Ocho.
ANTES DE LEER;
1° ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escenas con descripciones explícitas de violencia, podría herir la sensibilidad de algún lector.
2° Capítulo más largo de lo habitual.
3° El video que he puesto arriba, es lo que ambienta la escena de la catedral, solo eso puedo decir.
4° No hay glosario porque estaría haciendo spoiler de forma innecesaria.
Sin más que decir, espero puedan disfrutar el capítulo. Léanlo con tiempo.
¡Buena lectura!
El acero impactó de forma abrupta en la madera. Un silencio agónico se acentuó por una milésima de segundos. Un grito desgarrador desplegó por el lúgubre ambiente de la mazmorra. El llanto desenfrenado y los alaridos de agonía se desprendían de su boca junto a sus últimas esperanzas de seguir con vida.
— ¡¡Mataste a Guang!!
La agonía y el desconsuelo no parecían dar tregua en sus incesantes sollozos. Varios bramidos de rabia y desolación desprendían con vehemencia. El sentimiento de su mundo desmoronar ante su presencia se adhería a su desollador sentir.
— ¡¡Me has arrebatado a la única persona a la que amaba!!
— Cierra la boca, muchacho estúpid...
— ¡¡Maldito asesino!!
Exclamó con total desprecio. Sus palabras revestidas de agonía y rabia indecibles, chocaban entre las cuatro paredes del tétrico calabozo, ensordeciendo por completo al guardia.
Leo, sentía que su alma era inundada de un espeso veneno letal. Una mezcla de sentimientos destructivos desplegaron dentro de él, corrompiendo por completo las buenas sensaciones que el amor de Guang había traído a su vida.
Y entonces él, sintió por primera vez el querer acabar con la existencia de alguien. De destruir con sus propias manos a quien fue capaz de arrebatar de su lado al único gran amor de su vida y a quien le mantenía con las esperanzas de seguir a pesar de lo lúgubre de los tiempos.
El sentimiento de venganza se asentó en Leo. Y entonces, la toxicidad y el rencor fue invadiendo de forma progresiva en su ser.
Matando de a poco los buenos sentimientos que el amor de Guang había entregado a su alma.
— ¿Le-Leo...?
Resonó sutilmente.
Un murmullo tenue y tembloroso delineó aquella palabra. Leo, aún con el saco puesto en su cabeza, levantó la vista, intentando asimilar lo que estaba pasando. Sacudió su cabeza exasperado. Un leve alarido de sorpresa arrancó de sus labios.
¿Aquello había sido la voz de Guang?
No... imposible. Guang había sido asesinado en aquel instante. ¿Quizá Leo ya estaba delirando?, ¿quizá sus ansias de creer que la situación no era real, estaba trayendo a su mente los últimos recuerdos de su amado?
Leo, lanzó un grito con exasperación al aire. Sus manos temblorosas, subieron de inmediato a su cabeza, presionando con fuerza. Empezó a ladear su cabeza con desesperación, intentando remover de su mente los delirios que le perturbaban. El guardia, solo se limitaba a mirar al joven con una expresión divertida en su rostro.
— ¡Bast...!
Intentó gritar. Mas, de un movimiento sorpresivo, Leo siente su cuello ser rodeado por unos firmes brazos.
Y entonces, él supo de inmediato lo que ocurría...
— ¿Gu-Guang...?
Musitó perplejo. Y entonces, aquellos brazos se aferraron con fuerza a él. Un cuerpo tembloroso y cálido encajó con el suyo. Y Leo, sintió su alma volver al cuerpo por un instante.
— Leo... — se oyó un leve susurro. — ... él no me mató.
Por debajo del saco, Leo abrió sus ojos de la impresión. Sus ojos antes temblorosos, cristalizaron por completo. Y, de un movimiento fugaz, rodeó a Guang con frenesí.
— ¡¡Guang!!
Un fuerte sollozo arrancó de sus labios. Una sonrisa radiante se desplegó en su faz por debajo del saco. Con vehemencia se aferraba al menor, acariciando su rostro con las manos desnudas, palpando cada tierna facción del joven chino.
— Guang, Guang, Guang... — repetía de forma incesante, sin poder creer lo que estaba ocurriendo.
— Tra-tranquilo... — el menor socorrió las manos temblorosas de su amado, repartiendo pequeños besos fugaces en ellas. — él no me mató, estoy bien...
— Ya, mucha cháchara. — interrumpió el guardia. Rápidamente acortó distancia con los jóvenes, para luego, tomar a Leo por sus ropajes de forma brusca, arrinconándolo en la mesa de madera. — Ahora es tu turno. — sentenció, posicionando a Leo de la misma forma en la que Guang estaba anteriormente.
— ¿Q-qué está pasand...?
Otro hachazo se oyó ensordecedor por la mazmorra. Leo, sintió su cuerpo tensar brutalmente ante tal tétrico sonido. El ruido de una pieza de metal resonó en el suelo. Y entonces, Leo logró entender lo que ocurría.
De un movimiento rápido, el saco es retirado de la cabeza de Leo. El joven, con susto se reincorpora y retrocede del guardia. Su vista se clava en el hombre, totalmente perplejo, exigiendo con la mirada alguna explicación al respecto.
— ¿Q-qué está pasando...? — preguntó confuso. — ¿A-acaso no debías matarno...?
— No. — respondió el guardia. — no por ahora.
El guardia real, había utilizado el hacha básicamente para desprender el firme metal que se adhería en la zona del cuello y que sujetaba el saco, pues, de lo contrario, no habría sido posible dejar sus rostros al descubierto. La fuerza que había sido empleada para amarrar los alambres que sujetaban la lona, había sido excesiva.
Guang, de un movimiento rápido, se reincorpora del suelo y corre hacia los brazos de su amado. Y ambos, se funden en un profundo abrazo. El guardia, hace una mueca de desagrado ante ello.
— ¿Por qué no nos ha matado? — preguntó el joven chino. — ¿acaso no eran esas las órdenes del rey?
— Sí. — respondió el guardia. — esas eran las órdenes del rey en un principio.
— ¿Cómo...?
El guardia rodó los ojos. Un suspiro de exasperación es emitido por él. De un rápido movimiento, se sienta sobre la vieja mesa de madera, cruzando sus brazos.
— Esa noche en que ustedes fueron descubiertos besándose, el rey actuó de forma impulsiva. — explicó.
— ¿A... a qué se refiere? — preguntó Guang.
— Verás... — musitó, rascando su nuca. — el rey es de respetar el dominio de los servidores. Y, según me explicó el soberano, ustedes no son sus servidores, sino que son del dominio del príncipe Seung-Gil, ¿o me equivoco?
— Sí, de hecho estamos bajo el servicio del príncipe. — respondió Leo.
— Bueno, esa es la razón por la que el rey ha desistido de su primera orden. Esa noche él actuó de forma impulsiva. Nos ha dicho que por ahora les tengamos cautivos en el calabozo que corresponde a los servidores del príncipe, y no al calabozo de los ciegos. Entonces aquí ustedes esperarán a que el príncipe llegue del viaje junto a su prometida, y él será quien decida que condena aplicar a vuestras aberraciones.
Una expresión de alegría se dibujó en ambos. Un fuerte abrazo fundió sus cuerpos, dichosos ante tal noticia.
— ¡Hey! — exclamó el guardia. — ¿y por qué tan alegres?
— ¡Porque no moriremos! — exclamó el menor.
— ¿Y quién les ha dicho que no morirán?
De un salto, el guardia baja de la mesa. Con una expresión lúgubre, se acerca a ambos, iniciando una caminata por alrededor de ellos, como un felino acechando a su presa.
— ¿Realmente piensan que el príncipe los dejará con vida? — preguntó sarcástico. Leo y Guang abrieron sus ojos de la perplejidad. Una sonrisa burlona se deslizó por la faz del hombre. — ¿en serio piensan que el príncipe será misericordioso con ustedes?
— N-no perdemos nada c-con mantener las esperanzas... — susurró Guang.
Una carcajada sonora y revestida de mofa desprende de la boca del guardia. Otra mirada de acecho se clava en Guang y Leo.
— ¡El príncipe es tan sádico como su padre! - exclamó el guardia. — ¡él no tendrá piedad al condenarlos de la peor forma posible!
— ¡N-no perderemos las esperanzas hasta escuchar la condena de la propia boca del príncip...!
— Qué ingenuo, muchacho. — musitó con pena. — de verdad, les aconsejo que disfruten sus dos últimos días de vida en este sucio calabozo. El príncipe es un hombre sin corazón, no les dejará con vida. ¿Qué les hace pensar que él es diferente a su padre?, ¡por favor!
El guardia real no tenía más que solo razón en sus palabras. O eso, es lo que Guang y Leo pensaron en un principio. El príncipe, era casi tan sádico como su padre. ¿Cuántas veces él mismo había ordenado el fusilamiento de muchos de sus servidores?, inclusive ellos mismos habían sido testigos de tales acciones carentes de misericordia por parte del noble. ¿Qué le haría proceder de forma distinta ante ellos?, era obvio el desenlace que todo tendría.
El príncipe Seung-Gil llegaría de su viaje en dos días más, y ellos, entonces serían objeto de su terrible condena.
— ¡Já! — una mofa arrancó de la boca del guardia, ante la lúgubre expresión en los rostros de los jóvenes. — veo que ya han entendido el mensaje. Es mejor para ustedes muchachos. No se hagan ilusiones, no es como si el príncipe fuese su salvador o algo por el estilo, él disfruta viendo sufrir a las personas. — dijo, para luego, dirigirse hacia la gran puerta de hierro que daba hacia el exterior de la mazmorra. — Nos vemos en dos días más, cuando el príncipe ordene vuestro fusilamiento, hasta entonces, estaré afilando el hacha para ya saben ustedes qué.
La pesada puerta de hierro ensordeció a ambos con su fuerte ruido. Ellos, se hallaban perplejos y estáticos entre el lúgubre ambiente del sitio. Leo, de un movimiento no premeditado, se lanza de rodillas en el suelo, delineando el sucio y húmedo suelo con sus perplejas pupilas.
— N-nos va a... a matar...
Susurró con su voz pendiendo de un hilo. Sus manos se aferraron con fuerza en el piso, enterrando sus uñas entre la húmeda tierra. Guang, se arrodilló junto a Leo, rodeando a su amado con sus nobles brazos, intentando retener el miedo que ahora invadía a ambos.
— Todo estará bien... — susurró de forma apacible.
— ¡¿Cómo lo sabes?! — exclamó Leo, consternado. — ¡él nos va a matar!
— No lo hará, Leo, estoy segur...
— ¡¿Qué te hace pensar que él tendrá piedad de nosotros?! — aulló. — ¡es un maldito sádico!
Guang desvió su mirada apenado, sin saber que responder ante las acusaciones del mayor. De pronto, un recuerdo cruzó por la extensión de su pensamiento, sus ojos abren de forma ligera, señal de una luz ante su agonizante situación.
— ¿Te has percatado que... el príncipe ha estado actuando de una forma distinta últimamente? — musitó el joven chino.
— ¿A... a qué te refieres? — respondió Leo, alzando su vista hacia Guang, confuso.
— Ha sido más amable con nosotros. La forma en que nos dirige la palabra al momento de darnos tareas u órdenes. Ya no ordena el fusilamiento de alguno de nosotros. — recordó. — inclusive, ¡el día de su cumpleaños nos dio la tarde libre y nos vistió de lindos ropajes!
Leo no pudo evitar reaccionar sorprendido ante lo dicho por su amado. Sus ojos entrecerraron, señal de la sospecha que se asentaba en su mente.
— No lo sé, Guang... — musitó. — realmente quisiera pensar en esa posibilidad, pero... él es un noble, ¿qué misericordia tendría de unos sucios servidores?
— Leo...
— Quiero creer en lo que dices, pero no puedo.
Una expresión de ira se dibujó en la faz de Leo. Guang, sintió dolor ante ello, pues su amado, no solía tener un comportamiento como ese, siendo siempre demasiado alegre y dócil.
— Leo... — susurró el joven chino. — no pongas esa cara, por favor.
— ¿Y qué cara quieres que ponga, Guang? — respondió desganado.
— ¡Ésta!
De un movimiento rápido gira el rostro de su amado hacia el suyo. Una sonrisa radiante revestida de ternura se posó en el rostro del menor, intentando amenizar la tristeza de su amado.
Y Leo, sintió una ternura indecible desperdigar por su pecho. Y entonces...
La amargura se esfumó.
De un movimiento fugaz, toma a su novio por sus tersas mejillas, para luego, depositar sus labios en los del menor. Una radiante sonrisa se posó en ambos.
— Un calabozo no es un lugar muy romántico para esto, ¿o sí? — susurró Guang entre risas, depositando de forma fugaz otro beso en los labios de su amado.
— Cualquier lugar es romántico a tu lado. — respondió Leo, rodeando al menor con sus brazos, fundiéndose ambos en uno solo.
Y aunque, la atmósfera lúgubre de la mazmorra solo podía traer agonía y desesperación a quien permaneciera en ella, Leo y Guang, sobrepasaban cualquier situación que estuviese en su contra.
Porque ellos, habían entendido que, estando juntos, la brutalidad de los tiempos no desplegaría en ellos los malos sentimientos. Porque su pulcro amor, revestido de una historia de superación y del más sincero cariño, era suficiente para hacer caso omiso a la ignorancia del sistema imperante, el que, condenaba a las personas solo por ceder ante su instinto natural de amar.
Y ellos, a pesar de la lúgubre situación, no negarían ni cederían su voluntad ante el opresor y la ignorancia.
Porque...
Su amor era mucho más fuerte que cualquier amenaza hacia su acto de osadía y rebeldía.
Y de ello, sería testigo todo el mundo...
... Inclusive Dios.
El sadismo en la expresión del hombre era desbordante. Sus ojos azulados y sombríos se clavaron con un placer enfermizo en el débil semblante del muchacho malherido. Con frenesí, acariciaba el frío metal de las tenazas que alargaban desde el centro de la pera de la angustia, intentando retener sus ansias por iniciar rápido con la tortura de la que sería víctima el joven de pulcros sentimientos.
— ¿Q-qué... qué piensa usted...? — balbuceó apenas Phichit, sintiendo como el miedo desperdigaba de forma apresurada en su interior. Sin lugar a dudas, ese raro instrumento en manos del inquisidor era terrorífico.
— Tranquilo. — espetó con fuerza. — esta pequeña te ayudará a limpiarte de todos tus pecados. — susurró, girando una manivela que se extendía por debajo del instrumento. — todo lo que has dicho no es más que una terrible ofensa hacia Dios. — dijo entre dientes.
El instrumento en manos del hombre era la llamada pera de la angustia. Un objeto que estaba formado por una manivela en su parte inferior. El instrumento de tortura, tenía una forma similar a la de una pera, la que, estaba revestida de filudas tenazas que, eran capaces de desgarrar todo a su paso.
— Purificaré tu alma del pecado. Has ofendido a Dios de la peor forma posible. Agradece mi misericordia y mis intenciones de purificar tu alma hereje.
Espetó. Y, de un movimiento rápido, el inquisidor gira por completo la manivela del objeto, y entonces, las tenazas de la pera abren por completo, dejando al descubierto el terrible poder destructivo que poseía.
Phichit, abrió sus ojos horrorizado. Impulsado por el miedo que acrecentaba en su interior, con movimientos torpes, intentó zafarse del amarre de sus extremidades, cosa que, fue completamente inútil.
— ¡¡AYUDA!! — exclamó horrorizado. — ¡¡ALGUIEN AYÚDEME!!
Desesperado emitía gritos de auxilio. Su débil y menudo cuerpo, era controlado por un incesante temblor, signo del pavor que produjo en él tan macabro instrumento de tortura. Fuertes alaridos del miedo desprendían de su boca, efecto de la desesperación que le desgarraba por dentro.
— Nadie va a escucharte. — dijo el inquisidor, cerrando nuevamente la extensión de las tenazas.
— Po-por favor... n-no... señor... no... — suplicaba Phichit entre sollozos, intentando apelar a la nula humanidad del inquisidor.
— Me agradecerás esto en un futuro. Tu alma será purificada a través de ésta pera. — insistió. — ahora, abre la boca.
El hombre, a paso lento acorta distancia con el joven. Con una de sus manos, aprieta con fuerza la barbilla herida del moreno, para luego, hacer presión con la pera en los labios del muchacho, intentando introducirla en su boca.
Phichit, cierra sus labios con fuerza, obstruyendo el paso del objeto hacia el interior de su cavidad bucal. Fuertes alaridos de la desesperación se atascan en su garganta, de forma desgarradora.
— ¡¡Maldito hereje, abre la boca!! — exclamó, con la ira controlando en su psíquis. Con una fuerza desmedida, presiona la punta de la pera en los labios de Phichit, intentando abrir paso hacia el interior del muchacho.
Mas el joven, se resistió nuevamente.
De forma incesante, empezó a ladear su cabeza, dificultando las maniobras al inquisidor. Sus ojos azabaches se hallaban inundados de lágrimas. Sus pupilas horrorizadas no cesaban de temblar a causa del pavor.
— ¡¡Maldito seas!! — un grito desgarrador se extiende por el lúgubre sitio. Su mirada desolladora se clavó en el débil semblante del muchacho. — ¡¡Abre tu maldita boca!!
Y, con una de sus manos, el hombre obstruye las fosas nasales del moreno, utilizando una fuerza desmedida. Phichit, siente que su respiración es coartada por completo.
— De esta forma, tendrás que en algún momento abrir tu boca para conseguir respirar. — una sonrisa macabra se desliza por su faz, ante los alaridos de súplica del muchacho.
— Mmhh...mmhh... — Phichit, solo puede limitarse a sollozar despacio. Alaridos de agonía se atascan en su garganta, produciendo un ahogo cada vez más intenso y desesperante.
Y entonces él, sintió que desvanecía de a poco. A causa de su malherido cuerpo y sus inexistentes fuerzas, Phichit no puede zafarse del agarre del inquisidor.
— ¿Ya ves a lo que hemos llegado? — preguntó el hombre, acechando al joven con su mirada, la que, desprendía un sadismo desbordante. — si tan solo hubieses acusado a ese príncipe, nada de esto estaría ocurriendo.
No. Definitivamente ese hombre no conseguiría que Phichit se arrepintiese de su decisión. Él, había obrado desde lo más sincero de su corazón. Así él, tuviese que dar su último aliento a cambio, él no delataría al príncipe.
Porque su sentido de la lealtad iba mucho más allá de lo pensado. Porque su amor por el príncipe, excedía inclusive a sus deseos de vivir.
— ¿Piensas morir asfixiado, muchacho?
Preguntó en un tono lúgubre. Phichit, sentía su vista nublar de a poco. Su piel morena, comenzó a pigmentar de forma progresiva en un tono violáceo. Sus sentidos, abandonaban su cuerpo de forma rápida, dejándole en la más completa indefensión.
Y entonces el menor, por consecuencia de su debilidad corporal, abrió apenas sus labios.
Y aquello.
Fue el precedente que dio lugar a la peor pesadilla de Phichit...
15 años atrás. Año 1403. Reino de Siam.
Un grupo de niños -cuya edad oscilaba entre los seis y ocho años - reían de forma incesante. Divertidos, lanzaban pequeñas piedrecillas a un felino herido, el que, no cesaba de maullar del susto.
— ¡Dale con esa más grande!
Gritó uno de los niños. El resto, apoyó la moción, aplaudiendo ante tal ocurrencia. La cría de Leopardo, no cesaba de suplicar por su vida, lanzando fuertes maullidos del dolor y de la desesperación. Los niños, reían divertidos ante el sufrimiento del animal.
— ¡Lánzala!
Exclamó uno de los niños. Y entonces, el menor que sostenía la roca, alzó su mano por sobre su cabeza, listo para impactar al pequeño animal que se encontraba malherido en un rincón del árbol.
— ¡Déjenlo en paz!
Resonó con fuerza por detrás de ellos. Y entonces, un niño aparentemente más pequeño que el resto, se alza por encima de quien sostenía la roca.
— ¡Déjate de joder, Phichit!
El pequeño Phichit Chulanont, de tan solo cinco años de edad, en un acto de valentía y de humanidad, cubre al cachorro con su cuerpo, protegiéndole del impacto de diversas piedrecillas.
— ¡Aléjate de ese animal, Phichit! —exclamó uno de los niños. — ¡es una cría de Leopardo, dentro de poco será un peligro para el pueblo!
— ¡¿Y cómo lo sabes?! — respondió Phichit. — ¡Eso no es cierto!, ¡todos los seres son hijos de Dios!, ¡todos los seres tienen un buen corazón!
— ¡Idioteces! — exclamó otro muchacho. — ¡Esas son ideas ridículas que la vieja estúpida de tu madre mete en tu cabeza!
Todos los niños empezaron a reír desbocados ante lo dicho por el menor. Phichit, era ridiculizado por el grupo de chiquillos, los que, no cesaban de lanzarle pequeñas piedrecillas. El felino, se aferraba con desesperación en el regazo del menor, escondiéndose y emitiendo desesperados maullidos del miedo.
— ¡E-este animal no les ha hecho nada! — exclamó. — ¡déjenlo en paz!
— ¡Es una cría de Leopardo!, ¡es peligrosa!
Phichit, cerró sus ojos con fuerza. Con ambas manos, abrazó al felino en su regazo, fundiéndose en el pelaje del animal, el que, cada vez hacía más intenso sus maullidos del susto.
Piedrecillas de todos los tamaños, impactaban con fuerza por todo el cuerpo de Phichit. Pequeños rastros de sangre podía divisarse en la zona de sus mejillas, las que, habían recibido especialmente fuertes impactos por los niños mayores del grupo.
— ¡Este niño es un chiste! — exclamó uno de ellos — ¡siempre es tan ingenuo!
— ¡Él es demasiado inocente!
— ¡Siempre está creyendo que todo el mundo es tan bueno como é...!
— ¡¡BASTA, POR FAVOR, BASTA!!
Todos los niños dirigieron su vista de inmediato hacia Phichit. Sus ojos revestidos de tristeza, solo suplicaban misericordia ante tan cruel acto. El felino, seguía maullando con frenesí, asustado ante tal escenario.
— ¡¡Paren, por favor!! — exclamó. — ¡¡éste felino es un bebé y está asustado!!
Un fuerte sollozo arranca desde los labios de Phichit. Sus brazos, eran heridos por las garras de la cría de Leopardo, la que, se aferraba con fuerza en su regazo.
El resto de niños, solo miraron con lástima tal escena. Algunos de ellos, bajaron su cabeza, signo de la vergüenza por su reciente acto de inhumanidad.
— Tsk... — bufó el mayor de ellos. — vámonos, nunca harán entender a Phichit, es un testarudo.
— S-sí...
— Cla-claro... él... es muy testarudo.
Empezaron a balbucear algunos. Una última mirada de soslayo por parte del mayor, es dirigida hacia Phichit, para luego, ejecutar un ademán con su mano. Una vez se alejó el mayor, el resto de niños le siguió, dejando a Phichit junto al felino en el rincón del árbol.
A duras penas, Phichit pudo reincorporarse desde el suelo. Con el felino en brazos, se encaminó entonces hasta su hogar.
*****
El animal no cesaba de maullar, por lo que Phichit, no pasó desapercibido cuando ingresó a su hogar. Su madre, quien ponía atención a unas cacerolas humeando, dio un respingo cuando oyó la puerta abrir.
— ¡¿Phichit?! — exclamó con sorpresa. — ¡¿qué es lo que te ha pasado?!
El muchacho, solo se limitó a sonreír apenado. De un movimiento suave, se arrodilla en el suelo, para luego, recostar a la cría de Leopardo en una almohada.
— Ma-mamá... po-por favor... — susurró él, con su voz pendiendo en un hilo.
Su mirada se clavó en la de su madre. Sus ojos vidriosos, revestidos de súplica y de una ternura indecible, daban señal de que Phichit, sentía dolor ante el sufrimiento ajeno.
Entonces su madre, no pudo regañarle. A pesar de su osadía, ella sabía que su hijo era un niño sumamente especial.
— Ven, cariño... — susurró ella. — cuéntame... ¿qué fue lo que pasó?
Phichit, tragó una bocanada de aire, intentando mantener su compostura ante la pregunta de su madre. Mas el pequeño niño, no pudo soportar el dolor que le aquejaba. Un llanto amargo desprende de su pequeña boca, y entonces él, se aferra con fuerza a la cría de Leopardo.
— U-unos ni-niños... ¡le estaban golpeando! — exclamó entre sollozos. — ¡¿por qué mamá?!
— ¿Y tú le has defendido...?
— S-sí...
Una pequeña sonrisa desliza por la faz de la mujer. Con sus nobles brazos, rodea a su hijo, fundiéndole en un abrazo revestido de calor maternal.
Phichit, solo podía limitarse a sollozar despacio. Con sus pequeñas manitas, él acariciaba al cachorro, dando éste último, de vez en cuando, lamidas en las manos de quien fuese su salvador.
— ¿Por qué... por qué las personas hieren a otros, mamá...?
Una pregunta tan simple pero que, devenía en una respuesta que se traducía en abrir los dulces ojos de su hijo, a la crueldad de la realidad.
— Porque... — musitó. — ... porque están carentes de amor.
Phichit, alzó su vista hacia su madre, quien, le observaba con una dulzura desbordante. El menor, ladeó su cabeza con inocencia, una expresión inundada de pureza se posó en su semblante.
— ¿Qué es lo que tanto piensas, pequeño...?
Preguntó ella. Y entonces Phichit, respondió de la forma más sincera posible, algo que, era propio de un niño.
— Entonces... ¿si yo les doy amor a esos niños, ellos dejarán de golpear leopardos bebés?
Susurró de forma tenue. La mujer, sintió como la inocencia de su hijo provocaba un vuelco en su corazón. Su hijo, el que, era completamente diferente al resto. Un chiquillo siempre atento, de buenos sentimientos, siempre pulcro. Ahora mismo, empezaba a cuestionar en el cómo hacer cambiar a las personas.
— Claro que sí... — susurró ella.
— ¡Entonces les daré mucho amor, mamá!
Unas lágrimas retuvo la mujer en sus ojos cristalizados. La inocencia que desperdigaba en cada palabra de su hijo, le cautivaban por completo, haciendo incluso que ella, olvidara la brutalidad del tiempo imperante.
— ¿Y sabes por qué debes dar amor a quien cruce por tu vida, cariño? — preguntó ella.
El pequeño Phichit, negó con su cabeza. La cría de Leopardo dio un gran bostezo, el sueño había ganado terreno, y ahora, dormía plácidamente en los brazos del menor.
— Porque el amor es la mayor fuerza universal. Con él, podemos cambiar el destino de la humanidad. El amor, provoca el bienestar y la sana convivencia entre las personas. Es por esa misma razón que, tú debes amar siempre a quien te rodea, procurando el bien del resto y siempre manteniendo los buenos sentimientos intactos en tu corazón. Así, sembrarás amor y cosecharas mucho amor. Y el día, en que te vuelvas un hombre, Phichit, recibirás muchas cosas buenas, porque Dios, observa cada una de nuestras acciones. Por eso, hijo mío, ama siempre a quien te rodea, porque si lo haces, podremos cambiar el mundo en el que vivimos.
Phichit, creía que su madre era una heroína. Con sus ojos revestidos de admiración, observaba a la mujer con atención. Él, definitivamente, quería seguir aquellas palabras de su madre.
Y desde aquellos tiempos, Phichit siguió esos pasos. La creencia de la conversión del mundo en un mejor sitio para todos, era uno de sus más grandes sueños. El poder cambiar el destino de quienes le rodeaban, para así, dar lugar a una mejor convivencia entre los hombres, aun así, fuesen todos de una distinta clase social.
Porque para Phichit, el entregar amor se volvió no solo una filosofía de vida, sino que también, el sentimiento que se adhería en cada rincón de su alma, volviéndose él, un joven totalmente ingenuo e ignorante de la brutalidad a la que el ser humano era capaz de rebajar.
Una ingenuidad hermosa, pero a la vez...
... Demasiado letal.
Una fuerza desmedida fue empleada en aquel movimiento. El inquisidor, apenas divisó una pequeña abertura en los labios del menor, introdujo hasta el fondo el instrumento de tortura.
Phichit, con sus sentidos aún entumecidos por la reciente falta de oxígeno, abre sus ojos horrorizado. Un miedo fulminante despliega por su semblante. Un grito de súplica es ahogado entre el metal de la pera y su garganta. El inquisidor, dibuja una gran sonrisa de sadismo en sus labios.
— Es una lástima, muchacho.
Susurra Snyder Koch. Phichit, sin premeditar sus movimientos, intenta empujar la pera de la angustia con su lengua, provocando que ésta sufriera de pequeños cortes por los ganchos del objeto. Un sabor metálico empezó a desplegar dentro de su paladar.
— N-n...n...no...no...
Balbuceó apenas, con las palabras atascando en su garganta. La pera, permanecía estática y firme dentro de su boca, aún con las tenazas totalmente cerradas.
— Tienes un rostro hermoso. — dijo. — Es una lástima que, por tus ofensas a Dios, todo deba resultar de esta manera. Pero... ¿sabes? — susurró. — ... me alegra saber que, pude al menos probar un poco de ti, antes de que todo quede irreconocible.
Un tono de total lujuria pudo oírse en las últimas palabras. Un placer enfermizo. Placer por el sufrimiento. Placer por la súplica. Placer por la indignidad del prójimo. Placer por el dolor ajeno.
Aquello es lo que Snyder Koch, el hombre representante de la Santa inquisición, sentía cada vez que debía purificar el alma de un hereje con aquellas técnicas.
Una sonrisa macabra se desliza por sus labios. Phichit, siente su alma salir del cuerpo. Sus ojos azabaches, tiemblan horrorizados, ante el terrible escenario que estaría pronto a ocurrir.
— Iniciemos.
Y entonces, la más terrible pesadilla de Phichit...
...Comenzó.
La manivela fue girando de forma lenta, y con ello, la boca de Phichit empezó a extender su tamaño. La pera, aún no abría sus tenazas como para provocar daño alguno. Phichit, tensó por completo su mandíbula, esto, por causa del miedo que le invadía con cada movimiento de la pera.
— Calma. — susurró el inquisidor. — aún no comenzamos la purificación.
Sonrió de forma macabra. Phichit, ahogó un alarido entre el metal de la pera y su garganta. Su respiración, empezó a dificultarse, esto, por causa de la agonía que desplegaba por su mente, la que, extendía luego sus efectos al cuerpo del joven.
La manivela, fue girada entonces de nuevo. Esta vez, un dolor fue perceptible en la mandíbula de Phichit. Sus dientes, comenzaron a presionar con el frío y sólido metal de las tenazas, la piel de sus mejillas empezaban a rasgar de a poco por causa de los pinchos que sobresalían en las puntas.
— N-n-n...no... — balbuceó apenas, siendo completamente inentendible su mensaje.
Phichit, tensó cada músculo de su cuerpo ante su creciente agonía. Sus ojos, cerraron con fuerza, suplicando a Dios el detener su sufrimiento.
Y nuevamente, la manivela fue girada. El moreno, lanza un grito ensordecedor, cuando, siente uno de sus dientes ser arrancado brutalmente por la presión de las tenazas. Un dolor eléctrico recorrió hasta su cabeza, produciendo un dolor insoportable, similar al de una jaqueca. Borbotones de sangre fueron escurriendo por la comisura de sus labios, hasta su barbilla. El sabor metálico entonces, inundo en su boca.
Fuertes sollozos de desesperación rehuían con agonía desde sus labios heridos. El inquisidor, muerde su labio inferior, excitado ante los gritos de súplica en el joven.
— ¿Quieres que pare?
Preguntó en un tono sarcástico. Phichit, solo pudo limitarse a inhalar y exhalar fuertemente, intentando mantener su consciencia lúcida. Pequeños alaridos de la angustia rehuían débilmente de él. Sus ojos cerrados con fuerza, eran signo de su negativa a asimilar la realidad de tal escenario, pero...
El tremendo dolor que experimentaba, no hacía más que recordarle la agónica realidad de la situación que estaba pasando.
Un amargo sollozo desprende de sus labios. Lágrimas incesantes descienden por sus mejillas heridas.
— Soy un ser misericordioso. — susurró el hombre. — te daré una última oportunidad.
De un movimiento suave, la manivela gira apenas un poco, generando un poco más de presión en la mandíbula de Phichit. Un agudo alarido resuena entre las paredes de la mazmorra. El menor, siente sus muelas ser desplazadas levemente por las tenazas, un dolor indecible se posa en la zona de sus pómulos.
— Dime, joven... ¿me hablarás sobre el príncipe? — preguntó. — si accedes a responder, entonces sacaré esto de tu boca.
El joven sintió su voluntad flaquear por un instante. El dolor que presionaba en sus mandíbulas era tremendo, tanto que Phichit, sentía que en cualquier momento su rostro estallaría en miles de pedazos. Sus dientes crujían de la fuerza empleada en la pera y la sangre extendía su sabor metálico por la cavidad de su boca. Su laringe obstruía de a poco, coartando de forma progresiva el paso del aire. Su corazón palpitaba con fuerza, tanto que el moreno, sentía que éste estallaría en su pecho.
Una mirada pasmada de agonía se configuró en su rostro. Sus ojos cristalizados suplicaban misericordia al macabro inquisidor. Una sonrisa triunfante deslizó por la faz del hombre, cuando, pudo percibir en el menor, un quiebre en su voluntad.
— Bien, veo que entonces aprecias tu vida. — susurró.
Phichit, sintió su alma ser desgarrada. El miedo invadió en su mente por varios segundos, sintiendo como éste, ganaba terreno ante su inquebrantable voluntad.
Pero entonces, él recordó;
« ... Lo amo más que a mi propia vida. Pretendo protegerlo, por sobre todas las cosas. En contra de todo y todos. Pretendo hacerle feliz, incluso si aquello conlleva a mi propia desgracia...»
Las palabras de su amado.
Las palabras del hombre al que amaba. Las palabras de cuya persona había cambiado su vida. Aquello, fue un bálsamo a su agonía. El recuerdo del noble se asentó en su mente, y entonces, todos los miedos se disiparon por un instante.
El amor se extendió por el umbral de su alma. La ternura de un romance cuya fuerza sobrepasaba toda situación tortuosa. La lealtad y la fidelidad hacia su príncipe, eran incluso mayor que el miedo a la muerte.
Y entonces Phichit, lo decidió.
— ¿Me dirás algo acerca del príncipe?
Preguntó convencido. Y Phichit, clavó su vista fulminante en el semblante del hombre. Con decisión, ladeó su cabeza de forma lenta, dando a entender entonces, que no diría nada al respecto.
Una expresión de ira incontenible se dibujó en el rostro del inquisidor. Sintió como era ridiculizado. Nunca antes, Snyder Koch, había sido burlado de aquella forma. Aquella voluntad inquebrantable del muchacho, no era más que una terrible cuchilla que rasgaba en su ego antes intacto. La furia desbordante recorrió en cada una de sus vértebras, y entonces, con una expresión lúgubre en su rostro, el inquisidor, articuló;
— Ahora comencemos con la última etapa de purificación.
Una lluvia torrencial inundaba todo a su paso. El lúgubre e incoloro barro se extendía ante él, sin tener un aparente horizonte. Oscuro, triste, desolado. Todo aquello le sumía en la más profunda agonía.
La soledad.
La sensación de miseria se adhirió a su sentir. Porque él, podía tenerlo todo. Posesiones, tierras, un palacio, servidores y joyas por montones.
Pero él, jamás.
...Sintió felicidad.
Una silueta femenina y familiar se posó ante él. Cuando pudo reconocerla, entonces gritó;
— ¡Mamá!
La mujer giró su rostro. Una tenue sonrisa se deslizó por su faz. Seung-Gil, sintió su corazón rebosar de añoranza.
— ¡Te he estado esperando, mamá!
Su voz flaqueó por un instante. El rostro de la mujer, desprendía un intenso brillo apaciguador.
De pronto, el cuello de la mujer es rajado por una extraña fuerza. Chorros de sangre empiezan a disparar desde la abertura. Seung-Gil, lanza un grito desgarrador al aire, y entonces, la silueta de su madre desaparece de forma progresiva, siendo ésta tragada por el barro.
Y Seung-Gil, sintió una estocada en su corazón.
A lo lejos, la figura de un pequeño niño es visible en el rincón de un árbol. Sus temblorosas manos sujetan su cabeza, totalmente perturbado.
Era él.
Seung-Gil de cinco años. Hundido por la soledad. Por la frialdad de su padre. Por la indiferencia del mundo. Intensos sollozos son emitidos por el pequeño, quien, solo se limita a observar estático en el barro.
Un hombre.
Un hombre de gran tamaño le jala de las ropas, y entonces, empieza a ser golpeado. Un golpe tras otro, de forma incesante y brutal es propinado al pequeño.
Seung-Gil, mira horrorizado la escena. Un grito revestido de tristeza arranca desde su boca.
Aquella escena entonces se esfuma, cuando, el hombre y el niño son tragados por el barro.
Una mujer.
Una joven que él reconocía, es partida en dos por la sierra. Cabeza abajo y con las tripas colgando por la abertura que se extendía desde su entrepierna al estómago. Gritos desgarradores son lanzados por la joven.
— ¡Tú me has hecho esto, maldito sádico!
Exclama. Clavando su vista en Seung-Gil, quien, lloraba de forma desenfrenada ante tal lúgubre episodio.
— Tienes la desgracia que mereces.
Dijo entre dientes. Seung-Gil, siente su alma ser desgarrada en miles de pedazos.
— Eres un monstruo.
Sí. Él era un monstruo. Él lo sabía.
Un monstruo al que nadie quería. El motivo que acabo con la vida de su madre. Una desgracia para su padre.
Un asesino.
Un maldito sádico que, sin pudor alguno, acabó con la vida de muchos de sus servidores. Una aberración. Una sabandija.
Alguien que no merecía ser amado. Alguien que estaba condenado a la indiferencia del resto. Alguien condenado a la más terrible amargura.
Alguien condenado por Dios y su divina gracia.
De pronto, un grito revestido de amargura y tristeza resuena entre la extensa atmósfera.
La lluvia, empieza a quemar en su piel. Sus gritos, cada vez más intensos, desprenden de su alma la terrible culpa que cargaba sobre sus hombros. Su intenso dolor. Su terrible e inevitable destino.
Seung-Gil, siente ser carcomido por sus pensamientos. La culpa desgarra cada espacio de su alma, deshaciendo su humanidad por completo.
Y entonces, él lo supo.
Supo que su vida estaba destinada a la desgracia. Que jamás nadie le querría de verdad. Que no tenía derecho a ser feliz.
Que jamás nadie le amaría...
— Yo le amo, majestad.
El susurro de un ángel es perceptible por Seung-Gil. Una voz tan tenue y dulce que, en unos segundos, su melodía fue un bálsamo para las terribles heridas de su alma.
Y entonces, él le observó.
Un joven de piel morena y azabaches cabellos. Una hermosa expresión que tranquilizaba su agonía. Una sonrisa revestida de pureza y unas manos nobles y sinceras.
El amor de su vida.
— Phichit...
Susurra. La palabra más hermosa jamás antes pronunciada por sus labios. El nombre de quien vino a significar para él, la salvación de su alma.
La conversión de un hombre inhumano, a un hombre humano.
— Seung-Gil...
Ambos acortan distancia. Sus miradas se clavan con la vehemencia desbordando. Sus suaves manos, recorren cada centímetro de tersa piel en sus rostros. Sus almas rebosantes de anhelo y llenas de dicha, estremecen al sentir una unión perfecta entre ambos.
Y Seung-Gil, entonces lo supo.
Aquel joven, era a quien necesitaba. Era quien le salvaría de la más profunda y tóxica desolación. Quién le enseñaría el verdadero significado de vivir.
Quien le enseñaría a amar, por primera vez en su vida.
Un tenue beso une ambas bocas.
Un beso dulce y pulcro, revestido del más tierno sentimiento. Sus manos inexpertas pero llenas de anhelo, se aferran con fuerza en el otro.
Seung-Gil, siente que su corazón vuelve a latir. Su alma herida, vuelve a encender. Cada rincón lúgubre de su ser es ahora iluminado por una intensa luz, la que, desperdiga por cada recodo de su espíritu, el intenso calor del cual él carecía por completo.
Y Seung-Gil, sintió por primera vez ser amado por alguien.
Intensas lágrimas surcan por lo pálido de sus mejillas. Leves alaridos rehuyen desde sus labios.
Y entonces, tersas manos morenas acarician en su rostro, secando suavemente sus lágrimas. Sosteniendo todos sus miedos.
— Yo estoy aquí. Jamás me iré.
Aquellas palabras llenaron su alma. Él, Phichit Chulanont, era la luz de su vida. La rosa más tierna de su jardín y el ángel que apaciguaba en sus sueños.
— Phichit...
— Confíe en mí, majestad.
Una sonrisa radiante se desliza por la faz del muchacho de morena piel. Una sensación de ternura desperdiga por el pecho del príncipe.
Aquella curva de sus labios.
Aquella, había sido la responsable de la pérdida de sus estribos. La responsable de que él cayese rendido a los pies de su servidor. La responsable de que él volviese a nacer como un nuevo hombre.
Su sonrisa...
Era su salvación.
Y también, su perdición...
La hermosa curva en los labios de su servidor, la que, era la principal impulsora de su renacer, pronto, desaparece de forma progresiva. El barro entonces, va tragando el cuerpo del joven, ante la expresión perpleja de Seung-Gil.
Una expresión totalmente apaciguadora se posa en el rostro del joven de piel morena, mientras que, su cuerpo hunde cada vez más en el suelo movedizo.
— ¡¡NO!!
Exclama Seung-Gil en un grito ensordecedor. Con movimientos desesperados, trata de retener el cuerpo de su servidor, siendo esto, completamente inútil.
— ¡N-no me dejes, por favor! — sollozó. — ¡no quiero perderte!, ¡te amo!
— Yo también le amo, majestad.
— ¡Entonces no te vayas, por favor!
— Es usted la persona por la que yo estuve esperando...
— ¡¿Entonces por qué me abandonas, Phichit?! — exclamó. — ¡prometiste seguir a mi lado!
Cuando, su cabeza es apenas visible fuera del barro movedizo, y, antes de desaparecer por completo, Phichit, articula;
— Le amo más que a mi propia vida. Es por eso que, debo marchar.
Y entonces, el cuerpo del joven desaparece por completo. El príncipe, siente su alma desmoronar en un instante. Un aguijonazo cruza por su pecho, provocando un dolor indecible.
Un grito ensordecedor emite desde sus labios. La tristeza entonces inunda en su alma.
Y la soledad, vuelve a ser parte de él...
******
— ¡¡PHICHIT!!
De un movimiento fugaz, el príncipe se reincorpora en su cama. Desesperado, emite jadeos entrecortados, exaltado por la reciente pesadilla. Sus manos temblorosas, se aferran a las sábanas, intentando contener su nerviosismo ante la reciente visión.
— Phichit... — vuelve a decir, ésta vez, en un apacible susurro.
''Una pesadilla'', pensó. No había nada de qué preocuparse, nada era real. Secando el sudor de su frente, dirigió su vista hacia el gran reloj que se posaba en una esquina de su habitación.
''11: 24 pm.''
La noche del segundo día estaba ya casi por terminar. Solo dos días más, y él, podría estar nuevamente con el amor de su vida.
Una ligera sonrisa deslizó por su faz, un sentimiento de ternura desperdigó por su pecho. Quería estar con Phichit, lo necesitaba a su lado. Quizás, el no estar dos días con su compañía, había generado un tormento en su mente, lo que, había provocado eventualmente aquella terrible pesadilla.
Pero pronto, él estaría junto a Phichit, nuevamente.
Y entonces, podría volver a admirar aquella hermosa sonrisa que le embriagaba. Aquella sonrisa que llenaba su alma por completo.
Aquella sonrisa que él, había prometido proteger a toda costa...
Pero que, cuya promesa... no podría concretar.
La manivela del aparato fue girada con fuerza, y entonces, el brutal sonido de un crujido resonó desde el interior de sus oídos.
Su mandíbula dislocó, y, un dolor de inmensas proporciones, se extendió por toda la zona de su rostro y sus oídos.
Un grito desgarrador arrancó desde la boca de Phichit. El sabor metálico inundó su cavidad, cuando, la manivela volvió a girar y una de sus muelas fue arrancada de forma brutal.
Grandes borbotones de sangre empezaron a chorrear hasta su barbilla, goteando luego en el sucio suelo y manchando sus rasgadas prendas.
— ¡Oh! — exclamó el inquisidor, dibujando una sádica sonrisa en su lúgubre rostro. — ¡creo que he arrancado tu mandíbula!
Un severo temblor se extendió por el débil cuerpo de Phichit. Sus pupilas perplejas, se clavaron con agonía en el techo de la mazmorra. Parte de sus encías estaban rasgadas por completo. Sus mejillas heridas y ensangrentadas, estaban ya casi al borde de colapsar. Tan solo, una pequeña capa de piel separaba las tenazas desde el interior de su boca, con el exterior de sus mejillas.
— A-ah...a...a...
Leves alaridos agónicos desprendían de su boca, la que, se hallaba completamente irreconocible. Su rostro hinchado, sus ojos cansados, y la sangre goteando por su cara y cuerpo, contrastaban por completo con aquel dulce y tierno muchachito de bellas facciones que todos conocían.
Phichit, ya no podía siquiera balbucear. Con dificultad, emitía pequeños jadeos para poder respirar, esto, por la progresiva inflamación que acrecentaba en el interior de su boca y laringe.
La angustia que experimentaba tampoco era de gran ayuda. La obstrucción bucal, la angustia y el cierre de la laringe provocaban en Phichit una terrible sensación de ahogo. La saliva mezclada con la sangre escurría en ambas direcciones: hacia el interior de su boca, y hacia el exterior de ésta.
Tres dientes arrancados, y, el dolor era indecible. Su mandíbula no podía volver a su lugar original, sus mejillas estaban siendo desgarradas por las tenazas de metal y el oxígeno era escaso para él.
Phichit entonces, sintió que perdía el conocimiento.
Sus ojos grisáceos antes revestidos de vida, ahora estaban nublados. Sus pupilas se dispersaron y su vista se perdió entre la nada. Jadeos entrecortados eran su último recurso para poder sustentarse de oxígeno, a duras penas.
— ¡¡Esto es lo que pasa con los herejes que van en contra de la voluntad de Dios!!
Exclamó Snyder, alzando los brazos con fuerza y lanzando carcajadas desbocadas. Phichit, sólo mantenía su vista estática y cansada. Su ensimismamiento era tanto que, ni siquiera el terrible dolor que sobrepasaba el umbral de lo tolerable, provocaba en él gritos de angustia.
De pronto, la manivela es girada nuevamente. Más sangre empieza a escurrir por la boca del joven. Y, un terrible dolor, se expande por el pecho del moreno.
Su corazón.
Su órgano vital empieza a latir de forma desenfrenada. Un dolor indecible se extiende por la zona del pecho y el cuello. Sus ojos abren de la perplejidad y el miedo llega a su tope máximo.
Y entonces Phichit, logra entender el desenlace de todo.
Ante sus ojos grisáceos y cansados, se extienden imágenes fantasmales.
Su familia.
Yuuri.
El príncipe.
.
.
.
.
.
Su vida y sus sueños.
*****
Phichit quería vivir. Quería prolongar su existencia en un mundo tan grande e inmenso, lleno de sorpresas y experiencias. De nuevas gentes, de horizontes interminables, de enigmas y descubrimientos. De nuevos sentimientos y desafíos. De nuevas eras y confines. La evolución del ser humano y sus consecuencias. Ver nacer y morir.
SOÑAR.
EXPERIMENTAR.
Y... AMAR.
Porque, tan solo se vive una vez, y Phichit, un joven de tan solo veinte años, lleno de ideales y sueños, no quería aún partir al descanso eterno sin antes no ver con sus propios ojos toda la evolución del mundo.
Ser un pintor de la corte real. El sueño de su hermana Areeya. Ver a Yuuri volver hacia su familia. Ver a su pueblo desligarse de las cadenas de quién les oprime.
Ver a los seres humanos ser fraternales, libres e iguales.
Un amargo sollozo arranca apenas desde su boca herida. Lágrimas incesantes comienzan a surcar por sus mejillas ensangrentadas.
Y entonces, una última imagen aparece ante él.
« ...Majestad...»
Su agonía se dispersa por un instante. Ante él, la imagen de quien había llegado en el peor de los escenarios, pero que, había cautivado por completo en su alma.
El príncipe Seung-Gil.
Un hombre. Un príncipe. Un amor prohibido por la santa inquisición y por la ignorancia imperante de aquellos tiempos. Pero que, la vehemencia del sentimiento más propio y natural del alma humana, insistía en concretar.
Porque él, amaba al príncipe por sobre todas las cosas. Y si bien, él era capaz de entregar su vida por el bienestar del noble...
Anhelaba seguir viviendo, para seguir amándolo.
Ante el recuerdo de su amado, los latidos de su corazón normalizaron. La imagen de quien era el responsable de tan ferviente sentimiento, fue un bálsamo para su terrible agonía.
Y aunque, la manivela fue girada una vez más, Phichit, ya no podía dilucidar nada. Su mente y cuerpo, se sentían extraños a aquel ambiente, estando presentes aparentemente en otra dimensión.
Sus ojos cerraron, y entonces, él pudo apenas percibir la voz del sádico inquisidor, diciendo;
— Ésta pera no puede girar más. Solo una última vuelta a esta manivela, y terminaremos el ritual de purificación.
Y así fue...
La manivela fue girada con fuerza. Las tenazas de la pera, abrieron entonces en su punto máximo, desgarrando todo a su paso.
Dejando una marca permanente en el joven de pulcros sentimientos...
Demostrándole que, aquella falsa realidad que él había forjado en sus ideales, no eran más que deseos imposibles de concretar.
Borrando entonces su inocente sonrisa. Dejando en evidencia, la desolladora maldad del ser humano.
Un grito desgarrador es emitido por Phichit, cuando, las tenazas de la pera atraviesan la carne de sus mejillas. La parte derecha de su rostro, es rajada por las filudas tenazas, desde la comisura de sus labios hasta la zona cercana al pómulo, dejando una brutal abertura por la cual, era visible el interior de la cavidad bucal del menor.
Sangre empieza a chorrear por todo su rostro. El umbral del dolor que Phichit era capaz de soportar, fue entonces sobrepasado.
Y el menor, no pudo soportarlo más.
Sus ojos empezaron a cerrar de forma lenta. Su vista se desestabilizó y su visión se nubló de forma progresiva. Antes de poder caer rendido, Phichit pudo ver claramente aquella última escena:
El inquisidor, reía fuertemente ante el joven completamente indefenso. Sus ojos hundidos se clavaron con insistencia en el débil y expuesto semblante del muchacho, totalmente divertido.
Y, antes de poder cerrar sus ojos por completo, Phichit siente como las tenazas son retiradas de sus mejillas atravesadas. De forma lenta, la pera de la angustia va volviendo a su tamaño original, encogiéndose. Cuando, ésta es por fin es retirada de la boca de Phichit, sangre empieza a chorrear de forma brusca desde su barbilla, manchando por completo sus rasgados ropajes.
Y Phichit, cede ante su terrible debilidad mental y corporal. Sus ojos cierran y su cabeza cae, dejándole sumido en la inconsciencia, después de sufrir la peor tortura de su vida.
Un suceso que, cambiaría en Phichit, sus antes pulcros sentimientos.
Y que, traería en él, la conversión de un inocente joven, en uno que comprendiese al fin la verdadera naturaleza de los humanos.
Treinta minutos pasaron desde que Phichit cedió ante su debilidad mental y corporal. El ruido de unos cuchicheos le hizo recobrar por unos instantes la consciencia, levantando así, su vista de forma lenta, ante la presencia de dos hombres parados frente a él.
— Señor Snyder... ¿está usted seguro que le ha dejado con vida? — se oyó. — creo que se ha ensañado demasiado con él...
— Está vivo, Rey Jeroen. — respondió el inquisidor. — Traté de no hundir demasiado el artefacto, de lo contrario, ahora mismo estaría muerto.
— Bueno, no importa, es solo que... no quiero tener problemas con mi hijo. — susurró. — pero, más importante, ¿entonces no le ha dicho nada acerca de Seung-Gil?
— Le repito que no me ha dicho nada, majestad.
— Ya veo...
— Al parecer, no sabe absolutamente nada acerca del príncipe.
— Maldición...
De pronto, una fuerte tos es emitida por Phichit. Sangre, comienza a brotar nuevamente de sus heridas. Un gran hilo de saliva desprende de los labios del menor, y entonces, el pudo percatarse; su mandíbula estaba colgando, sin poder él subirla a su lugar original. Su mejilla derecha estaba rajada desde la comisura hasta la zona del pómulo.
Y el dolor, era insoportable.
— Le he dicho que estaba con vida, rey Jeroen. — dijo el inquisidor, desprendiendo una pequeña risa desde sus labios.
— ¡Ah! — exclamó el rey. — ya era hora, Phichit.
El menor, apenas levanta su cabeza. Sus ojos cansados, apenas pueden mantener su vista en ambos hombres, los que, le observaban con una sonrisa triunfante en su rostro.
— Señor Snyder.
— ¿Sí, majestad?
— Usted ya puede retirarse. —dijo. — su trabajo está hecho.
— Bien, con su permiso.
— Pero antes que se vaya... — susurró el rey, volteando su vista hacia el inquisidor, el que, estaba ya próximo a salir por la gran puerta de hierro. — necesito que pronto vuelva a visitarme, por favor. —pidió, con una expresión lúgubre en su rostro.
Una sonrisa se desliza por la faz del inquisidor, para luego, articular;
— No era necesario pedirlo, majestad. De todos modos, pensaba volver al palacio en unos días, hay un tema pendiente que usted y yo debemos conversar.
Dicho aquello, Snyder Koch, el hombre representante de la Santa Inquisición, se retiró del lugar, ante la mirada confusa del Rey Jeroen.
El noble, sacude su cabeza, intentando dispersar la duda que le aquejaba por las últimas palabras del inquisidor, mas, no le tomó mayor importancia.
Nuevamente, dirige su mirada hacia Phichit, quien, solo podía limitarse a lanzar débiles jadeos.
Su mandíbula caída, su boca desprendiendo saliva y sangre, su rostro desfigurado y su poca lucidez mental, no eran más que el resultado ante la insistencia y el sadismo del inquisidor y el rey Jeroen.
Mas el noble, no sintió ni la más mínima lástima del terrible resultado en Phichit.
— Bien, Phichit Chulanont. — dijo con fuerza. Phichit, no emite respuesta alguna. Con sus ojos cansados, apenas puede mantener su cabeza en alto, tambaleándola de vez en cuando. — al parecer, no sabes nada acerca de Seung-Gil, es una lástima. Pensé que serías de ayuda.
Phichit, lanzó un profundo jadeo. La sangre mezclada con su saliva, la que escurría por causa de sus encías heridas, va produciendo un ahogo en Phichit. De un solo movimiento, baja su mirada hacia el sucio suelo de la mazmorra, cansado por la pérdida de sangre y su herido cuerpo.
El Rey Jeroen, sin tomar atención al terrible estado del menor, solo se limita a sacar una hoja desde el bolsillo de su túnica, para luego leerlo, articulando;
— Damdee Chulanont, Janram Chulanont, Saichol Chulanont y Areeya Chulanont
Phichit, siente un aguijonazo cruzar por su pecho. De un movimiento agónico, levanta su cabeza. Su mirada cansada, se clava en el semblante del hombre, consternado ante las palabras dichas por el rey.
— Tu familia, Phichit. — dijo con fuerza. — tu padre, tu madre y tus dos hermanas.
El moreno, siente como el miedo va nuevamente invadiendo en su mente. Una expresión de horror se plasma en su débil semblante.
¿Qué tenía que ver su familia en todo esto?, ¿por qué el rey sabía la identidad de todos ellos?, ¿para qué?
— Supongo que, como toda persona... tú querrás que tu familia esté bien, ¿verdad?
Phichit, apenas con la cabeza en alto, dibuja una expresión de consternación en sus cansados ojos. El rey, lanza una carcajada al aire ante la acción del menor, para luego, articular;
— Phichit, si tú dices a mi hijo que has sido torturado, yo, me encargaré de que tu familia pague por tu atrevimiento.
El menor, no puede creer lo que oye. De forma lenta, empieza a ladear su cabeza ensangrentada, desesperado ante la aparente amenaza que sufriría su familia.
— Los mataré. ¿Oíste?, mataré a toda tu familia, Phichit. — sus ojos, se clavan de forma fulminante en la débil expresión del muchacho. —Si te atreves a decir algo de lo que ha ocurrido en esta mazmorra, sus cabezas serán exhibidas en la plaza del pueblo.
Un leve alarido de súplica es emitido por Phichit. Lágrimas de agonía empiezan a surcar por sus mejillas malheridas. Un severo temblor se nota perceptible en su cuerpo.
— Bien... veo que has entendido el mensaje. — sonríe. — te prometo que nada pasará con ellos, solo si tú, no dices nada de esto a Seung-Gil. Yo encontraré la forma de excusar lo que te ha pasado, tú solo debes guardar silencio.
Phichit, agacha su cabeza nuevamente. Emite leves alaridos de la angustia, los cuales, parecían querer entregar un mensaje, éstos, eran totalmente inentendibles, por causa de la boca destrozada del moreno.
— ... Aunque, no creo que puedas hablar en esas condiciones. — susurró, con una expresión de asco en su rostro. — estás totalmente irreconocible...
Con una de sus grandes manos, y, sin ningún cuidado, el rey toma de la barbilla a Phichit, para luego, alzar su rostro con fuerza, obligándole a hacer contacto visual directo. Un fuerte alarido es emitido por el menor, cuando, siente que su mandíbula dislocada es removida.
— Realmente estás irreconocible... — susurró. — me recuerdas a...a... — se detuvo, dibujando en su rostro una lúgubre expresión. — ... a Baek.
Susurró entre dientes. Una expresión de ira se desliza por su faz.
— Gracias a Dios... me deshice de él apenas pude. Qué asco.
Phichit, no logra entender siquiera lo dicho por el rey. Sus ojos cansados, nuevamente cierran ante el cansancio corporal y mental. El rey entonces, de un solo movimiento, suelta la barbilla de Phichit, dejando recaer su cabeza. Otro alarido del dolor es emitido por el menor.
De pronto, la pesada puerta de hierro es abierta de forma lenta. El rey, gira su vista hacia ella, observando atento a quién se adentraba en la mazmorra.
— Majestad... ¿me ha llamado? — la voz de un joven, resuena entre las lúgubres paredes del calabozo.
— Sí. —respondió. — acércate, Jen.
El joven, se incorpora completamente dentro del lugar. A paso rápido, acorta distancia con el rey. Una expresión de perplejidad se dibuja en su faz, cuando, logra divisar el daño generado en Phichit.
— Necesito que te hagas cargo de él. — ordena el rey. Jen, sin poder despegar su vista de Phichit, solo asiente con su cabeza.
— ¿Q-qué se supone que deba ha-hacer con él, majestad?
— Desatarlo de esa plataforma y llevarlo a su habitación. — respondió. — dentro de dos horas, dos médicos irán a prestarle ayuda.
— S-sí, majestad...
— Llévalo a su habitación dentro de una hora, es mejor que transportes su cuerpo en medio de la madrugada, así podrás asegurarte de que nadie te vea mientras lo haces.
— Entiendo...
— Ahora debo irme, asegúrate de ser sigiloso.
El rey, mira de soslayo el cuerpo malherido de Phichit, una expresión de ira se posa en su faz, cuando, el recuerdo de una persona se asienta en su mente.
''Baek''
O eso, es lo que el rey antes había dicho...
De pronto, la puerta de hierro resuena en medio de la mazmorra, y entonces, Jen y Phichit quedan a solas en el lúgubre ambiente del calabozo.
Jen, mira con total perplejidad el cuerpo de Phichit. De forma insistente, rodea su cuerpo con la mirada, totalmente sorprendido ante el daño generado al menor.
— Vaya, has quedado incluso peor que yo, Phichit. — susurró entre risas.
El tailandés, no entrega respuesta alguna. Con sus ojos cerrados, solo puede limitarse a jadear despacio, completamente débil e indefenso ante el cansancio y el dolor corporal.
— Es hora de sacarte de esa plataforma.
Susurró divertido. Y, empleando el menor cuidado posible, con movimientos bruscos, Jen comienza a arrancar los seguros metálicos que, aseguraban el cuerpo del moreno. Primero, son retirados los seguros metálicos que sostenían el tronco del menor. Al quitarlos, el tronco de Phichit cae de forma abrupta, quedando la mitad de su cuerpo colgando, a poca distancia del suelo.
Por último, los seguros metálicos que sostenían la parte de la cadera y las piernas, son retirados. Y entonces, el cuerpo de Phichit cae de forma abrupta en el suelo, golpeándose con fuerza.
— Ups, creo que te has caído.
Una leve risa es emitida por Jen, para luego, sentarse en el suelo, a la altura del cuerpo casi inconsciente y malherido de Phichit.
— Estás devastado, Phichit. — musita Jen, fijando su mirada en el malherido rostro del moreno. — estas sangrando demasiado, por favor, no mueras antes de que pueda llevarte a tu habitación, ¿sí?, no quiero que el rey me culpe de algo que no hice. Después allí, puedes morir tranquilamente, por mientras, aguanta.
Una risa incontenible arranca de los labios de Jen. El moreno, apenas abre sus ojos cansados, pudiendo divisar una de las paredes de la mazmorra siendo iluminada por el rebosante fuego.
— Bien, me voy. — dijo Jen. — vendré a buscarte dentro de una hora, por mientras, descansa en el cómodo suelo de esta mazmorra, ¡provecho!
Phichit, solo pudo oír como la puerta de hierro cerraba con fuerza. Y entonces, él quedo completamente solo en lo lúgubre de aquella mazmorra. Su audición — la que, se hallaba también dispersa—, podía percibir apenas el incesante crepitar del fuego, a lo lejos.
Y entonces Phichit, sintió lo que realmente él valía.
Menos que basura.
Él, estaba siendo tratado menos que eso. El sadismo del inquisidor, la indiferencia del rey ante su situación, el sarcasmo de Jen al ser testigo de su terrible sufrimiento.
A nadie de ellos le importaba lo que él sentía.
A nadie...
Pero, él, sin embargo... siempre había procurado ser con el resto alguien de buenos sentimientos.
¿Por qué él debía proceder ante ellos de la misma forma?
Una sensación de odio desperdigó por su alma herida. Entonces, la peligrosa toxicidad empezó a inundar dentro de él. Sus cansados ojos, dibujaron una expresión de odio en su faz. Lágrimas de rabia empezaron a surcar por el costado de su sien.
«... Es por esa misma razón que, tú debes amar siempre a quien te rodea, procurando el bien del resto y siempre manteniendo los buenos sentimientos intactos en tu corazón. Así, sembrarás amor y cosecharas mucho amor. Y el día, en que te vuelvas un hombre, Phichit, recibirás muchas cosas buenas... »
¿Cosas buenas?
En aquel momento, cuando por primera vez, el odio empezó a inundar todo dentro de su alma, Phichit, sintió que las palabras de su madre, eran vacías.
Todo era una mentira. El ser humano no es un ser de buenos sentimientos. El ser humano era brutal, sádico, mentiroso, asesino e injusto.
La vida misma, era injusta.
Él, que toda su vida había procurado entregar amor al resto. Ser un joven de pulcros y buenos sentimientos. Que tenía esperanzas en la humanidad. Que ayudaba al prójimo sin importar raza o clase social. ¿Por qué entonces ahora mismo él... era torturado?
¡¿Acaso tener un buen corazón no era suficiente?!, ¡¿acaso el tener pulcros sentimientos no importaba?!, ¡¿acaso nadie era capaz de valorar algo como eso?!
¡¿NI SIQUIERA DIOS?!
No... al parecer nadie, absolutamente nadie...
Sentía interés por ser buena persona... ¿por qué él... debía ser la excepción a ello?
Torturado, con la mandíbula dislocada y colgando, orinado, ensangrentado, flagelado, con el rostro desfigurado y con tres dientes menos.
Y, lo que más dolor generaba en su alma...
Ignorado ante su sufrimiento.
¿Por qué entonces él debería seguir siendo buena persona?, ¿realmente aquello tenía sentido?, ¿acaso Dios era también indiferente ante su brutal sufrimiento?
Y, fue en aquel instante de la noche, cuando Phichit sintió la más terrible decepción en el mundo. Sus esperanzas se esfumaron y los malos sentimientos se apoderaron de él, tornando todo gris a su paso.
El cansancio corporal, no tardó nuevamente en asentarse en él. Su mente, era solo un terrible torbellino de negativismo, por lo que, no tardó tampoco en colapsar al rato. Entonces sus cansados ojos, volvieron a cerrar.
Y su antes pulcra alma, comenzó a envenenarse.
Y, tan solo un fuerte antídoto, sería capaz de volver a sanarle por completo.
Su cuerpo fue trasladado entonces hasta su habitación. Jen, procuró ser lo más sigiloso posible, moviéndose siempre entre las sombras y ocultándose al oír los pasos de algún guardia o posible servidor.
No tardo mucho más tiempo cuando, estuvo frente a la habitación de Phichit. Con cuidado, se insertó dentro de la habitación del moreno, para luego, recostar el herido cuerpo del menor en su lecho.
Jen, permaneció varios segundos de pie junto a Phichit. Una expresión de consternación se dibujó en su rostro, cuando, volvió a percatarse del terrible daño que Phichit había sufrido.
Exasperado, y, al ver que sentía una aparente lástima por el moreno, lanza un bufido resignado, ignorando el sentimiento que se extendía en su interior. De un movimiento rápido, gira sobre sí mismo, para luego, salir de la habitación.
— ¿U-ustedes son...? — pregunta Jen, sorprendido, cuando al abrir la puerta de la habitación, ve a dos hombres parados frente a él, en el exterior.
— Somos los médicos que ha llamado el Rey Jeroen. — contesta uno de ellos. — hemos venido de forma anticipada. — avisó.
— A-ah... bueno... sí — balbuceó Jen. — pueden entrar, el paciente está sobre su cama.
— Con permiso. — dijo el otro médico.
— S-sí...
Jen, rápidamente se aleja del cuarto. Los médicos, entonces ingresan en la habitación de Phichit, para ejecutar las curaciones pertinentes.
*****
Uno de los tiestos con agua se hallaba completamente teñido en sangre. El cuerpo de Phichit, había sido limpiado por ambos médicos. La zona del rostro, necesitaba un especial cuidado por parte de ellos. Con algodones húmedos, limpiaron el interior de su cavidad bucal, removiendo la sangre que inundaba en su boca, producto de la carne rasgada y los dientes arrancados.
La inconsciencia de Phichit, ayudaba en gran parte, pues, de lo contrario, el dolor que habría experimentado el moreno al ser curado, habría desatado un gran escándalo en la pequeña habitación.
Una vez que, los jóvenes médicos lograron remover en gran parte la sangre que escurría dentro de la cavidad bucal del tailandés, procedieron entonces a suturar la herida de las encías y la mejilla.
La aguja penetraba en su piel, dejando en evidencia pequeños rastros de sangre que escurrían nuevamente. Varios minutos fueron empleados para tal tarea, hasta que, la herida de la mejilla fue suturada por completo.
La mandíbula dislocada, fue algo que ellos no pudieron curar, pues, las terribles heridas en el cuello y rostro de Phichit, les impedía poder manipularlo con fuerza y a su antojo.
Varios vendajes fueron amarrados en el cuerpo del tailandés, esto, producto de las terribles heridas que había ocasionado el flagelo.
Una amarra de tela, fue extendida desde la barbilla de Phichit, hasta la parte superior de su cabeza. Aquello, ayudaría de forma provisoria a la luxación mandibular, manteniendo así, la mandíbula en su lugar, hasta que, alguien más pudiese hacerse cargo de aquello.
Así Phichit, no podría ejercer tareas básicas por varios días. Estando así, imposibilitado para hablar, comer o beber agua de forma normal.
Los médicos entonces, concluyeron con su tarea. Conforme con sus labores, dejaron a Phichit descansando, para luego, proceder a abandonar el cuarto.
«...Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti... »
Friedrich Nietzsche.
6:00 am.
Las primeras luces del alba iluminaron su rostro a través de la ventanilla superior de su habitación.
Con la vista cansada y acongojada, Phichit, solo podía mantenerse sentado y estático en la cama, acurrucado entre las sábanas, hasta su cabeza.
Frente a él, un espejo de mediano tamaño, apoyado en la pared, dejaba en evidencia los estragos de la tortura que supuso la conversión de su alma.
El rostro hinchado, varios hematomas, la piel violácea, una gran cicatriz en su mejilla derecha, la saliva escurriendo por sus labios y rastros de sangre seca en la almohada.
Irreconocible.
Si Phichit, tuviese que asignar una palabra al resultado de aquella tortura. Sería aquella palabra.
Parecía alguien totalmente distinto. La persona que ahora, veía ante ese espejo, definitivamente no era él. El joven de tiernas facciones y tersa piel, ahora era alguien totalmente irreconocible.
Y Phichit, sintió la tristeza inundar en su alma, mas, ni una sola lágrima pudo salir de sus ojos.
Porque él, ya estaba seco.
De pronto, un suave golpe resuena en la puerta de su habitación. Phichit, no quita su vista del espejo, tomando exclusiva atención, solo a su mísero reflejo que se extendía ante él.
— ¿Phichit...?
Una voz familiar para él. Mas Phichit, no despegó su vista del espejo. Sus ojos grisáceos y cansados, solo podían dedicar atención a su reflejo.
—¿Phichit, estás ahí? — otro pequeño golpe es asestado a la puerta. — ¡sé que estás ahí!, ya van dos días en que no te veo, ¡¿dónde has estado?!, ¡¿Phichit?!
Era Yuuri, quien, insistentemente, llamaba a la puerta, preocupado ante la ausencia de su amigo.
Otro golpe es asestado a la puerta, ésta vez con más fuerza. Phichit, vuelve a ignorar aquel llamado. Y entonces Yuuri, procede a abrir la puerta despacio, asomando su cabeza hacia el interior de la habitación.
— Aquí estás. — dijo con fuerza el joven japonés, en un tono de regaño. Despacio, procede a cerrar la puerta, para luego, dirigirse hacia Phichit.
Yuuri, solo era capaz de ver la silueta de su amigo sentado en la cama, con la espalda apoyada en la pared y con las sábanas hasta la cabeza, imposibilitando así la vista hacia su rostro.
— ¿Dónde has estado, Phichit? — preguntó el joven, de pie a unos metros de su amigo. — ¡He venido a buscarte aquí y no te he encontrado! — exclamó.
Despacio, acorta distancia hacia su amigo, para luego, detenerse nuevamente, a pocos metros de él.
Un incómodo silencio se acentúa entre ambos, siendo solo perceptible los jadeos del moreno.
— ¡Hey, sordo!, ¡¿no me estás escuchando?! — exclamó, frunciendo el ceño. — ¡ah!... estás así porque el príncipe se ha ido de viaje, ¿verdad? — una pequeña risa es emitida por él . — ¡relájate!, él ya volverá, además, no es como si él fuese capaz de engañarte.
Divertido, Yuuri acorta distancia hacia su amigo, para luego, sentarse en los pies de la cama. Phichit, solo mantiene su rostro hundido entre las sábanas, formando una especie de capucha con ellas.
De pronto el joven japonés, de soslayo dirige su vista al espejo de la pared, articulando:
— Estás mudo, ¿eh?, ¿qué tanto miras en el espej...?
Y fue, en aquel instante, cuando Yuuri pudo percatarse de la situación.
Un silencio agónico inundo en la habitación, cuando Yuuri, fue testigo del reflejo de su amigo.
Sus ojos abrieron perplejos, y sus labios separaron, pasmado ante lo que veía ante él.
El lúgubre reflejo en el espejo. Bajo las sábanas, Phichit escondiendo su rostro totalmente irreconocible.
De forma progresiva, la expresión en el rostro de Yuuri cambio por completo. Sus pupilas se volvieron temblorosas y su piel se tornó más pálida de lo habitual. Un leve alarido de la sorpresa fue emitido desde sus labios.
Él, simplemente no podía creer de lo que era testigo. Por varios segundos, pensó en que todo no era más que una terrible pesadilla. Su alma abandonó el cuerpo por unos instantes, sintiendo que aquello era irreal.
Con brusquedad, restregó sus ojos, intentando dispersar la terrible visión que se extendía ante él, pero...
No.
No era una pesadilla. Estaba ocurriendo. Realmente, era el reflejo de Phichit.
Con los ojos cristalizados, de forma lenta fue girando su cabeza hacia la silueta de su amigo, hasta que, chocó su vista con el rostro del moreno, el que, seguía hundido entre las sábanas.
Con las manos temblorosas, lentamente fue acortando distancia con las sábanas que rodeaban el rostro del tailandés, para luego, bajar la capucha, dejando entonces, al descubierto la faz de su amigo.
Y Yuuri, sintió un aguijonazo desollar en su pecho.
Él, entonces pudo observar claramente el estado en que Phichit se hallaba. Su rostro irreconocible y un aura de indiferencia.
El japonés, sintió su alma desmoronar. Con los ojos inundados en lágrimas, miró por largos segundos a su amigo, mordiendo sus labios con fuerza, reteniendo los sollozos que luchaban por salir despavoridos de su boca.
Phichit, con la vergüenza y la humillación inundando en su ser, solo dedico a su amigo una leve mirada de soslayo. Y fue cuando entonces, ambos hicieron contacto directo.
Y aunque, cualquier persona ajena a él, le hubiese dicho algo como; ''¡Te lo había advertido!, ¡te dije que era peligroso!, ¡yo tenía razón!''
Yuuri, no pudo siquiera pensar en algo tan descabellado e insensible como eso. Y, en lugar de aquello, las palabras y regaños no fueron necesarios.
Porque él era su amigo. Porque lo amaba. Y el dolor de Phichit, era también su dolor.
De un movimiento fugaz, Yuuri aferra a Phichit entre sus brazos, y ambos, revientan en un desenfrenado llanto.
La humilde morada del servidor del príncipe, es inundada de fuertes sollozos. La amargura y la tristeza, desplegaron por toda la atmósfera. Yuuri, despacio acariciaba la espalda de su amigo, el que, no podía cesar de sollozar en su hombro.
Una lágrima tras otra, el dolor acentuando en su alma, la decepción en el mundo rasgando en su antes pulcra inocencia. La sensación de ser pisoteado, de ser considerado menos que basura. La conversión de su ser en uno distinto. El miedo a que hirieran a los suyos.
Todo aquello, fusionó en un amargo sollozo sin cura.
Yuuri, por su parte sollozaba también en silencio. La mezcla de una desolladora tristeza, a la par de una rabia indecible clavó en su alma.
Por varios minutos, ambos permanecieron de aquella forma. Yuuri, con sus nobles brazos soportando la terrible agonía de quien fuera prácticamente como su hermano. Acariciando su alma herida. Curando sus esperanzas pisoteadas y rotas.
— ¡¿Q-Quien te ha he-hecho esto?!
Exclamó Yuuri, entre sollozos. Una expresión de ira fulminante se dibujó en su faz. Suavemente, separa a su amigo de su hombro, intentando hacer contacto visual con él.
Mas Phichit, solo bajó su mirada, avergonzado.
— ¡¿Quién fue el hijo de puta?! — volvió a exclamar, enfurecido. — ¡¡dímelo, Phichit!!
El moreno, cabizbajo, solo se limita a negar con la cabeza, perturbado ante los gritos de su amigo.
— ¡¡DÍMELO!!
Aquel grito ensordecedor, perturbó al moreno por completo. Con ambas manos, obstruye sus oídos, shockeado al dibujarse los recuerdos de la tortura en su mente.
Sus ojos abrieron de la perplejidad. Alaridos sordos empezaron a ser emitidos por Phichit, siendo completamente inentendible sus aparentes palabras.
De forma brusca, Phichit empieza a propinar golpes en el pecho de Yuuri, asustado ante las imágenes fantasmagóricas que se extendían por su psíquis.
— ¡Ba-basta! — exclamó el japonés, anonadado ante la inusual reacción de Phichit. — ¡Phi-phichit!
— G-ggaa...gaaa...
El tailandés, no podía articular palabra alguna. Su mandíbula dislocada, no le permitía siquiera susurrar palabras. Con mucho esfuerzo - y dolor - , podía apenas balbucear. La saliva escurría por sus labios, por causa de la luxación y sus diversas heridas.
Y entonces Yuuri, se percató del sufrimiento de su amigo en aquel instante. De forma interna, se maldijo a sí mismo, sintiéndose estúpido ante su agresiva reacción. De forma lenta, inhaló profundamente, intentando contener su ira desbordante. Phichit, necesitaba de alguien cuerdo a su lado, de una persona que le transmitiera paz.
Y aquella persona, debía ser él.
— Phichit, tranquilo... — susurró — todo estará bien...
Suavemente, aferra a Phichit en su pecho. Con sus nobles manos, empieza a acariciar sus azabaches cabellos, demostrando entonces al moreno, que lo peor ya había ocurrido.
— Shhh, shhh... ya pasó, ya pasó... — susurraba de forma apacible, acariciando las hebras del moreno. — yo estoy aquí, todo estará bien...
Phichit, siente un paz desbordante extender por su pecho. Las imágenes fantasmagóricas de su rostro siendo destrozado por la pera, entonces se dispersaron. Los nobles brazos de su amigo, sostuvieron sus miedos, trayendo a él, un sentimiento de protección.
Y Phichit entonces, sonrió de forma interna. Su rostro hinchado por causa de la agresión, no pudo concretar tal sentimiento de apacibilidad.
Yuuri, por unos minutos dedica exclusiva atención a las caricias a Phichit. Con sus gentiles manos, repartía tiernas caricias por el rostro maltratado del tailandés, procurando entonces, hacerle sentir tranquilo y protegido.
Procurando, transmitir el amor que sentía por él. Que no estaba solo. Que la bondad aún existía en aquel lugar.
— Phichit, escúchame... — susurró Yuuri, tomando con suavidad el rostro de su amigo, intentando hacer con él un contacto visual directo. — necesito que me digas que ha pasado contigo, ¿quién te ha hecho esto?
Phichit titubeó por unos segundos. Sin embargo, nuevamente él baja su rostro, intentando ocultar su nerviosismo. Yuuri, de un movimiento suave, levanta el rostro de Phichit, obligándole a hacer contacto visual directo.
— Tienes que decírmelo, por favor... — susurró, con una expresión de súplica en su rostro.
Phichit, dirige su vista de soslayo a la pequeña cómoda que se ubicaba al costado de su cama. Con una de sus manos, apunta hacia el cajón. Entonces Yuuri, logra percatarse del deseo de su amigo.
El japonés, revisa en el interior del cajón, y es entonces cuando, se encuentra con un pequeño cuadernillo y un pequeño trozo de carbón.
— Ah... claro. — musita Yuuri. — no puedes hablar, necesitas de esto.
De forma cuidadosa, acorta distancia hacia Phichit, entregando los objetos en sus manos.
Y entonces Phichit, comienza a escribir.
— ¿Qué vas a escribir?, ¿vas a decirme quién te hizo esto?
Volvió el japonés a preguntar, y entonces, una nota escrita por Phichit, es extendida ante él.
''No puedo decirte nada al respecto. Yuuri, por favor entiéndeme.''
El japonés, arquea ambas cejas, consternado ante tal mensaje. ''¿No puedo decirte nada al respecto?'', ese era un mensaje bastante claro para él.
No. Lo que había ocurrido a Phichit no había sido un accidente, él tenía la certeza de una participación de terceros y una voluntad de herir a su amigo.
— ¿Cómo rayos quieres que te entienda, Phichit? - espetó Yuuri, molesto. — ¡eres mi amigo!, ¡te han hecho daño!, en mi lugar tú... tú tampoco estarías de brazos cruzados. No me callaré, ni mucho menos te dejaré en paz. — una expresión de ira configuró en el rostro del japonés. De un solo movimiento, se reincorpora de la cama. — iré a informar de esto al rey, debe saber que hay alguien en el interior del palacio con este nivel de insensibilidad.
Yuuri, apenas alcanza a girar sobre sí mismo, decidido a salir de la habitación, cuando, la mano de Phichit se aferra en su ropaje, intentando detener su avanzar.
El japonés, gira su rostro hacia su amigo, confuso ante tal reacción. Y, es entonces cuando Yuuri puede percatarse...
La expresión de miedo en el rostro de Phichit.
En sus grisáceos ojos cansados, puede él sentir el pavor y el horror desbordando. Una expresión de súplica se clava en el corazón de Yuuri.
— Phi-Phichit...
El moreno, rápidamente empieza a escribir una nota en el cuadernillo, para luego, extenderla hacia su amigo.
''Por favor, no le digas a nadie sobre esto. Te contaré todo, pero por lo que más quieras, quédate a mi lado, te necesito más que nunca. ''
Yuuri, abre sus ojos de la perplejidad. Un aguijonazo cruza por su pecho. Y, es entonces cuando sus sospechas se confirmaron...
Alguien había hecho daño a Phichit.
— Bien... me quedaré aquí contigo, no me iré de tu lado. —susurró de forma apacible, volviendo a sentarse junto a Phichit. — ¡pero!, tienes que contarme todo lo que ha pasado . — ordenó, mientras que con una de sus manos, limpió con suavidad la saliva que escurría por la comisura de los labios de su amigo.
Phichit asiente apenas con su cabeza. Entonces, nuevamente comienza a escribir sobre el cuadernillo.
Mientras Yuuri, con su vista delineaba cada palabra de la nota escrita, Phichit, solo podía mirar estático su reflejo en el espejo.
Sus ojos grisáceos e indiferentes, aquellas pupilas que antes de la tortura, rebosaban de vida, ahora estaban apagadas, vacías, sin sentimiento alguno.
« Soy un monstruo. »
Fue todo lo que Phichit pudo pensar, cuando, vio el deplorable estado en el que se hallaba. Su rostro, de forma progresiva aumentaba su volumen, por causa de la hinchazón. Sus ojos cansados, los hematomas esparcidos por su cuerpo y rostro y la terrible cicatriz que cruzaba por su mejilla derecha.
« El príncipe ya no me querrá de esta manera. »
Resonó dentro de sí. Sus ojos cerraron, y entonces, el moreno contuvo sus lágrimas.
El solo hecho de pensar que, el príncipe podría rechazarle por su nueva apariencia, traía a Phichit un profundo dolor y desesperación.
Pero, él... él le comprendería de todas formas. ¿Quién querría a alguien con una apariencia como esa?, absolutamente nadie...
O eso, es lo que Phichit creía dentro de su perturbada mente, en aquellos momentos.
— A-así que... que ha sido u-un inquisidor... — murmuró Yuuri, entre dientes, una vez concluyo la lectura.
El japonés, sostenía el cuadernillo entre sus manos, tembloroso. Sintió su vista nublarse, cuando la ira empezó a apoderarse de sus sentidos. Sus labios torcieron y sus ojos cristalizaron.
Simplemente no podía creerlo. No podía siquiera concebir la insensibilidad del rey y del inquisidor. ¿Cómo alguien podría ser capaz de herir a Phichit?, él, que era un joven de buenos sentimientos, inofensivo, que no provocaba un mal a nadie...
¿Cómo alguien podría ser capaz?
— Vo-voy a matarlos... — sollozó Yuuri, dibujándose en su rostro una lúgubre expresión. Con ambas manos, apretujó el cuadernillo, extrapolando la furia que ahora quemaba en su ser.
Phichit, negó con su cabeza, consternado. Intentando emitir pequeños alaridos, trató de calmar a su amigo.
— Es-esto no... no es jus... — un fuerte sollozo arrancó de sus labios. — ... no es justo...
El tailandés, de un movimiento suave, entrelaza sus manos a las de su amigo. Ambos, hacen contacto visual directo, y es entonces cuando, Yuuri siente su ira apaciguar por unos instantes.
— Esto es demasiado complicado... — murmura Yuuri, posicionando su pulgar e índice en el entrecejo. — ¿cómo quieres que omita todo lo que te han hecho, Phichit?, ¡esto es terrible!, el príncipe Seung-Gil debe enterarse de est...
Phichit, niega de forma brusca con su cabeza, atemorizado al oír lo que su amigo decía.
— ¿Po-por qué el príncipe no debe saber? — preguntó — ¡él debe saber que te han hecho daño!, ¡tiene derecho a saberlo!
El moreno, de un movimiento desesperado, toma nuevamente el cuadernillo entre sus manos, y, ante la mirada confusa de Yuuri, escribe:
''No puedo decir nada al príncipe. El rey me ha amenazado con dar muerte a toda mi familia. Por favor, Yuuri, no digas nada a nadie.''
Yuuri, sentía como la furia desgarraba en cada una de sus vértebras. Mordió su labio inferior y cerró sus ojos con fuerza, intentando amenizar el terrible sentimiento que desplegaba por él.
Phichit, suplicó a través de su acongojada vista. Yuuri entonces, no pudo llevar la contraria a su amigo. Por más ira y coraje que él sintiera, entendía el miedo de Phichit.
Después de todo, él conocía a su amigo. Y Phichit, era un ser completamente altruista, tanto que, así él estuviese experimentando el sufrimiento más terrible, en lugar de una persona querida para él, entonces él lo recibiría gustoso.
— Phichit... — susurró — bien, no puedo llevarte la contraria, aunque, si fuera por mí, mataría ahora mismo a esos malditos sádicos. — dijo entre dientes. — pero... hay algo que estás olvidando por completo.
Phichit, ladea su cabeza confuso ante lo dicho por su amigo.
— El príncipe. — espetó. — ¿qué harás con él?, Phichit, él llegará mañana por la noche y te verá en este estado.
El tailandés, baja su mirada de inmediato. Era cierto. El príncipe llegaba dentro de dos días y entonces, le vería en aquel estado. ¿Qué debía él hacer?
— Él no va a descansar hasta saber que pasó contigo, Phichit. — espetó. — No va a dejarte en paz hasta que le digas la verdad. Inclusive, si es necesario, va a esparcir las tripas de todos nosotros en el palacio, con tal de buscar la verdad acerca de tu estado.
Aquellas palabras repercutieron con fuerza en Phichit. Los nervios, comenzaron a acrecentar, ante la eventual posibilidad de que el príncipe descubriese la razón de su estado.
De pronto, un recuerdo cruza por la mente de Phichit. Entonces el moreno, siente desligarse de la responsabilidad de informar al príncipe acerca de lo ocurrido.
«Yo encontraré la forma de excusar lo que te ha pasado, tú solo debes guardar silencio... »
Recordó las palabras dichas por el rey. De esa forma, él podría desligarse de tal responsabilidad, diciendo al príncipe, que no recordaba absolutamente nada de lo ocurrido, y que él solo, tenía una vaga noción de haber despertado en tales condiciones, logrando así, poner a salvo la vida de su familia.
Y aunque dolía en su alma mentir de aquella forma al hombre que amaba con cada fibra de su ser, él...
Él amaba tanto a su familia que, si era necesario, seguiría sufriendo su agonía en silencio.
— ¡¿Phichit?! — interrumpió de forma sorpresiva Yuuri, en los pensamientos de su amigo. — ¡¿estás escuchando lo que te estoy diciendo?!
El moreno, solo asiente suave con su cabeza. De un movimiento, toma el cuadernillo, para luego escribir:
''Todo estará bien, Yuuri. No quiero preocuparte. Gracias por estar a mi lado. ''
El japonés, lanza un bufido de exasperación al aire, resignado ante la típica actitud de su amigo.
Sin lugar a dudas, Phichit era una persona como pocas. Su inocencia e ingenuidad, muchas veces le frustraba.
Pero, sin embargo, esa misma inocencia e ingenuidad de Phichit...
Le había enseñado a él que, a pesar de lo lúgubre de los tiempos, aún había esperanzas en buenos seres humanos.
Buenos seres humanos que... sufrían por causa del sadismo imperante de aquel tiempo.
Durante el transcurso del día, Yuuri, procuró no dejar solo a Phichit en ningún instante. Tan solo, se ausentó de él cuando procedió a preparar alimentos para el tailandés, el que, solo podía ingerir líquidos por la luxación de su mandíbula.
Una sopa con arroz fue lo único que Phichit pudo consumir durante el día. Con una especie de pajilla metálica —la que, fue introducida por el costado izquierdo de sus labios—, pudo él tragar la sopa.
Y, aunque el terrible estado de su cavidad bucal, provocaba que el líquido escurriera por sus labios en conjunto a la saliva, Yuuri no sentía asco alguno al momento de limpiar con sus propias manos los fluidos de su amigo.
Porque Phichit, era para Yuuri como el hermano que jamás tuvo. Era como sangre de su sangre. Era la única persona que tenía en aquellos instantes.
*****
Con la llegada de la noche, todo fue empeorando. Las altas temperaturas y la nula atención médica al terrible estado de Phichit, desató una noche en vela para ambos, en la que Yuuri, con sus escasos conocimientos médicos, debía socorrer a su amigo como pudiese.
La sangre empezaba a brotar desde los vendajes, la fiebre incrementaba cada vez más la temperatura en el débil cuerpo del joven, y el intenso dolor que desplegaba por todos lados, sumía a Phichit en un estado de poca lucidez mental y una intensa somnolencia y letargo.
Yuuri, entonces tuvo que desnudar nuevamente a Phichit, para proceder a curar sus heridas. Otro tiesto de agua tibia fue entonces teñido de carmín, por causa de la sangre que nuevamente empezaba a brotar desde sus heridas.
Una convulsión febril se hizo presente en el débil cuerpo de Phichit. Su cuerpo rígido, empezó a temblar ante la horrorizada mirada del japonés.
Y entonces Yuuri, por primera vez en su vida, experimentó un miedo desbordante.
El cuerpo de su amigo convulsionaba ante su presencia, sin poder él hacer nada al respecto. De forma rápida, toma a Phichit entre sus brazos, para luego, acurrucarlo entre las sábanas, desesperado.
Emitiendo gemidos por causa del susto, Yuuri suplicó a Dios terminar con aquel sufrimiento de su amigo, el que poco a poco, cesaba de temblar por causa de la convulsión.
Después de que logró disminuir un poco la temperatura corporal de Phichit, Yuuri limpió las heridas y cambió los vendajes. La noche pasó tortuosa y lenta, mas Phichit, no lograba dilucidar bien la situación por causa de su letargo.
La noche se dispersó y el palacio carmesí dio la bienvenida al alba, y ambos, pudieron entonces apenas conciliar el sueño. Phichit, acurrucado en el pecho de quien fuese para su existencia el único ángel ante la indolencia del resto, y Yuuri, aliviado de lograr estabilizar aunque sea momentáneamente la agonía de su amigo.
Porque ambos, en aquellos tiempos en los que la indolencia y apatía inundaban en cada esquina y recodo del pueblo, no eran sino que un ángel para el otro.
Ambos durmieron extensas horas, y, cuando el reloj marcó el medio día, el sueño se dispersó y con ello trajo un nuevo despertar.
El último día en el que Seung-Gil, estaría ausente del Palacio Carmesí.
Yuuri procedió a imitar las acciones del día anterior. Con una pajilla metálica, nuevamente suministraba alimento a Phichit, limpiando siempre la saliva y la sopa que escurría por la boca de su amigo.
Cuando ambos entonces terminaron de comer, Phichit se dispuso a escribir una nota en el cuadernillo, diciendo:
''No tengo como agradecerte todo lo que has hecho por mí. Realmente me apena darte tantos problemas. Sin embargo... hay una última cosa que deseo pedirte.''
Yuuri, arqueó ambas cejas al concluir la lectura de aquella nota. Él, pudo percibir en Phichit una terrible congoja inundando su alma. En sus ojos grisáceos y cansados, una expresión de súplica extrapoló y clavó en el corazón de Yuuri.
— Hoy por la noche aparecerá el príncipe. Estoy seguro que él, se hará cargo de tu recuperación, así que, dime... ¿qué es lo último que puedo hacer por ti? — susurró, entrelazando una de sus manos en las hebras azabaches del moreno.
Phichit, procedió a escribir entonces nuevamente en el cuadernillo.
''Necesito que me lleves a la catedral del pueblo, es lo único que te pido. Necesito ir allí, te lo suplico.''
El japonés, abrió sus ojos de la perplejidad cuando delineó aquellas palabras. Una expresión de consternación cruzó por su rostro. Confuso, clavó la vista en Phichit, quien, sostenía en su faz una expresión de total congoja.
Y, a pesar de lo peligroso que aquello era, Yuuri no pudo negarse ante la expresión en Phichit.
El moreno, extrapolaba a través de sus cansados ojos, una tristeza inconmensurable. Yuuri, no sabía con certeza qué ocurría dentro de su amigo, pero, lo que él si sabía, era que Phichit no estaba solo herido físicamente...
Sino que también, su alma se hallaba gravemente herida.
Un suspiro de resignación fue emitido con fuerza por Yuuri. Con una de sus manos, empezó a frotar su frente, nervioso ante la osadía que cometería.
— Está bien— espetó. — te llevaré a la catedral del pueblo, pero... — se detuvo. — ¿Cómo saldremos de aquí?, tú sabes que si algún guardia nos sorprende... tú y yo moriremos.
Phichit, formó una pequeña curvatura en sus labios, alegre ante la respuesta favorable de su amigo. Ansioso, comienza a escribir otra nota, diciendo:
''Hay una salida subterránea por el patio exterior. Solo necesitamos dos capuchas. Solo sígueme.''
Un guardia real se hallaba resguardando el patio exterior. Un gran bostezo es emitido por él, aburrido de la poca actividad que era perceptible por aquel sector del palacio. A lo lejos, solo resonaba el graznido de los patos en la fuente.
— Guardia.
Oye el hombre detrás de él. Y, cuando reconoció al emisor de aquella voz, ejecuta de inmediato una gran reverencia.
— ¡Rey Jeroen, mi señor!
— Levántese, tengo una tarea urgente que encomendarle.
— A sus órdenes, señor.
— Necesito que usted se deshaga del gran cisne de cristal que cuelga en el centro de la sala principal.
El guardia, ante aquella orden, levanta su vista hacia el rey, totalmente consternado y confuso.
— N-no le entiendo, majestad...
— Estoy siendo sumamente claro. — espetó el rey. — le estoy diciendo que vaya y se deshaga de aquel cisne.
— Pe-pero... — balbuceó. — usted sabe que... que necesitaré al menos siete hombres para cargar ese cisne, es demasiado grande y pesado...
El rey, rodó los ojos con molestia. Una mirada de impaciencia fue dirigida al guardia real.
— Entonces vaya y consiga a siete hombres. — ordenó. — cuando puedan sacar ese cisne de cristal, asegúrate de romperlo en cientos de pedazos y lanzarlo a las afueras del pueblo.
— S-sí, señor...
El rey, sin más, procede a alejarse por los pasillos. El guardia, entonces, comienza su búsqueda para poder deshacerse del gran cisne de cristal que colgaba desde el techo de la sala principal.
Ambos esperaron a que los rayos del sol desplegaran su rojiza luz por la atmósfera. Ya daban las seis de la tarde, cuando ambos, cubiertos de negras capuchas, decidieron descender hasta el pasadizo subterráneo.
Una vez abajo, con la luz de una vela, ambos fueron encaminando hacia la salida del túnel.
El agua tibia acariciaba en sus tobillos. A través del lúgubre ambiente resonaba el eco de roedores hurgando por los rincones. La luz del fuego alcanzaba a encender los recodos y los pasillos de aquel pasadizo, el que, parecía ser construido para fines bélicos.
— Ya llegamos al final, déjame ayudarte.
Dijo Yuuri, mientras ayudaba a Phichit a ascender por unas rocosas y resbaladizas escaleras. Una vez fuera, ambos ajustaron de mejor manera las holgadas capuchas en sus rostros, para así, esconder de mejor manera sus identidades.
En el pueblo, siempre había presencia de guardias reales, y, si alguno de ellos les reconocía, entonces aquello sería el fin.
*****
Poca era la concurrencia de gente en el pueblo, puesto que, el comercio ya estaba próximo a cerrar sus puertas. A lo lejos, en la parte trasera de la plaza principal, era desde ya visible la gran catedral del pueblo.
El sonido de unas campanas retumbó por la extensión de la atmósfera. Varios monaguillos entraban y salían por las anchas puertas de la catedral formada por piedra y mármol. Phichit y Yuuri entonces, ingresaron en el interior de ésta.
Ya en su interior, una atmósfera de total apacibilidad era perceptible por ambos. Phichit, sintió su cuerpo estremecer cuando, a lo lejos, pudo percibir la santa imagen de María junto a Jesús.
Aquella imagen a lo lejos, dio un vuelco en su alma. Sus ojos cristalizaron apenas cuando, una mano de Yuuri fue puesta sobre sus hombros.
— Te acompañaré hasta donde está ella, vamos.
Susurró de forma apacible. Y ambos, a paso lento se dirigieron hasta el lugar.
De pronto, ambos se detienen curiosos, cuando a lo lejos, se hizo perceptible el melodioso canto de varios hombres.
El canto gregoriano.
Una melodía litúrgica, cristiana y cantada en latín, sin ningún acompañamiento de instrumentos y que, además, expendía por el lugar una fuerte sensación de paz y apacibilidad.
— Proviene de uno de los salones interiores de la catedral. — susurró Yuuri, dirigiendo su vista hacia su amigo. — han de ser los monaguillos y los sacerdotes.
Phichit, ensimismado por tan misteriosa melodía, solo asintió con su cabeza. Después de unos segundos, decide seguir con su camino, dirigiéndose entonces, hasta la imagen de María con su hijo Jesús en sus brazos.
Una vez frente a ella, ambos se arrodillaron, para luego, juntar sus manos, en forma de oración.
Yuuri, cerró sus ojos y ladeó su cabeza con vista hacia el suelo, mientras que Phichit, clavó su acongojada mirada en el rostro de María.
Y entonces él, sintió que su alma desmoronaba a pedazos. La dulce y apacible expresión en el rostro de María, traía a Phichit muchos sentimientos encontrados. Una fusión entre la tristeza, la desolación, la decepción, la culpa, el remordimiento y el miedo, desollaron en su pecho.
Sus grisáceos ojos entonces cristalizaron, y, una lágrima solitaria, rodó por sus mejillas heridas.
Ambos, permanecían solos por la gran extensión de la catedral, mientras que, era perceptible el canto gregoriano a lo lejos. Por varios minutos, ellos pudieron orar en completa sumisión.
Hasta que, alguien irrumpió en la intimidad de su silencio.
— ¡¡Ustedes dos, fuera de aquí!!
Se oyó a lo lejos, por la entrada. Phichit, abrió sus ojos de la perplejidad, cuando, reconoció entonces al emisor de aquella voz tan tétrica.
— ¡¡Desalojen esta catedral de inmediato, requiero de un momento de intimidad con María!!
Yuuri, miró de soslayo a Phichit, con los nervios controlando en su cuerpo. El japonés entonces, pudo percatarse de la expresión en el rostro de su amigo.
HORRORIZADO.
Las pupilas del moreno, se hallaban completamente contraídas y temblorosas. Sus manos unidas en forma de oración, temblaban del pavor ante la presencia de aquel hombre que les desafiaba a desalojar el lugar.
— ¡¡Oigan!! — volvió a exclamar. — ¡¡les estoy diciendo que abandonen ahora mismo ésta catedral, necesito orar a solas con María!!
Ambos, de espaldas al hombre, solo pudieron ignorar el desafiante tono con el que eran desalojados. Yuuri, intentaba amenizar su nerviosismo, mirando hacia el suelo, mientras que Phichit, se hallaba shockeado del horror que le inundaba.
De un movimiento violento y rápido, el hombre se decide a tomar a Phichit desde una de sus muñecas, girándolo con fuerza.
— ¡¡Les estoy diciendo que abandonen este lug...!!
Pero, el impacto fue tan grande, que el hombre paró en seco.
En su gran y huesuda mano, Snyder Koch, sostenía una débil mano de piel morena.
De piel morena...
Y, aunque el rostro de Phichit no le era visible - pues el tailandés, mantenía su cuerpo hacia el frente, y, tan solo su mano era visible por causa del agarre -, él sabía que se trataba del muchacho que le había hecho perder la cordura y los estribos.
Por varios segundos, el inquisidor solo pudo limitarse a clavar su vista en aquella menuda mano que sostenía entre las suyas. Su mente se noqueó y sus tétricos ojos abrieron de la perplejidad.
— E-eres t-tú...
Susurró. Y Phichit, sintió que todo había acabado. Una expresión horrorizada se pasmó en su rostro, mientras que Yuuri, mirando de soslayo a su amigo, permanecía estático del Shock.
— ¡¡Señor Snyder, suelte ahora mismo a ese muchacho!!
Un grito varonil de oyó desde la parte trasera de la catedral. Y entonces el inquisidor, de un solo movimiento, soltó la débil mano de piel morena. Phichit, de un movimiento fugaz, escondió su mano bajo la capa negra que cubría su cuerpo entero.
— ¡¿Qué cree que está haciendo, señor Snyder?! — exclamó el sacerdote de aquella catedral, desafiando al inquisidor.
— Y-yo... yo...
— ¡¿Cuántas veces debo repetirle que usted no puede irrumpir de esa forma en la casa de Dios?!
— Cierra la maldita boca, Celestino. — espetó el inquisidor, saliendo al fin de su trance. — No pretendas dar órdenes al representante de la Santa Inquisición.
— ¿Qué es lo que quieres ahora, Snyder?
— Vengo a confesar un terrible pecado carnal en el que he incurrido recientemente. — espetó . — deseo tener un momento de intimidad absoluta con María, llévese a estos sucios aldeanos lejos de aquí. —ordenó.
— No. — respondió con decisión. — estos aldeanos estaban orando antes que usted, siéntese y ore junto a ellos, de lo contrario, espere su turno.
— Creo que no estás entendiendo con quién estás hablando, Celestino... — murmuró el inquisidor, entre dientes, desollando con su tétrica mirada al sacerdote.
— Y creo yo, señor Snyder, que usted no ha comprendido que tanto usted como estos aldeanos, son hijos del mismo Dios, y por tanto, ambos tienen el mismo derecho de permanecer en la casa de nuestro Dios misericordioso.
El inquisidor, clavó su fulminante vista en la apacible expresión del sacerdote. Phichit y Yuuri, temblaban del susto ante el desenlace de aquel enfrentamiento entre ambos hombres.
— Bien. — espetó Snyder. — tienen diez minutos para terminar de orar, de lo contrario, colgaré vuestras cabezas en la plaza del pueblo.
— No matarás. — susurró Celestino. — El quinto mandamiento.
— ¡Ah!, ¡cierra la boca!
Exclamó Snyder, totalmente exasperado. De un rápido movimiento, voltea hacia la salida de la catedral, dejando solos a ambos junto al sacerdote.
Phichit y Yuuri entonces, sienten su tensión desaparecer. Los latidos de su corazón normalizan nuevamente.
— Chicos... — susurró de forma apacible el sacerdote, dirigiendo su vista a ambos. — me gustaría decirles que se quedaran a orar cuanto tiempo sea necesario, pero... ese inquisidor es de temer, por vuestro propio bien, les recomiendo cumplir con el tiempo señalado. De verdad lo siento.
— Muchas gracias, señor. Apreciamos su bondad. — respondió Yuuri, mirando de soslayo al sacerdote.
Celestino, asiente con una gran sonrisa, para luego, desaparecer nuevamente por aquella sala de la que provenía el melodioso canto gregoriano.
Phichit, de un rápido movimiento, saca desde el interior de su capucha, el cuadernillo y el trozo de carbón, para luego, proceder a escribir:
''Necesito orar a solas durante este corto lapso de tiempo. Yuuri, ¿podrías esperarme a las afueras de la catedral?, prometo no demorar demasiado.''
El japonés, al concluir la lectura de aquella nota, asintió con la cabeza. A pesar de que él, sentía también deseos de orar, había sido Phichit quien de forma encarecida le había pedido ir hasta ese lugar, por lo que, para él, era mucho más urgente el deseo de orar.
— Bien. — respondió, guardando la nota en el interior de sus ropajes. — te estaré esperando afuera, no demores. — fue lo dicho por el japonés, para luego proceder a reincorporarse y caminar hacia las afueras de la catedral.
Y entonces Phichit, quedó sumido en la soledad junto a María y su hijo Jesús en brazos.
Sus ojos grisáceos y revestidos de tristeza, se posaron en el dulce semblante de la santa mujer. Una avalancha de sensaciones desperdigó por el umbral de su alma, cuando, la apacible aura de María y Jesús, cruzaron por su pecho, encendiendo todo en su interior.
Sus ojos cristalizaron por completo, y entonces, las incesantes lágrimas empezaron a surcar por sus mejillas heridas.
A pesar de que Phichit, no podía siquiera articular palabra alguna, él, clavó su vista en el rostro de ambos, y entonces, desde lo más profundo y recóndito de su alma, una oración fue emitida hacia María.
''A pesar de que, no puedo emitir palabra alguna, sé que estás escuchando esta oración, que va desde lo más profundo de mi corazón.
María, Santa María.
No sabes cómo pesa la culpa y el remordimiento sobre mis hombros.
Fui terriblemente torturado por un hombre que dice ser portador de la palabra de Dios.
Pero... no entiendo. ¿Dios?, ¿Acaso Dios no es amor?, ¿Por qué Dios habría permitido tal sufrimiento en mí?
Desde pequeño me han enseñado que el amor es la solución a todo, que con amor podemos cambiar a las personas, que con amor podemos evitar el terrible destino de este mundo.
Pero... ¿de qué sirve, María?
¡Mírame!, ¡mira el monstruo en el que me han vuelto!
Siento que han despellejado mi alma viva, siento dolor como nunca antes lo había sentido.
¿Por qué persiguen al príncipe por amar?, ¿por qué la gente está muriendo?, ¿por qué ellos siguen teniendo riquezas y protección, a pesar de ir en contra de los mandamientos de Dios nuestro señor?
¡No lo comprendo!
Es por eso que... María, es a ti a quien recurro, e intercede por mí ante Dios, te lo pido.
Protege a la gente del pueblo, a los hombres, a las mujeres y los niños.
Protege el corazón de las buenas personas, quienes, en algún momento podrán ser corrompidos y heridos por la brutalidad de quienes no portan buenos sentimientos.
Protege a mis amigos, cuídalos del sadismo y de la maldad de quienes controlan el actual sistema imperante.
Protege a mi familia, a mi padre Damdee, a mi madre Janram, y a mis hermanas Saichol y Areeya.
Y, te pido en especial...
Protege al príncipe Seung-Gil.
Protégelo de la brutalidad de su padre, del peligro que conlleva amar a una persona prohibida dentro de la frivolidad e ignorancia de esta época.
Porque ni yo, ni el príncipe Seung-Gil, hemos cometido un delito.
Ambos nos amamos con cada fibra de nuestro ser, como nunca antes hemos amado a alguien.
Maria, no sé qué creas tú respecto de este romance, pero si hay algo que puedo reprocharte...
No pueden castigar a una persona por la simple razón de amar.
El amor es la esencia y la fuerza universal que todo lo puede y lo trasciende.
¡Mira a tu hijo!, él mismo murió en la cruz por amor a la humanidad.
Y así como tu hijo lo ha hecho, yo también lo haré por amor al hombre que ha cambiado mi vida.
No te miento cuando digo que, amo al príncipe Seung-Gil con todas mis fuerzas, lo que siento arde tan fuerte que, inclusive si quieren volver a marcar una parte de mi cuerpo, dejaré que lo hagan, siempre y cuando el príncipe, mi familia y mis amigos, estén a salvo.
Intercedo ante ti, oh santa María, madre de Dios.
Porque sé de lo pulcra y dulce que es tu alma, porque eres esperanza y eres amor que se extiende ante éstas lúgubres tierras, inundadas de la indolencia y la avaricia.
Perdóname por dudar antes de la fuerza del amor, estoy seguro que como yo, muchas personas intentan cambiar el destino de nuestra especie.
Que el amor y la bondad sigan luchando contra los bajos instintos, y que las personas puedan vivir libres e iguales.
Porque, en el mundo que sueño, las personas no seremos privadas de nuestro sentimiento más humano e inherente.
Y por eso, seguiré amando a pesar de la tormenta.
Por eso, madre misericordiosa, no deseches por favor mis súplicas.
Te concedo mi alma, mi vida y corazón.
Amén. ''
Concluida aquella oración, Phichit, limpió sus lágrimas con sus nudillos. Una última mirada de súplica fue dirigida hacia María y Jesús, para luego, proceder a persignarse.
Aquella súplica suya, fue emitida desde lo más profundo de su alma. Intercediendo ante María, quien fuese la representación de la bondad en la calamidad de aquellos tiempos.
Phichit, creía en un futuro mejor, que la agonía pronto pasaría, que el dolor se esfumaría.
Pero, lo que él no sabía, era que...
Aquella agonía de la tortura, no era siquiera comparable a lo que pronto se avecindaría, un dolor tan desollador que, inclusive la muerte, parecía una solución vaga para atenuar la agonía de la terrible culpa.
La culpa que Phichit cargaría en sus hombros ante un último aliento.
Y es que, el dolor de la reciente tragedia, no habría sido suficiente para vencer la voluntad de su alma, pero, sin embargo...
El suceso que cambiaría a Phichit por completo, estaba pronto a ocurrir, porque...
Él, podría soportar el sufrimiento hacia su persona, pero él, jamás... podría tolerar el sufrimiento de alguien a quien ama.
La noche desplegó su ausencia de luz por los pasillos del Palacio Carmesí. Tan solo, la tenue luz de una solitaria vela en la cómoda del costado, acompañaba a ambos nuevamente en una noche repleta de sufrimiento.
La fiebre, no abandonó el cuerpo de Phichit a pesar de las curaciones. Una terrible hinchazón se desplegó por la zona de la mandíbula, la que, aún permanecía colgando por la ausencia de una atención médica especializada.
La zona de la cicatriz en su mejilla, empezó a brotar sangre nuevamente. Phichit, temblaba del frío, a pesar de estar hirviendo de la alta temperatura.
Por la humilde morada, solo eran perceptibles los jadeos de Phichit. Yuuri, quien tenía a su amigo envuelto entre las sábanas y acurrucado en su pecho, solo entonaba una dulce melodía, tratando de apaciguar el tremendo malestar y sufrimiento de su amigo.
El reloj, marcaba las 5:30 am.
El carruaje ingresaba ya por las grandes puertas del palacio. Seung-Gil y Sala, ya estaban de regreso en el reino.
El príncipe, no podía soportar más las ansias de volver a ver a Phichit. Con nerviosismo, golpeaba su pie contra el suelo, de forma incesante. Con fuerza, mordía sus nudillos, dirigiendo su vista hacia el exterior, esperando así, a que el carruaje estacionara y él pudiese salir despavorido a por su servidor.
— Tranquilízate, estás muy ansioso, ¿qué es lo que tanto te desespera? — preguntó Sala, mientras aireaba su rostro con uno de sus elegantes abanicos.
Seung-Gil, ni siquiera pudo oír la voz de su prometida cruzar por sus oídos. Su mente, cuerpo y alma, estaban tan solo proclamando volver a ver a la persona que tenía sus sentidos al borde de la locura.
PHICHIT. PHICHIT. PHICHIT.
Era lo único que su mente dilucidaba, de lo que él tenía noción, lo que su corazón demandaba con vehemencia.
De pronto, el carruaje detiene en una esquina, y es entonces cuando, Seung-Gil de forma apresurada e, impulsado por sus ansias, pasa por sobre Sala, abriendo la puerta y corriendo hacia el interior del palacio.
La princesa, con el ceño fruncido, dirige su vista hacia su prometido, el que, en menos de tres segundos, ya se había perdido por el recodo de la entrada.
— ¡Por Dios!, ¡¿qué le pasa?! — exclamó la joven, consternada.
— Majestad, ¿le ayudo a descender del carruaje? — preguntó uno de los guardias reales, al percatarse de la situación.
— ¡Por favor! — exclamó. — ya que mi prometido no lo ha hecho, usted ayúdeme.
De forma desesperada Seung-Gil corría por los pasillos del palacio, en dirección a la habitación de su servidor.
Tanta era la vehemencia de poder abrazarlo y besarlo que, Seung-Gil, tropezaba inclusive consigo mismo.
El bello rostro de quien fuera el amor de su vida, se extendía ante sus ojos. Su tersa piel, sus hermosos ojos grisáceos repletos de vida e inocencia, sus suaves manos, su dulce voz.
Su hermosa sonrisa. Su radiante e inocente sonrisa.
Aquello preciosa curva en los labios de Phichit, aquella sonrisa que le había hecho perder los estribos, que había enloquecido sus sentidos, que le había hecho replantear la conversión de su vida, la que le había flechado desde el primer instante.
La sonrisa que él, se había prometido a sí mismo proteger.
— ¡Phichit!, ¡Phichit!, ¡Phichit!
Exclamó eufórico, dibujándose una radiante sonrisa en su rostro, cuando, divisó la puerta de la habitación de su servidor.
Cuando, por fin pudo estar de pie ante la puerta, entonces él inhaló y exhaló, con la felicidad y las ansias desbordando por tener nuevamente entre sus brazos a la persona responsable de su rebosante alegría.
Y, es entonces cuando, Seung-Gil abre la puerta de la habitación.
Una vez dentro, su alma da un vuelco.
Yuuri, levanta su vista de inmediato hacia el perplejo rostro del príncipe Seung-Gil, y, sin poder emitir palabra alguna, separa sus labios, atónito ante la presencia del noble.
Seung-Gil, de un segundo a otro, frunce su ceño. La escena que ante él se extendía, provocó una ira incontenible cruzando por cada una de sus vértebras.
Phichit, con las sábanas cubriendo por completo su cuerpo y rostro, acurrucado entre los brazos de un extraño hombre y emitiendo pequeños jadeos.
NO.
Seung-Gil, no podía creer que aquello era posible. Phichit, simplemente él... él no sería capaz de estarle engañando mientras su ausencia.
— ¡¿Q-qué... qué está pa-pasando?!
Exclamó el príncipe, con sus manos empuñadas como rocas y sus pupilas perplejas. Yuuri, solamente se mantuvo estático observando al noble, con el miedo desbordando a más no poder.
— ¡¿QUÉ MIERDA ESTÁ PASANDO?!
Un grito ensordecedor, revestido de furia y frustración, retumbó por toda la habitación. Yuuri, da un gran respingo, para luego, abrazar con fuerza a Phichit, quien, se hallaba completamente aturdido en el regazo del japonés.
Y, es entonces cuando, la ira de pensar que, alguien más podría estar adueñándose de Phichit, provocó en Seung-Gil un terrible arranque de celos.
De un movimiento rápido, camina hacia ambos jóvenes tendidos en la cama, y, con el menor cuidado posible, toma las sábanas que acurrucaban el cuerpo del moreno, despojando a éste de un solo movimiento, dejando entonces...
El rostro y cuerpo de Phichit al descubierto.
Yuuri, siente su corazón detener ante tal suceso y, con fuerza, cierra sus ojos, esperando a la reacción del noble.
Seung-Gil, queda pasmado ante la imagen de la cual era testigo.
Por una cuestión de segundos, su mente quedó en blanco, no pudiendo procesar lo que ocurría.
Phichit, el amor de su vida, ante él y completamente irreconocible. Su rostro hinchado y repleto de sangre seca y hematomas por doquier, su mandíbula dislocada y la saliva escurriendo por la comisura de sus labios.
Sin aquella radiante sonrisa que tanto amaba. Con una expresión de tristeza en su rostro. Con Phichit en condiciones totalmente inhumanas.
.
.
.
.
.
.
Un grito ensordecedor resuena por todo el palacio. Un grito inundado de un desollador dolor y una ira fulminante que desgarró la humanidad de Seung-Gil por completo.
Un grito que sería el precedente de la más ansiada venganza para el príncipe.
Y, lo que sobrevendría de su paso de príncipe...
A rey.
N/A:
¡Hola!, demoré años en actualizar TvT (o en realidad, algo así como tres semanas), pero como ya les he dicho, las actualizaciones serán lentas, por eso procuro hacer largos capítulos.
Espero que, este capítulo, haya sido de vuestro agrado. Realmente pongo todo mi esfuerzo para esto.
Como algunas ya se habrán percatado, el Palacio Carmesí está ahora concursando en el VKUSNOAWARDS, en la sección de Misterio/Suspenso, así que, espero poder estar a la altura del concurso, y pues si no, a mejorar entonces xP
Y bueno, hay muchas cosas que pasaron en este capítulo, pero, me preocupé básicamente de explotar el aspecto psicológico y sentimental de Phichit. ¿Qué es lo que va a pasar de ahora en adelante?, ¿cómo va a reaccionar Seung-Gil ante esto? :o
Igual dejé durante el capítulo algunas pistas, y, deje una principalmente que es la que resuelve el gran enigma que gira en torno al rey, pero bueh, así ustedes debieron fijarse xP
YYYYYY, por último, y no por eso menos importante, se habrán percatado que este capítulo va con dedicación, ¡así es!
Este capítulo va dedicado para ti, mi queridísima Panari, por ser una lectora como pocas, de aquellas que no solo dice que éste es su fanfic favorito, sino que también, realiza críticas cuando es necesario. Gracias por seguir esta historia, realmente me haces feliz, muchos abracitos para ti, esto es lo menos que puedo hacer por ti!~
Y ahora sí, sin más que decir, me retiro, nos veremos en una próxima actualización. ¡Espero que haya sido de su gusto y no me estén odiando demasiado!
¡Bye!~
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