Doce.
ANTES DE LEER;
1° Capítulo extenso; ustedes saben.
2° Las advertencias de siempre. Saben que algo pude herir su susceptibilidad.
3° Leer las notitas del final <3 por favor.
¡Buena lectura!~
Abrió los ojos con dificultad y dilucidó la tenue luz de los rayos solares traspasar la espesa capa de hojas que cubrían todo a su alrededor. El cantar de las cigarras y el aleteo de las aves formaban una dulce melodía capaz de reconstituir toda su alma desgarrada por los años de opresión y servidumbre.
De forma torpe martilleó sus cansados ojos y pestañeó un par de veces; entonces allí, él fue capaz de reconocer el escenario en el que estaba.
Se reincorporó de un solo golpe y, cuando pudo ver que estaba en total libertad y que volvía al lugar de sus inicios, sintió que el alma danzaba al son de su autonomía y dignidad.
Y él, sintió que estaba sumido en una corriente utópica; tan bello escenario impensable no podía ser verdad.
—E-este lugar...
Musitó perplejo, revistiendo sus pupilas con un intenso brillo que evidenciaba una fuerte añoranza y vitalidad.
A paso desconfiado comenzó a adentrarse en la espesa vegetación del lugar; al parecer hacía poco que la lluvia había cesado y, pequeñas gotas de agua gélida caían traviesas desde lo alto de los árboles, provocando en su pálida piel un montón de sensaciones electrizantes.
Y con el paso hacia el interior de la vegetación, él sentía que recordaba más y más cuál era el camino que conducía a diferentes partes del pueblo; a la plaza, la catedral, el puerto y, especialmente los puestos feriantes que rodeaban el principal paseo de los pobladores.
Una radiante sonrisa se dibujó en sus labios, y de forma rápida, comenzó a correr a través de la vegetación. Con evidente entusiasmo y, con una expresión nunca antes vista en él, comenzó a ejecutar saltos frenéticos de alegría.
—¡Sabía que algún día todo se solucionaría y volvería a ser libre! ¡Sabía que algún día despertaría de esta pesadilla y que todo volvería a ser como antes! ¡Todos juntos y sin nadie que nos humille!
Vociferó extasiado, lanzándose sobre un montón de hojas acumuladas en la base de un árbol, ahuyentando así a pequeñas ardillas que merodeaban por el sitio en busca de frutos secos.
—¡Sí, sí, sí!
Él sentía que su corazón aceleraba el ritmo; nunca antes en su vida se había sentido tan feliz de experimentar el roce de las hojas en su cuerpo; la sonrisa era tan amplia en su rostro, que de verle otra persona, quizá no le reconocería.
Se mantuvo un rato echado sobre el césped y la vegetación, admirando con total concentración los rayos solares que encendían el color de las hojas y propinaban a su mal cuidado cuerpo un poco de calor natural.
De forma torpe volvió a reincorporarse, para luego, echarse a correr a toda velocidad hacia el lugar que él sabía estaba por las cercanías.
Corrió por unos minutos hasta que pudo escuchar el suave pasar del agua en la rivera del río; cuando pudo percatarse de que estaba prácticamente allí, fue despojándose de sus prendas y aumentando la velocidad.
Y entonces, paró en seco cuando pudo dilucidar ante él, la vivaz corriente salpicar la orilla; el agua del río era cristalina tal y como él la recordaba, cristalina y fresca.
A pasó rápido pasó por sobre los pequeños arbustos que cubrían el paso y, retirando sus últimas prendas, metió sus pies al agua y se fue adentrando con velocidad.
Y el agua que acariciaba sus tobillos y sus pantorrillas, le hacían sentir más vivo que nunca, y le recordaban, que a pesar de ser un joven apagado, aún él era capaz de tomar las riendas de su vida y encausar nuevamente un sentido para esta.
Que ya todo había pasado. Que aquella pesadilla de tantos años ya había cesado y que, después de tanta espera, él vivía feliz tal y como lo recordaba, con su gente amada.
Se limitó a cerrar los ojos y a sentir el paso del agua por sus pies, acotándose a experimentar como los pececillos tímidos se acercaban a besar sus dedos y como las resbaladizas piedrecillas provocaban cosquillas en las plantas de sus pies.
Y una pequeña risa traviesa arrancó de sus labios, configurando una tierna expresión en su rostro invadida de añoranza, signo del gozo que provocaba en él estar nuevamente con su gente.
—Gracias, Dios mío...
Fue lo único que pudo decir entre tanta emoción, perfilando en sus pupilas una pequeñas lágrimas, signo de la fuerte añoranza que invadía cada recodo de su espíritu.
De pronto, el joven siente como las piedrecillas del río se re acomodan con lentitud bajo sus pies; una expresión de extrañeza se dibuja en su faz.
—Ha de ser la corriente; está aumentando un poquito.
Dijo, convencido de que todo estaba en normalidad, y que nada ya, podría arruinar su al fin tan ansiada libertad.
Mas no era así.
La corriente del río comenzó a ascender de forma abrupta, generándose así un movimiento torrencial de las aguas.
El joven abrió sus ojos perplejos y, con movimientos torpes, intentó caminar hacia la orilla del río, para así poner su vida a salvo y volver junto a su familia.
Mas no pudo hacerlo.
Sus pies no respondían y una extraña fuerza le empujaba hacia el centro del gran río, como obligándole la naturaleza a ir hasta allí.
Mas la torrencial corriente del río no fue lo único que cambió. El viento comenzó a azotar con violencia las ramas y las hojas de los árboles, provocando un ruido estrepitoso que estremecía a cualquiera y, en especial, a los pequeños animalitos que merodeaban el lugar, los que comenzaron a emitir chillidos y ruidos desesperados.
Los peces del río comenzaron a saltar despavoridos; sus siluetas eran visibles en el aire; unos chocaban contra otros, y algunos, caían muertos por el azote que se provocaban; sus cuerpos comenzaron a flotar cuesta abajo.
El joven sentía que su antes radiante sonrisa, era ahora aplastada bajo un denso manto de angustia. Un severo temblor desperdigó por sus piernas, generando en él un desequilibrio mortal y que, devino entonces en que su cuerpo fuese arrastrado con más facilidad hacia el torrencial centro del río.
—¡N-no, por favor, no! —Comenzó a luchar contra la corriente—. ¡Tengo que... tengo que vivir! ¡Después de tantos años esperando este momento, tengo que vivir, debo hacerlo! —Sollozó con angustia—. ¡Debo ir junto a mi gente, debo vivir, se los prometí!
Más sus palabras quedaron en eso...palabras.
La corriente le arrastraba con una fuerza descomunal y, cuando él volteó apenas a ver hasta el centro del río, pudo evidenciar el terrible escenario que se generaba en aquella zona.
Y entonces, sintió que la angustia era total. Su mente quedó en blanco y no fue capaz de razonar por un instante; relajó su cuerpo por completo y entonces, la infernal corriente le tomó completamente cautivo.
Un gran agujero.
Un agujero de dimensiones exorbitantes yacía en el centro del río. El gran agujero negro absorbía agua de forma descomunal y, cientos de peces caían presos también de la corriente, cayendo al vacío incierto e infinito que constituía el gran agujero, y él, pronto caería junto a los peces al vacío infinito de allí.
Y así fue.
Su cuerpo no fue capaz de responder y, pronto fue preso del gran agujero negro.
Intentó con sus últimas fuerzas enterrar sus uñas a las débiles piedrecillas, pero todo fue en vano.
Las piedrecillas cedían con facilidad, siendo igualmente atraídas por el agujero negro. Y, cuando él supo que ya no había escapatoria y, que su felicidad solo había sido algo ilusorio, se rindió por completo.
Y el agujero lo absorbió. Y cayó a un vacío infinito. Y su cuerpo viajó por un lugar incierto. Y sus gritos fueron ensordecedores. Y no supo hasta dónde llegaría o, si aquello tenía algún final aparente.
Y todo fue oscuridad.
Total oscuridad.
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Abrió sus ojos apenas y, entendió de inmediato en el lugar en el que estaba; al parecer no estaba muerto y, el agujero negro que todo lo absorbió, le condujo hasta ese sitio del cual era cautivo.
Y alzó sus manos hacia su rostro, para asegurar de que no era una figura fantasmagórica, y entonces pudo ver, de que sus manos eran pequeñas.
Él era un niño.
—¿Q-qué...?
—Los hombres somos animales de instinto y la carne es débil. Ahora mismo y, después de vivir en soledad, para tu infortunio, eres lo único a lo que puedo acceder.
Oyó una voz grave e imponente a su lado, y él, pudo reconocer de inmediato aquella, a la vez, de poder ver con claridad la gran silueta que se levantaba sobre su presencia.
Y sus pupilas se contrajeron totalmente. Y sus pequeños labios resecos abrieron del terror. Y su pequeño cuerpo se estremeció del susto.
Y su entrepierna fue rozada con brutalidad y agresividad.
Y sintió.
Sintió como aquel hombre de gigantes dimensiones, se abalanzaba sobre él y le tomaba como un animal hambriento, despojándole de sus harapos y andrajos y, reduciéndolo a un pedazo de carne indolora.
Sintió como su pequeño cuerpo era rehén de los más bajos instintos de aquel hombre, y aunque sus gritos de súplica y sus lágrimas de niño rogaban por tan solo un poco de misericordia a su indefensa situación, para aquel hombre su sufrimiento era ajeno, y por tanto, él ya estaba condenado al más terrible sufrimiento.
Y el sufrimiento fue total, cuando sintió como el pecado abrió paso en su interior. Y entonces, una pequeña laguna carmín se dibujó bajo él, y con ello, un trauma para toda la vida se asentó en cada parte de su pensamiento.
Y supo, que valía menos que mierda. Y que él tenía la culpa. Y que él le había provocado. Y que merecía aquello por su osadía en algún momento de su vida, que él era un niño malo.
Que viviría años y años de control sobre él, y que el rey, el hombre más cercano a Dios, tenía todo el derecho de disponer sobre él, porque así lo dictaminaba la palabra del todopoderoso y, porque así estaba ya destinado a ser.
Y que nunca, podría cambiar aquella situación.
Y entonces su cuerpo, fue despojado y usado a completa merced del hombre, y al cabo de varios minutos de juego, fue lanzado como un mero trapo en un rincón del lugar, dejándole en la más completa indefensión y al son de los chillidos de las ratas.
Y vio la silueta del hombre alejarse, con una sonrisa triunfante y con paso lento y seguro.
Y el odio empezó a consumir su alma. Y la miseria se asentó en cada recodo de él y, tan solo el descanso eterno en aquellos minutos, parecía un dulce viaje para apagar todo su dolor físico y mental.
—Má...má....máta-mátame... Di-Dios...
Pero Dios apareció en su mente y, con una voz sumida en la tranquilidad más absoluta y sosegada, murmuró para él:
—Lo mereces, Baek. Eres un niño malo, y los niños malos, merecen esto y más.
Y aquel escenario se repitió por varios años. Y por mucho tiempo, él fue reducido a la nada, y entre la nada, él encontró la respuesta del por qué era tomado como un pedazo de carne indolora.
Porque era un niño malo, y los niños malos, merecen eso...
Y más.
—¡¡Noooo!! ¡¡Basta, basta, basta por favor, no soy un niño malo, no lo soy!!
Baek despertó de aquella pesadilla de forma abrupta. Abrió sus ojos perplejos y, un llanto ensordecedor fue expulsado por sus labios, resonando su voz rota por todo el ambiente.
—¡Baek! ¡¿Qué mierda...?!
Jen dio un respingo del susto a su costado, derramando el recipiente con agua ensangrentada que yacía bajo su brazo.
—¡¡Me duele, no más, no más por favor, basta!!
Baek comenzó a lanzar gritos desorientados. Su cuerpo que, yacía recostado en una cama hecha de varias telas esponjosas, comenzó a sacudirse de forma abrupta, lanzando golpes de forma aleatoria, lo que provocó, que Jen recibiera algunos de estos.
—¡¡Baek, relájate, es solo una pesadilla!! —intentó calmarlo, tomándole de ambos brazos y ejerciendo fuerza para que dejase de golpear.
—Mamá, mamá por favor ayúdame, Di-Dios... no quiero, duele, duele...
Jen empleó fuerza para sentarlo e intentar fijar su rostro en el de él; Baek estaba totalmente fuera de sí, y Jen, quería que este volviese a razonar para que dejase de ejercer fuerza; su estado físico era terrible y, un ataque como ese, comprometía su estado físico y mental.
—Baek, mírame —exigió Jen, tomando a Baek de la barbilla y obligándole a hacer contacto visual con él—. ¡Maldita sea imbécil, mírame! —intentó tomar su atención, mas Baek aún murmuraba de forma incesante y por lo bajo.
—Soy un niño malo, niño malo... y-yo... lo provoqué, yo lo provoqué. —Sus labios temblaban y su vista perdida se extendía hacia un punto incierto de la habitación—. Lo merecía, todo lo que me hizo, yo lo merecía. Soy malo, soy malo, un niño malo. Baek agáchate, Baek esto te va a gustar, Baek mátalo, Baek, Baek... ¡Yo no soy Baek! ¿O-o sí? Yo... no... mi mamá, la... la...
Una fuerte bofetada giró el rostro del castaño, callándole de inmediato y sacándole de su fuerte trance. Jen le miró con desdén y con los ojos cristalizados; aquella bofetada había sido necesaria, pero incluso así, le había dolido el tener que propinársela.
Un fuerte nudo se anidó en su garganta.
—Cierra tu maldita boca, ¡im-imbécil! —masculló, siendo perceptible un ligero quiebre en su voz.
Baek simplemente mantuvo su mirada perpleja hacia el costado de la habitación; su mente aún estaba en blanco y, ni siquiera podía comprender en qué lugar estaba ahora.
—Cállate ya, no soporte oírte decir tantas estupideces.
Volvió a decir entre dientes, y ante ello, la consciencia de Baek comienza a esclarecerse de forma lenta, y consigo, la estabilización de su lucidez mental.
Y comprendió lo doloroso de la situación.
Movió apenas un poco sus pupilas, dirigiendo su atención a sus pies vendados y ensangrentados. Intentó mover de forma despacio sus dedos y, un dolor de dimensiones indecibles recorrió desde allí hasta su cabeza; por causa de ello, un fuerte grito sale despavorido de sus labios.
—¡No muevas tus pies, imbécil! ¡Estás muy herido!
—A-ah... n-no es posible, no es po-posible...
Comenzó a temblar de la angustia. Movía sus dedos y sangre salía a borbotones desde las vendas enrolladas; no podía creer que ahora parte de sus dedos estuviesen mutilados.
—N-no, no, no... —comenzó a sollozar con amargura—. ¡No, no, no!
Y un llanto desenfrenado se oyó por toda la habitación.
Jen, no fue capaz de solo observarle; un fuerte sentimiento de lástima se hizo presente en él, y de forma rápida, acurruca a Baek entre sus brazos, intentando demostrarle que aunque él no fuese una persona de mucho sentimentalismo, al menos podía contar con él en aquellos instantes.
—Tranquilo, calma Baek, calma... —susurró, conteniendo al castaño entre sus brazos—. Sigues con vida, es lo importante, tienes que calmarte... —intentó consolarle.
Baek solo se limitaba a sollozar despacio, guardando en su interior el real dolor que le generaba toda aquella situación.
Después de varios minutos así, Baek intenta separarse del abrazo, a lo que Jen accede sin resistencia.
—¿Estás mejor? —preguntó, mirando con indulgencia la demacrada expresión en el rostro del joven.
—S-sí, gracias...
Ambos se mantuvieron en silencio por un largo rato.
Baek, comenzó a analizar la habitación que le rodeaba. Dirigió su mirada hacia el costado, allí donde se encontraba Jen, y pudo ver, que justo a su lado yacían dos velas encendidas, las que iluminaban toda aquella extensa y oscura habitación.
Él, estaba recostado sobre un montón de telas dobladas y esponjosas, como si fuese una cama hecha e improvisada solo para él. Un jarrón con agua estaba en las cercanías y, el recipiente que antes estaba lleno con la misma, ahora estaba vacío por su propia causa.
Pudo ver también como un montón de materiales estaban justo al lado de Jen: vendajes, hilo, aguja y un montón de utensilios hechos de madera, los que al parecer, habían sido fabricados por el mismo muchacho.
—¿Qué es todo esto? —musitó apenas Baek, con una voz cansada y rasposa, siendo perceptible en ella la debilidad corporal que tenía.
—Ah... —Parpadeó Jen—. Son utensilios que ocupé para tu curación, mira —bajó hasta los pies de Baek y desenrolló una venda—, tuve que retirar el resto de carne y piel suelta, para así poder suturar.
Una expresión de asco invadió el rostro de Baek; aún no podía creer lo que el rey había hecho con él.
—Pude oír tus gritos desde el calabozo. Y cuando el rey salió del lugar, me inmiscuí hacia dónde estabas, te tomé entre mis brazos y te traje aquí a escondidas —explicó, volviendo a cambiar los vendajes de Baek, los que estaban nuevamente empapados de sangre.
—¿Por qué hiciste algo como eso? Pudo verte algún guardia y eras hombre muerto.
Jen no le contestó, limitándose solamente a prestar atención a la nueva curación que ejercía sobre los pies de Baek.
—Me hubiese encantado poder buscar por el suelo del calabozo el resto de tus dedos, pero, estaban en tan mal estado que, ni siquiera hubiese servido de algo —dijo, restando atención a la demandante vista del castaño; este lanzó un bufido con exasperación.
—Contéstame, Jen.
—¿Umh?
—¿Por qué me ayudaste?
—Voy a tener que suturar por segunda vez esa herida —le ignoró nuevamente, volteándose sobre sí mismo para recoger un paño húmedo y una pinza de madera—, creo que no lo hice bien. Te daré mis botas para que las ocupes. Si tu intención es ocultar tu malestar físico, entonces tus sandalias ya no te serán de utilid...
—¡Óyeme, grandísimo imbécil¡
Jen le miró de soslayo, con total seriedad.
—¡¿Por qué mierda me ayudaste?! —preguntó exasperado, dedicando una mortífera mirada al de ojos pardos.
Otro silencio se acentuó entre ambos, hasta que Jen, tomó valor entonces para responder.
—Porque...
Se detuvo temeroso, tragando saliva antes de proseguir; Baek le miró con impaciencia.
—Porque tú has sido la única persona que... —inhaló con profundidad. Otro pequeño silencio se acentuó entre ambos— que después de mi quemadura en el rostro, me ha tratado como a una persona normal —musitó, bajando su mirada con vergüenza.
En el rostro del castaño, fue evidente el cambio de expresión; de una antes invadida de impaciencia, se hizo perceptible ahora una de indulgencia.
—¿Q-qué has... has dich...?
—Tú... —Levantó su rostro con cierta timidez hacia Baek; un pequeño carmín pigmentó sus mejillas—. Has sido el único en este palacio que, incluso yo teniendo esta apariencia, se ha acercado sin titubeos.
Baek no supo qué decir en aquel instante. Sus ojos cansados y débiles, permanecieron con las pupilas levemente contraídas, signo de la sorpresa que generaba en él ver aquella faceta de Jen.
—Si te trato de esa forma es porque... —guardó silencio por un instante—. Porque eres también un humano, y nadie, está libre de sufrir cualquier infortunio y pasar por algo como eso.
Jen dedicó una expresión llena de alegría al castaño; un fuerte brillo revistió sus pupilas. De cierta forma, sentía admiración por las palabras de Baek.
—No voy a tratarte distinto al resto, porque claramente no lo eres. —Desvió su mirada con vergüenza—. Eres igual al resto... igual de imbécil que ellos.
—Gracias, Baek —dijo, con una sonrisa ensanchando sus labios.
—Ahora sácame de este sitio, por favor... —suplicó, frotando sus brazos con hastío—. No me gustan los lugares subterráneos y... y mucho menos tan oscuros; me generan... me generan mucho susto —susurró, inspeccionando el lugar con repelús.
—Está bien —Jen se reincorporó de forma rápida, caminando hacia un rincón de la habitación y trayendo consigo un bastón de madera—. ¿Vas a caminar?
—Es lo que voy a intentar —dijo, pasando un brazo por detrás del cuello de Jen e, intentando reincorporarse de aquella cama improvisada; el mayor le sostuvo de igual forma y le ayudó a levantarse—. ¡¡Mi-mierda!! —lanzó un fuerte alarido, doblándose sus rodillas por el dolor que experimentó en sus pies por causa del peso; Jen sin embargo, le sostuvo con fuerza y no le dejó caer.
—No es necesario que te levantes, en serio —intentó persuadirle—. Puedes quedarte aquí cuanto quieras; incluso puedo traerte alimento si así lo quier...
—Jen... —masculló el castaño, cerrando sus ojos con fuerza y aguantando el terrible dolor; gotas frías de sudor comenzaron a surcar su sien.
Jen le observó con evidente preocupación.
—Está bien, puedo hacerlo... solo no quiero estar en este sitio; quiero aire libre. —Un ligero quiebre fue perceptible en su voz—. Por favor, te lo suplico...
Jen sintió que su pecho apretujó ante la terrible expresión del menor; sus ojos se veían notoriamente cansados y abrumados, y su antes piel pálida, era ahora de un tono casi fantasmagórico, dejando en evidencia que, la pérdida de sangre, había generado en Baek un desequilibrio en su estado de salud.
—Bien... —susurró— voy a llevarte hasta el patio exterior, pero, voy a estar observándote por las cercanías; no quiero que alguien se aproveche de tu debilidad corporal y cometa un acto de cobardía. —Contrajo sus cejas, siendo evidente en su rostro y en cada una de sus palabras, las ansias que tenía por dar protección a Baek.
El menor sonrió agraciado por ello.
—Está bien, Jen... —susurró rendido—. Gracias...
Con la nostalgia inundando en su rostro, Sara Crispino, observaba hacia el final del horizonte, por allá en donde el río desembocaba en el mar y este caía al infinito abismo en lo que todo era incierto.
Con la yema de sus dedos y, sumida en la soledad de su habitación, acariciaba el vidrio de su ventana, como añorando salir de aquel lugar y encaminarse hacia donde nadie conocía.
Entre tanto silencio y calma, los recuerdos le invadían como una avalancha, no dejando en su mente ningún espacio de claridad y, provocando en ella una fuerte sensación de melancolía.
Y lo primero que se asentó en su mente, fue el recuerdo de su querido hermano Michele.
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—¡Espera Sara! ¡No puedo alcanzarte, estás corriendo muy rápido! —exclamó un pequeño Michele, intentando alcanzar a su hermana, la que corría por los pasillos del extenso palacio.
—¡Mamá dijo que los hombres tienen más energía que las mujeres! ¡Vamos, apresúrate!
—¡Esper...!
Mas Michele no pudo terminar de hablar. De forma accidental pisa uno de sus cordones, cayendo así de forma abrupta al suelo. Por causa de una cerámica rota, Michele raspa su rodilla, generando en su piel una pequeña herida sangrante.
—¡Saaaraaa! —exclamó abrumado, sentándose de forma rápida e inspeccionando en su rodilla; cuando pudo percatarse de que estaba sangrando, comenzó a sollozar desesperado.
—¡Michele! —Corrió Sara hacia su hermano—. ¡Cálmate! ¿Sí? Mamá y papá nos oirán y nos castigarán por correr en los pasillos —le advirtió, con un evidente tono de nerviosismo.
—¡Me rompí la pierna, está sangrando, voy a morir! —indicó con su voz desgarrada, exagerando por el pequeño hilo de sangre que descendía por su rodilla; Sara rodó sus ojos por la exacerbación de su hermano.
—Todo estará bien —dijo ella, sacando desde su enagua un pequeño trozo de tela y enrollándolo en la pierna de Michele.
—¿Q-qué hiciste? —preguntó entre jadeos, observando como el pequeño sangrado había cesado.
—Limpié tu herida —indicó ella, cruzándose de brazos y asintiendo con la cabeza; una sonrisa triunfante ensanchó sus labios—. Te pondrás bien; ahora solo debemos buscar agua y limpiar.
Dijo con total convicción la pequeña Sara Crispino. Michele, observó por largos segundos su herida ahora cubierta por el paño; un fuerte sentimiento de admiración fue creciendo hacia su hermana.
Ella, siempre era una muchacha de carácter fuerte y valiente; Michele la amaba y admiraba fuertemente por aquella razón.
—¡Eres mi heroína, Sara! —Sonrió, con lágrimas en los ojos—. ¡Serás la mejor doctora del mundo! —exclamó, alzando sus brazos con energía; Sara le miró con asombro.
—¿Doc-doctora, yo? —su rostro se sonrojó de solo pensar en ello.
—¡Sí! —Se reincorporó con energía—. ¡Serás la mejor doctora de todo el mundo! ¡Viajarás por muchos reinos y ayudarás a las personas!
Cuando la pequeña Sara Crispino oyó aquellas palabras, su diminuto pero gran corazón, dio un vuelco de la alegría; un brillo enternecedor revistió sus pupilas.
—¡Sí Michele, sí! —Se reincorporó junto a su hermano, dando brincos de la alegría—. ¡Seré la mejor doctora del mundo! ¡Estarás orgulloso de mí!
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—Mhf... —Sara bufó por lo bajo—. Doctora... —susurró de forma despectiva, desviando su mirada hacia un rincón de la habitación—. Qué sueño tan estúpido... como si en verdad yo pudiese ser una doctora.
A pesar de recordar aquellos instantes de su infancia, Sara, no encontraba en ellos algún elemento que le reconfortara.
En realidad, a pesar de que el recuerdo de Michele traía una bella sensación a su alma, recordar el hecho de que cuando pequeña ella era vista por sus padres de la misma forma que su hermano, le traía un fuerte sentimiento de tristeza y coraje.
¿Desde cuándo todo había cambiado?
Desde que se volvió una mujer, y por tanto, alguien sucia.
Con su primer sangrado, Sara empezó a ser vista de forma distinta. Tanto por sus primos mayores, como por inclusive su propio padre y madre.
Y también... por Michele.
Y aunque en su corazón guardaba aquellos recuerdos de infancia, en ella dolió especialmente el hecho de que, a sus doce años, Michele empezara a verle con otros ojos, incluso cuando ella guardaba por su hermano ese amor tan pulcro e inocente, lamentablemente su pequeño Michele, comenzaba a mirarle de forma distinta, pero aun así, ella decidió ignorar aquel hecho.
Pasó de ser aquella dulce niña, a una mujer que debía seguir reglas y callar ante los hombres; porque las mujeres son seres de sumisión, y su belleza, radica en su femineidad y en especial, en saber callar ante los hombres, porque ningún hombre, desea una mujer que hable cuando no se requiere ni se le pida.
«Siempre calla Sara, siempre calla. Aun cuando tengas algo que decir. Aun cuando tu lengua arda por hablar, siempre calla. Porque una mujer callada y, que conoce perfectamente cuál es su lugar, será una perfecta compañera para un hombre; nuestro sitio está por detrás de ellos, recuerda eso; aquel es el lugar que Dios nos ha encomendado, esa es nuestra misión, no estamos hechas para otras aspiraciones.»
Las palabras de su madre aquel día en que ella pasó a ser una mujer, le quedaron grabadas como fuego en la piel, y con ello, la mirada hostil de su padre y el deseo enfermizo de Michele.
«Ahora que hemos conseguido formar una alianza con el reino vecino, no puedes fallar, Sara. La osadía y el pecado que has cometido te lo he perdonado, pero, si no logras enamorar al príncipe Seung-Gil, ni logras ganarte la simpatía del rey Jeroen, quiero que olvides que tienes una familia esperándote. De ti depende nuestro honor, nuestra honra y nuestro futuro. Demuéstranos que a pesar de ser una chiquilla estúpida, tienes el poder de seducir a ese príncipe. Por tu cuenta corre que el Reino Crispino vuelva a lo que fue en tiempos pasados y, por tu cuenta corre el futuro de nuestra gente. Hazlo, Sara. Si no logras contraer matrimonio, entonces no vuelvas a este sitio, jamás.»
Sara siempre era capaz de recordar los discursos de su madre, en los cuáles, le recalcaba lo incapaz que ella era y, que su única misión era el poder contraer matrimonio con el único hijo del Rey Jeroen, de lo contrario, ella ya no era bienvenida en su hogar.
Ni siquiera por sus propios padres.
Y fue, en aquel instante de la tarde, cuando Sara Crispino sintió unas incontenibles ganas de echarse a llorar, porque, sabía que su única misión, a la cual ella estaba relegada, corría un fuerte riesgo de fallar.
Y entonces, a su mente vinieron los recuerdos de la noche pasada, y con ello, las palabras de Mila.
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—¡¿Por qué no me dijiste esto antes, Sara?! —exclamó Mila, sollozando iracunda—. ¡¿Por qué no me contaste antes la barbaridad que tu madre te hizo?!
—¡¿Y qué ibas a hacer tú?! —Se devolvió hacia ella, enfrentándole enérgica—. ¡¿Me ibas a salvar?! ¡¿Ibas a luchar contra todo el convento y todo mi reino?!
—¡¡Te hubiese salvado!! —Reventó en llanto, tomándole por los hombros—. ¡Porque yo te amo, porque no habría permitido nada de lo que te han hecho!
—¡Ya suéltame! —Se zafó de forma brusca—. ¡Eres solo una mujer! ¡¿Qué ibas a poder hacer?! ¡Yo no tenía escapator...!
—¡Las mujeres somos más capaces de lo que nos hacen creer, Sara! —Tomó su rostro con ambas manos, clavando sus azuladas pupilas en las de la princesa—. Aunque tú no lo creas, somos capaces de derribar todas aquellas malditas creencias. ¡Somos peligrosas! Y por ello nos reducen a esto, y por ello, te hicieron lo que te hicieron. ¡Yo te habría salvado, te lo juro! Yo te habría tomado y habríamos huido, a un lugar lejano y en donde nadie nos dijera qué hacer o no hacer. A un sitio en donde los hombres sin miedo nos habrían dejado ser nosotras mismas; dignas, poderosas y libres.
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Una pequeña sonrisa ensanchó los labios de Sara, cuando, las palabras de Mila cruzaron por su mente.
Ella, siempre había admirado de sobremanera a Mila, pues, aquella había significado la primera razón del por qué ella, se enamoró perdidamente en algún momento de Mila Babicheva.
Porque sí. Lo de ellas, que había comenzado como una amistad, se fue tornando por parte de Sara, como un sentimiento más allá de lo permitido, y todo, por aquellas ''estúpidas'' ensoñaciones de Mila.
Y aunque ahora Sara creía que los sueños y los dichos de Mila no eran más que utopía y cosas descabelladas, en algún momento, fue ella una persona tan soñadora y llena de convicciones al igual que Mila, pero...
Aquella Sara murió, y murió precisamente, el día en que su dignidad fue arrancada en aquel convento.
Pero sin embargo, seguía admirando a Mila. Y aunque creyese que era una chiquilla que vivía en las nubes y que era poco realista, ese brillo que le caracterizaba en sus ojos y esa energía al entonar cada palabra contraria al régimen, le llenaba de vida, y aquello, no era sino signo de que seguía queriendo a Mila con demasía.
Pero solo como una amiga, o eso es lo que ella trataba de hacerse entender y convencer.
Porque claro. Sara no podía permitirse claudicar en sus sentimientos. Ella, ahora era una mujer con una misión, y aquella misión, significaba para ella el honor y la honra de su reino, y con ello, la aceptación de su familia, y especialmente, el perdón y el orgullo de su madre.
Y para ello, debía enamorar a Seung-Gil ha cómo dé lugar, porque, a pesar de que él le había prometido concretizar su unión ante Dios, ella sabía que Seung-Gil estaba tan enamorado de aquel sucio servidor, que en cualquier momento su decisión podría mutar a una negativa absoluta.
Sí.
Ella lo lograría, y si era posible, utilizaría cualquier método a su alcance para que Seung-Gil, entendiese que su lugar estaba a su lado, y así, podría recuperar su dignidad arrebatada, y con ello, demostrar al mundo que no era una chiquilla inútil, que aún tenía mucho que dar, y por sobretodo, demostrar a su reino entero, que ella tenía las armas para devolver al Reino Crispino la dignidad y el honor que gozaron en generaciones pasadas.
Definitivamente, ella lo lograría.
—Disculpe, señorita Sara.
Unos pequeños golpes fueron asestados a la puerta, y con ello, una voz suave y tímida se oyó desde el exterior; Sara no fue capaz de reconocer en primera instancia de quién se trataba.
—Pase —dijo ella con fuerza, no quitando de la ventana su mirada ahora llena de convicción.
Tras aquella indicación, el pequeño chillido de la puerta resuena a su espalda, para luego, dar paso a unas tímidas pisadas que se detuvieron a poca distancia de la puerta.
Un largo silencio se acentuó entre ambas presencias; el nuevo intruso en la habitación, entonces habló despacio.
—Siento mucho irrumpir en su habitación, majestad —dijo tembloroso—. Pero un guardia me ha indicado que el Rey Jeroen quiere hablar con usted, en su despacho.
Cuando Sara fue capaz de reconocer la voz del intruso, sus ojos abrieron de la perplejidad; una sensación cálida e iracunda, comenzó a anidarse en la boca de su estómago.
Sintió que iba a estallar del resentimiento.
—Es... es increíble —de forma lenta se reincorporó de su asiento, para luego, girar su cabeza hacia la puerta—, que te atrevas a inmiscuirte en mi habitación, y peor aún, a hacer presencia frente a mí.
Phichit no fue capaz de hacer contacto visual con ella; de un movimiento fugaz agachó su mirada hacia el suelo; Sara se le acercó de forma lenta y acechadora.
—¿Sabes? Es bueno ver que un guardia te ha ordenado venir hasta mi habitación —masculló, sacando su abanico y aireando su rostro con soberbia; a paso lento comenzó a rodear a Phichit, como un jaguar acechando a su presa—. Es increíble que mi pro-me-ti-do no esté cuidando tu espalda —escupió con sarcasmo, lanzando una pequeña risa al concluir su frase.
Nervioso, Phichit tragó saliva; aún no era capaz de levantar su vista hacia Sara Crispino.
—Seño...señorita Sara...
—Majestad para ti.
—Majestad... —balbuceó—. Y-yo solo vine a dejar aviso, me retiro, espero que tenga una buena tard...
Y cuando Phichit quiso retirarse, Sara se interpuso entre su cuerpo y la puerta; el moreno le miró con sorpresa y retrocedió dos pasos; la princesa dibujó una expresión llena de odio hacia el servidor personal del príncipe.
—¿Qué tenga una buena tarde? —inquirió ella, dedicando una mortífera mirada a Phichit—. ¿Cómo quieres que tenga una buena tarde sabiendo que tú seguramente ya te encamaste con mi prometido?
Phichit no fue capaz de decir nada al respecto. Y aunque, aquello era mentira, en él generaba una fuerte culpa el estar provocando ese malestar en la princesa.
—Dímelo, ¿no eres acaso tan valiente? ¿No te gusta acaso besar a mi prometido a vista y paciencia de todos en el palacio?
—Majestad, se lo suplico, yo solo vine a dejarle el comunicad...
—¡Respóndeme, sucio servidor mal educado! —exclamó iracunda, tomando a Phichit por uno de sus brazos, ejerciendo fuerza desmedida en él.
—¡Por favor, cálmese! —trató de persuadirla, mas aquello no dio resultado.
—¡¿No te gusta acaso ridiculizarme?! ¡¿No te gusta acaso besar y abrazar al príncipe de este reino?! ¡Vaya! ¡Tengo que admitir que, aunque eres un miserable aldeano, has llegado muy lejos seduciendo a mi prometido! ¡Te mereces mis aplausos!
De un movimiento brusco suelta el brazo de Phichit, para luego, comenzar a aplaudir de forma sonora frente al rostro del servidor; los ojos grisáceos del tailandés cristalizaron de forma notoria; nunca antes en su vida se había sentido tan humillado.
—P-por favor... —susurró Phichit, con su voz pendiendo en un hilo.
—Cuando él no está a tu lado eres así, ¿verdad? —Posó ambas manos en su cintura—. Mírate, eres como pollito empapado; todo debilucho e inocentón, pero cuando estás con él, seguramente te vuelves como esas mujerzuelas de los callejones aledaños.
Phichit simplemente guardó silencio. Sus labios sellados no evidenciaron sus dientes rechinar; él era un joven paciente y capaz de controlar su temperamento, pero los malos tratos de Sara, estaban ya colmando su paciencia.
—Es increíble, eres bastante callado. —Se cruzó de brazos—. No pensé que Seung-Gil eligiera a alguien con tan poco desplante. Y lo digo precisamente porque, Seung-Gil es un asqueroso, ¿sabes? Se cuenta por el pueblo que él no es capaz de tomar a nadie en serio; es un maldito infeli...
—Cállese de una vez.
Masculló Phichit con hastío, dedicando una mirada exasperada a la princesa; Sara vociferó con sorpresa ante ello.
—¡Vaya! —Se llevó ambas manos a sus labios—. ¡No pensé que hablaras!
—Usted no conoce nada acerca del príncipe Seung-Gil. —Mantuvo su mirada hostil hacia la mujer—. Nadie conoce al príncipe Seung-Gil. Todos hablan pestes de su persona. Él es una persona amable, una persona dulce y magnífica.
—Oh, por lo que veo le conoces de toda la vida, no sabes cuánto me alegra. —Una sonrisa hipócrita ensanchó los labios de Sara—. ¡Qué románticos!
Phichit apretó sus puños de la ira. Por un momento pensó en asestarle un golpe a la princesa, pero lo descartó de inmediato; él no golpeaba mujeres, o mejor dicho, él no acostumbraba a llegar a golpear a nadie. A pesar de tener una crianza en la aldea, su madre le había entregado los valores suficientes como para no llegar a ello.
—Si tanto conoces a Seung-Gil... —La princesa cruzó una mano por su cintura, y otra mano en su barbilla, dibujando una expresión escéptica en su rostro—. Supongo que ya sabes que es un hombre bastante ''aventurero'', ¿no?
Phichit no entendió la referencia en aquel instante. Contrajo sus cejas e intentó ignorar a la mujer.
—No entiendo a qué se refiere —dijo de forma tajante—. Ahora si me permite, me retiro, majestad. El príncipe Seung-Gil me debe estar buscando para las tareas que he de realizar, con su permis...
Pero cuando Phichit le pasó por el costado y estuvo a poco de cruzar la puerta, Sara Crispino articuló:
—Es un secreto a voces en este palacio que Seung-Gil ama acostarse con prostitutas —resonó con fuerza por la habitación—. Él perdió su castidad muy joven y, es más que seguro, que por su cama han pasado ya muchísimas personas, inclusive muchísimas antes que tú. No te creas tan especial; Seung-Gil ya ha besado otros labios, y seguramente, muchos mejores que los tuyos. —Caminó por el lado del cuerpo estático del servidor, decidida a cruzar la puerta antes que él—. Así que, si piensas que Seung-Gil está enamorado de ti, piénsalo mejor. Él ha experimentado con tantas personas que, seguramente tú, eres otro juguete a su colección.
De forma rápida se encaminó hacia el exterior de la habitación, para luego, girarse sobre sí misma, quedando justo al frente del cuerpo estático del tailandés, el que, yacía perplejo bajo el umbral de la puerta.
—Además, eres solo un servidor. Es obvio que Seung-Gil está solo saciando su ego e intentando probar hasta dónde puede llegar su poder de seducción.
En el rostro de Phichit era notorio el desconcierto. Sus grisáceas pupilas estaban inundadas de lágrimas, y en su garganta, yacía un terrible nudo que tensionaba su voz.
—Bueno, yo me voy —dijo Sara, con despreocupación—. El Rey Jeroen seguramente me ha llamado para hablar de la boda que pronto celebraremos yo y Seung-Gil. —Comenzó nuevamente a airear su rostro—. Y no faltan muchos días para ello, y cuando pase, seremos un lindo matrimonio ante todo el reino.
Phichit simplemente no reaccionaba a las palabras de Sara Crispino; la anterior revelación acerca del príncipe, le había dejado con el cuerpo gélido.
—Cuando te recuperes, por favor cierra la puerta de mi habitación, yo ya me retiro. —Alzó la mano frente al rostro de Phichit—. ¡Adiós!
Y se fue a paso lento.
Y Phichit, quedó sumido en una avalancha de incertidumbre en aquellos instantes.
Y por primera vez, sintió unos terribles celos invadirle. Y aunque él, confiaba en la palabra de su amado, era inevitable el sentir desconfianza en aquellos instantes, y no por su persona, sino porque Phichit, sentía que no poseía características especiales por las cuales el príncipe, le prefiriese a él antes que a otras personas.
Y una pequeña lágrima descendió por su mejilla; de forma rápida la secó, para luego, intentar desvanecer ese terrible nudo que yacía en su garganta.
Pero no pasó.
Inhaló de forma profunda y aguardó por unos segundos, y cuando sintió que ya el dolor había cesado tan solo un poco, cerró la puerta de la habitación y se encaminó hacia los pasillos interiores del palacio.
Con la duda sembrada en la conciencia y, con el nudo aferrado en su garganta.
De forma incesante movía su abanico. La ansiedad le carcomía el alma y, su tacón golpeando la cerámica fuera del despacho del rey, era signo de ello.
—Majestad.
Habló un guardia, saliendo desde el despacho del rey; Sara Crispino le miró con atención.
—Ya puede pasar, el rey le está esperando.
Ella asiente con calma, mas en su interior, el nerviosismo estaba ya en su punto máximo; seguramente el rey le hablaría sobre los preparativos de la boda, y aquello, traía a Sara una sensación de entusiasmo y preocupación.
Cuando ella ya se situó en el interior del despacho, con suavidad el guardia cerró la puerta, para luego, proceder ella a tomar asiento; Jeroen entonces levanta su vista hacia la princesa.
Y para Sara, no fue agradable ver la expresión de desconcierto en Jeroen.
—Princesa Sara Crispino —musitó por lo bajo, cruzando sus dedos y apoyando su barbilla sobre sus grandes manos.
—Majestad... —respondió ella, fingiendo una sonrisa—. Usted me ha llamado, estoy a vuestra completa disposición.
Jeroen le miró sin demostrar expresión alguna; un extenso silencio abrumó a ambos; Sara Crispino sintió que su estómago se contraía ante ello.
—¿Qué ocurre, mi señ...?
—Es sobre tu boda con Seung-Gil —le interrumpió.
Sara tensionó su cuello y tragó saliva con dificultad; sentía una muy mala corazonada por parte del rey.
—Cla-claro... —dijo con ligereza—. ¿Qué ocurre con nuestra boda? Quedan tan solo días para poder unirme con mi amado Seung-Gil ante los ojos de Dios, ¿cómo van los preparativos? ¿Necesita de una opinión femenin...?
—Creo que no podremos celebrar la boda por ahora.
Sentenció, y ante ello, la expresión en el rostro de la princesa deformó por completo.
Y un silencio desollador se perfiló entre ambas presencias; solo se oyó por la habitación el abanico de Sara cayendo al suelo, por causa de su cuerpo perplejo.
—Dis... —Pestañeó varias veces— disculpe... creo que, creo que no... que no entendí...
—Le estoy diciendo que no habrá boda por ahora —repitió sin titubeos.
—¡¿Pero cómo?! —exclamó ella, alzándose sobre el escritorio y clavando sus manos con fuerza en la mesa; Jeroen se echó un poco hacia atrás y le miró con sorpresa—. ¡¿Cómo que no habrá boda?! ¡¿Qué es esto, majestad?! ¡¿Una broma?!
—No veo la explicación a esa reacción. —Le miró con desdén—. Y no, no es una broma. Mi reino ha sufrido algunos percances económicos y, hemos tenido que invertir en situaciones no previstas; nuestra situación económica ha mutado un poco, y con ello, tendremos que aplazar la boda.
—¡¿Qué?! ¡Esto no es posible! ¡No puede estar hablando en seri...!
—Estoy hablando muy en serio. —De forma paulatina, la expresión en el rostro de Jeroen cambió de una antes calmada, a una hostil—. No suelo bromear, majestad. Le estoy diciendo que la boda será aplazada; no tenemos los recursos para poder financiarla ahora.
Sara Crispino se llevó ambas manos a la nuca; clavó su mirada invadida de angustia hacia el techo; comenzó a caminar por el despacho del rey, como una fiera estresada en su jaula.
—No, no, no... —masculló—. ¡No puede ser! ¡Esto no puede pasar!
—No le estoy proponiendo aplazar la boda, majestad —dijo Jeroen, con ligereza—. Le estoy informando que será aplazada.
Sara desvió su rostro hacia Jeroen, iracunda; dedicó una mortífera mirada al rey.
—¡Es usted un embustero! —Golpeó la mesa, con rencor—. ¡Me dijo usted que la boda sería dentro del mes! ¡Me dijo que formaría una alianza con mi reino! ¡Daré aviso de esto a mis padres! —exclamó con furia, dejando a Jeroen totalmente perplejo.
Un lúgubre silencio se acentuó por la atmósfera; solo fue perceptible la respiración entre cortada de la princesa.
—Qué mocosa tan atrevida —masculló Jeroen, reincorporándose de su escritorio y poniéndose de pie; Sara alzó su mirada con evidente temor, pues Jeroen le sobrepasaba en estatura por demasiado—. Creo que sus padres no han hecho un trabajo adecuado con usted, majestad.
—Us-usted... —balbuceó temerosa— me prometió una boda con su hijo Seung-Gil, no... no puede faltar a su palabra... ¡No puede!
—La boda será aplazada, no tengo más que decir. —Le observó con soberbia, con un evidente desprecio en la entonación de sus palabras—. Ahora retírese, no quiero sacarla de forma grosera.
Sara sintió que el pavor en su interior crecía, pero incluso así, no salió de la habitación; ella era una mujer noble, y absolutamente nadie, se burlaría de ella.
No iba a permitir el aplazamiento de su boda; a duras penas podía obtener por parte de Seung-Gil un saludo cuando se encontraban de cara en los pasillos, de ninguna manera permitiría una dilación en la fecha de su matrimonio, pues de ser así, su unión corría peligro.
Y un verdadero peligro pues, la presencia de aquel servidor, no era sino un permanente obstáculo en su misión.
—¡No permitiré que nuestra boda sea aplazada! ¡No puede usted disponer de nuestro matrimonio así como as...!
—¡¡¡YA ESTÁ!!!
Con una fuerza desmedida y, con un bramido ensordecedor, Jeroen asesta un fuerte golpe en su escritorio, provocando un terrible temor reverencial en la princesa.
Esta queda paralizada del horror, y con las lágrimas bordeando los ojos, observa la expresión mortífera de Jeroen.
Y ella, sintió que su alma arrancaba del cuerpo.
—Qué maldita niña caprichosa —escupió con ira—. Las mujeres deben someterse a lo que los hombres decidan, ¡y si yo decidí que la boda será aplazada, será aplazada! Cierra la maldita boca, niña. Ten en claro cuál es tu lugar, yo soy un hombre y el rey de este lugar.
Sara sintió que en aquellos instantes, volvía a ser reducida a la nada. Su estómago se contrajo, y sus labios se tornaron temblorosos. Por debajo de sus labios sellados, sus dientes comenzaron a rechinar del coraje.
Ella entonces, recordó las palabras de su madre, y con ello, a lo que fue reducida en el convento.
—Eres una simple princesa, acata lo que te ordenan, después de todo, solo eres útil a tus padres para crear la alianza —le recordó—. Tampoco es como si pudieses tomar una actitud tan altanera, después de todo, estás en este sitio porque debes cumplir con lo que tus padres te han encomendado, así que, majestad, más vale que empieces a comportarte.
Una sonrisa soberbia ensanchó los labios de Jeroen. Una expresión inundada de odio se enmarcó en el rostro de Sara; un ligero temblor de la ira comenzó a desperdigar por su cuerpo.
—Ma-mal...maldit...
—¡Guardia! —exclamó Jeroen, sin tomar atención a la fúnebre expresión de la princesa y, vociferando enérgico.
La presencia de un guardia no tardó en aparecer por el despacho.
—¿Majestad?
—Dirige a la señorita Sara Crispino a su habitación, ella está cansada. —Sonrió de forma hipócrita—. Rápido.
—¡Sí, mi señor!
Y cuando el guardia intentó tomar del brazo a la princesa, esta se zafó con brutalidad; el guardia se exaltó y Jeroen dibujó en su faz una expresión mortífera.
Aquella maldita mujer, le estaba desafiando.
—Sé perfectamente dónde queda mi habitación —avisó a ambos, recogiendo su abanico del suelo y abriéndolo de forma magistral; con soberbia miró a Jeroen por sobre el hombro; comenzó a abanicar su rostro.
Y Jeroen sintió que el coraje subía a su cabeza y pronto la haría estallar.
—Y usted, majestad... —entrecerró sus ojos y cerró su abanico con femineidad— recordará este día.
El guardia allí presente y Jeroen, dibujaron una expresión de extrañeza en sus rostros; un divertido bufido arrancó de los labios de Sara Crispino.
—Con su permiso, buen día.
Y se retiró con suma elegancia, dejando a Jeroen humillado frente al guardia, y a este con la risa atorada.
Y aquella tarde, las palabras de Sara no fueron vacías, pues, con el recordatorio que ella juro ante el rey, había declarado una batalla interminable al noble.
Una batalla en la que, sería ella capaz de dar sus jugadas con bastante cautela, pero, que ocasionaría la más grande humillación del rey Jeroen y de la familia Crispino.
Una batalla en la que cuyo principal elemento, sería el aparentar y el conseguir su cometido, pero que, estaría revestida de sentimientos que si bien, ella no reconocía ante su cómplice, sabía que eran absolutamente reales.
Y al final de la guerra, ella sabría que no había escapatoria; que todo aquel tiempo en que solo dedicó su atención a dañar a su oponente, inevitablemente, floreció en ella por segunda vez un sentimiento que antes ya conocía, y que aquella vez, no podría ignorar.
Y el rey Jeroen, recordaría por el resto de su existencia, el día en que Sara Crispino, una mujer de alta cuna y relegada al servicio de los hombres, le hizo sentir la más grande humillación de su vida.
Por su dignidad arrebatada, por la sumisión a los hombres, y por encontrar nuevamente el cauce de su vida.
Su mirada cansada y aletargada, se centraba únicamente en la fuente de mármol, la misma en la que las avecillas solían juguetear, pero que aquel día, se ausentaban por el viento gélido que cruzaba la atmósfera del reino.
Desde una esquina del patio exterior y, escondiendo su silueta por detrás de un ancho pilar, Jen le observaba, cuidando y protegiendo siempre su espalda. El castaño se hallaba con una evidente debilidad corporal, y Jen, actuaba como una especie de perro guardián ante la presencia de alguna amenaza.
En su pálido rostro no solo era evidente el malestar físico, sino que también, una profunda melancolía invadirle, como si los inciertos recuerdos que cruzaban su mente, fuesen una especie de daga que clavaba en su alma; una profunda añoranza es lo que sentía Baek por causa de ello.
—Buenas tardes, Baek.
Oyó el castaño tras de sí.
Aquella voz que conocía mejor que nadie, y que traía a su alma un fuerte sentimiento invadido de vitalidad, le exaltó de inmediato; un leve brillo revistió sus pupilas y su corazón comenzó a latirle con fuerza.
—¿Todo bien? —preguntó Seung-Gil, esbozando una leve sonrisa al castaño y tomando asiento a su lado.
—M-mi señor Seung-Gil... —Unas pequeñas lágrimas revistieron sus pupilas; una expresión enternecedora se plasmó en su cansado rostro.
—¿Te encuentras bien? —inquirió el azabache, preocupado—. Te veo cansado, ¿dormiste lo suficiente? —Seung-Gil posó una mano sobre la frente de Baek; pudo sentir que su temperatura estaba más alta de lo común.
Y Baek, sintió que por el tacto del príncipe, su corazón se reconfortaba.
—S-sí, mi señor... —respondió en un leve susurro— estoy bien, es solo que... quizás el exceso de trabajo no me hizo bien. —Una exhausta sonrisa ensanchó apenas sus labios; Seung-Gil le sonrió de igual forma.
—No te esfuerces tanto —le recomendó—, eres para mí una persona importante, y no quiero que tu salud esté en riesgo.
Al escuchar aquello, Baek sintió que su alma gozaba de alegría.
¿Qué él era importante para el príncipe Seung-Gil? El escuchar aquello le provocó una paz inconmensurable abrazar su pecho.
—Como usted ordene, mi señor —dijo, con su voz pendiendo de un hilo, para acto seguido, intentar reincorporarse de la banca. Jen le miró de lejos y se exaltó; Seung-Gil miró con extrañeza el actuar de su servidor más antiguo.
—¿Por qué te vas? —inquirió descolocado, alzando ambas cejas.
—Po-porque... porque no soy digno de estar en el mismo asiento que usted, mi señ...
—Por favor, Baek —le interrumpió con dureza, casi ofendido—. Eso déjaselo a mi padre, tú y yo somos iguales; tú mejor que nadie me conoce en este sitio, y no quiero que sigas levantando esta muralla de diferencias entre tú y yo.
—A-ah... —musitó perplejo, sin poder creer lo que había oído por parte del príncipe—. Y-yo... lo siento...
—Siéntate, hay algo de lo que quiero hablarte. —Regaló una leve sonrisa a Baek, y este, no pudo negarse ante ello.
Jen seguía mirando de lejos, y cuando pudo ver a Baek nuevamente posicionarse al lado del noble, entonces relajó su posición que yacía a la defensiva.
Baek y Seung-Gil permanecieron callados por varios minutos, dedicándose el noble, solamente a lanzar alimento a las avecillas que pasaban de forma fugaz por la pileta; el castaño le miraba de soslayo y sentía su alma estremecer; ver a Seung-Gil con aquella faceta, provocaba un fuerte sentimiento de ternura en él.
¿Desde cuándo su majestad se había vuelto tan indulgente y conmiserativo? Se veía notoriamente distinto; la expresión en su rostro, la suavidad en sus palabras, su educación al dar las órdenes y, lo que más le impactaba.
La forma en que ahora veía a sus servidores, y en especial, a él.
—Baek.
Dijo con suavidad el azabache, irrumpiendo el ambiente y sacando a Baek desde la inmersión de sus pensamientos; este se exaltó ante el llamado del noble.
—¿M-mí señor...?
—¿Recuerdas cuándo... cuándo llegaste a este palacio y tú... y tú debías bañarme?
El color subió de inmediato por el rostro del mayor; Seung-Gil lanzó una pequeña carcajada por su ahora divertida expresión.
—¡A-ah! Bu-bueno... creo que usted se emocionó demasiado con la llegada de su primer servidor, tanto que requería de mi ayuda para prácticamente todo. —Recordó, entre pequeñas carcajadas.
—Y bueno, para ser sincero, tú tampoco hacías muy bien tus tareas —dijo Seung-Gil, mirando de soslayo a Baek; este agachó su cabeza en señal de disculpa—. Recuerdo que tenías quince años cuando llegaste a este palacio, y a veces me pongo a pensar que, perdiste prácticamente toda tu juventud en este sitio, y no puedo evitar sentirme mal por ello.
A pesar de que lo esperable era que Baek se sintiese triste por ello, la sonrisa en su rostro solo evidenciaba que le daba igual el haber privado toda su juventud en aquel palacio, junto al príncipe.
—He pensado seriamente en dejarte ser libre, Baek —reveló Seung-Gil, y ante ello, una expresión de desconcierto inmortaliza en el rostro del castaño.
—¡No, mi señor! —exclamó, acercando su rostro al de Seung-Gil—. ¡No puede usted hacer eso! ¡Mi deuda es extremadamente alta, muy alta! —advirtió.
—¿Y qué? La familia real posee riquezas, no me importa perdonar tu deuda si eso significa que empieces a vivir como un hombre libre; yo quiero velar por tu bie...
—¡No! —vociferó, tomando las manos del príncipe y entrelazándolas a las suyas—. ¡N-no quiero, no lo quiero! ¡Mi única razón para existir es dedicar toda mi vida a su servicio, mi señor Seung-Gil!
Baek articuló aquellas palabras lleno de convicción; un fuerte brillo revistió sus ojos. Seung-Gil por su parte, solo le miró con sorpresa, para luego, lanzar un pequeño bufido; una diminuta sonrisa dejó en evidencia su gratitud hacia su servidor.
—Entonces como tú quieras, Baek.
El castaño sintió que su corazón daba un vuelco ante la conmiseración del príncipe.
De forma rápida, suelta las manos del noble, sintiendo vergüenza por su anterior atrevimiento de tocarle sin su consentimiento; Seung-Gil lanza una carcajada ante la divertida reacción del mayor.
Nuevamente, los dos permanecen en total silencio, perdiéndose ambos en lo fresco del agua de la pileta y, en el aleteo de las avecillas y el andar de los insectos en el césped.
Y aunque, el silencio en aquel preciso instante no era abrumador, Seung-Gil fue el responsable de romper la tranquilidad de la atmósfera.
—Baek... ¿recuerdas cuando...? —guardó silencio por un instante. La expresión en su rostro denotaba melancolía y extrañeza.
—¿Qué cosa, majestad? —Baek le miró con atención.
—¿Cuándo me dijiste que... mi padre, en realidad es un servidor y no Jeroen...?
Al escuchar aquellas palabras, el castaño, contrajo sus pupilas de forma total. Sus labios pálidos y resecos abrieron de la impresión y, un pequeño alarido arrancó por causa de la sorpresa.
¡¿Cómo era posible que Seung-Gil, después de tantos años recordara aquella vez?!
No... no podía estar pasando.
No podía ser posible que el príncipe, inclusive después de tantos años ignorando aquel tema y aquella ocasión, preguntara precisamente sobre aquella revelación, después de tantos años.
—¿Baek? —inquirió Seung-Gil, sacudiendo su mano frente al perplejo rostro del mayor; este pestañeó confundido.
—¿C-cómo? Cre-creo que no lo oí, m-mi señor... —mintió.
—Te pregunté que, ¿cómo sabías tú que yo soy hijo de mi madre Eveline y un servidor? —susurró por lo bajo, acercando su rostro al de Baek.
Y Baek, entonces no supo cómo responder; un ligero temblor se extendió por su cuerpo, para luego, subir una sensación incómoda a su estómago.
Porque sí, Baek, había sido el que precisamente, había revelado a Seung-Gil el hecho de que él, no era un príncipe legítimo, sino que era, hijo de la reina Eveline y de un servidor del rey.
Pero ahora Seung-Gil, después de muchísimos años, le preguntaba por primera vez, la razón del por qué él sabía algo como eso.
Y Baek, no tuvo como responder a ello.
Y el recuerdo de aquel día, entonces vino a su mente, y con ello, se cegó el raciocinio en su conciencia.
Diez años atrás.
Año 1408.
Baek, en aquel entonces con quince años de edad, preparaba una tina con agua tibia para el príncipe Seung-Gil, de tan solo once años de edad.
Con sus mangas cogidas a medio brazo, y con el manto aterciopelado ya dispuesto para secar el cuerpo de su príncipe, preparaba las hierbas que harían de infusión al agua de la tina; ahora solo debía esperar a que el noble llegase a la habitación y se empezara a despojar de sus ropas.
Pero aquel día, demoraba mucho en llegar.
De pronto, Baek siente un fuerte estruendo en la antesala; de forma fugaz, la silueta del príncipe Seung-Gil entra en la habitación.
Y entonces Baek, queda perplejo ante ello.
Grande fue su impacto, cuando escuchó los sollozos desgarradores del menor, y de forma rápida, el castaño se reincorpora, para luego, correr hacia la silueta del príncipe que yacía arrodillado en un rincón de la habitación.
Y una expresión invadida de angustia inmortaliza en su faz, cuando, es testigo de la sangre que sale de los labios y de la nariz del príncipe.
—¡¿Qué le pasó?! ¡¿Quién osó a tocarlo, mi señor?! —vociferó iracundo, tomando del rostro al azabache y revisando los daños que había sufrido—. ¡¿Quién le hizo esto?!
—¡¡¡Ese maldito hijo de puta!!! —Sollozó con amargura, tomando su cabeza con fuerza y tirando de sus greñas; un aparente ataque de ira estaba sufriendo el menor—. ¡Lo odio, lo odio, lo odio, lo odio!
—¡Tranquilo, mi señor, respira! —El castaño comenzó a preocuparse por el descontrol del menor; con movimientos suaves intentó acunarlo en su pecho, mientras intentaba limpiar la sangre que descendía de sus labios.
—¡M-me golpeó por defender el recuerdo de mi mamá! ¡Ese maldito hijo de puta, ese maldito, lo odio, lo odio, lo odio!
Baek sintió que su corazón se pulverizaba ante la agónica expresión del menor; su rostro inundado en sangre y heridas, provocaban en el mayor una pérdida de cordura.
Y las ganas de matar a Jeroen con sus propias manos, se hicieron más presentes que nunca.
—¡Y... y yo soy hijo de él, no quiero ser como él cuando crezca, no quiero, no quiero! —comenzó a sollozar de forma desconsolada—. ¡Él es un monstruo, no quiero ser como él, no quiero volverme como él, no quiero Baek, no lo quiero, por favor!
—Ma-majestad, escucha... —Un fuerte quiebre fue perceptible en la voz del mayor; ver a Seung-Gil en aquel estado, provocaba en él una fuerte opresión en su pecho.
—¡No quiero ser como mi papá, no quiero ser como él, no quiero ser un monstruo, por favor, por favor!
Y entonces Baek, no pudo soportar más aquella situación; Seung-Gil se estaba torturando a sí mismo, y él, no dejaría que aquello ocurriese ante su presencia.
Porque su majestad, era inclusive más importante que las posibles consecuencias que sobrevendrían si revelaba aquello.
—¡Usted nunca será como ese maldito rey, mi señor Seung-Gil! —vociferó iracundo, tomando al más pequeño por sus hombros y sacudiéndolo con suavidad; el azabache le miró con perplejidad y extrañeza.
—¿Có-cómo dices...?
Baek tragó saliva con dificultad, mas el coraje que sentía en aquellos instantes, sobrepasó todo lo tolerable.
—¡Usted jamás será como ese maldito rey! —reiteró—. ¡Porque usted es solo hijo de la honorable reina Eveline, quien ha extendido su memoria como una noble mujer ante su pueblo!
Y dicho aquello, Seung-Gil le mira con total sorpresa, no sabiendo que articular al respecto.
—¿Q-qué...? ¿C-cóm...?
—¡El rey Jeroen no es su padre! —reveló, en un intento por calmar la angustia de Seung-Gil—. ¡Su madre es la noble Reina Eveline, y su padre, aunque no poderoso, fue un gentil servidor del Rey Jeroen!
En aquellos instantes, Seung-Gil no pudo procesar nada al respecto, limitándose solamente, a mantener su vista perpleja en la iracunda expresión del mayor.
Y Baek, solo se dedicó después a limpiar las heridas de Seung-Gil, y posteriormente, bañar su cuerpo en el agua tibia de la tina.
Y aunque él sabía que, con aquella revelación había cometido quizá el peor error de su vida, a él no le importó.
Porque cualquier cosa que, frenara la agonía de su príncipe en aquellos instantes, era merecedor de poner en peligro incluso su propia integridad.
—Baek.
Volvió Seung-Gil a llamar al castaño, mas este no respondió ante la demandante voz del príncipe; su sangre estaba tan gélida, que no era siquiera capaz de pensar una respuesta para saciar la curiosidad del noble.
—Baek, ¿qué rayos? ¡Te estoy habland...!
—¿Majestad?
Una voz proveniente desde las espaldas de ambos, irrumpió la tensa atmósfera.
Cuando Seung-Gil pudo reconocer aquella dulce voz en la brevedad, dio un respingo de la emoción, para luego, girar su cuerpo y verificar de quién se trataba.
Sí, era su amado Phichit.
—¡Phichit! —Una radiante sonrisa ensanchó sus labios—. ¡¿Dónde estabas?! ¡Te busqué por todo el palacio! —De un brinco se retiró del lado de su servidor, para luego, acortar distancia hacia su amado.
—Bu-bueno, yo... estaba por ahí, ayudando en los quehaceres de algunos compañeros. —Seung-Gil dibujó una molesta expresión en su rostro; le generaba enojo el hecho de que Phichit trabajara cuando él precisamente nunca se lo ordenaba.
—No quiero que vuelvas a trabajar, yo no te he ordenado algo como eso.
Phichit simplemente le miró con cierto arrepentimiento; el enojo de Seung-Gil se esfumó en una cuestión de segundos por causa de ello.
—Bueno... creo que interrumpí su conversación, lo siento mucho —se disculpó, dirigiendo su mirada hacia la espalda de Baek, quien, permanecía aún gélido por la escena reciente.
—Ah... no te preocupes —le restó importancia—. Después de todo, al parecer Baek no quiere continuar con la conversación, ¿verdad Baek? —alzó su voz con fuerza, con la intención de que el castaño le oyese.
A paso lento, Seung-Gil se acerca hacia Baek, para luego, posar su mano en el hombro de este.
—En otro momento seguiremos esta conversación. —De soslayo, dirige una mirada levemente hostil a su servidor; sin hacer contacto visual directo con el noble, Baek logra percatarse de ello—. Ahora descansa; tienes el día libre. Cuando te sientas mejor, entonces puedes optar por tomar alguna tarea ligera —dijo, propinando unos pequeños golpecitos en el hombro del castaño.
Baek simplemente asintió despacio con su cabeza, no retirando su estática mirada de la fuente con agua.
—Phichit, vamos —ordenó Seung-Gil al moreno; este asintió con rapidez y le siguió el paso hacia las caballerizas.
Seung-Gil y Phichit, aquel día acordaron hacer una segunda visita a Teodorico Borgognoni, pues este les había indicado que debían volver a su hogar después de unos días; Phichit se recuperaba de a poco, y él, quería encargarse de ver cómo iba el proceso de cicatrización.
—Si no te hubieses puesto a jugar a las escondidas, habríamos ido más temprano a casa del señor Teodorico —regañó Seung-Gil a Phichit, con una expresión no muy amigable, mientras que con suavidad calaba la capucha en la cabeza del moreno; este le extendió el labio inferior en señal de disculpas—. Si me pones esa expresión de cachorro en tu rostro, simplemente no puedo enojarme contigo.
Una tierna sonrisa ensanchó los labios de Phichit.
—Bien, te ayudo a subir al caballo. —Tomó de la cintura a Phichit y le subió al lomo de un equino—. Es mejor que nos apresuremos en ir a ver al señor Teodorico; se está haciendo tarde y no quiero tampoco entorpecer su descanso.
Y dicho aquello, Seung-Gil de un salto pisa el estribo, para luego, posicionarse en el lomo del animal, justo detrás del cuerpo de su servidor.
Y entonces ambos, emprendieron el breve viaje hacia el pueblo, y posteriormente, al hogar del señor Teodorico Borgognoni.
Y quién diría, con la escena que se encontrarían, y con ello, una marca permanente para ambos.
Pero especialmente, para Phichit, quien después de una terrible revelación, sabría el porqué de aquel desenlace.
Y la culpa, entonces empezaría a carcomer de a poco su alma, para luego, dar lugar a una persona completamente sombría y apagada.
Después de varios minutos de cabalgata, el príncipe y su servidor llegaron a su destino. Descendieron del lomo del equino y lo posicionaron bajo un árbol; Seung-Gil amarró la cinta alrededor del tronco y le dio una última caricia en el hocico.
—Vamos —dijo, acercándose a Phichit y besando su frente de forma fugaz; este le sonrió diminutamente y asintió con su cabeza.
—Sí, majestad.
Y contra el gélido viento que cruzaba aquella tarde la aldea, ambos se encaminaron con entusiasmo a la casa del médico, no estando preparados con lo que allí se encontrarían.
Con la terrible imagen de la que serían testigos.
******
—¿Señor Teodorico? —llamó el príncipe a la puerta, alzando su voz de forma leve y asestando pequeños golpes a la madera; Phichit solo observaba paciente a que el médico les abriera.
—¿No estará quizá descansando? —preguntó Phichit, cruzando su brazo con el del noble.
—Espero que no... —susurró apenado— necesito que vea el estado de tus heridas; quiero que estés completamente sano. —De forma suave deslizó su mano por la mejilla del moreno; este cerró sus ojos con dulzura y ensanchó sus labios en una tenue sonrisa.
—Insistamos por unos minutos más, y si no nos atiende, entonces volvamos en otra oportunidad, ¿le parece?
—Me parece magnífico. —Sonrió para Phichit; este le sonrió de igual forma.
Y ambos insistieron por unos minutos más, y cuando observaron que al final no había ninguna respuesta, decidieron voltearse y partir nuevamente con destino al palacio.
Mas pararon en seco, cuando un pequeño chillido fue perceptible a sus espaldas; la puerta del hogar de Teodorico Borgognoni, estaba abriendo.
Y entonces, la silueta de una mujer aldeana perfilándose desde el interior, les dejó con una expresión de extrañeza inmortalizada en sus rostros.
¿Qué hacía esa mujer allí?
—¿Es... es usted, majestad?
La temerosa voz de una señora aldeana, fue perceptible desde la pequeña abertura que se evidenciaba por la puerta; Seung-Gil y Phichit miraron su angustiada expresión con total sorpresa.
—Sí, soy yo, ¿qué ocurre? ¿Quién eres? —Se acercó a paso rápido hacia la puerta; la mujer aldeana cerró aún más la pequeña abertura.
—¿Pri-príncipe Seung-Gil, ci-cierto? —inquirió, con un severo temblor en su voz.
Seung-Gil no comprendía absolutamente nada de lo que ocurría, y muchos menos Phichit, quien, observaba por detrás del noble toda aquella misteriosa situación.
—Sí, soy yo, el príncipe Seung-Gil —confirmó, tratando de dibujar una indulgente expresión en su rostro, para así, dar confianza a aquella mujer.
Y dicho aquello, la mujer abrió entonces la puerta un poco más, y su angustiado rostro, quedó al descubierto; Phichit entonces acortó distancia y quedó junto al príncipe en el mismo sitio; ambos esperaron para escuchar una explicación por parte de la aldeana.
—Gracias al cielo, mi señor, mi señor Seung-Gil...
Y entonces la mujer, se deshace en un desgarrador llanto; ambos le miran atónitos.
—¿Q-qué pasó? ¿Qué ha pasado? —balbuceó Phichit, contrayendo sus pupilas y mirando al príncipe con total desconcierto; este le miró de igual forma.
—¡Señora! ¡¿Qué ha pasado?! ¡¿Quién es usted?! ¡¿Y el señor Teodorico?!
Y con la última pregunta, la señora potencia sus sollozos; una terrible corazonada se incrusta en el alma de Seung-Gil.
Y supo entonces...
Que algo malo había ocurrido con Teodorico.
—¡¡Déjame pasar!! —exclamó, sintiendo como la desesperación iba carcomiendo todo dentro de él.
Y cuando el príncipe da tres pasos, decidido en ingresar a la morada, la mujer intenta detenerle, mas Seung-Gil, de un solo empujón la corre hacia un lado y, cuando cruza el umbral de la puerta, la primera imagen le dejó con la sangre gélida y el alma marchita.
Sangre por doquier.
Tras la puerta, una guarida de sangre, orina y objetos rotos, decoraban de forma infame toda aquella habitación.
Aquella misma habitación en la que antes ellos dos, habían esperado por la atención de Teodorico. La misma habitación en la que, la vez pasada, Seung-Gil había confiado de forma implícita a Teodorico, el amor que sentía por su servidor.
Y todo aquello, era ahora un monstruoso escenario.
Sangre, coágulos, orina, vidrios y libros deshojados; todo aquello golpeó e impactó a Seung-Gil de sobremanera, generando en su alma un declive total que devino en que las lágrimas cayeran de forma inconsciente por sus mejillas.
—¿Q-qué... qué...? —comenzó a jadear de la desesperación—. ¿Qué... qué pa-pas...?
—¡¡Majestad!! —La mujer se interpuso por delante, tratando de sacarlo de aquel sitio tan lúgubre—. ¡¡Por favor, retírese, no puede usted presenciar algo como est...!!
—¡¡YA BASTA!!
Lanzó un grito ensordecedor, iracundo; Phichit y la señora aldeana, dieron un fuerte respingo del horror.
Y Phichit, quedó en blanco. No podía creer el terrible escenario que ante él se presentaba. Y él, estaba igual de impactado que Seung-Gil, mas su fuerte impresión, no le permitía aún reaccionar ante lo que veía.
Simplemente, no podía creerlo, no podía estar pasando, Teodorico Borgognoni...
Él... el hombre que le salvó la vida y le ayudó, no podía...
No podía estar muerto.
—¡¡Señor Teodorico!! —El príncipe lanzó un fuerte grito, cargado de conmoción—. ¡¡Necesito verlo!! ¡¿Señor Teodorico?! —Se adentró por los pasillos en busca del médico.
—¡¡No, majestad!! —La mujer le siguió desesperada—. ¡¡Espere, por favor!!
Y Seung-Gil se adentró sin tomarle en cuenta, y con él, se esfumaban de forma progresiva también los gritos de la mujer.
Y Phichit, quedó allí estático en la sala, observando la sangre salpicada en las paredes y los objetos rotos regados por doquier.
Y no reaccionaba.
Su mente estaba en una tortuosa oscilación, en la que no hallaba un espacio de claridad o, un golpe que le hiciera poner los pies sobre la tierra y reaccionar.
No podía estar pasando.
A paso apresurado y con el raciocinio cegado, Seung-Gil, caminó hasta la última habitación del pasillo.
Y cuando cruzó el umbral de la puerta, entonces el dolor en su pecho se agudizó.
Y la tortuosa imagen que se extendía ante él, era infernal; no podía creer lo que estaba ocurriendo.
—N-no...
Musió en un hilo de voz, cayendo de rodillas al suelo y dibujando una expresión invadida de aflicción y angustia.
Teodorico Borgognoni, el médico que alguna vez Seung-Gil conoció en los días de antaño en el palacio, que ejercía su labor humanitaria con vocación, con cariño y expertiz...
Se veía ahora...
Reducido a menos que miseria.
Tumbado en una cama y, con dos aldeanos arrodillados a su alrededor; Seung-Gil fue testigo del más insoportable estado de indignidad al que un hombre podía llegar.
La piel de Teodorico estaba apagada y las facciones de su rostro estaban además desfiguradas; al parecer el hombre había sido víctima de una brutal golpiza.
Y lo peor.
Teodorico ya no poseía sus brazos.
Tan solo dos muñones ensangrentados y revestidos de gazas, era lo que poseía él ahora.
—N-no... no... no...
Seung-Gil no podía cesar de musitar aquella palabra. Su corazón martilleaba con fuerza y, un revoltijo sacudió su estómago; unas fuertes arcadas invadieron al príncipe en aquellos instantes.
El ruido que emitió se hizo notar por toda la habitación; los aldeanos allí presentes se giraron con brusquedad; uno de ellos dio un fuerte respingo y corrió a prestar auxilio al noble.
—¡¡Majestad!! —exclamó, tomando a Seung-Gil por los hombros e intentando reincorporarle—. ¡Dios mío! ¡No! ¡¿Por qué lo dejaste entrar?! ¡¡Esto es demasiado para el príncipe!! —regañó el hombre a la mujer aldeana que trató de impedir el paso a Seung-Gil.
—É-él me sacó del camino... y-yo traté de detenerlo, pe-pero...
—¡¿Q-quién hizo esto?! —preguntó Seung-Gil con una voz jadeante—. ¡¿Quién fue?! ¡¿Quién fue el maldito hijo de puta?! ¡¿Quién lo hizo?!
Comenzó a alzar su voz de forma iracunda; los aldeanos allí presentes comenzaron a sentir temor por la entonación en las palabras del príncipe.
De forma tortuosa, Seung-Gil se reincorpora, y a paso lento, acorta distancia hacia el cuerpo tumbado de Teodorico, y entonces él se percata de la mirada que ahora poseía el médico.
Una mirada apagada y perdida en un punto incierto.
Y el príncipe, se tumba de rodillas a su lado, y de forma amarga, comienza a sollozar.
Y los aldeanos allí presentes, bajan su mirada con pesar.
Y Teodorico, simplemente mantiene su mirada apagada hacia el techo de la habitación, no teniendo noción de absolutamente nada.
Ni siquiera de su propia existencia.
Y cuando Phichit cruza apenas el umbral de la habitación, es testigo también de la triste escena, y nuevamente, su conciencia queda en un vacío total.
Su corazón se pulveriza cuando presencia los amargos sollozos de su amado a los pies de Teodorico, y con el alma en un hilo, un pequeño alarido arranca de sus labios, por causa de la conmoción y el impacto.
Y entonces Phichit, desde el umbral de la puerta, lanza también un fuerte sollozo, y tras ello, se desencadena una de las peores pesadillas del servidor.
Pero en aquellos instantes, ni siquiera fue capaz de dilucidar lo que su llanto provocaría en los próximos segundos.
—¿P-Phichit...?
Susurró Seung-Gil apenas. Y de forma lenta y con los ojos inundados en lágrimas, ladea su rostro hacia el umbral de la puerta, y entonces allí, ve a su amado con una expresión igual de melancólica que la suya.
Y cuando aquel nombre que Seung-Gil perfiló en sus labios, se oyó por el ambiente, entonces todo cambió en un instante.
Teodorico Borgognoni, que antes mantenía su mirada apagada hacia el techo de la habitación, de forma lenta y agónica, gira sus opacas pupilas hacia la silueta que yacía en el umbral de la puerta.
Y le ve.
Teodorico, es capaz de ver a Phichit allí en la puerta, y entonces, su desfigurado rostro comienza a mutar en una expresión de total horror.
Y la segunda pesadilla de Phichit, dio entonces comienzo.
—¡Gggghhh, gggaaaa, gggghhhaaaa!
Teodorico comenzó a lanzar gritos desesperados y balbuceos inentendibles, y entonces tanto Seung-Gil como Phichit, pudieron percatarse de que la lengua del médico ya no estaba.
Y ambos, quedaron completamente gélidos ante tal realidad.
—¡¡Señor Teodorico!! —exclamó uno de los aldeanos, acercándose al hombre e intentando calmarlo por el tan repentino frenesí que experimentaba—. ¡¡Cálmese señor, por favor!!
—¡¡¡GGGGGGHHHAAAAAA!!!
Levantó su cabeza con histeria y con total horror miró a Phichit, dedicando cada uno de sus desgarradores gritos a la presencia del moreno.
Y Phichit, sintió la hostilidad de Teodorico en aquellos instantes.
Y en su mente, comenzó a formarse un torbellino, y su corazón empezó a deshacerse, y con ello, el miedo avanzó de forma progresiva en su mente.
—¡¿Q-qué está pasando?! —Totalmente descolocado, Seung-Gil miró a los aldeanos, pidiendo con su mirada alguna posible explicación a lo que ocurría—. ¡¿Qué le pasa?!
—¡N-no lo sa-sabem...!
—¡¡GGGGGRRRRRAAAAAAAHHHH!!
De un movimiento brusco, Teodorico se reincorporó de la cama, y tambaleándose, pudo apenas ponerse de pie.
Y todos en aquella habitación, quedaron estupefactos; nadie fue capaz de reaccionar ante la pesadilla que se reproducía en aquel momento; solo los gritos de Teodorico y, las perplejas expresiones en los rostros de cada uno, era lo que acontecía en aquel instante.
Todos estaban congelados, nadie reaccionó en aquel instante.
Y aquello, fue el peor error de todos.
—¡¡¡AAAAAAHGGGRRR, GGGRRAAA!!!
Caminando de forma agónica, con los gritos desgarrando en su garganta y ensordeciendo a todos, Teodorico avanzó hacia la silueta de Phichit en la puerta.
Y el pequeño servidor, solo se mantuvo de pie, estupefacto y con la sangre gélida ante la terrible expresión de Teodorico.
Y pudo ver, como el odio y la ira rebalsaban los opacos ojos del médico. Y notó, como en sus gritos se evidenciaba el horror que sentía por la presencia de Phichit.
—Se-señ...señor Teo-Teodoric...
Pero Phichit no pudo siquiera terminar su balbuceo.
De forma fugaz, Teodorico se lanza sobre Phichit, y con su gran peso, se deja caer sobre el cuerpo del más pequeño; ambos caen de forma abrupta sobre el suelo de madera.
Y entonces allí, Phichit sintió el más grande miedo invadirle.
—¡N-no...no...no...!
—¡¡¡GGGGRRAAAAHHGGG!!!
El temblor en el cuerpo de Phichit era incontrolable. Su expresión horrorizada y sus labios entreabiertos por causa de la angustia, eran signo de que simplemente no podía aún siquiera reaccionar a lo que el médico estaba haciendo con él en aquellos instantes.
—¡¡GGGRAHHGAAAHGRR!!
Y Teodorico, impulsado por su nula lucidez mental, y por su absoluta desestabilidad, comenzó a propinar golpes al rostro de Phichit.
Y con sus muñones ensangrentados, comenzó a golpearlo de forma desesperada, y Phichit, sintió que todo era una pesadilla.
—¡¡N-no, por favor, se-se...señor Teodoric...!!
—¡¡HUAAAGGHH!!
Y entonces Teodorico, entre el torbellino de locura y la ira fulminante que le invadían, recordó las últimas palabras que le fueron dichas por Snyder Koch, antes de convertirse en aquel adefesio sin dignidad...
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«Recuérdalo, Teodorico. El único culpable de tu desgracia en estos momentos, es Phichit, Phichit Chulanont, el mismo servidor del príncipe cuya vida tú salvaste sin pensarlo. Ahora mismo, él, es el causante de tu desgracia. Si tienes que odiar a alguien por lo que ha ocurrido, entonces ódialo a él.»
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Y tras recordar aquellas palabras, Teodorico, nublado de toda luz que esclareciera su raciocinio, comenzó a agudizar la potencia de sus golpes hacia Phichit.
—¡¡Ayuda, ayuda por favor, ayuda!!
Lanzó Phichit un sollozo desesperado, y entonces, el primero en auxiliarle, fue su amado Seung-Gil.
—¡¡Basta, basta señor Teodorico, basta!! —intentó alejarle con todas sus fuerzas, pero increíblemente, Teodorico se resistía a ser llevado de encima del tailandés.
—¡¡AAAGHHHAAAUUU!!
Y sus golpes hacia Phichit se intensificaron en su punto máximo. Y los vendajes que rodeaban sus muñones ensangrentados, entonces cayeron al piso por causa del movimiento, y Phichit...
Pudo ver los brazos de Teodorico en carne viva.
Y ante él, vio el hueso cortado y la carne fresca, siendo testigo de toda la anatomía interna del brazo de Teodorico.
Y Phichit... quedó horrorizado.
—¡¡FFFA, FFAAGGHHAAGA!!
Y en un arrebato, logró soltarse de Seung-Gil y el aldeano que le sostenían. Y entonces con sus muñones al descubierto y con la sangre escurriendo, golpeó por una última vez en el rostro de Phichit, alzándose sobre su cuerpo que se había reincorporado apenas y, volviendo a lanzarlo al suelo con brutalidad; Phichit, comenzó a gritar de nuevo.
Y aquel escenario que ahora ocurría, parecía una total pesadilla para Phichit.
Él, pudo notar el odio que Teodorico le tenía en aquellos instantes.
Y entonces, cuando Teodorico fue alzado nuevamente por Seung-Gil y el aldeano, gritó por una última vez:
—¡¡¡MAAAIIIGOOO!!! ¡¡¡MAAIIIGOOO!!!
Y Phichit, contrajo sus pupilas de forma absoluta. Y un terrible aguijonazo cruzó por su pecho, cuando pudo percatarse, de lo que Teodorico intentaba decirle.
''Maldito''.
Y sus labios abrieron de la impresión. Y fuertes sollozos comenzaron a rehuir con desesperación. Y las lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas, mezclándose con la sangre que Teodorico le había impregnado. Y Phichit sintió que iba a desfallecer.
—¡¡Por favor, señor Teodorico, cálmese, por favor!!
Y Teodorico Borgognoni, que ahora no poseía la capacidad de razonar, fue reducido con una fuerte dosis de mandrágora en sus fosas nasales.
Y de forma rápida, comenzó a tambalearse, para luego, caer rendido en los brazos de los aldeanos que le auxiliaron.
—Calma, señor Teodorico, calma... —musitó la mujer, intentando calmar la crisis del médico; sin embargo, este aún fijaba su mirada enrabiada hacia Phichit.
Y Phichit, solo yacía gélido en el umbral de la puerta; su rostro estaba manchado de sangre y empapado por sus lágrimas. Un severo temblor y pequeños alaridos de la agonía, rehuían de sus labios ligeramente abiertos.
—Phichit...
Susurró Seung-Gil, acortando distancia hacia su servidor, mas este, no logró percatarse de la presencia de su amado.
—Phichit, escúchame, Phichit... —intentó retomar su atención, al percatarse de que su servidor seguía mirando a los ojos de Teodorico; por su parte el médico le miraba iracundo, mientras que Phichit, le miraba totalmente horrorizado y con la respiración alborotada—. Phichit, mírame...
Intentó tomar a su servidor por el mentón, para así, obligarle a separar la vista de la de Teodorico, mas Phichit, solo bajó su mirada con pesar.
—Phichit...
—Qui... —Comenzó a jadear— quiero... quiero salir a... a tomar aire...
Balbuceó apenas. Y Seung-Gil, solo asintió con la cabeza, para luego, tomar la mano de su servidor, en un intento por llevarle al exterior.
—Pero sin usted.
Espetó, sintiendo como el nudo en su garganta se tensaba con fuerza. Seung-Gil le miró con extrañeza.
—¿Pero, por qu...?
—Por favor... —suplicó, dedicando una mirada melancólica a Seung-Gil; este calló por unos segundos, y después de pensarlo suficiente, miró a Phichit y dijo:
—Bien... pero dentro de un rato iré a hacerte compañía; no puedes estar solo después de lo que acaba de pasar, necesitas a alguien que pueda contenerte.
El servidor solo asintió con su cabeza, para luego, dedicar una sonrisa fingida a su amado; a paso lento y pausado se dirigió entonces hacia la habitación principal.
Y allí, sus pensamientos fueron el martirio que empezaron por ahogarlo en un profundo abismo sin salida.
Logró a duras penas llegar hasta la habitación principal. Su cuerpo y mente estaban tan débiles, que solo le fue posible llegar hasta allí sosteniéndose de las paredes. Su rostro manchado de sangre y, humedecido por las lágrimas, inmortalizaba un sentimiento completamente desollador.
Por el reciente episodio y, por la terrible expresión que Teodorico le dedicó, Phichit sabía que no era una persona bienvenida en aquel hogar.
Porque Phichit, sabía que era posiblemente por su causa, que Teodorico estuviese ahora reducido a aquel estado tan insoportable de indignidad.
Y lloró.
De forma agónica y, con su cuerpo cayendo de forma lenta y pausada por el costado de la pared, Phichit se echó a llorar.
Y los sollozos, resonaban débilmente por la extensión de la habitación ensangrentada, en la misma que, Teodorico había sido reducido a la nada.
Y todo...
Por su causa.
—No...no es justo, no... —musitó débilmente, entre alaridos—. ¿Po-por qué? N-no... Señor Te-Teodorico...
Y observó nuevamente.
Observó ante él, la sangre salpicada de forma grotesca, y como esta, decoraba el infame escenario en el que se hallaba.
Todo era una pesadilla. No podía estar pasando. Él no podía haber causado tal aberración.
No, él no sería capaz de causar un sufrimiento como ese...
¿O sí?
Y recordó. Recordó la tensa discusión que sostuvo con el inquisidor en la catedral, y entonces las terribles palabras de Snyder, sobrevinieron a su perturbada e inquietada mente...
«Sentirás la culpa como nunca jamás la has sentido. Serás el causante de las más grandes tragedias, y entonces, sabrás lo que significa sentir la verdadera agonía. Tú, serás la causa de la desolación de todos quienes te rodean.»
Y Phichit, sintió que en aquellos instantes merecía la muerte. Que él era el que debía tener los brazos mutilados y el rostro desfigurado. Que era él quien debía lanzar balbuceos, que era él quien debía sufrir la agonía de Teodorico.
Porque por su causa, ahora mismo había comenzado una nueva era de injusticias, de abuso y de sangre.
Y él, era el culpable. Todo por su culpa, por su gran culpa.
Maldita sea el momento en que nació, y Phichit, sintió asco de su persona en aquel instante.
—¡N-no... No... No! —Sus sollozos intensificaron con el pasar de los segundos—. ¡Bas...basta! ¡No!
Pidió entre alaridos una pausa a sus pensamientos, los que ahora, le torturaban de forma lenta.
Y cuando su desesperación comenzó a controlar inclusive su cuerpo, agarró sus greñas y comenzó a tirarlas; Phichit, estaba complemente fuera de sí.
Y, si no fuese por aquel hombre que, tan solo con su tacto todo lo apagó, Phichit habría cometido una locura en aquellos instantes de completa ceguera.
Seung-Gil, estaba ahora agachado a su lado y le acurrucó de forma suave e indulgente en su pecho.
Y Phichit, sintió que se deshacía en el dulce consuelo de su amado.
—Ma-majestad... —sollozó de forma amarga, hundiendo su rostro en el pecho del azabache y enterrando sus uñas en su túnica.
—Calma, calma... —susurró el príncipe de forma tenue, rodeando el tembloroso cuerpo de su amado y anidándole con suma indulgencia—. Respira, mi amor, calma...
Y son suavidad, extendió varias caricias al cabello de su amado, y con ternura, dedicó palabras de aliento para sacarle de su fuerte estado de shock.
—Tienes que calmarte... —Alejó apenas un poco a Phichit de su cuerpo, para luego, intentar fijar su mirada en la de él—. El señor Teodorico no está consciente, ni siquiera de lo que acaba de hacer contigo...
—¿Q-qué... Qué ha ocurrido con... con él? —balbuceó Phichit, aún con un notorio temblor en su voz.
—No lo sabemos... —Bajó su mirada con pesar—. Estuve conversando con los aldeanos sobre lo ocurrido. Me dijeron que el día de ayer el señor Teodorico salió hacia la calle en esas condiciones, gritando desesperado, y fue entonces cuando le oyeron y le prestaron ayuda.
Phichit solo guardó silencio. No quería imaginar el hecho de que Teodorico, estuviese en esas condiciones realmente por su causa.
—Tienes que estar tranquilo... —susurró Seung-Gil, posando con suavidad la mano en el rostro de su amado y acariciándole—. No te atormentes por lo que ha hecho el señor Teodorico, debes entender que ha perdido la cordura y no sabe lo que hace.
De forma suave tomó a Phichit por sus hombros, para luego, ayudarle a reincorporarse desde el suelo.
—Calma mi amor... —intentó consolarle, tomando a Phichit por su rostro y depositando un tenue beso en su frente—. Todo estará bien, esto solo fue un mal rato. Me aseguraré de que el señor Teodorico reciba la atención médica oportuna y los cuidados necesarios.
Phichit dedicó una sonrisa cansada a Seung-Gil; tomó sus manos y las beso con dulzura.
—Príncipe Seung-Gil...
Habló la aldeana desde los pasillos; Seung-Gil y Phichit se separaron un poco por la repentina intromisión de la mujer; el príncipe se volteó sobre sí mismo y le miró, arqueando sus cejas de forma demandante.
—Disculpe la interrupción, pero... ¿qué pasará con el señor Teodorico? —preguntó la aldeana, siendo evidente en su rostro un temor reverencial hacia la presencia de Seung-Gil.
—El señor Teodorico recibirá de mi parte lo necesario; les daré a ustedes una cuantiosa suma de dinero para los cuidados que él necesite, y además, para pagar el servicio que van a ejecutar con él. —La mujer sonrió de forma amplia al oír aquello.
—¿U-una cuantiosa suma de dinero? —replicó, sin creer lo que había oído.
Seung-Gil solo se limitó a asentir con su cabeza, para luego, voltearse y tomar atención a su servidor; con la manga de su túnica comenzó a limpiar los restos de sangre que tenía impregnado en su piel.
Por varios segundos, un silencio incómodo invadió la habitación; solo fue perceptible el sonido de la túnica limpiando el rostro de Phichit.
—Y sea lo que sea que haya pasado con el señor Teodorico... —Se detuvo en seco. La expresión en su rostro cambió; Phichit le observó con sorpresa— esa persona pagará. Esto no quedará así. Conversaré con mi padre y pondré en conocimiento suyo toda esta aberración que se ha cometido en contra del señor Teodorico; comenzaremos una investigación y el o los culpables, pagarán por esto, y entonces, se arrepentirán por haber nacido.
Las palabras que Seung-Gil articuló, sonaron tan afiladas y severas, que Phichit sintió por unos instantes temor de su amado.
Y, su temor se hizo reverencial, cuando fue testigo de la expresión mortífera y sanguinaria que Seung-Gil perfiló en su rostro.
—Vamos, mi amor...
Susurró de forma casi imperceptible, dedicando una tenue sonrisa al moreno y cambiando su expresión de un momento a otro, y fue cuando entonces Phichit supo, que Seung-Gil no era siquiera capaz de hacerle algún daño a él, pero sí, a quién se atreviese a dañar a sus seres queridos.
Y Phichit, supo en aquellos instantes, que si Seung-Gil de alguna u otra forma se llegase a enterar de la verdad de todo el asunto, él sería capaz de cualquier cosa.
Inclusive, de causar una terrible tragedia en todo el pueblo.
Porque sí, a pesar de que Seung-Gil cambiaba de forma progresiva, de un hombre severo a uno más indulgente, él aún tenía la característica de ser imponente cuando se trataba de proteger a los suyos.
Y Phichit, entendió que con mayor razón, debía mantener en secreto la tortura de la que había sido víctima, y además...
De todo lo que estaba provocando Jeroen y Snyder en el pueblo, porque de enterarse su amado, Phichit no era capaz de dimensionar la tragedia que ocurriría.
Y por tanto, Phichit siguió atormentándose. Y por quién sabe cuánto, él guardó en su conciencia todo lo que ocurría, y con ello, su mente pronto comenzaría a claudicar.
Y una terrible crisis, sobrevendría sobre él.
Porque sí. Las personas son seres que, a pesar de poder mostrarse fuertes a veces, terminan claudicando en algún momento de sus vidas. Porque estamos hechos de alma, de sentimientos y emociones, y por tanto, en algún momento de nuestras vidas los fuertes pilares que sostienen nuestra valentía y entereza, terminan por derrumbarse.
Y con ello...
Nuestra capacidad de aceptar que realmente no somos semi dioses, y por tanto, entender que al ser mortales, en algún momento debemos ceder.
Y aunque Phichit, en aquel momento no comprendió algo como eso, muy pronto lo haría, porque...
Un terrible sentimiento de angustia y un largo y difícil proceso, se asentarían en su cuerpo y mente, y luego, entendería que las personas solo somos capaces de aguantar hasta cierto punto.
Y Phichit, pronto podría percatarse de aquello, pero lamentablemente, ya todo sería muy tarde.
El gélido viento que cruzaba el reino, golpeaba la ventana de su despacho con insistencia. La voraz llama de su chimenea, atraía su completa atención; Jeroen no era capaz de sacar de su mente, el hecho de que Baek había intentado huir del palacio.
Porque no. Jeroen no era capaz de dilucidar todo lo que podría traer la huida de Baek de aquel sitio, porque, de ser así, ¿quién vigilaría de cerca a Seung-Gil? ¿A quién podría utilizar él para la concreción de sus artimañas y sus más bajos deseos? Y, lo que más le angustiaba...
¿Qué pasaba si alguien lograba reconocer a Baek, y en consecuencia, difundir la existencia de aquel muchacho por todo el pueblo?
No.
Jeroen no era capaz siquiera de pensar algo como ello; gracias a Dios y al cielo, que él mantenía a Baek bajo su total control, porque él, mantenía a aquel servidor en la palma de su mano, a su completa merced y disposición.
Y aquello... desde que era tan solo un niño.
—¡Mi señor Jeroen!
De forma abrupta, el grito de un guardia desde el exterior, le saca desde la inmersión de sus pensamientos; Jeroen da un respingo de la impresión.
—¡¿Qué rayos pasa?!
—¿Está ocupado? —cuestionó el guardia, siendo perceptible cierto temor en su voz; Jeroen rodó los ojos con exasperación.
—Pasa de una maldita vez.
Bufó con enojo, para luego, presenciar al guardia entrar en su despacho.
—Mi... mi señor —balbuceó con nerviosismo—. Hay una persona que... que exige verlo de in-inmediato...
Ante lo dicho por el guardia, Jeroen dibuja en su rostro una divertida expresión.
—¿Alguien exige verme? —replicó con gracia—. ¡Vaya! ¿Es el papa? De lo contrario no entiendo el hecho de que hable con tanta autorid...
—¡Ya está, anciana, detente!
Se oyó desde el pasillo interior, el que daba al despacho del rey; tanto Jeroen como el guardia allí presentes, se voltearon a mirar con curiosidad el escándalo que se acercaba.
—¡No me iré hasta hablar con ese hombre!
Se oyó la voz gastada de una mujer, mas Jeroen, no pudo reconocer de quién se trataba.
—¡Idiota! ¡¿Cómo le has dejado entrar?! ¡¿Por qué no la golpeaste y la lanzaste lejos?! —increpó el guardia del despacho, regañando con dureza al guardia que venía tras la mujer.
—¡Y-yo... yo no acostumbro a golpear mujeres, menos si son ancian...!
—¡¿Eres imbécil?! —gritó con exasperación—. ¡Comprendo que seas nuevo en el palacio, pero nuestra misión es no dejar que nadie le pase por encima a la gran familia rea...!
—Silencio ambos.
Espetó con dureza y severidad el rey Jeroen, dejando a ambos guardias estupefactos y con la sangre gélida.
De forma lenta, el rey dirige su mirada hacia la anciana que ahora aparecía en su despacho; esta no era capaz de leer su entorno, y con una lentitud exasperante, se acerca frente al rey Jeroen, con sus pies arrastrando apenas.
—¿En qué momento mis guardias se han vuelo tan inútiles como para dejarse engatusar por la indignidad de una estúpida ancian...?
—Necesito hablar con el rey Jeroen.
Dijo la anciana, siendo perceptible en su voz el enojo que sentía; los guardias le miraron con horror, y Jeroen, lanzó un bufido divertido ante ello.
Realmente, le exasperaba el hecho de que alguien le desafiara, pero a la vez, sentía cierta admiración por la osadía de aquella pobre anciana.
—Con él estás hablando, vieja.
Dijo se forma severa, y la anciana, cuando es capaz de oír aquella revelación, abre sus nublados y cansados ojos repletos de ira, y de forma fúnebre, dirige su atención hacia Jeroen, articulando:
—Vengo a buscar al hombre al que usted llama Baek.
Y dicho aquello, la anciana selló su propio destino.
La expresión en el rostro de Jeroen, se hizo notoria entre los guardias; su antes divertida sonrisa, mutó en unos labios temblorosos. Sus pupilas contrajeron a más no poder, y sus grandes manos, se entrelazaron entre ellas, tratando de ocultar el ímpetu que invadió en aquellos instantes al noble.
Jeroen, estaba horrorizado.
La anciana, mantenía su nublada vista de forma estática. Con su bastón de madera, ella permanecía de pie, no teniendo la intención de huir de aquel sitio sin aquel muchacho.
No, ella no huiría. Ella había ido a buscar a aquel muchacho cuyo nombre conocía perfectamente, pero que, el rey Jeroen, había cambiado por razones desconocidas.
Y aquello, fue una terrible amenaza para Jeroen.
—¡Anciana atrevida! —bramó el guardia del despacho, agarrando del brazo a la mujer y jalándola hacia el exterior—. ¡Más respeto con tu señorí...!
Pero, el proceder del guardia solo llego hasta ahí.
Jeroen, de un movimiento brutal, agarró al guardia del brazo, deteniéndole en seco y provocando una fractura en el mismo; los gritos del guardia resonaron con alevosía por la habitación.
El guardia restante miró la escena con pavor; la anciana solamente mantenía su mirada fija, sin sentir perturbación por la agresividad de Jeroen.
—Dejen en paz a esa anciana —dictaminó—. Traigan a Baek frente a mi presencia, ahora, en estos instantes.
Dijo con severidad, y ante ello, el guardia del pasillo asintió desesperado con su cabeza, para luego, tomar a su compañero que, entre alaridos, se alejó del despacho del rey.
Y por varios minutos en ausencia de los guardias, Jeroen observó de forma mortífera a la anciana, clavando su densa y sanguinaria vista a la débil mujer, mas esta, no mostró ni una sola pizca de temor hacia el noble.
Porque ella, no sentía temor cuando se trataba de aquel muchacho.
—Así que quieres llevarte a Baek...
—Su nombre no es Baek.
Y Jeroen, sintió que la ira iba comiendo sus tripas. Lo dicho por la anciana, solo re afirmaba su fuerte sospecha; aquella mujer, no era sino conocida y hasta una familiar del joven servidor.
Y aquello, se volvió más claro, cuando entonces Baek hizo presencia en el despacho.
—¡Vaya, Baek! —exclamó agraciado el rey; la anciana le miró con hostilidad por el nombre pronunciado—. ¡Hasta que llegas! ¡Tienes una visita acá en mi despacho!
Y el muchacho, apoyado de su bastón y a paso lento, ingresó al despacho con la vista baja. Y, cuando levantó apenas su cansada mirada a la presencia de ambos, entonces él no puede creer el escenario actual.
—¡¿Qué haces aquí?! ¡Vete! ¡Vete ahora! —De forma rápida, suelta su bastón, para luego, tomar a la anciana y empujarla hacia el exterior.
—¡Epa! —Jeroen puso su gran brazo en la puerta, obstruyendo el paso—. ¡¿Por qué la echas, Baek?! —Dibujó una mortífera sonrisa en su rostro—. ¡Eso es de mala educación, a una visita no se le echa de esa forma!
El joven servidor no podía creer lo que ocurría. Con su cuerpo endeble y tembloroso, trataba de cubrir a la anciana, dejando que esta solo se situara a su espalda.
—¿Por qué la escondes, Baek? —inquirió el rey—. ¿La conoces, verdad? De otra forma no me explico el hecho de que reacciones de esa form...
—N-no... no la... la conozco, no...
Balbuceó apenas, siendo perceptible las lágrimas retenidas en sus ojos.
—¿No la conoces? Pero si esta anciana ha dicho incluso que tu nombre no es Baek, sino que es otro. Además, ella sabe que te tengo cautivo de servidor en este palacio, ¿no crees que sabe demasiado? Tú sabes que significa algo como eso. —Acortó distancia hacia Baek; el joven sintió como su terror acrecentaba en su interior.
—Y-yo... yo... —Baek tenía en su mente un vacío total; no sabía siquiera que palabras pronunciar—. ¡P-por favor, mi señor, piedad, piedad! —Se arrodilló a duras penas, fundiendo sus manos y aclamando al noble—. ¡N-no le haga daño, déjela huir, déjela!
—No me iré de este sitio sin ti, mi niño —dijo la anciana, sin tener una sola pizca de temor en su voz—. Vine a buscarte, y ahora te llevaré a casa.
Jeroen sintió como un terrible ardor se anidaba en su estómago; Baek comenzó a sollozar despacio.
—Ma-majestad, no... no por fav...
—Esta anciana ya descubrió tu verdadera identidad —dijo con severidad—. Es seguro que te la topaste en tu anterior huida del palacio. —Dirigió su mirada a Baek, desollándole con la misma—. Y aún así, no me lo dijiste.
—¡No! N-no... no es cierto, y-yo...
Una fuerte bofetada fue asestada en pleno rostro del joven. Un fuerte alarido del dolor salió expulsado desde sus labios.
—¡Nooooo! ¡Mi bebé! —La anciana mujer se agachó a altura de Baek; le abrazó y comenzó a acariciar su rostro.
—Está decidido, Baek —dijo con severidad, entonando sus palabras con ira total—. Mata a esa anciana, ahora.
—¡Noooooo! —Iracundo, Baek levantó su rostro, desafiando a Jeroen con la mirada—. ¡No lo haré, no mataré, no de nuevo! —Comenzó a sollozar desesperado.
—Mátala —repitió—. Ella conoce tu identidad, y ahora, es un peligro para todos nosotros; tu imprudencia provocó todo esto, Baek.
El joven miraba con ira al noble; sentía que su corazón martilleaba a mil por hora.
—Mátala aquí, en este sitio. Me iré por quince minutos, y cuando vuelva, quiero que esté muerta.
El joven servidor, de forma disimulada ladeó su vista hacia la ventana del despacho, y entonces, una idea fugaz se asentó en su conciencia.
—No, Baek —irrumpió el rey—. Ni pienses en dejarla escapar, no te servirá. —Los sollozos de Baek intensificaron su resonar—. Tienes que matarla, no hay otra salida; cuando vuelva, quiero ver su cuerpo sin vida, de lo contrario, algo terrible ocurrirá.
—¡No voy a matarla, no lo haré, no volveré a hacerl...!
—Si llego a este sitio y no la veo muerta... —Acortó distancia de forma total con el joven; tomó su mentón con suavidad, para luego, apretarlo de forma desmedida—. Voy a matar a Seung-Gil, ¿me oyes? Mataré a tu querido Seung-Gil, y de paso, luego te mataré a ti, y ambas cabezas, serán expuestas en la plaza del pueblo.
Y dicho aquello, la mente del joven quedó totalmente en blanco. Sus pupilas se contrajeron de forma total y, sus labios resecos, abrieron del fuerte shock.
Porque no.
Baek, no podía imaginar su vida sin la existencia de Seung-Gil. No podía permitir, que su amado príncipe, muriese por su incapacidad de poder obedecer a las órdenes de aquel maldito rey.
Y, en aquellos instantes, Baek sintió que estaba al final del abismo, allí en donde todo es oscuridad, en donde no hay una salida, en donde te hallas en completa soledad y sin capacidad de razonar siquiera por un instante.
—Me voy —dijo Jeroen—. Alejaré a todos los guardias y servidores a la parte trasera del palacio, para que así, cuando yo vuelva, puedas llevar el cuerpo de esta mujer a ya sabes dónde; allí la ocultarás.
Y a pesar de que en la mente de Baek en aquellos instantes resonaban gritos desesperados y agónicos de ayuda, pudo percibir los pesados pasos de Jeroen alejarse, y luego, la puerta cerrarse tras él.
Y todo en aquel despacho, quedó sumido en el más completo silencio.
Y Baek, sintió en aquellos instantes unos fuertes deseos de morir.
El mismo deseo que pidió a Dios, cuando fue utilizado por Jeroen cuando él era tan solo un pequeño niño de siete años.
Porque no.
Baek, no se sentía capaz de matar nuevamente con sus propias manos. Porque él, se negaba a seguir creyendo que era un niño malo, que era un humano de malos sentimientos, que la crianza de sus padres había sido en vano, que el amor que profesaba hacia Seung-Gil, no tuviesen quizá tan solo un poco de humanidad con el resto, que él no merecía todo aquello, que él no podía ser abandonado por Dios...
Que él, no podía traicionar la promesa que había hecho a su madre.
—Mi niño, tranquil...
—¡¿Por qué mierda viniste?! —vociferó, tomando a la anciana por los hombros y dedicándole una mirada inundada de agonía—. ¡¿Por qué mierda apareciste?! ¡¿Por qué no te quedaste en el pueblo y te olvidaste de nuestro encuentro?! ¡¿Por qué provocaste todo esto?! ¡¡Anciana imbécil!!
La mujer solo miró estupefacta a la reacción del menor.
Baek, no podía siquiera controlar bien su respiración. Sus manos que, apretaban con fuerza los hombros de la mujer, temblaban de forma incesante. Su pecho ascendía y descendía de forma notoria, no pudiendo él controlar siquiera los fuertes jadeos que rehuían de sus labios.
Él, estaba sumido en una completa desesperación.
—Todo estará bien, ya lo ver...
—¡¡¡NOOOO!!! —Dio un fuerte bramido—. ¡¡Nada estará bien, absolutamente nada!! —Comenzó a sollozar, iracundo—. ¡¡El rey me ha ordenado matarte, o de lo contrario, matará a mi príncipe!! ¡¡Y yo, no puedo matarte, no puedo hacerlo!!
Y Baek, comenzó a sollozar de forma desconsolada, y la anciana, sentía que cogían su corazón y lo despellejaban ante ella.
Y sintió, que en aquellos instantes moría del dolor al ver al joven servidor invadido de tanta agonía y sufrimiento.
Y decidida, entonces tomó de forma suave las manos de Baek, para luego besarlas y, dirigirlas alrededor de su cuello.
—¿Q-qué crees que... que haces?
—Hazlo, mi bebé...
Dijo ella, dedicando una expresión invadida de ternura y sosiego; Baek le miró con total horror.
—¡¡Suéltame, no lo haré!! —intentó sacar sus manos del cuello de la mujer, mas la anciana, las retuvo con fuerza.
—Hazlo —reiteró—. Tienes que hacerlo, mi niño. Tienes que vivir, tienes que salvarte, ¡no puedes permitir que ese maldito rey te mate a ti y a...!
—¡¡YO NO PUEDO MATARTE!! ¡¿ES QUÉ NO LO ENTIENDES?!
Y Baek, nuevamente rompió en llanto. Y la anciana, sentía que su corazón era pulverizado ante el llanto del joven al que amaba.
—Mi bebé... —De forma lenta, lleva sus manos al rostro del joven servidor, repartiendo caricias de forma suave—. Mi bello bebé... cuánto has crecido, que hermoso hombres te has vuelto...
Y ante las palabras de la anciana, Baek sintió que moría del dolor.
Porque, después de tantísimos años, Baek volvía a sentirse querido, importante y valeroso. Que después de tantos años, sentía una pequeña alegría por volver a ver a una persona que, en algún momento de su vida, le acurrucó como a un hijo.
—A-abuela...
Sollozó de forma amarga, desviando su vista con suma tristeza; la anciana le tomó del mentón con suavidad, para luego, fijar su vista en la de él.
—Mi precioso bebé... —Sonrió ella de forma tenue—. Pude reconocerte de inmediato, aunque ahora tu nombre haya sido cambiado. Tú siempre serás mi pequeño niño, el mismo al que amé junto a sus padres, y al mismo que sigo amando hasta el día de hoy.
—Ve-vete rápido, huye, vete, por favor... ya vet...
—Si lo hago, te matarán...
—¡¡Pero no puedo matarte!! ¡¿Es que no lo entiendes?! ¡¿Cómo podría ser capaz de matar a la mujer a la que amo, a mi propia abuela, a mi propia familia?!
Los sollozos de Baek eran tan desgarradores, que podrían ser fácilmente comparables a los gritos del infierno.
—Tú puedes, vamos... —retomó las manos de su nieto, para luego, llevarlas a su cuello—. Hazlo...
—N-no...
—Hazlo, no queda tiempo, mi bebé...
Y entonces Baek, quedó sumido en el más completo silencio.
Y con su vista perdida y, con su mente completamente fundida en un lugar incierto, en donde no tenía noción de su existencia o del dolor que estaba sintiendo, tomó con suavidad el cuello de su abuela, y entonces...
Comenzó a temblar con fuerza.
—Así es, mi bebé... —dijo su abuela, con serenidad—. Esta vieja anciana ya ha vivido demasiado, no te sientas culpable por esto, tú debes vivir...
—Perdóname, perdóname, perdóname, perdóname, perdóname...
Baek no tenía noción de absolutamente nada. Con las lágrimas cayendo de forma incesante por su pálido rostro, repetía una y otra vez a su abuela, el hecho de que perdonara un acto tan aberrante como ese.
—Abuela, per-perdóname, perdóna...perdóname...
—Es-está... está bien, be-bé... —susurró ella entre jadeos, cuando sintió que el agarre de Baek se iba fortaleciendo con los minutos.
Y la imagen de Seung-Gil, se dibujó en la mente de Baek, y entonces supo, que no podía permitir su muerte.
Que no debía permitir la desgracia de su amado, que no debía claudicar en su única misión de salvarlo, que no debía dejar que los fuertes sentimientos de añoranza, entorpecieran el fuerte sentimiento que yacía clavado dentro de él, y que cuya única existencia, se debía a la presencia de su amado príncipe.
—Per-perdóname, abu-abuela...
Volvió a repetir, apretando con más fuerza el cuello de la anciana; esta, comenzó a asfixiarse de forma lenta y agónica.
—A-abuela, abu...abuelita, mi abuelita...
Y los llantos de Baek, a pesar de las torpes caricias de su abuela en un intento por consolarle, se hacían más desgarradores.
Y con ello...
Recordó cuando era un niño.
Cuando era feliz, cuando conocía el amor, cuando vivió entre adultos que le protegían y, cuando su abuela le amó de forma incondicional en el pasado.
Los días en la tierra, los días en el río, los días en el ganado y, los días de juegos divertidos con aquella mujer que ahora, él mismo quitaba la vida.
Y los recuerdos, fueron en aquel instante, como un montón de dagas que traspasaron el corazón de Baek.
Pero él, no podía claudicar en lo que hacía, y entonces, su agarre tomó una potencia brutal, para luego...
Asfixiar a su abuela de forma definitiva.
—¡¡¡Perdóname, abuelita, perdóname!!! —Sus sollozos llegaron a su punto máximo, y con ello los cansados y nublados ojos de su abuela, comenzaron a perderse entre la nada—. ¡¡¡Dios mío, perdóname, perdóname!!!
Y entonces, solo bastó un par de segundos para que Baek, fuese testigo de la muerte de su abuela.
Y vio, como la anciana era ahora un cuerpo inerte, y entonces Baek, soltó su agarre de forma lenta, para luego, abrazar ahora a su difunta abuela, que él mismo...
Que él mismo asesinó.
Y los sollozos en el despacho del rey, no cesaron nunca. Y aquel día, otra parte de Baek fue desgarrada con brutalidad.
Y él, fue reducido a la nada, y Jeroen, le golpeó en aquella parte en la que más dolió, y entonces el joven servidor...
Se volvió nuevamente un asesino, después de tantos años, después de haberse arrepentido toda su vida por lo hecho, él...
Fue obligado nuevamente a pecar, incluso en contra de su propia voluntad.
Porque Baek, no era un humano digno, y por tanto, no tenía control sobre sus propias acciones.
El saco que arrastraba le parecía especialmente pesado, pues, sus pies heridos no le permitían ejecutar su tarea de forma adecuada.
El lugar al que ahora había ingresado y, en ausencia de los guardias, le traía una sensación vomitiva y escalofriante; Baek, sintió que en aquellos instantes quería salir despavorido de aquel maldito sitio que tanto le perturbaba.
Pero no podía, pues él, debía terminar con la tarea encomendada.
El voraz fuego rebosante de las antorchas, iluminaban el camino que debía seguir hasta el final del calabozo de los ciegos, allí, en donde Baek sabía que podía esconder el cuerpo.
Y, a pesar de que la sangre salía a borbotones de sus pies heridos y, que su cansancio corporal era tremendo, Baek, fue capaz de llevar el saco arrastrando hasta el final de aquella fúnebre mazmorra.
Y entonces Baek, procedió a abrir el saco, y desde el interior, fue entonces visible el cuerpo inerte de su abuela.
Y, con sus últimas fuerzas, el joven servidor escaló tan solo un poco las rocas que cubrían la parte trasera del calabozo de los ciegos, para luego, correr un conjunto de piedras revestidas de musgo que obstruían una pequeña cueva en la parte superior de la mazmorra.
Y entonces allí, Baek echa el cuerpo de su abuela por sobre su hombro, para luego, lanzarla hacia aquella pequeña cueva repleta de ratas y musgo. Y en aquel instante, Baek siente un terrible revoltijo en su estómago, y los recuerdos, invaden su mente, haciendo que nuevamente los gritos desgarradores de su consciencia perturbada, salgan a flote, recordándole el tan terrible suceso que él mismo, había ejecutado en aquel mismo lugar.
Y él, ve nuevamente y después de muchos años, en aquella pequeña cueva...
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Las osamentas de Baek Weizbatten.
N/A;
¡Holaaa! Espero que el capítulo haya sido de su gusto (esto ha sido más eterno para mí que para uds xD)
Hay cositas que debo decir, así que agradecería que leyeran las notitas finales.
1° Lamento mucho la tardanza en la actualización. Como algunas lectoras (las más cercanas a mí) saben, yo no estoy pasando en estos momentos por un muy buen momento, por lo que he tenido muchos obstáculos para concentrarme y por consiguiente, para poder escribir; este último tiempo he sido una bomba de emociones amargas, por lo que hago lo mejor de mí por traerles esta actualización, aun así demore casi dos meses xD
2° ¿Recuerdan que les dije que El Palacio Carmesí había pasado a la etapa final de la categoría misterio y suspenso en el concurso VkusnoAwards? Pues adivinen... ¡EL PALACIO CARMESÍ GANÓ EL PRIMER LUGAR DE DICHA CATEGORÍA! Con un total de puntuación perfecta en primera y segunda ronda, esta historia quedó en primer lugar de dicha categoría, siendo la ganadora. Ahora estoy esperando los resultados del concurso general, pues quien sabe, quizá también esta historia obtiene un lugar allí, espero que así sea.
Creo que está de más decir que esto también es un triunfo de ustedes, por apoyarme siempre con sus lindos comentarios y estrellitas, para así, animarme a seguir; muchas gracias. <3
3° Este capítulo va con dedicatoria, y este dedicatoria es para una bella personita <3. Sí, es para ti querida lectora. Por presentarme al exponer en tu escuela, como la persona a la que admirabas, y por incluir mis trabajos en tus actividades de la escuela, muchas gracias. Esto me hace sumamente feliz, y quiero que sepas, que siempre guardaré eso en mi corazón; es un detalle hermoso. Realmente estoy agradecida, y esta dedicatoria, es lo mínimo que puedo hacer por ti. Gracias :3
4° Y un saludo especial a las chicas que son parte del grupo de lectoras del Palacio Carmesí en facebook xD sinceramente, este último tiempo me he reído muchísimo con los memes que suben JAJAJA, onda me alegran el día, una especial mención para todas uds <3. Besitos y abrazos, aqui concluye la actualización, nos vemos en una próxima ocasión.
¡Chaito!~
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