Nueve.

ANTES DE LEER;

Lean con tiempo, está extenso. 

Arriba he puesto una canción. Cuando vean el siguiente signo '*#*' después del separador, deberían reproducir la música. Obviamente solo queda a su elección, pero es importante que sepan que ''la melodía de flauta'', pertenece a esa canción. 

 Capítulo lleno de pistas y enigmas. Pongan atención a los diálogos. Pueden hacer teorías. xD 

Lean las notitas del final, pls. <3 

GLOSARIO; 

1° Mandrágora; Es una especie de ganerógama, que fue usada extensamente en Europa medicinalmente. Sus raíces han sido usadas durante la historia en rituales satánicos – porque sus bifurcaciones tienen un parecido a la figura humana -, y para fines analgésicos. Suelen crecer en zonas sombrías y húmedas. La mandrágora es una planta altamente tóxica, por lo que al manipularse se debe tener prudencia. 

¡Buena lectura!


Su mente no procesó absolutamente nada por varios segundos. Un espacio en blanco y un silencio fúnebre desplegó por la extensión de sus atónitos sentidos. Un grueso hilo de sangre descendió por sus fosas nasales en dirección a sus labios entreabiertos.

Seung-Gil, solía sangrar de aquella forma cuando un suceso le impactaba de sobremanera, y aquello, no ocurría desde que fue testigo del asesinato de su madre, cuando era tan solo un niño.

El joven japonés, con fuerza mantuvo sus párpados cerrados, aferrándose de forma temblorosa al débil cuerpo de su amigo, el que, se hallaba hundido en su regazo.

Phichit, apenas se remueve en los brazos de Yuuri, emitiendo un débil jadeo, y, es aquello, lo que logra sacar al príncipe de su terrible shock.

— P...Phich... — se detuvo. Más sangre empezó a descender por sus fosas nasales. — N-n-no...

Una expresión de angustia total se pasmó en su faz; sus negras pupilas temblaban de forma frenética, sus labios entreabiertos emitiendo pequeños alaridos de la desesperación, su piel empalideció más de lo habitual, sus manos rígidas a la altura de su rostro.

Seung-Gil estaba horrorizado. Él, simplemente no podía asimilar la imagen que ante él se extendía; el amor de su vida en condiciones deplorables, su rostro irreconocible, su morena piel que tanto amaba estaba ahora pigmentada de un color violáceo, su amado apenas jadeando para obtener oxígeno y la saliva escurriendo por la comisura de sus resecos labios.

Desesperación.

Una desesperación fulminante empezó por ahogar al príncipe, cuando, pudo percatarse de que Phichit, su más preciado anhelo, estaba sufriendo.

Y sufriendo en demasía...

— ¡¡NOOOOOOO!!

Un grito desgarrador arrancó despavorido desde sus labios. Rápidamente, despoja a Phichit de los temblorosos brazos de Yuuri, para luego, reincorporarse y dirigirse hacia la puerta de su habitación. De una patada revestida de fuerza desmedida, Seung-Gil, logra abrir paso hacia el interior de ella. Yuuri, invadido por la angustia y el miedo, sigue al príncipe por detrás, adentrándose también él en la morada del noble.

— ¡¡PHICHIT!! — exclamó, recostando el débil cuerpo de su servidor en el lecho de su cama — ¡¡Por favor no, no, no!!, ¡¡mi amor, por favor no!!

Desesperado ante el estado de su amante, Seung, empieza a acariciar su rostro con las manos temblorosas. Incesantes lágrimas empezaron por surcar sus pálidas mejillas, humedeciendo todo su rostro.

— ¡¡E-está sufriendo!! — sollozó, acomodando a Phichit bajo las sábanas y cubriéndolo con ellas — ¡¡Po-por favor ayúdame!! — giró su rostro hacia el japonés, suplicando auxilio para calmar el pesar de su amado.

Yuuri, contrajo sus pupilas ante ello. Su boca abrió de la impresión.

Seung-Gil, no cesaba de sollozar arrodillado a un costado de la cama, acariciando el herido rostro de su servidor. Una de sus manos fue entrelazada con fuerza a las manos de Phichit, repartiendo fugaces besos en ellas.

— M-mi...mi a-amor... — un amargo sollozo arrancó desde lo más profundo de su alma —. T-tu carita... tu carita... — susurraba entre alaridos, besando con suavidad las heridas mejillas del moreno.

Y Yuuri, entonces sintió una terrible tristeza desperdigar por su pecho. Aquella, era la primera vez en la que él era testigo presencial de lo sentimental que podía llegar a ser el príncipe. Yuuri, jamás imaginó siquiera ver al noble llorando de aquella forma, y, mucho menos...

Por un servidor.

Estático y perplejo, sólo pudo observar por varios minutos como el príncipe se deshacía en un llanto agónico; al parecer... Phichit no sólo había traído al joven príncipe un romance revestido de latente peligro, sino que también... la conversión del príncipe en un hombre distinto.

— Po-por favor... a-ayúdame... — el japonés fue irrumpido en sus pensamientos cuando, sintió las manos del príncipe jalar sus ropajes. Yuuri, apenas bajo su mirada, y entonces, no puede creer de lo que es testigo...

El príncipe Seung-Gil mirándole desde abajo, suplicando de rodillas el auxilio para su servidor.

— A-ayúdame, p-por fav... favor... — sus azabaches ojos revestidos de congoja se posaron en la perpleja mirada del japonés — ayúdame a... a detener su su-sufrimiento... te lo suplico...

Yuuri no pudo reaccionar de inmediato. Por varios segundos, su mente quedó en blanco, no pudiendo asimilar la actual escena; el príncipe Seung-Gil, un noble reconocido por su frivolidad y sadismo, ahora mismo... se humillaba de rodillas ante él, un simple servidor, todo... por el ferviente amor que sentía por Phichit, su anhelo más preciado.

El joven japonés sacudió su cabeza con fuerza, intentando dispersar la conmoción que invadía en su psiquis. Rápidamente, ayuda al príncipe a reincorporarse del suelo, para luego, articular;

— Iré a buscar lo necesario para bajar su fiebre, usted quédese cuidando de él, por favor — dijo en un apacible tono.

Seung-Gil, asintió enérgico, limpiando con la manga de su túnica la sangre que descendía por su nariz.

— Bien, vuelvo enseguida.

Y dicho aquello, Yuuri sale despavorido de la habitación, en dirección a la cocina. Seung-Gil, rápidamente vuelve hacia Phichit, recostándose a su lado, para luego, rodearlo con sus brazos y aferrar el débil cuerpo de su servidor en su regazo.

De cerca, el príncipe admira el ahora herido rostro de Phichit, percatándose entonces, del real daño que su servidor sufría.

Un terrible aguijonazo cruzó por su pecho. Un dolor de proporciones indecibles se extiende por toda su alma, hiriendo todo a su paso. Otro amargo sollozo desprende de sus labios. Con una de sus manos, acarició de forma tenue las finas hebras del cabello de su amado, intentando amenizar su latente sufrimiento.

Qui-quisiera ser yo el que... e-el que está sufriendo...

Susurró apacible. De forma tenue, sus labios fueron depositados en la frente del moreno. Con la yema de sus dedos, empezó con suma delicadeza a acariciar la espalda de Phichit.

Y entonces, Seung-Gil, comenzó a entonar una bella melodía apaciguadora.

Una melodía que traía a él una serie de recuerdos y una inmensa añoranza. Una melodía compuesta por su madre, para él, el pequeño gran amor de su vida.

Cuando la fiebre por las noches atormentaba al pequeño Seung-Gil, la Reyna Eveline, entonaba un bello canto desde lo más profundo de su pulcra alma.

Un canto dirigido a apaciguar los dolores, para traer esperanza y tranquilidad al alma.

Para corromper el dolor y traer satisfacción a quien la oyese, para llenar de paz el cuerpo y disolver los malestares.

Una tenue sonrisa se dibuja en los labios de Seung-Gil. Con fuerza, aferra a Phichit en su regazo, rodeándole con sus brazos en señal de protección. Un pequeño beso es depositado en los labios del moreno, y, el príncipe, entonces articula;

'' Duerme, descansa, renueva tus esperanzas.

Tranquilo mi niño, aquí estoy yo.

Yo, un viejo roble a tu lado, y tú, mi pequeñito capullo de flor.

Con mis viejas raíces te envolveré, mi alma por siempre te cuidará.

Duerme en paz, aquí estoy yo, mi tronco un escudo a tu lado será.

Que las espadas surquen por mi pecho, que las gotas de lluvia empapen mi copa, yo siempre estaré sobre ti, cuidando a todas horas.

Con mis grandes alas te envolveré en mi regazo,

Que el hambre pase por mi cuerpo, pero que tu sonrisa siga en tus labios.

Cierra tus ojos, tranquilo, duerme

Que yo con mi vida, guardián de tus sueños seré

Descansa, mi pequeña ternura, mi lucero de luz, mi aliento de vida.

Extiende tus miedos sobre mis brazos, curaré cada herida de tu alma con mis lágrimas si es necesario.

Cierra tus cristalitos azabaches, yo estaré para ti.

Mi pequeño niño, mi cielito, Seung-Gil... ''

Yuuri no pudo evitar que las lágrimas surcaran por sus mejillas al oír aquel apacible canto. En total silencio, y sosteniendo dos vasijas con agua fría, desde la puerta observaba estático aquella adorable y romántica escena; el príncipe Seung-Gil arrullando a su servidor, intentando apaciguar su terrible dolor.

Una pequeña sonrisa revestida de ternura se posó en la faz del japonés. Él, jamás dudo del amor que su amigo decía sentir por el príncipe, pero sí... dudaba antes del amor que el príncipe decía sentir por su amigo.

Pero, en aquel preciso instante... la duda se esfumó.

Era cierto, sin lugar a dudas, era así... el príncipe Seung-Gil... amaba a Phichit Chulanont, su servidor personal. 


Los estropajos fríos fueron puestos en lugares estratégicos. La zona de sus tobillos, por debajo de sus rodillas, el cuello y en su frente; la temperatura entonces descendió y se normalizó.

Phichit volvió a respirar con normalidad, y Seung-Gil, entonces sintió que su antes desolladora desesperación, descendía. Con sus brazos, rodeó a Phichit de forma protectora. Despacio, cubrió su cuerpo con las sábanas y le hundió en su regazo.

— Su temperatura... ¿es-está bien, verdad? — preguntó el príncipe, denotando preocupación y mirando de soslayo a Yuuri, quien, estrujaba los trapos y deslizaba las vasijas con agua hacia el rincón de la habitación.

— Sí, su temperatura ha normalizado, majestad — respondió —. Ahora Phichit, solo necesita descansar para recuperar sus fuerzas.

— S-sí... debe descansar... — susurró, secando con la yema de sus dedos la saliva que volvía a escurrir por los labios de su amado.

Por varios minutos, Seung-Gil solo pudo limitarse a observar a Phichit, estático. Con sus manos, repartía caricias incesantes en las inertes manos de su amado, regalando de vez en cuando besos fugaces en ellas.

Yuuri, permaneció quieto a unos metros del príncipe, observando con tristeza como la congoja desplegaba por cada centímetro en el rostro del noble. El japonés entonces, desvió su mirada hacia el suelo, procurando entregar a Seung-Gil, un momento de intimidad junto a su malestar por el estado de su amado.

— Ahora que Phichit se siente mejor, necesito que me digas algo, servidor.

Oyó con fuerza el japonés. Un vozarrón grave y tosco cruzó por sus oídos, sacándole de forma abrupta de sus pensamientos; Yuuri entonces, levantó su vista hacia el príncipe.

TERRORÍFICO.

Si el joven japonés, tuviese que designar una palabra para abarcar la expresión en el rostro del príncipe, sin lugar a dudas, aquella sería la palabra.

Yuuri, dio un gran respingo cuando se percató de la lúgubre expresión en el rostro del noble. Un gran alarido del susto salió despavorido de sus temblorosos labios, resonando por toda la habitación.

El príncipe, mantenía su vista intacta en el asustadizo semblante de su servidor; sus iris azabaches y nubladas, cargadas de un denso rencor y una rabia indecible, eran signo de la brutal furia que emanaba desde el príncipe, del solo hecho de pensar que, Phichit, su más preciado anhelo, habría sido víctima del sadismo de algún tercero.

La mente del japonés no dilucidó nada por varios segundos. Sus despavoridos ojos cristalizaron, signo del terrible temor reverencial que recorría por cada una de sus vértebras.

— ¿Quién fue el grandísimo hijo de puta que hizo esto a Phichit?

Retumbó de forma lúgubre por la extensión de la morada. Yuuri, abrió y cerró su boca varias veces, intentando amenizar la angustia creciente que desplegaba en su interior. Seung-Gil, entonces apretó sus dientes con fuerza.

— No volveré a repetir la misma pregunta, servidor — espetó entre dientes — ¿quién hizo esto a Phichit?

Los reflejos a Yuuri le traicionaron por completo. Empezó a emitir pequeños balbuceos, signo del nerviosismo que inundaba en cada rincón de su pensamiento. Si fuese por él, definitivamente diría al príncipe la verdad sobre lo sucedido, pero, la situación de Phichit era tan grave que, él, no podía revelar nada al respecto.

Comenzó a frotar sus manos sudorosas, intentando evadir la pregunta. Su mirada bajó de forma agónica hacia el suelo, rehuyendo de la desolladora mirada del príncipe, la que, revestía de un denso rencor y odio.

Una expresión de ira incontenible se deslizó por la faz del príncipe ante la indiferencia de su servidor. Y, de un movimiento rápido, Seung-Gil toma de forma violenta por el cuello de la camisa a Yuuri.

El japonés, suelta un gran alarido de temor al aire, clavando entonces, su temblorosa vista en la lúgubre mirada del príncipe. Con una fuerza desproporcional, Seung-Gil aprieta la camisa entre sus manos, para acto seguido, acercar su rostro al de Yuuri, articulando;

— Te estoy dando una maldita orden — espetó —. Dime ahora mismo quién fue capaz de hacer eso a Phichit — repitió entre dientes, dibujando una tétrica expresión en su rostro —. Voy a matarlo. Voy a matar al maldito que fue capaz de hacer esto a Phichit. Voy a matarlo. Voy a matarlo. Voy a matarlo.

Repitió de forma incesante, extendiéndose por la atmósfera una fúnebre sensación. Yuuri, solo pudo limitarse a arquear sus labios temblorosos; un ataque de pánico entonces empezó por asentarse en el débil semblante del muchacho.

— N-no... no lo... lo s-sé... yo...

— ¡¿Acaso fuiste tú?! — exclamó el príncipe, clavando su lúgubre mirada con más fuerza en la asustadiza expresión del japonés.

— N-no... no...

— ¡¿Fue un guardia?! — comenzó por sacudir el tembloroso cuerpo del joven — ¡¿Acaso fue un servidor?! — replicó — ¡¡DÍMELO, MALDITA SEA!!

Yuuri comenzó a emitir leves alaridos de la desesperación. El príncipe, simplemente no podía entender cómo es que alguien era capaz de generar algún daño a Phichit.

Él, que era un joven sumamente dulce y noble, de bellos sentimientos, de una adorable presencia y completamente inofensivo. ¿Qué razón tendría alguien para hacer daño a su más preciado anhelo?, él simplemente no lo entendía...

Ni el mismo servidor que él sostenía entre sus fuertes manos —el que además, se veía casi tan inofensivo como Phichit, por lo que Seung, en una cuestión de segundos deshecho la posibilidad de que él pudiese ser el causante del estado del moreno, además de que, le parecía irracional si antes le estaba ayudando —, ni otro de sus servidores, ni un guardia...

¿Entonces quién...?

Y entonces, una idea fugaz cruzó por la perturbada mente de Seung-Gil.

En una cuestión de segundos, su tétrica expresión se volvió en una de perplejidad. Sus ojos que anteriormente acechaban a Yuuri, abrieron ahora pasmados, sin poder creer la única respuesta que en aquellos minutos se asentaba en su mente.

Su padre.

De un movimiento rápido, suelta a Yuuri de la camisa, dejándole entonces caer al suelo. Su boca abrió levemente, atónito ante el hecho de creer que el rey, su padre, pudo haber sido el culpable del terrible desenlace de su amado.

Tembloroso, Seung-Gil se reincorpora a la altura de Yuuri. Su vista perpleja se clava en el rostro confuso del japonés, para luego articular;

— E-el que... el que ha hecho daño a Phi-Phichit... — se detuvo, tragando una gran bocanada de aire — ¿Ha... ha sido mi... mi padre?

Y ante aquella pregunta, Yuuri siente sus nervios sobrepasar el umbral de lo tolerable. Su boca abre y sus pupilas se contraen en su punto máximo. Por varios segundos, un silencio lúgubre se acentuó entre príncipe y servidor, dando entender entonces, que la respuesta era más que evidente.

La expresión en el rostro del japonés era delatadora. Seung-Gil, sintió su alma desmoronar a pedazos.

El azabache, ya no requería de ninguna respuesta afirmativa o negativa; él, ya lo había comprendido.

Phichit, estaba en condiciones deplorables por causa de su padre.

Por causa de su maldito padre...

Una expresión de ira desbordante se posó en su faz. Sus labios torcieron y sus temblorosos ojos cristalizaron por completo. Su respiración comenzó por agitarse de forma exagerada, y, Seung-Gil, entonces no esperó por más tiempo.

— Voy a matarlo.

Espetó seco. Y, de un movimiento rápido se reincorporó sobre sí mismo, parándose frente a la expresión perpleja de Yuuri. De forma brusca, con una de sus manos limpia las lágrimas que asomaban por sus ojos.

— Cuida de Phichit — ordenó, para acto seguido, dirigirse hacia la salida de su habitación.

— ¡¡No, majestad!! — exclamó Yuuri, reincorporándose rápidamente y procurando alcanzar al noble, cuestión que, no le fue posible, pues Seung-Gil, cerró la puerta con brutalidad en el rostro de Yuuri, dejando a éste perplejo y con el miedo consumiendo por completo en su psíquis. — N-no... ma-majestad... — musitó el japonés, sintiendo como las lágrimas asomaban por sus ojos — si... si usted dice algo al rey...

Sollozó, deslizándose por la puerta hacia el suelo, rendido. Un terrible sentimiento de angustia se apoderó de su débil semblante.

— Ma-matarán a la familia de... de Phichit...


A paso firme, con las manos empuñadas como rocas y la vista cegada de odio, Seung-Gil, se encaminaba por los pasillos de forma rápida.

Él, simplemente no era capaz de tolerarlo. No podía permitirlo, ni por lo más sagrado de su vida. Nadie, absolutamente nadie, haría daño a su más preciado anhelo, no al menos mientras él siguiese con vida.

El rencor y el odio acrecentaron de forma brutal en su alma. Jeroen; el nombre de quién se empeñaba siempre en desgraciar su existencia, ahora mismo, retumbaba de forma incesante en su mente, desplegando el intenso deseo de acabar con la vida de quien fue capaz de dañar a su amado.

Velozmente, Seung-Gil dobla por un recodo del pasillo, adentrándose entonces en la cocina. Allí, uno de sus servidores yacía de pie ya temprano por la mañana, preparando el desayuno para el resto de sus compañeros.

— ¡Buenos días, majest...!

Aquel servidor, no pudo siquiera concluir su saludo hacia el príncipe. De un movimiento rápido, Seung-Gil, arrebata de las manos del servidor un gran cuchillo, con el cual el joven cortaba algunas verduras.

El servidor, sólo pudo limitarse a mirar ahora su mano vacía. Sus ojos abrieron pasmados y su boca entreabierta soltó un pequeño alarido.

Cuando éste, quiso levantar su vista, el príncipe ya no estaba allí presente.

Seung-Gil, se dirigía hacia la alcoba del rey con cuchillo en mano; todo, por éste haber osado en hacer daño al gran amor de su vida.

Y aquello, lo pagaría muy caro. 


— ¡Majestad! — exclamó el guardia a cargo de la vigilancia en el pasillo que daba a la alcoba del rey —. En estos momentos el rey sigue durmiendo, cuando despierte le daré aviso de su llegada al palac...

El hombre quedó pasmado cuando, el príncipe Seung-Gil, ignoró por completo su aviso, pasando éste de largo ante la presencia del guardia.

El azabache, sólo seguía caminando a paso firme y apresurado hacia la alcoba de su padre. En el interior de su bolsillo, apretó con fuerza el mango del cuchillo, cuando, divisó frente a él la gran puerta de la habitación.

Seung-Gil, entonces escuchó desde lejos los llamados del guardia, quién venía siguiendo su rastro, mas él, le ignoró por completo.

Y, cuando el príncipe estuvo frente a la puerta, con una fuerza desmedida arremete contra ella, generando entonces la apertura hacia el interior de la habitación.

Y el príncipe, allí pudo observar...

Fuertes ronquidos retumbaban por las paredes de la habitación. El rey, dormía de forma plácida en la extensión de su gran y lujosa cama. El guardia, miró con preocupación la lúgubre expresión en el rostro de Seung-Gil, el que con su sola presencia, expendía una densa aura.

Un movimiento fugaz; aquel, fue el movimiento que el príncipe ejecutó. En menos de tres segundos, Seung-Gil, yacía sobre el cuerpo inconsciente de su padre.

— ¡¡DESPIERTA, HIJO DE PUTA!!

Exclamó de forma desgarradora, para acto seguido, alzar su brazo por sobre el inerte cuerpo de su padre.

Un puñetazo en plena cara. Ojos perplejos de forma instantánea. Un fuerte alarido resuena por la habitación. Un hilo de sangre descendiendo por la comisura de sus labios.

El rey, clavó su confusa y somnolienta vista en la lúgubre expresión de Seung-Gil, quien, se asomaba a contraluz por sobre su cuerpo.

El hombre, simplemente no podía dilucidar nada acerca de lo que ocurría. En aquel instante, su propio hijo le observaba con una expresión lúgubre, y, el guardia a cargo de vigilar el paso hacia su habitación, observaba atónito desde la puerta de la morada.

— ¿Q-qué... qué es-está pasand...?

Otro puñetazo impactó en pleno rostro del rey, interrumpiéndole en su hablar. Ante tal acto, el guardia real corre hacia Seung-Gil, con intención de poder retenerlo.

Sin embargo, el príncipe fue mucho más rápido, y, de un movimiento fugaz, éste saca su cuchillo del bolsillo, posando el mortal filo del objeto en pleno cuello del rey.

Y entonces, el guardia real paró en seco.

— Sal de la habitación, ahora.

Ordenó el príncipe, en un tono completamente autoritario. Con ambas manos, tomaba de forma brutal el cuchillo, hundiendo fuertemente el filo del objeto en el tenso y tembloroso cuello del rey.

— Ma-majestad... por favor, por favor... — balbuceó el guardia, levantando ambas manos en señal de sumisión hacia el príncipe —. Baje ese cuchillo... por fav...

— Sal de la habitación. — reiteró.

— Se-Seung... ¿q-qué crees que estás ha-haciend...?

— ¡¡TÚ CIERRA LA MALDITA BOCA!! — gritó eufórico — ¡¡O TE RAJO EL CUELLO AHORA MISMO!!

El rey, no pudo evitar tensar su cuerpo por completo. El filo del cuchillo se hundía con fuerza en su piel, generando inclusive un pequeño corte en la zona. El guardia, por su parte, miraba completamente temeroso la situación.

— Sal de la habitación, es una orden de tu príncipe.

— Ma-majestad... por fav...

— ¡¡SAL AHORA MISMO!!

El guardia dio un gran respingo del susto ante tal estruendoso grito. De soslayo, dirigió su mirada a los temerosos ojos del rey, el que, hizo un pequeño ademán con su mano, indicándole entonces que saliera de la habitación, por el bien de ambos.

El guardia entonces, sale de la habitación, y Seung-Gil, dirige su fulminante vista de inmediato al rostro del rey.

— ¿Q-qué crees que es-estás haciend...?

— ¡¿Qué le hiciste a Phichit?!

Exclamó eufórico el príncipe, hundiendo el cuchillo con vehemencia y clavando su tétrica mirada en el asustadizo semblante del rey. La mano del azabache que, sostenía el cuchillo, temblaba de forma desenfrenada, signo del denso rencor que acrecentaba en su interior.

El rey por su parte, abrió los ojos de la perplejidad. Un frío recorrió por cada una de sus vértebras. ¿Acaso él había oído bien?, ¿Phichit?

Se negaba a creer el hecho de que aquel servidor habría hablado respecto de la tortura... no al menos después de la fuerte amenaza que él había advertido al muchacho.

— N-no sé de que habl...

— ¡¡PHICHIT FUE HERIDO, MALDITA SEA!! — exclamó eufórico, quebrantando su voz — ¡¡TÚ LE HAS HECHO DAÑO, MALDITO INFELIZ, MALDITO!!

Los ojos del príncipe cristalizaron por completo. La expresión en su rostro era terrorífica. El odio que emanaba desde cada palabra del joven, era tan denso y tóxico, que podía sentirse por el resto de la atmósfera. El rey, quedó pasmado al percatarse del dolor que experimentaba su hijo por el estado de su servidor.

Seung-Gil, jamás había demostrado sentimientos tan intensos hacia un sufrimiento ajeno a él.

— Hijo, escuch...

— ¡¡YO NO SOY TU HIJO!!

El hombre sintió su corazón detener por varios segundos. Sus pupilas se contrajeron en su punto máximo, dejando en evidencia entonces, lo impactante que había resultado para él escuchar aquello de los labios del príncipe.

¡¿Qué?! ¡¿Cómo es que Seung-Gil había descubierto algo como eso?! ¡¿Quién le había revelado aquello?!

— N-no sabes lo que dic...

— Cie-cierra la boca — balbuceó tembloroso, enterrando el cuchillo en el cuello del rey, generando entonces otro pequeño corte. El rey, soltó un fuerte alarido, temeroso ante las impulsivas acciones de Seung-Gil.

— ¡¡BASTA!! — exclamó agónico el rey — ¡tú no eres un asesino, Seung-Gil, ba-basta!

— Hoy puedo ser un asesino a sangre fría. — espetó. Y, de un leve movimiento, genera otro leve corte en el cuello de su padre.

— ¡¡BASTA!! — exclamó despavorido — ¡¿qué ha pasado con Phichit?!, ¡¿qué te hace creer que yo he sido el culpable?!

— ¡¡Phichit está herido, está desfigurado, está sufriendo!! — exclamó Seung-Gil, entre sollozos. — ¡¡Tú fuiste, yo lo sé!! ¡¡tú siempre eres quien desgracia mi vida, no puede haber otra persona!!

Tanta fue la conmoción del príncipe, que, de forma involuntaria, suelta el cuchillo, cayendo éste y resonando en la cerámica. Seung-Gil entonces, desciende hacia el suelo, arrodillándose y sollozando.

— Phi-Phichit... él... — un fuerte alarido arrancó desde sus labios —. Es-está... está irreconocible...

Por varios segundos, Seung-Gil dibuja una expresión totalmente perturbada en su rostro. Levemente alza sus manos a la altura de su faz, observando de forma detenida como éstas temblaban de forma frenética.

Una fuerte mano se posa en su hombro, provocando que él, levantara apenas su perturbada vista.

— Fue un accidente...

Dice el rey de forma apacible, arrodillándose junto a Seung-Gil y apretando de forma conciliadora el hombro de su hijo, en señal de apoyo.

El príncipe, toma una gran bocanada de aire. Una expresión revestida de tristeza se configura en su agónico semblante.

— E-es mentira... es mentira... — susurró — ¿q-qué le has hecho a Phichit?, t-tú... tú fuiste...

— Yo no fui, Seung-Gil... — mintió el rey —. Fue todo un accidente.

— ¡¡MENTIRA!! — exclamó de forma desgarradora, negándose a creer aquello. Él, simplemente no quería aceptar el hecho de que el sufrimiento de Phichit no tuviese algún culpable con el cual ensañarse.

— El cisne de cristal en la sala principal. — susurró.

— ¿Q-qué...?

— Phichit estaba realizando ese día labores de limpieza. — musitó — Y... lamentablemente, no pudimos hacer más por él. — mintió.

— E-es mentira... no...

— El cisne cayó desde el techo a toda velocidad. Tú sabes que para cargar de ese cisne se necesita a lo menos siete hombres. — explicó —. Phichit es un joven muy pequeño y débil, su cuerpo fue incrustado por los cientos de cristales que rompieron sobre él; hicimos lo que pudimos.

Seung-Gil simplemente no podía creer lo que oía. Lágrimas empezaron por surcar en sus mejillas, sus pupilas contrajeron en su punto máximo, un amargo sollozó se atoró en su garganta.

— N-no es ci-cierto... — insistió, pasmado —. T-tú... tú le hiciste daño, no... no...

— Si no me crees, entonces ve y pregúntale al hombre en el que más confías después de tu propio servidor personal. — dijo, limpiando con una de sus mangas la sangre que brotaba por las heridas superficiales de su cuello.

— ¿Q-qué...?

— Ve y pregúntale a Baek. — ordenó — Él, tu servidor más antiguo y leal. Quien ha estado para ti en todo momento. En tu niñez, en tu adolescencia y en tu adultez. Quien ha socorrido tus malestares y quien ha entregado su vida a tu servicio. — espetó el rey Jeroen. — ve y pregúntale a él, verás que no miento.

— Baek jamás sería capaz de mentirme, jamás... — murmullo el príncipe entre dientes, clavando su furiosa mirada en la silueta del rey. — no como tú, que siempre te has ensañado en desgraciar mi existencia.

— ¡Ve con él! — exclamó —. Ve con Baek y que él te diga que ha pasado con Phichit.

— Lo haré. — espetó seco Seung-Gil.

De un brusco movimiento, se reincorpora del suelo. Su acechadora mirada, se clava con un denso odio por última vez en la faz del rey. Y, sin esperar más tiempo, sale despavorido de la habitación, en dirección al interior de la sala principal.


La mente de Seung-Gil era un torrencial torbellino en aquellos instantes. Una mezcla de furia, tristeza y culpa, carcomían todo a su paso dentro de él.

Paró en seco, cuando, divisó en lo alto el solitario gancho que antes cumplía la función de sostener al cisne de grandes proporciones. Un terrible nudo se anidó en su garganta, cuando, las imágenes de Phichit sufriendo vinieron a su mente.

Un amargo sollozo arrancó desde sus temblorosos labios. Las lágrimas no tardaron en surcar nuevamente por sus mejillas. Su alma caía a pedazos, y él, simplemente podía limitarse a ser espectador del sufrimiento de su más preciado anhelo.

— ¿Mi señor?

Una apacible voz resonó por detrás del príncipe. Una voz que él estaba acostumbrado a oír, desde hace ya casi más de diez años atrás.

De forma lenta, Seung-Gil voltea hacia el emisor de aquella voz. Una expresión totalmente agónica, revestida de un desollador sentir y una tristeza indecible; aquello era visible en la faz del príncipe.

— Ba-Baek...

Susurró Seung-Gil, en un sollozo. Y Baek, sintió su mundo caer a pedazos. Sus ojos abrieron de la perplejidad y sus labios separaron. De forma instantánea, pequeñas lágrimas lucharon por revestir sus pupilas.

— M-mi señor... — susurró el joven, con su voz pendiendo en un hilo — ¿q-qué le ocurre? ¿se siente bien? — de forma lenta, acorta distancia hacia Seung, posando ambas manos en los hombros del príncipe. — ¿Llamo a un médico? ¿se siente usted enfermo?

— E-es Phichit... — susurró Seung-Gil, con un severo temblor en su timbre. Baek, sintió una estocada en su corazón al oír la debilidad en la voz del príncipe —. É-él... él está herido...

Y el príncipe entonces, rompió en llanto frente a Baek, su servidor más antiguo. Desde lo más profundo de sus entrañas, un llanto desgarrador arrancó el más terrible dolor en el alma del noble. Con cada sollozo, un poco más de su humanidad cedía hacia la agonía. La expresión en el rostro de Seung-Gil, quien, siempre se mantenía duro, firme, digno.

Ahora mismo, él... se mostraba débil, triste, expuesto y humillado ante Baek.

Y el joven servidor, al ser testigo de la tristeza de su príncipe, sintió el más terrible dolor jamás experimentado. Sus labios torcieron, sus ojos cristalizaron y su mente cedió a la conversión de un terrible mar de culpa.

Baek, sintió morir del dolor en aquellos instantes.

— ¡¿Q-qué ha pasado con Phichit, Baek?! — exclamó el príncipe, llevándose ambas manos a la cabeza, derrotado —. ¡¿Qué ha pasado con él?!

El servidor no pudo contestar a aquella pregunta. Al ser testigo del dolor de su príncipe, Baek, desató en su psíquis una mortal lucha interna entre la culpa y la intensidad de sus sentimientos. Él, hacía lo que era mejor para el príncipe Seung-Gil; siempre había sido así.

... Y siempre sería de aquella manera.

— ¡¿E-es cierto que... que ese maldito cisne de cristal cayó sobre él?!

Ante aquella pregunta, Baek sintió que desvanecía. La expresión en su rostro fue delatadora. Una lúgubre sensación rodeo por el umbral de sus pensamientos. Sus ojos cerraron de forma suave, intentando dispersar el terrible dolor que punzaba en su pecho.

Sin embargo, Baek no pudo permanecer así por mucho tiempo. De pronto, el joven servidor siente que sus ropas son jaladas desde el suelo. Un fuerte sollozo cruza por sus oídos, y, cuando Baek abre lentamente sus párpados, entonces se percata de la situación...

— Dime... dime la verdad, Baek... — sollozó el príncipe desde el suelo —... te lo suplico, te lo suplico de rodillas, di-dime la verdad...

El príncipe Seung-Gil de rodillas suplicando hacia su persona. El príncipe, su señor, su todo... humillándose ante él, mostrando sumisión, siendo indigno.

El corazón del joven da un vuelco por completo. Siente su alma ser desgarrada sin compasión alguna. Una sensación agónica empezó por quemar todo a su paso.

Y las lágrimas...

Surcaron entonces por la extensión de su faz.

— ¡No, mi señor! — exclamó Baek, agachándose junto a Seung-Gil — ¡no es necesario que me supliques, mi señor, mi querido señor!

— Yo con-confío en ti, Baek, por favor... — sollozó el príncipe —. Dime... dime qué ha pasado con Phi-Phichit, por favor...

El joven servidor, toma una gran bocanada de aire. Con dolor cierra suavemente sus ojos, para luego, articular;

— Fu-fue un accidente, mi se... señor — susurró de forma apacible —. El cisne... cayó sobre él — mintió —. Hicimos lo posible por curarlo, m-mi señor.

Un desolador silencio se acentuó entre ambos. La expresión en el rostro del príncipe fue totalmente funesta. Un llanto desgarrador se atascó en su garganta, y Baek, entonces le contuvo entre sus brazos.

Y Seung-Gil, reventó en llanto en los brazos de su servidor.

Con fuerza, aferró sus brazos en la espalda del joven. Su rostro empapado de lágrimas, se hundió en el hombro de su servidor, despojando de su alma todo el dolor que provocaba en él aquella situación tan irreal.

— Gra-gracias... Baek... — sollozó. — ... tú... tú siempre has sido como el hermano que ja-jamás tuve...

Y aquello, bastó para derrotar al joven servidor.

Aquellas palabras provenientes de los labios del príncipe, hirieron por completo en su alma. Un dolor inclusive más brutal que el provocado por cuchillas atravesando por el umbral de su humanidad.

«... Como el hermano que jamás tuve»

Como un hermano; así le consideraba Seung-Gil a Baek. Y él, sintió dolor ante aquellas palabras. Un aluvión de sentimientos cayó sobre la lucidez de sus sentidos y racionalidad; el joven servidor, entonces sollozó despacio.

Y ambos, fueron en aquel instante un soporte para el otro. Porque sí, aunque no lo pareciera, tanto Baek como Seung-Gil, habían compartido varios años de su vida, aunque siempre en una relación de príncipe-servidor, Baek, siempre había estado presente en la vida del noble, desde que éste, tenía tan solo diez años de edad.

Y aunque, la relación de Baek hacia el príncipe era de total sumisión, de servidumbre, de lealtad...

Él...

Jamás lo sintió así, porque sus sentimientos...

Iban mucho más allá de eso. Porque Baek, amaba a Seung-Gil con todas sus fuerzas, inclusive más de lo que él apreciara su propia vida, le amaba con cada fibra de su alma.

Y el rey, bien sabía sobre aquello.


Sus temblorosas manos arrullaban el inerte cuerpo de su amigo. Con los nervios sobrepasando el umbral de lo tolerable, Yuuri, daba sosiego al dolor corporal de Phichit.

De pronto, el japonés se percata de alguien ingresando en la habitación de forma lenta. De inmediato, toma distancia del cuerpo de su amigo, para luego, dirigir su vista hacia la entrada de la morada.

— Majestad... — susurró Yuuri. El príncipe, dirige su vista hacia él; su expresión era ahora de una total apacibilidad.

— ¿Por qué no me dijiste del accidente que sufrió Phichit? — preguntó el noble, dirigiéndose hacia el cuerpo del moreno y rodeándole con sus brazos.

— ¿El... accidente? — replicó Yuuri, arqueando una de sus cejas.

— El cisne de cristal que cayó sobre él. — espetó Seung-Gil.

— A-ah... — el japonés, trató de seguir el hilo de la conversación. No podía dar alguna señal de que lo dicho por el noble era una mentira —. Lo siento, majestad. Yo no supe de tal accidente, no vi a Phichit hasta dentro de varias horas después. Además, cuando le pregunté sobre lo ocurrido, él me dijo no recordar nada, así que quedé con la incertidumbre de la situación.

Un profundo suspiro es emitido por el príncipe. Une mueca de resignación se desliza por su faz.

— Está bien — susurró con cierta molestia —. Ahora lo importante es que Phichit pueda recuperarse y sanar sus heridas — una de sus manos fue dirigida al cabello de su amado, acariciando de forma tenue sus suaves hebras —. Puedes retirarte.

El japonés, se limita a ejecutar una pequeña reverencia al noble, para luego, dirigirse a la puerta de la habitación.

— Espera.

Espetó Seung-Gil, y ante aquello, Yuuri volteó a mirarle.

— ¿Sí, majestad?

— Ven aquí — ordenó. Yuuri, acorta distancia hacia el príncipe. — ¿cuánto cuesta tu silencio? — preguntó el noble.

— ¿Dis-disculpe...? — balbuceó el joven, descolocado ante la pregunta del azabache.

— Tu silencio — repitió —. Estuviste aquí conmigo, has sido testigo de que... que... — se detuvo, nervioso ante lo que diría — ... has sido testigo de los fuertes sentimientos que poseo hacia mi servidor personal.

Yuuri no puede evitar sonreír de forma leve. Un gran carmín pigmento sus mejillas, una risa nerviosa emana desde sus labios, un cosquilleo recorre en la boca de su estómago.

— ¿Q-qué te parece tan gracioso? — preguntó el príncipe, exasperado ante la reacción del japonés.

— Lo... lo siento, majestad, no fue mi intención — se disculpó Yuuri, intentando tomar control de su reacción. Aquella confesión del príncipe generó en él una ternura indecible.

— Bu-bueno... — susurró avergonzado —. Entonces, ¿cuánto cuesta tu silencio?

— Mi silencio no está a la venta, majestad. — espetó seco Yuuri.

— ¿Qué?

— No diré nada, no debe usted preocuparse — susurró de forma apacible.

— ¿Por qué razón no dirías nada? — replicó Seung-Gil — ¡no hay una razón por la cual debieras guardar silencio!

— Phichit es mi mejor amigo — respondió Yuuri. Ante ello, un silencio se acentuó entre ambos por largos segundos.

— ¿C-cómo...? — una expresión de confusión se posó en su faz.

— Yo y Phichit hemos sido mejores amigos desde hace años, inclusive antes de poder reencontrarnos dentro de su palacio. — aclaró —. No diré absolutamente nada de vuestra relación, yo no sería capaz de entorpecer la vida a mi amigo; puede usted estar tranquilo, majestad.

— ¿Cuál es tu nombre, servidor?

Yuuri, abrió sus ojos de la perplejidad. El príncipe, no solía interesarse jamás en la identidad de sus servidores. De tantos servidores que él poseía, solo reconocía a Baek y Phichit.

— Katsuki Yuuri, mi señor — respondió el japonés.

Y ante ello, una tenue sonrisa se desliza por la faz del príncipe.

— Tienes mi gratitud, Yuuri Katsuki.

Una gran sonrisa se extiende por el rostro del japonés. Un intenso brillo se posa en sus pupilas. El príncipe, asiente con su cabeza, signo de la gratitud que sentía hacia su servidor, por haber cuidado de su amado mientras su ausencia.

— Puedes retirarte — dijo de forma apacible —. Debes estar cansado después de cuidar tan bien de Phichit. Yo me haré cargo de él desde ahora, ve.

— ¡S-sí, majestad!

Exclamó sonriente. Y, de un movimiento rápido se dirige a la puerta, parando por unos segundos antes de salir, observando desde allí aquella última escena;

El príncipe, arrullando entre sus brazos a su más preciado anhelo. Con suma delicadeza, repartía incesantes besos en las heridas de su amado, intentando amenizar el dolor corporal que éste sufría. La mirada que el príncipe dedicaba a su servidor, no era más que una repleta de amor infinito hacia Phichit.

Y Yuuri entonces, sintió su corazón lleno. Y supo en aquel instante, que su mejor amigo no podía estar en mejores manos. Con suma tranquilidad, el japonés se retira, cerrando tras de sí la puerta.

Y dejando a Phichit y Seung-Gil, al fin a solas.

El espejo dejaba en evidencia el monstruo que ahora era. Atado de manos y piernas, el rostro destrozado y su dignidad pisoteada.

Él mismo, se horrorizaba de lo que ahora era.

Ya nadie le querría, absolutamente nadie.

Porque nadie, en aquellos años, querría a alguien con esa apariencia. La misma gente, el mismísimo Dios. Todos en aquel lugar, clamaban a gritos la muerte de quienes fueran distintos al resto.

Porque los enfermos y los deformes eran marginados, apartados, excluidos. Porque eran temidos, olvidados, rechazados. Anormales, defectuosos y perseguidos por los poderes civiles y religiosos; no eran personas. Eran herejes, delincuentes, vagos, brujos, basura.

Una aberración de la perfecta creación de Dios.

Y Phichit, sentía que ahora era todo aquello.

¡¡Eres un monstruo horrible!!

Oyó Phichit frente a él. De forma agónica, levanta su vista hacia el espejo, y entonces, el reflejo del príncipe se extiende ante él.

Con desprecio.

Así le miraba el hombre al que Phichit había entregado su cuerpo y alma, a cambio de su bienestar y vida. Con total asco, su amado le observaba de pies a cabeza.

Que maldito asco me das, Phichit.

Ma-majestad...

Eres un asqueroso deforme. Olvida si te he dicho que te amaba; ya no lo hago.

Y ante aquella estocada en su pecho, el reflejo del príncipe desaparece, y entonces...

El reflejo de su rostro vuelve a aparecer, dejando en evidencia nuevamente su actual estado; basura, un marginado, no merecedor de nada.

Y entonces Phichit, sintió que su acto de osadía por el amor infinito hacia su príncipe...

No significaba nada para Seung-Gil. 


Una imagen borrosa y mezclada de diversos colores y texturas. Un colchón apacible y suaves sábanas rodeaban su herido cuerpo. Un lugar reconfortante y una tersa almohada; aquello, es lo que Phichit sentía.

Sus ojos grisáceos, nublados y cansados, abrieron apenas de forma lenta. Ante él se extendía un escenario ya conocido; una pared que sostenía un cuadro de su propia creación, un escritorio que se le hacía familiar y unas cortinas cuyo color le traía ciertos recuerdos.

Todo aquello, trajo a la entumecida mente de Phichit varias pistas.

Sus ojos abrieron apenas un poco más, y entonces, entre su oscilada consciencia, Phichit esclareció el hasta ahora entonces incierto panorama.

En la habitación del príncipe.

Cuando el moreno, pudo percatarse que se hallaba recostado en la cama de su amado, un vuelto sintió en su corazón.

Sus grisáceos ojos abrieron de la perplejidad y, un tenue brillo esperanzador, revistió nuevamente sus nubladas pupilas que antes se hallaban sumidas en la agonía.

Phichit entonces, apenas levantó su vista sobre la almohada, y allí, una imagen se extendió ante su presencia...

Una hermosa y sublime imagen que, constituía para su herida alma, un exquisito bálsamo que curaba sus terribles cicatrices internas.

La imagen de su amado príncipe sumido en el sueño. Su inerte cuerpo, sentado en una silla situada al costado de la cama, su cabeza inclinada hacia atrás y sus brazos cruzados; en aquella posición el noble resguardaba el sueño de su más preciado anhelo.

Y ante ello, Phichit sonrió internamente.

Sus ojos cristalizaron de forma instantánea, y una dulce sensación rodeó el umbral de su alma herida. Un leve alarido arrancó de su boca, intentando entregar un mensaje al hombre de su vida.

¡Ggg-a-ggaa-gaaa!

Balbuceó apenas, en un intento de poder comunicarse, cuestión que, le fue imposible por la dislocación de su mandíbula.

« ¡Mi amor! ¡Mi amor! ¡Mi amor! »

Fue lo que Phichit quiso decir, impulsado por la infinita alegría que sentía por ver nuevamente al hombre al que amaba.

El príncipe, abrió sus ojos levemente. Aún con letargo, levantó su cabeza, sacudiéndola despacio. De forma tenue, ladeó su cabeza, dirigiendo su vista hacia Phichit, quien, ahora le miraba desde la cama, con las pupilas cristalizadas y revestidas de felicidad.

Y entonces, Seung-Gil...

Sintió su corazón estallar.

De un salto, el príncipe se reincorpora de la silla, para acto seguido, aferrarse al cuerpo de su amado servidor, rodeandole de forma delicada con sus brazos.

— ¡Mi amor! — exclamó el príncipe, quebrantando su voz por completo — ¡ya estoy aquí, contigo! ¡to-todo pasó, te cuidaré!

El noble, empezó a repartir de forma incesante fugaces besos en las manos de su servidor. Phichit, de la conmoción solo pudo observar con sus pupilas vidriosas aquella dulce escena. Un leve sollozo arrancó de sus labios, sobrepasado por la felicidad que sentía al estar nuevamente con su amado. El príncipe, levantó apenas su vista hacia el rostro del moreno; una tristeza indecible se posó en su pecho, cuando, pudo percatarse de que su amado estaba llorando.

— N-no llores... no llores, por favor... — susurró de forma apacible, repartiendo con suma delicadeza pequeñas caricias en el rostro de Phichit.

— Gggaa... gggddd... — balbuceó apenas el menor. Varias lágrimas deslizaron por sus mejillas heridas.

« Te amo. Te extrañé tanto. Te necesité. »

Quiso comunicar, mas sus balbuceos, parecían inentendibles.

— Ssshh...ssshh... — con su pulgar, acarició de forma suave en la sien de su amado —. N-no te esfuerces... sé que te duele intentar decirme algo, solo descansa, ¿sí?, vamos a solucionar todo esto — susurró, para luego, depositar un tenue beso en la frente del moreno —. Iremos al pueblo ambos, y un buen médico arreglará tu mandíbula y tus heridas, te lo prometo... te lo prometo por lo más sagrado de mi vida.

Ambos clavaron su vista en la del otro. A través de ellos, era posible percibir la intensidad de sus pulcros sentimientos. Seung-Gil, no podía apartar su vista de aquellos ojos con los que él llegaba inclusive a soñar despierto. Aunque ahora cansados; los ojos de Phichit, seguían pareciéndole los más bellos sobre el universo.

De forma tenue, volvió a besar la frente de su amado, quien, le observaba con un brillo enternecedor en la extensión de sus pupilas. Phichit, ladeó apenas sus labios heridos, en un intento de poder sonreír, y, aunque la sonrisa no pudo inmortalizarse como antes en su rostro por causa de sus heridas, Phichit lo hizo de forma interna.

Él, se sentía feliz, muy feliz, porque...

Seung-Gil, estaba nuevamente a su lado, y aquello, para Phichit, era algo que llenaba su alma por completo.

— ¡¡Majestad!!

El llamado de un guardia desde el exterior, irrumpió de forma abrupta en aquel sublime momento. Seung-Gil, sin embargo, ignoró por completo ese llamado. Y, de un movimiento tenue, acorta distancia con el rostro de su amado, decidido a besar sus labios heridos.

— ¡¡Majestad!!

Otro llamado se acentuó a través de la atmósfera, ésta vez de forma más intensa. Seung-Gil, apenas a pocos centímetros de los labios de su amado, se detiene molesto. Exasperado, lanza un bufido al aire, rodando sus ojos.

— ¡¿Qué mierda quieres?!

Respondió con un evidente tono de molestia. Phichit, solo le miró confuso.

— Hay algo importante que debo comunicarle, majestad.

Dijo con fuerza el guardia desde el exterior de la habitación. Seung-Gil, intentando retener la ira que experimentaba por haber sido interrumpido en aquel momento, se reincorpora de mala gana. Posteriormente, se dirige a paso firme hacia la puerta, abriéndola y dejando al descubierto al asustadizo guardia que le miraba al otro lado de ella.

— Ma-majest...

— ¿Qué mierda pasa? — espetó exasperado —. Más vale que sea algo realmente importante, estaba ocupado — reclamó.

— A-ah... — balbuceó —. S-sí... es importante majestad. Pasa que, el rey ha mandado a dos servidores de usted al calabozo; dice que debe usted aplicarles una condena.

— ¿Qué? — replicó con molestia — ¿Acaso mi padre aún no entiende que mis servidores son de mi dominio, y que, por lo tanto él no puede disponer de ellos?

— N-no lo sé maj...

— Voy enseguida al calabozo, tú puedes retirarte.

— ¡Sí, mi señor!

Dicho aquello, el guardia ejecuta una pequeña reverencia, para luego, alejarse a paso apresurado del lugar. Seung-Gil, rueda los ojos con exasperación, a veces, él deseaba no tener aquel tipo de responsabilidades, precisamente, para no ser interrumpido en los momentos que tuviese ahora con su amado.

— Debo ir al calabozo... — susurró de forma apacible, dirigiéndose hacia Phichit. El moreno, solo asintió con su cabeza —. Prometo que no tardaré. Dejaré la puerta con llave, tú descansa por mientras. Cuando regrese, iremos al pueblo por un buen médico, te sanará y todo estará bien. Te amo. — fue lo dicho por el príncipe a su amado. Un tenue beso fue depositado en los labios heridos del moreno. Seung-Gil, toma las sábanas, cubriendo con ellas a Phichit, el que, le miró con una expresión de total ternura. Seung-Gil, entonces sale de la habitación, con destino hacia el calabozo.

Al calabozo en donde yacían sus dos servidores, los que, habían osado en contravenir las normas del palacio, y, por aquello...

Debían ser merecedores de una terrible condena...


Un fuerte estruendo provocado por la pesada puerta de hierro ensordeció a ambos jóvenes. La intensa luz proveniente del exterior, les cegó por completo, perturbando la poca lucidez que permanecía en sus entumecidas mentes por causa del silencio y la oscuridad de la mazmorra.

Lo primero que pudieron observar fue una majestuosa silueta a contraluz, la que, acortaba rápidamente distancia hacia ellos.

— Psss, Leo... — susurró Guang, posando una mano en el hombro del mayor y sacudiendo levemente — Es el príncipe, viene hacia nosotros.

Leo apenas levantó su vista, y entonces, el príncipe se detuvo frente a ellos. Ambos jóvenes entonces, se encogen entre sus hombros, invadidos del pavor ante la presencia de su majestuoso príncipe.

— De pie — ordenó el noble. Ante ello, ambos jóvenes se reincorporan de inmediato — ¿qué han hecho para estar cautivos en este calabozo? — cuestionó.

Leo y Guang se observaron por largos segundos. El nerviosismo era evidente en lo tembloroso de sus manos y en la expresión de sus rostros. Después de un rato evadiendo la pregunta, Leo, decidió hablar.

— Ma-majestad... — balbuceó, intentando responder a la pregunta del noble.

— Rápido — espetó Seung-Gil, impaciente —. No tengo tiempo, tengo cosas que hacer.

Leo se removió con angustia. Un profundo suspiro es emitido por él. Guang Hong, le mira de soslayo.

— Ve-verá... yo y mi amigo Guang — con ambas manos, apuntó al joven chino — estábamos... estábamos compartiendo un grato momento.

— ¿Un grato momento? — replicó Seung-Gil, arqueando una de sus cejas.

— S-sí, majestad. — respondió — Bueno... yo y Guang estábamos muy... muy cerca y... creo que nos be-besamos de casualidad...

— ¿Se besaron? — un divertido bufido arrancó de los labios del príncipe. Leo y Guang se exaltaron de inmediato.

— ¡No!, o sea... ¡digo sí!

— ¿Sí o no?

— S-sí, pero... pero... fue de amigos, digo... yo no siento nada por él, ni él siente nada por mí, ¡solo somos amigos! — exclamó — fue un accidente, el guardia nos sorprendió en el momento y... y... nos llevó hacia el rey.

— ¿Cómo dos personas pueden besarse por accidente? — cuestionó el príncipe, con una expresión de confusión en su faz.

— Bu-bueno... yo... no lo sé, creo que...

— Majestad. — interrumpió Guang en un apacible tono. Leo, se exaltó de inmediato al percatarse de que su novio establecería una conversación con el príncipe.

— ¿Sí? — respondió el príncipe, cruzándose de brazos.

— Yo y Leo somos novios — dijo con decisión —. Ese día nos estábamos besando porque, como cualquier otra pareja normal, nosotros nos amamos demasiado.

Terminó por decir. Y, ante ello, tanto el príncipe Seung-Gil como Leo, abrieron sus ojos de la perplejidad. Un silencio incómodo se acentuó por varios segundos por la extensión de la atmósfera.

— ¡E-eso no es cierto! — interrumpió Leo, notoriamente nervioso ante lo revelado por Guang; el mayor, temía por la vida de ambos — ¡solo somos amig...!

— ¡¡Ya basta, Leo!! — gritó eufórico el joven chino. Ante ello, el príncipe da un respingo. — ¡¡Majestad!! — exclamó — ¡Yo y Leo somos novios, nos amamos hace muchos años, nos besamos, nos queremos y nos cuidamos! — su voz quebrantó por completo, sus ojos se tornaron vidriosos.

— ¡Guang, por favor...! — Leo no pudo creer lo que oía. Guang, había actuado de forma totalmente imprudente ante el príncipe; ahora ellos recibirían una terrible condena por ello.

— ¡¿Qué?! — encaró Guang, enojado — ¡¡Estoy harto de tener que ocultar lo nuestro!!, ¡sí, somos novios! ¡¿y eso qué tiene de malo?! — miró de forma desafiante al príncipe — ¡¡Lo que yo siento por Leo es tan fuerte que, si usted majestad, quiere aplicar una condena a mi aberración por amar, entonces hágalo!! — las lágrimas empezaron por surcar en sus mejillas.

Y, ante ello...

El príncipe sintió un aguijonazo cruzar por su pecho.

Seung-Gil veía en la expresión de Guang, aquella misma determinación que él tuvo cuando se resignó a aceptar lo que realmente él era. Cuando él, cedió ante su verdadera identidad, que él no era lo que todos creían, que él no seguiría satisfaciendo ideales morales e hipócritas, que él...

Que él amaba a un hombre.

Leo, sintió su vista nublarse en aquel instante. De un movimiento fugaz, se aferra a Guang, abrazándole y hundiendo el rostro del joven en su pecho.

— Dis-discúlpame... — sollozó Leo —. Discúlpame por negarte, Guang...

— Es-está bien, Leo... — respondió Guang, aferrándose de igual forma a su amado —. Lo hiciste para protegerme...

Seung-Gil, solo pudo limitarse a observar a ambos de forma estática. Una ternura indecible se extendió por el umbral de su alma. En aquel romántico abrazo entre sus dos servidores, él solo podía ver la concreción del sentimiento más natural y esencial del alma humana; el amor.

Un sentimiento tan sancionado y estigmatizado en aquellos años, pero que, era realmente la urgente cura que requería la humanidad en la época imperante.

Porque, el amor, que traía felicidad a la vida de los seres humanos, debía ser practicado en secreto, pero la violencia, era sin embargo practicada a la luz del día...

— Majestad

Seung-Gil fue interrumpido cuando se hallaba absorto en sus pensamientos. De forma leve, alza su vista hacia sus servidores, quienes, con sus manos entrelazadas, le miraban de una forma totalmente apacible.

— Estamos listos para recibir su condena, mi señor — dijo Leo, extendiendo una gran sonrisa por su faz.

— Sí, majestad — dijo por otra parte Guang —. Recibiremos su condena sin objeción.

Y Seung-Gil, simplemente no pudo hacerlo. Sus labios se tornaron temblorosos y, un leve dolor se extendió por su pecho. El príncipe, sin embargo contuvo su conmoción.

— Son libres — dijo.

— ¿Dis-disculpe? — respondió Guang, arqueando una de sus cejas; realmente estaba incrédulo ante lo dicho por el príncipe.

— Les he dicho que son libres — respondió —. No tienen castigo alguno, salgan de este calabozo y procuren que nadie los vuelva a ver besándose, deben ser más prudentes. — regañó.

Ante la absolución de su osadía, Leo y Guang, miraron perplejos al príncipe. Seung-Gil, se limitó a desviar su mirada, totalmente apenado por la situación.

— Ma-majestad...

Susurró apenas Guang. Sus ojos castaños abrieron apenas, cristalizándose nuevamente. Las lágrimas, no tardaron por surcar en sus mejillas.

— ¡Gracias, gracias, gracias! — exclamó Guang conmocionado. De un movimiento rápido, se suelta del agarre de su novio, para acto seguido, correr hacia el príncipe. — ¡Es usted un hombre benévolo, mi señor!

Una radiante sonrisa se posó en el rostro de Guang Hong. El príncipe entonces, le observó estático, absorto en la bella curva que se extendía por los labios del joven chino.

Y entonces, Seung-Gil...

No pudo evitar que las lágrimas surcaran por sus mejillas.

Aquella sonrisa que el menor regalaba a él por su buena acción, era una sonrisa revestida de inocencia y pureza, la misma sonrisa que...

Su amado solía regalar a él, antes de que el sadismo y el ego, dejara todo irreconocible...

Un fuerte sollozo arrancó de los labios de Seung-Gil. La antigua imagen de la bella sonrisa de Phichit vino a su mente, generando en él una avalancha de sensaciones. Aquella sonrisa que le había hecho perder los estribos, aquella curva que le había impulsado a la conversión de un nuevo ser, aquella misma sonrisa que le hacía experimentar sensaciones sublimes y revestida del más puro sentimiento, ahora mismo...

Ya no estaba en Phichit.

— ¡Gu-Guang! — exclamó Leo, corriendo hacia su novio y alejándole del príncipe — ¡¿qué has hecho?!

— Na-nada... — susurró, perplejo al ver como el príncipe sollozaba por su causa — so-solo le he sonreído...

— Po-por favor... — sollozó el príncipe, cubriendo sus ojos con el antebrazo — Vá-váyanse... dejen-déjenme solo... — suplicó.

Y ante ello, ambos jóvenes miraron con lástima al azabache. Una pequeña reverencia es ejecutada por ambos, para luego, salir de la mazmorra apresurados.

Y Seung-Gil, quedó entonces en la soledad de aquel silencioso y oscuro calabozo. Recordando...

Recordando aquella promesa que, él mismo, había jurado cumplir inclusive a costa de su propia vida, pero que...

No fue capaz de cumplir.

Impotente, incapaz, un inútil; así es como Seung-Gil se sentía en aquellos instantes. Odiándose a sí mismo por no poder tomar control de todas las situaciones, de no poder amenizar el sufrimiento de su amado, de no poder resguardar su pulcra alma, de no poder generar un cambio en la ignorancia de la gente, de no poder evitar el accidente del cual había sido objeto su más preciado anhelo...

Y Seung-Gil, supo que, por su causa... la sonrisa de Phichit se había esfumado.

Por su causa, por su sola causa...

Y, cuanto se odiaba a sí mismo por aquello, realmente, cuanto se odiaba...


Antes de poder partir al pueblo en busca de un buen médico, el príncipe, se encargó de atender las necesidades de su servidor. Con un tiesto de agua tibia, se encargó nuevamente de limpiar las heridas de su amado, cambiando inclusive, los sucios vendajes que yacían en sus heridas.

Eligió para el menor un ropaje de seda cómodo y limpio; con una peineta de plata cepilló sus azabaches cabellos, inclinando hacia un lado las finas hebras del moreno.

Él mismo, se encargó también de alimentar a Phichit. Una porción de papilla y jugo fue lo que preparó con sus propias manos para poder abastecer de energía al hombre que amaba.

Concluido todo lo necesario para que Phichit pudiese recobrar fuerzas, Seung-Gil, entonces se dirigió junto a él a las caballerizas.

— Prepara un buen caballo para ambos, guardia. — espetó Seung-Gil a un guardia que yacía en una de las caballerizas. Con suavidad, posaba una capucha negra en el cuerpo de Phichit; la temporada de lluvias se aproximaba y el viento que soplaba se tornaba gélido.

— ¡Sí, mi señor!

— Procura poner la montura más cómoda y segura — ordenó — él está herido y debe ir cómodo.

Después de unos minutos, el guardia llegó hacia ambos con un gran corcel blanco. La montura estaba ya dispuesta para partir, por lo que Seung-Gil, no esperó por más tiempo, y, con ayuda del guardia, subieron con cuidado a Phichit en el lomo del equino, para acto seguido, subir él también.

El portón de las caballerizas fue abierto por el hombre, lo que entonces, dio paso para que el corcel avanzara hacia el exterior del palacio.

******

Seung-Gil rodeó con ambos brazos el cuerpo de Phichit al ir galopando. El equino, ejecutaba sus movimientos de forma suave, pues de lo contrario, ambos se agitarían demasiado por sobre el animal, y aquello, era lo que menos necesitaba el servidor del príncipe.

El sol yacía escondido por causa de una espesa masa conformada por densas nubes. El viento, a pesar de soplar levemente, avisaba desde ya la proximidad de un tiempo irregular; de a poco las corrientes se volvían gélidas.

El transcurso hacia el pueblo tardó aproximadamente veinte minutos. En el seno de la aldea, casi no se divisaba gente. Algunos mercaderes vendían brebajes calientes para la tormenta que estaba próxima a ocurrir, otros, se dedicaban a la venta de textiles y cueros de animal para poder capear el clima.

Ambos, se dirigieron hacia unas angostas y extensas calles rodeadas de distinguidas casonas. Seung-Gil, dio la señal entonces para que el equino se detuviese en una de ellas. Posteriormente, con sumo cuidado ayudó a su amado a descender del animal, para luego, atar al caballo en un soporte de madera que se extendía por las cercanías; así el animal no se alejaría de aquel lugar.

Una vez el príncipe llamó en reiteradas ocasiones, un hombre de unos sesenta años abrió la puerta.

— Majestad...

— Ha pasado tiempo, señor Teodorico Borgognoni.

Teodorico Borgognoni, el ex médico de la familia real. Dedicó veinte años de su vida al servicio de la realeza, y, concluyó con éstos cuando la Reyna Eveline partió hacia el descanso eterno.

— Por favor, pase majestad — dijo el hombre, corriéndose hacia un costado y dejando el paso libre para Phichit y Seung-Gil. Ambos, se adentran en la vieja casona. — ¿qué le trae por aquí, mi señor?, ha pasado tanto tiempo, le recuerdo de niño, ¡usted no ha cambiado nada!

— Ni usted tampoco ha cambiado, señor Teodorico — sonrió Seung-Gil —. Le he traído un paciente que está malherido — explicó —. Por lo que más quiera, necesito de su habilidad para sanar sus heridas, él es una persona importante para mí.

— ¿Casi tan importante como su madre Eveline, majestad? — preguntó el hombre, cogiendo unas llaves e intentando abrir la puerta de una habitación que yacía al costado de su salón principal.

Seung-Gil, ante aquella pregunta, solo sonríe de forma apacible. La añoranza volvió a ser parte de él, y entonces, con decisión articula;

— ... Igual de importante que ella.

Al oír aquello, Phichit abre sus ojos de la perplejidad. Sus grisáceas pupilas revisten de un intenso brillo, conmovido al saber que el príncipe incluso le consideraba tan importante como su difunta madre...

— Bien — irrumpió Teodorico — entremos aquí, esta es la habitación en donde doy mi atención médica — dijo, para luego, adentrarse en ella. Seung-Gil y Phichit, le siguieron por detrás. 


La habitación era amplia. En ella podía admirarse una gran biblioteca en un costado; libros de diferentes tamaños y colores adornaban la extensión de la pared. Por otro lado, un escritorio y tres sillas, una camilla al rincón y al extremo de la habitación una repisa llena de plantas medicinales y ungüentos a medio terminar.

— Toma asiento, muchacho.

Pidió el hombre. Y Seung-Gil, ayudó a Phichit a reincorporarse en una de las sillas. Teodorico, prendió una vela cerca de ellos. Unas gafas de grandes dimensiones fueron puestas sobre el puente de su nariz, antes de proceder a examinar el cuerpo de Phichit.

— ¿Qué fue lo que le pasó? — preguntó Teodorico.

— Sufrió un accidente — respondió el príncipe —. El gran cisne de cristal que colgaba de la sala principal, cayó fuertemente sobre él y lo hirió de esta forma.

— ¿Qué tan grande es ese cisne? — llevó ambas manos al rostro de Phichit, tomándole suavemente por la quijada y examinando de cerca las heridas que éste tenía.

— Es tan pesado que, debe ser cargado a lo menos por siete hombres — respondió el noble. Teodorico lanzó un silbido al aire, signo de la sorpresa ante la respuesta del príncipe.

— Bien... — susurró —. Estas heridas se ven un poco extrañas...

Ante aquello, Seung-Gil le miró con confusión. Phichit, angustiado ante las sospechas que podría tener el médico, alzó su vista de forma agónica, clavando sus suplicantes pupilas en el rostro del señor. Teodorico, supo que aquellas heridas no eran efecto de un accidente, y era más...

Él, supo de inmediato que Phichit habría sido víctima de una tortura.

« Por favor, no diga nada. »

Fue lo que Phichit quiso transmitir a través de la fúnebre expresión en su rostro. El médico, pudo percatarse inmediatamente de la angustia del menor.

— ¿A... a qué se refiere con eso, señor Teodorico? — cuestionó Seung-Gil, totalmente exasperado por las palabras del hombre. Mas el médico, conmovido por la expresión en el rostro del moreno, desistió en entregar más información.

— Na-nada exactamente... — susurró —. Me refería a que, las heridas están en un buen estado, a pesar de la gravedad del accidente. — mintió. Y, ante ello, Phichit sintió un alivió inundar dentro de sí.

— Su mandíbula es lo que me preocupa — dijo Seung-Gil.

— Claro, la tiene dislocada — llevó ambos pulgares al cuello del menor, removiendo de forma suave su mandíbula. Phichit, soltó un fuerte alarido cuando sintió un dolor eléctrico recorrer hasta su sien. Seung-Gil, se exaltó de inmediato.

— ¡Le duele mucho! — exclamó angustiado. Seung-Gil, no toleraba el ver a Phichit sufriendo.

— Claro que le duele mucho — replicó el hombre — muchacho, ¿cuántos días llevas con la mandíbula así?

Phichit, alzó su mano frente al rostro del hombre, y entonces, tres dedos son alzados.

— Tres días... — susurró el médico —. Has sido muy valiente estos días, aguantar el dolor de la mandíbula dislocada por tantos días y sin ninguna intervención médica, puede devenir en efectos irreversibles.

— N-no... — susurró el príncipe. Sus ojos cristalizaron.

— Pero tranquilo, majestad — intentó tranquilizarlo —. Lo bueno es que ya está aquí, y yo, voy a sanarlo — una tenue sonrisa desliza por la faz del hombre.

Despacio, Teodorico Borgognoni, se reincorpora de la silla, para luego, dirigirse hacia la repisa en donde yacían las plantas medicinales y los ungüentos.

— Necesito que despoje al muchacho de la amarra en su rostro — indicó el médico, mientras que tomaba desde la repisa varios frascos.

Seung-Gil, con sumo cuidado, desamarró la tela que sostenía la mandíbula de Phichit, y entonces, hecho esto, la boca de Phichit volvió a abrir, provocando un agudo dolor en la mandíbula del moreno. Un fuerte alarido es emitido por él. El príncipe, empieza a desesperar ante aquello.

— ¡Tranquilo, tranquilo! — sus manos se volvieron temblorosas, cuando, pudo percatarse de la mueca de agonía que yacía inmortalizada en la faz de su amado. — por-por favor... aguanta... aguanta...

— Necesitaremos que él se relaje — dijo Teodorico, llegando junto a ellos y regando por la mesa varios frascos —. Tome, majestad — dijo, inclinando hacia el príncipe una esponja húmeda.

— ¿Q-qué es esto...? — musitó el príncipe, observando con extrañeza la esponja que ahora cogía entre sus manos.

— Opio — respondió —. Esa esponja está empapada en opio, póngalo debajo de la nariz del paciente, así podrá relajarse.

Seung-Gil obedeció de inmediato. Con sumo cuidado, posicionó la esponja bajo la nariz de su amado. Phichit, comenzó por inhalar la extraña sustancia.

— Pensé que el opio ya no corría por estos lares — irrumpió Seung-Gil.

— Es difícil hallarlo — respondió —. Antes era fácil conseguirlo.

— ¿Por qué lo dice?

— Hace muchos años atrás, existía una familia dedicada a la plantación de adormidera — explicó —. Luego ellos mismos generaban el Opio.

— ¿Y qué pasó con ellos?, ¿dejaron de producirlo?

— No — dijo, volteando uno de los frascos y vaciándolo dentro de un pocillo de piedra —. La familia desapareció un día. Nadie supo qué ocurrió con ellos. Algunos dicen que volvieron a Asia y otros aldeanos dicen que fueron asesinados por maleantes.

— Eso es terrible... — un escalofrío recorrió por cada vértebra del príncipe.

— Lo es — aseveró —. De todas formas, ellos vivían de la agricultura, así que, vivían en lo frondoso de los bosques, así que nadie tiene certeza de lo que ocurrió realmente con ellos.

Phichit empezaba a experimentar extrañas sensaciones en su cuerpo después de inhalar la esponja humedecida con opio. Su vista se tornó confusa y, los músculos de su rostro empezaron por relajar.

— Ya es hora — dijo el médico, reincorporándose de su escritorio y caminando frente a Phichit —. Está lo suficientemente relajado como para poder sanar su mandíbula.

— ¿Q-qué hará...? — preguntó Seung-Gil, nervioso ante lo que se avecindaría.

— Solo observe, majestad.

El príncipe, toma levemente distancia de Phichit, el que, permanecía con la vista estática en algún punto incierto de la habitación. El médico, arremangó su túnica, para luego, extender sus manos hacia el rostro del muchacho.

El hombre, mete sus dedos pulgares en la cavidad bucal del menor, para luego, extender el resto de sus dedos al cuerpo de la mandíbula por fuera. Con fuerza, comienza por remover la mandíbula hacia arriba y atrás, pretendiendo encajar la mandíbula de Phichit.

Sin embargo, el médico no pudo ejecutar por mucho más tiempo aquel movimiento.

De un movimiento violento, Phichit lanza un fuerte alarido al aire. Sus ojos cristalizaron de inmediato y, una expresión invadida de horror deslizó por su faz.

— ¡¿Phi-Phichit?! — exclamó Seung-Gil, sorprendido ante la repentina reacción de su amado — ¡re-relájate!

El moreno, empezó por propinar golpes al médico. Teodorico, retiró sus manos de inmediato del cuerpo de Phichit.

— ¡¡GGG-AAAAA, GGDDD!! — balbuceó horrorizado.

Y es que, para Phichit, sentir fuerza en su mandíbula, no era solo inmensamente doloroso, sino que también...

Traumático.

Ante sus ojos se dibujaron nuevamente las escenas de las cuales él había sido víctima. Ante sus grisáceos ojos horrorizados, se extendió la imagen fantasmal de Snyder Koch sosteniendo la pera e introduciéndola en su boca.

Sintió nuevamente la sensación de sus muelas ser trituradas, de su mandíbula ser arrancada, del sabor metálico inundando su cavidad bucal, de su corazón cerca de sufrir un infarto cardiaco.

Se dibujó la imagen de su rostro destrozado, de su indignidad en la soledad de la mazmorra, del dolor de las agujas atravesando su piel viva.

Los gritos. Las suplicas. El llanto. Las risas del inquisidor.

Todo, absolutamente todo vino nuevamente a su psíquis, horrorizándolo por completo.

— ¡¡¡NNNOOOOOOOOOOO!!!

Desesperado propinaba golpes de puños y patadas. Sollozos incesantes empezaron a desprender de sus labios heridos. Teodorico, le observaba perplejo, mientras que el príncipe, se limitaba a contenerlo entre sus brazos.

— ¡¡Tranquilo, Phichit!! — exclamó — ¡¡Yo estoy aquí contigo, todo está bien, tranquilo!! — con ambos brazos, aprisionaba el cuerpo del menor, el que, se sacudía con insistencia.

— ¡¡N-naaaa, Gggdaaaa!!

Y entonces el médico, pudo percatarse de lo que ocurría; Trastorno por estrés postraumático.

Phichit, estaba en aquellas condiciones por injerencia de terceros, y, más aún... Teodorico Borgognoni, supo inclusive con qué instrumento Phichit habría sido torturado; con la pera de la angustia.

Así, dejaba en evidencia las terribles heridas que el menor poseía en el interior de su boca.

— Tranquilo, tranquilo, ssshhh, ssshhh... — susurró el príncipe, cuando, por fin pudo amenizar la angustia de su servidor. Phichit, yacía apoyado en su regazo. Sus pupilas horrorizadas, temblaban a la par de su agitada respiración; el menor estaba emocionalmente en malas condiciones. — ¿Ha-hay algo que se pueda hacer...? — preguntó Seung-Gil, con su voz pendiendo en un hilo.

— Tengo un plan — dijo el médico, volviéndose hacia el escritorio.

— ¿Cuál...?

— Seré más drástico — espetó —. Prepararé un ungüento para aplicar en la zona a trabajar, además, deberá ingerir una raíz de mandrágora, así, quedará inconsciente y podré realizar mi labor de mejor forma — con cuidado, tomó una raíz de mandrágora, para luego, extenderla a las manos del príncipe.


Phichit yacía en la camilla recostado. Su consciencia ya se hallaba dispersa y sumida en lo más profundo de lo incierto. Su respiración era apacible y los músculos de su rostro relajaron por completo. Seung-Gil, solo observaba con nerviosismo como el médico volvía a subir las mangas de su túnica. El ruido de sus dedos tronar le provocó un pequeño escalofrío.

— Bien, entonces comencemos.

El médico se posicionó por detrás de Phichit, mirándole de forma inversa. La boca del menor fue abierta, para así, poder examinar en el interior de la cavidad. El hombre, posicionó ambos carpos al costado del rostro del muchacho, presionando entonces en la zona baja del oído.

Posterior a aquello, ambos pulgares fueron introducidos en el interior de la boca. El resto de dedos fueron puestos en el exterior, sosteniendo el cuerpo mandibular. Con fuerza, fue elevando en sentido craneal, ejecutando movimientos rotarios hacia arriba y adentro. Por un momento, el médico mantuvo la compresión manual en el cierre mandibular, hasta que, con el pasar de los segundos, un pequeño ruido fue perceptible tanto por el príncipe como por el médico.

— ¿Q-qué fue eso...? — preguntó Seung-Gil, sorprendido ante las maniobras de Teodorico.

— Listo — sonrió —. La mandíbula de éste muchacho ya fue puesta — suavemente, desliga sus manos del rostro de Phichit, para luego, sacar de su bolsillo un vendaje y amarrarlo desde la barbilla hasta la zona superior de la cabeza.

Seung-Gil no pudo evitar sonreír aliviado. El rostro de Phichit, de forma progresiva iba mejorando, y aquello, le reconfortaba de sobremanera.

— Le daré las indicaciones para poder sanar el resto de sus heridas — dijo, para luego, dirigirse hacia su escritorio y escribir una nota.

— ¿Cuánto tiempo tomará para sanar? — preguntó el príncipe.

— Unas dos o tres semanas, me percaté que tiene una buena cicatrización.

— ¿Le quedarán cicatrices...? — una expresión de tristeza se dibujó en el rostro del príncipe ante aquella pregunta.

— Sí... — susurró el médico —. Puede que sanen el resto de heridas, pero... aquella herida que tiene en la mejilla derecha, tendrá una cicatriz. Quizá no será muy notoria, pero quedará.

Seung-Gil sintió que su corazón se comprimía al oír aquello. De forma lenta, ladeó su vista hacia el cuerpo inerte de su amado sobre la camilla; apacible...

Phichit se hallaba fundido en un dulce sueño, sin tener que ser testigo de las cicatrices en su rostro. El príncipe, pedía con vehemencia al cielo que las cicatrices no quedaran inmortalizadas en la faz de su amado, porque aquello, recordaría por la eternidad a Phichit los amargos momentos que habría sufrido.

Sin embargo, lo que el príncipe no sabía, es que, aquella cicatriz permanente en la mejilla de su servidor, traería a su amado recuerdos que generaban a él un dolor soportable...

Porque...

La verdadera cicatriz que derrumbaría el alma de Phichit por completo, no sería sobre su mejilla herida, sino que...

Una cicatriz espiritual. Una herida tan fuerte y profunda en el alma que, inclusive el descanso eterno, parecía vacío y banal al dolor que provocaría el suceso próximo.

Un suceso que no solo desataría la conversión definitiva de Phichit, sino que también, una apuñalada y el declive de su relación amorosa, generando una batalla entre el miedo y las ansias de protección que uno sentía por el otro.

Muerte, remordimiento, rechazo familiar, decepción, distancia, un descendiente y la verdad del enigma.

Aquello, estaba próximo a ocurrir, y entonces...

La cicatriz en su rostro, sería tan solo la marca de una barrera superada, pero, la cicatriz del alma...

Sería una pieza clave para el desenlace de su historia.


Su rostro se hallaba inmortalizado con una expresión abnegada. Su vista perdida se extendía desde su despacho hasta el exterior de su ventana. Las primeras gotas de lluvia rebotaban en el cristal, provocando un incesante ruido que irrumpía en su inquieto pensamiento.

« ¡¡YO NO SOY TU HIJO!! »

Aquellas palabras de Seung-Gil, cruzaron nuevamente por el umbral de su pensamiento, alborotando todo en su interior. Un bufido de exasperación fue lanzado por el rey Jeroen. Con ambas manos, frotó su rostro, angustiado ante las fuertes sospechas que tenía sobre el príncipe.

Al parecer, Seung-Gil ya sabía que no era su hijo legítimo.

Con nerviosismo, empezó a mover su pierna de forma incesante. Con fuerza, mordió los nudillos de su mano derecha, invadido por la inquietud ante tal supuesto.

Pero, ¿quién le habría dicho algo como eso?, si él jamás había revelado algo como eso a Seung-Gil, entonces...

¿Cómo es que él lo sabía?

De pronto, la puerta de su despacho abre lentamente. Un guardia, asoma su cabeza por la puerta, articulando;

— Mi señor, hay un servidor que desea hablar con usted.

— No tengo tiempo — espetó con molestia, desviando su mirada y ejecutando un ademán de desprecio con su mano.

— S-sí, mi señ...

— Es importante lo que debo hablar con usted.

Irrumpió aquel servidor en el despacho del rey. El guardia, intentó retenerle de inmediato, mas el rey, abrió sus ojos perplejo ante la osadía de su servidor.

— ¿Baek?

El rey le miró con total incredulidad. El joven, solo mantenía su vista estática en el rostro del hombre. Una expresión lúgubre repleta de ira se extendía por su faz.

— ¡Te dije que no podías entrar, servid...!

— No — interrumpió el rey —. Deja que éste servidor hable conmigo; tú puedes retirarte — ante ello, el guardia parpadea confuso.

— S-sí mi señor, con permiso — dicho aquello, la puerta del despacho es cerrada, y entonces, Baek y Jeroen, quedan a solas en la habitación.

Baek, mantenía una expresión fúnebre en su rostro. En sus pupilas azabaches, era visible el odio y el desprecio hacia el rey. Sus labios apretaron temblorosos, y, sus manos empuñaron como rocas. El rey, solo le miró con total incredulidad. Un bufido divertido arrancó de sus labios, agraciado ante la osadía de su servidor.

— ¿Por qué me miras con esa car...?

— Usted me prometió que esto sería por el bien del príncipe.

Dijo seco. Y, su respiración comenzó por tornarse agitada. Sus ojos temblorosos cristalizaron por completo. El sentimiento de odio en su faz, iba acrecentando con el pasar de los segundos.

— Espera, Baek... — el rey sintió exaltarse ante la terrible expresión en el rostro del joven —. Debes estar tranquilo, no sé de qué estás habland...

— Usted me prometió que todo esto sería por el bien de él — replicó entre dientes — ¡y no es cierto, usted me mintió! — exclamó eufórico, acortando distancia hacia el despacho del rey y acechando con su mirada al hombre.

— ¡¿Qué te pasa?!

— ¡¡El príncipe está sufriendo!! — exclamó, golpeando fuertemente la mesa del despacho — ¡¡vino hacia mí llorando, está sufriendo, esto no es por su bien!! — Baek rompió en llanto ante el rey. Sus pupilas temblorosas, desplegaban una fuerte sensación de ira por el ambiente — ¡¡usted le está haciendo daño al príncipe!!

El rey, se reincorporó de inmediato de su silla. Su respiración comenzó por agitarse. De soslayo, miró la lúgubre expresión en el rostro del joven.

Baek, simplemente no podía soportar el hecho de creer que, él, podría estar generando algún daño a Seung-Gil.

— Escucha, Baek... — posó una de sus manos en su pecho, totalmente agitado, mientras que la otra, se extendió ante el rostro del muchacho, haciendo un además para poder tranquilizarlo —. Todo esto que hicimos, fue por su bien, tú lo sabes perfectamente.

— ¡¡Él está sufriendo por las heridas de Phichit!! — volvió a exclamar entre dientes — ¡¡yo lo vi, lo cobijé entre mis brazos, recibí sus lágrimas!!

— Por favor, debes tranquilizart...

De un movimiento rápido, el servidor arremete contra el rey. Ambas manos, fueron llevadas al cuello de la túnica del hombre, acercando de forma violenta el rostro del rey al suyo.

— E-escúcheme... — susurró tembloroso el joven, clavando su fulminante vista en el asustadizo semblante del hombre —. S-sí usted... si usted pretende hacer algo malo al príncipe y-yo...

Su cuerpo completo experimentó un severo temblor. Una solitaria lágrima surcó por una de sus mejillas.

— Voy a matarlo, ¿me oyó, majestad?, no voy a permitir que haga daño a mi señor Seung-Gil, jamás, eso jamás, ¿lo entiende?, usted me mintió, me dijo que esto sería por su bien — con fuerza, unió su sudorosa frente a la del rey —. No permitiré que usted haga daño al príncipe, sobre mi ca-cadáver...

Un leve alarido arrancó de los temblorosos labios del rey. De un movimiento violento, con sus grandes manos empuja a Baek contra la pared. El cuerpo del joven, rebota con fuerza en ella.

— ¡¡Maldita sea, tranquilízate!! — bramó de forma desgarradora — ¡¡Esto es por el bien de Seung-Gil!!

— ¡¡Él está sufriend...!!

— ¡¿Y qué prefieres, Baek?! — un fuerte golpe es asestado sobre su mesa — ¡¿te duele más ver a Seung-Gil llorando un momento...?!

Exclamó eufórico, para luego, tomar una gran bocanada de aire y articular;

— ¡¿... o te dolería más ver a Seung-Gil partido por la mitad en medio de la plaza por sus aberraciones?!

Ante aquello, Baek abre sus ojos horrorizado. Con un severo temblor desperdigando control sobre su cuerpo, lleva ambas manos a su boca, intentando retener su llanto.

— N-n-nooo... nooo... — empezó por sollozar.

— ¡¿Quieres ver a tu amado Seung-Gil muerto?!

— ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOO!!!

Un grito revestido de ira y una tristeza desolladora desgarró en la garganta del joven. Con fuerza y notoria perturbación, comenzó por agitar su cabeza con ambas manos sosteniéndole. El rey, simplemente miraba con soberbia aquella escena.

— No, no, no, no, no, no, no... — repetía perturbado —. N-no... por favor no... m-mi señor Seung-Gil... mi señor, mi señor...

Y entonces, rompió en un llanto desenfrenado.

Del solo hecho de pensar que, Seung-Gil, por causa de sus actos aberrantes pudiese ser condenado y asesinado por la santa inquisición, Baek, sentía su alma llenar de angustia.

No.

Él, no lo permitiría. Él sabía que, todo lo hecho por el rey, era por el mismísimo bien de su preciado príncipe. Seung-Gil, debía ir por el camino correcto.

Y Baek tenía completa convicción que, si para lograr el bien de su amado príncipe, él debía ser utilizado como un mero objeto sin dignidad ni sentimientos, entonces que...

Así fuese.

Él pondría su cuerpo y alma a disposición del príncipe. Si debía ejecutar los actos más asquerosos e inhumanos a cambio del bienestar de su amado, si tenía que privarse de sus propios deseos, si tenía que matar, si tenía que sufrir, si tenía que desafiar, inclusive si...

Tenía que perder su propia vida...

Entonces, que así fuese.

— ¿Ya entiendes que, esto es entonces por el bien de Seung-Gil...? — preguntó el rey de una forma apacible. Baek, a duras penas se reincorporó del suelo. Con sus nudillos secó las lágrimas que empapaban sus mejillas.

— S-sí... — susurró —. Entiendo que es por el bien de mi señor...

— Entiendo que te sientas mal, Baek. Sin embargo, debes saber que Seung-Gil sufrirá por unos instantes, mas, no será asesinado por sus actos tan aberrantes y anti naturales — espetó.

— S-sí...

— Tú y yo salvaremos a Seung-Gil de aquella enfermedad, y entonces, él será un hombre de bien — una gran sonrisa se deslizó por la faz del hombre. Baek, solo le miró de soslayo con gran seriedad —. A todo esto... ¿viste el estado en que quedó su servidor personal? — preguntó el rey, dibujándose una sonrisa revestida de mofa en su semblante.

— N-no... por suerte no le vi... — susurró el joven, desviando su mirada cabizbajo.

— ¡¡Quedó irreconocible!! — exclamó divertido — ¿sabes a quien me recordó...? — preguntó, acortando distancia hacia el servidor.

— N-no...

— Me recordó a Baek.

El joven servidor siente un brutal escalofrío recorrer por cada vértebra de su columna. Sus ojos azabaches cerraron de forma instantánea, intentando mitigar el malestar que desplegaba por el umbral de sus pensamientos.

— Ba-basta... — susurró en un agónico alarido. Ante ello, el rey dibuja una sonrisa de satisfacción.

— ¿Por qué, Baek? — musitó — ¿no te gusta acaso recordar la apariencia de la persona cuyo nombre has tomado?

— ¡Basta, por favor! — suplicó, llevándose una mano a la boca y otra al estómago. Una fuerte sensación de asco empezó por invadir en su cuerpo.

— ¡¡Recuérdalo, Baek, recuérdalo!! — exclamó placentero.

— ¡¡Tenga un poco de respeto por el recuerdo de ese niño!! — sus ojos se tornaron vidriosos; una expresión de ira empezó por reconquistar en sus pensamientos.

— ¡¡Ese era un monstruo!!

— ¡¡ERA SU HIJO!!

Una brutal bofetada es asestada en pleno rostro del joven. Baek, de forma automática lleva sus manos hacia la zona herida. Pequeños alaridos del dolor empiezan a ser emitidos por el joven.

— Cierra la maldita boca — espetó con molestia. Su mirada se revistió de una ira indecible.

— N-no me recuerde más a ese niño, po-por favor... — susurró tembloroso.

— Ese es tu maldito castigo, Baek — espetó —. Llevar el nombre suyo es tu peor condena.

— Bas-basta, por favor...

— Baek vive dentro de ti.

— N-no... no...

— ¡¡PORQUE TÚ TE LO HAS DEVORADO!!

— ¡¡NOOOOOOOOOO!!

De forma instantánea, Baek comenzó a introducir sus dedos enla garganta, intentando provocarse arcadas.

— ¡¡Deja de hacer eso!! — exclamó el rey, asqueado ante las acciones del muchacho.

Mas Baek, le ignoró por completo. De forma incesante, introducía sus dedos de forma profunda, con la intención de producir fuertes arcadas y poder vomitar.

— ¡¡GUARDIA!!

Un bramido desgarrador es emitido por el rey. Ante ello, el guardia que yacía a varios metros a la entrada del pasillo, concurrió a su llamado.

— ¿Mi señor?

— Llévate a este servidor, que no vuelva a irrumpir ante mi presencia — espetó, ejecutando un ademán de desprecio con su mano.

— ¡Sí, mi señor!

De forma inmediata, el guardia toma con fuerza a Baek, quien, permanecía en el suelo de rodillas, totalmente perturbado. Cuando la puerta cierra con fuerza, una sonrisa de satisfacción se desliza por la faz del rey.

Mientras tuviese a Baek de su lado, todo saldría bien, porque...

El amor que Baek sentía por Seung-Gil, era tan descomunal e indecible que, él, había perdido el sentido de su propia dignidad, entregando su cuerpo y alma para los actos más bajos e inhumanos, siempre...

Pensando en el bienestar de su amado Seung-Gil. 

*#*

El sublime crepitar del fuego que contrastaba con las gotas de lluvia chocando en el cristal de la ventana, tornaba mucho más apacible su profundo sueño.

Una dulce y tranquilizadora melodía de flauta cruzaba por su mente, extendiendo por el ambiente una atmósfera sublime e irreal.

Unas suaves sábanas cubrían su cuerpo inerte. Una sensación cálida le rodeaba por completo; Phichit, se sentía en una nube de serenidad, todo parecía irreal.

La maldad no existía. No existía la muerte, el sufrimiento, el egoísmo, la tortura. Phichit, estaba aparentemente en el cielo.

De a poco, sus ojos empiezan a abrir, no pudiendo dilucidar de forma exacta el lugar en el que se hallaba.

Su vista confusa logró primero distinguir colores y figuras; una silueta danzante se extendió ante él, repartiendo sus colores rojizos y amarillos de forma irregular e hipnotizadora.

Una rebosante llama de fuego ardiendo en una chimenea.

Phichit, abre sus grisáceos ojos con confusión. De forma tenue, gira su cuerpo sobre sí mismo, ladeando su cabeza hacia la tranquilizadora melodía de flauta que provenía desde su espalda.

Y entonces Phichit, es testigo del emisor de aquella exquisita melodía.

El príncipe Seung-Gil.

Con los ojos cerrados y un aura apacible, el príncipe, sostenía entre sus manos un instrumento de viento alargado y compuesto por varios agujeros en su extensión; una flauta dulce.

Phichit no pudo evitar sorprenderse ante aquella imagen. Sus ojos abrieron perplejos y sus labios separaron apenas un poco, por causa de la admiración que sintió ante aquel talento de su amado.

Seung-Gil, parecía ser otra persona en aquellos momentos. La expresión en su rostro era de total apacibilidad. Con destreza, sus dedos recorrían la extensión de la flauta formada por hueso y madera. El príncipe, parecía tener su alma inundada por la añoranza y un fuerte sentimiento de paz. Phichit, se reincorporó, sentándose en la cama sin emitir ruido alguno. Por varios segundos, observó totalmente pasmado al príncipe, limitándose solo a disfrutar de aquella dulce melodía emitida por su amado.

Después de un rato, Seung-Gil concluye la melodía, y entonces, de forma lenta abre sus ojos. En aquel instante, el príncipe da un pequeño respingo, cuando, pudo percatarse de que su servidor le miraba estático desde la cama.

— ¡¡Phichit!! — exclamó. Y, de un movimiento rápido, se reincorpora de la silla, para luego, aferrarse con fuerza al cuerpo de su amado. Phichit, responde de inmediato al abrazo, y ambos, se funden en uno solo.

— Majestad... — susurró el joven de forma tenue. Ante ello, Seung-Gil se separa de él, sorprendido.

— ¡¿Ya... ya puedes hablar?! — una gran sonrisa se inmortaliza en su faz, alegre por volver a oír la dulce voz de su más preciado anhelo.

— Así parece... — musitó —. Sin embargo, me duele mucho, así que, solo puedo abrir un poco mi boca y apenas susurrar.

— Lo importante es que estás mejor — una de sus manos acarició de forma tenue la mejilla de su servidor —. Seguirás sanando, lo importante es que te tendré bajo mi cuidado y todo volverá a estar bien, ya lo verás.

Phichit, ladeó apenas sus labios, en un intento por sonreír. Seung-Gil, pudo percatarse de ello.

— Este lugar es... — susurró el moreno, despegando su vista del rostro del príncipe y dedicando atención a su alrededor.

— Sí — le interrumpió el príncipe —. Es la casa del bosque, la misma a la que vinimos el día de mi cumpleaños.

— Lo recuerdo...

— El efecto de la mandrágora te dejó inconsciente por más de una hora — explicó —. Preferí venir contigo hasta aquí, supuse que no querrías ir al palacio, aquí podrás al menos descansar tranquilo.

Y era cierto. Phichit no podía reposar en paz por el palacio. El excesivo ruido y la concurrencia de muchos guardias y servidores, provocaba que ambos estuviesen en un estado constante de alerta, no pudiendo nunca poder estar a solas y actuar como ellos deseaban.

— No sabía de ese talento suyo, majestad — musitó Phichit, dirigiendo su vista hacia la flauta que aún sostenía el príncipe entre sus manos.
— ¡A-ah! — exclamó avergonzado, soltando de inmediato el instrumento —. E-es... bueno, es un talento un poco aburrido...
— A mí me parece hermoso — dijo el moreno —. Es usted un gran artista, esa melodía es muy tranquilizadora, ¿Cómo usted aprendió a tocar algo como eso? — cuestionó. Seung-Gil, desvió su mirada con añoranza; un sentimiento de apacibilidad desperdigó por su alma.
— Después de la muerte de mi madre... empecé a huir del palacio muy seguido — explicó —. En aquel entonces, solía refugiarme en la catedral del pueblo. Fue allí cuando entonces, conocí al sacerdote Celestino.

Phichit dio un pequeño respingo al oír aquel nombre. ''Celestino'', Sí... era el nombre del mismo sacerdote que les defendió frente a Snyder en la catedral.

— Él supo que me sentí muy solo después de la muerte de mi madre — susurró —. Entonces, él se volvió como un padre para mí. Sí algo de humano aún me queda, fue gracias a sus enseñanzas... ¡Además!, fue él quien me enseñó a tocar este instrumento...
— Ya veo... — susurró Phichit, enternecido ante las palabras del príncipe. De forma tenue, se inclinó para poder tomar el instrumento entre sus manos. Curioso, comenzó a examinar el objeto.
— Para tocarlo debes posicionar tus dedos de esta forma — musitó el príncipe, y, de forma suave, se posicionó por detrás de su servidor. Sus brazos, fueron alzados por alrededor del moreno, juntando éstas con las manos de Phichit.

Ambos, se mantuvieron de esa forma por largos segundos. Seung-Gil, posicionó sus labios en el cuello de su amado, repartiendo suaves y minúsculos besos en la zona. Phichit, sintió un escalofrío recorrer por su espalda, cuando, sintió la calidez y la suavidad de la respiración del príncipe por detrás de su cuello.

Sus tersas manos se entrelazaron de forma progresiva a través del instrumento. Seung-Gil, delineó con sus hambrientos labios cada pulcro centímetro de piel morena. Su olor, su suavidad, su color; todo aquello, traía al cuerpo del príncipe una infinidad de sensaciones enloquecedoras. Phichit mantuvo su mirada perdida en el danzante fuego de la chimenea, la lucidez de sus sentidos se perdió por un extenso rato, limitándose sólo a experimentar cada sublime sensación que su amado príncipe le provocaba.

Erótico.

Aquel, fue el primer momento erótico que ambos experimentaron, en la lejanía del palacio y en las entrañas del frondoso bosque entre la torrencial lluvia.

Un leve suspiro fue emitido por el moreno, cuando, sintió por primera vez lo suave, cálido y húmedo en su cuello. La lengua del príncipe, se deslizó de forma tenue por su piel. Phichit, apretó con fuerza las manos de su amado, y, sintió que empezaba a perder el hilo de sus sentidos.

Te amo tanto, Phichit...

Susurró el príncipe en su oído, y el menor, sintió su corazón estallar ante tal exquisita voz.

De pronto, Phichit alza apenas su vista, y, ante él, se extiende entonces su reflejo.

Sus ojos abrieron de la perplejidad, una expresión de desconcierto se inmortalizó en su faz.

En la ventana de cristal que yacía frente a él, Phichit, pudo volver a evidenciar su ahora cambiado rostro. Si bien, había disminuido la hinchazón y su mandíbula estaba nuevamente en su posición, Phichit, sintió su alma caer a pedazos por las notorias cicatrices.

Y él, sintió asco de sí mismo en aquellos instantes; indigno del príncipe, indeseable, horroroso, acomplejado, objeto de lástima y de burla.

El príncipe, no merecía algo tan horroroso como eso.

De un movimiento rápido, Phichit, aleja al príncipe de un fuerte manotazo. Angustiado, camina varios pasos hacia la ventana, escondiendo su rostro entre sus manos. Seung-Gil, le mira con total perplejidad y confusión.

— Phi-Phichit... ¿q-qué pas...?

— Aléjese de mí, por favor.

Musitó el moreno, pudiendo ser perceptible un severo quiebre en su voz. Seung-Gil, sintió un aguijonazo cruzar por su pecho.

— ¿Por qué? — cuestionó confuso —. Dis-disculpa si he sido atrevido, no debí besarte de aquella forma, mi intención no es incomodarte — de forma rápida, intenta acortar distancia hacia su amado —. Phich...

— Aléjese, majestad — volvió a pedir en un susurro. Seung-Gil, sintió dolor al oír a su amado en un evidente tono de tristeza —. Quiero irme de... de este lugar — dijo, para luego, caminar hacia la puerta con su rostro aún hundido entre sus temblorosas manos.

— ¡Eso sí que no! — exclamó el príncipe, obstruyendo la salida.

— Majestad, por fav...

— No — espetó con decisión —, está lloviendo torrencialmente allí afuera, es muy peligroso — advirtió —. Además, podrías perderte en el frondoso bosque y enfermar — con suavidad, intentó alejar las manos de Phichit de su rostro, mas éste, opuso resistencia.

— N-no haga eso, po-por favor... — suplicó Phichit, volteándose y rehuyendo varios pasos en dirección a la ventana. Seung-Gil, le siguió por detrás.

— ¿Qué pasa, Phichit? — preguntó el noble, en un evidente tono de preocupación — ¿Hay algo de mí que no sea de tu agrado?, ¿Crees que vamos muy rápido con esto?, ¿Mi actitud reciente te incomod...?

— No, majestad...

— ¡¿Entonces qué pasa?! — exclamó ofuscado. Una expresión de molestia se asentó en su faz.

Phichit, se mantuvo por varios segundos mirando la lluvia a través de la ventana, guardando total silencio. Después de un rato, el moreno voltea su rostro hacia el príncipe, y, con una expresión inundada en congoja y los ojos cristalizados, articula;

— Soy horroroso, majestad — susurró —. No soy digno de usted, mi señor.

El príncipe Seung-Gil, siente su alma ser rasgada por el filo de miles de cuchillos. Por extensos segundos, sus labios no pudieron articular palabra alguna, limitándose solo, a mantener su vista clavada en los tristes y cristalizados ojos de su amado.

— N-no digas eso, Phichit... — susurró, con su voz pendiendo de un hilo.

— E-es cierto... yo... soy ahora horroroso — replicó —. Usted no tiene obligación alguna de cuidarme, majestad. Entiendo que sienta usted lástima de mi situación, pero, quiero que entienda que no debe sentirse comprometido a ayudarme, usted no está obligado a cargar con esto, yo...

— Ya basta, Phichit.

— ¿Por qué razón usted gastaría su valioso tiempo con alguien de esta apariencia?, usted tiene a su lado a una hermosa mujer llena de vitalidad, una princesa, un brillante futuro por delante, a alguien que podrá dar a usted un descendiente, tiene a... a su prometida — un leve temblor fue perceptible en lo último —. Entiendo que su buen corazón le dicte tener que ayudarme, pero, majestad... no se rebaje a este nivel, es usted un hombre importante e irremplazable, yo... yo puedo ser perfectamente reemplazabl...

— BASTA.

Murmulló Seung-Gil entre dientes, con una expresión inundada en ira y consternación. Por varios segundos, Phichit solo pudo mirarle totalmente atónito. El príncipe, levantó su vista apenas, y entonces, con los ojos revestidos de lágrimas, hacia Phichit articuló;

— Me duele lo que estás diciendo.

Y entonces una lágrima cedió, surcando por lo pálido de sus mejillas. Phichit, contrajo sus pupilas de la perplejidad, y entonces, desvió su mirada a duras penas con el dolor punzando en su pecho.

— Nada de lo que dices es cierto... — susurró el príncipe, limpiando sus lágrimas con el antebrazo. A paso lento, acorta distancia hacia su amado —. Phichit, mírame...

Demandó de forma apacible, dibujando en su faz una expresión repleta de congoja. Su servidor, bajo apenas su vista. De forma lenta, negó con su cabeza, apenado ante tal situación.

— Phichit, escuch...

— Soy... — musitó. En su voz era perceptible el sentimiento de frustración —. Soy un monstruo...

El corazón del príncipe se contrajo a más no poder. Un sentimiento de consternación y tristeza desperdigó por el umbral de su alma. Seung-Gil, no soportaba oír como su más preciado anhelo se despreciaba a sí mismo, porque Phichit, era quizá el humano más maravilloso que él habría conocido en su vida.

— Tú no eres un monstruo... — de forma lenta, acorta total distancia hacia Phichit. Con una de sus manos, toma suavemente por la barbilla al moreno, para luego, alzar su rostro con cuidado. Seung-Gil, clava su apacible mirada en la de Phichit —. ¿Recuerdas los primeros días en el palacio? — preguntó el azabache, dibujándose una expresión de añoranza en su faz.

— ¿Cómo olvidarlo, majestad?, fue cuando le conocí...

— En ese entonces yo era un monstruo — dijo el príncipe, arqueando una de sus cejas —. Aún así, tú aprendiste a amarme siendo de esa forma.

Phichit, dibuja una expresión de confusión en su rostro. Una leve risa arranca de los labios del príncipe.

— Phichit... lo que hace monstruosas a las personas, no es su apariencia física — musitó, tomando un mechón de cabello azabache y acomodándolo por detrás de la oreja de su amado —. Lo que hace monstruosas a las personas, es su alma.

Sus grisáceos ojos cristalizaron. Un esperanzador brillo revistió sus pupilas inundadas de admiración hacia las palabras del príncipe.

— Yo solía ser un monstruo, y tú... tú fuiste quien me cambió. Si bien, jamás podré saldar el daño que hice a mucha gente, por tu causa y la bondad de tu alma, es que estoy dispuesto a enmendar mis errores — dijo con decisión —. Tú jamás fuiste, ni serás un monstruo, tú fuiste quien salvo a este monstruoso hombre de la agonía de su propia alma envenenada, Phichit.

— Ma-majest...

— No, no digas nada — irrumpió —. No quiero que vuelvas a decir cosas como esas, no quiero que vuelvas a despreciarte. Tu valor como persona jamás dependerá de tu apariencia física, eso nunca.

Phichit no pudo evitar soltar un primer alarido. Por un momento, se sintió como un completo estúpido por aquel anterior comportamiento. Las lágrimas cedieron por el borde de sus ojos, y entonces, éstas empezaron a deslizar por sus mejillas. El príncipe Seung-Gil, aferró de forma suave el rostro de su amado hacia su pecho. Con movimientos tersos, empezó por acariciar las finas hebras del moreno.

— Lo-lo lamento tanto, ma-majestad... — sollozó de forma amarga. Seung-Gil, contrajo el cuerpo de Phichit más hacia el suyo.

— Está bien, tranquilo — susurró —, sé que te sientes mal por lo que pasó, pero todo estará bien, te lo prometo.

Por largos segundos, Phichit encontró un refugio en el regazo de su amado, quien, con sus tersas caricias, mitigaba cualquier sentimiento negativo en el alma del menor.

De un movimiento suave, Phichit separa su rostro del regazo del príncipe. Seung-Gil, le mira confuso.

— Majestad...

— ¿Sí?

De un movimiento suave, Phichit acorta distancia hacia el rostro del azabache, y entonces, sus labios son depositados de forma tenue en los de su amado. Seung-Gil, abre sus ojos de la perplejidad, un intenso carmín pigmentó el pálido de sus mejillas.

— Gracias... — susurró, separándose apenas del rostro del príncipe. Seung-Gil, le sostuvo con fuerza de la cintura, atrayendo el cuerpo de su servidor hacia el suyo.

— Te extrañe tanto — musitó Seung-Gil, uniendo su nariz con la de Phichit, ejecutando suaves movimientos de izquierda a derecha con ella.

— Y yo le extrañé a usted... — sus brazos se alzaron por sobre los hombros del príncipe, aferrándose a él y acortando distancia nuevamente hacia su rostro.

— Bueno, y si tanto nos extrañamos... ¿por qué no nos amamos en plenitud ahora que nadie nos molesta? — una pequeña risa arrancó de los labios del príncipe. Phichit, no pudo evitar ladear sus labios, en un intento por sonreír.

— No tengo objeción hacia su petición, mi príncipe...

La pequeña morada en medio del frondoso bosque, inundó de apacibles risas, signo de la paz y tranquilidad que ambos experimentaban cuando se tenían de forma incondicional. El cuadro de aquellas personas que solían habitar allí, el crepitar del danzante fuego y la torrencial lluvia, fueron testigos de lo que pasó aquella tarde en la cabaña, en que ambos, despojaron de sus almas los negativos sentimientos que, de forma inevitable, se adherían al alma humana por causa de la tan brutal época.

Caricias infinitas, besos revestidos de dulzura, abrazos que unían en un lazo inquebrantable dos almas destinadas a corromper la estigmatización y la ignorancia del hombre.

Dos estirpes distintas, un mismo ferviente sentimiento rebosante de la más pasional historia. Un beso tras otro, sus dedos entrelazados entre sus finas hebras, un recorrido por cada centímetro de piel blanca y morena, suspiros, sanación, uno solo.

Hacer el amor.

Pero no carnalmente, sino que, hacer el amor en el sentido más íntimo e infinito, más profundo y sublime. Hacer el amor construyendo y uniendo momentos para el recuerdo, reforzando el lazo que los unía, edificando los cimientos que soportaban su relación, palpando cada característica de su alma, intimando en lo más profundo de sus espíritus.

Porque, aquella tarde en la cabaña, el príncipe Seung-Gil y su servidor Phichit... hicieron el amor de la forma más profunda y sublime posible.

Construyendo lazos y dejando sus almas al desnudo, sin miedo a parecer expuestos y débiles ante el otro; porque aquello, no era signo de sumisión, sino que, signo del infinito amor que cada uno sentía por el otro.

Porque ellos, eran dos hombres que se amaban, dos hombres dispuestos a cambiar el curso de la historia, a romper los estigmas sociales y religiosos, con el acto más valiente de osadía jamás existente.


El incesante caminar de aquel hombre resonaba por el pasillo que daba hacia el despacho del rey. El guardia real, intentaba retenerle, mas el hombre, al tener también una alta posición jerárquica, constituía una barrera para el proceder del guardia.

— Señor Snyder, usted debe tener un permiso previo para poder hablar antes con el rey, por fav...

— Ya le dije que es urgente, déjese de pavadas.

— Pe-pero...

De forma abrupta, Snyder Koch, abre la puerta que da paso al despacho del rey, irrumpiendo dentro de ella. Jeroen, de un movimiento fugaz, gira sobre sí mismo. Con una expresión de total consternación, el rey observa aquella escena.

— ¡Hola, rey Jeroen! — exclamó Snyder, en un evidente tono de sarcasmo. El guardia, dibuja en su rostro una expresión de total nerviosismo.

— ¡Ma-majestad! — exclamó — ¡intenté advertirle al señor Snyder que no podría pasar, pero e...!

— ¡Cállese! — exclamó el inquisidor — vengo a tratar un asunto de negocios con el rey, ¿no es así majestad...?

— ¿Qué está pasando...? — se limitó a preguntar Jeroen, acrecentando en su faz una expresión de ira y desconcierto.

— Majestad, yo traté de advert...

— Es un asunto de suma urgencia, mi señor — dijo con decisión Snyder Koch.

Y, ante ello, el rey le mira estático por varios segundos, demandando con su lúgubre expresión, alguna respuesta a la confusa situación.

— Guardia — espetó el rey, llamando la atención del nervioso hombre.

— ¿Sí, mi se-señor?

— Retírate, déjame a solas con el señor Snyder — espetó.

Y, ante ello, el guardia asiente con su cabeza, para acto seguido, ejecutar una pequeña reverencia y salir de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Por varios segundos, el rey dedicó una lúgubre expresión hacia Snyder, quien, solo mantenía en su rostro un sentimiento de total soberbia.

— No me mire de esa forma, señor Jeroen — dijo Snyder divertido, tomando asiento, despreocupado —. A pesar de la torrencial lluvia, he venido de todas formas a visitarl...

— ¿Qué haces acá, Snyder? — le irrumpió a secas, sin ánimos ni signos de amabilidad. Snyder, lanzó un divertido bufido al viento.

— Ya dije, señor. Vengo por asuntos de negocios.

— No recuerdo haberte llamado por negocios.

— La verdad, yo tampoco lo recuerdo.

La exasperación y el desconcierto empezaron por inmortalizar en el rostro del rey. Con un movimiento lento y rígido, Jeroen, toma asiento frente a Snyder, en su despacho.

— No olvides tu posición, Snyder — le advirtió, dedicando una lúgubre expresión —. Eres un inquisidor, pero yo sigo siendo tu rey y el hombre más importante de este reino.

— Mi señor, por favor no empieces con esas imbecilidades.

— ¿Q-qué?

— Dije que vengo por asuntos de negocios, créeme que, será conveniente para ambos — una divertida sonrisa se deslizó por la faz del inquisidor. El rey Jeroen, sintió un leve escalofrío recorrer por sus vértebras.

— Habla rápido, no estoy de humor — espetó —. Además que, seguramente no será de mi interés.

— Oh, no... no te equivoques, Jeroen. Seguro que será de tu interés...

De un movimiento rápido, Snyder Koch, se inclina hacia atrás, para luego, posicionar ambas piernas sobre el escritorio del rey, cruzándolas sin ningún signo de respeto y pudor. Jeroen, abre sus ojos de la perplejidad, una sensación de rabia empezó por desperdigar en su mente.

— ¡¿Qué mierda crees que haces?!

— Trescientas monedas de oro.

— ¿Qué?

— Trescientas monedas de oro cada siete días, mi señor. Eso es lo que pido.

Una expresión de total confusión se inmortalizó en el semblante del rey. Snyder, lanza una divertida carcajada al aire, revestida de mofa y soberbia.

— El diario de su hijo Seung-Gil, majestad.

— ¿Qué ocurre con el diario de mi hijo? — cuestionó intrigado Jeroen —. Aquel diario está en posesión de su servidor más antiguo, le dije a usted que lo devolviera apenas terminara su interrogator...

De pronto, el rey para en seco. Ante la divertida expresión de Snyder Koch, sus ojos abren del horror. Sus labios separan, signo de las fuertes sospechas que invadieron en su mente.

— Veo que ya lo entendió, señor Jeroen — espetó orgulloso Snyder.

— Pe-pero... fue un trato, se supone que...

— Tengo bajo mi dominio el diario de su hijo Seung-Gil, mi rey Jeroen.

Al oír aquello, el rey sintió un escalofrío de dimensiones indecibles recorrer por la totalidad de su cuerpo. Un fuerte mareo invadió en su cabeza.

— Esto no es justo, Snyder...

— Nada en la vista es justo, mi rey — rio —, ni siquiera la tortura de ese pobre muchachito fue justo, después de todo, él no sabía nada respecto de los aberrantes actos de tu hijo, ¿o me equivoco?

Gotas frías de sudor empezaron por surcar en la sien de Jeroen. Snyder, tenía en su rostro la soberbia inmortalizada.

— Por mi silencio deberás pagarme trescientas monedas de oro cada siete días; ni más ni menos — espetó, cruzándose de brazos.

— No puedo — dijo —, eso es mucho.

— ¡Vah! — exclamó agraciado —, pensé que vuestro reino era uno de los más ricos.

— No puedo malgastar dinero de esa forma, Snyder — dijo, frotando sus temblorosas manos por su rostro —. Dentro de muy poco mi hijo Seung-Gil deberá contraer matrimonio con su prometida. Necesito invertir en su boda, organizar todo, pagar los servicios, ¡necesito mucho dinero para aquello, y la concreción del matrimonio está muy cerca!

— No me interesa — dijo sin mas —, entonces aplace esa boda.

— Snyder...

— En el diario de Seung-Gil hay cosas bastante interesantes, ¿lo sabía, mi señor? — una media sonrisa se deslizó por su faz —. No tenía conocimiento de que usted era su padrastro.

Ante ello, el rey sintió que desfallecía. Snyder, lanzó una fuerte carcajada revestida de soberbia.

— Tenga... tenga consideraci...

— Tampoco tenía conocimiento de que, usted era el asesino de la Reyna Eveline, majestad — encaró —. Usted ha hecho creer toda la vida a su pueblo, que su difunta esposa había decidido por cuenta propia acabar con su vida.

Grandes arcadas fueron ejecutadas por Jeroen, cuando, sintió que todo se venía abajo. Con sus profundos ojos invadidos de ira, despellejó a Snyder con la vista, maldiciendo a más no poder. El inquisidor, rio divertido ante aquello.

— Al parecer, el príncipe Seung-Gil documentó su vida en este diario a partir de los diez años — explicó —. Hay capítulos de su vida bastante interesantes, otros aburridos, otros bastantes reveladores, y, en especial... — sonrió — ... bastante peligrosos para usted, mi rey.

— Snyder, sé que podemos llegar a un arreglo — musitó con nerviosismo —. Prometo pagarte lo que pides, pero, por favor, no hagas nada de lo que puedas arrepentirte...

— ¡No, mi señor! — exclamó el inquisidor —, más bien, la advertencia es para usted. Es usted quien tiene en sus manos el futuro de su propio reino.

Por varios segundos, el rey bajó su rostro, apoyando su frente en sus manos entrelazadas y apoyadas en el escritorio. Snyder Koch, el hombre representante de la santa inquisición, simplemente podía limitarse a sonreír triunfante ante su osadía.

— S-si... si vas a pedirme esa cantidad de dinero por callar todas aquellas situaciones... — se detuvo, totalmente superado por la frustración — al menos procura decirme si tienes alguna sospecha acerca del amorío de Seung-Gil...

El inquisidor, arquea ambas cejas, curioso ante tal demanda. Una de sus grandes y huesudas manos, es posicionada por debajo de su barbilla, escéptico ante lo que diría.

— Tengo una leve sospecha — espetó.

Ante ello, el Rey Jeroen abre sus ojos de la perplejidad,

— ¿Quién?

— Su servidor personal, majestad — afirmó — ese muchachito de piel morena y bastante menudo, ¿no es obvio?

— ¡¿Q-qué?! — exclamó Jeroen, totalmente agraciado de lo dicho por Snyder.

— Señor, te lo digo porque ese muchachito es muy peligroso — dijo con total seriedad —, él es capaz de conquistar a cualquier hombre o mujer que se le cruce, soy capaz de afirmar que es inclusive un brujo.

— ¿Por qué dices algo como eso?

Ante aquella pregunta, Snyder sintió que había ejecutado un comentario no solo indebido, sino que además, sumamente revelador.

— N-no... no lo digo por nada, Jeroen... — trató de excusarse — digo... es de piel oscura, ¿no?, esa gente siempre practica la brujería y ese tipo de tradiciones herejes.

Una risa incontenible arrancó de los labios del rey Jeroen. Con ambas manos, intentó retener las carcajadas que, de forma despavorida, resonaban por la habitación. Snyder, solo le observó totalmente perplejo.

— ¿Qué es lo gracioso? — preguntó exasperado.

— ¡¡Por favor, Snyder!! — exclamó divertido — ¡¡eso es totalmente ridículo!!, ¡¡Seung-Gil y su servidor personal, que osadía de tu parte!!

— ¡¿Qué tiene eso de imposible?! — exclamó el inquisidor, bajando sus pies del escritorio y tomando una posición acechadora.

— Mucho de imposible.

— ¿Qué?

De forma rápida, el rey Jeroen asesta un estruendoso golpe en medio del escritorio, para luego, inclinarse por completo ante Snyder.

— Puede que mi hijo cometa actos aberrantes, pero él, jamás... escucha, JAMÁS, se rebajaría a cometerlos con un sucio servidor, ¿lo entiendes? — una lúgubre expresión fue dedicada al inquisidor —. Seung-Gil tiene clara su posición. Él, es un príncipe, un hombre de alta cuna, un hombre de jerarquía — lentamente, va volviendo a su posición original —. Puede que Seung-Gil esté cometiendo estos actos aberrantes con algún noble, o quizás inclusive, algún caballero — una de sus manos fue puesta en su barbilla.

— ¿Cree usted, señor Jeroen...?

— Claro que sí — espetó con decisión —. Ha de ser con un jovencito del pueblo, Seung-Gil jamás se rebajaría a mantener un amorío con alguno de sus servidores, conozco sus límites — dijo, totalmente convencido —, él siempre despreció a sus servidores, estoy seguro que todo esto es producto de algún noble o caballero.

El inquisidor, solo lanzó un pequeño bufido al aire, para luego, encogerse de hombros.

— Bueno, rey Jeroen, entonces... por lo visto, no hay nada más que pueda hacer por usted — dijo, intentando reincorporarse de la silla —. Recuerde las trescientas monedas de oro, de lo contrario, no se llevará usted una grata sorpresa — intentó alejarse, mas el rey, le detuvo de forma violenta.

— Espera.

— ¿Q-qué sucede...?

— Si piensas que, pagaré trescientas monedas de oro solo por tu silencio, estás muy equivocado — espetó, con una gran sonrisa extendiéndose por su faz. Snyder, le miró confuso.

— No lo entiendo.

— Deberás realizar una labor investigativa a los aldeanos del pueblo — ordenó.

— ¿Cómo? — el inquisidor, arqueó ambas cejas, escéptico ante lo dicho por el rey.

— Irás al pueblo y preguntarás casa por casa, y aldeano por aldeano. Si el hombre que está enloqueciendo a Seung-Gil, vive en el pueblo, entonces algún aldeano o aldeana le habrá visto a mi hijo en alguna conducta reveladora o sospechosa — explicó —, deberás hacer lo posible por obtener información, tal y como tú lo sabes hacer. Ése será tu trabajo, Snyder.

Una sonrisa soberbia se extendió por la faz de Snyder Koch. De cierto modo, era una petición justa, después de todo, trescientas monedas de oro cada siete días, no era un saldo menor.

— Bien, acepto la tarea que me has encomendado, Rey Jeroen.

— Te lo encargo.

El hombre, camina con dirección a la salida, totalmente complacido al obtener su fin a través del chantaje. De pronto, antes de poder cruzar por la puerta, Snyder se voltea hacia el rey, articulando;

— Una pregunta antes de irme, Jeroen — dijo —. Como fue en el caso del muchachito que es servidor personal de tu hijo, para la obtención de la información, ¿ahora debo también controlarme?, ¿o tengo permitido ir más allá?

Ante aquella pregunta, una sonrisa revestida de sadismo se despliega por la faz del Rey Jeroen. Un divertido bufido arranca desde sus labios, para luego, articular;

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— Tienes permitido ejecutar todas tus tácticas de confesión, Snyder. Si un aldeano es sospechoso de saber algo al respecto y se niega a hablar, entonces mátalo. Mata a quien debas matar, porque nadie en este pueblo, se burlará de la familia real y la santa inquisición.

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Aquella orden del rey Jeroen, traería un sin número de injusticias y situaciones agónicas a los más desprotegidos y desfavorecidos del pueblo. Una época en donde, no existía ni la libertad, ni la igualdad ni la fraternidad, sería testigo de la brutalidad y el sadismo de quienes decían obrar por la sana convivencia y resguardar los preceptos religiosos.

Aquello, traería consigo un vuelco en esta historia, trayendo una total conversión en aquel joven que intentaba sanar sus cicatrices provocadas por la necedad de Snyder.

Muerte, remordimiento, ruptura, un descendiente y la verdad de los enigmas.

Aquello, estaba próximo a ocurrir.

En la época más oscura en la historia de la humanidad.

N/A;

¡Hola a todas!, vuelvo con actualización después de mil años uvú

Realmente espero que, este capítulo haya sido de vuestro gusto y la espera haya valido la pena. Lo espero de todo corazón.

¡Bueno, hay cosas que debo decir!

1° Como se habrán dado cuenta, El Palacio Carmesí está participando de los VkusnoAwards, y pues, hace ya varios días se revelaron los primeros resultados. Ésta historia — que está participando en la sección de misterio/suspenso —, sacó una puntuación perfecta en primera ronda, ¡y pues nada!, quería compartir esta alegría con ustedes, aunque obviamente aún queda competencia, y de hecho, no estoy segura que El Palacio Carmesí pase la siguiente etapa, pero es lindo disfrutar el momento mientras tanto xD

2° Como ya dije hace como cuatro capítulos atrás... ''hay una aparente calma''. Supongo que este capítulo fue un poco más tranquilo (les quise regalar un poco de fluff después de hacerlas chillar como magdalenas), así que relájense por ahora, ya volverán a sufrir.

3° ¡Este capítulo tuvo una clara referencia histórica!, y es a don Teodorico Borgognoni. Éste hombre — que puse además como un personaje en la historia —, fue real. Él fue el pionero de la anestesia en las cirugías. Éste hombre, solía utilizar esponjas con opio, mandrágora o beleño para adormecer a sus pacientes y poder operarlos. También contribuyó enormemente a la limpieza de heridas con vino.

4° ¡Capítulo con dedicatoria!, para ti mi querida Sasu. Te prometí que el capítulo estaría para tu cumpleaños, pero por causa de la Universidad no me fue posible. Sin embargo, como forma de compensación, este capítulo va dedicado para ti, ¡espero lo hayas pasado genial!, ¡y gracias por leer esta historia, eres una de mis lectoras favoritas!

5° No sé cuando tendré próxima actualización, como algunos ya sabrán, desde este momento me iré a Hiatus. Prometí este capítulo antes del hiatus, así que ahora no sé cuando vendrá la siguiente actualización.

¡Espero que este capítulo haya sido de vuestro agrado!, gracias a todas por leer, se ganan el cielo. Abrazos!~ :D

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