido, Jeroen se incorpora de la silla y se lanza sobre la cama, posicionando ambas manos en los labios de Phichit y ejerciendo una fuerza descomunal para que éste no emitiera ruido alguno.
Y Phichit, sintió que su corazón aceleraba el ritmo con demasía.
—No te atrevas —dijo entre dientes, configurándose en sus ojos un aura asesina—. No te atrevas a gritar, muchacho.
Phichit no pudo contener las lágrimas. Su cuerpo se tornó tembloroso y preso del más grande horror.
—Ahora, dime —ordenó con dureza—. ¿Has hablado acerca de tu tortura? ¿Alguien se ha enterado de lo que ocurrió contigo? —Entornó sus lúgubres ojos y sus entonaciones se volvieron agresivas—. ¿Has dicho a mi hijo acerca de lo que Snyder hizo contigo?
Entre sus desesperados y sordos sollozos, Phichit negó con la cabeza, totalmente manipulado por el terror que le obcecaba.
—¿Seguro? —Forzó su agarre en el rostro de Phichit; este lanzó un alarido sordo por el dolor provocado—. Recuerda lo que puedes desencadenar si dices algo al respecto, ¿quieres algo como eso?
Phichit volvió a negar con su cabeza de forma desesperada. Las lágrimas no dejaron de humedecer su rostro.
Jeroen mantuvo el agarre por varios segundos, dedicándose únicamente a tener su vista clavada en el asustadizo semblante del servidor.
Y al cabo de un rato, aflojó el agarre de forma sorpresiva y se echó a reír con total gracia. Phichit le miró horrorizado; las lágrimas no cesaron y sus débiles alaridos se atoraron en su garganta.
—Te pareces mucho a esos dos —dijo de pronto, dedicando una espeluznante sonrisa a Phichit—. Esa misma era la expresión que ponían cada vez que yo me les acercaba.
Phichit no hiló absolutamente nada de lo dicho por Jeroen; el miedo era más fuerte que otra cosa.
—Pero especialmente él. —Se levantó de la cama y retrocedió de forma lenta hacia la puerta—. Era absolutamente placentero ver esa expresión tan estúpida en su rostro. Ese muchacho jamás dejó sus provocaciones de lado.
Y luego de articular sus últimas palabras, Jeroen abrió la puerta y salió despacio hacia el pasillo. Phichit, permaneció gélido por varios minutos.
Después de que una pequeña luz de raciocinio esclareciera su incierto panorama, Phichit, entonces comprendió lo grave de la situación: Jeroen observaba de cerca todas sus acciones; él, no olvidaba la amenaza que seguía en pie hacia su familia.
Y el pavor fue absoluto entonces, y Phichit, se deshizo en un amargo llanto.
Y aquella noche, él no fue capaz de volver a conciliar el sueño. Y tan solo los tenues rayos de luz solar que penetraron por lo alto de su ventanilla, dieron a Phichit un poco de sosiego cuando el alba se presentó.
Mas él, no era aún consciente de lo que pronto se configuraría en el pueblo. Un terrible escenario había ocurrido esa misma noche, y aquello, pronto estaba por revelarse.
Yuuri, desde la planta superior del palacio, mantuvo su vista fija hacia las campanas de la catedral que se oían resonar a lo lejos.
Aquella mañana, el día inició con gélidos vientos, típico del invierno en el clima mediterráneo.
El joven japonés recordó al son de las campanas, aquel último escenario que fue visto en plena noche en medio de la catedral.
Y una terrible sensación de incertidumbre surcó por su pecho, cuando, la silueta de Baek se dibujó en su mente, y conjunto a ello, las palabras dichas por el muc7hacho hicieron eco nuevamente en él:
«Tantos años de mi vida he callado mi pecado y mi existencia, madre mía. Mi alma está envenenada y ya no puedo más soportar este dolor. Sí, yo soy... ¡¡¡Yo soy el asesino del príncipe legítimo!!! ¡¡¡Yo maté con mis propias manos a Baek Weizbatten, el último heredero a la corona, y en su lugar, yo he tomado su identidad como un eterno castigo a mis terribles acciones!!!»
En su mente, aquellas palabras resonaron con la misma fuerza y agonía con las que fueron dichas por Baek. Un terrible escalofrío recorrió su espina y, un incómodo revoltijo se formó en la boca de su estómago. Aquella situación generaba una constante perturbación en su mente desde aquel día.
Yuuri, sintió que sin haberlo deseado, tomó conocimiento de algo sumamente peligroso; sabía que aquello no traería nada bueno.
—¿El príncipe legítimo? —Entornó sus ojos hacia el mar a lo lejos, buscando alguna posible respuesta a todo el revoltijo de dudas que yacía en su mente—. ¿Él? ¿Un asesino?
Una gran confusión comenzó a impregnarse en su psiquis; Yuuri, no entendía nada acerca de lo dicho por Baek en la catedral.
¿Baek Weizbatten? ¿Aquel era el príncipe legítimo? Pero entonces... eso quería decir que Seung-Gil no era entonces un joven de alta cuna...
''Seung-Gil''.
Al pensar detenidamente en aquel nombre, un gran cuestionamiento surgió en la mente de Yuuri; de forma inmediata, un montón de hipótesis comenzaron a armarse en su conciencia.
Y de pronto, sus pupilas contrajeron de la impresión, cuando, logró cuestionarse, después de mucho tiempo, una situación que le parecía un tanto extraña y sospechosa.
La expresión en su rostro, evidenció entonces que una perturbación comenzó a invadir en su cabeza.
—Yuuri.
Escuchó a su espalda, y de forma sorpresiva, el joven japonés volteó hacia el emisor de aquella palabra.
Era su amigo.
—Phichit...
—¿Ocurre algo? —irrumpió el moreno con preocupación.
—A-ah... —balbuceó descolocado, pestañeando para salir de su trance—. Na-nada realmente... ¿por qué lo preguntas?
—Estás demasiado solitario en este lugar. —Se posicionó a su lado y extendió su vista hacia las campanas de la catedral—. Y además, te observas muy callado mirando hacia allá. —De soslayo, dirigió su vista hacia Yuuri, quien, mantenía su expresión inundada en confusión; Phichit, solo sintió sus dudas acrecentar ante ello.
Por varios segundos, ambos se mantuvieron sumidos en un incómodo silencio. Solo el gélido viento se oyó deslizar entre ambas presencias.
Y Yuuri, entonces tomó valor para decir:
—Hay algo de lo que quiero hablar contigo...
Sus palabras dubitativas e impregnadas de cierto temor, dieron inmediato aviso a Phichit de que algo no estaba bien.
Por extensos segundos, Yuuri dudó de lo que a continuación articularía, pero, cuando observó a su amigo a los ojos y, re afirmó la confianza que en él sentía, entonces procedió a ello.
Y suspiró de forma profunda antes de continuar.
—¿Te has puesto a pensar sobre la procedencia de la familia real?
Ante aquella pregunta, Phichit enarcó sus cejas de forma leve. Yuuri, no fue capaz de mirar la ahora descolocada expresión de su amigo.
Por detrás de los labios apretó sus dientes con temor. Por primera vez en mucho tiempo, alguien se atrevía a poner en jaque la procedencia de la temida familia real.
Yuuri, comenzaba a jugar con fuego. Y si sus cuestionamientos no paraban en aquellos instantes, se quemaría de la peor forma posible.
—¿Por qué preguntas algo como eso? —Inquirió con rigidez el moreno—. No creo que sea adecuado hablar de algo como eso, Yuur...
—Seung-Gil...
Musitó apenas, dirigiendo su mirada hacia su amigo con total decisión; Phichit, sintió que su cuerpo se tensó ante ello.
No quería pensar que Yuuri había tomado conocimiento acerca de la verdadera relación que existía entre el rey y el príncipe. El solo hecho de concebir que su amigo tenía alguna idea sobre eso, generó en Phichit una terrible sensación de abatimiento.
Y también, de sumo miedo.
—No entiendo de lo que hablas —dijo con un tono un tanto agresivo—. ¿Qué tal si hablamos de otra cosa? ¿Ya viste que el pueblo se ha vuelto muy frí...?
—Phichit.
Interrumpió Yuuri con dureza. Phichit, alzó su vista nervioso; pudo percibir un extraño semblante nunca antes visto en su amigo.
Su garganta se tensó.
—Piénsalo bien, escucha... —Acortó distancia hacia el tailandés y clavó su vista en la de él—. ¿Qué clase de reino es este? ¿Qué clase de tradiciones y formas de vida llevan?
Phichit le miró confuso ante tales preguntas; no respondió a ninguna de ellas.
O mejor dicho, no sabía cómo responder a todas ellas.
—En esta zona las tradiciones son muy características —dijo convincentemente—. Nosotros: tú, yo, Guang... somos distintos a los demás. Nuestros rasgos y nuestras formas de ver la vida, se distinguen de las del resto. Inclusive, nuestros nombres y nuestros idiomas varían respecto de la gente de este reino. Provenimos de una zona en común y que comparte tradiciones que, a pesar de no ser idénticas, al menos tienen una gran similitud.
Phichit abrió sus labios de forma leve. Comenzó a entender paulatinamente a lo que su amigo se refería y hacia qué dirección iba encaminado todo aquel discurso.
—Especial atención toman los nombres de la gente de esta zona —explicó a su amigo—. Piénsalo: ¿qué clases de nombres llevan las personas de esta zona? ¿Y qué clase de nombres llevamos nosotros, Phichit?
El tailandés no pudo evitar contraer sus pupilas ante aquellas conjeturas. Bajó su vista hacia el rincón del suelo y se mantuvo en silencio por un extenso rato.
Comenzaba a entender hacia qué punto quería llegar su amigo Yuuri.
—Existe una gran diferencia entre ellos y nosotros, que llegamos desde el extranjero a esta zona del mundo. —Intentó Phichit unir las piezas dispersas—. Desde algo tan básico como los nombres, hasta algo muchísimo más complejo como lo es el desarrollo espiritual... —Phichit endureció su expresión con el pasar de los segundos. Yuuri comenzó a agitarse al hilar ciertas situaciones dentro de su cabeza.
—Seung-Gil... —Volvió el japonés a articular—. El nombre del único hijo del Rey Jeroen y de la Reina Eveline. Único heredero a la corona y futuro rey de estas tierras...
De forma lenta, Phichit fue dibujando un desconcierto total en su faz. Ascendió su vista hacia Yuuri y entonces ambos, comprendieron cuál era la interrogante definitiva ante aquellas conjeturas.
—El príncipe de este reino tiene un nombre extranjero —dijo Yuuri sin tapujos—. El único hijo del temido Rey Jeroen, el único heredero a la corona y el futuro rey de estas tierras, tiene un nombre extranjero.
De ser oído por alguien más, aquellas palabras constituirían en aquel momento un terrible peligro para ambos.
—¿Por qué razón el Rey Jeroen, un hombre sumamente territorial, absolutista y dominante, pondría a su único hijo un nombre extranjero? —Las palabras dichas por Yuuri en aquel momento no pudieron ser totalmente absorbidas por Phichit, pues este, se hallaba descolocado por el nuevo escenario que ante él se presentaba—. ¿Acaso aquello no solo desprestigia el poder del rey Jeroen? ¿Acaso el poner ese nombre al único heredero de la corona, no es reconocer el poder del dominio extranjero?
—Yu-Yuuri...
Intentó Phichit detenerle, mas el japonés se encontraba totalmente extasiado por las nuevas conclusiones que había por fin hilado.
—¡¿Realmente crees capaz al rey Jeroen de algo como eso?! —exclamó desconcertado—. ¡¿Crees que el rey es capaz de aceptar el dominio extranjero sobre su reino?! ¡¿Qué es capaz de honrar a culturas ajenas poniendo a su único hijo un nombre extraño?!
Phichit comenzó a observar los alrededores de la segunda planta del palacio. Con movimientos nerviosos, revisó por los recodos, asegurándose de que nadie estuviese oyendo la conversación.
Porque sabía que a lo que Yuuri pretendía llegar, era algo inclusive más delatador y peligroso.
—No, el Rey Jeroen, definitivamente no es capaz... —musitó, apagándose su voz y concluyendo su discurso—. Es obvio que... —Bajó su mirada y mordió sus labios con notorio temor, para luego, levantar su vista con decisión y articular—: Seung-Gil no es el príncipe legítimo. —Se atrevió a decir—. Pudo haber sido adoptado por los reyes, de otra forma, no me explico porque razón Jeroen, el rey más territorial y absolutista de esta región, pudo haber elegido un nombre extranjero para su hijo.
Y luego, de reunir todas aquellas palabras dichas por Baek en la catedral y, de realizar aquella labor analítica en torno al nombre extranjero del príncipe, Yuuri, se atrevió a afirmar la verdadera procedencia del futuro rey.
—El príncipe Seung-Gil no es un verdadero noble... —dijo entre jadeos, signo de la adrenalina que sentía al entonar aquellas palabras—. E-es adoptado, e-él... no es el príncip...
—Yuuri, ya basta... —le advirtió Phichit, con un severo temblor en su voz.
—No es el príncipe, él...
De pronto, ambos se hundieron en el más angustiante silencio. Tan solo un fuerte viento azotó sus terribles expresiones de abatimiento. Tanto Phichit como Yuuri, eran apenas capaces de observarse con total perplejidad, no pudiendo creer a la conclusión que habían llegado.
Y ahora, sentían miedo por aquellas conjeturas recién hechas.
—Ya veo que la ignorancia es grande cuando se trata de ustedes.
El ruido de unos pies arrastrando y el de un bastón de madera golpeando, fue perceptible por ambos a sus espaldas; Yuuri y Phichit, de forma lenta se giraron a observar a la nueva presencia que aparecía justo tras ellos.
Y no pudieron creer de quién se trataba.
El escenario, no pudo ser peor en aquellos instantes; sus pupilas contrajeron de la perplejidad y un ligero temblor invadió en sus manos.
No, no podía ser justamente él...
—No tienen una idea de lo que están hablando. —Baek avanzó hacia ellos con cuidado. Tan pronto se estabilizó con la ayuda de Jen que le acompañaba a su lado, una expresión totalmente severa se posó en su faz, para luego articular—: Y más vale que cierren el pico ahora, o yo mismo me ocuparé de ustedes.
Con hostilidad, Yuuri entornó sus ojos hacia Baek, este, solo le lanzó una mirada fulminante de vuelta.
—Si tuvieron la osadía de venir hasta este reino, al menos podrían tomarse la maldita molestia de saber un poco de su historia —les encaró con soberbia, apoyando ambas manos en el bastón que sostenía.
—¿De historia? ¿Eso qué tiene que ver con lo que hemos estado hablando? —dijo Yuuri de pronto, retomando valor para enfrentar al servidor más antiguo del príncipe.
—Tiene mucho que ver —le rebatió con convicción—. Eres un ignorante, ¿qué podrías saber tú de algo como eso?
—¡Hey! ¡¿Qué te pas...?!
Para cuando Yuuri dio un paso hacia el frente, Jen ya estaba interponiéndose entre medio, en un intento por proteger al menor. Una mirada completamente lúgubre fue dedicada al japonés. Phichit, posó una mano en el hombro de su amigo, en un intento por persuadirle en sus acciones y así evitar una mayor confrontación entre ambos.
Yuuri, entonces le observó de soslayo, y de forma tenue, asintió con su cabeza y retrocedió por la presencia de Jen.
—No compliquemos las cosas —dijo Baek, extrañamente calmado. Tomó a Jen desde el brazo e intentó jalarlo para que este retrocediera; él accedió y obedeció a la petición del muchacho—. Contestaré a las estúpidas conjeturas que acaban de hacer.
A pesar de sus expresiones hostiles, Phichit y Yuuri solo se dedicaron a escuchar con atención y en silencio a las palabras del mayor.
—Hace exactamente veintiún años atrás —comenzó—, el reino en el que habitamos, formó una muy beneficiosa alianza económica con el Reino de Gran Joseon.
Yuuri enarcó una de sus cejas, escéptico ante lo que comenzaba a explicar Baek. Phichit, por su lado, le miraba con atención y hasta con cierto grado de admiración.
—En aquel entonces el rey Jeroen y el rey Taejo de Joseong, firmaron un tratado de exención de impuestos para el libre comercio de mercancías agrícolas —explicó—. Aquel tratado comercial ha sido quizás uno de los más benéficos que ha firmado nuestro reino y, por aquella razón, es que aquel día se conmemoró como uno de los más importantes para la economía de esta región.
De forma leve, Yuuri fue transformando la expresión en su rostro; de hostil, fue configurándose en una de sorpresa.
—Para aquel año, tanto Jeroen como Taejo, estaban en espera de los herederos a la corona: sus dos únicos hijos. Y, como una muestra de hermandad y como signo de conmemorar la más grande alianza económica, tanto este reino como el de Joseong, pusieron a sus hijos el nombre del respectivo reino con el que se celebró dicha alianza —concluyó.
—Eso... Eso quiere decir que... —balbuceó Yuuri, aún shockeado con la explicación del castaño.
—Eso quiere decir que tus aseveraciones son estúpidas, tonto —respondió con enfado y apretando el bastón de madera con fuerza—. La razón por la que mi señor Seung-Gil lleva ese nombre, es porque es signo de la conmemoración del más grande hito económico de este reino, no porque el rey Jeroen esté reconociendo el dominio extranjero y, mucho menos porque mi señor no sea el príncipe legítimo. —De forma paulatina, sus entonaciones se oyeron de forma más brusca hacia Yuuri; este, solo le miró con total sorpresa y cierto temor.
—Dis-disculpa... —Bajó su mirada con vergüenza, arrepentido por haber hecho aquellas conjeturas sin conocer la verdadera historia—. Yo pensé que... bueno, por lo que tú dijiste la...la noche pasada en...
El joven japonés no pudo continuar con sus balbuceos.
Cuando sintió que un aura lúgubre y con intenciones asesinas se posó en su persona, Yuuri, ascendió su vista con sumo temor y desconfianza.
Y pudo ver.
Pudo ver de frente la expresión que ahora Baek le dedicaba por completo. Los castaños ojos del muchacho expendían un terrible odio y una clara advertencia que fue perceptible de inmediato por Yuuri.
''Cállate''.
Y Yuuri, no fue capaz de confrontar aquella terrible expresión en el rostro del menor, pues, a pesar de que Baek era un joven notoriamente más pequeño y menudo que él, poseía en sus ojos una extraña representación de dolor y odio. Yuuri, sabía que la mirada de Baek no era una amenaza vacía; el muchacho siempre le había parecido una persona sumamente misteriosa y capaz de muchas cosas y, sabía que Baek, no era un sujeto con el que era bueno tener problemas.
Y Yuuri, no se equivocaba en concebir algo como eso.
—Lo siento, no debí... —dijo con su voz pendiendo de un hilo—. No sé lo que estoy diciendo, pe-perdón...
Ante el ahora tembloroso semblante del japonés, Phichit, solo observó completamente descolocado la situación.
—No quiero que vuelvan a tratar este tema —advirtió, arrastrando sus pies de forma lenta y acortando total distancia hacia ambos; se quedó allí parado y les dedicó la expresión más severa posible—. No permitiré que nadie, absolutamente nadie, ponga en duda la sangre pura de mi señor Seung-Gil. La honra y el honor de la familia real es algo con lo que nadie debe meterse, y mucho menos unos indignos servidores como nosotros.
Jen sonrió de forma amplia a espaldas de Baek; observar las expresiones temerosas de Yuuri y Phichit, le generaba cierta sensación placentera.
—Nunca más hablen de esto, están advertidos, ¿entendieron?
Y una última expresión mortífera fue dedicada a Yuuri y Phichit; ambos, sintieron un absoluto pavor invadir sus cuerpos, cuando, las densas palabras de Baek provocaron en ellos un terrible revoltijo en sus estómagos y un severo temblor en sus manos.
—E-estás lo-loco... —balbuceó Phichit aterrado y de forma inconsciente, haciendo alusión a la terrible expresión que yacía en la faz del castaño.
Ante aquellas desafortunadas palabras, Baek sonrió de forma leve.
—¿Yo? ¿Loco? —escupió divertido—. ¿Lo dices en serio, Phichit?
—Eres muy... —dubitativo, se calló por un instante, temeroso y sin saber si seguir o no con su oración—. Eres muy agresivo.
Terminó por decir y, ante ello, Baek abrió sus ojos con sorpresa y, al instante, una divertida risa arrancó de sus labios.
Phichit le miró con total consternación.
—¡¿Lo dices en serio?! —Una sonora carcajada resonó entre ellos—. ¡¿Y me lo dices tú, Phichit?! ¡¿Precisamente tú?!
—¿A-a qué te refieres...?
Con el dorso de su mano, Baek limpió una pequeña lágrima que había cedido por su descontrolada risa, para luego, dibujar en su rostro de nuevo una expresión sumamente severa.
—¿Es tanta tu desfachatez como para no confesar lo que has hecho?
Ante aquella pregunta, tanto Phichit como Yuuri se miraron confusos.
—¿De qué estás hablando? —interrumpió el japonés.
—¡Oh, por favor! —exclamó Baek, hastiado—. ¡Mira a Jen!
De forma rápida, Baek se dio media vuelta para enseñar el rostro de su compañero. Yuuri le miró con cierta repulsión ante sus notorias cicatrices. Phichit, por su parte, bajó la mirada con temor; los recuerdos de aquella noche se hicieron presentes nuevamente en su conciencia, y aquello, traía un sin número de desgarradoras sensaciones a su persona.
Comenzó a temblar de forma leve. No se sentía capaz de mirar al rostro de Jen; le generaba un intenso dolor el tan solo recordar aquella situación.
—¡Quemaste el rostro de Jen! —exclamó Baek, completamente iracundo—. ¡Lo quemaste, lo heriste, le dejaste una cicatriz permanente, idiota! —En sus últimas palabras, un ligero quiebre fue perceptible en la voz del castaño; su respiración agitada fue perceptible por todos.
Yuuri abrió sus ojos del horror cuando pudo percatarse de que Phichit, efectivamente, no se defendía ante las acusaciones de Baek. Jen, por su parte, presenciaba completamente tenso la nueva situación; los nervios, comenzaban a apoderarse de su psiquis.
—P-Phichit... —balbuceó el japonés—. Di algo... ¡Defiéndete! ¡Este idiota está diciendo calumnias sobre ti!
—¡No son calumnias! —bramó Baek, desconcertado—. ¡Hirió a Jen! ¡Dejó su rostro en ese estado! ¡Él...!
—S-sí...
Musitó Phichit apenas, en un leve susurro invadido de temor. De forma lenta y avergonzada, ascendió su vista hacia los allí presentes. En sus ojos, eran perceptibles las lágrimas siendo retenidas.
Y Jen, sintió que su garganta se tensó ante el miedo que le carcomía.
—Yo quemé el rostro de Jen —dijo finalmente, con el nudo aferrándose en su garganta y con una expresión desconcertada—. Yo lo hice.
Yuuri lanzó un fuerte chillido invadido de sorpresa y horror. Baek, por su parte, sintió que el color subía por su rostro ante la ira que le consumía.
—E-eres un... —dijo entre dientes, totalmente iracundo—. ¡No solo te bastó con robarle a Jen, sino que además, quemaste su rostro! —Los ojos de Baek se cristalizaron; Jen sintió que una gran pena le invadió en aquel instante—. ¡Eres un sádico!
—Phichit, ¿por qué...? —Yuuri intentó ordenar todas las ideas dentro de su cabeza; no podía creer capaz a Phichit de una brutalidad como esa—. T-tú no... no hiciste algo como eso, ¿verdad? Tú no...
—Yo lo hice, Yuuri... —susurró con tristeza; su amigo sintió que no podía creer algo como eso—. Pero tienes que escuchar mis razones...
—¡¿Qué razones quieres que escuchemos?! —irrumpió el servidor más antiguo del príncipe, totalmente descolocado por la situación—. ¡Le robaste a Jen, no hay más explicación! ¡Cuando él te sorprendió, tú quemaste su rostro, es la única verdad que hay!
Al oír aquellas acusaciones, Phichit contrajo sus pupilas con total sorpresa, para luego, dirigir una mirada desconcertada a la nerviosa expresión de Jen.
—¿Tú le has dicho eso a Baek, Jen? —preguntó Phichit, iracundo—. ¡¿Tú le has dicho que yo intenté robarte y que por eso quemé tu rostro?!
A paso rápido y con la ira conduciendo sus acciones, Phichit tomó valor para enfrentar a las mentiras dichas por Jen; este, solo sintió el miedo y el nerviosismo acrecentar.
—¡¡Di la verdad ahora mismo!! —demandó, tomando a Jen por sus ropajes y dedicándole una mirada repleta de hostilidad—. ¡¡Diles a todos la razón por la que quemé tu rostro!!
Yuuri solo se dedicó a presenciar la escena con total perturbación; jamás pensó ver tal grado de furia en su amigo. Jen, por su parte, no podía articular palabra alguna; el ver aquella expresión de confusión en el rostro de Baek, generaba en él un fuerte miedo a que se supiese la real situación tras sus cicatrices.
—¡¡Di la verdad!! —volvió Phichit a insistir—. ¡¡Diles que yo no te robe, que yo no...!!
—¡Ya déjalo! —Con las pocas fuerzas que le quedaban, Baek, separó el fuerte agarre de Phichit de los ropajes de Jen. Con una severa expresión, el castaño se interpuso entre el cuerpo de Jen y Phichit—. ¡Déjalo en paz, maldito sádic...!
—¡¡Diles a todos que intentaste violarme!!
Phichit no pudo aguantar más la presión.
Toda aquella situación generaba en él un estrés abismal. El tener que quedar como un sádico cuando en realidad solo lo había hecho como un método de defensa. El tener que aguantar las mentiras que Jen había formado para quedar como la víctima y, peor aún, el tener que recordar todas aquellas terribles sensaciones de la noche pasada.
Phichit, simplemente no pudo aguantarlo más.
—Di la verdad, Jen.
Volvió a repetir entre dientes, dedicando una severa expresión al mayor. Baek, por su parte, no reaccionó en aquellos instantes; su mente estaba en un vacío absoluto y no podía hilar lo dicho por Phichit.
—N-no sé de q-qué hablas, tú... —balbuceó apenas Jen, sin saber cómo reaccionar de forma exacta; la expresión en el rostro de Baek le angustiaba enormemente.
—Ya dilo —espetó con dureza—. Que aquella noche en la cocina, tú intentaste violarme —dijo con su voz tensa, como intentando retener el llanto en su garganta—. Me tomaste por el cuello, me redujiste, me asfixiaste, tú... —Su voz quebró ligeramente; aquello fue perceptible por todos—. Intentaste abusar de mí.
Dijo finalmente, siendo evidente la tristeza y el dolor en sus palabras.
Y Jen, quedó sumido en el vacío más absoluto.
Un silencio desgarrador se asentó entre los servidores allí presentes. Tan solo las hojas de los árboles siendo sacudidas por el intenso viento, se oyeron a lo lejos.
Nadie dijo nada por un instante. Yuuri y Baek estaban perplejos, no podían creer la nueva supuesta verdad revelada, y Jen, no podía asimilar que había sido empujado a tal situación.
No podía creer que había sido empujado a tener que decir la verdad.
De pronto, uno de ellos se atreve a romper la tensa atmósfera.
—S-son calumnias... —dijo débilmente Baek, mirando hacia el suelo y negando levemente con su cabeza—. Son calumnias, tú... tú estás mintiendo. Jen me dijo la verdad, él me dijo que intentaste robarle, que tú...
Mas Baek no fue capaz de seguir hablando a favor de Jen. Por un instante, ascendió su vista, y pudo ver como Jen no articulaba ninguna palabra de defensa a su persona.
Su mirada perpleja lo delataba por completo.
—Jen...
Musitó apenas el castaño, observándole con indulgencia, tratando de buscar en el mayor alguna señal que negara por completo las acusaciones de Phichit.
Pero no fue así.
—Di-diles a todos que no fue como Phichit dice, Jen... —Le tomó del brazo y lo sacudió levemente—. ¡Eh! ¡¿Me estás oyendo, idiota?! ¡Diles que él está mintiendo, diles...!
—Phichit está diciendo la verdad...
Susurró débilmente, siendo perceptible el temor en sus entonaciones. Ante ello, Yuuri retiene un alarido de la sorpresa, mientras que Phichit, frunce el ceño al oír por fin la confesión de Jen.
Baek, por su parte, solo observó con calma la situación; no podía asimilar lo que Jen había dicho.
—N-no... pero tú me dijiste que... que Phichit, él...
De forma paulatina, la expresión en Baek fue cambiando. De antes una expresión indulgente, esta se fue transformando en una de profunda melancolía.
No quería creer que Jen le había mentido sobre ello, y peor aún...
Que Jen había imitado prácticamente las acciones que en algún momento de su vida también ejecutaron con él.
—¡Jen, di algo! —exclamó abatido—. ¡Defiéndet...!
—Intenté violar a Phichit —dijo Jen entre jadeos, ladeando su rostro hacia Baek y haciendo ambos un contacto visual directo—. Es tal y como él lo dice, Baek.
Jen no pudo seguir sosteniendo su mentira, no al menos ante la mirada conmiserativa de Baek.
Y, por largos segundos, el castaño quedó sumido en la más grande decepción. Mantuvo su vista enganchada a la de Jen por largos segundos, no siendo necesarias las palabras pues, tan solo su mirada inundada de melancolía, fue la portadora de toda la gran desilusión que en aquellos instantes sentía.
Y Jen, no pudo quedarse callado ante ese hecho.
—Pe-pero Baek, escucha... —intentó defenderse—. ¡Él me provocó! —bramó, quitando con pesar su vista de Baek y dirigiéndose con ira hacia Phichit—. ¡Él me provocó! ¡Él gatilló el que yo actuara de esa forma! ¡Se me ofreció, él...!
Cuando Baek oyó a Jen articular aquellas palabras, no pudo evitar recordar las mismas palabras que alguna vez fueron dichas hacia él:
''Si alguna vez quieres buscar a un culpable de todo esto, recuerda que solo eres tú. Tú mismo me has provocado y solo has recibido de mí lo que buscabas.''
—¡¡Él tiene la culpa, él fue el que me provocó!! —exclamó iracundo, apuntando con el índice a los perplejos servidores que yacían unos metros más allá—. ¡Di la verdad, tú me provocaste, tú tienes la culpa, tú...!
Y entre más palabras lanzó Jen al aire, más dolor sintió Baek en su pecho. Escuchar hablar de esa forma tan bestial, a la misma persona que ingenuamente creyó tenía gentileza con él, provocó en el joven un terrible sentimiento de abatimiento.
Y sintió repudió hacia Jen, porque en aquellos instantes, hablaba de la misma forma en que Jeroen lo hizo durante muchos años con él, y aquello, le dolió inmensamente.
—Qué decepción...
Musitó apenas, bajando su mirada con pesar y apretando con frustración el bastón de madera. Jen, se calló de inmediato y, entre preocupado y nervioso, le dirigió la mirada.
La expresión en el rostro de Baek transmitió un muy claro mensaje a Jen en aquellos instantes, y él, supo de inmediato que no había hecho lo correcto.
—Que decepción me das, Jen...
Susurró por una última vez, siendo perceptible un ligero quiebre en su voz. Y Jen, sintió que un leve aguijonazo cruzó por su pecho.
Y, sin siquiera dirigirle la mirada, Baek tomó con fuerza su bastón y decidido a retirarse se encaminó de forma rápida hacia la salida.
—Ba-Baek, espera, yo... —intentó retenerle, posando su mano en el hombro del menor y apretándole de forma leve, mas este, se volteó apenas y le dirigió una mirada hostil.
Jen, supo de inmediato que no debía seguir insistiendo.
Y vio como Baek se retiró de aquel sitio, y cuando quedó a solas con Phichit y Yuuri, sintió la ira acrecentar en su interior.
—Que maldito asco das... —susurró Yuuri por detrás, dedicando una mirada completamente hostil hacia Jen.
—Cállense los dos, idiotas —dijo con dureza, volteándose hacia ambos y frunciendo el ceño—. Y tú... —Se dirigió hacia el moreno de forma rápida; el japonés se interpuso por delante. Tanto Yuuri como Phichit mantenían una expresión severa en sus rostros—. Vas a lamentar lo que has hecho...
Amenazó por una última vez, para luego, dirigirse hacia la salida en busca de Baek.
Con fuerza se mantuvo abrazado a sus piernas en aquel rincón del sótano. Hundió su rostro entre sus muslos y sollozó despacio; el recuerdo de su abuela se hizo presente y comenzó a desgarrar todo en su interior; culpa, desolación, remordimiento, amargura, soledad...
Le dolía de sobremanera. Todo le dolía de esa forma.
Ascendió su vista de forma leve y limpió sus lágrimas con los nudillos. Se mantuvo estático mirando hacia el crepitar de las velas en los candelabros del sótano.
Y el silencio a pesar de ser agradable comparado con los aullidos de su mente perturbada, le recordaba nuevamente en lo solo que se encontraba.
En lo solo que vivía, en lo solo que existía, porque su aparente única familia, ya no estaba con él, y ya nunca más volvería a tener compañía.
Estaba condenado a morir de aquella manera.
De pronto, el sonido de un portón abriéndose hizo eco por la extensión del sótano. Baek, vio como la sombra de alguien fue acrecentando por las escaleras; al parecer, alguien se atrevía a interrumpir su tranquilidad.
—¿Baek? —Se oyó una voz por el sótano; denotaba una muy fuerte preocupación—. ¿Baek, estás aquí?
El menor reconoció de inmediato quién era el nuevo visitante. Se mantuvo estático en aquel apartado rincón en donde solo la tenue luz de las velas alumbraba a duras penas su silueta.
—¿Bae...? —Se detuvo en sus entonaciones, cuando, pudo ver una silueta por el rincón del sótano; sintió que su corazón normalizó el ritmo—. Ah... sabía que aquí estabas.
Lanzó un profundo suspiro y avanzó de forma lenta hacia el rincón en donde se hallaba el menor; se detuvo a unos metros antes de llegar a él. Sabía que Baek estaba enojado por la verdad antes revelada y, creyó que era pertinente después de todo respetar su espacio, pero al menos, deseaba disculparse con él.
—Baek, escucha... —comenzó dubitativo, rascando su nuca y bajando la mirada con vergüenza—. Siento haberte mentido, de verdad. No debí hacerlo. ¡Oye! No quiero que estés enojado conmigo, por favor. Eres el único amigo que tengo en este sitio tan aterrador, y... y creo que no me sentiría bien si dejaras de hablarme. Lo siento, Baek, por favor. No debí mentirte, disculpam...
—No debiste haber hecho eso con Phichit —irrumpió el menor desde el rincón, con una voz sumamente lineal y apagada, como un susurro sin vida.
Jen bajó la mirada de inmediato, demostrando vergüenza por tal acto. Un largo silencio se acentuó en la espesa y oscura atmósfera del sótano.
—Sé que hice mal, lo siento —murmulló por lo bajo, como teniendo que hacer un esfuerzo extra por tales palabras—. Pero oye... ¿por qué razón te ofende tanto lo que hice con Phichit? —inquirió con cierta dureza, no entendiendo la razón del por qué Baek se mostraba tan sensible ante la situación del moreno—. ¿No que odiabas a Phichit? Digo... ¿en tal caso no debería alegrarte o, al menos darte igual lo que yo haya hecho o no con él?
Otro silencio invadió por completo entre ambas presencias. Tan solo el débil crepitar de las velas hizo eco para amenizar lo misterioso del ambiente.
—Ya di algo, por favor —suplicó Jen, teniendo intenciones de acortar distancia hacia el menor—. Oye, di algo, Bae...
Mas se detuvo en seco cuando, pudo ver entre el oscuro rincón, como Baek se incorporaba de forma lenta desde el suelo.
Entornó sus ojos para poder ver a través de las sombras, distinguiendo entonces que al parecer Baek, comenzaba a despojarse de sus ropajes.
—¡O-oye! —exclamó sobresaltado, no entendiendo el proceder del menor—. ¡¿Qué estás haciendo, Baek?! —El color comenzó a subir por su rostro y movió su cabeza en todas direcciones, como vigilando si alguna otra presencia era testigo de lo que el castaño hacía frente a sus ojos—. ¡Oye, detente! N-no es correcto, digo... ¡O no es el momento!
Mas Baek hizo caso omiso a las entonaciones del mayor. De forma lenta y tortuosa, fue despojándose de los harapos que cubrían su torso. Y, cuando Jen no supo que más decir para detenerle, divisó como el menor avanzaba de forma lenta hacia el candelabro del sótano.
Y, cuando se puso justo frente a la tenue luz de las velas, Jen no pudo hilar nada por un instante. Su conciencia quedó en un estado en el que no pudo asimilar de inmediato lo que presenciaba.
No pudo creer lo que veía ahora frente a él. Aquello, era simplemente muy impactante a su vista.
Jamás imagino que aquello se encontraba bajo los ropajes de Baek.
—Di-Dios mío...
Susurró perplejo, encogiendo sus pupilas y dibujando una expresión perpleja en toda su faz.
Terribles cicatrices por doquier.
En el torso, en sus costillas, en la cintura, en la espalda y hasta en los brazos, Baek, tenía como marcas permanentes de fuego decenas de cicatrices provocadas por golpes de puños, por presión desmedida, por filosas dagas y diversas cicatrices cuya procedencia eran incluso irreconocibles.
Y lo peor, es que era evidente que todas ellas fueron hechas con suma alevosía y placer, como si se hubiesen ensañado con él de sobremanera.
Y Jen, no pudo alejar su vista del torso desnudo del menor. Con las pupilas contraídas y con los labios separados de la perplejidad, analizó cada una de las cicatrices inmortalizadas en la pálida piel del servidor.
—Esta es la razón por la que me dolieron tanto tus palabras —dijo en un susurro apagado, sin siquiera dirigir su vista hacia Jen; sentía demasiada vergüenza de sus cicatrices como para hacer contacto visual directo con él—. Lo que tú has intentado hacer con Phichit, un día lo lograron conmigo, y tuve que soportar aquello por muchos años —dijo de forma tajante y sin tapujos.
Jen no fue capaz de decir nada en aquellos instantes. Sintió como una fusión de pensamientos formó un torbellino en su mente. No podía creer lo que Baek había revelado a su persona.
—¿M-me estás diciendo que...? —Su respiración se tornó un tanto agitada, observó a Baek de pies a cabeza—. ¿Qué te... te viol...?
—Sí —contestó el castaño de forma tajante, como intentando coartar las palabras de Jen; no quería oír aquello, no quería volver siquiera a recordarlo.
Porque incluso con una sola mirada de Jeroen, todas las sensaciones en el cuerpo de Baek volvían a reproducirse. Sentía el brutal agarre en sus brazos, los impactos de puño, la presión en su cintura, los golpes cuando intentaba resistirse y, lo peor...
Cuando todo desgarraba en su interior.
—Tsk... —Apretó sus dientes con ira absoluta y cerró sus ojos con pesar; todos aquellos malditos recuerdos cegaban su raciocinio y lo obcecaban con el odio más denso.
—Baek... —Jen le observó con total conmiseración; sintió tristeza al ver al castaño en aquel estado—. ¿Quién te hizo algo como eso? ¿Quién se atrevió a...?
—Eso no importa —le irrumpió, volviendo a vestirse con el harapo de forma veloz—. Ya nada de eso importa.
Caminó de forma veloz hacia el otro extremo del sótano, pasando por el lado de Jen y quedando finalmente de espalda a este. Rodeó sus propios brazos y bajó la mirada con perturbación; las sensaciones comenzaron nuevamente a reproducirse en su cuerpo y aquello lo hundió en un estado de trauma permanente.
—Pero... —Jen insistió en escarbar en los recuerdos de Baek—. ¿Cuándo te hicieron eso? Prometo ayudarte, prometo buscar venganza contigo si es necesar...
—Tenía siete años —respondió en un leve murmullo—. Ya nada importa. Déjame en paz.
—E-eras un niño... —musitó perplejo—. ¿Y... y tus padres? ¿Por qué no te ayudaron? ¿Qué fue lo que provoco todo es...?
—Ya cierra el maldito pico, Jen —musitó en un hilo de voz, como queriendo retener el llanto. Ante ello, Jen calló de inmediato y sintió un fuerte arrepentimiento por la situación que había gatillado.
Y a pesar de que cesó en sus palabras por varios segundos, sus dudas en torno al pasado de Baek no le dejaron en paz. Y por más que intentó morder su lengua para no seguir escarbando más en el tema, no le fue posible contener sus ansias por saber más del servidor más antiguo del príncipe.
Después de todo, ahora tenía la oportunidad.
—Baek... —dijo dubitativo—. ¿De dónde vienes? Digo... todos los servidores nos conocemos entre todos, pero... ¿tú quién eres? Nadie sabe nada acerca de ti. Solo sabemos que eres el servidor más antiguo del príncipe, pero no le has hablado a nadie sobre tu pasado o tu familia...
Baek no respondió nada ante los cuestionamientos de Jen. Solo se mantuvo estático mirando hacia la pared y dando la espalda al joven. Tan solo el crepitar de la vela amenizó un poco el incómodo ambiente.
—Bueno... —suspiró Jen, dándose por vencido al percatarse de que no recibía respuesta alguna por parte del menor—. No te quiero presionar. Sé que estás enojado conmigo y que además te hice recordar cosas malas, lo siento. No quiero presionarte m...
—¿Quieres saber quién soy yo?
Inquirió con dureza, volteándose hacia su compañero y observándole con el ceño fruncido. Jen, solo se limitó a asentir despacio y con cierto temor; juntó sus manos y comenzó a frotarlas de forma insistente.
El aura que Baek expendía ahora a través de su mirada, era de sumo misterio y sigilo.
Y también de dolor.
—Soy uno de los hombres más cercanos a Dios... —musitó, anclándose una leve sonrisa en sus labios— pero también... también formo parte de las más grandes parias de este pueblo.
—¿Di-Dios...? —Una expresión de total desconcierto se posó en la faz de Jen; no entendía la contrariedad en las palabras del menor.
¿Cercano a Dios? ¿Parte de las parias? No encontraba alguna relación entre aquellas afirmaciones. Ambas eran totalmente contrarias.
—N-no juegues, Baek... —dijo con sorna, intentando amenizar la lúgubre expresión en el rostro de Baek.
Mas supo de inmediato, que su compañero no estaba jugando. Estaba hablando en serio. Quizá más que nunca.
—Soy la persona de la que Jeroen saca fuerzas para su gobierno. —Tomó una vela del candelabro y la acercó a su rostro, observando el fuego de cerca—. Pero también soy su más grande debilidad.
Jen enarcó ambas cejas ante lo dicho por Baek. ¿La fuerza de Jeroen? ¿Su más grande debilidad? ¿Qué tipo de relación sostenía Baek con el rey? ¿Por qué razón ambos tenían aparentemente tanta cercanía?
—Soy la única persona capaz de destrozar este reino en menos de un minuto si así lo quisiera. —Tomó con fuerza la vela entre sus manos, la apretó y la partió por la mitad—. Soy su más grande peligro, pero también, él es mi más grande peligro.
Jen comenzó a mirar a Baek con cierto temor. Lejos de parecer una broma, el castaño entonaba todas aquellas palabras con total convicción, y aquello, no daba lugar a dudas de que el origen del servidor más antiguo del príncipe, era totalmente incierto.
—¿Quién...? —Y desde aquel punto, Jen no pudo reprimir más su incertidumbre. Necesitaba ser directo. Requería saber más sobre él, y aquello, ya no lo conseguiría más con preguntas al aire—. ¿Quién eres?
Se atrevió a articular, y ante ello, Baek posó nuevamente la vela en el candelabro y dio la espalda a Jen, dirigiendo su mirada hacia un punto incierto entre la espesa oscuridad del sótano.
Y por varios segundos, un silencio fúnebre invadió la atmósfera. Jen sintió que había formulado una pregunta sumamente reveladora hacia su compañero.
Y, cuando ya todo parecía no apuntar a una respuesta favorable, Baek se volteó sobre sí mismo y, con la expresión más melancólica nunca antes vista, articuló:
—Soy Baek —susurró en un hilo de voz, como soportando un dolor desgarrador en aquella frase. En sus ojos cristalizados y, en su sonrisa triste, era evidente cuánto remecía en él aquella afirmación—. Soy simplemente Baek.
Después de una larga y acalorada discusión con su amigo por causa del secreto antes revelado, Phichit, quedó a solas en la planta superior del palacio.
Sintió que, después de encarar a Jen y tomar valor para enfrentarle, una parte de su alma había adquirido un poco de sanidad y calma ante tanta angustia contenida.
Se sintió un tanto más aliviado.
De pronto, Phichit es capaz de oír a lo lejos el ruido de unos pasos ascendiendo por las escaleras.
Cuando sintió que aquellos pasos se detuvieron justo detrás de él, se volteó sobre sí mismo con cierto temor, pensando que se trataba nuevamente de Jen que venía en busca de un ajuste de cuentas por la situación pasada.
Pero no.
—Phichit...
—¡Majestad!
De forma lenta acortó distancia hacia el noble, cogiendo sus manos de forma suave y besándolas con suma ternura; Seung-Gil sonrió de forma leve ante aquella tierna acción.
—Te estuve buscando por todo el palacio... —Ejecutó una pequeña mueca de desaprobación—. Deberías dejar de jugar a las escondidas justo cuando te necesito.
—Lo siento, majestad. —Extendió su labio inferior y dibujó en su rostro una expresión de arrepentimiento; Seung-Gil no pudo regañarle ante aquella expresión en su faz.
—Está bien...
Algo en el príncipe inquietaba a Phichit. Sus palabras eran entonadas con una fuerte melancolía y, la expresión en su rostro, evidenciaba una muy notoria preocupación.
Phichit sabía que algo ocurría, y pudo fortalecer sus sospechas, cuando pudo percatarse como el azabache rehuía de forma insistente del contacto visual directo.
E, impulsado por la preocupación que sentía por su amado, Phichit se atrevió a preguntar:
—¿Ocurre algo malo, majestad?
Y la reacción en Seung-Gil bastó para que Phichit confirmara su fuerte sospecha.
Ante aquella pregunta, el noble encogió de forma leve sus pupilas, para luego, dirigir su mirada hacia un rincón de la planta superior, tratando a toda costa de rehuir de la vista de su amado.
Mas Phichit, siguió insistiendo en su cometido.
—¿Majest...?
—Hace un rato atrás un guardia me informó que han venido dos aldeanos desde el pueblo... —susurró, endureciendo la expresión en su faz y apretando las manos de Phichit con ansias—. Solo dijeron que requerían de forma urgente mi presencia en la casa del señor Teodorico, pero no han entregado más detalles.
Y Phichit, pudo entender de inmediato el sentir de su amado; sentía preocupación, y no lo culpaba al respecto; el sentía exactamente lo mismo.
Por su conciencia pasaron nuevamente las imágenes del día anterior; una terrible sensación de abatimiento se extendió por todo su cuerpo y, un revoltijo desagradable sacudió su estómago.
Recordó cada una de las grotescas imágenes antes vistas; no pudo evitar sentir perturbación ante ello.
—¿Quiere que lo acompañe al pueblo?
—No —dijo de forma tajante y endureciendo su expresión—. No quiero que vuelvas a pasar por lo mismo de ayer, no pienso permitirlo.
—Pero...
—Phichit, no.
El noble frunció el ceño y, ante la mirada descolocada de Phichit, articuló nuevamente:
—Me da miedo que vuelva a atacarte. —Phichit no pudo evitar sentir ternura ante ello; después de todo, su amado lo decía para su protección y no por desconfianza hacia él.
—Majestad... —De forma suave entrelazó las manos con su amado; Seung-Gil dibujó una expresión de indulgencia en su faz—. Yo soy su servidor personal y... —Calló por un instante, sintiendo cierta timidez por aquella palabra que a continuación entonaría— y soy su compañero. Prometí estar con usted en todo momento y, a pesar de que agradezco que usted desee cuidarme, no voy a permitir que usted vaya solo al pueblo en esta ocasión; necesito también darle mi protección, es parte de mi trabajo y es lo que mi corazón demanda.
—Pero...
—No soy una damisela en apuros —rio de forma leve—. Quiero acompañarlo, por favor.
Un profundo suspiro emitió Seung-Gil posterior a las palabras de su servidor; guardó silencio por varios segundos. Y después de una pequeña lucha interna por sus dos posibles posturas, articuló rendido:
—Está bien... —Una sonrisa tenue ensanchó sus labios—. Tú ganas; irás conmigo al pueblo.
Una leve sonrisa triunfante deslizó por los labios de Phichit; Seung-Gil no pudo evitar sentirse reconfortado ante ello y, de forma fugaz, depositó un beso en la frente de su amado.
—Solo espero que sean buenas noticias del señor Teodorico... —musitó.
—Así será, majestad. Tengamos fe en Dios de que así será.
Por causa de las densas nubes, ya pequeñas gotas de agua salpicaban por el barro de los callejones aledaños. Como de costumbre, el caballo quedó situado en las cercanías de la morada del señor Teodorico y, Seung-Gil y Phichit, se encaminaron de forma lenta hacia el lugar destinado.
—Parece que este invierno será mucho más feroz que los anteriores —dedujo el príncipe, calando la capucha negra hasta el rostro de su servidor, en un intento por protegerle de la humedad.
Cuando por fin Seung-Gil pudo acomodar la prenda en su rostro, Phichit se dispuso a golpear la puerta de la morada.
Esperaron por largos segundos, esperanzados que pronto alguien atendería a su llamado, pero, como pasó la vez anterior, nadie atendió a su presencia; Phichit volvió a golpear esta vez con mayor alevosía.
Toc toc toc.
Pero nada.
Phichit dirigió una mirada cómplice a su amado; Seung-Gil entendió el mensaje, mas ante la evidente intención que su servidor le transmitía, negó levemente con su cabeza.
—No creo que sea prudente irrumpir de inmediato. Esperemos unos minutos y, si nadie sale a nuestra atención, entonces entraremos.
Phichit asintió y obedeció sin peros las instrucciones del noble.
Esperaron por largos minutos, entre fuertes golpes a la puerta y entre llamadas a través de la ventana, mas nunca, recibieron respuesta a sus llamados.
Y Seung-Gil, entonces decidió que no podían seguir esperando. No al menos bajo la lluvia.
—Entremos —ordenó a su servidor, forcejeando la puerta y abriéndola con cierto enojo—. Es increíble que me citen a este lugar y ni siquiera estén esperándome —reclamó con hastío.
Cuando la puerta se abrió y dejó al descubierto el interior de la primera habitación, Seung-Gil y Phichit entraron en la morada.
Y jamás imaginaron lo que allí dentro les esperaría.
—Quizá se han hartado de esperar —trató de adivinar Phichit, siguiendo los pasos del noble y adentrándose de forma curiosa por los pasillos de la morada.
—Puede ser. Después de todo, me ha dicho el guardia que los aldeanos han ido muy temprano por la mañana; aun así, esperaba encontrarles aquí.
Todo parecía estar en calma. El silencio carcomía la atmósfera a través de la morada. Ni siquiera era posible percibir alguna presencia dentro del lugar.
—Supongo que el señor Teodorico ha de estar durmiendo...
Musitó por una última vez Phichit, porque luego en los próximos segundos, ni siquiera sería capaz de hilar lo que ante él se configuraba.
Porque en los próximos segundos, daba comienzo a la conversión de su alma y a la condena del infierno.
Cuando Seung-Gil posó su mano en la fría perilla de la puerta, un gélido aire se extendió por la columna de Phichit.
Y, cuando ambos dieron paso hacia el interior de la habitación, Seung-Gil y Phichit fueron capaces de ver ante ellos el inicio del fin.
—¿Señor... Teodorico?
Cuando ambos dirigieron sus vistas a la cama en la que antes yacía el médico en un estado irreconocible, pudieron percatarse de que ahora ninguna presencia cobijaba; tan solo el montón de vendajes con sangre que el señor Teodorico utilizaba en sus muñones, yacía disperso entre las blancas sábanas.
Y aquello, provocó en ambos un desconcierto total.
—¿Dónde está el señor Teodorico? —musitó Seung-Gil, adentrándose curioso en la habitación—. ¿A dónde lo habrán llevad...?
Pero, cuando el príncipe volteó su mirada hacia el rincón derecho de la habitación, sintió que un terror absoluto invadió cada partícula de su cuerpo y cada recodo de su alma.
Y Phichit, no tardó también en ser testigo de aquello. Y en él, el miedo fue también absoluto.
—N-n...no...
Musitó apenas Seung-Gil, cayendo de rodillas al suelo y encogiendo sus pupilas a más no poder.
En el escritorio del médico en donde antes yacían los frascos llenos de ungüentos, ahora solo era visible un grotesco charco carmín; la sangre salpicada y chorreada por todos los rincones de aquel sitio, hacían una perfecta compañía con los coágulos que parecían tumultos extraídos directamente desde las más profundas entrañas del infierno.
Una filosa daga cubierta de sangre yacía estancada entre dos pesados frascos rellenos de ungüento de mandrágora. Su mortal filo se situaba hacia el exterior, dejando a la facilidad de cualquiera el poder generarse una mortal herida con tan solo un poco de presión y voluntad.
Y aquello, era lo que justamente Teodorico había hecho.
Phichit miró horrorizado aquella guarida de sangre. No podía dilucidar bien aún que era exactamente lo que había ocurrido; su mente era un abismo absoluto en dónde no asimilaba el remordimiento que en los próximos segundos caería sobre sus hombros.
Y comenzó a sollozar. A sollozar completamente confuso.
—¿E-es una broma? E-esto no... ¿c-cómo? —Sus palabras dolían al ser articuladas. Sus manos apenas podían controlar el severo temblor. Sus piernas comenzaron a fallar.
Seung-Gil por su parte, solo yacía estático con la vista en aquel rincón.
Ninguno de los dos podía asimilar la situación.
Aquella pesadilla no podía estar realmente pasando.
—El señor Teodorico no ha sufrido por mucho tiempo. —Una mano conciliadora y totalmente confortable se posó en el hombro del príncipe. Este, con la mirada perpleja y cristalizada, apenas dirigió su mirada de soslayo a la nueva presencia—. Él conocía sobre el cuerpo humano. Se generó el corte en el cuello, en la parte indicada. Sabía que se desangraría de forma rápida si lo hacía de aquella manera.
El padre Celestino articuló aquellas palabras con una expresión totalmente severa. Y aunque en sus entonaciones era asimilable una melancolía indecible, en su expresión era evidente un fuerte rencor por la decisión de Teodorico.
—¿Me... me está diciendo que...? —Seung-Gil sintió que su garganta se pulverizaba al tener que entonar lo que a continuación diría—. ¿Qué... qué el señor Teodorico atentó contra su propia vida...?
El obispo bajó la mirada y cerró sus ojos con pesar. Y aquello, fue suficiente para que tanto el príncipe como su servidor, terminaran por comprender la real situación.
Teodorico se había suicidado.
—Durante la noche quedó solo y, hoy por la mañana, los aldeanos han encontrado su cuerpo allí tendido. —Mordió su labio inferior, ascendió su vista y cerró los ojos, en un intento por contener sus lágrimas—. Al igual que ustedes, no termino de asimilar este terrible hecho, sin embargo, ninguno de nosotros sabe el terrible calvario que Teodorico sufrió estos últimos días. Él siempre fue un hombre muy activo y lúcido en su trabajo. Supongo que el llegar a ese estado tan... irreconocible, lo hundió en un abismo de desesperanza. Solo espero que Dios nuestro señor, pueda conceder al alma de Teodorico el perdón que merece por su aberrante decisión.
Nadie dijo nada al respecto. Seung-Gil por su parte, abrazó sus piernas y hundió el rostro entre sus muslos, intentando controlar el sinfín de emociones que afloraban en aquellos instantes por su fuero interno.
Phichit, por otro lado, no fue capaz de retener su conmoción.
—¿E-está mintiendo, verdad? —musitó débilmente, tomando a Celestino por su túnica y acercándole a su rostro—. ¡¿Es mentira, cierto?! ¡Deje de jugar! ¡Esto no es cierto, él no...!
—¡Phichit, por favor! —Seung-Gil se incorporó de forma rápida al ver que su amado no reaccionaba de la mejor manera posible—. ¡Tranquilo, Phichit!
—¡¡¡Él no puede estar muerto!!! —bramó entre sollozos—. ¡¡Él me curó, sanó mis heridas, él no puede morir!! —Ante la perpleja mirada de Celestino, Phichit comenzó a sacudirle con severidad—. ¡¡Esto no está pasando, no está pasando, no está pasand...!!
—¡¡Phichit!!
De un movimiento brusco, Seung-Gil le tomó del antebrazo y le alejó de la mirada perpleja del obispo; el servidor quedó estático ante el bramido de su amado.
Y no pudo hilar absolutamente nada.
—El señor Teodorico está muerto —le dijo de forma severa—. Está muerto, y no hay nada que tú o yo podamos hacer... nada. —Su voz quebró totalmente al entonar lo último.
Y Phichit, entonces comenzó a sentir el real infierno dentro de él.
—El señor Teodorico está en un lugar de paz... —susurró Celestino con cierta indulgencia—. Estoy seguro de que él se arrepintió a último momento de su pecado. Lo sé, porque él mismo nos ha dejado ese mensaje.
Ante aquellas revelaciones, tanto Seung-Gil como Phichit le miraron de soslayo, sin entender a lo que el obispo se refería.
Celestino caminó de forma lenta hacia el rincón ensangrentado y, con fuerza, removió un mueble que hace pocas horas había sido acomodado en una zona cercana de la pared. Cuando pudo arrastrar aquel mueble por completo, una imagen sosegadora se reveló ante la mirada del obispo y del príncipe.
Pero para Phichit, aquella nueva imagen era la confirmación a todas sus pesadillas.
Y en aquel instante, Phichit se sintió la mierda más grande del mundo, porque supo, que Teodorico antes de morir, había dejado en claro la causa de su descenso.
Y él... él tenía toda la culpa. Teodorico murió odiándole. Él, había sido la causa de la muerte de una persona.
—Señor Teodorico... —Seung-Gil sintió que su alma sosegó ante aquella nueva imagen y, con las manos entrelazadas, bajo su mirada a la par del obispo; ambos comenzaron a rezar en silencio.
Y Phichit, simplemente quedó estático ante aquella terrible imagen. No pudo absorber todo el terror que aquello le causaba.
El terror que le ocasionaba la imagen de una cruz dibujada con sangre en la pared. De una grotesca cruz dibujada con las últimas fuerzas de Teodorico.
Una cruz que era un mensaje clarísimo para Phichit:
''Fue la santa inquisición''.
Porque Teodorico, con su último aliento de vida, pasó uno de sus muñones heridos por su cuello chorreante de sangre, y con sus últimos segundos de lucidez, se arrastró hacia la pared y dibujó aquella cruz.
La cruz que inculpaba de su muerte a la santa inquisición, y de paso, también a Phichit por motivarles.
Y en aquellos instantes, Phichit sintió como un montón de alaridos demoniacos e inentendibles invadieron su conciencia.
Y comenzó a volverse loco.
—A-ah... ah, n-no... —De forma rápida se agachó y tomó sus greñas con fuerza. Cerró sus ojos y un severo temblor invadió su cuerpo; comenzó a balbucear frases inentendibles.
Seung-Gil se percató de la nueva situación y, con suma delicadeza, abrazó a Phichit y le ayudó a incorporarse.
—Tranquilo, tranquilo... —susurró conmiserativo—. Sé que duele, pero, el señor Teodorico se ha arrepentido a tiempo de su pecado, y ahora, será perdonado.
Y Seung-Gil, ingenuamente creyó que aquella hipótesis era cierta. Y de forma suave, dio sosiego a su amado, creyendo que este podría calmarse con aquellas palabras.
—El cuerpo del señor Teodorico será enterrado dentro de unas pocas horas —dijo el obispo, desenlazando sus manos y dirigiéndose a ambos—. Los aldeanos no han querido esperar más; creen que el cuerpo no está en las condiciones de ser expuesto.
Seung-Gil asintió levemente, entendiendo el proceder de la gente.
—Entonces lo enterraremos hoy mismo. Que todo el pueblo concurra. No nieguen la presencia a nadie.
En tan solo dos horas todo fue preparado. El cuerpo del señor Teodorico yacía cubierto con las mismas sábanas blancas de su cama; tan solo su silueta era visible para todos quiénes concurrían a su entierro.
La despedida de Teodorico era masiva; la gente del pueblo no desistió en ir a despedir al único médico que durante toda su vida ejerció una gran labor humanitaria con ellos.
La tristeza era palpable en las expresiones de todos. Era una desgracia para la humanidad que, precisamente un hombre tan noble e importante para todos los aldeanos, muriera de aquella forma tan indigna.
El cuerpo de Teodorico yacía en el centro. A su alrededor y con expresiones fúnebres, estaban los aldeanos y aldeanas. Por una esquina se situaban Seung-Gil y Phichit, y por el frente, Celestino, un monaguillo y, para desgracia del servidor...
Estaba también Snyder Koch.
—Supongo que ya estamos todos —dijo el inquisidor, mirando a su alrededor con indiferencia—. Podemos iniciar.
Y aunque las pequeñas gotas de lluvia no parecieron interesar en aquellos instantes, estas con el pasar de los minutos se fueron intensificando, pero jamás a un grado en el que no fuesen soportables por los allí presentes.
En nombre del descanso eterno de Teodorico Borgognoni, decenas de oraciones fueron interpuestas ante todos los santos y la gran deidad creadora de todo el universo.
El ambiente era melancólico. Todos mantenían su mirada agachada hacia el barro que comenzaba ahora a formarse. Y aunque nadie prestaba atención a sus semejantes, tan solo Snyder mantenía preso del pavor al pequeño servidor del príncipe.
Porque mantenía estática su vista hacia él, como despellejándole con los ojos, expendiendo de sus densas pupilas un aura asesina y maldita.
Y Phichit, era capaz de sentir ese sentimiento hostil y amargo hacia su persona. Era capaz de sentir que el inquisidor le asesinaba con la vista y le deseaba los castigos más irrisorios del infierno.
Y cuando no hubo más que hacer para encomendar la paz del alma del señor Teodorico, entonces con melancolía el obispo Celestino articuló:
—Procederemos al entierro de Teodorico. —Dicho aquello, dos hombres corpulentos tomaron gruesas cuerdas para bajar el cuerpo del difunto, mientras que otros dos, tomaron grandes palas para disponerse a enterrarle—. Si hay alguien que quiera decir algunas palabras al respecto, creo que es momento de hacerlo.
Nadie dijo nada al respecto. Las palabras no fueron suficientes para expresar la gratitud hacia Teodorico. Tan solo la lluvia chocando contra el barro fue perceptible. Nadie quiso entonar palabras de despedidas hacia el médico.
Tan solo una persona lo hizo.
—En vista de que nadie hablará, entonces yo lo haré —dijo Snyder Koch, dando un paso al frente y hundiendo sus manos en sus largas mangas de la túnica.
Los aldeanos miraron con pereza al inquisidor; Phichit ascendió su vista temeroso hacia su rostro severo y lleno de veneno.
Y Snyder, clavó su vista de forma fija en él, y articuló:
—Lo que ha pasado con el señor Teodorico ha sido una pena. Un hombre tan lúcido, tan noble y útil para todos los enfermos de este pueblo, ha muerto en la peor y más indigna de las condiciones. No tengo una idea del calvario que pasó antes de ceder ante aquella aberrante decisión, pero, sí hay algo de lo que estoy seguro... —Endureció su mirada hacia Phichit. Sus pupilas se redujeron y el aura lúgubre aumentó su potencial; el servidor sintió que moría del pavor—. Esto fue obra de un tercero. Alguien ha empujado a Teodorico hasta este punto. Fue alguien de este pueblo el causante de toda la desgracia de Teodorico, y ese alguien, no es más que un peligro para este pueblo; un peligro, una desgracia, una bazofia, un demonio, un maldito infeliz que merece el repudio de todos nosotros. Aquella persona... —Su respiración comenzó a agitarse y su mirada se volvió más severa con el pasar de los segundos. Phichit abrió de forma leve sus labios, sus ojos cristalizaron y un ligero temblor sacudió su cuerpo—. Aquella persona mató a Teodorico y arrancó el alma de su cuerpo, y algo como eso, no es sino signo de que aquella persona es un asesino, un maldito, un hereje. ¡Aquella persona arderá en el infierno! ¡Sentirá la ira de Dios como jamás la ha sentido! ¡Estará condenado a la más grande infelicidad de ella y los suyos! ¡Traerá desgracia y muerte a quiénes les rodeen! ¡Asesino, asesino, maldito asesin—!
Cuando Snyder Koch alzó su brazo para exacerbar su discurso, una mano conciliadora se posó por uno de sus hombros, apretándole levemente y también provocando que este dejara de vociferar palabras.
—Creo que ya es suficiente, Snyder —dijo apaciblemente Celestino—. Estas palabras son muy poco conciliadoras para despedir el alma de Teodorico. En otro momento podrás seguir.
El inquisidor calló de inmediato, mas su mirada, jamás fue retirada del débil y asustadizo semblante del servidor. Con un irrisorio y denso odio observaba a Phichit, como inculpándole de todo ello, como dedicándole cada palabra de su discurso.
Y Phichit, no podía cesar de sentir un terrible temor reverencial por ello.
De forma lenta Celestino acortó distancia hacia el cuerpo del médico y, por sobre su cabeza, con el pulgar bendijo por una última vez al difunto, para luego indicar:
—Bajen el cuerpo y comiencen el entierro.
Dicho aquello los hombres comenzaron su trabajo, y a la par de ellos, los llantos entre los presentes comenzaron y se volvieron como aullidos agónicos, como si sus almas se estuviesen desangrando en el más grande dolor.
Y para Phichit, aquel fue un coro precedido por alaridos demoniacos, porque sabía, que él era el autor de aquel terrible escenario.
Y no pudo separar su asustadiza vista de la de Snyder, y pudo ser testigo de cómo el inquisidor dibujó las siguientes palabras hacia él en sus labios:
''Asesino''.
Y no pudo soportarlo más.
Dirigió de soslayo su mirada perpleja hacia su costado, siendo testigo de cómo su amado también se deshacía en un amargo llanto, y en aquel instante, el remordimiento fue total, porque por su causa, no solo sufría todo el pueblo, sino que también, el hombre al que amaba con toda su alma.
Pero él, le hacía daño. Él era nocivo para Seung-Gil.
Y de forma fugaz salió corriendo de aquel sitio. Y no pudo pensar en nada racional, solo en correr, en correr, y en correr.
Chocó contra todo tipo de ramas y hojas, contra todo tipo de insectos y arbustos, pero nada pareció importarle. Sus labios expendían un llanto desgarrador, signo de toda la angustia que carcomía su humanidad; Phichit, se estaba perdiendo a sí mismo, ya ni él era siquiera capaz de reconocer sus acciones y pensamientos.
Y cayó.
Cayó por causa de una raíz alzada sobre el barro, y allí, quedó tendido en un mar de llanto y desolación.
Y lloró por largos minutos, hundido entre el barro y la lluvia, pudiendo oír los terribles alaridos de la gente a lo lejos.
Se sintió miserable.
—Oye, ¿estás bien?
Phichit fue capaz de oír una voz a su espalda, mas no tenía la voluntad, la energía, ni los ánimos para entablar una conversación con alguien.
—¡O-oye! —Ahora el nuevo presente se acercó hacia el servidor, tomándole por el brazo e intentando incorporarle—. ¿Te sientes bien? Déjame ayudart...
—¡Déjame en paz! —bramó Phichit entre sollozos, zafándose violentamente del agarre—. ¡Quiero estar solo!
Pero aquella persona no se fue, y con insistencia, se agachó a la altura de Phichit, cruzó sus piernas y se sentó a esperar bajo la lluvia a que Phichit se calmara.
Y aunque el servidor del príncipe sentía una terrible mezcla de emociones en aquellos instantes, una parte de su lucidez se mantenía a flote. Limpió sus lágrimas con torpeza, respiró profundo y, cuando alzó su vista, pudo ver de quién se trataba su acompañante en medio del bosque y la lluvia.
Este le sonrió.
—¿Por qué...? —Una expresión confusa se configuró en la faz del moreno—. ¿Por qué me siguió?
Preguntó descolocado. Y ante ello, el joven presente sonrió de forma amplia, para luego articular:
—No pude ser indiferente ante tu desesperación. —Phichit arqueó ambas cejas ante ello—. Te vi allá, tenías una terrible expresión en tu rostro y, cuando vi que saliste despavorido, te seguí.
Phichit agradeció la indulgencia de aquel joven, pero, sin embargo, no comprendió la razón de su comportamiento.
—Gracias, pero... ¿por qué ha hecho algo como eso?
—Los hijos y servidores de Dios, estamos obligados a preocuparnos por nuestros semejantes —dijo el joven, juntando sus manos y fundiéndolas en una oración; Phichit le miró con cierto alivio.
Ahora lo comprendía. Aquellos ropajes que llevaba eran más que obvios. Además, el muchacho parecía ser una buena persona, después de todo, en aquellos tiempos no cualquiera era capaz de sentir empatía por el otro.
—Mi nombre es Jean Jacques Leroy. —Extendió su mano y ayudó a Phichit a incorporarse—. Soy un monaguillo recién llegado a este pueblo. Me trasladaron desde el reino Giacometti y trabajo como asesor del santísimo padre Celestino. —Una vez ambos estuvieron de pie, el eclesiástico estiró su mano para dar un saludo a Phichit.
Phichit no pudo evitar sorprenderse ante la acción de Jean. En otro escenario, se habría imaginado a un joven un tanto alejado o indiferente, pues aún ni siquiera se conocían. Sin embargo, recordó entonces que trabajaba para el servicio de Celestino, y en consecuencia todo comenzó a tener sentido.
Porque una persona que estuviese bajo la orden del padre Celestino, no podría ser una mala persona, o al menos así lo pensaba Phichit.
Y luego de dejar al monaguillo con la mano extendida por varios segundos, Phichit se dispuso a fundir su mano con la de él, concretando entonces entre ambos un ferviente saludo.
—Si mi nombre te parece muy largo, puedes solo llamarme Jean. —Dicho aquello, Phichit frunció su nariz con notoriedad; el monaguillo le miró descolocado—. ¡Oh! ¡¿Qué pasa?! ¡¿No te gusta mi nombre?!
Jean, con preocupación, se llevó ambas manos al pecho; Phichit le miró con cierta tristeza.
—N-no, es solo que... —Desvió su mirada con pesar—. Su nombre es muy parecido al de una persona que no me agrada.
Jean sintió la angustia en las entonaciones de Phichit y, decidido a remediar su sentir, articuló:
—Entonces solo puedes llamarme por mi seudónimo. —Ensanchó sus labios en una enorme sonrisa; Phichit enarcó sus cejas ante la alegre expresión del monaguillo.
Y Jean, separó sus piernas, cruzó sus brazos y alzó sus pulgares e índices, vociferando:
—¡Soy JJ! —El eco de su voz jovial traspaso incluso el ruido de la torrencial lluvia—. ¡El mejor monaguillo y siervo de Dios!
Y aunque la lluvia empapaba por completo sus ropajes eclesiásticos, JJ se mantenía en pie y en aquella posición, regalando a la perpleja expresión de Phichit, una sonrisa resplandeciente y llena de vitalidad.
JJ era un monaguillo bastante particular y excéntrico para la época.
Phichit bufó rendido.
—Bien, JJ... —Sonrió con cierta tristeza, atormentado aún por lo de Teodorico y, aliviado de cierta forma por la actitud del monaguillo—. Es un gusto conocerle.
El joven eclesiástico deshizo el gesto de sus manos, hundiendo estas entre las largas y empapadas mangas de su túnica.
—El gusto es mío... —Quiso articular el nombre del moreno, mas recordó, que no le había permitido presentarse formalmente—. ¡Oh cielos! Ahora que lo pienso no sé cómo te llamas... ¿cómo te llamas?
—Phichit. —Abrió sus labios para mencionar su apellido, pero, después de meditarlo por un instante, omitió aquello—. Solo Phichit.
El tener que mencionar su apellido, traía a Phichit un sinfín de malas sensaciones. Tenía conocimiento de que su familia era medianamente reconocida en el pueblo por sus dotes artísticos, y por tanto, sabía que con mayor razón ahora su gente estaba en peligro por parte de Snyder y Jeroen.
Y Phichit presentía, que si él llamaba mucho la atención, aquello podría desencadenar en sucesos desafortunados para sus seres queridos. Él solo quería pasar desapercibido en todos los ámbitos de ahora en adelante.
Y al torturarse mentalmente con aquellos pensamientos que sofocaban su alma del más terrible temor reverencial, en el rostro de Phichit una expresión de angustia se plasmó por completo.
Y aquello, no escapó de la visión de JJ.
—Oh, Phichit —JJ retiró sus manos de las mangas y las posó en los hombros del moreno, indulgente, para luego articular—: Sé que estás demasiado triste por lo que acaba de pasar con Teodorico, pero escucha... esta es la gracia de Dios, nuestro señor. Dios así lo ha querido y, ahora el honorable señor Teodorico está en el reino de los cielos, amparado por la gentil voluntad del creador.
Phichit pudo apenas escuchar lo último articulado por el monaguillo, y medianamente fuera de sí por los tortuosos pensamientos que carcomían su raciocinio, alzó su vista de forma lenta, murmurando:
—¿La gentil voluntad del creador? —Sus labios se torcieron y una expresión de rabia incontenible deslizó por su faz—. ¡Qué gentil voluntad de nuestro gran creador, claro, JJ! Porque permitir que alguien muera en la peor y más inhumana de las condiciones, es pura gentileza de Dios. Gracias Dios mío, por tu gentil favor concedido.
La expresión de JJ se torció; las palabras de Phichit no habían causado buena impresión en él.
—Bueno, no me refería exactamente a es...
—Si creer en Dios significa que deba excusar el sufrimiento del resto en algo tan banal e insensible como su sola y ridícula voluntad, entonces que razón tienen los herejes en dudar de él y su estúpido séquito.
Con aquellas palabras, el monaguillo quedó de piedra. Phichit, por su parte, después de varios segundos posteriores a tales dichos, bajó su mirada con pesar, en un intento por contener sus lágrimas.
—¿No crees en Dios? —disparó JJ, en un tono severo y melancólico por lo antes oído.
Y ante aquel cuestionamiento, Phichit omitió palabra alguna por un extenso rato, para luego articular tembloroso:
—Estoy intentando creer en él... —dijo en un hilo de voz—. Realmente estoy intentando creer en él, lo estoy intentando...
JJ enarcó una de sus cejas, escéptico.
—¿Intentando? Eso quiere decir que...
Ambos callaron por un instante. Tan solo la torrencial lluvia amenizó la densa atmósfera.
—Hasta hace poco me rehusaba a creer en Dios —dijo Phichit, alzando su vista de forma leve y frunciendo el ceño—. Hasta hace muy poco me rehusaba por completo a creer en él.
JJ torció sus labios, incómodo.
—¿Y por qué de la nada has decidido creer en él?
Por causa de aquella pregunta, en la mente de Phichit una tormenta se desencadenó.
La persecución y matanza de herejes, el peligro inminente de su familia, las amenazas del rey, el latente peligro que sufría por causa de Snyder...
La tortura de la que él mismo fue víctima.
Todo aquello se fusionó, concibiendo entonces una angustia de dimensiones indecibles y, uniendo en un solo punto la cúspide de lo intolerable.
Del intolerable miedo que Phichit sentía por la seguridad de quiénes amaba.
Porque obligarse a sí mismo a creer en Dios, traía a Phichit al menos una pizca de esperanza y protección. Porque sabía que, encomendando a Dios el bienestar de su familia, todo resultaría favorable o, al menos, poco perjudicial.
Porque Phichit se obligaba a sí mismo a creer en la fe, en creer que su fe no se basaba en una doctrina del miedo, sino que en una fe pura, cuando en realidad, tal hecho no era así.
El miedo del peligro a los suyos, le empujó a abandonar sus propias concepciones personales, obligándole entonces de forma implícita, a creer en Dios para poder saciar sus ansias por obtener protección para sus seres queridos.
Y Phichit, comenzó a creer en Dios por causa del miedo. Por miedo a la represalia, por miedo al incierto castigo divino, a las garras ensangrentadas de la inquisición, a la persecución y, por sobre todo, por miedo al infortunio de su amado y de su familia.
—Porque no quiero morir. —Fue la única respuesta que Phichit pudo pensar entre tanta desesperación y desasosiego—. Porque quiero estar bajo su protección, bajo el manto de María, bajo su gentil voluntad.
Su voz se quebró ligeramente; bajó su mirada con pesar y apretó sus dientes con frustración.
JJ esta vez le observó con indulgencia. Podía ver el dolor en la expresión de Phichit y, por sobretodo, podía sentir el temor en sus entonaciones.
—Ten fe, Phichit —susurró dulce JJ, acortando distancia hacia el moreno y posando su pulgar en la frente de este; comenzó a dibujar imaginariamente una cruz allí—. Porque Dios acepta tu arrepentimiento y tu conversión. Porque Dios ama a sus hijos sin distinción y entrega la salvación a todos sus siervos que han de arrepentirse por sus malos actos. Ten fe en que tú y tus seres queridos están bajo su manto, ten fe en que así es. Ten fe en que tu alma será cobijada por su gentil voluntad, que tus plegarias serán escuchadas y que, por sobretodo, que Dios nuestro señor, estará siempre a vuestro lado y jamás, jamás te abandonará en el camino.
Una diminuta sonrisa ensanchó los labios de Phichit.
—Amén —concluyó JJ, retirando su pulgar de la frente de Phichit y, posando sus labios allí, ejecutando un leve beso—. Confía en Dios.
Phichit tomó ligeramente las manos de JJ, depositando también un tenue beso en ellas, para luego articular:
—Gracias...
—Ahora apresurémonos —dijo el monaguillo, entrelazando nuevamente las manos entre sus mangas y volteándose sobre sí mismo, decidido a partir hacia el entierro—. El padre Celestino seguramente ya está por concluir el entierro, y escuchar sus palabras es algo enriquecedor, ¿no lo crees?
Phichit asintió con una leve sonrisa.
—Entonces acompáñame.
Posterior al entierro de Teodorico Borgognoni, las personas se fueron retirando hacia sus moradas, quedando en el lugar tan solo unos pocos aldeanos que intercambiaban de forma sigilosa algunas opiniones respecto a lo sucedido.
Phichit y Seung-Gil cruzaron palabras con Celestino y, posteriormente, el príncipe se encaminó con su servidor hacia un lugar lejano al cementerio y cercano a la ribera del río en el frondoso bosque.
Y entonces allí, se sentaron a la copa de un árbol.
Mas ninguno, cruzó palabra alguna tras varios minutos de un fúnebre silencio.
—Aún no logro entender que ha pasado con el señor Teodorico...
Las débiles y tristes entonaciones de su amado príncipe le sacaron de su letargo; Phichit fue capaz de percibir en Seung-Gil un fuerte sentimiento de incertidumbre.
—Nadie entiende qué pasó —mintió Phichit, pues él sabía perfectamente lo que había motivado el descenso de Teodorico—. Pero creo que es mejor que no siga atormentándose usted con eso ahora, majestad.
Con suavidad acarició las mejillas de su amado, e indulgente, tomó un mechón de su negro cabello y lo posicionó por detrás de su oreja.
—Pero... pero es que... —Mordió su labio inferior, sintiendo como la rabia comenzaba a aflorar desde lo más profundo de sus entrañas—. É-él... se mató, él...
Apretó sus puños y cerró sus ojos con fuerza; el temperamento del noble comenzó a desbocarse, y Phichit, pudo percatarse de ello.
—Majestad, escúcheme, mírem... —Trató de llamar la atención de su amado, mas no le fue posible.
Seung-Gil comenzó a cegarse de su cordura.
—¡Voy a matar a quién haya hecho esto con el señor Teodorico! —bramó entre sollozos, frustrado a más no poder—. ¡Voy a despellejarlo vivo, voy a matar al autor de este crimen! ¡Voy a matarlo, voy a matarlo! —Aferró sus manos al césped del suelo, arrancando este de forma brutal desde la raíz; Seung-Gil comenzó a sentir una ira y frustración indecible por todo su ser; la incertidumbre de lo que había realmente pasado con Teodorico, traía un terrible sentir al príncipe.
Y aunque Phichit sintió miedo al oír las violentas palabras de su amado, no le fue posible dejarle en la más completa frustración.
Y le contuvo.
—Si lo que quiere es llorar, no se contenga —susurró, para acto seguido, con suavidad aferrar el rostro del noble en su regazo.
Y Seung-Gil, reventó en un amargo llanto en el pecho de su servidor.
Y Phichit, solo se dedicó a extender dulces caricias por el cabello de su amante, no dejando espacio a ninguna hebra azabache. Comenzó a repartir besos fugaces a través de su rostro, demostrando siempre que él estaría para su más dulce anhelo cuando le necesitase.
Y después de una larga contención por parte de su servidor, Seung-Gil pudo retomar su compostura nuevamente.
—¿Ya se siente mejor? —preguntó el moreno, separándose levemente del rostro de su amado y mirándole con dulzura.
Seung-Gil emitió un profundo suspiro.
—Sí... —Secó sus lágrimas de forma lenta—. Gracias.
Phichit sonrió levemente.
—Debe estar tranquilo —dijo, y ante ello, Seung-Gil sonrió de forma tenue—. Además, matar no está bien.
El príncipe desvió su mirada con pesar.
—Si mato de nuevo, volveré a ser el monstruo de antes —recordó—. Y no creo que tú te enamores de un monstruo.
Phichit omitió palabras ante ello.
—Sí, tengo que intentar controlarme —admitió, temeroso al notar la reacción en su amado—. No puedo permitirme perderte.
Phichit rodeó el cuello del príncipe con sus brazos; se aferró a él en el más tierno abrazo.
—Todos tenemos derecho a sentir ira... —susurró, cercano al rostro de su amado. Unieron sus frentes y conectaron sus miradas a través de una expresión indulgente— pero es importante saber controlarla. Debo admitir que cuando le conocí sentía mucho temor por su ira, pero hoy, usted ha demostrado cambios significativos, y por su bien, deseo que permanezca de esta forma.
Seung-Gil sonrió enternecido.
—¿Cómo es que uno de mis servidores es capaz de inhibir mi ira? —Rodeó a Phichit por la cintura y depositó sus labios en la mejilla de este—. Hace un tiempo atrás te habría mandado a volar.
Ambos rieron.
—Pero bien, tienes razón. —Acortó distancia hacia el rostro de su servidor, posicionando su nariz con la de Phichit y moviendo su cabeza de izquierda a derecha, como ejecutando una tenue caricia entre sus narices—. Matar es malo, no debo volver a hacerlo.
—No debe volver a hacerlo —repitió Phichit, sonriente.
—Pero solo si me prometes algo.
Phichit separó su rostro de forma leve. Ascendió su vista hacia la mirada melancólica de su amado.
—Que nunca dejes de amarme.
Y aunque Phichit sabía que aquella promesa nunca sería rota, sintió un aguijonazo cruzar por su pecho.
Porque él era consciente del infinito amor que sentía hacia el príncipe, pero a la vez, era consciente del daño que estaba generando al permanecer enamorado de él.
Y del inminente peligro que podría desencadenar si aquello seguía de tal manera.
—Nunca dejaré de amarlo —musitó finalmente, hundiendo su rostro en el pecho de su amado y aguantando el nudo que se formaba en su garganta.
Seung-Gil sonrió conforme, y de forma leve, tomó del mentón a Phichit, alzando su rostro con dulzura y depositando un tierno beso en sus labios.
—Es lo único que pido —susurró Seung-Gil, aferrándose con fuerza a Phichit, como reteniéndole para la eternidad—. Lo único que pido es no perderte. Te necesito conmigo, es lo único que sé. Si no estuvieses conmigo en estos momentos, yo no sería capaz de enfrentar todo lo que está pasando.
Y ante las palabras del noble, Phichit no pudo evitar dibujar una expresión melancólica en su rostro.
—Te amo. Te amo mucho.
Y por más pensamientos negativos que Phichit tuviese en su conciencia, él simplemente no podía desistir de sus impulsos ante las palabras de su amado.
Porque por más que su razón le advirtiera a gritos que no era correcto el seguir enamorándose a más no poder del príncipe Seung-Gil, por otra parte sus sentimientos no podían ignorar el sinfín de sensaciones que experimentaba cada vez que tenía cerca al noble.
Y Phichit, decidió entonces obcecar a la razón una vez más, tan solo por un instante.
—Yo lo amo más, majestad —musitó, devolviendo al noble otro suave besos en los labios—, yo lo amo más.
Y nuevamente las imágenes grotescas formaron una cinta de película ante sus ojos, y una vez más, su corazón se pulverizó por el remordimiento que sentía.
Y una vez más, la imagen de Teodorico mutilado, ensangrentado, desfigurado y orinado, se impregnó en primera fila ante sus ojos.
Y una vez más, lo traicionero de su consciencia angustiada le recordó que él había sido el culpable de tal tragedia.
Que él era el asesino de Teodorico.
—Y-yo lo amo más, lo amo más, majestad, lo... lo amo más... —Aquellas palabras fueron dichas por Phichit en medio de leves sollozos. Bajó su mirada para ocultar las lágrimas que ahora descendían por sus mejillas.
Pero aquello no pasó inadvertido para Seung-Gil.
—¿Qué ocurre? —cuestionó con preocupación, tomando a Phichit por sus mejillas e intentando hacer contacto visual directo con él—. Amor, ¿qué ocurre?
Phichit bajó nuevamente su mirada; no quería que el príncipe observara su expresión acongojada.
—Phichit... —Seung-Gil le tomó por los hombros y le sacudió de forma leve—. ¿Algo te duele? ¿Algo te incomoda? ¿Qué ocurr...?
Pero Seung-Gil no fue capaz de concluir su oración. De forma rápida, el servidor une sus labios a los de su amado, callándole de inmediato.
Se separó a los pocos segundos.
—No ocurre nada, majestad.
Mintió, tratando de esbozar una leve sonrisa; Seung-Gil le miró perplejo.
—¿O es que acaso un hombre enamorado no puede llorar de la emoción? —preguntó con gracia, regalando a su amado una radiante sonrisa capaz de camuflar su malestar.
Seung-Gil sintió que su corazón daba un vuelco; la ternura que Phichit producía en él por sus ocurrencias, le llenaban del más dulce sentimiento.
Y juguetón, posicionó los labios en el cuello de su amado, apretándolos contra su piel y ejecutando divertidos sonidos con el aire expulsado de su boca.
Phichit comenzó a reír desbocado.
—¡Me hace cosquillas! —exclamó, dibujando en sus labios una dulce sonrisa y emitiendo carcajadas que llenaron por completo el corazón del noble—. ¡Ma-majestad, deténgase! —pidió, riendo y propinando pequeños golpecitos en los hombros al azabache.
Mas Seung-Gil no se detuvo; poder oír las hermosas risas de su amado, era como música para sus oídos.
Amaba oír reir a Phichit. Lo amaba con toda su alma.
—¡Majestad! —volvió a gritar, no pudiendo cesar en su risa por causa de las cosquillas en su cuello—. ¡No puedo parar de reí—!
Pero cuando Phichit sintió que llegaba a la cúspide de la risa, una acción de Seung-Gil provocó una sensación distinta en él.
Completamente distinta...
De forma lenta el príncipe sacó su lengua, deslizando esta por parte del cuello de su amado, generando en Phichit un silencio repentino.
—Ma-majest...
Pero no pudo nuevamente articular palabras, pues, para cuando quiso irrumpir a su amado, esta vez la sensación cálida y húmeda subió hasta su oreja.
Phichit gimió despacio, y Seung-Gil, ascendió su vista y le miró con una expresión triunfante.
El servidor sintió que el color subió por su rostro; frunció el ceño.
—¿P-por...? —Su lengua se enredó por causa de la vergüenza—. ¿Por qué hizo eso? —dijo finalmente, ante la divertida expresión del noble.
Y tras varios segundos de silencio, Seung-Gil se limitó a contestar:
—Quería ver tu reacción.
Y Phichit, no pudo evitar reír ante las ocurrencias del príncipe. A pesar de verse siempre tan formal ante todos, cuando se trataba de estar en la intimidad de pareja, era incluso bastante infantil en algunas ocasiones.
Y Phichit, amaba eso de Seung-Gil.
—Está usted loco —rio por lo bajo, entrelazando nuevamente sus brazos por el cuello de su amado.
El príncipe sonrió de forma tenue.
—Lo estoy —admitió—, pero es por tu causa.
Y ya no dejaron más espacio a las palabras.
Y de forma suave, unieron sus labios en el más dulce beso. Y ambos cerraron sus ojos, limitándose únicamente a extraer de los labios del otro, el más sublime elixir, palpando cada centímetro de suave piel en sus bocas y, alimentándose del exquisito sabor de sus alientos.
Entrelazaron de forma tímida sus lenguas, acariciando con movimientos anhelantes cada centímetro de sus cavidades.
Phichit no pudo evitar suspirar entre el beso, a medida que este se iba profundizando e intensificando.
Y Seung-Gil, no pudo tampoco evitar mantenerse al margen y, decidido a entrar a otro plano aún desconocido con su amado, deslizó una de sus manos por la cintura del moreno, para luego, bajarla hacia uno de sus glúteos.
Phichit se sobresaltó; Seung-Gil sonrió entre medio del beso.
Mas sus labios, no cesaron en la acción que ejecutaban; ambos estaban demasiado anhelantes como para permitirse aquello.
Y de forma suave, Seung-Gil pasó su mano restante por debajo del ropaje de Phichit, deslizando esta por toda la extensión de la espalda del moreno.
Y acarició su cálida y suave piel, y ante ello, Phichit no pudo evitar que la totalidad de su rostro se pigmentara de un intenso carmín; un leve gemido armonizó la audición del príncipe.
Y posteriormente, ambos separaron sus rostros de forma leve; el aire les faltaba y les fue necesaria la distancia.
—¿No quieres mejor...? —Las mejillas del noble se hallaban igual da pigmentadas que las de su servidor; ambos se encontraban en una especie de éxtasis—. ¿Ir a la casita del bosque?
Y para cuando Phichit comprendió que su amado estaba ya requiriendo otro tipo de actos para consumar otra etapa de su relación, sintió que su corazón detenía de las ansias.
Y los nervios comenzaron a invadirle. Y el carmín en su rostro se intensificó.
—Y-yo...
Apenas pudo balbucear cosas inentendibles. Pero, después de varios segundos en silencio, y cuando pudo pensar una respuesta para el príncipe, Phichit separó sus labios decidido a revelar su respuesta.
Mas no le fue posible, pues algo le sacó sorpresivamente de sus pensamientos.
Shhhiiisss. Shhhiiisss.
Ambos voltearon sus vistas de inmediato hacia un arbusto que se situaba a la derecha del frondoso bosque.
Se incorporaron de inmediato.
—¿Qué fue eso? —preguntó Phichit, aferrándose al brazo del noble, asustado por su desconocimiento sobre la fauna del bosque; pensó que podría ser algún depredador.
—Podría ser algún animalito —respondió el príncipe—, pero a juzgar por el movimiento que provocó en las ramas del arbusto, me temo que es uno grande.
Phichit apretó con más fuerza el brazo del príncipe; Seung-Gil entornó sus ojos hacia el arbusto.
—¿Y si es un...? —El moreno apretó sus dientes, temeroso—. ¿U-un lobo?
—No lo creo. Aunque ya está anocheciendo, los lobos suelen atacar de noche —aseguró.
Y por largos segundos, ambos se mantuvieron observando de forma fija hacia el arbusto, esperando alguna posible acción por parte del intruso.
Y volvieron a escuchar aquel mismo ruido.
—¡Está huyendo! —exclamó Phichit, apuntando con su índice y siendo testigo de cómo los arbustos se sacudían de forma cada vez más lejana.
Y Seung-Gil, no dejó más espacio a la calma.
—¡ALTO!
Bramó con todas sus fuerzas y, por causa de ello, los pajarillos salieron despavoridos desde las ramas de los árboles y, los pequeños mamíferos, corrieron con dirección opuesta a aquel brutal bramido.
Pero el nuevo intruso, paró en seco.
—No es un animal —dijo el príncipe, finalmente—. Un animal habría huido por tal grito. —De forma suave se soltó del agarre de Phichit, dirigiéndose hacia los arbustos y metiéndose entre sus ramas—. Creo que tenemos a un intruso-humano.
Frunció su ceño, caminó un par de pasos y, con fuerza, tomó al visitante por sus ropajes, alzándole desde el suelo con uno de sus fuertes brazos.
Y caminó con dirección hacia Phichit.
—Te atrapé. —La expresión en su rostro era fúnebre—. Tendrás que darme muy buenas razones para no aplicarte un castigo.
Y aunque en Seung-Gil no había expresión de sorpresa pues, él aún no era capaz de divisar el rostro de la persona a la que llevaba, Phichit, sentía que el corazón del pecho se le salía.
Porque él si veía, claramente, la persona de la que se trataba el nuevo intruso.
Y el príncipe, paró en seco cuando fue testigo de la nueva expresión en el rostro de su amado, y preocupado, abrió sus labios decidido a articular una nueva pregunta.
Pero en lugar de eso, Phichit habló primero.
—¡¿Qué mierda haces acá, Areeya?!
Bramó con todas sus fuerzas, y ante ello, Seung-Gil encogió sus pupilas a más no poder, y de un movimiento rápido soltó a la joven.
Esta rebotó en el suelo y se golpeó en el trasero.
—¡Aich! —exclamó, ladeándose y acariciando sus glúteos que habían sido golpeados contra el suelo.
Phichit se le acercó y le miró con la expresión más lúgubre posible.
—¿Qué haces acá? —inquirió, mirándole desde arriba.
Areeya alzó su vista con temor, y al ser testigo de la ira de su hermano mayor, no pudo articular palabra alguna; sus labios se tornaron temblorosos y su garganta se contrajo.
Seung-Gil solo miró atónito la escena.
—Levántate —ordenó a su hermana; esta le obedeció sin chistar—. ¿Qué haces acá?
Volvió a preguntar, mas Areeya, volvió a omitir.
—¿Nos estabas espiando? —preguntó finalmente.
—¡Sí! —disparó sin pensar—. ¡Di-digo, no! ¡Claro que no! —exclamó haciéndose la ofendida, mas su temor era evidente.
Phichit le destrozó con la mirada; Areeya comenzó a darse pequeños golpecitos en la boca, frustrada por su primera respuesta.
—¿Por qué estas acá, Areeya? ¿Por qué nos estabas espiando? —La joven jamás había sido testigo de una expresión como esa en su hermano—. ¡¿Por qué hiciste algo como es—?!
Pero para cuando Phichit concluía su sermón, sintió un carraspeo de garganta por parte del príncipe.
Y Phichit dirigió su vista hacia Seung-Gil, y fue testigo de cómo este alzó su mano con indulgencia, para luego, sonreír de forma leve.
El mensaje fue claro para Phichit: ''Ya fue suficiente sermón''.
El moreno dibujó una expresión de congoja en su rostro, para luego, dirigirse nuevamente a su hermana.
—Bien, quiero oír tus explicaciones —dijo finalmente, de forma más suave.
Y Areeya, miró a ambos con temor y nerviosismo, para luego decir:
—Lo-los vi en la aldea y... —balbuceó— y los seguí. ¡Quería ver a mi hermano! ¡Lo extrañaba! —exclamó en un hilo de voz—. Y y-yo... lo siento, no debí... pero quería ver a Phichit.
Una expresión de indulgencia se plasmó en Seung-Gil y Phichit.
—A-además... creo que se ven lindos juntos. —Sonrió triste—. Reconfortó un poco mi corazón el verles así de juntos.
El color subió por los rostros de ambos, al recordar el escenario que se ejecutaba antes de descubrir a Areeya.
Phichit carraspeó su garganta.
—Bu-bueno... —musitó, aireando su rostro por la temperatura que subía—. Está bien, Areeya; te creo.
La joven sonrió reconfortada.
—Pero no vuelvas a hacerlo, ¿entendido? —Frunció nuevamente el ceño—. Es una falta de respeto que hagas algo como eso. A pesar de que yo y el príncipe somos... —Calló por un instante, sonrojándose nuevamente— bueno, lo que tú sabes... no puedes faltarnos así el respeto —dijo—, y mucho menos al príncipe, porque recuérdalo, él es un príncipe.
Areeya asintió con su cabeza, con sumo arrepentimiento.
—Entiendo que puedas hacerlo conmigo, pero no con el príncipe —le regañó—. Recuerda quién es él dentro de este reino, es el prín-ci-pe —le recordó— y yo, soy su servidor personal, y mi tarea es no solo servirle, sino que también protegerle. Y si para la próxima siento un movimiento entre los arbustos, mi tarea ya no será preguntar quién es, sino que solo atacar.
Seung-Gil no pudo evitar reír ante lo dicho por Phichit; el moreno alzó su vista hacia él.
—No es nada —trató de omitir sus risas, atascándolas en la garganta—. No es nada —repitió, recordando que cuando el arbusto se movió, Phichit tuvo miedo de inmediato y se escondió tras él.
Phichit le miró con enojo por tal interrupción; Seung-Gil bajó su mirada de forma rápida.
—Bueno, como te decía —volvió al sermón—, no quiero que hagas eso de nuevo, ¿entendido?
Areeya calló por varios segundos y, con los ojos cristalizados, repitió:
—Entendido.
Y de forma fugaz, Phichit le aferró en un fuerte abrazo fraternal. Areeya hundió su rostro en el pecho de su hermano; sintió que su corazón saltaba del pecho.
Y ambos, se mantuvieron por varios segundos aferrados en aquel sublime abrazo.
Y Seung-Gil, tan solo les observó con una tierna sonrisa en el rostro.
—No llores, hermano. —Areeya se soltó del abrazo de Phichit y secó sus lágrimas.
—Tú tampoco llores —dijo Phichit, secando también las lágrimas de su hermana.
Y ambos rieron enternecidos.
—Majestad, lo siento por mi osadía —se disculpó Areeya, bajando su cabeza en señal de sumisión hacia el príncipe.
—No, está bien —dijo sin preocupaciones—. Solo trata de obedecer a tu hermano mayor.
—Sí. —Sonrió la joven.
—Areeya, ¿y qué hacías por el pueblo? —preguntó Phichit, viendo una pequeña canasta que su hermana sostenía entre sus manos.
—¡Ah! —La joven se sobresaltó—. Mamá me mandó a recolectar algunas frutas; dice que hoy hará mermelada ¡Estoy segura que saldrá rica! Te guardaré un poco, hermano.
Phichit asintió con una sonrisa.
—¿Y qué traes en ese bolso? —Areeya sostenía un pequeño bolso amarrado a sus ropajes.
La joven sonrió de forma radiante.
—Tengo algo para ustedes —dijo por lo bajo.
Seung-Gil y Phichit le miraron con curiosidad.
Y Areeya, de forma veloz abrió el pequeño bolsito, sacando de su interior dos amuletos hechos a mano.
Los extendió al príncipe y su servidor.
—Los hice yo, para ustedes.
Ambos miraron con expectación los amuletos; eran de una apariencia tierna y preciosa.
Eran tejidos de hilos color carmín y blanco. En el centro, colgaba en cada uno una piedrecilla transparente con tintes rosados.
Y para Areeya, aquello simbolizaba el amor más puro.
—Están bendecidos por el padre Celestino —dijo—. Le dije que eran para papá y mamá, pero en realidad era para ustedes —sonrió traviesa.
Con un salto arrancó los amuletos de las manos del príncipe y su servidor, y con entusiasmo, puso en el cuello de cada uno los objetos.
Relucían de forma preciosa.
—Es para que el amor de ustedes perdure para siempre. —Unió sus manos y les observó con un leve brillo en sus negros ojos—. Y que jamás, ningún obstáculo, sea lo suficientemente nocivo como para romper el hermoso sentimiento que poseen.
Y calló por un instante, tratando de poder controlar su ímpetu.
—Para que jamás nadie los pueda separar... —Su voz se quebró—. Ni siquiera lo que ellos digan o traten de hacer contra ustedes —dijo finalmente, haciendo referencia a la persecución que existía por parte de la iglesia.
Y ante ello, Seung-Gil y Phichit no pudieron evitar sentir congoja.
—Es un lindo regalo, gracias, Areeya —musitó el príncipe, besando el amuleto y guardándolo por debajo del cuello de su ropaje—. Prometo que será como lo has dicho.
Areeya asintió entre lágrimas. Phichit sintió que su corazón se encogía de la dulzura.
—Y... y bueno... —Con vergüenza, se rascó la nuca— creo que me han salido bonitos. Tengo un pequeño talento para este tipo de arte, ¡así que creo que yo misma me haré mis ropajes para comenzar a ser una juglar!
Seung-Gil le miró con expectación, divertido y entusiasmado ante las palabras de Areeya.
Mas Phichit, le miró con desaprobación.
—Estoy seguro que serás una buena juglar —dijo el príncipe—. Podrías incluso preceder los espectáculos del palacio.
—¡¿En serio?! —En los ojos de la joven relució un tremendo brillo, signo de la esperanza que sentía por concretar su más grande sueño.
—Claro que s...
—No.
Phichit irrumpió de forma abrupta entre la conversación de ambos; Areeya y Seung-Gil voltearon a ver la nueva expresión de Phichit.
Era una expresión sombría.
—Phichit, ¿qué ocurre? —cuestionó el príncipe, preocupado al ver la severa expresión en su amado. Areeya observó igualmente con total preocupación.
—Majestad... —dijo de forma indulgente—. ¿Será una molestia si le pido que me deje a solas con mi hermana? Ambos necesitamos tener una pequeña charla.
Seung-Gil miró la escena con cierto temor; Areeya tragó saliva ante la severa expresión de su hermano mayor.
—Bueno —asintió finalmente el noble—, solo traten de no tardar demasiado; el cielo se está oscureciendo y el retorno será un poco peligroso.
Phichit asintió.
Y, después de unos pocos minutos desde que el príncipe se alejó de ellos, el tailandés dirigió una mirada desaprobatoria hacia Areeya, articulando:
—No serás una juglar.
—¿Por qué no? —preguntó la joven, acongojada.
—Porque no, fin.
—Pero Phichit, tú mismo me dijiste que...
—Dije que no.
—¡Pero tú...!
Y cuando Phichit sintió que ya no podía soportar más la angustia, bramó desconcertado y fuera de sí:
—¡Qué no serás una maldita juglar jamás, Areeya! —Dedicó una lúgubre mirada a su hermana—. ¡Nunca lo serás, nunca! ¡Entiéndelo! ¡No lo serás jamás!
Y en un instante, los ojos de Areeya cristalizaron.
—¡¿Por qué actúas como un tonto, Phichit?! —Su voz quebró ante el rechazo de su hermano—. ¡Estás actuando raro! ¡¿Por qué me niegas el derecho a cumplir mi sueño?!
—A-Areeya, escúcham...
—¡No! —Esta vez fue la joven quién no dejó terminar al tailandés con su frase—. ¡Tú mismo eras quién me animaba a seguir lo que yo quería! ¡Tú mismo eras quién me decía que debíamos seguir nuestros sueños por más imposibles que fuesen! ¡Tú mismo fuiste quién me dijo que ser mujer no es un impedimento! ¡No me importa lo que digas, yo me haré una juglar así me gane tu odio!
Un terrible nudo en la garganta se formó en Phichit; sintió ganas de sollozar desesperado.
—¡¿Qué pasa contigo?! —le increpó su hermana—. ¡Te veo distinto! ¡Hace un rato atrás me dedicaste una expresión terrible, tú no eres así! ¡Ese no es mi dulce hermano al que conozco! ¡Tú no eres Phichit! ¡Tú no eres mi hermano!
Y Phichit sintió que su corazón partió en mil pedazos.
Y lloró desesperado, preso de la angustia que lo hundía en el más profundo abismo y que lo transformaba de forma progresiva en algo cada vez más irreconocible.
—Her-hermano... —musitó Areeya, perpleja ante lo que había provocado— lo... lo siento, yo...
—¡No quiero que les hagan daño! —sollozó entre alaridos—. ¡No quiero que alguien les haga daño, no quiero, no quiero!
La joven solo observó la escena con la mente en blanco; no tenía una idea de lo que su hermano decía.
Y Phichit simplemente se quedó allí, sollozando por varios minutos, no dando espacio a ninguna palabra. Areeya, solo observó completamente perpleja la situación de su hermano.
Y, después de un extenso rato, Phichit pudo volver a retomar su compostura.
—¿Por... por qué lloras? —preguntó la joven, completamente descolocada y preocupada por la reacción de Phichit.
—Si me niego a que seas una juglar, no es porque no confíe en ti, hermana —dijo entre jadeos—, es porque tengo miedo.
Y así era efectivamente: el miedo carcomía a Phichit.
Porque en la aldea solo se admitían juglares, pero jamás una mujer en sus filas, y el que Areeya quisiera convertirse en la primera joven en dedicarse a aquel oficio en el pueblo, traía a Phichit una mala sensación.
Porque sabía, que aquello llamaría la atención del pueblo, y especialmente, la atención de quienes estaban encargados de la persecución hacia las personas que no cumplían con sus roles ya designados de forma tajante.
Y recordó.
Recordó especialmente a Snyder y Jeroen, que significaban una perpetua amenaza hacia él y su familia.
Porque Areeya era mujer, y por tanto, solo estaba relegada a tareas del hogar y otras actividades más propias de la sumisión y un perfil bajo.
Pero jamás una juglar. Aquello era un insulto al poder de los hombres que mantenían en una perpetua sumisión a las mujeres.
—¿Miedo de qué? —Areeya se sobresaltó—. N-no pasará nada... te lo prometo. Seré la mejor juglar, haré reír a todos, yo...
Phichit alzó su vista hacia la perpleja mirada de su hermana y, con la mirada más acongojada posible, musitó en un hilo de voz:
—Los amo a ustedes, más que a mi propia vida. —Tembloroso, apretó los hombros de su hermana—. Amo a mi familia, los amo como no tienen una idea. Es por esa misma razón que he ido al palacio en lugar de ustedes y, es por esa misma razón, que voy a pedirte que ya no sigas mis consejos que alguna vez te di.
Areeya sintió decepcionarse ante ello.
—Pero Phichit...
—Por favor...
Y en sus últimas palabras, fue perceptible el más grande miedo del servidor. Con la expresión inmortalizada en su rostro, era evidente como el miedo mantenía preso no solamente su raciocinio, sino que también, todo lo que alguna vez fueron sus propias convicciones personales.
Y Areeya, pudo darse cuenta de ello.
—Está bien, creo que tienes razón... —Sus labios se ensancharon en una triste sonrisa— después de todo, creo que aún estoy muy joven para ser una juglar; creo que soy capaz de esperar por un par de años más.
Y dicho aquello, Phichit se aferró a su hermana en un frenético abrazo, apretándole con todas sus fuerzas, como ansiando tener a Areeya de aquella forma para siempre, protegiéndola de todo y todos.
—Te amo... te amo mucho...
Musitó entre leves sollozos, y Areeya, repitió igualmente enternecida:
—Y yo te amo a ti, hermanito.
Seung-Gil les vio desde lejos y, enternecido, no pudo evitar sonreír por la conmovedora escena.
Y, cuando pudo ver que ya ambos habían concluido en su conversación, se acercó rápidamente hacia ellos, articulando:
—Ya es prácticamente de noche —advirtió—, creo que es hora de irnos.
Y tanto Phichit como Areeya, asistieron con una radiante sonrisa.
Y cuando la noche entró hacia el pueblo, sus calles se fueron convirtiendo en callejones fantasmagóricos, pero, para protección de Areeya, tanto Seung-Gil como Phichit, le dejaron en las cercanías de su morada.
Y la joven aldeana, jamás imaginó lo que pronto ocurriría a la llegada en su hogar.
Por más que Yuuri trató de reprimir sus ansias por ver a Viktor, simplemente no le fue posible desistir de sus alocados pensamientos.
Y, apenas la noche se asentó en los cielos del reino, Yuuri emprendió nuevamente un arriesgado viaje para poder ver nuevamente al hombre que ocupaba gran parte de sus ensoñaciones.
No pudo resistirlo.
Y con cautela, se inmiscuyó de forma rápida por los pasillos subterráneos, logrando salir ileso de su travesía.
Aquella noche el cielo era adornado con una hermosa esfera de plata, y por tanto, la luz que expendía a lo alto llegaba hasta el último callejón aledaño del pueblo.
Como un lobo en medio del frondoso bosque, recorrió con ligereza los pasajes más recónditos del pueblo, pasando inadvertida siempre su presencia entre los vecinos que se hallaban descansando en el interior de sus moradas.
No pasó mucho más tiempo, para que Yuuri lograra llegar hasta el muelle; en el lugar había dos barcos descargando y, alrededor de estos, hombres de mar cumplían con sus funciones de forma enérgica.
—Buenas noches —dijo Yuuri, acercándose de forma tímida a un hombre alto y corpulento que descargaba unas telas de seda.
El hombre se volteó con el ceño fruncido por la interrupción a su trabajo y, cuando pudo ver el rostro del japonés, una radiante sonrisa ensanchó sus labios.
—¡Oh! —exclamó— ¡Es el amigo del señor Nikiforov!
Soltó la pesada tela de un sopetón, y esta, cayó al suelo de forma abrupta, generando un pequeño temblor entre ambas presencias.
—Dime muchacho, ¿qué se te ofrece? —preguntó el hombre, sacando la pañoleta de su cabeza y estrujándola frente al japonés; el sudor cayó al suelo en gotitas.
—Bu-bueno... —balbuceó Yuuri, intimidado por la estatura del hombre—. Me preguntaba si estaba el señor Viktor trabajando hoy...
El señor negó con su cabeza.
—No, hoy el señor Nikiforov está de descanso. —Cogió su pañoleta y volvió a amarrarla en su cabeza—. El capataz también está de descanso.
—¿El capataz? —inquirió el japonés, curioso.
—Ajá —asintió—. El joven Plisetsky.
Y ante la expresión de sorpresa de Yuuri, el hombre sacó de su bolsillo un trozo de carbón y un papel.
—Si quieres llegar hasta la casa de ambos, deberás seguir hasta este sitio —dijo el hombre, dibujando un plano en el papel y extendiéndoselo al japonés.
Yuuri miró por un instante el mapa, intentando descifrar las instrucciones allí indicadas.
—Vale, entendido —dijo finalmente, guardando el objeto en su bolsillo.
—De todos modos le será fácil reconocer la casa —avisó—. Es la más distinguida de aquel pasaje.
Yuuri asintió entusiasmado con la cabeza.
—¡Gracias!
Y ante la radiante sonrisa del hombre, se alejó de aquel sitio, anhelante por poder ver nuevamente a Viktor.
Y anhelante, por sobre todo, de aferrarse a él para siempre.
O eso es lo que Yuuri creía fervientemente.
Para cuando llegó a su destino, Yuuri apretó el trozo de papel con todas sus fuerzas; los nervios por poder ver a Viktor una vez más, traían a Yuuri una mezcla de sentimientos y algo de inseguridad.
Tomó aire y decidió entonces dar el siguiente paso.
Golpeó la puerta de la nueva morada y, después de varios intentos, nadie atendió a su llamado; Yuuri pensó que quizá ya estaban durmiendo.
Pero algo le sacó de sus dudas.
Eran sollozos.
—No...
Musitó de forma leve, sintiendo como el peor de los escenarios se dibujaba en su mente.
Y por causa del terror que sintió por sus suposiciones, entró despavorido sin esperar a que atendieran a sus llamados.
Y quedó en shock al ser testigo del actual terrible escenario. Sus pupilas se encogieron y sus labios separaron del pavor; sintió que su corazón detuvo los latidos.
Por la sala principal yacían objetos esparcidos y rotos. Las cortinas estaban rasgadas y, un montón de libros deshojados yacían tirados por doquier.
Y sangre. También había gotas de sangre esparcidas por el suelo.
—Vi-Viktor...
Un leve alarido proveniente desde un rincón de la habitación, llamo la atención inmediata del joven japonés.
Y no esperó por más tiempo.
—¡¿Quién anda ahí?! —bramó eufórico, reteniendo en sus ojos las lágrimas que luchaban por caer de sus ojos—. ¡¿Qué le hicieron a Viktor?! ¡¡Dímelo ahora!!
—Ce-cerdo...
Y Yuuri quedó nuevamente en shock, cuando fue testigo de como la pequeña y herida silueta del joven ruso, aparecía entre la oscuridad de la habitación.
Estaba notoriamente herido.
Y tras él, una mujer de cabellos cobrizos le siguió, igualmente herida.
—¡¿Qué rayos?!
Yuuri retrocedió tres pasos, perplejo ante lo que veía; no entendía nada de lo que ocurría.
—Vi-Viktor, se... se lo llevaron, él... —No pudo terminar su balbuceo pues, de la debilidad corporal que tenía, cayó rendido al suelo.
Y cuando el japonés pudo ver a Yuri caer al suelo, de forma rápida corrió hacia él, socorriéndole.
—¡Resiste! —pidió en un hilo de voz, tomando al joven entre sus brazos y limpiando con la manga de su ropaje la sangre que escurría por sus labios—. ¡Yuri! ¡¿Qué pasó con Viktor?! ¡¿Qué ocurri...?!
—Se lo llevaron...
Contestó la mujer por detrás, mirando con un evidente trauma la silueta del menor herido.
Y ante las palabras de la mujer, el joven ruso volteó su mirada, dedicándole una lúgubre expresión a la emisora, repleta de ira, y articuló:
—¡¡Se lo llevaron por tu culpa, perra desgraciada!! —bramó entre sollozos—. ¡¡Maldita, mil veces maldita!!
Yuuri quedó de piedra ante la reacción del más joven; la mujer bajó su mirada con una congoja indecible ante las duras acusaciones del menor.
—¿Q-qué está pasando? N-no entiendo... —balbuceó el japonés, totalmente shockeado por la situación; no entendía nada acerca de lo que ocurría y, peor aún, no entendía quién era esa mujer y qué había gatillado aquella terrible situación.
No entendía básicamente nada.
—Se llevaron a Viktor —dijo finalmente el menor, sentándose en el suelo de madera y tratando de controlar su aire—. Y esa mujer de ahí —apuntó sin tapujos a la silueta de la joven—, fue la culpable. Por causa de ella Viktor fue llevado a los calabozos, porque él, intentó protegerla por algo que ella sabe.
Le acusó sin miedo, y la joven, apretó sus labios, en un intento por ahogar sus sollozos.
—N-no fue mi culpa, yo... yo no quería que Viktor...
—¡¡Cierra la puta boca, Mila!! —exclamó el menor, intentando incorporarse por la ira que tenía—. ¡¡Cuando Viktor vio que los hombres del inquisidor te estaban llevando, se acusó a él mismo para protegerte, pedazo de mierda!!
Y así había sido, efectivamente. El mismísimo Snyder y sus hombres, habían llegado minutos atrás a la casa de Viktor, Yuri y Mila. El interrogatorio fue extenso y, al ver que la joven no podía ocultar su nerviosismo ante los cuestionamientos, fue la primera sospechosa de la santa inquisición.
Pero Viktor, no permitió que tocaran a su familia. Y empujado por su altruismo, decidió inculparse a sí mismo para evitar que Mila fuese llevada ante los calabozos, y por tanto, él fue llevado en lugar de la joven.
—¡Y por más que intentamos que no se lo llevaran, lo hicieron de todos modos! —exclamó el menor, quebrantándose su voz por completo—. ¡Y por más que intenté defenderle, me golpearon como a un puto muñeco de trapo! ¡Se llevaron a Viktor, se lo llevaron!
Y rompió en un frenético llanto, y la joven, no tardó en seguirle en la misma acción.
Y Yuuri, quedó estático ante la horda de información que recibía, porque sentía, que estaba muriendo por dentro.
Y de la forma más tortuosa posible.
Porque pensar en que Viktor pudiese ser torturado de la forma más terrible posible, traía al japonés un sentimiento totalmente lúgubre.
Despellejado, mutilado, humillado, cercenado y asesinado.
Y por su pecho cruzó un aguijonazo, de tan solo pensar en lo que a su amado le podría esperar.
Pero no había lugar al llanto, no por ahora.
—Bien —dijo el japonés, levantándose de forma rápida desde el suelo y tragándose el llanto que luchaba por salir de su garganta—. Ustedes dos, dejen de llorar.
Ordenó a Yuri y Mila, a lo que ambos, le miraron con sorpresa.
—Llorando no salvarán a Viktor, ¿o sí? —Secó sus lágrimas con el antebrazo—. ¿Dónde quedan esos famosos calabozos?
—Quedan a la salida del pueblo, camino al reino Crispino —contestó Mila, cogiendo un pañuelo y secando también sus lágrimas.
Yuuri guardó silencio, dirigiendo su mirada hacia el suelo y meditando por un instante, como armando en su cabeza un plan para ejecutar.
—Hecho —dijo de forma repentina—, bien... ¿Mila?
—¿Sí? —contestó la joven.
—Tú quédate a cargo de él. —Cogió al menor entre sus brazos y se lo pasó a la mujer—. Él está muy herido y necesita atención.
—¡Oigan, suéltenme, que no soy un muñeco como para que me tomen de esta forma! —reclamó, pero todos le ignoraron.
—¿A dónde vas? —preguntó la joven, aún con su amigo en brazos.
Yuuri guardó silencio y, después de meditar lo suficiente, articuló:
—Iré a rescatar a Viktor.
El aroma del pan caliente embriagaba a todos los hambrientos comensales que esperaban en la mesa. El sonido de los grillos a las afueras de su morada, les mantenían con el alma en un hilo por la tardanza de la joven que aún no regresaba.
—¿Por qué tarda tanto Areeya, mamá? —preguntó Saichol, la primera hermana menor de Phichit—. Estoy hambrienta —se quejó, golpeando el suelo de madera con sus pies.
—No lo sé —respondió la madre, sin mucho interés—, sabes que Areeya es igual a Phichit; siempre se distraen con cualquier cosa en el camino; ambos son muy curiosos.
—Pero ya es muy tarde —irrumpió Damdee, el padre de familia, mientras confeccionaba pinceles artesanales para sus obras—, y no me gusta que esté fuera a estas horas, es peligroso.
Janram, la madre, lanzó un profundo suspiro.
—Ya volverá —dijo convincentemente—, el hambre le hará volver más rápido de lo que piensan.
Y el olor de las primeras frutas siendo transformadas en mermelada, adormecieron los sentidos de todos; Saichol se alzó de su silla y tomó un frasco de vidrio que se situaba en una de las repisas.
—Mamá —dijo, abriendo el frasco—, ¿qué te parece si metes algo de mermelada en el frasco y se lo llevas a mi hermano? —preguntó enternecida, recordando que Phichit amaba los dotes culinarios de su madre.
La mujer sonrió.
—Claro —respondió—, yo misma le llevaré la mermelada a mi bebé; aunque asegúrate de pasarme dos frascos, el príncipe se ha portado bien con nosotros y, seguramente también querrá probar de mi mermelada.
Saichol asintió levemente y se paró de puntillas, alcanzando un segundo frasco.
—Mamá, alcanzal...
Pero cuando la joven quiso encaminarse hacia su madre, unos golpes resonaron en la puerta.
Alguien estaba llamando.
—Ve a abrir y me entregas los frascos —ordenó—. De seguro es tu hermana Areeya, ¿qué les dije? El hambre le obligó a venir a casa. —Sonrió.
Y Saichol, sin ninguna atadura, se encaminó hacia la puerta.
Y grande fue su sorpresa, cuando giró la perilla.
—Mamá va a regañarte, Areey...
Y los frascos se rompieron.
Saichol fue empujada con fuerza contra la pared, abriéndose paso hacia el interior de la morada, un grupo de cuatro hombres y otro que los precedía.
Era Snyder Koch.
Y, ante la perpleja vista de Janram, Damdee y Saichol, el inquisidor cerró la puerta tras el ingreso de todos sus hombres.
—Buenas noches, gente.
Dijo con sarcasmo, cogiendo una silla y sentándose entre medio de sus hombres.
—¿Qué haces usted aquí y por qué irrumpe así en mi casa? —inquirió la madre, separándose de la cocina y caminando como una fiera hacia Snyder— ¡Respóndame!
Quiso lanzarse sobre el inquisidor, pero Damdee, el padre, le retuvo por detrás.
—Tranquila, Janram, tranquila cariño...
Snyder sonrió de forma plácida e, ignorando las palabras de la mujer, ladeó su cabeza hacia uno de sus hombres, preguntando:
—¿Qué familia es la de esta casa?
Y el hombre abrió un pequeño libro, buscando entre una larga lista de nombres, y luego dijo:
—Es la familia Chulanont, señor.
Y al oír aquel apellido, Snyder sintió que en su estómago se formaba un terrible revoltijo.
Y sintió como el odio volvía a comer su alma muerta.
—Los Chulanont —dijo entre dientes, dirigiendo una lúgubre mirada a todos ellos—. Los conozco, claro que los conozco.
Se alzó sobre la silla y, de un movimiento brusco, la pateó contra la pared; el objeto se despedazó por la fuerza utilizada.
Y provocó placer en Snyder, pensar que aquella silla era Phichit, porque entre sus sueños más inhumanos y oscuros, estaba el despedazar con sus propias manos, al maldito hereje que alguna vez le humilló de la peor forma posible.
—Comencemos con esto rápido —dijo, tomando su libro y cogiendo una pluma—. Seré breve con ustedes —dijo.
La familia de Phichit se reunió en un rincón de la habitación, todos abrazándose, como intentando contenerse entre todos ante la terrible situación que acontecía en su pequeña y humilde morada.
—¿Han visto al príncipe en actividades sospechosas? —preguntó sin tapujos, sin intenciones de ser sutil.
Todos le miraron descolocados y con evidente confusión.
—¿A-actividades sospechos...?
—Si han visto al príncipe serle infiel a su prometida —repitió.
Todos negaron con la cabeza, temerosos.
Y aunque Snyder reiteró decenas de veces un arsenal de preguntas, en todas las formas y tonos, jamás consiguió un indicio de poder inculpar a la familia Chulanont.
Porque realmente, ninguno de ellos se le hizo sospechoso.
—Señor, creo que... ya no debe hacer más preguntas. No son sospechosos —aconsejó uno de sus hombres, al ser testigo de cómo se formaba una especie de soborno hacia la familia del servidor.
—¡Cállate, idiota! —bramó iracundo, volteándose hacia el hombre—. ¡Estos Chulanont son católicos conversos, son los peores! —exclamó—. Son gente de piel oscura, gente de malas costumbres, usureros, asesinos, usurpadores...
Los tres le miraron con un terrible temor reverencial.
—¡Ellos saben algo, estoy seguro!
Y cuando Snyder se propuso a iniciar otra ronda de preguntas, un pequeño golpecito sacudió la puerta.
Y la familia, sintió que el mundo se les caía a pedazos.
—Alguien está llamando a la puerta —dijo Snyder, dibujando en su rostro una terrible expresión lúgubre—. Abran.
—¡Nooo! —exclamó el padre, intentando llegar hasta la puerta, pero los hombres del inquisidor le retuvieron—. ¡Solos somos nosotros, no hay más Chulanont! ¡No abran, no abran!
Y sintieron miedo de que fuese Areeya quién llamaba a la puerta.
Y lamentablemente, el miedo se hizo real cuando a la puerta, una nueva silueta apareció.
—¿Hola? —Areeya alzó su vista y vio la silueta gigante de un hombre de Snyder—. ¿Q-quién es uste...?
Pero ni siquiera fue capaz de concluir con su frase, pues el hombre del inquisidor, le tomó por uno de sus brazos y la lanzó dentro de la morada.
La canasta con frutas cayó al suelo de forma abrupta, rodando estas por toda la sala.
Areeya miró aterrorizada a todos en aquella habitación.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó el inquisidor, sin tapujos.
—¡No contestes, no lo hag...!
—Areeya Chulanont.
Y ante ello, un nuevo infierno comenzó a formarse.
Al escuchar el apellido de la joven, Snyder Koch alzó su vista hacia la familia, intimidándoles con la mirada y amenazándoles con la sola aura asesina que expendía.
Y el fin de la familia Chulanont, comenzó.
—Areeya Chulanont —dijo el inquisidor, entre dientes—. Tengo una sola pregunta que hacerte.
La joven miró confusa toda la situación. Sus manos comenzaron a temblar de forma leve.
—El príncipe Seung-Gil, ¿lo conoces?
Un leve brillo revistió las pupilas de la joven, e inocentemente, sonrió articulando:
—¡Sí!
—Bien —dijo el inquisidor—. Él, sabes que está prometido, ¿verdad? Con la señorita Sala Crispino, la princesa.
Areeya comenzó entonces a entender hacia qué dirección iba encaminadas sus preguntas. Y con sumo temor, comenzó a retroceder de Snyder.
En sus ojos fue evidente el pavor que comenzó a invadirle.
—¿Sabes con qué persona le es infiel el príncipe a su prometida? —disparó de forma severa—. El príncipe Seung-Gil está enamorado de una persona que no es su prometida, y puede, quizá, que tú sepas quién es esa persona.
Y en la mente de la menor todo fue una tormenta.
Ante sus ojos las imágenes de su hermano Phichit y las del príncipe, se hicieron presentes como una cinta de película. Y ante sus ojos se alzaron los besos, los abrazos y las palabras de afecto.
Y en su conciencia se hizo presenta tal realidad: que el príncipe Seung-Gil, estaba enamorado de su servidor personal.
Que el príncipe Seung-Gil, estaba enamorado de Phichit Chulanont.
Y Areeya, comenzó a temblar del pavor. Y sus labios se abrieron, y un leve alarido resonó por la habitación.
—Ella algo sabe —dijo Snyder, siendo testigo del terror en la joven—. Qué tonta, ella misma se ha inculpado.
Sonrió triunfante ante la terrible expresión de la joven.
—Llévensela.
Y ante aquella orden, dos hombres retuvieron a Areeya y la dirigieron hacia las afueras de la casa.
Y nadie pudo creerlo. Y nadie pudo actuar en aquel instante. Y nadie, absolutamente nadie, pudo salvar a Areeya en aquellos instantes.
Pero, el sentimiento de Damdee, fue mayor que el temor en aquel momento.
—¡Dejen a mi hija en paz, malditos!
De forma abrupta se alzó sobre los hombres del inquisidor, forcejeando con ellos y tratando de liberar a la menor.
—¡Deje de obstaculizar el proceso, viejo! —advirtió un hombre, sacando una ballesta y decidido a disparar en la cabeza al hombre.
Pero no le fue posible.
—¡Lo admito, lo admito! —Alzó sus brazos y se situó frente a Snyder Koch—. ¡Yo lo sé, lo sé todo! ¡Sé a qué persona buscan y sé con quién le es infiel el príncipe a su prometida!
Snyder alzó su mano hacia el hombre que apuntaba la ballesta y, con calma, escuchó las palabras de Damdee.
—Mi hija es tan solo una muchacha —aclaró—, ella no sabe nada acerca del mundo de los más adultos. Mi hija vive encerrada en la casa, y es por aquella razón, que ella ha actuado con tanto nerviosismo.
—Su hija no parece muy menor —dijo un hombre de Snyder, mirando con picardía a Areeya y queriendo tocar uno de sus glúteos.
Damdee le fulminó con la mirada más lúgubre posible.
—Es la menor de mis hijas —espetó—. Honorable señor inquisidor, yo, Damdee Chulanont, tengo información que les será útil, y propongo que, en lugar de mi hija, me lleven a mí.
Y, después de oír aquellas palabras del padre de familia, Snyder observó con detenimiento, entendiendo entones que, Damdee, hablaba de una forma similar a la que lo hacía su hijo.
Y entonces, sus ganas de ensañarse y dañar a alguien parecido a Phichit, creció de forma enfermiza en Snyder.
Y sonrió de forma maliciosa por el placer que sentía en tan solo de pensar en algo como ello.
—Bien —dijo finalmente—, dejen ir a esa tonta muchacha.
Dicho aquello, los hombres del inquisidor soltaron de un sopetón a Areeya; esta cayó al suelo y lanzó un fuerte alarido.
—Llévense al hombre.
Y ante la perpleja mirada de su esposa y dos hijas, Damdee fue esposado y llevado por los pasillos de la aldea.
Y entonces, la tortura comenzó.
Y aquella noche y, en aquel pasillo del pueblo, el germen que muy pronto constituiría la total conversión de Phichit, dio inicio.
De la más grande tragedia que repercutiría de forma eterna para el servidor más dulce del príncipe, y por sobretodo...
Para esta historia.
N/A:
¡Hola lectoras preciosas! Es un gusto poder volver después de mucho tiempo a actualizar. Espero que este capítulo haya sido de vuestro agrado.
Y bueno, como ustedes saben, siempre tardo en actualizar, pero ahora que demoré prácticamente el triple, creo que es mi obligación entregar las razones del por qué tardé tanto, porque no quiero que piensen que soy una autora irresponsable o inconsistente.
Las personas que me conocen más de cerca lo saben, pero bueno, creo que es derecho de todas saber mis razones.
No he pasado por buenos momentos, esa es la principal razón. Me he sentido triste y abatida, realmente. Desde la última actualización del palacio carmesí, experimenté dos grandes pérdidas que me dejaron en un estado anímico decadente.
Mi padre murió hace un poco más de un mes a causa de una enfermedad terminal, y hace unos días atrás, mi abuelo murió de un accidente cuando estábamos de viaje en otro país. Como notarán, estoy con un doble luto en el alma, porque se trataba de dos personas a las que amaba ( y amo aún ) con toda mi alma. He hecho un esfuerzo tremendo por traerles esta continuación, porque cada letra que extiendo es con dolor, y pido disculpas de antemano si es que he tenido fallas en la redacción o algo, es que no estoy completamente sana emocionalmente y no puedo concentrarme al cien en lo que hago.
Por causa de estos sucesos, esta historia tendrá un cambio en mi perspectiva de ver ciertas cosas, pues como ustedes sabrán, cada obra es una extensión de la visión del autor, o de su sentir, o de sus experiencias a través de la vida.
Y bueno, eso es lo que les quería decir, disculpen la tardanza, pero esa es la razón; he hecho un esfuerzo grande por traerles esta continuación, pero ahora que espero todo mejore, voy a ser más consistente en las actualizaciones, lo prometo.
¡Y bueno! Dije en el grupo de lectoras que habría una sorpresita. La sorpresa es una ficha de los personas del palacio carmesí (solo los OCS), así que provecho. El primero es Baek, en el siguiente capítulo ya decidiré cual dibujaré.
¡Espero que la actualización haya sido de vuestro gusto! ¡Besos a todas!
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