Siete.
Antes de leer;
1° Por favor, no hacer caso omiso al aviso de arriba.
2° Leer las notas al final del capítulo, por favor.
Glosario;
1° Abad. Superior de un monasterio perteneciente a determinadas órdenes religiosas cristianas con el título de abadía.
2° Teoría Geocéntrica. antigua teoría que pone a la Tierra en el centro del universo, y los astros, incluido el Sol, girando alrededor de la Tierra. (esta teoría se refuerza especialmente en la edad media, con el fortalecimiento de los dogmas de la iglesia)
3° Tormento de agua. No lo explicaré, pues éste se explica por sí mismo en la historia, sólo deben tomar atención.
4° Pera de la angustia. Al menos en este capítulo, sólo haré mención de ello. PERO, les dejo la tarea para que ustedes investiguen que es este artefacto.
Sin más que decir. Pueden comenzar la lectura.~
Ambos eran llevados por el sendero de un lugar incierto. Sus cabezas, aún permanecían amarradas con aquellos sofocantes sacos que coartaban su respirar. Ellos ya lo sabían, sabían que morirían. Un día entero en aquel calabozo de los ciegos, provocó en ellos el aceptar su inevitable destino, y, aunque las ansias de vivir y conocer más allá de las paredes del palacio eran inconmensurables, también lo eran las ganas de permanecer juntos hasta el final.
Y, si ellos entonces iban a morir aquel día... morirían juntos, y aquello, era el más grande placer de todos, porque...
Porque lo harían juntos.
— ¿Ya está todo listo? — preguntó el guardia que escoltaba a ambos, dirigiendo sus palabras hacia otro de sus semejantes.
— Sí, llévalos allí. — aseveró. — son órdenes del soberano.
— Entiendo.
Y al concluir la breve conversación, ambos fueron dirigidos hasta el sitio en donde ellos esperaban fuese lo último de sus vidas. Y aunque, el miedo desplegaba sus efectos en lo tembloroso de sus cuerpos, una paz abrazadora revestía por la extensión de sus almas, pues, la vida había concedido a ambos la magia de poder compartir con el otro la esencia de su existir.
Un fuerte estruendo resuena por el ambiente. Una gran puerta de hierro es abierta de par a par, ensordeciendo los débiles sentidos que apenas se aferraban en la percepción de ambos.
— Leo y Guang, adentro.
Ambos jóvenes son lanzados con una fuerza desmedida en el interior de un sitio que ellos, no podían divisar por causa de los sacos. El miedo empezó a acentuar sus efectos, tornándose visible en el incontrolable temblar de sus cuerpos.
— Po-por favor... — balbuceó el joven chino, con el pavor sobrepasando los límites. — mátenos rápido, por favor... no... no quiero esperar más... yo...
— Guang... — un leve susurro apacible se oye entre ellos. Una suave mano es entrelazada a la del muchacho.
— Le-Leo...
— Aquí estoy, contigo. No temas... — susurró. — ya llegará el momento, y hasta entonces, disfrutemos lo que nos queda de vida juntos.
A pesar de que, no había siquiera un contacto visual directo por causa de los sacos en sus cabezas, ambos sentían una conexión tan fuerte y profunda que, ésta, sobrepasaba cualquier impedimento.
Dos muchachos que, por suerte del destino, llegaron a conocerse en el peor de los escenarios, pero que, lo pulcro de su amor, había convertido aquella casualidad en la experiencia más bella de sus vidas.
— Ya, es suficiente cháchara.
Bufó el guardia real allí presente, para luego, dirigirse hacia el menor. Ambos, pudieron percibir al guardia aproximándose hacia ellos.
— N-no... ¡por favor, piedad! — exclamó el menor, despavorido.
El guardia, rápidamente toma al joven chino por ambos hombros, para luego, alzarlo a unos metros lejos de Leo.
— ¡¡¡No, Leo, no me alejes de Leo!!! — exclamó, quebrantando por completo en un llanto frenético.
— ¡¡Maldita sea, cierra la boca, me dificultas el trabajo!!
— Gu-Guang... no... — balbuceó el mayor, buscando nervioso con sus manos el cuerpo del joven chino. — po-por favor, no... no me alejes de él... — su voz quebrantó.
El guardia solo rodó los ojos con molestia, e inmediatamente, toma a Guang con fuerza, para luego, aprisionarlo en contra de una mesa de madera, imposibilitando la movilidad del muchacho.
— ¡¡Noooo!! — exclamó Leo, buscando de forma desesperada con sus manos entre la oscuridad. — ¡¡por favor toma mi vida, pero déjalo, por favor, por favor!!
— Leo...
Susurra el menor de forma apacible. Un silencio se acentúa en la atmósfera por una cuestión de segundos, siendo perceptible solamente los jadeos emitidos por el mayor. Un hacha es alzada sobre la cabeza del menor, un grito desgarrador es emitido por Leo.
Y entonces, un fuerte estruendo provocado por el hacha impacta en seco sobre la vieja mesa de madera.
— Ya hemos llegado al reino de la familia Crispino, majestad.
Da aviso el hombrecillo que conducía el carruaje. Seung, remueve con sus manos las cortinas del transporte, pudiendo divisar como es que adentraban de forma progresiva en la aldea del reino.
Sala, da un gran respingo de la emoción. Una radiante sonrisa se deposita en sus labios, signo de las ansias que le impregnaban al pensar en que vería nuevamente a su familia.
— ¡¡No puedo esperar a ver a papá y mamá!! — exclamó, posándose un intenso brillo en sus pupilas, signo de la emoción desbordante que le invadía. — ¡¡y Michele, no puedo esperar a ver a Michele!!
Seung, no pudo evitar sonreír ante la divertida expresión en el rostro de Sala. Sí, era cierto que le exasperaba estar en aquel sitio, y mucho más con la ausencia de Phichit, pero... ver feliz a Sala, le alegraba de cierta forma, después de todo... el príncipe entendía aquel sentimiento de añoranza.
— Ya nos estamos aproximando al palacio, majestad. — avisó el hombrecillo, ladeando su cabeza hacia los nobles.
Y Seung, pudo observar el gran palacio que se extendía ante ellos, a unos pocos kilómetros. El sitio — el que además, tenía un aspecto bastante lujoso y decoroso — contrastaba enormemente con la realidad de la aldea que le rodeaba.
Rodeado de casuchas endebles a medio terminar y de materiales ligeros. Cúmulos de basura pestilentes rodeados de algunas aves de rapiña y uno que otro cerdo hurgando en el lugar. Los aldeanos con andrajos y harapos sobrepuestos en sus sucios cuerpos. Niños en los huesos merodeando por los callejones del pueblo, mendigando raciones de comida y algo de comprensión a su miserable situación.
Todo ello, era visible en el lugar. Los pueblerinos, clavaron sus vistas en el carruaje real, siendo evidente en sus agonizantes miradas el llamado desesperado de auxilio a su miserable vivir.
Seung, sintió una terrible sensación desplegar por su cuerpo. Una lástima inconmensurable se extendió dentro de sí mismo. Rápidamente, cierra las cortinas del carruaje, desviando de forma inmediata su mirada hacia el suelo, totalmente perturbado ante el escenario que se presentaba ante él.
¿Cómo es que la incompetencia del rey había llegado hasta tal punto?, es algo que Seung no podía comprender. Tener a su gente viviendo en esas deplorables condiciones, no era sino signo de un rey cuya corona quedaba demasiado grande.
— Ya llegamos al palacio, majestad. — dijo el hombrecillo, mientras que, dos grandes puertas de hierro abrían el paso ante ellos, quedando al descubierto el gran patio exterior del palacio.
La princesa, desplegó una gran sonrisa en su faz. Estar nuevamente en su hogar, aunque sea por un corto periodo, traía a ella una emoción desbordante.
Rápidamente, el carruaje estaciona en un costado del gran patio exterior. Dos guardias acortan distancia hacia el transporte, para luego, ayudar a descender a los nobles.
Y allí, justo en frente, se encontraban los nobles de la familia Crispino; El rey, la reina, y el príncipe Michele. Los tres, se hallaban con una sonrisa desplegada por su faz, recibiendo a los prometidos que habían llegado del vecino reino.
Sala, da un gran respingo de la emoción, y, sin guardar decoro alguno, corre hacia ellos, fundiéndose junto a su padre en un frenético abrazo.
— ¡¡Padre, padre!! — exclama la princesa. — ¡¡no sabes cuánto extrañé vert...!!
— Sala. — interrumpe el rey.
— ¿S-sí...?
— Por favor, compórtate.
Resonó con fuerza en la atmósfera. Sala, se separa levemente de su padre, dirigiendo su vista hacia él, totalmente consternada. Y entonces, Sala vio en ellos...
El rey y la reyna, le miraban de forma despectiva, fulminándole con la mirada, siendo éstas contrastadas, por la apacible mirada de su hermano Michele, quien, observaba con tristeza la situación.
Sala, baja su mirada con vergüenza, para luego, separarse de su padre, muy a su pesar.
— Lo siento, padre. — Murmulla. Sintiendo como un denso nudo iba formándose en su garganta. El rey, sólo lanza un bufido exasperado, para luego, dirigir su vista hacia Seung, quien, miraba totalmente extrañado la escena reciente.
— ¡¡Seung-Gil!! — exclama el rey, esta vez dibujándose una radiante sonrisa en su rostro. — ¡¡te estábamos esperando, ven aquí!!
El príncipe, arquea una de sus cejas, totalmente consternado ante la frialdad de los reyes hacia su hija. ¿Acaso ellos no habían extrañado a Sala tanto como ella lo hizo?, ciertamente esa actitud hacia su propia hija era algo que...
Le recordaba la frialdad de su propio padre.
Los reyes, rápidamente acortan distancia con el príncipe Seung, fundiéndose ambos en un abrazo hacia el azabache, quien, tensó por completo su cuerpo, extrañado ante el contacto ajeno.
— Hemos estado esperando tu visita, príncipe Seung. — murmullo de forma apacible la reina, regalando una radiante sonrisa al azabache.
— Así es, mi reina. Al fin ha llegado nuestra salvación a este reino. — replicó el rey, dibujando una tenue sonrisa de bienvenida al príncipe, quien, sólo permaneció incrédulo ante la tan cariñosa bienvenida.
Por su parte, Sala, permaneció de pie, estática en aquel lugar, de la misma forma en que su padre le había dejado, antes de responder con aquella frialdad tan desolladora.
La princesa, sintió un terrible aguijonazo de tristeza cruzar por su pecho. Ella, amaba a sus padres, y el tener que soportar tanta frialdad y desconsideración por parte de ellos, solo traía en ella una espesa desolación.
— Hermana...
Oyó la princesa un susurro frente a ella. Tan apacible y revestido de ternura que, Sala, reconoció de inmediato al emisor de ello.
— Michele...
Susurró, alzando suavemente su vista hacia su hermano, quien, le miraba con una expresión de total apacibilidad. Una radiante sonrisa se dibujó en sus labios, articulando;
— Bienvenida a casa. Te extrañé mucho.
— ¡¡Michele!!
De un gran brinco se cuelga de Michele, quien, se aferra de igual forma a ella en un conmocionado abrazo. Ambos, sienten una felicidad desplegar en su interior, pues, tan solo ellos se lograban comprender el uno al otro, como las almas gemelas que eran.
— Vamos adentro, el banquete está servido.
— Pe-pero... — se resistió Sala, volteando su vista hacia su prometido. — Seung-Gil...
— No te preocupes por él. — dijo su hermano. — se ve que papá y mamá lo atenderán muy bien, vamos.
La princesa sonrió apenada. Sin lugar a dudas, Michele era la única persona junto a Mila, que, le querían de una forma sincera. ¿Qué sería de ella sin la existencia de ambos?, realmente era algo que Sala no quería jamás llegar a experimentar...
— Vamos, príncipe Seung-Gil, hemos preparado un exquisito banquete de bienvenida para ti. — musitó el rey, haciendo una leve reverencia a Seung, para luego, encaminarse junto a él y la reina hacia el interior del palacio.
Seung-Gil, era consciente de la razón por la que los nobles despreciaban a su hija y actuaban hacia él con la más ferviente afabilidad.
Porque claro... Seung-Gil era la pieza clave para la salvación de su reino, y Sala... no era más que el medio para lograr aquello.
Y el príncipe, entonces logró entender lo que siempre le aquejaba, en cada segundo e instante de su vida; era querido por sus condiciones económicas y no por su persona, como siempre era con él.
Pero, sin embargo...
Distinto era con Phichit, pues... él le quería de forma sincera, le quería de la forma más dulce y pulcra posible, independiente de su posición económica o de su posición jerárquica.
Él, le amaba con sinceridad. Y de la misma forma, él amaba a su servidor de una similar manera.
De una forma totalmente ajena a las terribles características imperantes de aquellos tiempos.
Estaban ya los cuatro sentados ante una larga y angosta mesa. Sobre ella, podía divisarse distintas hortalizas y conejos asados, acompañados de jarrones de vino refrescado con cubos de hielo, los que, desprendían un dulce aroma revestido de miel y canela.
— ¿Y cómo ha estado la situación económica en tu reino, Seung-Gil? — resonó fuertemente por la mesa, de un extremo a otro. Ante la pregunta emitida por el rey, Sala y Michele arquearon sus cejas, incómodos ante la osadía de su padre.
— Ah... — musitó apenas el príncipe, extrañado ante la pregunta. — bien, la situación está bien, como siempre.
Respondió con cierto desdén, cosa que al rey no pareció molestarle en lo absoluto.
— Me alegro, príncipe Seung-Gil. — dijo por otra parte la reina. — tú eres la salvación de nuestra familia y reino, por favor, déjanos ofrecerte nuestro más ferviente agradecimiento.
Radiantes sonrisas se dibujaron en los rostros de los nobles, a excepción de Sala y Michele, quienes, observaban extrañados la tan repentina gratitud y cortesía de sus padres.
Seung-Gil, solo pudo limitarse a asentir con la cabeza, desviando luego la mirada, totalmente incómodo a la tan constante presión que ambos reyes ponían sobre sus hombros.
Un silencio totalmente incómodo se acentúa en la atmósfera. Michele carraspea su garganta, intentando amenizar tal situación.
— ¡Sala! — exclamó su hermano, con un divertido tono de voz. La princesa, levantó la vista hacia el muchacho. — ¿te conté que estoy aprendiendo sobre las estrellas gracias a un abad?
— ¡¿A un abad?! — exclamó ella, sorprendida ante ello. — ¡¡Eso no es justo, Michele!!
— ¡Estás celosa! — se burló Michele, haciendo divertidas muecas en su rostro.
— ¡Pues claro! — sus mejillas se inflaron, imitando el accionar de un pequeño niño. — ¡yo también quiero aprender sobre las estrellas!
— ¡Y he aprendido muchas cosas con él, por ejemplo, he aprendido que la tierra es el centro del universo! — un radiante brillo se posó en sus ojos. Su hermana, no pudo evitar sentir la misma emoción que él al oír de aquella disciplina. — ¡Los planetas, e incluido el sol, giran en torno a la tierra!
— Umh... — susurró Sala, dubitativa ante tal aseveración. — ¿cómo el abad podría confirmarnos eso?
— ¡Por Dios, Sala! — exclamó Michele, consternado. — ¡nadie pone en duda la teoría geocéntrica!
— ¡Pero es que me entró la dud...!
— ¡¡SILENCIO!!
Un terrible bramido resonó brutalmente por la extensión del lugar. Todos, dieron un gran respingo del susto. Un fuerte estruendo resonó en la mesa, provocando un temblor en los utensilios puestos sobre ella. Una copa de cristal rodó por la mesa, cayendo en el piso y regando sus cristales por el lugar.
— Michele, tienes prohibido hablar de eso con tu hermana. — fulminó con su vista a su hijo, quien, permanecía estático del miedo.
— Pa-padre, lo siento, y-yo...
— Silencio. — ordenó. Y Michele, apretó sus labios con fuerza. — las mujeres no tienen permitido estudiar este tipo de cosas, lo sabes perfectamente.
Seung-Gil arqueó ambas cejas ante lo dicho por el rey. Una expresión de indignación cruzó por su rostro, siendo evidente su malestar. La reina, solo permanecía en silencio, con la vista hacia el suelo.
— Pa-padre... — interrumpió la princesa. — yo... yo solo estaba oyendo a Michele, nada má...
— ¡¡Silencio!! — volvió a gritar. Sala, abrió sus ojos del pavor. — las mujeres no tienen permitido hablar en la mesa sin autorización de un hombre. Ahora, cierra la boca y calla.
La princesa, solo asintió con su cabeza. Con la vergüenza inundando en su rostro, se limitó a bajar la mirada, con los ojos aguados de la impotencia hacia la discriminación de su condición. Seung-Gil, sintió una rabia penetrante recorrer por su espina.
— Siento mucho la insolencia de mi hija, Seung-Gil. — se disculpó el rey, haciendo pequeñas muecas de arrepentimiento. El príncipe, sólo se limitó a observar con desagrado la situación.
*******
Posterior a la tan desagradable escena, todos comieron en total silencio. Dos criadas llegaban de vez en cuando a retirar los sucios utensilios y consultar por algún servicio por parte de los nobles.
Sala y Michele permanecían con un rostro totalmente lúgubre, avergonzados por la fuerte reprimenda de su padre. Los reyes, miraban constantemente a Seung-Gil, siempre, con radiantes sonrisas en sus bocas.
Hipocresía.
Si el príncipe tuviese que designar una palabra para aquella situación, sin lugar a dudas sería hipocresía. Los reyes, quienes jamás habían mostrado siquiera interés en él o en su reino, ahora mismo eran las personas más dóciles y amables del mundo, todo, por una cuestión de mero interés económico.
« Qué asco », pensó Seung-Gil.
— ¡Ah!
Un fuerte alarido resuena en el ambiente. Una de las dos viejas criadas cayó al suelo, rendida por el peso de los utensilios que cargaba. Seung-Gil, la socorrió de inmediato, ante la desolladora mirada de los reyes.
— Estúpida criada, ¿qué crees que estás haciendo? — preguntó la reina, en un tono totalmente de condena.
— L-lo siento, mi señora... — se disculpó la vieja criada, recogiendo con sus arrugadas manos los utensilios esparcidos por el suelo.
— Yo le ayudo, venga. — dijo por otra parte Seung-Gil.
— Seung, es usted un príncipe, por favor, no se rebaje a ayudar a esta estúpida criada, no es su trabajo. — dijo de forma apacible el rey, dirigiendo su mirada hacia el príncipe.
Sin embargo, el azabache ignoró por completo al noble, dedicándose solamente a prestar ayuda a la anciana. Junto a ella recogió los utensilios del suelo, para luego, ayudarle a reincorporarse.
— Disculpe las molestias, mi señor. — murmullo la criada a Seung-Gil, totalmente avergonzada de aquel episodio.
— No te preocupes, no pasa nada. — sonrió él.
Los reyes, miraron con total consternación la escena. Sin lugar a dudas, Seung-Gil, no era de la misma forma de la que todos contaban, o quizás...
¿Él había cambiado?
— Disculpe por este episodio tan vergonzoso, majestad. — se disculpó la reina, ejecutando pequeñas reverencias con su cabeza. El príncipe, no le tomó mayor importancia.
— Príncipe Seung-Gil... — musitó el rey, con la vergüenza golpeando en su rostro. — ¿puedo hacer a usted una pregunta...?
— Sí.
— ¿Por qué razón usted no vino acompañado de alguno de sus servidores?
Resonó con fuerza entre los comensales de la mesa. Un silencio se acentuó por varios segundos por la extensión de la atmósfera. Una expresión de total consternación se posó en el semblante del príncipe.
— ¿Dis-disculpe...? — replicó el príncipe, sin entender la intención de aquella pregunta. ¿Acaso no había sido el mismo rey quien había pedido de forma encarecida el que no fuese con alguno de sus servidores?
— Digo, majestad... — musitó el rey. — usted es testigo de las carencias de este reino... solo tenemos a estas dos criadas para la atención de todo el palacio...
— Pe-pero... yo pensé que usted quería que yo no trajera a ninguno de mis servidores... — una expresión de confusión se dibujó en su rostro.
— ¿Qué? — preguntó el rey. Una fuerte carcajada es emitida desde sus labios. Seung-Gil arqueó una de sus cejas. — al contrario, príncipe Seung-Gil. Me hubiese encantado que usted viniese acompañado de algún servidor. Lamentablemente, no puedo dar la atención que usted merece, nuestro reino está prácticamente en la quiebra, y, tener muchos servidores en este palacio, no traería sino un gasto excesivo a nuestra familia.
El príncipe se mantuvo estático por varios segundos. Su mirada se hallaba ensimismada en la expresión del rey. Con una expresión totalmente confusa, trató de dilucidar la situación y lo dicho por el rey.
¿Acaso había dicho el rey que, él encantado habría aceptado la compañía de un servidor suyo?¿Acaso no era eso totalmente lo contrario a lo dicho por su prometida?
Lentamente, el príncipe dirige su vista hacia su prometida, exigiendo con la mirada consternada, alguna explicación al respecto. Sala, por su parte, sólo mantuvo la mirada hacia el suelo, totalmente nerviosa ante lo evidente de su mentira. Un ligero temblor era perceptible en su semblante.
— ¿Ocurre algo...? — interrumpió la reina, notando como una tensión se acrecentaba en la atmósfera.
— No. — respondió seco el príncipe. — no pasa absolutamente nada.
— Oh, entonces sigamos comiend...
— Si me disculpan, quisiera descansar. — murmulló Seung, con una expresión lúgubre en su rostro.
— A-ah... — susurró el rey. — ¡claro!, han de estar muy cansados por el largo viaje, es entendible. ¡Criada! — llamó fuertemente.
— ¿Sí, mi señor?
— Lleve al príncipe hasta su habitación, asegúrese de indicarle el camino. — ordenó el rey. La criada, asintió con su cabeza. Seung-Gil, se reincorporó y la siguió.
— Pa-padre... — musitó apenas Sala.
— ¿Umh?
— ¿Me permites ir con mi prometido? — pidió cabizbaja.
— Siempre y cuando no entorpezcas su descanso, Sala. — dijo el rey. — él es un importante invitado, no lo hagas enojar.
— Sí, padre.
Sala se dirige a paso apresurado tras su prometido y la criada. Se detiene en seco cuando, logra divisar por uno de los recodos del palacio a la criada alejarse entre los pasillos. Y entonces, la mujer con los nervios a flor de piel, se encamina hacia la habitación de su prometido.
Sí, ella le había mentido a Seung-Gil sobre lo dicho por su padre, pero... ¿qué otra cosa pudo haber hecho al respecto?, no tenía otra opción a mano.
Su prometido estaba enamorado de su servidor, y aquello, no cambiaría si ella permitía la presencia de aquel muchacho de piel canela en su propio palacio.
La princesa, no podía permitir que las cosas siguieran de aquella forma. Por nada del mundo.
Toma una gran bocanada de aire, intentando tomar valor para lo que se avecinaba. Lentamente, gira la perilla de la puerta, para luego, adentrarse de forma sigilosa en el interior de la habitación.
Lo primero que divisa al entrar en ella, es a su prometido mirando hacia el exterior del palacio. Su silueta podía verse a contraluz, por lo que Sala, entrecerró un poco sus ojos por la intensa luz blanquecina proveniente del exterior.
— Seung-Gil... — susurró ella, con los nervios acrecentando en su interior. Con las ansias dominando su cuerpo, la princesa saca de sus ropajes un abanico, para luego, airear su rostro con poco decoro.
— Déjame solo, por favor. — pidió el príncipe, con una voz completamente lineal, sin siquiera voltear hacia su prometida.
— Escúchame, por fav...
— ¿Qué quieres que escuche, Sala? — le interrumpió. — ¿más mentiras? — volteó hacia ella, clavando su desolladora vista en el asustadizo semblante de la mujer.
— Y-yo... tenía que hacerlo... yo...
— ¿Tenías que hacerlo? — replicó Seung, totalmente confuso. — me mentiste, Sala. Me dijiste que tu padre pidió la ausencia de mis servidores. Por tu causa dejé a mi servidor personal en el palacio.
— Seung-Gil, por favor... — susurró ella, acortando distancia hacia su prometido. Suavemente, posa ambas manos en las pálidas mejillas del príncipe, acariciándolas. — no peleemos...
— No, Sala... — despacio, se zafa de las manos de su prometida. — Primero, fue tu osadía al irrumpir en mi habitación. Ahora, es una mentira.
— Lo siento, yo...
— Este matrimonio no tiene futuro, Sala.
La princesa, siente como una rabia indecible recorre por su espina. Con un evidente temblor en sus manos, las empuña como rocas, intentando contener la desbordante ira que luchaba por salir despavorida de ella.
— Tú no haces ningún esfuerzo tampoco, Seung-Gil.
Espeta con un tono de total desagrado. Una mirada fulminante atraviesa el semblante del príncipe. Sala, había ya llegado a su punto máximo de tolerancia.
— Sabes porque no lo hago.
Respondió el príncipe, utilizando el mismo tono de voz. Ambos se miraron con repulsión.
— Claro que lo sé.
Dijo ella, sin titubear ante lo que diría a continuación. Un gran aguijonazo de valor cruzó por su pecho, para luego articular;
— Es porque te gustan los hombres.
Resonó por la habitación. Y ante ello, el príncipe abre sus ojos de la perplejidad, totalmente pasmado ante lo dicho por su prometida. Por varios segundos, Seung-Gil quedó ensimismado, no sabiendo que responder ante aquella acusación. Sala, sintió arrepentirse de ello nos segundos después.
— L-lo siento, no... no he querido decir eso...
— ¿Quién te ha dicho eso?
Preguntó en seco, con un ligero temblor en su voz. Una expresión de ira se configuraba en su semblante.
— Y-yo... no... yo so-solo decía...
— ¡¿Quién te ha dicho eso?!
Gritó con euforia. La mujer, dio un gran respingo ante ello. El miedo, empezó a desbordar por su expresión en el rostro.
— T-tu... tu padre... — mintió.
Seung-Gil, negó con la cabeza, totalmente consternado. Sintió como la desesperación empezó a invadir en su mente.
— Eso es mentira, Sala. — dijo él, intentando pasar por desapercibido los nervios que le invadían.
— Lo... lo sé... — respondió ella, intentando revertir su error. — yo... disculpa, no debí decirte esto, fue... fue un arranque...
— Sal de mi habitación. — demandó él, sin titubeos. Sala, negó con la cabeza.
— Quiero estar contigo...
— Quiero estar solo.
— Demuéstrame que en realidad no te gustan los hombres.
Demandó la princesa. Con una expresión entristecida, clavó su vista en el semblante de su prometido, esperando una respuesta de su parte. Seung-Gil, sintió un escalofrío recorrer por su espina.
— Jamás me has besado...
Sala, acortó distancia por completo con el príncipe, fundiéndose a él en un abrazo. Su rostro, se alzó hacia el del azabache, esperando por parte de él la acción definitiva para fundirse ambos en un beso. Mas Seung-Gil, se mantuvo totalmente perplejo ante ello.
— Lo siento, Sala.
Dijo él. Y, de un movimiento rápido, se separa de su prometida, para luego, dirigirse hacia la puerta de la habitación.
— ¡¿A dónde vas?! — exclamó la mujer, molesta ante la frívola actitud de su prometido.
— A un sitio en donde me sienta cómodo.
Rápidamente se dirige hacia la salida del palacio, con la ira desbordando por su mirar. Uno de los guardias le llama, y, sin embargo, él hace caso omiso, intentando seguir su camino.
Apenas sale del lugar, se encuentra de frente con la aldea. Para en seco, intimidado ante el lúgubre aspecto que ante él se presentaba. Tragó saliva, intentando dispersar los miedos que le invadían, y, de un solo movimiento, gira hacia la izquierda, perdiéndose entre la gente, sin dejar rastro alguno.
*******
Los pueblerinos clavaron sus vistas de inmediato en el príncipe, sorprendidos y curiosos ante su majestuosa presencia. Sus ropajes contrastaban por completo con los harapos y andrajos con los que vestían los aldeanos.
Y Seung, pudo observar más de cerca la miseria que inundaba cada calle y cada recodo de la aldea. Mujeres con las greñas grasosas y desordenadas, niños con la suciedad impregnada en sus cuerpos y hombres en los huesos. El príncipe, sintió un escalofrío recorrer por su espina. Asustado ante tal escenario, decidió sentarse en una orilla de la plaza central, siempre atento a su alrededor, con los sentidos agudizados.
De pronto, una pequeña niña se acerca hacia él, con una divertida expresión de curiosidad en su rostro. El príncipe, le mira de soslayo, para luego, articular;
— ¿Hola?
— ¡Hola! — respondió la niña, dando un gran brinco frente al príncipe.
El azabache, no pudo evitar sonreír enternecido ante la reacción de la pequeña. Una sensación de ternura desplegó por su pecho, cuando se percató de la similitud de la pequeña niña con la de su servidor. Una piel canela, grandes ojos y una hermosa sonrisa. El recuerdo del amor de su vida se asentó en su mente, abrazando por completo el malestar que sentía en aquellos momentos, convirtiendo todo en una exquisita apacibilidad.
— ¿Quiere comprar pastel, señor? — preguntó la pequeña, extendiendo ante Seung-Gil una bola de lodo con una flor en la punta. El príncipe no pudo evitar lanzar una carcajada ante ello.
— Se ve muy apetitoso, pero no gracias, acabo de comer. — dijo de forma apacible.
— Ah, bueno... — susurró. — entonces me lo comeré yo.
El príncipe abrió los ojos del horror cuando, divisó a la pequeña niña comer el barro de forma ansiosa. Saboreaba cada grumo del lodo con hambruna, mordisqueando las lombrices que en ella podía divisarse. Seung, de un solo manotazo, arrancó la bola de la mano de la pequeña, ante la mirada fulminante de algunos aldeanos a su alrededor.
— ¡M-mi pastel! — exclamó la niña, con un ligero temblor en su voz.
— ¡Eso no es pastel! — le recriminó el príncipe. — ¡eso es lodo!
— ¡Es pastel! — replicó, mirando con enojo al azabache.
— ¡Es... es caca! — intentó explicar de la forma más fácil posible. La niña, infló las mejillas, molesta ante el insulto hacia su alimento.
Seung lanzó un bufido al aire, exasperado por la situación. De forma rápida, se quita la túnica, para luego, limpiar la boca de la pequeña.
— Vamos, te compraré algo de comer. — dijo, para luego, dirigir a la niña a un puesto que se hallaba por las cercanías.
En el puesto, podía verse a un mercader vendiendo distintos tipos de frutas y verduras. Seung-Gil, compró naranjas y una jarra de miel, para luego, abrir la boca de la pequeña a la fuerza e introducirle los alimentos.
— ¡Esto no es pastel! — recriminó la niña, antes de poder siquiera saborear los alimentos.
— ¡Solo come!
Y, cuando ella pudo sentir el dulzor de la miel y la naranja en su paladar, una expresión de sorpresa se deslizó por su faz. Sus ojos abrieron de la impresión, para luego, ser evidente un intenso sonrojo en sus mejillas.
Alimento.
Todo lo que ella no había podido degustar desde hace mucho tiempo. Al sentir el sabor de aquello, de forma instantánea lágrimas empezaron a surcar por sus mejillas.
— ¡Es-esto es genial! — exclamó, echándose a la boca un puñado de los alimentos. Seung-Gil, no pudo evitar reír ante ello.
La miel en el rostro de la pequeña, trajo a él un recuerdo instantáneo. Bajo la copa de los árboles, allá en el reino, después del festival. El rostro de su servidor se dibujó en su mente, trayendo en él una aceleración de sus latidos, cautivado ante la hermosa imagen de la persona a la que amaba.
Y entonces, la añoranza de estar junto a él nuevamente, incrementó brutalmente. Una sonrisa revestido de cierta tristeza se posó sobre sus labios.
— ¡Nichi!
Se oyó por detrás de ambos. Seung-Gil, se giró de inmediato al oír esa voz femenina.
— ¡Nichi! — volvió a gritar. — ¡pensé que te habían llevado! — de forma frenética empezó a repartir besos fugaces por el rostro de la niña, ante la indiferencia de ésta, la que, solo se dedicaba a masticar las naranjas compradas por el príncipe.
Seung-Gil, arqueó ambas cejas, extrañado ante la situación. Dedujo que, la mujer era su madre o alguna otra familiar, cosa que, no era errónea.
— ¡¿De dónde sacaste esas naranjas?! — exclamó la madre de la pequeña, totalmente pasmada por la escena.
— ¡El señor me las dio! — dijo, apuntando a Seung-Gil, quien, desvió su mirada avergonzado. La mujer, giró su vista hacia el príncipe.
— ¡Muchísimas gracias, señor! — exclamó ella, haciendo una pequeña reverencia al azabache.
— A-ah... no, no es nada, en serio. — susurró avergonzado. Para luego, reincorporarse e intentar huir del lugar. Pero, antes de poder dar un paso siquiera, la mujer le detuvo jalándolo de su ropaje.
— Déjeme agradecer como es debido, señor. — dijo ella. El príncipe, se detuvo por unos instantes, totalmente curioso.
— N-no es necesario... — susurró, para luego, intentar retirarse nuevamente.
— Por favor, señor. — insistió. — no es de mi costumbre no agradecer las buenas accionas.
Seung-Gil, ante la obstinación de la mujer, giró su vista hacia ella. La niña, solo permanecía ensimismada en comer, hurgando las naranjas con la pegajosa miel del jarrón.
La mayor, entonces clavó su vista en los negros ojos del príncipe, entrecerrando sus párpados y permaneciendo estática por varios segundos. El azabache, sintió un gran escalofrío recorrer por su espalda, sintiendo una extraña conexión entre ambos.
La mujer, abrió sus ojos, incrédula. Una extraña expresión se dibujó en su rostro, para luego articular;
— ¿Cree usted haber descubierto todos los enigmas acerca de su origen?
Susurró con suavidad, ensimismada en el rostro de Seung-Gil. El príncipe, arqueó ambas cejas al oír aquella pregunta, totalmente confuso ante ella. Desvió su mirada, presionado ante la tan constante y pesada mirada de la mujer.
— Creo que... es hora de retirarme. — susurró. — con su permiso.
— La autenticidad de su origen aún no ha sido descubierta. Un enigma es aún para usted, lo que en realidad es más que evidente. Tiene a su lado la respuesta, en quien usted menos piensa.
Una terrible sensación de incertidumbre se posó sobre los hombros de Seung-Gil. Sus manos empezaron a temblar ligeramente. Sus labios torcieron sin ninguna razón aparente.
— Un terrible suceso está por ocurrir. La brutalidad del ego rasgará todo a su paso, trayendo la desesperanza y la profunda decepción en quien revestía una capa blanca de ceguera.
El príncipe retrocedió unos pasos al oír aquello. Una expresión de horror se deslizó por su faz. Rápidamente, gira sobre sí mismo, decidido a retirarse del lugar.
— Un dulce y sublime momento, será el precedente para su más larga agonía. El dolor que yace en las blancas y gélidas montañas en medio de la nada, será la causa de su más ansiada venganza.
Un leve alarido de consternación fue emitido por el príncipe, ante la tan fulminante mirada de la mujer. De pronto, una mano se posa por sorpresa en el hombro del azabache, sacándole del trance.
— ¡No la escuches, señor! — exclamó un mercader, situando ambas manos en los oídos de Seung-Gil.
— ¡¿Q-qué...?!
— ¡Ella es una bruja! — exclamó. — ¡te está maldiciendo!
Seung-Gil sintió terror al oír aquello, y, de soslayo, dirige su vista hacia el rostro de la mujer, quien, le observaba totalmente ensimismada, con una expresión de total apacibilidad. El príncipe, sintió un irracional miedo desplegar por su mente.
Niega rápidamente con su cabeza, impulsado por la desesperación. Y, sin pensarlo por mucho más tiempo, se echa a correr de aquel lugar, en dirección al palacio de la familia Crispino.
Pero Seung-Gil dentro de un tiempo, recapacitaría de ello. Y entonces, sabría que no se trataba de una maldición, sino que, de una premonición a lo que se avecindaba.
Sentía el calor de su descontinuada respiración golpear en su rostro. La sangre cálida humedecía en su nuca, sintiendo las gotas descender y golpear la lona de vez en cuando. Una terrible punzada se acentuaba cada pocos segundos en la parte superior de su cabeza, producto del brutal golpe que le llevó a estar en aquel sitio.
Amarrado de manos y piernas, en una plataforma metálica. Sus extremidades estaban en total inmovilidad, al igual que el resto de músculos en su cuerpo. Sus labios empezaron a temblar ligeramente cuando, pudo percibir que no veía absolutamente nada, a pesar de mantener sus ojos ligeramente abiertos.
El sonido del crepitar de llamas rebosantes y que expendían un fuerte calor, era signo de su ceguera provocada por un extraño saco puesto en su cabeza, el que, se hallaba amarrado con un alambre en la parte de su cuello.
Phichit, estaba totalmente inmovilizado, allí, en el calabozo de los ciegos, esperando a un terrible desenlace incierto.
Entre aquel lúgubre y desollador silencio, de pronto, una puerta se oye a lo lejos abrir de forma abrupta, para después, oír esta cerrarse fuertemente. Ligeros pasos siente Phichit acercarse hacia él, los que, se desvanecieron cuando percibió la presencia de alguien frente a él.
— Phichit Chulanont, veinte años.
Una voz masculina; rasposa y muy grave, fue la responsable de aquellas palabras. Phichit, apenas ladeo su cabeza, totalmente hundido en sus sentidos, los que, eran totalmente limitados por el saco en su cabeza.
— Es una lástima, eres apenas un chiquillo.
Resonó entre ambos. Un silencio incómodo se acentuó en la atmósfera. El inquisidor entonces, carraspeó su garganta, para luego articular;
— Nada pasará contigo si cooperas de inmediato. No tengo intenciones de llevar esto muy lejos. Todo dependerá de tu buena voluntad. — dijo Snyder Koch, para luego, sacar desde el bolsillo de su túnica la agenda del príncipe. — ya me han explicado todo el contexto, tú eres el servidor personal del príncipe Seung-Gil, ¿o me equivoco?
Mas Phichit, no dio respuesta alguna. Sus sentidos se hallaban completamente limitados por el saco en su cabeza. Su respiración se tornaba descontinuada, a la par del dolor en su cabeza que cada vez se hacía más y más insoportable.
— Bueno, eres un joven de pocas palabras. Ese es un pésimo precedente. — dijo el inquisidor, abriendo la agenda del príncipe.
El tailandés, sentía como hojas eran deslizadas por los dedos del hombre. Phichit, sintió una terrible e inexplicable corazonada cruzar por su pecho.
El inquisidor, de un brusco movimiento, corta el alambre que mantenía el saco en la cabeza de Phichit, dejando al descubierto, la cabeza del moreno, la que, aún goteaba sangre por el golpe antes dado.
— Supongo que ahora podrás hablar, muchacho.
Dijo el hombre. Y ante ello, Phichit apenas alza su mirada hacia el inquisidor. Sus ojos se hallaban ligeramente abiertos, no pudiendo divisar con claridad la figura del hombre ante él. Su vista era borrosa y no diferenciaba siluetas o rostros, por lo que, sólo podía ver colores dispersos a través de sus ojos azabaches.
— Comencemos.
Phichit, estuvo delirando por unos minutos, con los sentidos totalmente dispersos entre la nada.
« Te amo, Phichit...»
Resonó aquella suave voz por su mente. La voz del príncipe. La voz del hombre al que amaba. Su dulce y tan exquisita voz desplegó una calma inconmensurable por el alma del tailandés, trayendo a él una paz abrazadora.
« Estoy aquí, te protegeré.»
Creyó oír a lo lejos, como una voz fantasmal. Sus ojos vidriosos abrieron apenas un poco más, intentando distinguir la figura del príncipe ante él. Una suave sonrisa, revestida de total ternura y pureza ensanchó en sus labios. Una expresión comparable a la dulzura de un ángel, con ojos revestidos de amor y una expresión de apacibilidad en su rostro.
— Majestad...
Susurró. Y, el inquisidor, abrió sus ojos horrorizados. Un gran alarido de sorpresa emanó desde sus labios. Sintió su mente ser noqueada y su cuerpo paralizar ante tal sonrisa revestida de la características más pura, la que, escaseaba completamente en la brutalidad del tiempo actual. Su respiración empezó a tornarse desesperada, flaqueando ante la dulzura en la sonrisa del tailandés.
Y entonces el hombre, sintió ser dominado por la pureza de Phichit.
De un movimiento, posa una de sus huesudas y ásperas manos en la mejilla del tailandés, acariciándola con suavidad. Phichit, mantenía su pulcra sonrisa inmortalizada en su rostro, creyendo que, aquel tacto, pertenecía al príncipe y no a una persona ajena.
— Vuelva a mí, por favor.
Susurró en un apacible tono de voz. Tan suave que, aquello no fue más que música para los oídos del hombre, el que, se hallaba completamente perplejo ante la tan singular dulzura del muchacho.
Phichit, no podía dilucidar nada a su alrededor. Sus ojos solo distinguían colores sin un margen en claro. Su respiración era débil y descontinuada. Y era por aquella razón que, él, en medio de su delirio, creyó tener al príncipe en frente suyo.
— ¿Qué es esto, Dios mío...?
Susurró el inquisidor, totalmente ensimismado en el dulce semblante del moreno. Con sus huesudas y grandes manos, deslizó sus pulgares por los labios del joven, acariciando con suavidad la tersa y morena piel del tailandés.
Tentación. Deseo. Anhelo.
Su mente se cegó por completo ante aquellos sentimientos provocados por la esencia del moreno, y, de un movimiento impulsado por sus más bajos instintos, apegó sus labios a los de Phichit, totalmente deseoso.
Y fue, en aquel preciso instante, cuando el menor pudo percatarse de la real situación. Sus ojos, abrieron totalmente perplejos y horrorizados. Su mente quedó en blanco, y entonces, pudo él dilucidar;
— No. Él no es el príncipe.
Pensó. Y, un fuerte alarido de desesperación emite Phichit entre medio del brusco beso.
A pesar de ello, el inquisidor no cesó en su acción, profundizando el beso, ignorando por completo los alaridos de Phichit, los que, cada vez eran más y más intensos.
Y el tailandés, entonces recordó: él estaba anteriormente en una habitación del rey, cuando de pronto, Jen le golpeó en la cabeza. Y ahora... ahora él... estaba en el calabozo de los ciegos, totalmente inmovilizado, con sus sentidos debilitados y a la merced de un inquisidor.
Un grito desgarrador es emitido por Phichit, resonando éste fuertemente por el calabozo y ensordeciendo al hombre, el que, de un movimiento brusco, se separó del moreno.
Phichit, empezó a escupir hacia el suelo, asqueado ante el contacto con el hombre. El inquisidor, observó totalmente shockeado la escena, sintiendo como una terrible sensación invadía de forma progresiva en su alma.
Rápidamente, el hombre corre hacia un rincón de la habitación, para luego, sacar de una gran caja de hierro un gran látigo.
Phichit, cuando fijó su vista y divisó tal instrumento, emitió un gran alarido de la desesperación, pensando que, aquello sería para fines de tortura hacia su persona.
Pero, grande fue su sorpresa, cuando vio que el inquisidor se despojaba de sus ropajes, quedando con el torso completamente descubierto.
Y el inquisidor, comenzó a auto flagelarse.
La auto-flagelación; la única forma de purificación.
Un latigazo tras otro, impactando en contra de su espalda. El sonido era ensordecedor e impactante. La sangre no tardó en aparecer en cada fuerte golpe hacia sí mismo. Las púas del objeto comenzaron por desgarrar la espalda del hombre, siendo visible parte de la carne expuesta. Fuertes alaridos del dolor eran emitidos de forma desesperada por el hombre.
Phichit, solo observó shockeado la escena. Sus pupilas temblaban del horror, sus labios separaron, emitiendo pequeños alaridos del desollador miedo que le invadía.
— ¡¡BASTA!! — exclamó Phichit, intentando zafarse de las cuerdas que inmovilizaban su cuerpo. — ¡¡DEJE DE HACERSE DAÑO, VA A MATARSE!!
Exclamó, preocupado ante tal situación. Mas el inquisidor, seguía con su auto flagelación, ignorando por completo la súplica del moreno.
La sangre empezó a gotear a borbotones, impactando por completo a Phichit.
Corrompiendo por completo su inocencia.
— ¡¡Basta, basta, basta!! — pidió entre sollozos, con su voz completamente quebrantada. — ¡¡no se haga más daño, por favor, por favor!!
Un último latigazo resonó de forma brutal en el calabozo. Un gran chorro de sangre impactó en contra de la pared, producto de la velocidad de la embestida. El inquisidor, lanzó un desgarrador grito de dolor, para luego, lanzar el látigo con fuerza hacia el rincón del calabozo. Sus manos se apoyaron de inmediato en el suelo, intentando contener el dolor que sobrepasaba los límites de lo tolerable.
El menor, comenzó a sollozar despacio, estupefacto ante la situación que le aquejaba.
Phichit, no podía creer que aquello estaba ocurriendo. No... no podía estar pasando. ¿Por qué a él...?
De pronto, el tailandés divisa al inquisidor reincorporarse sobre sus rodillas. Sus manos, se juntan, para luego, cerrar éste los ojos y alzar su cabeza, en una forma de oración.
''Tenme piedad, oh Dios, según tu amor,
Por tu inmensa ternura borra este terrible delito,
Lávame a fondo de esta culpa que me carcome,
Y de mi pecado purifícame, oh Dios mío.
Pues mi terrible delito yo lo reconozco,
Mi pecado sin cesar está ante mí;
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Lo malo y la aberración ante tus ojos cometí.
Por éste brujo he sido inducido y tentado en contra de tu palabra,
Yo, pecador, me confieso Dios todopoderoso,
A la bienaventurada siempre Virgen María,
Al bienaventurado San Miguel Arcángel,
Al bienaventurado san Juan Bautista,
A los santos apóstoles Pedro y Pablo,
A todos los santos, y a vosotros, hermanos,
Que pequé, pequé gravemente,
Con el pensamiento, palabra y obra;
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa.
Por eso os ruego a Santa María, siempre Virgen,
A los Ángeles, a los Santos y a vosotros, hermanos,
Que intercedan por mí ante Dios, nuestro señor. ''
Después de recitar aquella oración, el inquisidor se persigna y medita por largos segundos en silencio. Phichit, solo puede limitarse a observar extrañado la escena, sin lograr comprender lo tétrico de la situación.
El hombre, toma entre sus manos la túnica, para luego, volver a vestirse con ella, rozando ésta con las heridas de su espalda, lo que, provocó varios quejidos por parte del hombre.
Posteriormente, el inquisidor a un paso calmado acorta distancia hacia Phichit, quedando justo frente a él.
— Se-señor... — susurra el tailandés. — está usted herid...
Una brutal bofetada impacta en contra del rostro del moreno, resonando aquello por el lúgubre calabozo. El menor, abre sus ojos de la perplejidad. Un alarido del miedo emana desde sus temblorosos labios.
— ¿Po-por q-qué...? — musita, con su voz pendiendo en un hilo. — ¿Q-qué fue lo que hice para estar a-aquí, yo...?
— Eres un brujo. — acusó el inquisidor, fulminando con la mirada el débil semblante del moreno.
— ¿Q-qué? — respondió el tailandés, completamente consternado ante tal acusación. — ¡Yo no...!
— No se explica de otra forma lo que has provocado en mí. — replica. — aquel deseo que me has hecho experimentar, no es sino obra del demonio.
Phichit, negó desesperado con su cabeza. Cerró sus ojos fuertemente, intentando retener el llanto que luchaba por salir despavorido de su garganta.
— Sin embargo... — susurró el hombre. — dejaré que esto pase por alto. Sería una deshonra que todo el mundo se enterase que, el intachable hombre de Dios, Snyder Koch, ha cedido ante un jovencito de malos sentimientos.
— ¿Q-qué...?
— En fin, ahora calla. — ordenó. — te explicaré la razón por la que estás en este sitio y las reglas que haz de seguir.
Phichit le miró con incredulidad, era cierto... ¿por qué él estaba en ese sitio?, ¿qué fue lo que él hizo para merecer tal situación tan traumática?
— Estás aquí por causa de tu príncipe. — musitó. — agradécele a él esta situación tan grata.
— ¡¿Qué?!
Phichit no podía creer lo que oía. No, definitivamente ese inquisidor mentía. Él, no podía estar sufriendo aquella situación por causa del príncipe. Él, el hombre al que amaba, él no... él no habría sido capaz de ponerle en esa situación.
— ¡¡Estás mintiendo!! — exclamó el tailandés, con una rabia fulminante desbordando por su faz. El inquisidor, retrocedió dos pasos, ante la lúgubre expresión del joven. — ¡¡estás difamando el nombre del príncipe!!, ¡¡mentiroso, blasfemo!!
— ¡¡SILENCIO!! — exclamó el inquisidor, ensordeciendo a Phichit por completo. El moreno, no quito su desolladora vista de la del hombre, recriminando el hecho de haber ensuciado el nombre de su amado.
— E-el príncipe... — se detuvo. — jamás sería capaz de entregarme en manos de ustede...
— Hemos descubierto este cuadernillo del príncipe. — interrumpió el inquisidor, extendiendo ante los ojos del menor el objeto causante de toda la situación.
Phichit, abrió sus ojos de la perplejidad. Un alarido de la sorpresa se retuvo en su garganta.
Aquel cuadernillo...
Sí. Definitivamente aquel cuadernillo era del príncipe. Phichit, recordó entonces aquella tarde en la que, él, había planeado su huida del palacio.
Aquella tarde en la que él, hurgaba entre las pertenencias del príncipe, buscando las whitanias somníferas. Él, sostuvo aquel mismo cuadernillo entre sus manos.
Si tan solo Phichit... hubiese sustraído aquel cuadernillo. Todo el terrible desenlace y consecuencias que pronto sobrevendrían, habría sido evitado.
— Te pondré en contexto de esta situación. — dijo el inquisidor, posando sobre el puente de su nariz, unas grandes gafas, para luego, articular;
''...Lo amo más que a mi propia vida. Pretendo protegerlo, sobre todas las cosas. En contra de todo y todos. Pretendo hacerle feliz, incluso si aquello conlleva a mi propia desgracia. Su sonrisa es lo más hermoso que existe sobre este podrido universo. Su alma tan pura y pulcra, es la reencarnación de un ángel sobre este mundo...''
Phichit, al oír la lectura de aquellas palabras, sintió estremecer. Sus labios separaron levemente, emitiendo pequeños suspiros. Sus ojos se tornaron vidriosos y su corazón dio un vuelco.
Sí. Aquellas palabras, eran escritas para él. Phichit, lo supo de inmediato. Esa forma de expresión, aquellas palabras revestidas de ternura... solo podía escribirlas el príncipe pensando en su servidor, al hombre al que amaba con toda su alma.
De Seung, para Phichit.
— Estas aberrantes palabras fueron escritas por el príncipe en este cuadernillo. — dijo el inquisidor, para luego, guardar el objeto en uno de sus bolsillos.
¿Aberrantes palabras?, Phichit no pensaba lo mismo de ello. Para él, aquellas palabras eran la sanación total del príncipe. Su conversión de un infeliz hombre a uno pleno. La transformación de un alma amarga a un alma pulcra y que por primera vez, conocía la sensación de un amor sincero.
Para Phichit, aquellas palabras eran la felicidad del príncipe. Eran la expresión de lo más puro sobre el universo. La expresión del infinito amor que revestía su alma hacia el hombre que había transformado su vida por completo.
— Es evidente que el príncipe está enamorado. — dijo el inquisidor, lanzando una déspota carcajada al aire. Phichit, frunció el ceño ante tal expresión. — Esto es algo bastante grave, ¿sabes?, el príncipe tiene un compromiso con la princesa Sala Crispino, esto es un terrible pecado. — negó con su cabeza, lamentando tan terrible desatino por parte del noble. — ahora, tú, que eres el servidor personal del príncipe Seung-Gil. Tú, que le conoces de cerca. Tú, que eres su hombre de confianza.
Phichit tragó saliva, nervioso. Sabía que es lo que se aproximaría.
— Dime, qué sabes al respecto.
Demandó el hombre, de forma fulminante. Phichit, sintió un aguijonazo cruzar por su pecho. Sus ojos abrieron de la perplejidad y sus manos, atadas por detrás, empezaron a temblar de forma leve.
— Escucha, jovencito. Será mejor para ambos que cooperes con esta investigación. Solo necesito que me confirmes la desviación del príncipe. Ahora, dime; ¿el príncipe gusta acaso de los hombres?
El tailandés bajó de inmediato su mirada, intentando ocultar el nerviosismo que sus temblorosas pupilas extrapolaban. Sus labios torcieron con un ligero temblor, totalmente acorralado ante las preguntas del inquisidor.
El hombre, de un movimiento brusco, toma la barbilla del joven en una de sus manos, para luego, levantarla con fuerza, obligando al menor hacer contacto directo con él.
— Habla, muchacho. — ordenó. — no hay ninguna razón por la que tengas que ocultar información. Tu vida está en juego, por lo que más quieras, habla.
Una lucha interna se desató en el joven. Una disputa entre su valor y su lealtad, entre sus ganas de vivir y su ferviente amor al príncipe.
Un terrible torbellino que quemaba todo por dentro. Que desataba una lucha interna entre su instinto y sus sentimientos.
— N-no sé na-nada...
Susurró tembloroso. El inquisidor, rodó los ojos, exasperado.
— Tu vida está en juego, muchacho. — le recordó. — Habla, por lo que más quieras, hazlo.
— No sé nada...
Volvió a decir. Y, una expresión de ira fulminante se dibujó en la faz del hombre. Phichit, sintió el miedo adherirse a su sentir.
— No juegues conmigo, maldita sea. — aulló. — soy un inquisidor, jamás podrás engañarme. Habla, si es que no quieres que utilice mis tácticas de confesión.
¿Tácticas de confesión?, Phichit supuso claramente cuales eran aquellas tácticas de confesión, pero, sin embargo... Phichit volvió a negar con su cabeza, totalmente convencido de no saber nada al respecto.
— Escucha... — susurró el inquisidor, con la paciencia esfumándose rápidamente. — no necesito que me entregues nombres ni nada. Lo único que requiero, es que me confirmes el gusto del príncipe hacia los hombres, es lo único que necesito, no te pido nada más.
— No sé nada.
Volvió a decir el joven. Y el inquisidor entonces, propinó una fuerte bofetada en el rostro del menor. Un alarido arrancó desde los labios del joven.
— ¡¡Maldita sea!! — gritó, con la furia desbordando.
Phichit, bajó su mirada, invadido por el progresivo miedo que controlaba ahora su expresión en el rostro.
— Mira. — ordenó el inquisidor. — ¡¡Mira!!
Phichit, con sus pupilas temblorosas, levantó su rostro hacia el hombre, el que ahora, sostenía entre sus manos un pesado saco. El joven, miró con temor aquello, desconociendo por completo el contenido del objeto.
— Cien monedas de oro, jovencito. — dijo el hombre, introduciendo una de sus manos en el interior del saco, para luego, extender ante el rostro del joven las monedas. — todas estas serán tuyas.
Phichit, abrió sus ojos de la perplejidad. ¡¿Cien monedas de oro?!, sin lugar a dudas, aquello era demasiado dinero, inclusive para alguien de la alta alcurnia. ¿Qué podría conseguir con ello?, ¡muchas cosas!, embarcaciones, propiedades... ¡e incluso hasta un castillo!
— ¿Y? — interrumpió al menor en sus pensamientos. — ¿qué dices, jovencito?, todas estas monedas serán tuyas, siempre y cuando... me confirmes la enfermedad del príncipe.
Phichit, quedó ensimismado con el brillo de las monedas. Por unos segundos, el calabozo quedó sumido en un profundo silencio.
— No sé nada.
Volvió a decir Phichit. Y entonces, el inquisidor lanzó un bufido de frustración al aire. El joven, empezó a temer por las consecuencias de su osadía.
— Bien, escucha... — susurró. — ¿hay algo que anheles más que las riquezas? — preguntó el hombre. Phichit, arqueó ambas cejas, sin entender la referencia del hombre. — libertad, ¿quieres libertad?
El joven, sintió un aguijonazo de felicidad cruzar por su pecho. Libertad... ¡claro que quería libertad!, pues un hombre libre, es un hombre digno... y sí, Phichit anhelaba profundamente volver a vivir su vida con normalidad, volver a su familia, correr por las praderas, trabajar en la pintura, volver a su lugar de origen.
— Cien monedas de oro para ti y la plena libertad. — dijo fuertemente el inquisidor. — serás rico y un hombre libre. Saldrás de este palacio de inmediato, y ya no seguirás siendo un servidor del príncipe. Con tus riquezas podrás incluso si lo deseas dejar este reino, e iniciar una nueva vida llena de éxitos.
Un intenso brillo se posó en los ojos del moreno. Riquezas, libertad... aquello era sumamente tentador. Un hombre libre y rico, las dos claves para el éxito. Su corazón sintió dar un vuelco. Una tenue sonrisa se deslizó por sus labios, por el solo hecho de pensar que, incluso podría llevar de vuelta a su propia familia junto a él a su país de origen, e iniciar un nuevo negocio con todas aquellas riquezas de las cuales ahora sería dueño.
— ¿Y?, ¿qué dices, muchacho?
Resonó dentro de su cabeza. Phichit, abrió y cerró su boca varias veces, intentando articular palabra alguna, dubitativo. Mas, cuando pudo apenas hablar, articuló;
— No sé nada.
El hombre, dibujó una expresión aterradora en su delgado rostro. Sus ojos profundos y penetrantes, clavaron en el asustadizo semblante del menor.
— ¿Estás seguro? —replicó. — te repito; serás un hombre libre y rico.
— Y yo le repito que no sé nada al respecto.
Dijo con decisión.
Y entonces el inquisidor, pudo observar mejor en Phichit. Su expresión... totalmente revestido de decisión y seguridad en sus palabras.
Phichit, no flaquearía ante lo dicho. Porque, a pesar de que la libertad y las riquezas era algo que ansiaba profundamente, había algo muchísimo más importante para él...
El amor que sentía por el príncipe.
No. Él se lo había prometido. Phichit, recordó entonces su juramente al príncipe, aquella tarde después del festival;
''Yo, siempre estaré a vuestra disposición, así mi vida esté en peligro, así tenga que dar mi último aliento a cambio, yo siempre... estaré a su lado.''
Aquellas palabras calaron profundo en su ser. La lealtad. Su sentido de lealtad hacia el príncipe no tenía límites. El profundo y el pulcro amor que enternecía su expresión en el rostro, cada vez que, los dulces labios de su amado volvían a los suyos.
Phichit, sintió su corazón dar un vuelco. Una tenue sonrisa se posó en sus labios, conmovido ante el recuerdo de la persona que cambió su vida por completo.
Lo amo...
Resonó por su mente. Sus ojos cerraron, y entonces, Phichit espero el desenlace de lo que se aproximaba. Una tenue lágrima deslizó por su mejilla, siendo éste el precedente de lo que traería consigo la infinita lealtad hacia el príncipe.
Porque, no.
Él no podría delatar al príncipe, así todo confabulara en su contra. Así la amenaza del opresor pusiera en riesgo su propia vida. Así su cuerpo ardiese en el calor de miles de llamas en una hoguera.
Él, no podía hacerlo.
Porque él...
Amaba al príncipe.
— Así que has elegido esta opción. — susurró el inquisidor. — es una gran lástima.
Phichit, despacio asintió con su cabeza. Una sonrisa enternecida se posó en su faz, sintiendo como el recuerdo de su amado extendía en su alma el más apacible sentimiento.
— Bien, estoy seguro que de esta forma me dirás algo al respecto.
Dijo fuertemente el inquisidor. Y, de un movimiento brusco, tira de una palanca al costado de la plataforma en la que Phichit yacía amarrado. De forma instantánea, la plataforma cae, situando entonces al moreno boca arriba, con vista hacia el techo.
Y entonces Phichit, supo que aquello era el inicio de la tortura.
De aquella tortura, que sería la conversión de su alma pulcra, en una revestida de desconfianza, trayendo a él, la más profunda decepción en la especie humana.
— ¡Éste es mi juego favorito!
Exclamó el hombre, para luego, dirigirse hacia un costado del calabozo. Phichit, solo mantenía su vista estática en el techo de la mazmorra, pudiendo divisar muy de lejos la luz y el crepitar del fuego rebosante. El joven, sintió como unas pesadas cubetas eran arrastradas hacia él, ignorando por completo todo lo que ocurría.
Phichit, solo permaneció pasmado, esperando el desenlace de su osadía.
Al cabo de unos segundos, el inquisidor llegó a su lado con dos grandes vasijas y un embudo. Phichit, le miró de soslayo. Un ligero temblor se hizo presente en sus manos, asustado ante la incertidumbre de lo que pasaría con él.
— ¿Tienes sed? — entre sus manos agarra el embudo, posicionando éste en la boca de Phichit, obligándole a abrirla. — espero que sí.
Y comenzó el martirio.
El menor, sintió como agua era vertida a través del embudo hacia su boca, obligándolo a tragar el líquido, sin poder mover ni el más mínimo músculo.
El líquido gélido, traspasaba rápidamente por su faringe, esófago y para luego, concluir en su estómago. Durante largos segundos, Phichit tuvo que tragar el líquido, sin poder oponer ni la más mínima resistencia. Sin pausa alguna, el joven tragaba y tragaba, sin poder siquiera respirar.
Diez segundos, treinta segundos, un minuto, minuto y medio, dos minutos, tres minutos...
Tres minutos en los que Phichit pudo apenas respirar. Tres minutos de beber agua de forma ininterrumpida. El joven, sintió como su cuerpo tensó por completo. La tortura había iniciado, pero ésta, estaba recién desplegando sus efectos en Phichit.
— ¿Te gusta? — una gran sonrisa macabra se dibujó en el rostro del inquisidor. Phichit, apenas le miró de soslayo, respirando con total dificultad, sintiendo como el agua saldría disparada por sus narices.
— Ba-basta... — susurró el moreno. — n-no ma-más...
— Claro, como tú lo pidas. — respondió el hombre, vaciando más agua en una gran botella desde los jarrones. — ¿Ahora si deseas hablar?
Phichit, titubeó por unos momentos en emitir su respuesta. La sensación en su estómago empezaba a desplegar sus efectos en él. Sintió como un revoltijo en su interior provocaba pequeñas punzadas. Apenas podía respirar por su boca.
El dolor físico que empezaba a acrecentar en él, le pedía a gritos hablar sobre el príncipe.
Sin embargo, Phichit se negaba rotundamente.
NO. El no hablaría sobre el príncipe. Así su cuerpo ardiese en la más terrible hoguera del reino.
— No.
Respondió el moreno. Y entonces el inquisidor, lanzó una gran carcajada al aire.
— Eso quiere decir que tienes más sed.
Y, nuevamente, el embudo fue puesto en la boca del menor. Phichit, cerró su boca con fuerza, escupiendo el objeto. El hombre, de forma brutal agarró del cuello al tailandés, generando que éste, abriese su boca de forma sorpresiva para tomar aire. Y fue, en aquel preciso instante, cuando el embudo fue puesto en su boca de forma profunda.
Y entonces, el agua empezó a escurrir nuevamente.
Chorros de forma incesante transcurrían por su faringe. El frío líquido provocaba de forma progresiva un terrible dolor en el menor, sintiendo como su estómago, se iba cada vez ensanchando más y más por la cantidad de líquido vertido en su interior.
— Bas-bast...
Pudo apenas Phichit murmurar, cuando de pronto, empieza a atorarse con el líquido. Una tos desgarradora se oye entre las lúgubres paredes del calabozo.
— ¡Me mojaste, maldita sea!
Exclamó el inquisidor. Y Phichit, sintió como el agua se devolvía por su estómago. Un gran chorro de vómito sale por sus narices, provocando que el menor, se ahogara por varios segundos con el mismo.
— A-ah... ah... n-no... — empezó a sollozar despacio.
Phichit, sentía que su alma era desgarrada. Él no podía creerlo. ¿Qué es lo que él había hecho para merecer tal castigo?, ¡¿qué pecado habría el cometido para merecer tal tortura?!
Phichit, sintió decepcionarse del mundo. Él, no entendía como el amar a otra persona podría traer tales consecuencias. Si Dios... él... él planteaba a sus hijos que el amor era el camino, ¿por qué a él por amar se le martirizaba de aquella forma?
Acaso... ¿acaso tener un buen corazón no era suficiente?
— No puedo dejar que devuelvas el agua. — dijo el inquisidor, limpiando el vómito al menor, para luego, empujar nuevamente el embudo en la boca del joven, topando hasta su garganta.
Phichit, empezó a sollozar más fuerte. Miserables súplicas eran emitidas por el menor, entre balbuceos. Mas el inquisidor, hizo caso omiso ante ello, no sintiendo ni la más mínima compasión por el muchacho.
— Una última sesión. Luego de esto, podrás confesarme todo lo que sabes. Toma esto como un castigo a tu necedad.
Y nuevamente, Phichit comenzó a ser martirizado.
Grandes chorros de agua fueron deslizados por el embudo hacia su estómago. Phichit, tragaba y tragaba sin pausa, obligado por sus reflejos y su lucha por no morir ahogado. Intentaba respirar con dificultad, por una fracción de segundos cuando el agua era tragada, hasta que, el próximo chorro llegaba a su boca, obligándole a tragar nuevamente.
Su estómago empezó a crecer. Sus pareces ensancharon y el dolor se tornaba insoportable. Grandes borbotones de líquido salían por sus narices de forma desesperada.
Y Phichit, sintió que moriría.
Su vista se nubló entre el martirio, y, se desvaneció por completo.
El tormento de agua, aparentemente cobraba ya la vida del tailandés.
Lo que pareció una eternidad para él, no fueron más que cinco minutos de inconsciencia. Cuando Phichit despertó, nada había cambiado.
Absolutamente nada. Aquella pesadilla, seguía latente.
Su boca permanecía abierta y tragando el líquido por una cuestión de mero reflejo. El inquisidor, sostenía con fuerza su rostro, obligándole a tragar cada chorro de agua gélida que traspasaba por su garganta hacia su estómago.
Nada había cambiado. Phichit seguiría sufriendo.
El chorro dejó de caer por el embudo. Phichit, pudo entonces apenas respirar. El inquisidor, retiró los utensilios, para luego, observar a Phichit con una expresión de soberbia.
— Has tragado ya cinco litros de agua. — dijo el inquisidor, mientras secaba sus manos con la túnica.
Phichit, permanecía totalmente ensimismado. El dolor en su estómago era de proporciones indecibles. Pudo apenas de soslayo ver las dimensiones de su cuerpo, y fue cuando entonces, vio cómo su estómago yacía con dimensiones totalmente desproporcionadas.
Un horror invadió en su mente. Un sollozo amargo y debilitado arranco desde sus labios. Una leve carcajada fue emitida por el inquisidor.
— Bueno, chiquillo. — susurró el hombre. — entonces hablemos. ¿El príncipe gusta de los hombres?
Resonó por la mazmorra. Phichit, permaneció en silencio por largos segundos. El hombre entonces, carraspeó su garganta.
— Mira, escucha... — habló. — esta tortura está diseñada para matar, ¿lo comprendes?, tu cuerpo será solo capaz de aguantar diez litros de agua, de lo contrario, tu estómago explotará y tus órganos quedarán regados por todo este sucio calabozo.
El menor, sentía su horror acrecentar en cada palabra y en cada terrible sensación asentada en su cuerpo. Su respiración se sentía completamente entrecortada. Gotas de agua se deslizaban desde su nariz hasta su barbilla. Los sentidos de Phichit se hallaban completamente dispersos.
— N-no lo... no... no lo... lo s...
— ¿Entiendes que, si no me das una respuesta favorable en este momento, morirás, verdad?
Phichit sintió un aguijonazo cruzar por su pecho. ¿Morir...?, el aún no estaba preparado para algo como eso...
Phichit, tenía sueños. Grandes sueños.
Desde niño, en Tailandia, Phichit soñaba con conocer nuevos países, nuevos lugares, nuevas gentes...
Ser un pintor en la corte real. Estar al servicio de los reyes y retratar a cada una de las personas que conociera en sus viajes por el mundo. Tener inclusive un hijo...
Porque sí, Phichit...
Él, soñaba inclusive con ser padre.
— Última vez que pregunto. — condenó en un tono fulminante. — ¿qué sabes sobre el príncipe?
Phichit tenía muchos sueños por cumplir. Pero, él también...
Amaba con toda su alma a Seung-Gil. El recuerdo de sus ojos azabaches y penetrantes, de su cabello lacio que le entumecía en lo más profundo de lo utópico. Su piel tan tersa y blanca como la pureza de la nieve. Sus manos gentiles sosteniendo sus miedos. Su primer abrazo. La confesión de sus sentimientos. Su primer beso. La tarde del festival.
Todo devino en su mente como un sublime recuerdo. Una leve sonrisa se deslizó por sus morenos labios. Su corazón aceleró su ritmo, dichoso por el recuerdo del hombre al que amaba.
« Majestad... »
Susurró Phichit en su mente, sintiendo como la tristeza desplegaba por su alma. Y entonces el joven, lamentó dentro de sí;
« Perdóneme por abandonarle a medio camino, no podré acompañarlo por el resto de sus días. Pero en cada instante y en cada pensamiento, yo estaré siempre presente cuidado de usted. Le amo con toda mi alma. »
Una lágrima surcó por su mejilla. Una tenue sonrisa desplegó en sus labios.
« Hasta que la vida nos vuelva a unir una vez más, en otra oportunidad, en otra época.»
Phichit, ladeó su cabeza hacia la fulminante vista del inquisidor. Con sus labios temblorosos y sus ojos apagados, apenas pudo separar su boca, intentando emitir una respuesta.
— N-n... no... no di-di...diré na-nad...nada...
Una ira y rabia indecible recorrió la espina dorsal de aquel sádico hombre. Su ego y su orgullo estaban siendo brutalmente rasgados. Aquella, era la primera vez en que una de sus víctimas, resistía confesar ante aquel nivel de tortura.
El inquisidor, de forma brutal y sin cuidado alguna, atraviesa los labios de Phichit con el embudo, para luego, hundirlo hasta el tope de su garganta. Con sus grandes manos, tomó la cubeta con agua, para luego, verter tres litros de líquido en la boca de Phichit.
Un chorro tras otro, Phichit, sentía como el agua deslizaba por su garganta a la faringe. Su estómago ensanchaba más y más, llegando éste a cuadruplicar su tamaño original. Sus órganos internos se aprisionaban y se re-acomodaban en su interior. Su corazón palpitaba con fuerza, llegando a creer él por un instante, que éste arrancaría de su pecho.
El joven de pulcro corazón y de puros sentimientos, sentía con cada gota de agua, la brutalidad del opresor. Su mente, la que siempre había estado revestida de inocencia y buenos sentimientos, era ahora un terrible torbellino de agonía y desesperación.
De decepción. De desilusión. De tristeza hacia la especie humana.
El dolor era indecible, el ardor en su estómago y el sentir que en cualquier momento estallaría, y que, sus órganos saldrían disparados en todas direcciones.
Y Phichit...
Pidió a Dios morir en aquel instante.
El sufrimiento era tal que, Phichit cedió su espíritu al descanso eterno. Sin oponer más resistencia, él, aflojó su alma hacia Dios, suplicando a éste que por favor le llevase para apagar aquella agonía.
El inquisidor, paró entonces en seco. Arrancando de un manotazo el embudo de los labios de Phichit, incluso llegando a rasgar su garganta de la potencia. El moreno, tenía sus ojos nublados. El agua salía a borbotones desde su boca, rebalsando todo en su interior.
En total, ocho litros de agua vertidos en el interior del joven.
Phichit, estaba ya casi en su límite, dos litros más y él, estallaría sus órganos por todas direcciones, muriendo de forma instantánea.
El hombre, de forma brusca jala una manilla al costado de la plataforma en la que Phichit yacía. De un fugaz movimiento, la plataforma se reincorpora, quedando Phichit ahora de pie, como estaba en su forma inicial.
Un grito desgarrador emano desde los labios del joven. Un dolor fulminante y desgarrador sintió Phichit en su interior, cuando, el peso de su estómago inundado en agua, aprisionó sus órganos internos, especialmente en sus intestinos, en la parte baja.
Sollozos desesperados de la angustia empezó Phichit a emitir, suplicando de forma incesante a Dios que le ayudara, que detuviese aquel calvario que le hundía en la más espesa y desolladora agonía.
— ¡Ma...Mátame!, ¡mátame! — sollozaba apenas. — ¡Dios mío!, ¡mátame!, ¡acaba con mi vida, por favor!
El inquisidor empezó a emitir carcajadas incesantes. Phichit, a su vez sollozaba débilmente, intentando amenizar el indecible dolor que desgarraba en su estómago y sus órganos.
La humillación.
Phichit, jamás se había sentido tan humillado en su vida. Su dignidad, su esencia humana, su honra. Todo, absolutamente todo aquello, era desgarrado de la forma más cruel posible.
Se sintió ridiculizado. Se sintió como un mero objeto del que, aquel sádico hombre, podía disponer a su voluntad.
Y él, sintió por un instante, que no era más que algo sin valor.
— Ba-baño... nece...necesito... baño...
Balbuceó Phichit, entre los alaridos de angustia que resonaban en las lúgubres paredes de la mazmorra.
El inquisidor, arqueó una de sus cejas, sorprendido ante ello.
— Vale, podrás ir al baño. — dijo, acercándose hacia Phichit. — pero dime...
Con una de sus manos, agarró con fuerza el mentón del moreno, levantándolo y obligándole a hacer contacto visual directo.
— ¿Es cierto que, el príncipe gusta de los hombres?
Nuevamente la misma pregunta. Phichit, miró con desprecio al hombre, sintiendo como, un sentimiento antes desconocido para él, crecía en su interior.
ODIO.
Por primera vez en su vida, el joven de pulcros sentimientos, comenzó a experimentar el odio. El odio más espeso y tóxico posible. Su alma empezó a convertir en lo que jamás pensó, y, de un movimiento rápido, Phichit lanza un escupitajo en la cara del hombre.
— Mal...maldito sa-sádico...
Balbuceó apenas, con sus sentidos pendiendo en un hilo. Y, el inquisidor, entonces le desolló con la vista.
De un rápido movimiento, el hombre limpia su cara, para luego, dirigirse hacia el rincón de la mazmorra, hurgando en la caja de hierro.
Grande fue la sorpresa de Phichit cuando, el hombre regresó hacia él con el mismo látigo con el que había practicado la autoflagelación.
— Vo-voy a... a...
Intentó Phichit decir, pero, un terrible e intenso dolor penetró en su piel. Un primer latigazo recayó en sus costillas, sonando el golpe por la extensión del lugar. Un grito ahogado aferró Phichit en su garganta, producto del dolor provocado por el flagelo y su estómago a punto de reventar.
— ¡B-ba-bast...!
Y otro fuerte latigazo recayó ahora cerca de su entrepierna. Phichit, lanza un grito desgarrador por el dolor producido. Una fuerte punzada sintió en la boca de su estómago, similar al de un aguijonazo atravesando en su piel.
Su estómago, no aguantaba más la presión de los ocho litros de agua en su interior. El cuerpo de Phichit, pronto colapsaría.
Y todo acabaría.
Entonces, otro latigazo es propinado al menor. En pleno rostro el flagelo impacta con fuerza, pasando a llevar el labio del moreno, produciendo en él, un corte, del que, empezó a brotar sangre a borbotones.
El cuerpo del moreno, no aguanto más. Sus reflejos se vieron sobrepasados y ya no había fuerzas para retener nada.
Siquiera su propia dignidad...
Phichit, vació su vejiga por completo. Sus ropajes empezaron a humedecer por la orina que descendía a chorros desde su entrepierna.
El inquisidor, quedó estupefacto ante la reacción en el joven.
Y Phichit, sintió que su dignidad era pisoteada por completo cuando, el hombre, empezó a reír de forma frenética por el vergonzoso acto que el moreno protagonizaba.
Pero él, ya no podía más.
Una sensación de alivio fue ganando terreno en su antes tenso estómago. De a poco iba disminuyendo su volumen, ya que, anteriormente cuadruplicaba éste su tamaño original.
Sin embargo, a pesar de lo placentero que era aquella sensación, Phichit sentía que, con cada gota de orina, un poco más de su dignidad era arrebata.
La mirada soberbia y las frenéticas risas en la boca del inquisidor, traía en Phichit, una sensación de profunda vergüenza. El joven, bajó su rostro de inmediato, intentando ocultar las lágrimas que descendían por sus mejillas.
— ¡¡Todo esto no habría ocurrido si desde un principio hubieses acusado a ese príncipe!!
— ¡¡ESO JAMÁS!!
Exclamó el moreno, clavando su vista de forma desolladora en el inquisidor. Sus ojos, antes revestidos de una ternura indecible, ahora estaban invadidos de un rencor fulminante.
Su respiración se tornó agitada y sus manos se fundieron en dos puños desde su espalda.
— ¡¡Eres un maldito sádico!! — gritó. — ¡¡tú no eres un servidor de Dios!!
Entonces el estómago del joven, volvió a su tamaño original, cuando, la orina dejó de descender por sus piernas. Varios suspiros de alivio fueron emitidos por Phichit al concluir aquello.
— ¿Qué has dicho? — le recriminó el inquisidor, enrollando el flagelo ensangrentado en una de sus manos. Su vista se clavó con furia en el herido semblante del muchacho.
— L-lo que has oído. — replicó. — ¡tú no eres un servidor de Dios!
— ¡Maldito predicador herético!
— ¡Dios es amor! — exclamó Phichit. — ¡Dios jamás permitiría que sus hijos sufrieran de ésta forma!
— No sabes nada sobre Dios. — dijo de forma fulminante, tomando nuevamente la barbilla del joven, con fuerza. — el dolor físico purifica el alma de quienes incurren en el pecado.
— ¡El dolor físico solo genera tristeza en las personas! — replicó el joven. — ¡ustedes, inquisidores, siempre disponen de los más desfavorecidos a su antojo!, ¡las personas merecen respeto!, ¡todos somos iguales!
— ¡¡CALLA!!
Varios latigazos fueron propinados con furia en el débil cuerpo del joven. Desgarradores alaridos de agonía resonaron de forma brutal en el eco producido por la extensión de la mazmorra.
— ¡¡Es por vuestra causa que esta época está sumida en la oscuridad!! — exclamó Phichit, entre alaridos, mientras era flagelado por el inquisidor. — ¡¡las personas queremos ser libres, queremos poder amar a quién nuestro corazón elija, queremos ser dueños de nuestros propios esfuerzos, queremos vivir!!
— ¡¡CÁLLATE, HEREJE!!
El rostro de Phichit empezó a cambiar su forma original. Sus antes tersas mejillas, comenzaron por inflamar producto de los incesantes golpes, su ojo izquierdo, estaba ahora ensangrentado. Por su respingada nariz, ahora caía un hilo de sangre.
— ¡¡Us-ustedes se excusan bajo el nombre de Dios para disponer de sus más ba-bajos instintos!! — gritó con furia. — ¡¡tú no eres un servidor de Dios!!
Una expresión de ira desbordante cruzó el rostro del hombre. Su ego, estaba siendo ahora mismo desgarrado por las ciertas palabras de aquel jovencito. Él, él era Snyder Koch, el hombre más respetado de la iglesia católica en aquel reino. Y nadie, ni siquiera aquel mocoso con aires de grandeza, diría aquellas cosas acerca de su intachable labor eclesiástica.
— Tienes razón...
Susurró el hombre, con una macabra sonrisa en su rosto. Phichit, sintió estremecer ante la expresión tétrica en su faz.
— Yo... yo no soy un servidor de Dios...
Musitó, bajando su vista hacia el suelo. Phichit, quedó totalmente pasmado ante tal confesión.
— Porque yo... yo...
Una terrible expresión empezó a tornarse evidente en el rostro del hombre. Phichit, sintió un horror desbordante invadir en su cuerpo.
— ¡¡PORQUE YO SOY EL MISMÍSIMO DIOS!!
Exclamó enloquecido. El flagelo entre sus manos se alzó con fuerza sobre la cabeza de Phichit. El menor, abrió sus ojos perplejos del horror.
— ¡¡Maldito hereje!!
Y un latigazo fue propinado con una fuerza brutal y desmedida en pleno rostro del tailandés. Phichit, no emitió alarido alguno, quedando por unos segundos en shock, ante tal fuerte impacto. El dolor experimentado por el menor, sobrepasaba el umbral de lo sensorial y tolerable.
— ¡¡Eres un predicador herético!!, ¡¡brujo!!, ¡¡pecador!!
Repetía de forma incesante. Aquella sonrisa macabra no desaparecía de su rostro. Al parecer, Phichit había sacado a relucir en el inquisidor, sus más bajos instintos criminales.
— ¡¡Tú!! — exclamó — ¡¿por qué te niegas a confesar?!, ¡¿por qué desistes de acusar al príncipe?!, ¡¿por qué no cedes ante la voluntad de Dios?!
Un lúgubre silencio invade en la mazmorra. Y entonces, Phichit levanta apenas su vista hacia el hombre. Una tenue sonrisa se dibuja en sus labios, para luego, articular;
— Porque el príncipe... él...
Se detuvo, viniendo a su mente los recuerdos con el príncipe. Ante él, imágenes fantasmales se extendieron y desplegaron un sinfín de sentimientos. La sensación del beso, el calor de un abrazo, la pasión desbordante que le invadía al recordar siquiera el calor de su amado...
— Koon bpen kon dieow tee pom ror koi krap...
« ... Es la persona por la que estuve esperando. »
Susurró en su idioma nativo. Una sonrisa llena de apacibilidad, desplegó en él una paz abrazadora. Cerró sus ojos, dibujando en su mente el rostro de su amante.
No. No era una aberración.
El amor que él, sentía hacia el príncipe, era lo más hermoso del mundo. Phichit, no podía comprender siquiera, el por qué aquello era llamado una aberración. El amor, aquel sentimiento tan pulcro y desinteresado, aquel sentir tan desbordante y lleno de felicidad.
Aquello...
Aquello no podía ser llamado aberración. Porque...
Aberración era lo que ellos hacían a los más desfavorecidos; la tortura, el asesinato, la deshonra, el abuso...
— ¡¡Estás hablando en lenguas extrañas!! — exclamó el inquisidor, retrocediendo con miedo. El joven, sólo le observó con indiferencia. — ¡¡sabía que eras un brujo, un maldito brujo!!
Phichit, sólo mantuvo su vista cansada hacia el rostro del inquisidor, quien ahora, le observaba con total asco.
— Habla. Di todo lo que sabes, ¡maldita sea! — exclamó exasperado, por no lograr la confesión del menor. — ¡¡habla, dime todo lo que sepas!!
— No sé nada. — volvió Phichit a decir. Reafirmando su posición acerca de guardar silencio.
— ¡¡HABLA!! — gritó de forma desgarradora el inquisidor, tomando a Phichit por el cuello con fuerza. Un hilo de saliva se deslizó por la comisura de los labios del joven. — ¡¡Venera a tu Dios, da honra al inquisidor, al hombre más cercano a Dios!!
— ¡¡NUNCA!!
Exclamó Phichit, moviendo apenas su cabeza ensangrentada, para luego, apoyar sus dientes en la mano del inquisidor, mordiéndola con fuerza.
El hombre, lanza un grito ensordecedor en el calabozo. De un movimiento rápido, una bofetada es inyectada en la mejilla de Phichit, con una fuerza totalmente desmedida.
Un agudo alarido resuena por el ambiente.
— Ja-jamás... — musita Phichit, sintiendo que su cuerpo ya llegaba al límite. Sus piernas flaqueaban y su vista nublaba cada vez más. Un dolor intenso sentía en su cuerpo, y su rostro, estaba totalmente hinchado de los latigazos. — ... jamás... daré honra a un asesino. Al mismo q-que... ha arrebatado con sus malditas manos los sueños de la gente. El mismo que, ha dejado huérfanos a niños y niñas. No daré jamás honra al opresor, al mismo que, perpetra sus abusos en contra de los más desfavorecidos en nombre de un ser que solo predica el amor. Jamás, así mi vida deba ser cobrada, daré honra a un ser sádico y maligno. Nunca, mientras yo viva, daré ofrendas a quien ha sumido en la humanidad en la más terrible desolación y agonía. Jamás...
Un gran suspiro es emitido por sus labios, intentando contener la vehemencia que en aquellos momentos desbordaba su espíritu de justicia social.
— Entregaré al príncipe. Así mi vida deba ser cobrada. — dijo con fuerza. — porque tú... tú no eres un servidor de Dios. Eres un ignorante del verdadero significado del mensaje de Dios; el amor.
El inquisidor, sintió ser ridiculizado por las palabras del joven. Su sádico ego, revestido de una falsa fe, fue desgarrado por cada palabra entonada por el muchacho, el que, no tenía más que solo razón en todas sus palabras.
El hombre, sintió un terrible nudo en su garganta. Carraspeó fuertemente, intentando disuadir aquella sensación humillante que desplegaba por su ser.
— No eres más que un predicador herético...
Murmuró, con los dientes rechinando y los puños formados como rocas. Una rabia fulminante sintió el hombre recorrer por su espina.
— ¿Sabes que ocurre con quienes predican ideales herejes?
Phichit, alzó apenas su vista debilitada hacia el hombre, el que, ahora daba la espalda al menor.
Y entonces el tailandés, apenas divisa al inquisidor hurgando entre la caja de hierro. Una terrible corazonada cruza por su pecho, provocando en él una sensación de creciente angustia.
Algo terrible ocurriría. Eso era lo que su corazonada decía.
El hombre, entonces se reincorpora por completo, mostrando entre sus manos un extraño artefacto de mediano tamaño. De forma lenta, el inquisidor acorta distancia hacia Phichit, quedando luego, de pie frente a él.
Una gran sonrisa revestida de sadismo se dibuja en los labios del hombre. Una mirada cargada de un odio fulminante es dirigida hacia el muchacho herido.
— Ésta pequeña que tengo entre mis manos, es mi favorita para predicadores heréticos como tú, joven.
Dijo, entonando cada palabra de forma fuerte y segura. Phichit, apenas podía divisar el objeto entre las manos del hombre. Su cansancio y la pérdida de sangre estaban ya desplegando sus efectos en el menudo cuerpo del joven.
— Quiero presentártela. Estoy seguro que no volverás a olvidar jamás su nombre.
De forma suave, el hombre dirige el objeto hacia las mejillas de Phichit, acariciando el frío metal de la pieza en contra de sus mejillas heridas. El menor, emite varios quejidos de dolor ante el tacto.
— Phichit, te presento a...
Una sonrisa macabra se inmortaliza en sus labios. Phichit, siente un terrible temor reverencial invadirle.
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... La pera de la angustia.
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La pera de la angustia. Aquel instrumento que, sería el precedente para la más terrible agonía de Phichit. Su alma pulcra y revestida de inocencia, sería corrompida por completo, por causa del tan terrible instrumento. Lo que la pera de la angustia provocaría, no sólo traería consecuencias en Phichit, pues, ésta, desataría una serie de sucesos que marcarían por completo el desenlace de esta historia.
Bien, vamos por parte...
1° Sé que deben estar odiándome, pero, esto es parte de ser ficker xD así que... quiero que sepan que estoy sufriendo casi tanto como ustedes. Mi consumo de cigarrillo incrementó un doble con este capítulo, me puso nerviosa escribirlo e imaginar las situaciones. (Además que amo a Phichit, él es mi hijo ficticio y verlo sufrir también me duele, pero es necesario para el desarollo de esta historia)
2° ¡Como ya se habrán dado cuenta! (?) este fanfic está participando en el UFAwards 2017, en la categoría de Misterio/Suspenso. (fue en la única categoría que pensé podría calzar, porque no había otra de angustia/tragedia, pero esta historia tiene ciertos matices de misterio y suspenso, así que bien.
3° Busquen por ustedes mismas que es La pera de la angustia, creo que si pongo su definición, no será tan impactante si ustedes la buscan, así que, manos a la obra. uvú
4° Agradecimientos especiales a LeeSeungGil por ayudarme con la frase en tailandés que dice Phichito. Muchos abracitos para ti~
5° El capítulo estuvo violento y soy consciente de ello, aún así, espero haya sido de vuestro agrado.
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