Diez.

Antes de leer;

1° ¡Volví del hiatus! ~

2° Lean con tiempo, que está bien largo.

3° ¡Iniciamos con el 2do arco de la historia!

4° Lean las notitas del final, por favor, es importante. <3

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De la vida frágil y efímera; de los sueños rotos, del rechazo familiar, de un hijo muerto, del egoísmo, de la conversión del alma y la distancia.

El día en que los hombres sean capaces de soportar el dolor que ocasiona vivir, entonces aquel día, bienaventurados sean.

Sus pupilas nubladas yacían clavadas en el extenso horizonte que era visible desde la planta superior del Palacio. Una fresca brisa cruzaba el reino; la lluvia ya había cesado, y tan solo la huella de una gélida atmósfera insistía en quedarse.

Los fatídicos recuerdos cruzaban por su ya imperturbable mente. Él, ya no temía a nada, la vida le había enseñado a pulso que el miedo no era una opción cuando había que hacer frente a situaciones adversas. Tan solo el insaciable deseo de proteger a quien fuese la piedra fundamental de la poca vitalidad de su alma, le mantenía aún con el corazón palpitando y la respiración en ritmo; Baek, seguía con vida solo por Seung-Gil.

Una espesa lágrima cargada de congoja rodó por su mejilla izquierda. Sus manos nerviosas friccionaban entre sí, intentando amenizar la terrible culpa que carcomía en cada fibra de su impenetrable alma.

—Vaya, quién diría que tú tendrías corazón.

Oyó el joven por su costado. Una voz que le pareció familiar de inmediato le sacó de forma abrupta desde la inmersión de sus pensamientos. Sus ojos inundados de lágrimas abrieron de la perplejidad, para luego, ladear apenas su rostro hacia su costado derecho, en donde yacía el emisor de aquellas palabras.

—¿Tú Baek? ¿Llorando? ¿Qué te pasa? —Una expresión de burla se inmortalizó en el rostro de Jen. Una carcajada sonora emitió desde sus labios, agraciado ante el expuesto semblante de Baek, un joven que siempre demostraba ser totalmente sólido de sentimientos.

—Déjame en paz —masculló, siendo perceptible un ligero quiebre en su voz. De forma inmediata alzó su antebrazo, secando con aquella zona las lágrimas que luchaban por rebalsar de sus ojos.

—Nunca te había visto llorar. —De forma rápida se posicionó al costado del joven, sentándose junto a él—. Pensé que no tenías sentimientos. —Insistió en fastidiarlo—. ¿Por qué estás llorando?

—No es de tu incumbencia —espetó con molestia, desviando su lúgubre mirada hacia Jen. El joven dio un pequeño respingo del susto.

—Perdóname... —Alzó ambas cejas y desvió la mirada—. Solo me estaba preocupando por ti.

Baek se limitó a ignorar la presencia del muchacho. Por varios minutos, clavó su vista en la inmensidad, allá en donde la escasa huella del sol se hundía tras el horizonte del mar, dejando una leve luz fantasmal por el cielo. Sus ojos volvieron a cristalizar, su rostro se hallaba inundado por una expresión de congoja y añoranza; Jen pudo percatarse de ello.

—Jen... —musitó apenas Baek, sin remover su intacta vista del horizonte. El joven mantenía un semblante notoriamente quebrantado.

—¿Umh? —preguntó Jen, sin mucho interés.

—T-tú...

El joven apenas podía balbucear. Una severa inestabilidad emocional era perceptible en cada palabra que articulaba. Sus labios se tornaron temblorosos, y sus pupilas invadidas de añoranza, volvían a cristalizar.

Jen entrecerró sus ojos y contrajo sus cejas, extrañado ante el inusual comportamiento del muchacho; él siempre se había mostrado insensible, jamás imaginó ver a Baek de esa forma.

—¿Tú crees que... que hicimos bien con Phichit?

De forma lenta, Baek dirige su mirada a Jen, quien, le veía con total consternación por la pregunta reciente. En el rostro del muchacho era visible la perturbación. Las lágrimas no tardaron en surcar por lo pálido de sus mejillas.

—¿Q-qué estás diciend...?

—¡¿Realmente es correcto lo que hicimos con Phichit?! —exclamó con fuerza, totalmente consternado. De un rápido movimiento, Jen obstruye los labios de Baek, intentando callar las palabras del muchacho.

—¡Cállate, imbécil! ¡Alguien podría oírte! —masculló, fulminando con su lúgubre mirada a Baek.

El joven, preso de la coerción física de Jen, de un movimiento fugaz y empleando la mayor fuerza posible, se zafó del agarre de forma violenta.

—¡Pero...! —intentó continuar.

—Baek... —Clavó su densa y mortífera vista en el débil semblante del muchacho. Baek tragó saliva—. ¿Qué mierda pretendes? ¿Qué todo el mundo se entere de lo que hicimos?

El joven bajó su mirada temblorosa. Un leve sollozó arrancó de sus labios, ante ello, Jen rodó los ojos con exasperación.

—¿No que odiabas a Phichit? ¿Por qué sientes culpa ahora de lo que hicimos?

—N-no es por Phichit...

Musitó apenas, siendo casi imperceptible el lamento de su parte. Jen le mira con total extrañeza.

—¿Y entonces, por qué te pone tan mal todo este asunto?

Un tortuoso recuerdo cruzó nuevamente por la perturbada consciencia del joven. Otro leve sollozo arranca de sus labios. De forma temblorosa lleva ambas manos a su rostro, intentando ocultar su débil semblante.

—Es...es por mi prí-príncipe Seung-Gil...

Y Baek, no pudo contener el llanto. Sobre su mente se dibujó de nuevo la expresión inundada en sufrimiento de su querido príncipe; una terrible estocada punzó en su corazón. Jen abrió los ojos descolocado ante la situación.

—Ba-Baek, relájat...

—Mi prí-príncipe Seung-Gil es-estaba sufriendo por mi...mi culpa... —sollozó. Y el dolor empezó por acurrucarse en cada oscuro recodo de su alma—. ¡Le he fallado a mi príncipe! ¡Le he causado dolor! ¡Y-yo...yo!

—¡¡¡Ya cierra tu puta boca!!!

Jen no pudo tolerar por más tiempo el aparente ataque que Baek sufría. En la mirada del muchacho era notoria la frustración. Sus ojos siempre revestidos de poca vitalidad, ahora brillaban por causa de las lágrimas; por primera vez en el rostro de Baek, era visible un profundo sentimentalismo. La culpa que escarbaba en su consciencia, provocaba en él una gran inestabilidad emocional.

—Escucha, Baek... —De un movimiento brusco, con una de sus manos, Jen toma de la quijada a Baek, apretándole con fuerza y obligándole a hacer contacto visual.

Baek, abre sus ojos de la perplejidad. Su respiración era descontinuada; consecuencia de la fusión de sensaciones negativas que se anidaban en su alma.

—Tienes que tranquilizarte. Tú y yo hemos hecho bien en delatar a Phichit. ¿Acaso no fuiste tú quien dijo que ese muchachito era un peligro para príncipe? —espetó con seriedad, clavando su mortífera mirada en los asustadizos ojos de Baek.

El joven desvió su mirada a duras penas. Por varios minutos su respiración se mantuvo agitada. Sus pupilas revestidas de desesperación se clavaron en el sólido suelo, intentando dispersar la terrible confusión que se asentaba en su mente, consecuencia del remordimiento por sus acciones pasadas.

—Tienes razón...

Musitó apenas, cuando, pudo volver a controlar sus emociones, llegando nuevamente la lucidez a su consciencia.

—Gracias, Jen. —En su voz fue perceptible ahora la estabilidad. Con su antebrazo secó sus mejillas humedecidas por las lágrimas. Inhaló y exhaló profundamente, intentando despojar de su ser todo aire de culpabilidad.

—No me lo agradezcas —espetó con fuerza—. No puedes dejar que la debilidad tome control de tu mente, Baek. Debes tener cuidado con lo que dices, en este palacio el suelo y las paredes parecen tener orejas —advirtió.

Baek asintió con su cabeza. Una densa aura volvió a rodear su semblante. Sus ojos volvieron a tornarse impenetrables y lúgubres.

Un silencio volvió a acentuarse entre ambos. Jen fue el responsable de quebrantarlo.

—Baek... —llamó por la bajo. El muchacho ladeó su mirada hacia Jen—. ¿Por qué... por qué te afectó tanto ver al príncipe llorar?

Ante aquella pregunta, Baek siente un escalofrío recorrer por la extensión de su columna. Nervioso, muerde con fuerza su labio inferior, en un intento de atascar las palabras.

—Digo... siempre que se trata del príncipe, tú cambias completamente —musitó Jen, articulando aquellas palabras con cierto temor—. Desde que estoy cautivo en este palacio, he sido testigo de tu lealtad hacia el príncipe, inclusive, pareces otra persona cuando él está cerca de ti.

Baek solo se mantuvo en silencio por varios minutos, no dando luces de querer responder ante la interrogante del joven. La dura expresión en su rostro solo yacía clavada en el horizonte que se tornaba oscuro. Un aire gélido cruzó entre ambas presencias.

—Baek...

Susurró Jen, temeroso. Mordió sus labios con ansiedad; él sabía que la pregunta que articularía a continuación podría al fin romper con la duda que persistía en su mente.

—¿Es acaso...? —Se detuvo con temor. Un gran suspiro fue emitido—. ¿Es acaso porque estás enamorado del príncipe?

Musitó apenas. Y, el duro y denso semblante de Baek, transformó en una cuestión de segundos. Sus ojos abrieron de la perplejidad, y un leve alarido arrancó de sus labios. De forma rápida ladeó su rostro hacia Jen, clavando su cristalizada vista en la ansiosa expresión del muchacho.

—¿Q-qué... qué estás di-diciend...?

—Yo sé que estás enamorado de su majestad —espetó Jen, al percatarse de que había dado en el clavo.

—¡No sabes qué cosas dices! —exclamó nervioso, intentando desviar la situación.

—¡Por favor, Baek! —insistió—. ¡¿Acaso crees que has pasado desapercibido?! ¡Amas al príncipe Seung-Gil! ¡Lo amas!

—¡Sí! —Exclamó de vuelta Baek, ejecutando un rápido movimiento y tomando fuertemente por el brazo a Jen—. Lo amo. Lo amo más que a mi propia existencia —aseveró.

Jen no fue capaz de articular palabra alguna. Sus ojos quedaron intactos en el decidido semblante del muchacho de pálida piel. Por varios segundos no pudo creer lo que oía; por primera vez Baek aceptaba sus sentimientos hacia el noble.

—Sa-sabía... —sonrió de forma tenue— sabía que lo amabas... ¡Sabía que estabas enamorado del prínc...!

—Lo amo —reafirmó con decisión—. Pero no lo amo de la forma en que tú piensas.

Ante ello, Jen arqueó ambas cejas con total extrañeza. Baek le suelta de su agarre.

—Pe-pero tú... —balbuceó Jen— Yo sé que tú amas al príncipe de aquella forma, tú... tú lo deseas... tú...

—Eso no es cierto —espetó con molestia.

—Pero...

—Basta, Jen.

—¡Pero yo te oí provocándote placer y jadeando el nombre del príncipe!

Vociferó. Y ante ello, Baek abre sus ojos horrorizado, Jen obstruye sus labios con ambas manos, arrepentido de lo dicho.

Una expresión de perturbación se asentó en su rostro. Gotas de sudor empezaron a rodar por su sien.

—So-sobre eso... —balbuceó—...Yo...yo...

—Dis-disculpa Baek, no... no debí decir algo c-como eso...

Por largos segundos ambos guardaron total silencio. Solo el silbido del gélido viento se oía deslizar entre ambas presencias. El sol ahora desplegaba luces fantasmales por el umbral del cielo; una bella mezcla de violeta y rosáceo pigmentaba la atmósfera.

—Tienes razón —quebrantó el silencio Baek—. Me he tocado jadeando el nombre del príncipe —aseveró.

Una expresión de consternación se inmortalizó en el semblante de Jen. El color empezó a subir por su rostro.

—Pero ha sido para expulsar la culpa que yace en mi interior —dijo con seriedad—. El pecado que cargo sobre mis hombros es tan grande, que solo así puedo limpiar mi alma —masculló.

Ante ello, Jen arquea ambas cejas. Por un momento, el chico contuvo la risa ante lo dicho por Baek, pero de inmediato, pudo percatarse que el muchacho hablaba con total seriedad sobre el asunto.

—¿Qué estás diciend...?

—Ese líquido... —musitó, nublándose su vista y perdiéndose en la inmensidad del horizonte—...Ese líquido, él... él me dijo que era la expulsión de mis pecados...

Baek parecía estar en otra dimensión. Una expresión de incertidumbre se posó en su faz; sus ojos volvieron a cristalizar. Jen le observaba con perplejidad, no entendía absolutamente nada de lo dicho por Baek.

—¿E-él? ¿La expulsión de tus pecados? —balbuceó consternado, sin comprender la situación.

—Sí... —susurró—... Cuando yo era niño, él... m-me tocó, y entonces...

—¡¿Qué?!

Jen dio un brinco de la impresión. De forma instantánea se reincorporó, mirando con total perplejidad a Baek. El último sacudió su cabeza, saliendo de su trance.

—¡Na-nada! —exclamó nervioso, percatándose de la situación que había creado.

—Repite eso, Baek —espetó a secas—. ¿Qué ''él te tocó''? ¿Cuándo eras un niño? —Cierta perturbación era perceptible en la expresión de su faz—. ¡¿De qué estás hablando?! ¡¿Acaso alguien te...?!

—¡¡¡CÁLLATE!!!

Un grito ensordecedor arrancó desde los labios de Baek, quien, yacía totalmente perturbado por la situación. Sus negras pupilas estaban revestidas de lágrimas; una expresión de asco se hallaba inmortalizada en su rostro.

—Baek...

—¡Déjame en paz! —bramó— ¡Nada de esto es de tu incumbencia!

—¡He-Hey!

Jen dio tres pasos en un intento por seguirle, pero Baek, huyó del lugar, perdiéndose su silueta por el interior del palacio.

El muchacho simplemente no podía creer la situación reciente. Habían sido demasiadas cosas en un corto lapso; por una parte, Baek le había confirmado el hecho de que amaba al príncipe, pero por otro lado, hablaba de autosatisfacerse para borrar sus pecados, pero...

¿Qué alguien más le había enseñado sobre eso cuando él era tan solo un niño? ¿Qué tenía que ver el auto deseo con la liberación de los pecados y el príncipe Seung-Gil?

Muchas cuestiones no calzaron en su cabeza en aquel instante, mas Jen, procuró no dar más vueltas al asunto, pues realmente, aquello no era de su incumbencia. 


De forma progresiva la luz se volvía escasa en los extensos pasillos del palacio. Yuuri, en compañía de otros servidores, ejecutaban ya las últimas labores de limpieza, antes de proceder a la preparación de la cena.

El joven japonés mantenía su vista clavada en el suelo. De rodillas, sostuvo el ritmo sacando brillo a las duras y sucias baldosas. Una gota de sudor bajó por el costado de su rostro, con la zona de su muñeca secó la parte humedecida y prosiguió con su duro trabajo.

Yuuri extrañaba a Phichit. Hace ya varias horas que no le veía, y, aunque él deseaba pasar más tiempo junto a su amigo, él sabía que en aquellos momentos Phichit se sentía protegido y amado por la presencia del príncipe, y aquello, traía a su alma una dulce sensación de paz.

—¡Hey!

Un fuerte grito resonó por la extensión de la sala principal. Yuuri dio un respingo, de forma instantánea dirigió su vista hacia la puerta, lugar proveniente de aquel bramido.

—¡No puedes pasar! —El guardia extendió su espada a lo largo de la entrada. Una lúgubre expresión se dibujó en su rostro.

—Córrete, viejo estúpido —masculló el joven, intentando evadir al guardia— ¡Córrete, qué esto pesa! —exclamó, tomando con más fuerza la pequeña carretilla que arrastraba.

—¡¿C-cómo me has llamado, niñato atrevido?!

Yuuri solo observaba a la distancia la singular discusión que se desenvolvía en una de las entradas del palacio. Podía ver desde allí la silueta de dos personas; se trataba de un hombre alto, y un jovencito de más baja estatura, el cual, traía arrastrando una carretilla, la que al parecer pesaba bastante.

—¡Eres demasiado niño para hablar así a un adulto! —bramó con rabia el guardia, intentando empujar al muchachito lejos del lugar. El adulto que le acompañaba solo miraba la escena con diversión—. ¡¿Y usted?! ¡¿No va a corregir a su hijo?!

—¡¿M-mi hijo?! —El hombre abrió sus ojos horrorizado. Llevó de forma rápida una de sus manos al pecho, imitando los divertidos movimientos del teatro— ¡Ese niño es muy feo para ser mi hijo!

—¡¡Y tú estás calvo y viejo!! —exclamó iracundo el muchacho, sosteniendo apenas con sus delgados brazos la pesada carretilla que soportaba una gran bolsa de tela.

El guardia miraba la divertida escena con una expresión totalmente sombría; le estaban haciendo perder el tiempo y aquello no causaba nada de gracia en él.

—¡¡Viejo calvo!!

—Niño flacucho y feo.

—¡¿Cómo te atreves?!

—¡¿Cómo es que puede soportarte Otab...?!

—¡¡SILENCIO!!

Un grito ensordecedor emitió el guardia. Observó con la rabia desbordando la discusión entre el hombre y el muchacho.

—¿Quiénes son ustedes y qué mierda hacen en el palacio? —masculló, dedicando una mortífera mirada al hombre. Éste último permanecía con un semblante totalmente apacible.

—He venido hasta el palacio para conversar con su excelencia, el rey —aseveró con orgullo—. Mi pequeño amigo esperará aquí.

Un fuerte bufido resonó entre ambos. El guardia contuvo la risa.

—¿Y tú quién eres? ¿Qué tan importante te crees como para hablar personalmente con su excelencia? —Le miró por sobre el hombro, con soberbia—. Además, vienes al palacio con éste... con éste niñato que más bien parece un perro rabioso. —No pudo evitar soltar una sonora carcajada en la cara del menor.

—¡¿A quién llamas perro rabioso?! ¡Viejo imbec...!

—Yuri —llamó el hombre, desviando su vista hacia el menor. Éste último se contrajo de hombros, temeroso cuando percibió la densa aura que emanaba del mayor.

—¿S-sí...? —resonó su voz en un hilo.

—Ya basta, compórtate —ordenó autoritario. El muchacho solo asintió con la cabeza—. Soy Viktor Nikiforov, burgués y dueño de las embarcaciones a cargo de proveer de los más bellos ropajes a la excelentísima familia real. —Una tenue sonrisa deslizó por sus labios.

—A-ah... Señor Viktor, sí... —balbuceó el guardia, recordando anteriormente la presencia del burgués en el palacio, para el cumpleaños del príncipe.

—Puedo esperar aquí. Me haría un gran favor si consulta al rey su disponibilidad para mi atención —dijo—. Yo esperaré su respuesta pacientemente.

—No se preocupe, señor Viktor. —El guardia agachó su cabeza hacia el hombre—. Perdone antes mi osadía, había oído hablar sobre usted, mas nunca le conocí personalmente.

—No hay problema. Ahora, por favor vaya y consulte al rey —respondió apacible.

—¡S-sí! —El guardia se encaminó con rapidez hacia el despacho del rey, dejando entonces la entrada desprotegida. Viktor y Yuri aprovecharon la ocasión para ingresar en el interior del palacio.

—¿Tenías que venir precisamente a esta hora? —reclamó el muchacho, posicionando la carreta en un costado y echándose cansado al suelo.

—Sí —respondió a secas—. Sabes que no soporto más tiempo sin verlo...

—Ni que tuviera mucho de especial ese gordo —masculló por lo bajo. Viktor pudo oír claramente lo dicho por su pupilo; el muchacho desvió la mirada divertido.

Yuuri, por su parte, solo permanecía fregando las baldosas. No tomó mayor importancia a los sujetos que oía hablar por la entrada, pues él yacía varios metros de aquel lugar.

El joven de rubios cabellos, curioso giró su mirada hacia en donde se ubicaba Yuuri. Entrecerró sus ojos, intentando divisar de mejor forma la silueta de quien yacía de rodillas, ejecutando labores de limpieza. Cuando, se percató de la identidad del japonés, éste abrió los ojos con emoción. Una gran sonrisa deslizó por sus labios.

—¡Viktor! —exclamó, reincorporándose de un fugaz movimiento— ¡Es el cerdo!

—¿Cómo? —El mayor arqueó ambas cejas, extrañado ante la referencia de su pupilo.

—Tsk... —Dedicó una mirada sombría a su maestro. Chasqueó la lengua—. Te estoy diciendo que es... que es Yuuri —concluyó.

Al oír aquello, Viktor sintió su corazón saltar del pecho. Abrió sus ojos de la perplejidad, y de forma instantánea giró su rostro hacia el fondo del salón, y entonces, allí él pudo ver...

A Yuuri. Al joven responsable de sus delirios desde aquel día en que la vida le concedió el enorme favor de conocerle. Al mismo muchacho cuyos ojos le hundieron en lo más profundo de aquel amor que él anhelaba sentir desde hace años.

—Yuuri...

Musitó apenas. Y, una lágrima rodó por una de sus mejillas, cuando, pudo percatarse de que su amado se veía reducido en harapos y suciedad.

—¡Yuuri!

Vociferó Viktor. Y entonces, el joven japonés levantó su mirada perplejo, reconociendo al emisor de aquel llamado.

—Viktor...

Ambos clavaron de forma inmediata sus miradas. Las pupilas del mayor volvieron a revestir de vida, signo de la gran felicidad que provocaba en su alma, la imagen del hombre al que anhelaba con todas sus fuerzas.

Yuuri, por su parte, sentía que su corazón no daría tregua. La silueta de Viktor ante él, traía a su alma una infinidad de sensaciones, provocando en la lucidez de su mente una inestabilidad, consecuencia por tan sublime momento.

Y entonces Yuuri, supo de inmediato lo que ocurría...

Viktor venía a cumplir con su promesa, él...

Él venía a rescatarle.

—¡Yuuri!

Viktor no pudo soportar por mucho más tiempo el estar alejado de su amado. Y, de un movimiento rápido, se echó a correr en dirección al japonés.

—Señor Viktor.

Le detuvo una voz que resonó a sus espaldas, antes de que él pudiese ejecutar otro paso.

—El rey ha dicho que pase a hablar con él —dijo el guardia con fuerza. Viktor, no pudo despegar su vista de la de Yuuri; ambos se hallaban inmersos en la profundidad de sus cristalizadas pupilas—. Señor Viktor —volvió a insistir.

—¿A-ah? —El mayor pudo salir de su trance después de varios segundos.

—Le he dicho que el rey le espera en su despacho, por favor acompáñeme —pidió el guardia, esperando la aprobación del burgués.

—A-ah, sí...

Tras ello, el guardia se giró sobre sí mismo, dirigiéndose así de vuelta al despacho del rey. Viktor, antes de poder seguirle el paso, dedicó por una última vez la mirada a Yuuri, y entonces ambos, pudieron contemplar lo ferviente de sus sentimientos a través de aquella conexión.

Una conexión sin necesidad de palabras o contacto físico. Una conexión que nació después de aquella noche, en la que ambos, encontraron en la presencia del otro, un sublime bálsamo al dolor que provocaba la calamidad de los tiempos.

Cuando Viktor desapareció por el recodo de un pasillo, una expresión de tristeza deslizó por la faz del japonés.

—Eh, gordo —resonó por el costado de Yuuri. Éste, ladeó su rostro hacia el emisor de aquello.

—¡Yu-Yuri! —exclamó con emoción. Un brillo esperanzador revistió nuevamente en sus pupilas.

—Ayúdame a cargar esto, es-está muy pesado —se quejó el menor, arrastrando apenas la pesada carreta con la bolsa de tela. El japonés no tardó en prestarle auxilio.

—¿Qué traes en esa bolsa? ¡Está muy pesada! —exclamó, posicionando nuevamente la carreta en un rincón, apoyando ésta en el lugar.

—¿Acaso no es obvio? —preguntó el menor entre jadeos. Yuuri arqueó una de sus cejas, sin comprender la pregunta que había oído—. ¿Acaso Viktor no te prometió que volvería a buscarte? —Una gran sonrisa deslizó por su faz. Un brillo esperanzador desplegó por su rostro.

—¿C-cómo? ¿E-él...? —balbuceó apenas Yuuri, sin poder creer lo que ocurría. El rubio solo asintió con su cabeza.

—Viktor es un hombre de palabra —sonrió.

De forma rápida, abre la pesada bolsa de tela sobre la carreta, dejando al descubierto lo que ésta poseía en su interior. Cuando Yuuri pudo percatarse del intenso brillo que expendía del lugar, sintió su corazón arrancar del pecho.

—Mil monedas de oro.

Dijo Yuri, cogiendo algunas monedas, y dejándolas caer sobre el resto, provocando que estás resonaran. El joven japonés simplemente no podía creer lo que veía. No asimilaba el hecho de que Viktor fuese capaz de hacer algo como eso, con el único objetivo de poder tenerle a su lado.

—Pronto serás libre, cerdo. Viktor vino a buscarte. 

—Señor Nikiforov, ¿a qué debo el placer de su visita? —preguntó el rey Jeroen, mientras que la puerta de su despacho era cerrada por el guardia que salía.

—Mi señor Jeroen, vengo a tratar un tema de negocios con usted. —Viktor ejecutó una pequeña reverencia hacia el rey—. Estoy seguro que podremos llegar a un buen trato.

Ante ello, el rey arquea ambas cejas. Una expresión de curiosidad desplegó por su faz.

—¿Un negocio? —repitió.

—Sí, mi señor —dijo Viktor, con cierto temor en su voz.

—Pues bien, habla.

Viktor se removió nervioso en su lugar. Intentó buscar las palabras adecuadas para explicar la razón de su presencia en aquel sitio. Después de pensarlo por varios segundos, articuló;

—Estoy interesado en obtener los servicios de uno de los servidores del príncipe Seung-Gil —dijo a secas.

Una expresión de consternación se deslizó por la faz del rey. Viktor pudo percatarse de ello.

—Hable más claro, señor Viktor.

—Estoy interesado en pagar la libertad de uno de sus servidores, majestad —dijo con decisión—. Tengo el dinero suficiente como para pagar a usted no solo la deuda del servidor, sino que también, pagar el derecho a quedármelo.

Una expresión de total desagrado se inmortalizó en la faz del rey; sus cejas se contrajeron, sus labios se torcieron y su mirada se volvió lúgubre. Viktor pudo percatarse de aquello, tragó saliva.

—¿Está usted diciéndome que pretende arrebatar a un servidor de la familia real? —espetó con molestia.

—No, mi excelencia. No pretendo arrebatar, sino que comprar. Tengo el dinero suficiente como para hacerlo —intentó explicar.

—¿De cuánto dinero estamos hablando? —El rey acarició su barbilla, curioso al escuchar el monto que ofrecía el burgués.

—Mil monedas de oro; eso es lo que pretendo pagar por su servidor.

Una sonora carcajada emitió desde los labios del rey. Una expresión de desagrado inmortalizó en la faz de Viktor.

—¡¡Señor Nikiforov!! ¡¡Un sucio y miserable servidor no puede valer tanto para usted!! —bramó, con las carcajadas atorando en su boca.

—Él vale eso y mucho más.

Disparó Viktor sin pensar lo suficiente. El rey arqueó ambas cejas, consternado ante lo dicho por el burgués.

—¿Perdón? —Entrecerró sus ojos, curioso ante lo dicho por el hombre.

—Di-digo... —balbuceó—... Me refiero a que... el muchacho tiene dotes artísticos que son de mi interés, por eso es que estoy pagando esta suma por él, mi señor.

Intentó Viktor excusarse, pues, las palabras dichas por él recientemente, eran bastante reveladoras. Un largo y fúnebre silencio acentuó entre ambas presencias.

—A pesar de su gran oferta, no puedo aceptar, señor Nikiforov —espetó el rey a secas.

—¿C-cómo...? —balbuceó el hombre, consternado. No podía creer lo que oía, se negaba a aceptarlo.

—No hay trato. Ahora puede retirarse —dijo sin más.

—¡¿Acaso no es suficiente lo que he ofrecido, mi señor?! —dijo al borde de la desesperación—. ¡Le daré el doble! ¡El triple! ¡Le daré lo que me pida por el muchacho!

—Señor Nikiforov.

El rey alzó su vista hacia el perplejo e incontenible semblante del burgués. Su mirada se clavó con soberbia, en cada centímetro de su faz era perceptible lo sombrío y lúgubre. Viktor por su parte, solo yacía en la más profunda desesperación; el amor de su vida no estaría junto a él, y eso aplastaba su alma de forma brutal.

—No se rebaje a tal nivel, distinguido señor Viktor Nikiforov. Un sucio servidor, no vale más que el pellejo de una rata. Sucios, indignos e ignorantes; ni siquiera los podría considerar personas. —Una sonrisa macabra se dibujó en su faz—. Podrá encontrar en el pueblo personas libres, pague esa suma de dinero a algún aldeano, sea el ''dote artístico'' que usted esté buscando, estoy seguro que en el pueblo alguien más habrá.

—U-usted no... usted no entiende nada... ma-majest...

—¡¡El que no entiende es usted!!

Un fuerte estruendo resonó por toda la habitación, cuando, el rey con una de sus grandes manos, golpeó de forma brutal la mesa de madera. Viktor dio un respingo del susto.

—¡¡La familia real no cede a sus servidores!! —exclamó eufórico— ¡¡Una vez que se convierte en servidor de la familia real, ya no hay escapatoria!! ¡¡Si yo cedo a usted la libertad de alguno de mis servidores, el pueblo entero será testigo de la indulgencia de la realeza!! —escupió con ira.

—Está usted actuando por mero orgullo —acusó sin titubeos.

—Evidentemente —reafirmó—. Así usted me ofreciera todo el oro del mundo, el orgullo y la dignidad de la familia real no se vende. Un servidor, por más asqueroso y repudiable que sea, es una muestra del respeto que ha de ofrecer el aldeano a su rey. Y nadie, absolutamente nadie, podrá quebrantar la dignidad de la familia real, ni siquiera mil monedas de oro, señor Nikiforov.

Viktor sintió que su mundo caía a pedazos. Su vista nubló y un ligero temblor empezó por invadir en todo su cuerpo. Con todas sus fuerzas apretó por debajo de la mesa sus puños, signo de la fusión de sensaciones negativas que conducían su mente.

Él, simplemente no podía creerlo. Había oído hablar en el pueblo del gran orgullo y necedad del rey, pero jamás imagino que aquello llegaría a tal nivel; considerar a sus servidores como trofeos de la poca humanidad de la realeza. Aquello, no era sino un acto de mero orgullo.

—¿Y bien? —Viktor fue interrumpido de la inmersión de sus pensamientos—. ¿Qué espera para irse? La salida está justo detrás de usted.

El burgués alzó su vista hacia el rey. En sus pupilas desplegó la furia incontenible que acrecentaba en su interior. Una expresión mortífera e invadida de un denso odio, fue dedicada al rey Jeroen. Éste último, se percató de ello, y entonces una sonora carcajada fue disparada en plena cara de Viktor.

—¿Por qué me mira de esa forma? —preguntó divertido— Por favor, retírese. Es usted un hombre distinguido, no quiero ser grosero y llamar a la presencia de mis guardias.

Mas Viktor no se movió de aquel lugar. Su mirada estática siguió dedicando aquel sentimiento iracundo que le invadía. Él no se iría de ese palacio, no al menos sin Yuuri.

—Váyas...

—No me iré —declaró sin titubeos—. Esperaré aquí al príncipe Seung-Gil. El servidor que me interesa comprar es de su dominio, por tanto, es él quien tendrá la última palabra.

Y entonces, la paciencia del rey Jeroen fue sobrepasada. Si había algo que le sacaba de sus casillas, era el hecho de que alguien olvidara el hecho de que él era el rey, y por tanto, la palabra del príncipe frente a la suya, no valía nada.

—¡¡Vete!! —De un rápido movimiento se reincorpora de su lugar, para acto seguido, tomar a Viktor de unos de sus brazos, y arrastrarlo con fuerza hasta la puerta de la habitación—. ¡¡No quiero volver a ver tu cara!! —Abrió la puerta de par a par, con la intención de lanzarlo hacia el exterior, cuando de pronto...

—No me iré. —Viktor, con una fuerza desmedida, cerró la puerta nuevamente en la cara del rey. Alzó su vista, y de cerca, dedicó una expresión mortífera al noble—. No me iré de este lugar sin ese servidor —le desafió.

El rostro del rey pigmento de la ira. El color subió por su faz, provocando en su semblante una expresión iracunda nunca antes vista. Gotas de sudor rondaron por su sien.

—¡¡GUARDIAS!!

Exclamó con todas sus fuerzas, resonando su ensordecedor bramido hasta el exterior de las dependencias. Viktor, no despegó su sombría mirada del rey, le veía de cerca, manteniendo el desafío en pie.

Un severo temblor era evidente en el cuerpo del rey; la ira que experimentaba era terrible. Pronto empezó a ser perceptible el correr de varios guardias hacia la habitación.

—Si no corto tu maldita cabeza y no la exhibo en el pueblo... —masculló el rey, apretando sus dientes con fuerza—... es porque sino estuvieses con vida, no tendría con que vestir.

Escupió con ira, y entonces, sorpresivamente cuatro guardias aparecen en la habitación. Todos estaban armados con mortales espadas.

—¡Mi señor! —exclamaron al unísono.

—Llévense al distinguido señor Nikiforov —ordenó—. Que no vuelva jamás a entrar a este palacio, desde ahora, Viktor Nikiforov es una persona non grata en este lugar.

Las pupilas del burgués cristalizaron al instante. El hecho de pensar siquiera, que jamás volvería a ver a Yuuri, quebrantaba su alma por completo. El dolor era inmensurable, y la expresión en su rostro, evidenciaba aquello.

Los cuatro guardias no tardaron en obedecer las palabras de su soberano, y, en conjunto, tomaron al burgués con fuerza desmedida y lo arrastraron hacia la salida.


—¡N-no me iré de este lugar sin Yuuri, ne-necesito a Yuuri!

Mientras Viktor era arrastrado, fuertes sollozos y súplicas resonaban por el palacio. Él ya no temía a que todos le viesen derrotado e indigno; por Yuuri era capaz de todo.

—¡¡Por favor piedad, ne-necesito ver a Yuuri!!

Sollozó con fuerza, intentando forcejear con los cuatro guardias, mas no le fue posible.

Y así llegaron hasta el salón principal, allí donde esperaba su pupilo junto a su amado; ambos se percataron de inmediato de la situación.

—¡¿Q-qué está pasando?! —se exaltó el más pequeño, girando su vista de forma fugaz hacia donde provenían los sollozos.

—¡¡De-déjenme ver a Yuuri por una última vez!! —lanzó un grito desgarrador—. ¡¡Por favor!!

Viktor, sin pensar lo suficiente, muerde de forma brutal el brazo de uno de los guardias. Un fuerte grito resuena en la sala. Pequeñas gotas de sangre rocían el suelo.

—¡¡Maldito bruto!!

Exclama uno de los guardias, y un fuerte golpe es asestado en plena cara del burgués. Viktor pierde por unos instantes la lucidez de su mente por causa de tan brutal impacto.

—¡¡Nooo, déjenlo en paz!!

Su pupilo no tardó en defenderle. De un movimiento rápido, se echó a correr en contra de los guardias; empezó a lanzar golpes de puños y patadas.

—¡¡Déjate de joder, perro rabioso!!

El pequeño y frágil cuerpo del muchacho no fue de mucha ayuda. Entre dos guardias, le lanzaron de forma rápida hacia el exterior, mientras que los otros dos restantes, se hacían cargo de Viktor, quien yacía débil por el reciente brutal golpe en su rostro.

Y así entonces, tanto Viktor como Yuri, fueron lanzados hacia el exterior del palacio. Un fuerte estruendo ensordeció a los presentes, cuando, aquella entrada del palacio fue cerrada en plena cara de los recién desalojados. Yuuri, quedó perplejo mirando aquella escena.

El japonés no pudo mover ni el más mínimo músculo, estaba shockeado. Veía ante él como sus sueños caían nuevamente a pedazos; sus ilusiones se esfumaban y la única luz que yacía frente a él se apagaba. Apenas un par de segundos más tarde, fue recién capaz de dilucidar la situación. Sus ojos cristalizaron y lágrimas incesantes empezaron a surcar lo pálido de sus mejillas. Un fuerte sollozo arrancó de sus labios, y entonces, desde lo más profundo de sus entrañas articuló;

—¡¡VIKTOOOOOOOOOR!!

Sollozó de forma amarga, para acto seguido, correr hacia el portón recién sellado. De forma brusca y desesperada, comenzó a dar golpes en el sólido metal, intentando abrir paso hacia el exterior. Los guardias no tardaron en retenerle.

—¡Aléjate, inmundo servidor!

Exclamó uno de los guardias, propinando una fuerte patada en el estómago a Yuuri. Éste, arqueó su cuerpo del intenso dolor; un grueso hilo de saliva escurrió por su barbilla.

—Déjate de joder y sigue trabajando —escupió con soberbia otro guardia, para luego, ladear su cabeza y dirigir su vista hacia la carreta que yacía en la pared—. Y llévate esa carreta a un lugar en donde no estorbe, servidor.

Luego de aquello, Yuuri permaneció solo por varios segundos en la oscuridad de la sala principal. Sentía un profundo dolor calar en su ser, especialmente por el trato que Viktor había recibido. Y, en aquellos instantes, el japonés se sintió indigno de aquel amor de su amado. ¿Por qué Viktor, que era un hombre de acomodada posición económica, arriesgaría tanto por él? Yuuri no encontró respuesta coherente a ello...

Y entonces Yuuri, sintió que la inseguridad tomaba el control de sus pensamientos. Él, que era un servidor, un hombre sin posición económica y lo más doloroso...

Un hombre sin libertad.

¿Qué podría tener él de atractivo? ¿Qué podría él ofrecer a Viktor? Nada, absolutamente nada... quizás él, solo sería una terrible carga para el burgués.

De pronto, el japonés dirige su vista de soslayo hacia el rincón de la sala, y entonces allí él ve...

La carreta y la bolsa sellada, con mil monedas de oro.

Yuuri abre sus ojos de la perplejidad. De forma inmediata se reincorpora y corre a cargar con el objeto, llevándolo entonces al cuarto de su amigo Phichit y escondiendo la bolsa bajo su cama.

Yuuri pretendía esperar a que el sol se escondiese de forma definitiva. Las luces fantasmales aún desperdigaban por el cielo, y ya pronto anochecería por completo. Entonces, cuando todo fuese total oscuridad, él huiría del palacio a través del subterráneo.

Aquel objeto era de Viktor, y él, se encargaría de entregarlo en sus propias manos, y también...

De decir personalmente a Viktor todo lo que él sentía. 


El suave galope del caballo generaba una melodía apacible para ambos. La tenue brisa de las llanuras acariciaba sus presencias, el follaje danzaba al ritmo de sus apaciguados latidos; el estar de forma incondicional para el otro, traía una paz inconmensurable a sus almas.

El príncipe y su servidor ya volvían a las dependencias del palacio. Por detrás apretaba con cuidado la cintura del moreno, intentando protegerle de alguna eventual caída desde el equino; su amado ya estaba lo suficientemente herido, y él, no quería que algo más le ocurriese.

Cuando el caballo se detuvo justo frente al portón, el príncipe bajó primero, para acto seguido, ayudar a su amado a descender del animal.

Entonces el noble procedió a la apertura del portón, dejando así el paso libre hacia el interior de las caballerizas. Una vez dentro, Seung-Gil cerró nuevamente el portón y Phichit encaminó al equino hasta su respectivo establo.

—Fue en este mismo sitio, en donde al fin aceptaste que me amabas.

Oyó Phichit tras él. De forma suave dirigió la vista hacia Seung-Gil, quién, llegaba ahora a su lado y acariciaba el hocico al caballo que yacía dentro de su establo.

—Creo que no fue el lugar indicado para tal revelación, majestad —dijo Phichit divertido. Ladeó sus labios, en un intento por sonreír.

—Cualquier lugar era adecuado para que me confiaras tu amor. —Suavemente rodeó al moreno por la cintura—. Incluso, si lo hubieses hecho en el mismísimo infierno, yo habría sido de igual manera el hombre más feliz del mundo.

Phichit no pudo evitar soltar una pequeña risita. Una sensación de ternura desperdigó por el umbral de su alma; quién diría que el antes sádico y lúgubre príncipe, terminaría siendo un pequeño cervatillo en la intimidad de pareja.

De un movimiento suave, Seung-Gil posiciona una de sus manos en la mejilla herida de su servidor. De forma tenue desliza los dedos por la cicatriz de su amado; sus ojos cristalizaron, y Phichit, pudo percatarse de ello.

Y es que, a pesar de que Seung-Gil intentaba por todos los medios ocultar su malestar frente a Phichit, su corazón se deshacía en pedazos cuando volvía a admirar cada herida en el rostro de su amado.

El tailandés sintió una estocada cruzar por su pecho, cuando, una espesa lágrima rodo por una de las mejillas de su príncipe.

—No...no...no... —susurró apacible, secando de forma suave la lágrima de su amado. Un tenue beso fue depositado en los labios del príncipe—. No quiero que llore majestad, ¿qué pasa? —musitó.

—Es mi culpa... —susurró, desviando la mirada con pesar.

—No, majestad, no diga eso. —De forma suave, Phichit giró nuevamente el rostro del noble hacia el suyo—. Nada es su culpa, esto fue un accidente, ¿lo recuerda?

—S-sí, pero... —Se detuvo. Un gran suspiro es emitido—. Debí insistir más. Debí luchar para no ir a ese viaje. Si yo no hubiese ido, nada de esto te habría ocurrido.

—Usted no sabía lo que me harían.

Disparó Phichit sin pensar lo suficiente. La expresión en el rostro del príncipe cambio de forma instantánea. Phichit quedó perplejo, cuando, se percató de lo reveladoras que eran sus palabras.

—¿''Lo que te harían''?

Replicó el príncipe, arqueando ambas cejas. Un silencio mortífero e incómodo se acentuó entre ambos por largos segundos. Phichit desvió su mirada con pesar, intentando rehuir de la ahora perpleja expresión de su amado.

—Phichit.

Volvió a llamar Seung-Gil, intentando retomar la atención del moreno. Mas Phichit, mantenía la vista hacia un costado, rehuyendo de la densa mirada del azabache.

—Phichit —llamó con fuerza el príncipe, resonando entre ambos la autoridad con la cual articulaba el nombre de su servidor.

—L-lo siento, yo...

—Respóndeme lo que te estoy preguntando —exigió sin titubeos. Un denso odio empezó a desplegar en sus pupilas. Un escalofrío recorrió la espalda del tailandés.

—Me... me refería a que... a lo que me hicieron, ya sabe...

—No, no lo sé —espetó a secas.

—Di-digo... su padre y Baek, ellos... ellos me hicieron limpiar la sala principal... —intentó excusarse—. Y bueno, cuando limpié la sala principal, justo cayó eso sobre mí, y no recuerdo mucho más...

Luego de aquella explicación, un silencio lúgubre se extendió por largos segundos, siento perceptible solo la respiración de ambos. Un profundo suspiro es emitido por Seung-Gil.

—Majestad...

—¿No me estás mintiendo? —preguntó de forma apacible, dedicando una mirada revestida de ternura a su servidor. Phichit sintió que su corazón se apretujaba.

—Yo no sería capaz de mentirle... —susurró.

Y entonces, una tenue sonrisa se dibujó en los labios del azabache. De forma suave rodeó a su servidor, fundiéndose así ambos, en un tierno abrazo.

Phichit sintió que sus ojos cristalizaban; el mentir de esa forma a su amado, dolía profundamente en su alma.

Amaba a Seung-Gil, lo amaba por sobre todas las cosas, y el tener que ocultar la verdad de lo sucedido a su príncipe, traía a él un terrible cargo de consciencia, mas Phichit sabía, que aquello era necesario.

Por el bien de su amado, y por el bien de su familia.

—Te amo...

Susurró Seung-Gil en su oído, estando aún unidos en un abrazo. Phichit sintió que su corazón se apretujaba más aún.

—Y yo a usted más aún, majestad...

Ambos se separaron apenas, y, de forma tenue, Seung-Gil fue acortando distancia hacia el rostro de su servidor.

Phichit, en un intento por dispersar de su mente la terrible culpa, cerró sus ojos con pesar, para así, dedicar atención al sublime momento que ahora pasaba con su amado.

Un beso.

El príncipe Seung-Gil fundió sus labios con los de su servidor. De forma tenue cruzó sus brazos por detrás de la cintura de su amado, mientras que Phichit, cruzaba los suyos por detrás del cuello al noble.

Y entonces, en aquel instante, para ellos no existió nada más que no fuese su propia existencia. Ambos yacían con el alma trizada, pero la presencia del otro, constituía un bálsamo sanador para sus dolencias internas.

Y una caricia tras otra fueron extendidas a cada hebra azabache del otro. Con suma delicadeza, como si se tratase de una bella flor exótica, ambos recorrían con sus manos cada centímetro de piel en sus rostros, palpando cada zona con gusto, como si sus vidas dependiesen de ello.

Y las risas entre medio del beso, no tardaron en hacerse presentes. La felicidad que invadía sus corazones, era de tal proporción, que solo a través de la fusión de la mirada grisácea y azabache, era entendible el sentimiento tan mágico que les unía.

Mi amor... —suspiró el príncipe, dibujándose una apacible sonrisa inundada de paz en su rostro. Sentía su corazón saltar del pecho cada vez que podía extraer de los labios de su amado, el dulce néctar que tanto anhelaba.

Al ser testigo del semblante tan apacible de su amado, Phichit, sintió unas ganas inconmensurables de unirse a Seung-Gil para toda la vida. Él, que había sido toda su vida un soberano sanguinario, lúgubre e inhumano, ahora mismo, demostraba ante su servidor su verdadera naturaleza...

La verdadera naturaleza de su alma que había sido transformada, corrompida y anulada por la inhumanidad de su padre y de sus experiencias de vida, pero, que tan solo con un poco de comprensión y amor, fue capaz de florecer nuevamente.

Y nuevamente sus labios se unieron de forma armoniosa. Con una ternura y dulzura indecibles, ambos disfrutaban del suave roce de sus labios, sonriendo de vez en cuando entre medio de tan sublime y sagrado ritual.

—¿Interrumpo algo?

Resonó con autoridad a un costado de ellos. De forma inmediata ambos se separaron, totalmente exaltados.

—¿Para qué se separan? Sigan, se ve que lo están disfrutando.

Phichit abrió sus ojos horrorizado. Un fuerte alarido arrancó de sus labios, cuando, pudo percatarse de la identidad del emisor de aquellas palabras. Seung-Gil por su parte, respiraba con agitación.

—¿Quedaron mudos? —inquirió quien les sorprendió.

Por largos segundos un silencio mortífero desplegó por la extensión de la atmósfera, siendo solo perceptible las respiraciones agitadas de los tres.

—¿Q-qué haces a-aquí? —balbuceó Seung-Gil, totalmente descolocado por la situación.

—¡Ah! —exclamó Sala Crispino— Claro, es más importante saber porque yo estoy aquí, del por qué tú te estás besando con este asqueroso servidor de mierda.

—¡¡No te atrevas a insultarlo!! —Seung-Gil intentó dar un paso hacia Sala, mas Phichit le retuvo por detrás.

—¡¡No, majestad, tranquilo!! —exclamó eufórico, reteniendo al príncipe con ambos brazos. Un severo temblor era perceptible en el débil cuerpo del tailandés.

—¿Majestad? —Una risa revestida de soberbia arrancó de los labios de Sala— Es algo totalmente irónico que te estés encamando con mi prometido, y que aun así, le sigas tratando con tanta formalidad —acusó sin titubeos, dirigiendo una mortífera mirada hacia Phichit.

''Encamar''.

Cuando Seung-Gil oyó aquella palabra, sintió que el raciocinio de su mente se apagaba. Sala estaba reduciendo a su amado a menos que una prostituta, y aquello, traía a Seung-Gil una ira fulminante.

—¿Encamar? —masculló Seung-Gil, iracundo— Creo que te estás confundiendo de persona, Sala —acusó—. Quien se encama a diestra y siniestra, es otra persona, no Phichit.

La mirada que Seung-Gil dedicó a Sala, fue de total desprecio. La princesa, sintió una estaca cruzar su pecho, cuando, entendió de inmediato la referencia de su prometido; aquella noche en que ella le intentó seducir en su habitación.

El color empezó a subir por la faz de Sala Crispino, y, de un rápido movimiento, saca su abanico y empieza a airear su rostro.

El temblor en el cuerpo de Phichit no pudo cesar, y, por un momento, sintió que iba a desfallecer de los nervios. Seung-Gil se percató de inmediato.

—¡¡Phichit!! —exclamó, sosteniendo a su servidor, quien, se tambaleó por un instante, apoyándose en uno de los corrales.

—Es-estoy bien... —balbuceó, totalmente tembloroso.

Sala dedicó una mirada llena de odio a Phichit, para luego, articular;

—No sé qué es lo que te haya pasado —espetó—. Pero, te lo tienes totalmente merecido —masculló, haciendo referencia a las heridas que yacían en la piel del moreno. Phichit, bajo su vista con tristeza.

—Y-yo...lo siento... yo...—balbuceó, siendo notorio un severo quiebre en su voz.

—Ya basta —espetó Seung-Gil, con la ira desbordando. En sus azabaches pupilas, era evidente un terrible sentimiento lúgubre.

—¡¡Es increíble que lo defiendas a él antes que a mí!! —vociferó iracunda— ¡¡Yo soy tu prometida, él es tan solo un sucio servid...!!

—¡¡Cállate!!

—¡¡Cómo es posible que hayas caído tan bajo, Seung-Gil!!

Phichit sintió que su mente se tornaba endeble. Su vista se nubló y lágrimas empezaron a rodar inconscientemente por sus mejillas; los nervios que le invadían no daban tregua.

—Phichit.

Escuchó apenas el tailandés, ladeó de forma tenue su vista hacia el príncipe. Éste le miraba con total seriedad.

—Vete de aquí —ordenó—. Ve y espérame en mi habitación.

—¡¿En tu habitación?! —inquirió por otro lado Sala, totalmente histérica— ¡¡No voy a permitir que lo metas a tu habitación!!

Phichit dirigió nervioso su mirada hacia Sala, quien gritaba a espaldas de Seung-Gil. Éste último tomó de la barbilla a Phichit y le obligó a hacer contacto visual directo.

—No la mires a ella, mírame a mí —espetó—. Quiero que vayas y me esperes en mi habitación, ¿entendido?

—Pe-pero... no le puedo dejar solo, y-yo... no...

—Phichit —masculló entre dientes, totalmente iracundo—. Es una orden, no es una petición. No olvides tu lugar, yo soy tu príncipe. Ve a mi habitación; no hay lugar a discusión.

El tailandés miró por extensos segundos la faz del príncipe, buscando en el semblante de su amado algo de indulgencia, pues, sus palabras recientes habían resonado demasiado duras para ser de él.

De pronto, la faz del príncipe cambia por completo; una tierna sonrisa es dedicada al moreno, para luego, dibujar con sus labios las siguientes palabras;

Te amo.

Ante ello, una tierna sonrisa desliza por los labios de Phichit. De forma rápida asiente con su cabeza, para acto seguido, correr hacia el interior del palacio en dirección a la habitación del príncipe.

—¡¿Por qué lo has mandado a tu habitación, Seung-Gil?!

El fuerte reclamo por parte de su prometida, le provocó salir desde la inmersión de sus pensamientos; de forma rápida se volteó y le miró iracundo.

—Eso no es de tu incumbencia.

—¡¿Qué?! —exclamó— ¡¡Ya basta!! ¡¿Hasta cuándo tendré que sopor...?!

—¡¡Sala, ya cállate!!

—¡¡Eres un imbécil!!

De un rápido movimiento, Sala acorta distancia hacia Seung-Gil. De forma frenética empieza a lanzar golpes de puño en el pecho de su prometido.

El príncipe, impulsado por la ira, toma a Sala por una de sus muñecas, para luego, encaminarla con rapidez hacia su habitación.

—¡¿A dónde crees que me llevas?! —vociferó con ira, intentando rehuir del agarre del príncipe.

—Iremos a tu habitación —explicó, apresurando el paso—. Es una vergüenza que estés montando este espectáculo aquí.  

Una vez dentro en la morada de la princesa, Seung-Gil cerró la puerta con fuerza desmedida, generando entonces un ruido ensordecedor.

Sala, a duras penas pudo reincorporarse, para luego, girarse sobre sí misma, y, de forma sorpresiva, impacta de forma brutal el rostro del príncipe con una fuerte bofetada. Seung-Gil cierra sus ojos con fuerza, intentando mantener su compostura; la actitud de Sala le estaba colmando la paciencia, y él, no quería hacer algo de lo que se arrepintiese.

—¡E-eres asqueroso! —sollozó de forma amarga, posicionando ambas manos sobre su nariz y hasta su barbilla.

—Sala, escucha...

—¡¿Qué quieres que escuche?! —exclamó eufórica— ¡Ya te vi, no hay nada qué explicar!

Seung-Gil bajó la mirada, solo se dedicó a guardar silencio.

—¡Te vi besándote con tu servidor! ¡Con tu propio servidor, Seung-Gil! —sollozó, caminando de forma nerviosa por la habitación, similar a una fiera enjaulada—. ¡¿Cómo es que puedes caer hasta tal extremo?!

—Ten cuidado con lo que vas a decir —le amenazó.

—¡¡No, no tendré cuidado!! —escupió con ira— ¡¡Yo soy una princesa!! ¡¡Una mujer de alta cuna, de alcurnia, de un fino linaje!!

Seung-Gil le desolló con la vista; sentía que un terrible ardor se posaba en la boca de su estómago, la ira que sentía hacia Sala iba acrecentando con rapidez.

—¡¡En cambio él es un servidor, no tiene libertad, es un hombre, un ignorante!!

—¡Silencio!

—¡¡ES UN ASQUEROSO SERVIDOR!!

—¡¡CÁLLATE!!

De un movimiento rápido, Seung-Gil toma con fuerza de los hombros a su prometida, sacudiéndola despacio y acechándola con su lúgubre mirada. Sala siente su corazón saltar del pecho, sus ojos abren horrorizados.

—Ca-cállate... —masculló— No lo vuelvas a insultar en tu jodida vida, jamás. —Se detuvo, intentando retomar la calma—. Si vuelves a humillarlo, no responderé por mis actos.

De un fugaz movimiento, Seung-Gil suelta a Sala de su agarre, un severo temblor se presenta en su cuerpo.

Un silencio mortífero e incómodo se acentúa en la morada de la noble; en varios minutos una densa atmósfera se configuró, tan densa que ésta, podía ser cortada con una daga.

—Re-real... realmente tú... —susurra Sala por lo bajo, siendo perceptible una tristeza inconmensurable en su voz—... ¿Realmente tú amas a ese servidor?

Otro largo silencio se acentúa entre ambos. Seung-Gil siente un escalofrío recorrer por su espina dorsal. Nervioso, una mano frota por su rostro, secando el sudor que yacía impregnado por tan reciente sentimiento de ira. Un profundo suspiro es emitido por él.

—Sí —musitó—. Lo amo. Lo amo más que a mi propia vida.

En aquel momento, solo fue perceptible el sonido de la llama en la vela; por varios segundos ninguno fue capaz de articular algo, hasta que fue Sala, la responsable de quebrantar aquel silencio.

—¿Por qué, Seung-Gil...? —En las palabras de la princesa ya no era perceptible la ira, sino más bien, un terrible sentimiento de desolación.

—No lo sé, Sala... —respondió derrotado—... no lo sé, yo solo... solo sé que no puedo amar a otra persona que no sea él...

—¿Ni siquiera a mí, Seung-Gil? —De forma lenta acortó distancia hacia su amado, quedando justo frente a él.

—No... —musitó apenado—... A nadie, Sala... no puedo, él me tiene totalmente atrapado.

Las pupilas de la princesa se cristalizaron por completo, mas, contuvo sus lágrimas.

—¿Y entonces, Seung-Gil...? —susurró— Tú y yo debemos casarnos, tú lo sabes...

—Lo sé —espetó a secas—, sé que debo casarme contigo, y lo haré —dijo con decisión. Una amplia sonrisa se deslizó por la faz de la mujer.

—¡Seung-Gil!

—Pero eso no quiere decir que te ame —aclaró—. Contraeré matrimonio contigo porque es mi deber, mas no porque sienta algo por ti. Nuestra vida marital se resumirá a actuar bien frente al resto, en especial frente a los reyes y el pueblo, mas quiero que sepas que no dejaré de amar a mi servidor.

Aquella declaración fue como una daga al corazón de la dama. Sintió que su alma caía a pedazos.

—N-no me digas eso, por favor...

—Prometo crear una alianza con tu reino, mas no te prometo satisfacer tus necesidades como mujer —espetó—. Quiero que busques a alguien que pueda amarte, alguien que te entregue el amor y la atención que mereces.

—¡No puedo, yo te amo! —De un rápido movimiento, se afianza al pecho del príncipe, aferrándose a él en un frenético abrazo.

—No... —Suavemente le separa—. Yo sé que no me amas, sé que alguien más está generando ruido en tu corazón —susurró.

Sala, ante aquellas palabras, guarda total silencio. Una expresión revestida de dolor inmortaliza en su faz.

—N-no es cierto, yo... yo te amo...

—Tengo que irme.

De un movimiento rápido, Seung-Gil se encamina hacia la salida, abriendo la puerta y disponiéndose a traspasarla, cuando de pronto, Sala articula;

—Si pones un pie fuera de esta habitación, acusaré a Phichit con tu padre y un inquisidor.

Al oír aquello, el príncipe voltea sobre sí mismo. Una mirada revestida de apacibilidad es dedicada a su prometida. Sala le observa con los ojos invadidos de lágrimas.

—Tú no eres capaz de algo como eso.

Y dicho aquello, Seung-Gil sale de la habitación, cerrando la puerta de forma suave tras él. Sala siente una daga enterrar en su pecho. De rodillas cae al suelo, derrotada; un desgarrador sollozo arranca de sus labios, y las lágrimas, caen de forma abrupta por la extensión de sus mejillas.

Por varios minutos aquella morada fue un nido de desolación. Los fuertes sollozos no daban tregua a la herida alma de la princesa. Entre la oscuridad que era contrarrestada por una leve llama, Sala se deshacía en la más terrible amargura.

Ella, que era una dama, que había soñado toda su vida con un amor correspondido, que había esperado el momento de su matrimonio, que le habían prometido se casaría con un hombre apuesto que daría su vida por ella.

Ahora mismo, ella...

Veía todas sus ilusiones caer a pedazos, y todo...

Por culpa de aquel servidor.

Un sentimiento de ira incontenible se asentó en su alma. Con fuerza apretó sus dientes y tiró de sus cabellos, siendo controlada por la ferviente frustración que sentía; un sentimiento de desprecio hacia Phichit se hizo presente.

¿P-por qué...?

Musitó apenas en un sollozo. De un movimiento, e impulsada por la poca lucidez de su mente, empieza a romper los objetos que decoran su habitación. Un fuerte grito desolador es emitido por la mujer.

¿Sala?

Se oye tras ella. De forma rápida, Sala voltea su vista hacia la entrada, no pudiendo distinguir la silueta de quien yacía entre la oscuridad.

—¡¿Qué te pasa, Sala?!

En menos de tres segundos, Sala ya estaba siendo abrazada con fuerza por aquella persona. Y ella, sintió que por fin alguien comprendía lo mal que se sentía; que entre tanta calamidad, al fin era socorrida.

—¿Q-qué pasa? ¿P-por qué estás así? —sollozó la persona que permanecía abrazada a ella— M-mi Sala... ¿Qué ocurre?

Y la princesa, sintió que su corazón daba un vuelco. Un amargo sollozo arranca de sus labios, y, de forma instantánea, se aferra con fuerza a quien vino a socorrerle.

—M-Mila...

Por varios segundos, Mila fue para su amiga un apoyo incondicional. De forma suave, Mila acariciaba el cabello de la princesa, intentando mitigar la amargura que yacía en su interior, destruyendo cada esperanza que hasta el momento ella había atesorado.

De forma suave, Sala se separa de la mujer, intentando rehuir de su abrazo. Mila le mira con extrañeza.

—¿Por qué... por qué estás llorando? —susurró con indulgencia, siendo perceptible en su voz una total ternura. Con una de sus manos recogió un mechón de la princesa, con suavidad lo posicionó por detrás de su oreja.

—¿Cómo entraste al palacio? —respondió con dureza, desviando su mirada sin ningún tacto.

—Eso no es lo que importa —musitó con tristeza—. Quiero saber por qué estás llorand...

—Porque vi a Seung-Gil y a su servidor besándose en las caballerizas —sollozó con amargura.

Una expresión de total congoja inmortalizó en la faz de Mila. Por varios segundos un silencio se acentuó entre ambas, siendo perceptible tan solo el crepitar de la débil llama en la vela.

—N-no sé qué decir, yo...

—Quiero que muera.

Espetó, con la rabia desbordando en cada una de sus palabras. Una expresión de total perplejidad se asentó en la faz de Mila.

—¿Q-qué estás diciend...?

—¡¡Quiero qué se muera!! —reventó en llanto—. ¡¡Quiero que ese servidor se muera, lo quiero muerto!!

Una expresión totalmente lúgubre se expandió por el semblante de la mujer. En sus ojos antes repletos de vida e inocencia —tal y como la recordaba Mila—, era ahora visible un sentimiento de perturbación; Mila no pudo reconocer a su antigua amiga, y aquello, provocaba en su alma una terrible herida y decepción.

—¿Q-qué pasó contigo, Sal...?

—¡¿Qué?! —gritó en su cara— ¡¿Ahora tú también vas a alejarte de mí?! ¡¿También vas a defenderlo a él?!

—¿Qué? No, yo solo...

—¡¿Vas a abandonarme de nuevo?!

Ante ello, Mila abre sus ojos de la perplejidad, totalmente descolocada. Sala le mira con un denso rencor; un silencio mortífero se acentúa entre ambas.

—¿Qué pasa contigo, Sala...? —susurró. Sus ojos cristalizaron y un evidente tono de tristeza era perceptible en cada una de sus palabras—. T-tú no eras así... desde que desapareciste del reino, hace dos años...

Mila fue testigo de como en el rostro de Sala cambiaba su expresión; de un semblante duro e indiferente, se configuró uno lleno de dolor y desolación. Un profundo suspiro es emitido por Mila. Ésta prosiguió.

—Desde que desapareciste hace dos años del reino Crispino, y hasta hace un año que recién has aparecido... cambiaste completamente —susurró con tristeza—. Incluso... incluso jamás supe si seguías sintiendo lo mismo por mí... yo...

—Cá-cállate...

—No —espetó con dureza—. Tú y yo... nos amábamos, Sala. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Hacia dónde fuiste? ¡Ya no eres la misma! Cuando tú desapareciste, me vine a este reino, me hacía mal vivir allí, recordándote siempre, y siendo testigo de tu poco tacto al abandonar lo nuestro como si no tuviese importancia alguna, tú...

—¡¡CÁLLATE!! —De un fuerte movimiento, Sala obstruye sus oídos. Un severo temblor se expandió por su cuerpo—. ¡¡No quiero oírte!!

Mila no pudo retener las lágrimas. Un leve sollozo arrancó de sus labios, no pudiendo soportar la incertidumbre que clavaba con fuerza en su alma.

¿Qué había ocurrido con Sala? Ella, que había sido su antiguo amor... porque sí, ambas habían sostenido una relación secreta hasta hace dos años, cuando ella aún permanecía viviendo en el reino Crispino, pero, un día Sala despareció sin dar señal alguna...

Y desde entonces Mila, no supo más de ella, hasta hace poco. Sin embargo, algo pudo Mila reconocer en la princesa, y es que el semblante de su amada había cambiado; ya no era la dulce dama que recordaba, sus ojos delataban un profundo dolor e indiferencia, y, lo peor de todo...

Al parecer ya no le amaba.

—¿Qué pasó contigo, Sala? —Mila ya no pudo conservar la compostura. Un quiebre total fue perceptible en su voz—. ¡¿Hacia dónde fuiste?! ¡¿Por qué has cambiado?! ¡¿Qué fue lo que pasó?!

—¡¡Bien!!

Un grito ensordecedor fue emitido por Sala; su amiga dio un fuerte respingo. Un total silencio se acentuó entre ambas presencias.

—¿Quieres saber por qué cambié?

Con brusquedad secó sus lágrimas. Clavo su densa mirada en Mila, quien, le observaba con total tristeza. Un aura repleta de dureza y que evidenciaba un terrible dolor no curado, fue perceptible en el semblante de Sala Crispino.

Y entonces los recuerdos, vinieron como un aluvión a la mente de la princesa. Su corazón apretujó y su alma volvió a quebrantar en miles de pedazos. De forma suave y con una ternura indecible, posó ambas manos en su vientre, como intentando acariciar una presencia que ya no yacía en su interior.

Y entonces Sala, con el dolor más profundo de su alma, articuló;

—Hace dos años... mi hijo fue asesinado. 

Año 1416.

Monasterio de las Clarisas.

Cerreto Sannita.

—Pero es ella una mujer de alta cuna...

—¿Una mujer de alta cuna, dice usted, hermana? Una mujer de alta cuna no sería capaz de practicar tales aberraciones.

—Es una princesa, este lugar no es indicado para ella.

—He recibido el permiso directo y absoluto de su madre, la reina. No hay nada más que discutir, hermana. Ahora guarde silencio.

—Sí, señora abadesa. Disculpe mi osadía.

Después de aquella conversación inicial, la mujer abadesa, quien poseía el cargo máximo en el Monasterio de las Clarisas, se dispuso a partir hacia la habitación en donde yacía una asustadiza muchacha que no comprendía la situación que sobrevendría sobre ella.

—Muchacha, arriba.

Espetó con autoridad, cuando, entró en la habitación y fue testigo de lo asustada que yacía Sala Crispino.

—¡Arriba, dije!

—¡S-sí!

La joven princesa se levantó de un respingo. Con los ojos cristalizados observó el duro rostro de la mujer, la que, no demostraba ni la más mínima indulgencia o compasión por la joven.

—Ya debes saber la razón del por qué tu estadía en este lugar —inquirió con dureza. La mujer de holgados ropajes eclesiásticos, le miraba por sobre el hombro, con total soberbia.

—S-sí... —musitó apenas, con un nudo en la garganta.

—Dime entonces, ¿por qué estás acá? —exigió.

—Pe-pero... yo pensé que usted sabía porque yo...

—¡Contéstame! —exclamó—. ¡¿Por qué estás acá?! ¡Dilo en voz alta! ¡Qué dios escuche la aberración que has cometido!

Sala sintió un temor reverencial inundar en cada parte de su ser. Un ligero temblor se hizo perceptible en su cuerpo.

—Es-estoy aquí porque... porque cometí un... un terrible pecado —dijo, pendiendo su voz en un hilo.

—¿Qué pecado cometiste? Que Dios te escuche, jovencita.

—Me... me he enamorado de una mujer, y... y mi madre se ha... se ha enterado...

—¿Y eso qué es?

—El pecado más horrendo cometido hacia Dios nuestro señor.

—Perfecto.

Desde aquel día, nada fue igual para Sala. El tener que acostumbrarse a la vida eclesiástica fue para ella todo un proceso complejo. El tener que dedicar su vida a lo que jamás ella habría imaginado, encajar su existencia en un ambiente que no era de su agrado, bajo el mando de una mujer que se ensañaba en perturbar todo a su paso, desenvolverse con personas extrañas a ella y con un estilo de vida poco decoroso a lo que acostumbraba.

Todo ello, era una experiencia tortuosa para Sala, pero...

Aquello, no era nada comparable a lo que el destino guardaría para ella, corrompiendo por completo la inocencia que yacía en su alma, y, en especial, ocasionando una terrible conversión en su ser.

*******

A pesar de que los días pasaron, Sala jamás pudo arrebatar de su corazón los recuerdos de Mila. En su mente desplegaba como una avalancha cada caricia y cada beso de su amada; su sola imagen constituía para su alma herida un exquisito bálsamo y compañía que alivianaba el dolor entre tanta soledad y frialdad, estando lejos de casa.

Cada noche, antes de dormir, era aquello un ritual sagrado; el orar a Dios cuidar a su amada y a su familia, especialmente a su hermano Michele, para luego, proceder a escribir una carta a Mila...

Cartas que jamás fueron enviadas a su amada, y por tanto, jamás fueron leídas.

Y con el tiempo, Sala fue comprendiendo el ritmo de vida en aquel sitio. A pesar de que, era tratada distinta al resto pues, era de conocimiento público la razón de su estadía, y por tanto, marginada—, Sala pudo encontrar en aquel sitio, el primer encuentro cercano a Dios.

Y, a pesar de que Sala sufría en la lejanía de su familia y de su amada; ella jamás guardó rencor hacia su madre, pues, la admiración y el amor que sentía hacia quien le dio vida, sobrepasaba cualquier castigo del cual ella fuese merecedora.

Las decenas de cartas que tenían a una clara destinataria, fueron siempre guardadas bajo su colchón, escondiendo éstas del ojo que todo lo juzga y que también todo lo castiga.

Sin embargo, un día Sala fue descubierta. Y, al día siguiente, para Sala todo cambió.

El día en que Sala comprendió que su madre no la amaba lo suficiente, que el ser una mujer de alta cuna no le eximía ni del sadismo ni de la inhumanidad, y que aunque estuviese con vida, ella no tenía derecho a conducirla, pues, era tan solo el títere para fines más importantes que su propia felicidad.

Y aquel día, algo murió dentro de Sala, pero a la vez...

Algo también vivió.

—Señorita Sala Crispino, ¿sabe ahora la razón del por qué le he aislado del resto de sus hermanas? —preguntó la Abadesa, dedicando una dura mirada hacia la joven, la que yacía con los nervios de punta, al percatarse de lo lejos que se hallaban de la comunidad; estaba sentada en un salón aledaño, lejano al resto del monasterio.

—N-no... —balbuceó ansiosa, mirando por la ventana, intentando encontrar la presencia de alguien. Aquella mañana una corazonada le decía que no debía partir junto a la abadesa hasta aquel salón—. Madre superiora, creo que nos hemos equivocado de salón. No es este el sitio en donde debo orar junto a mis herman...

—Lo sé —espetó ella, totalmente indiferente—. No está aquí para orar, señorita Crispino.

Sala le miró con total perturbación. Leves jadeos de la ansiedad rehuían de sus labios. Por debajo de sus holgados ropajes propios de una monja, su endeble cuerpo temblaba del miedo; ella ni siquiera imaginaba lo que el destino traería a su vida.

De pronto, la abadesa saca de uno de sus bolsillos una hoja, Sala abre los ojos de la perplejidad.

—E-eso es...

—Sí, señorita Sala —dijo con fuerza—. Una de las tantas cartas que usted escribió para la señorita Mila Babicheva, ¿la recuerda?, la misma que la ha inducido hasta este lugar, y la misma, que ha provocado que usted esté a punto de merecer el castigo que su madre nos ha confiado aplicarle.

—¿Qué?

Sala quedó boquiabierta, no pudo reaccionar por varios segundos. La abadesa solo se dedicó a desollarla con la vista.

—Intenté ser con usted una persona indulgente, princesa Crispino. —Frente a los ojos de Sala, prendió fuego a la carta. Está comenzó a consumirse de forma lenta—. Es lamentable, pero su madre nos ha indicado otro método para que usted entienda que, el cometer pecados ante Dios nuestro señor, es algo inaceptable.

—¡¡Querer a una persona no es un pecado!! —gritó Sala, eufórica.

—¡¡Silencio!! —Un grito ensordecedor resonó por toda la habitación—. ¡¡Ya me harté de ti, niña!! ¡¡Ya ha sido suficiente!!

De pronto, unos golpes en la puerta irrumpen el denso ambiente. Una gran sonrisa se desliza por la faz de la joven, creyendo que al fin alguien iría en su auxilio. La abadesa sonríe de igual forma.

—Creo que ya ha llegado el abad del monasterio hermano.

Artículó. Y, de forma inmediata, la abadesa abre la puerta de par a par. Un hombre con ropajes igualmente eclesiásticos, ingresa en la habitación, dejando a Sala con total perplejidad.

Grandes sonrisas eran visibles en los rostros del Abad y la Abadesa; Sala sintió que iba a desfallecer.

—¿Q-qué está... está pasando? —preguntó apenas, con su voz pendiendo en un hilo.

El Abad alzó ambas cejas, agraciado ante la pregunta de la muchacha.

—Señorita Crispino, le presento al señor Abad. Él se encargará de aplicar el castigo que su propia madre ha encomendado ante su necedad. —Una amplia sonrisa se extiende por la faz de la mujer—. Deberá cooperar.

Una expresión de total horror invadió el rostro de Sala, cuando, pudo percatarse de que el Abad, se estaba despojando de su túnica.

—N-no... No... ¿M-mi madre? —balbuceó, mirando con horror como el Abad se despojaba ahora de su crucifijo—. Ella no... Y-yo soy s-su hija... Ella no...

—Lo lamento mucho. —La Abadesa alzó ambas cejas, con soberbia—. Señor Abad.

—Madre superiora —dijo con fuerza el hombre.

—Dejaré que haga su trabajo con tranquilidad, cuando termine, pase a avisarme. Con su permiso. —Se giró sobre sí misma, dirigiéndose entonces hacia la salida.

—Vaya con Dios —susurró el eclesiástico.

Sala no pudo reaccionar cuando oyó la puerta cerrar, y tras ello, la mujer desaparecer.

No. Ella se negaba a creer que aquello estaba pasando, que el castigo del cual era merecedora, era precisamente aquello...

Pero, sus escasas esperanzas desaparecieron, cuando, el Abad se despojó entonces de su pantalón.

Y Sala, experimentó el horror más desolador y profundo de su existencia. Sus temblorosas pupilas se cristalizaron y una terrible sensación de mareo llegó a su cuerpo; su lucidez mental empezó a desestabilizar.

—¡¡¡AAAAYUUUDAAAAAA!!!

Gritó eufórica, corriendo hacia las ventanas del otro lado de la habitación y golpeando éstas con desenfreno.

—¡¡¡AAAUXILIOOO, ALGUIEN AYÚDEMEEE!!!

Los desgarradores gritos de la joven resonaron por la habitación y los pasillos aledaños; mas nadie le oyó, ni socorrió...

Solo la madre superiora fue testigo de los terribles sollozos de la joven mujer. Con una sonrisa de par a par, fuera de la habitación oía de forma plácida como la humanidad de Sala era desgarrada de forma brutal.

Y entonces Sala fue despojada de toda dignidad, y sometida a los más bajos y asquerosos instintos humanos. Y su alma, antes revestida de buenos sentimientos, fue pisoteada y despedazada por la simple razón de amar; y el mundo entero, y el mismísimo Dios, fueron testigos de la injusticia hacia una mujer, pero nadie...

Nadie hizo nada.

—¡¡¡MAMÁAAAAAAAAAAA!!

Un grito de socorro hacia su madre; el ser humano que le albergó durante nueve meses en lo más íntimo de ella, pero que en aquellos instantes, no pareció importarle.

Una madre; el único ser en el mundo en el cual confías plenamente. La persona a la cual confías incluso tu vida misma, quien te protege a capa y espada de las más lúgubres experiencias, con quien fuiste en algún momento de tu remota vida uno solo, quien te ama por sobre todas las cosas...

La madre de Sala.

La misma que empujo a su propia hija hacia un abismo de desolación. La misma que, cegada por su falsa moralidad, destruyó no solo la inocencia de su hija, sino que también...

Destruyó su propia vida.

Y Mila cruzó por su mente, mientras el pecado abría paso hacia su interior. Y sintió que ella se volvía basura, sintió que no era una persona, que no tenía valor alguno, que ella...

Nació mujer, y por tanto, debía vivir a la merced del resto. 


Aquello fue para Sala una cicatriz permanente. Después de esa noche, ella no volvió a ser la misma. Su alma se trizó y una terrible huella se enterró en lo más profundo de su ser.

No solo concibió una profunda decepción hacia el mundo, sino que también una profunda decepción hacia ella misma; el suceso terrible al cual había sido sometida, provocó en ella una infravaloración; sentía que era basura y ya nadie le tomaría en serio...

Los días, y, posteriormente los meses, fueron pasando con total lentitud. Cada día era para Sala un nuevo martirio; tan solo su compañera de habitación, Isabella, hacía de su estadía una cuestión un poco más llevadera.

Y así entonces, pasó el primer mes; Sala no vio sangre bajar. Al segundo mes entonces, ella lo pudo confirmar.

Dentro de su vientre estaba creciendo vida; un suceso tan hermoso, pero que, lamentablemente se había configurado en un terrible escenario, consecuencia de la inhumanidad y de la brutalidad de los tiempos.

Sin embargo, Sala no lo vio de aquella forma. Y es que, a pesar de que su alma estaba ahora inundada en veneno, una pequeña porción de ella deseaba restaurar su antes pulcra esencia; Sala quería volver a renacer de su propia miseria.

Y sintió.

Sintió el primer rose en su interior, una patadita que generó un cosquilleó y un fuerte latido volvió a encender cada recodo de su espíritu.

Y sus ojos brillaron, y su rostro se encendió. Y la vida le susurró al oído;

« El día de ayer te han reducido a miseria. Hoy escarba en ella y encuentra un nuevo propósito; renace junto a él. »

Y entonces Sala, tomó las riendas del asunto, y junto a su hijo, decidió dar vida y sanar la herida. Porque claro, a pesar de ser consecuencia de un acto de inhumanidad, Sala pretendía rescatar de tal acto tan aberrante, un pequeño acto de amor y esperanza.

Amor y esperanza; preceptos que tanta falta hacían a la humanidad en aquellos tiempos.

9:00 pm.

Canto solemne de una antífona a la Virgen María.

La comunidad yacía reunida en la sala capitular; todas entonaban de forma armoniosa la lectura espiritual. Sus dulces voces invadidas de apacibilidad, resonaban entre las paredes de mármol en el monasterio.

La gran habitación era iluminada por cuatro grandes antorchas; la noche había ya hecho presencia y la oscuridad ya desplegaba por todos los rincones del lugar sagrado.

Sala, yacía inmersa en lo sublime de aquella melodía, su presencia parecía imperturbable, cuando de pronto, de soslayo dirige su vista hacia una de las puertas al costado de la gran habitación.

Una silueta.

Una extraña silueta se desliza con rapidez por la oscuridad, en dirección a una escalera que conducía a la planta inferior del monasterio.

Sala, impulsada por la curiosidad y por aquella fuerte corazonada que apretujaba en su pecho, decidió salir de forma desapercibida del grupo y encaminarse hasta el lugar. Una vez salió de la habitación, ella podía oír a lo lejos el canto de sus hermanas en la sala capitular.

Con rapidez se inmiscuía en los oscuros pasillos del monasterio, buscando de forma ágil con su vista, aquella extraña silueta que había llamado su atención.

De pronto, un singular ruido resuena con fuerza por la extensión del angosto pasillo. Sala agudiza sus sentidos de inmediato.

El llanto de un bebé.

Y la princesa, corre despavorida hacia la habitación de la cual provenía tan dulce sonido. Por una pequeña abertura, mira a través de la vieja y astillada puerta de madera.

Solo siluetas.

Ella solo pudo ver siluetas por causa de la intensa llama en la vela, al interior de aquella habitación.

Y una sensación de ternura y apacibilidad, surcan por el umbral de su alma, cuando, puede distinguir la silueta de un pequeño bebé.

La princesa dedujo, que el pequeño tenía quizá tan solo tres meses de vida, pues su silueta delataba que no era de un gran tamaño.

Y la pequeña criatura repleta de inocencia y pureza; comenzó a balbucear.

Emitía pequeños balbuceos inentendibles, pero totalmente enternecedores para cualquiera que lo oyese. Con frenesí alzaba sus pequeñas manitos, como descubriendo en ellas un nuevo juguete. Sus cortos y escurridizos dedos se entrelazaban; otros balbuceos enternecedores resonaron de forma débil por la habitación.

Y luego, una pequeña risita.

Y Sala, sintió que su corazón saltaba. Frente a ella yacía un bebé, y aquello, traía a su alma una ternura indecible.

De pronto, la princesa logra divisar otra silueta dentro de la habitación; la silueta de una mujer.

Y aquella mujer, entonces habló.

—Tu madre ha roto su voto de castidad, y lo lamento, pequeño. Tu sola existencia no es más que una terrible ofensa hacia Dios.

Y Sala, sintió que su corazón arrancaba del pecho, cuando, pudo reconocer la voz de aquella mujer...

La abadesa.

Una estocada atravesó su alma, cuando pudo ver a través de la abertura, la silueta que ahora se dibujaba en la pared de la habitación interior.

Un trapo era sostenido por la abadesa, y, de un rápido movimiento, apretujó este dentro de la boca del bebé, intentando coartar los balbuceos emitidos por el menor; la pequeña criatura empezó a llorar. Su llanto se ahogaba entre su garganta y el trapo.

Y la princesa sintió un horror invadir por cada fibra de su cuerpo. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Y entonces, otra silueta se dibujó en la pared. Sala sintió un horror de dimensiones indecibles, cuando, fue testigo del dibujo en la pared; su cuerpo paralizó y no fue capaz de reaccionar.

La silueta de la mujer alzaba sus brazos por sobre el bebé, y entre ellas, sostenía un instrumento que a Sala le destruyó el alma.

Una filosa daga.

Y antes de que Sala pudiese siquiera asimilar lo que ocurría ante sus ojos, ella era testigo del más bajo acto de inhumanidad y bestialidad...

A través de las siluetas quedaba en evidencia lo sucedido; ahora el torso de la pequeña criatura yacía atravesada por la filosa daga.

Y su llanto ensordecedor, quedó apagado por causa del trapo. Y la existencia de ese niño, fue apagada por manos asesinas. Y su inofensiva existencia, a pesar de no dañar a nadie, constituía para Dios la osadía y la desobediencia a sus preceptos.

Porque un bebé, que no era más que un alma inofensiva, era la concreción de un terrible pecado y la desobediencia al voto de castidad y celibato.

¡Y qué todo el mundo viese la ira de Dios! Y que ningún hombre o mujer, sobre la tierra, fuere contra su palabra. Porque malaventurados aquellos que se inmiscuyen por los caminos de la vida sin tener al Dios padre por delante de sus deseos carnales.

Así incluso, fuesen almas inocentes quienes debían pagar. Que el mundo entero viese las consecuencias de no tomar consciencia de lo correcto de sus preceptos.

Y aquella noche, Sala sintió que su alma caía a pedazos.

Y aquella noche, una vida inocente fue arrebata para saciar deseos morales.

Y aquella noche, el mundo entero fue testigo de la bestialidad humana. 

8:00 pm.

Rezo hacía María.

Había pasado tiempo desde aquella fatídica noche. Las siluetas y el recuerdo del llanto ahogado, persistían siempre en la perturbada mente de la joven mujer.

Sala Crispino, ya tenía cuatro meses de embarazo; su vientre era un poco más prominente, mas ella, utilizaba vendajes para apretujarlo y esconderlo; sabía que su estadía en aquel lugar no duraría mucho más, solo debía ser paciente y esperar.

Aquella tarde, después de la cena, Sala se dispuso a iniciar con un íntimo rezo hacia María. Juntó sus rodillas y procedió a echarse en el suelo. Apoyó sus codos en la madera y alzó su rostro hacia la santa mujer que le observaba desde la altura, con indulgencia.

Sala clavó su vista en el dulce semblante de María. Por varios minutos, dedicó exclusiva atención al enternecedor rostro tallado, buscando entre su presencia, algún bálsamo capaz de curar sus heridas internas.

Una mano llevó la princesa a su vientre, y con suavidad, empezó a repartir caricias hacia su hijo, quien, le respondía de vez en cuando con ligeros movimientos. Una tierna sonrisa inmortalizó en los labios de la princesa.

Varios minutos pasó Sala en la intimidad del silencio, junto a la Virgen María y junto a su hijo. Todo a su alrededor era de total apacibilidad.

De pronto, un pequeño calambre se hace perceptible en la zona baja de su vientre; Sala se retuerce apenas, ignorando aquella dolencia.

Con el pasar de los minutos, el dolor se torna más intenso; la princesa entonces siente que su corazón empieza a martillear con fuerza.

El calambre no cesa y ahora despliega por toda la zona del vientre; Sala percibe como su hijo se mueve de forma frenética en su interior; estaba sufriendo.

Y entonces.

La humedad empieza a chorrear desde su intimidad hasta sus piernas, y el carmín, comienza a pigmentar sus ropajes.

Y el dolor se torna insoportable. Una punzada profunda y una sensación terrible de mareo despliega por el cuerpo de Sala Crispino; su lucidez mental empieza a ser afectada.

—A-ayu...ayuda...

Balbuceó apenas. Y, con movimientos torpes intenta reincorporarse. Cuando al fin logra tomar su compostura, Sala puede percatarse de su terrible situación; sangre chorreando por sus piernas y manchando sus ropajes eclesiásticos.

Un sentimiento lúgubre y de horror cruzan por el pecho de Sala Crispino; sus ojos llenan de lágrimas y una desolladora perturbación se asienta en su mente.

—¡A-auxilio! ¡Alguien a-ayúdeme!

Con movimientos entre cortados, se apoya en la pared e intenta caminar, mas el dolor punzante en su vientre, tornaba imposible su movilidad.

De pronto, una mujer aparece por la habitación. Sala levanta su vista apenas hacia ella. En su rostro era evidente el estado de debilidad al que estaba sometida.

—Ma-madre... madre superiora, por favor...

—¿Creíste que no me daría cuenta? —espetó la abadesa, sin mostrar ninguna pizca de indulgencia hacia la joven herida—. Pude percatarme desde hace un tiempo; tus síntomas han sido más evidentes de lo pensado.

Sala sintió que cientos de cuchillos rasgaban el umbral de su alma; estaba perdiendo a su hijo y no había nada que pudiese hacer al respecto.

—P-por favor, discúlpeme... —sollozó de forma amarga—. M-mi hijo, haga algo, ayu-ayúdeme...

—No —espetó—. Si estás sangrando, es justamente porque yo lo he causado.

Al escuchar aquellas palabras, Sala sintió una rabia fulminante inundar en su ser. Sus ojos abrieron de la perplejidad y sus labios separaron.

—¿C-cómo dice uste...?

—Apenas me enteré de tu estado, escribí una carta a la reina —dijo con fuerza—. Ella misma me pidió hacer esto.

Y la desolación entonces fue total. El alma de Sala fue desgarrada en cientos de pedazos, ya nada podía curarla, ni siquiera el antídoto más efectivo.

—El nacimiento de tu hijo no solo traería vergüenza a nuestra comunidad eclesiástica, sino que también, vergüenza a la familia real.

—N-no... ¡No es cierto! ¡No!

—Tu hijo no era más que un bastardo y una ofensa hacia Dios.

—¡¡¡MALDITA ASESINA!!!

Un gritó ensordecedor arranca desde lo más profundo de sus entrañas. Sollozos desgarradores resuenan por toda la habitación. Más sangre empieza a chorrear por las baldosas; la princesa entonces se arrodilla ante el intenso dolor.

—He insertado un fuerte antídoto abortivo en tu cena —espetó, con el menor tacto posible—. No estoy segura de esto, pero es posible que no puedas volver a concebir. Fue una orden de la reina, no tuve más opción ante ello.

Y aquello, bastó para reducir a Sala a menos que miseria.

Sus ojos se nublaron y su mente se desestabilizó. De un fugaz movimiento, Sala cae con dureza sobre las baldosas, presa de la debilidad corporal y la pérdida de sangre.

—M...mi hijo... —Sus ojos cerraban de forma lenta; la lucidez de su consciencia se iba apagando—. Ma-mataron a mi hijo... mi pobre bebé... mi bebé...

Y antes de poder cerrar sus párpados por completo, Sala levanta sus pupilas hacia la estatua de Santa María, la cual yacía con un semblante revestido de indulgencia y tranquilidad.

—Ma-maría... —balbuceó apenas—. T... te... te o-odio... —Y sus ojos se cerraron, y su consciencia se dispersó.

.

.

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Y Sala, fue testigo y víctima, no solo de la ira de Dios, sino que también, presa y víctima del sistema imperante; de nacer mujer, de la ignorancia de la época, de la necesidad de satisfacer las ideas morales, del sadismo y la poca humanidad.

Y ella, que había tomado las riendas de su vida, que había elegido tener un propósito y salir de los desperdicios de su dignidad arrebatada, ella, ahora mismo...

Había perdido el sentido de su vida, y entonces...

La conversión en su alma fue definitiva. Y el rencor, fue ganando terreno en su espíritu.

Y la imagen de Mila se volvió dolorosa para ella, y comprendió, que amarla había sido un terrible pecado y error.

Y Sala, dispuso su persona e imagen a la merced del resto, pues aquella experiencia devastadora, no solo terminó con sus ganas de luchar, sino que también, con su poca auto estima que poseía hacia ella.

Y al mundo...

Nació otra mujer presa de la estigmatización y la marginación.

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La oscuridad ya desplegaba sus sombras por cada recodo del palacio. Hace un rato los servidores ya habían merendado, y todos, se dispusieron a descansar después de una extensa jornada de trabajo; ahora solo era perceptible el crepitar del fuego en las grandes antorchas de las habitaciones.

El joven japonés, yacía con sus sentidos en el punto máximo de agudeza. Rehuía de forma ágil por la extensión de los pasillos y procuraba siempre pasar desapercibido; su meta final era llegar sano y salvo hasta el subterráneo, cuya entrada permanecía en el patio exterior.

Para su buena suerte, el lugar estaba exento de la presencia de los guardias, por lo que le fue no solo más fácil llegar hasta el subterráneo, sino que también, mucho más tranquilizador, pues, él estaba cargando con el saco y las monedas, y su tremendo peso, de cierta forma entorpecía sus movimientos.

Una vez que removió la gruesa capa de césped, y dejando al descubierto la tabla de madera astillada y vieja, deslizó esta hacia un costado y lanzó primero el saco con las monedas, para acto seguido, descender al subterráneo. Una vez hecho aquello, volvió la tabla a su lugar original, y la gruesa capa de césped volvió a caer, cubriendo la entrada y haciéndola invisible para el resto.

Una vez dentro, la oscuridad fue total, y Yuuri, procedió a sacar desde sus ropajes los instrumentos necesarios, y entonces...

Una pequeña antorcha encendió ante su presencia.

Para su sorpresa, aquella noche por el suelo del subterráneo, una delgada capa de agua transcurría, por lo que se vio obligado a mojar sus pies con ella; el sonido de algunos roedores e insectos era perceptible, resonando sus ecos por lo largo e inexplorado del subterráneo.

Tomó valor y se adentró en la inmensidad de aquel subterráneo. Con el pasar de los minutos, fue avanzando a lo largo de aquel sitio, y entonces Yuuri, pudo percatarse de detalles que anteriormente, en su travesía con Phichit, él no pudo admirar con más detención.

El subterráneo poseía pasillos aledaños en sus costados, que, al parecer, llevaban hasta otros sitios antes inexplorados.

Yuuri, acercó su antorcha de forma leve hacia uno de los pasillos, y, pudo esclarecer el paso hacia una de sus profundidades. Él pudo observar como en un rincón del pasillo, una pequeña silueta se divisaba en un recodo, removiéndose de forma tímida entre la oscuridad; Yuuri, entonces se acercó apenas.

Y aquella sombra, desplegó su vista hacia Yuuri, y dos ojos rojos le observaron de forma perpleja; el japonés emitió un grito ensordecedor del susto, mas, se sintió ridiculizado cuando se percató de que no era más que un murciélago.

Y Yuuri, posterior a su bramido, siente un extraño ruido proveniente desde la entrada, como si alguien más hubiese entrado a lo largo del subterráneo.

—Ha de ser mi imaginación...

Susurró, ignorando aquel aparente ruido. Yuuri creía que con el silencio tan fúnebre del subterráneo, y que con aquella oscuridad tan abrazadora, él ya empezaba a alucinar ciertas cuestiones; aquello, provocó cierta gracia en él.

Siguió caminando a lo largo del subterráneo, y entonces, dibujos difusos plasmados en las paredes llamaron su atención por completo.

De forma sigilosa caminó hasta topar con ellos. Alzó su antorcha y fue rodeando cada dibujo plasmado en la pared; una expresión de extrañeza se inmortalizó en su faz.

Un hombre con una corona, y a su lado, una mujer de rodillas suplicando y sollozando. Una gran abertura atravesaba en el pecho del hombre, siendo visible hacia el interior de su cuerpo el corazón. Desde su órgano vital, era visible una línea que unía con el corazón de la mujer en el suelo, la que, tenía una abertura igualmente; ambos mantenían el corazón unido.

En la faz de la mujer era visible una terrible expresión; una lúgubre desolación era evidente en su rostro.

Yuuri sintió un escalofrío recorrer por su espina dorsal. Retrocedió dos pasos ante ello. Pero, grande fue su sorpresa cuando miró un poco más hacia abajo, y, otro dibujo llamo su atención.

A los pies de la mujer, yacía un bebé con su cabeza deformada y su fontanela atravesada. Su pequeño cuerpecito sufría de una malformación, pues, una de sus manitos estaba chueca y su columna yacía de la misma forma. Aquel bebé... estaba bañado en sangre y muerte.

Yuuri abrió sus ojos horrorizado. Una lúgubre sensación cruzó por su pecho, y, retrocedió con lentitud ante ello.

Y entonces, el japonés pudo ver por última vez, una leyenda a los pies del bebé tallado, que decía;

« Por siglos, nuestro linaje ha mantenido la pureza y la excelencia de la raza. La mantención de nuestro linaje; el principio de todo y el fin a él. »

El japonés no es capaz de entender la situación. Sus ojos cristalizaron por la inercia, una terrible sensación de tristeza apretujó en su pecho, mas él, desconoció la verdadera razón de ello.

—¿Q-qué es todo esto...? —susurró perplejo, manteniendo su vista clavada en la totalidad del dibujo en la pared del subterráneo. Por varios segundos quedó en aquella posición.

De pronto, unos pasos a través del agua, a lo lejos, advierten a Yuuri la presencia de alguien más; el ruido que antes le advertía la entrada de alguien al subterráneo, no había sido una alucinación.

Yuuri siente su corazón martillear con fuerza. De forma rápida, hunde la antorcha en el agua, apagándose de forma instantánea el rebosante fuego que iluminaba su paso. Con movimientos ágiles corre hacia uno de los pasillos aledaños, escondiendo su presencia en un recodo de éstos; guardó total silencio y esperó a la presencia del nuevo intruso.

Pasaron unos minutos hasta que la presencia del susodicho se aproximó, y entonces Yuuri, le miró de soslayo con total cautela.

Baek.

Yuuri sintió que su corazón se paralizaba ante tal sorpresa. Imaginó ver quizás a algún guardia, al príncipe o al mismísimo rey... ¿Pero Baek? ¿Cómo es qué él conocía aquel subterráneo? ¿Qué estaba haciendo él ahí?

El joven traía consigo también una rebosante antorcha, y, cuando logra divisar frente a él los dibujos antes vistos por Yuuri, éste se dirige hacia ellos y los observa por varios minutos; el japonés le mira de soslayo, expectante ante cada acción de Baek.

El joven, admira los dibujos en la pared con total silencio, como si aquellos, trajeran a su mente un sinfín de recuerdos y sensaciones. Yuuri solo se limita a guardar silencio, expectante.

De pronto, las agitadas respiraciones de Baek pueden oírse con fuerza en medio del subterráneo. Yuuri se reincorpora apenas, asustado ante aquello.

—Malditos sean, rey Jeroen y reina Eveline.

Masculló entre dientes. Yuuri agudiza sus sentidos.

—¡¡¡MALDITOS SEAN, REYES BLASFEMOS Y PECADORES!!! ¡¡¡LA MANTENCIÓN DE SU LINAJE TRAJO DESGRACIA, TRAJO DOLOR Y SUFRIMIENTO A SERES INOCENTES!!!

Gritó eufórico, siendo perceptible un profundo dolor e ira en su voz. Yuuri dio un respingo ante ello, sus ojos abrieron de la perplejidad.

—¡¡¡MALDITOS SEAN!!! ¡¡¡QUE LAS PENAS DEL INFIERNO RECAIGAN SOBRE USTEDES, REYES ENFERMOS Y DEMONÍACOS!!!

Yuuri no puede creer lo que oye. Frías gotas de sudor empiezan a surcar por el costado de su sien, sus ojos cristalizan y su corazón parece no dar tregua.

Después de varios segundos, Baek retoma su compostura, y entonces, escupe en la pared con desprecio, para acto seguido, seguir su camino hacia el otro extremo del subterráneo.

Yuuri decidió esperar por varios minutos, hasta que los pasos de Baek ya no fueron perceptibles, y entonces, el japonés procedió a encender el otro extremo de su antorcha; el fuego encendió y nuevamente todo se iluminó para él.

Y entonces Yuuri, no se detuvo más en su trayecto; todo le había parecido demasiado terrorífico y lúgubre, sentía unas ganas inconmensurables de huir del subterráneo. Y así, caminó por un par de minutos, hasta que la salida, se extendió ante su presencia, y tras ella, la inmensidad de la libertad.

Y Yuuri, fue libre por una noche en el pueblo.

Se inmiscuyó de forma rápida por las calles del pueblo. La luz de la luna facilitaba su movilidad, pues, ésta desplegada de forma tenue por cada recodo de la aldea.

Con su capucha calada hasta el rostro y con el saco en el hombro, Yuuri se dirigió hacia el muelle, allá en donde podría consultar a los hombres de mar, el paradero de su amado Viktor. Y aunque, el japonés mantenía las esperanzas intactas, por la hora podría incluso no encontrarle, pues, ya había anochecido y seguramente el burgués yacía en su casa descansando. Igualmente Yuuri, mantuvo sus esperanzas.

Después de varios minutos en marcha, Yuuri, divisó de frente el extenso mar. En un costado del muelle, era visible un gigantesco barco del cual se descargaban provisiones; no perdió más tiempo y se acercó a consultar.

Disculpe, señor...

Estamos ocupados, muchacho respondió el cargador, sin tomar mucha atención al japonés—. Estamos trabajando. Si vas a ayudarnos, entonces únete.

—N-no... disculpe, yo solo... —intentó explicar, mas el hombre de mar no dirigió su vista hacia él.

—Que estamos ocupados.

—Busco a Viktor Nikiforov.

Espetó Yuuri a secas. Y entonces, el hombre de mar paró sus acciones en seco. De manera curiosa, el señor dirige su vista hacia Yuuri.

—¿Conoce usted al señor Nikiforov? —cuestionó.

—Cla-claro... es un querido amigo, sí...

—¡Haberlo dicho antes, señor!

El hombre, de forma instantánea posiciona cuatro dedos en su boca, emitiendo un fuerte silbido hacia sus compañeros de la embarcación. Todos paran sus acciones y le observan. El color empezó a subir por el rostro de Yuuri.

—¡Eh, muchachos! —exclamó, dedicando una amplia sonrisa al resto de hombres—. ¡Este señor es un amigo cercano de nuestro jefe!

Todos los trabajadores sonríen agraciados. Un aire de admiración hacia Yuuri fue perceptible en sus rostros.

—¡Lo está buscando! ¿Saben dónde está?

—Ese anciano suele descansar a estas horas. —Un pequeño muchacho saltó desde la parte superior del barco, cayendo justo frente a Yuuri—. Sin embargo, él está ahora mism...

—E-eres tú...

Yuuri abrió sus ojos de la perplejidad, cuando, pudo ver al pequeño joven de cabellos rubios; el mismo que hoy acompañaba a Viktor.

—¿Señor Plisetsky, ocurre algo? —preguntó el hombre de mar, percatándose de la sorpresa en el joven.

—No pasa nada. Ustedes sigan trabajando. Yo me encargaré de atender a este hombre —ordenó.

—¡Sí, señor Plisetsky! —gritaron todos al unísono, para acto seguido, seguir con sus labores.

Yuri tomó de un brazo al japonés, arrastrándolo con rápidez un par de metros del lugar.

—¡¿Qué haces aquí, cerdo?! —masculló iracundo, dedicando una mirada incómoda hacia el japonés. Yuuri se sobresaltó.

—Vi-vine a dejar esto a... a Viktor —balbuceó. Levantando ante los ojos del muchacho, el saco con las monedas. Yuri abrió sus ojos de la perplejidad—. Se le quedó en el palacio, y he venido a devolvérselo.

El joven ruso miró con sorpresa a Yuuri. Jamás imaginó que él arriesgaría su propia integridad solo por devolver aquel saco, y, por otro lado, jamás pensó que la honradez de Yuuri fuese tan grande; otra persona en su lugar, se habría quedado con las mil monedas.

—Viktor está muy triste —susurró—. Suele descansar a estas horas en nuestra casa, pero, ahora mismo ha pasado horas frente al mar. —Desvió la mirada, con pesar.

—¿En dónde lo puedo encontrar? —preguntó Yuuri, preocupado.

—Baja hacia la bahía, y desde allí, camina hacia tu izquierda; verás un montón de rocas, es seguro que Viktor este aún allí. —El japonés asintió con la cabeza—. Él necesita verte, ha estado actuando extraño desde que nos echaron del palacio. Ve y devuelve el saco, y también aprovecha de consolarlo —susurró apacible.

—Sí...

—Te lo encargo, yo vuelvo al trabajo —dijo, para luego, voltearse sobre sí mismo y dirigirse hacia el barco.

—¡Yuri! —exclamó el japonés, antes de que el joven pudiese alejarse lo suficiente.

—¿Qué?

—Gracias.

Y ante ello, las mejillas del joven ruso pigmentaron de un intenso carmín. Una expresión totalmente adorable se inmortalizó en su faz.

—¡Cá-cállate! ¡Mejor vete con Viktor! —reclamó, para luego ir corriendo hacia el barco.

Una amplia sonrisa deslizó por los labios del japonés; al parecer, ese joven no era tan desagradable como acostumbraba a mostrarse, poseía también un lado dulce.

Yuuri, siguió el camino que había sido indicado. Tardó un par de minutos hasta que topó con la bahía, y, por la orilla del agua, caminó hacia su izquierda, divisando en la cercanía, el cúmulo de rocas que eran acariciadas por el movimiento del mar.

Y entonces, allí le vio...

Viktor.

Yacía de espaldas y abrazando sus piernas. Su mirada se extendía hasta donde el horizonte se perdía, y, tan solo la luz de la luna, iluminaba su presencia entre la oscuridad. Yuuri, entonces apresuró el paso de forma sigilosa.

Al parecer, el hombre ruso estaba perdido en la inmersión de sus pensamientos, pues, no fue capaz siquiera de percatarse de la presencia del japonés a sus espaldas.

Yuuri, sintió en aquellos instantes unas ganas inconmensurables de lanzarse sobre él y abrazarlo, pero, sabía que debía mantener la compostura, pues...

Era seguro que, después de aquella visita, ellos ya no volviesen a encontrarse.

—Viktor.

Musitó apenas el japonés, y ante ello, el burgués endereza su espalda, como agudizando sus sentidos ante tal sublime sonido recién oído.

De forma lenta, Viktor gira su torso y cabeza hacia la parte trasera, admirando entonces la silueta que yacía tras él; un vuelco definitivo siente en su corazón, su alma se estremece por completo.

—Yu-Yuuri...

Susurró tembloroso, reincorporándose de forma torpe desde la arena. El japonés sintió que su cuerpo se volvía débil ante la presencia del burgués, su corazón empezó a martillear con fuerza.

Por largos segundos, ambos no pudieron reaccionar ante la presencia del otro. Viktor, mantenía su mirada cristalizada y perpleja hacia el rostro de su amado; Yuuri, yacía de la misma forma.

Y entonces el ruso, no pudo soportar la intensidad de su sentir, y, de un movimiento fugaz, se aferra a Yuuri en un abrazo. El japonés responde a él de forma suave.

—¡Yuuri! ¡Mi Yuuri! —Un severo temblor es perceptible en su voz—. ¡Pe-pensé que jamás volvería a verte, mi Yuuri!

Y el japonés, sintió que sus ojos llenaban de lágrimas. Una terrible punzada destrozó en su pecho; el dolor era desollador, porque él, estaba dispuesto a articular aquellas palabras.

—No podemos volver a vernos, Viktor.

Musitó tembloroso. Y ante ello, el burgués se separa apenas, mirándole con perplejidad.

—¿Po-por qué dices eso, Yuuri...?

—Porque tú no mereces algo como esto, Viktor —susurró. Un ligero temblor fue perceptible en su voz—. Un hombre que es estimado por sus trabajadores, admirado por el pueblo y de una gran posición; no puedes estancar tu vida a un servidor como y...

—Yuuri...

Susurró apenas, posando de forma suave una de sus manos en la pálida mejilla del japonés, su dedo pulgar desliza de forma tenue por los labios de su amado.

—Yo te amo...

Susurró. Y entonces Yuuri, no pudo contener una de sus lágrimas. Viktor sintió un aguijonazo cruzar por su pecho.

—Es lo único que sé, Yuuri. Lo que estoy sintiendo es mucho más fuerte que mi raciocinio. Solo sé que mi mente y mi cuerpo me exigen tu presencia, así tu posición social y económica no sea la mejor; es tu esencia lo que me ha atrapado, y no puedo Yuuri... ¡No puedo!

El japonés siente los latidos de su corazón incrementar. Su rostro pigmenta de un intenso carmín. De sus labios empiezan a arrancar pequeños jadeos.

—¡Te amo! ¡Es lo único que sé! —exclamó con fervor—. ¡Te amo, Yuuri Katsuki! ¡Y qué todo el mundo se entere!

De un suave movimiento, el burgués se separa del servidor, encaminándose hacia la orilla del mar e introduciéndose en el agua. Dirige su vista hacia el cielo estrellado y alza sus brazos, para luego, articular;

—¡Escuchen todos! ¡Amo a Yuuri Katsuki! —sonríe de forma amplia—. ¡La necedad y la avaricia del rey no son nada comparado con lo que mi corazón es capaz de hacer por él!

Yuuri comenzó a sollozar ante aquellas palabras de su amado. Fuertes jadeos rehúyen de sus labios. Su corazón pareciera arrancar de su pecho.

—¡¡¡Y si el mundo entero me lo prohíbe, entonces corten mi cabeza, porque antes de separarme de él, deberán hacerlo por sobre mi cadáver!!!

—¡¡Viktor!!

De un fugaz movimiento, Yuuri lanza la bolsa con las monedas a un costado, para luego, correr hacia Viktor. El burgués, se gira hacia el servidor, y entonces...

Un frenético beso funde sus labios, cuando, Yuuri se lanza sobre él, aferrándose en un apasionado abrazo.

Y ni siquiera la necedad y el orgullo de la realeza, fue impedimento para que dos almas que estaban destinadas, concretaran su amor ante los ojos del mundo y el mismísimo Dios.

Porque el amor, un sentimiento tan inofensivo, se volvía aguerrido y poderoso, cuando el egoísmo y la ignorancia amenazaban a quienes cedían ante la pureza y la ternura de un sentimiento que urgía a la cura de la terrible época.

—Te amo, te amo, te amo... —susurró Yuuri con desesperación, repartiendo fugaces besos por el rostro de su amado—. Viktor Nikiforov, te amo...

Sollozó de forma amarga, y otro beso revestido del más ferviente sentimiento, fundió sus labios. Sus manos ansiosas por palpar cada centímetro de suave piel, por entrelazar en cada fina hebra de cabello azabache y platinado, por cada rose, por cada fusión y caricia; la luna y el cielo, fueron testigos de como dos hombres rompieron el maldito estigma de la época, y sin remordimientos, se amaron con toda su alma.

—Yuuri...

Susurró apenas Viktor, separándose de forma leve del japonés.

—Huyamos.

Pidió, con sus ojos invadidos en lágrimas. Yuuri, sintió que todo era irreal, que la vida no podría ser con él tan benévola y dar una oportunidad como aquella; pero le estaba sucediendo.

—Vi-Viktor...

—¡Huyamos ahora mismo, mi amor! —exclamó, dibujándose una amplia sonrisa en su rostro—. Ahora mismo tomemos uno de mis barcos, y huyamos lejos de este reino. Olvida tu servidumbre en el palacio y vive conmigo. Tengo el dinero suficiente para llevarte a tu país natal y para que vuelvas a rehacer tu vida, Yuuri... ¡Junto a mí!

El japonés no pudo creer lo que oía en aquellos instantes. Su corazón dio un vuelco y un brillo esperanzador invadió en sus azabaches pupilas; una alegría de dimensiones indecibles surcó por su alma.

—¡Pe-pero...! ¡De-debo ir a buscar mis cosas! ¡D-digo!

—No lleves nada —susurró—. Yo tengo los recursos para darte lo que necesites, Yuuri.

El japonés se separó apenas de Viktor. Le dio la espalda y dio algunos pasos hacia fuera del agua.

—¿Qué dices, Yuuri...?

Cuestionó Viktor. La felicidad y la ansiedad eran evidentes en cada una de sus palabras.

—¿Te vas conmigo?

Y Yuuri, ante aquella pregunta, no supo qué responder. Por varios segundos guardó total silencio, siendo perceptible tan solo el suave oleaje del mar.

La idea era tan irreal pero a la vez hermosa; Yuuri había estado esperando aquel día desde hace mucho tiempo. Las ganas de huir y ser libre, de empezar de nuevo, de renacer nuevamente como un hombre digno y el volver a ver a su querida familia; todo aquello, traía al corazón de Yuuri un sinfín de sensaciones sublimes.

El japonés, apretó sus dientes con ansiedad, y, un aire de osadía atravesó por su alma. Él, estaba dispuesto a huir junto a Viktor. En aquel mismo instante daría el sí a su amado, y huirían juntos.

Pero...

En un instante, toda su emoción se apagó, cuando, en su recuerdo...

Se dibujó la imagen de Phichit torturado.

La imagen de su amigo irreconocible, las noches en vela cuando su cuerpo era un nido de cicatrices y sangre, cuando su amigo convulsionaba de la fiebre, cuando estaba desprotegido y humillado.

Y Yuuri, sintió que su corazón se pulverizaba.

No. Él no podría ser capaz de abandonar a su amigo. Él... él amaba a Phichit, y dejarle en aquella situación, en la boca del lobo, desprotegido, incomprendido, sin nadie que le cuidara sus espaldas, sin un alma hermana que le comprendiese...

Y, aunque doliera de forma brutal en su alma, Yuuri no pudo siquiera dudar por un instante en su respuesta, y articuló;

—No, Viktor. No puedo huir contigo, lo siento.

—Pe-pero Yuuri... —Sus ojos abrieron de la perplejidad. Una expresión de profunda tristeza fue evidente en su rostro— ¡¿Por qué no?! ¡¿Acaso no me am...?!

—Viktor... —susurró apacible, acortando distancia hacia su amado y acariciando de forma tenue su mejilla—. Te amo como no tienes idea, pero... no puedo huir contigo.

—¿Por qué, Yuuri...? —Un ligero quiebre fue perceptible en su voz. Sus ojos cristalizaron.

—Es mejor que no lo sepas... —susurró—... es por tu propia seguridad. La razón por la cual no puedo huir contigo, esconde un gran secreto detrás, y aquel secreto, puede traer a tus hombros una gran responsabilidad, y yo, no quiero que tú cargues con algo como eso.

Viktor clavó su mirad por varios segundos en la triste expresión de Yuuri, como exigiendo con su faz, alguna señal del japonés, que le indicara que aquello no era más que una mala broma, pero...

Aquello no pasó.

Viktor, asintió con su cabeza, y un terrible nudo se aferró en su garganta, mas él, comprendió la decisión de Yuuri.

—Entiendo... —susurró—. Está bien, voy a respetar tu decisión.

—No quiero que pienses que no te amo, Viktor —se aferró a él en un tierno abrazo—. Si fuese por mí, huiría lo más lejos posible de este reino, pero...

—Pero la razón por la cual debes quedarte, es muy poderosa.

—Exacto.

Viktor suspiró con pesar, mas un tierno beso, fue depositado en los labios del japonés.

Los minutos pasaron y ambos disfrutaron de la compañía del otro, hasta que, fue necesario el retorno de Yuuri al palacio.

Ambos, acordaron que el japonés saldría de vez en cuando hacia el pueblo, de la misma forma en que lo había hecho esa misma noche; Viktor le indicó que siempre podría encontrarlo en el muelle, o en su hogar.

—Te amo, Yuuri Katsuki.

—Y yo a ti, Viktor Nikiforov.

Y antes de poder partir, un beso selló sus labios. Y la noche, fue testigo del inmenso amor que dos personas de distintas estirpes, podían sentir. Que no importaba la procedencia, el sexo o la riqueza; que el amor, cuando se siente de forma sincera, solo trae a las personas la completa realización del alma. 


Yuuri retornó hacia el palacio de forma sigilosa. La noche se había vuelto más densa y espesa, y la oscuridad, aplastaba en cada rincón y extensión de los estrechos pasadizos de la aldea.

De pronto, Yuuri para en seco. Unos leves balbuceos y jadeos inentendibles son perceptibles desde un pequeño callejón aledaño; el japonés se esconde en un pasaje del pueblo, mirando desde la oscuridad al responsable de tan extraño sonido.

Y, grande fue la sorpresa de Yuuri, cuando pudo ver de quien se trataba...

Era Baek.

Sí, él, al igual que Yuuri, había huido hacia el pueblo. Sin embargo, no fue aquello lo que más descolocó al japonés, pues, al parecer el joven estaba drogado; un fuerte olor a opio fue perceptible por Yuuri.

Caminaba de forma torpe, apoyándose únicamente en las paredes de las endebles casuchas. Emitía palabras inentendibles y de vez en cuando, se detenía a retomar su compostura.

Yuuri, impulsado por su fuerte corazonada y curiosidad, siguió el pasó a Baek de forma sigilosa, pero, grande fue su sorpresa, cuando pudo percatarse hacia dónde iba Baek.

Camino a la catedral.

Tardó varios minutos en entrar al lugar, pues, el joven apenas podía mantenerse en pie.

Yuuri, apenas ingresó al lugar sagrado, corrió hacia el costado del confesionario, ocultando su presencia entre la oscuridad del lugar y su capucha; solo la débil llama de algunas velas, lograban esclarecer un poco el panorama.

Baek caminó con perturbación hacia la santa imagen de María, la que, le miraba con total indulgencia y apacibilidad desde la parte superior de un soporte de mármol.

Y el joven, se tumbó al suelo de rodillas, y su rostro, fue levantado hacia la imagen de la santa mujer.

Y los ojos de Baek cristalizaron, y sus lágrimas no tardaron en surcar por sus mejillas. Y el dolor y una terrible desolación, fueron evidentes en la triste expresión de su rostro.

¿Qué rayos hace aquí?

Se preguntó Yuuri, totalmente extrañado. Con curiosidad observaba la terrible expresión en el rostro de Baek; al parecer el joven había comenzado una pequeña oración hacia la mujer.

De pronto, el joven comienza a sollozar con fuerza. Yuuri se estremece ante ello, y entonces, el japonés es testigo de la confesión de Baek hacia maría;

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—Tantos años de mi vida he callado mi pecado y mi existencia, madre mía. Mi alma está envenenada y ya no puedo más soportar este dolor. Sí, yo soy... ¡¡¡Yo soy el asesino del príncipe legítimo!!! ¡¡¡Yo maté con mis propias manos a Baek Weizbatten, el último heredero a la corona, y en su lugar, yo he tomado su identidad como un eterno castigo a mis terribles acciones!!!

Yuuri sintió como su corazón detenía por algunos segundos. Su sangre se heló completamente, y, un terrible escalofrío recorrió por su espalda.

—¡¡¡He sido privado de mi nombre por el propio rey Jeroen, y por el bien de este reino y su gente, mi verdadera existencia ha sido ocultada!!!

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Lo que ahora parecía no tener sentido para Yuuri, significaría luego el total declive del reino. La verdad oculta tras aquellas palabras, traían no solo un profundo dolor para el joven emisor de ellas, sino que también, una historia repleta de bajos actos bestiales e inhumanos; la violación, la indignidad de la mujer, el canibalismo, el repudio a los deformes, el desprecio a los pobres y la bestialidad hacia un pobre niño, que no fue más que un mero instrumento a los deseos del poderoso.

N/A;

¡Holaaa! Ha pasado un tiempo sin actualizar. Sinceramente, este tiempo en hiatus ha sido muy útil xD logré no solo recuperar mi estado anímico, sino que también, organizar la trama de la historia, lo que nos lleva al siguiente punto:

El final del Palacio Carmesí, ya está decidido. Sí, como lo leen. Esta historia ya tiene toda la trama organizada y también su final, así que, deduzco tenga unos veinte capítulos o un poquitito más.

Con este capítulo se da inicio al segundo arco de la historia, que es el arco máaaas extenso. La historia tendrá en total 4 arcos. El tercero es más pequeño, y el cuarto es muy chiquito, es el desenlace total de la historia. Se ve una aparente calma, y ustedes ya saben como es la cosa... así que cuidado, que ya se vendrá el rock and roll :''D

¡Esta historia tiene dedicatoria! Sí, para ti Nekito <3 ¡¿A que no te lo esperabas?! Pues sorpresa :3 Dedicado para ti, porque siempre has estado presente, desde el inicio. Desde que llegué a Wattpad con Cobardía y hasta ahora, siempre has estado allí, y por eso, muchas gracias <3.

¡Y muchas gracias a todas ustedes bellas lectoras, sean o no fantasmitas! ¡Cada una de ustedes hace que mi trabajo valga la pena, por eso, un fuerte abrazo a todas! ¡Las quiero!¡Nos vemos en la próxima actualización! ♡ ~('▽^人)

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