Diecisiete.
Antes de leer;
1° Volví a aparecer. Por fin, continuación después de aproximadamente 4 meses. Lamento haberles hecho esperar tanto. Tienen una continuación larga para esta noche de Halloween.
2° Es un capítulo que, más que angst, contiene bastante drama.
3° Buena lectura. ¡Y gracias por seguir la obra!
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Con la escasa energía que aún conservaba, Phichit arrastró los pies por la arena en dirección hacia la orilla. El escenario que ante él se desplegaba a través de sus ojos, era similar al de una mano deslizada sobre una pintura fresca; no veía absolutamente nada.
Phichit, no era capaz de discernir muy bien la realidad que actualmente le aquejaba; estaba en un inminente estado de negación absoluta. No existía asimilación al respecto.
Dio un paso en falso y casi tropezó, y con la vista carmín por causa de la sangre seca que le pigmentaba el rostro, su equilibrio cedió por completo y cayó de forma definitiva en la arena, hundiendo su cuerpo a la orilla del mar.
Y allí se quedó, tirado como un objeto carente de valor, al son de la fría brisa nocturna y con el agua calándose en el cuerpo.
Sentía que le quemaba completo.
—No quiero... sentir —dijo en un hilo de voz, llenándose sus ojos de lágrimas y, susurrando finalmente en un débil halito—: Quiero morir. Quiero morir, por favor, por favor...
Un sollozo mudo arrancó de sus labios, similar a un alarido.
—Ya no quiero más, por favor...
Y preso de su terrible cansancio mental, Phichit fue testigo de cómo el cielo estrellado de la noche, se fue esfumando ante su engorrosa vista.
Y todo se volvió negro. Y la oscuridad le fue absorbiendo lo último y más recóndito de nobleza que antes yacía impregnada en su alma.
El cielo de la noche cayó sobre su rostro y, con lágrimas diminutas deslizándole por las sienes, Phichit cedió ante una larga inconsciencia.
Y su alma lloró en silencio, apagando la última llama de resiliencia que luchaba contra la tempestad interior.
Aquella noche en que vivió el rechazo absoluto, y su eterno martirio dio comienzo.
La noche cuando inició su conversión absoluta.
Y Seung-Gil fuese el más grande testigo de ello.
Y la principal víctima.
Estaba acostumbrado a esa sensación de calidez escurrirle por la entrepierna, y que el fuerte escozor le inundara la parte inferior.
Quedaba allí tendido, con la vista perdida en engorrosas siluetas, y con los sentidos obcecados por la oscuridad que le abrazaba.
Sentía a lo lejos, muy ajeno a él, el vital crepitar de las tenues llamas en la entrada del lugar.
A su espalda, era más potente la presencia de agua estancada cayendo a débiles gotas, y los chillidos de algunos roedores merodeando por los rincones del sitio.
Baek se sentía en la mayoría del tiempo, como una rata más habitante de aquel lugar.
El abandono y los maltratos a los que usualmente era sometido, le empujaron en su entonces inocente alma de niño, a la necesidad de re asignarse un origen.
Porque es parte de la esencia humana encontrar el origen, y proclamarse parte de un grupo capaz de brindarte protección e identidad.
Y siendo un niño desvalido, no amado, sometido al deseo sexual del soberano y, siendo hijo de nadie, Baek solo pudo sentirse querido por los animales propios de los lugares insalubres.
Después de todo, solo ellos le visitaban a menudo, cuando incluso él mismo comenzaba a abandonarse en medio del hambre y los vestigios de muerte que a diario presenciaba.
Y su madre. También le visitaba su querida y amada madre.
Baek sabía que, en aquel entonces, aquello no era más que una cruel pero hermosa proyección de sus propios deseos; era un bálsamo momentáneo a su existencia, pero a la vez un tosco golpe en las llagas que poseía.
Su madre, solía aparecer a los pocos minutos en que Jeroen le tomaba y le dañaba; cuando él yacía entre el limbo del estado racional y la inconsciencia.
Aparecía cuando Baek no podía diferenciar fantasía de realidad; cuando el intenso dolor le agarrotaba el cuerpo, y la mente le flaqueaba por los abusos que vivía.
Su madre siempre aparecía después de ello, como una estela con bordes indefinidos, con rostro blanco y figura delgada.
Y aunque Baek recordaba muy distinto el aspecto de su madre, sabía que se trataba de ella.
Porque, ¿quién más que ella, iría hasta las entrañas de aquel infierno, solo para brindarle un poco de paz, después de ser sometido a actos carnales tan bajos?
Él estaba solo en aquel sitio. Nadie más que los vestigios de la muerte y Jeroen, eran compañía habitual en lo que era su nuevo hogar.
Baek sabía que era su madre en espíritu; le visitaba cada vez que sentía que el aliento se le escaba entre los labios. Baek sabía que se trataba de ella, incluso cuando no veía con claridad su aspecto.
Sí, se trataba de ella.
—Cariño...
Solía escuchar antes de sentir su cálido tacto, y provenir un leve sollozo desde su persona.
Y Baek solía cerrar sus ojos, cuando de pronto sentía el fruto caer en sus labios heridos.
El sabor dulce y la sensación caliente del seno materno, entonces le inundaba la boca, llenándole el paladar y generándole pensamientos placebos que le transportaban a sus días en medio de amapolas y el olor de la tierra mojada.
Y comenzaba a llorar de forma inconsciente, mientras con sus labios presurosos, extraía la dulce leche que le resbalaba por la comisura y le saciaba el hambre voraz que sentía día y noche.
Dentro de su martirio, aquel momento era el favorito de Baek.
Y cuando se sintió saciado por la leche en sus labios, soltó el seno y observó con expresión somnolienta la faz luminosa y condescendiente que le miraba desde lo alto.
Sintió que le sonrió con tristeza, a pesar de no poder reconocer los detalles de su rostro.
Y de pronto, sintió una fuerte sacudida en su cuerpo.
Baek vio que todo se volvió negro.
Y Jeroen apareció por detrás de la mujer, tomándole por las greñas y alzándola de un movimiento tosco.
Y el cuerpo de Baek cayó de su regazo, golpeándose en el suelo de piedra y alzando su expresión abatida hacia ella.
Y solo alcanzó a oír un grito ensordecedor, y un alarido de horror.
Y sintió el pavor invadirle de forma absoluta.
Abrió sus ojos de pronto, reteniendo un alarido en la garganta y tensando sus labios en medio del lecho.
Su respiración se agitó de forma leve, se llevó ambas manos al rostro, y con fuerza mordió su labio inferior.
—Nombraste a Jeroen en medio del sueño.
Al escuchar aquella voz, Baek ladeó el rostro de forma rápida, contrajo sus pupilas y preguntó descolocado:
—¿Qué haces aquí?
Jen le miró sin mutar su expresión tranquila. Estaba a un lado del lecho, sentado en una vieja silla astillada, con los codos apoyados en sus rodillas y manteniendo un semblante indiferente.
Baek contrajo la expresión y se incorporó con cierta molestia.
—Esta es la habitación común de todos los servidores del príncipe, ¿no? —dijo Jen—. Estoy aquí porque es aquí donde debemos estar todos, ¿o es que piensas que eres el único servidor del príncipe?
Baek solo mantuvo su expresión hostil.
Alzó una mano y secó el leve rastro que pequeñas lágrimas dejaron en sus sienes en medio del sueño, y ladeó su vista hacia su costado, en dirección de Jen.
Había un vaso de porcelana con fresca agua; alzó ambas cejas, escéptico.
—Te traje agua. Pensé que ibas a necesitarlo.
—No lo necesit...
—Te vi algo intranquilo en medio del sueño, y supuse que te haría bie...
—Bien, gracias —dijo con un evidente tono molesto, bebiendo el agua de forma fugaz y secándose los labios con el antebrazo, agresivo—. ¿Ahora puedes irte?
Dirigió su mirada afilada a Jen; este frunció el ceño en su sitio.
Torció los labios despacio.
Baek lanzó un fuerte bufido al aire.
—¿Por qué estás allí, mirándome?
Jen alzó una ceja.
—Este cuarto es donde dormimos todos. Es lo normal.
—Duermes en la parte subterránea desde que Phichit quemó tu rostro —le recordó Baek—. ¿Por qué vuelves a dormir acá de pronto?
Un silencio incómodo invadió el lugar.
—Tú también lo hacías, conmigo, y de pronto volviste a este cuarto. —Sonó aquello como un reclamo infantil; Jen no pudo esconder su molestia al respecto.
—Es distinto, yo lo hacía porque estaba enfermo, y además... —Se alzó del lecho, tomó la capucha que se hallaba a los pies de la cama e intentó encaminarse por el pasillo hacia la salida— siempre aparecía en ese cuarto después de estar inconsciente; no es como si yo realmente quisiera estar allí.
Jen se incorporó de inmediato, y le siguió por detrás, diciendo:
—Bueno, me aburrí de ese cuarto; quiero estar acá ahora.
Baek se alzó de hombros, restándole importancia, y siguió su camino.
Pero Jen le siguió el paso por varios metros, y Baek comenzó a exasperarse; entonces apuró el paso.
Salió con dirección al patio exterior, observando al cielo y percatándose de que era un día sombrío; al parecer más tarde llovería.
Se acercó a la fuente de los patos, hundió su cabeza en el agua y comenzó a sacudirse el cabello.
Jen le observaba de pie, a pocos metros de él.
Baek entonces perdió la paciencia.
—¿Puedes dejarme en paz?
Disparó, sintiéndose de cierta forma hostigado, mas Jen no respondió a su pregunta, y en su lugar, dijo:
—¿Qué soñaste? —sonrió triste—. ¿Por qué nombrabas a Jeroen en el sueño?
Baek contrajo su expresión. Desvió la mirada hacia el suelo, y luego hacia la fuente.
La melancolía no tardó en hacerse presente; Jen supo entonces que aquella pregunta no había sido adecuada.
—Lo siento —dijo inseguro, acercando al borde de la fuente y sentándose cerca de Baek.
Pero este no alzó su mirada siquiera hacia Jen; estaba inmerso en sus pensamientos.
Y es que a Baek le parecía extraño tener que soñar de forma habitual con ello. Era recurrente que al dormir, su madre se hiciere presente en su subconsciente.
Y no era tampoco una invención suya, pues él recuerda haber vivido episodios con su madre —aunque en un estado de ensueño— en aquel lugar en que estaba relegado.
O no estaba muy seguro, pues quizá su deplorable estado en aquel entonces, solo le jugaba una mala pasada.
No lo sabía con exactitud, pero aquel sueño era recurrente y le generaba una fuerte melancolía.
Daba igual, ya había pasado, y de todas formas, su madre ya estaba muerta.
Así como también lo estaba Jeroen.
—Fue un sueño feo, ¿verdad...?
La voz apaciguadora de Jen le sacó de su inmersión; contrajo sus pupilas de forma leve y ladeó su rostro hacia el mayor.
Jen le observaba con una sonrisa triste y condescendiente.
—Lo siento, no fue mi intención entristecerte.
Baek hundió la mirada en el agua cristalina de la fuente; observó su reflejo allí.
Se sintió extraño.
—Da igual —dijo, alzándose del césped y calándose la capucha en el rostro—; ya lo hiciste. Además, Jeroen ya está muerto; da igual si soñé o no con él.
Jen se alzó de inmediato, cuando pudo ver que Baek se encaminaba hacia el rincón derecho en la parte superior del patio, allá donde yacía la salida subterránea y secreta.
—Baek, ¿a dónde vas? —musitó nervioso, al sospechar que el menor saldría del palacio.
Mas Baek no le respondió, y siguió caminando.
Y Jen sintió que la frustración se acrecentó de golpe en su interior. Apretó los puños y, con los labios apretados, soltó aquello que tenía intenciones de preguntar desde un inicio.
Y dijo:
—¿Actúas distante conmigo por lo que te dije ayer, verdad?
Baek se detuvo en seco ante aquella pregunta. Contrajo sus pupilas de forma leve, y se quedó estático en su sitio.
Del cielo comenzó a caer una llovizna sumamente leve. La brisa sacudía las ramas de los árboles situados en el patio exterior.
Hubo un silencio largo y angustiante.
Baek entonces habló:
—No recuerdo qué me dijiste ayer.
Dijo tranquilo, mas Jen sintió que aquello fue como leña a la llamarada que tenía en su interior.
Frunció el ceño.
—¿Quieres que vuelva a decirlo?
—No —dijo Baek casi de forma inmediata—. No —repitió, no siendo capaz de ver a Jen al rostro, y manteniéndose de espalda a él.
Jen se mordió los labios.
—¿De verdad no lo recuerdas? —preguntó un tanto alterado— ¿Crees que soy idiota?
Hubo otro silencio entre ambos, pero al paso de unos segundos, Baek se volteó y, con expresión tranquila, dijo:
—Eres el pedazo de idiota más grande que he conocido en toda mi vida.
Jen no supo cómo reaccionar. ¿Tenía que reírse, o tenía que enojarse? ¿Aquello era una broma para alivianar la tensión, o Baek estaba directamente metiendo el dedo en la llaga?
Pero su expresión lo delató, pues estaba completamente serio.
No, no era una broma para alivianar la tensión.
Realmente le estaba diciendo que era un idiota.
Y Jen sintió rabia, así como nunca antes la había sentido.
Y se alzó sobre Baek.
—¡Eres un pedazo de mierda! —exclamó, tomando a Baek por sus antebrazos, alzando cada uno por el costado de su cabeza, y acechándolo en el rincón por encima de la salida; le dedicó una mirada iracunda.
A Baek se le cayó la capucha de la cabeza, y el cabello comenzó a mojársele con la llovizna.
Ambos se miraron con evidente odio.
—¡Suéltame, suéltame hijo de puta!
Las palabras comenzaron a subir de calibre, y ambos comenzaron a forcejear.
Pero Baek no podía con la fuerza y estatura de Jen; le sobrepasaba en aquello.
—Escúchame, pedazo de enano malagradecido —masculló Jen, acercando peligrosamente su rostro al de Baek, y manteniendo el agarre en sus antebrazos—. ¿Qué clase de puto corazón tienes? ¿Piensas ignorarme solo porque intenté ser amigable contigo?
Baek le dedicaba una mirada repleta de odio; no soportaba que le controlasen sus movimientos.
—¿Quién te crees que eres? —Jen estaba ofuscado a más no poder. Y, aunque intentó antes ser amable con Baek, simplemente no pudo soportar su indiferencia a su persona—. ¿Vas a ignorarme, después de todo lo que he hecho por ti, después de que curé tus heridas, después de unirme a tus planes horribles y consolarte cuando llorabas como un imbécil?
Baek intentó forcejear de nuevo, pero no pudo con la descomunal fuerza que aprisionaba sus brazos.
No tuvo más remedio que seguir escuchando a Jen fuera de sí.
—Nadie te obligó a hacer eso —contestó Baek, agitándose su respiración—. Yo no te pedí ayuda, jamás lo hice.
Jen sintió que tenía ganas de aprisionar el cuello de Baek entre sus manos.
—Eres un asco, Baek —dijo con la voz flaqueando en ira—. Eres realmente lo que todos dicen, y nunca fui capaz de verlo.
Baek se mantuvo con la expresión dura.
—¿Y qué esperabas? —le dijo, cansado de forcejear para ser liberado—. ¿Qué fuera tu amigo? ¿Qué te agradeciera por quererme?
Jen contrajo sus pupilas de forma leve. Quedó atónito por unos instantes.
Después de todo, Baek si recordaba lo de ayer.
—¿Tú...?
—Sí —irrumpió a Jen, antes de que este pudiese concluir su pregunta—. Recuerdo lo que ayer me dijiste, y es lo más desagradable que me han dicho en toda la vida.
Jen sintió que los ojos se le humedecieron, y no por la llovizna.
—Eres un...
—Sí, todo lo que piensas, eso es lo que soy —dijo sin más—. Y todos los rumores que has oído en el palacio sobre mí, también.
Jen sintió que las manos comenzaron a temblarle en los antebrazos de Baek. La expresión se le quebró.
La rabia le hizo escupir todo lo que pudo.
—¿Desagradable? ¿Crees que ganarte el aprecio de una persona es desagradable? —Forcejeo más aún el agarre en los antebrazos; Baek comenzó a lanzar pequeños quejidos por causa del dolor—. ¿Y no te desagradan las palabras que Jeroen te susurra al oído mientras te viola? ¿Eso te gusta?
Baek abrió los labios, atónito por lo que Jen decía.
—Si es tan cierto todo lo que dicen, es cierto también que eres la puta de Jeroen, como te llaman entre los servidores. Que eres un maldito arpía, manipulador, la perra de la familia real y un asqueroso insensible que jamás ha llegado a querer a nadie más que a si mismo.
Baek se mantuvo en su sitio, imperturbable.
Pero todo lo que Jen decía le quebraba por dentro.
—¿También te acuestas con Seung-Gil? —Jen solo vomitaba atrocidades, empujado por la rabia y la frustración—. ¿Es por eso que lo amas, verdad? Después de todo eres su favorito, y te brinda protección; tú jamás serías capaz de amar a alguien si no puedes sacar provecho de por medio.
Baek mantuvo su ceño levemente fruncido, y los labios apretados, sin quitar su vista de los ojos cristalizados de Jen.
—Así como lo has hecho conmigo. Te acercaste a mí, te mostraste y sacaste el mayor provecho de mí, para... ¿para esto?
El labio inferior comenzó a temblarle. Observar a Baek con un semblante relativamente tranquilo, hería a Jen como nunca antes nadie lo había hecho.
—Sí... —susurró Baek, apacible— te utilicé. Fuiste mi arma perfecta para lograr lo que quería. Me ayudaste sin pedir nada a cambio, tomaste valor para hacer cosas con las que yo no me habría ensuciado las manos, y ahora que conseguí lo que quería, ya no me sirves; puedo desecharte.
Jen se quedó de piedra.
—Nunca te consideré ni siquiera mi amigo.
Y Baek solo sintió que un fuerte golpe le sacudió el rostro. Sus brazos fueron liberados de inmediato, y se echó de rodillas en el suelo.
Sintió un fuerte temblor en sus manos. Contrajo su expresión y lanzó un leve alarido de la sorpresa.
Y alzó su vista, observando a Jen que tenía lágrimas en los ojos.
Y las manos le temblaban.
Hubo un largo silencio entre ambos. Solo la suave llovizna cayendo en el césped, y la respiración agitada de Jen, fueron perceptibles en el lugar.
Baek pasó sus dedos por la abundante sangre que salía de una de sus fosas nasales, y musitó:
—Ahora que ya hiciste lo que querías, ¿te sientes mejor?
Jen le observó con una expresión hundida en la más grande melancolía, y dedicando por unos últimos segundos su vista hacia la expresión contenida de Baek, solo dijo por última vez:
—Eres un maldito monstruo, Baek. —Aquello sonó en un hilo de voz—. Ojalá te mueras pronto.
Y cerró los ojos con fuerza, y se echó a correr hacia el interior del palacio.
Y Baek se quedó allí tendido de rodillas sobre el césped, observando como la silueta de Jen se perdía.
Y se quedó por varios minutos allí, con la vista extendida hacia el recodo por el cual se había esfumado Jen y con la lluvia aumentando su fuerza.
Y bajó la mirada hacia sus manos ensangrentadas, cerró los ojos y, con los ojos humedecidos, susurró para sí mismo:
—Lo siento, Jen.
Se incorporó de forma lenta, sujetándose de la pared, observó a su alrededor y, cuando verificó que no había presencia de algún extraño, alzó la roca revestida de césped, e ingresó al pasadizo subterráneo.
Y se encaminó hacia un escenario que no pensó encontrarse en el interior del pueblo.
Seung-Gil sentía que las manos le sudaban cuando se encaminaba hacia el dormitorio de Phichit. Para él, era también un escenario angustiante tener que lidiar con su amado en un estado sumamente sensible, y sabía que debía ser cuidadoso en el trato que le diera.
Más aún cuando su servidor había sido testigo el día anterior de la cremación de su propia hermana, y en un sitio humillante al cual se relegaba la escoria del pueblo, lo que acrecentaba el sentimiento de injusticia e impotencia que carcomía el espíritu completo de Phichit.
Areeya realmente no mereció aquel adiós tan sombrío y humillante.
El día anterior, Seung-Gil no irrumpió a Phichit desde la tarde en adelante, pues sabía que el dolor del luto era absoluto, y ser invasivo con alguien que guarda luto, muchas veces provoca un efecto contrario al esperado.
Y le dejó pasar la tarde descansando, pero ya había amanecido, y a Seung-Gil le urgía saber cómo estaba su amado.
Le urgía contenerle en su angustia.
—Phichit... —susurró con voz dulce, acercando su rostro a la puerta y propinando pequeños golpecitos con sus nudillos—. Phichit, soy yo, Seung-Gil. Ya amaneció, ¿ya te has levantado?
Pero no recibió respuesta alguna; Seung-Gil contrajo su expresión, levemente angustiado.
Suspiró y pegó su frente a la madera de la puerta.
—Si no quieres responderme, está bien —dijo, sonriendo con tristeza—. Debes tomarte tu tiempo, ¿sí? Sabes que estoy contigo, y que no te dejaré solo en esto. Te amo mucho, y quiero que sepas que eres lo mejor que me ha pasado.
No recibió respuesta. Imaginó que Phichit estaba descansando aún, y no volvió a insistir.
No quiso pensar que se trataba de la nueva postura que Phichit tomaba ante él.
No quiso pensar que era la distancia que Phichit estaba formando entre ambos. No lo quiso. Sentía que el pecho se le hundía de tan solo pensarlo.
—Ya volverás a sonreír como antes... —susurró para sí mismo, bajando la mirada y quedándose allí por unos segundos—. Prometo que sí, mi amor.
Retrocedió en su sitio, observó la puerta con una expresión melancólica, y se dirigió hacia la sala principal.
Y allí, los guardias le darían un aviso que empujaría a Seung-Gil a tener que tomar decisiones importantes.
Y a estar cerca de la verdad absoluta.
—¡Majestad, mi señor Seung-Gil!
Dos guardias se acercaron al noble mientras este emprendía camino hacia el despacho de Jeroen; este les observó y paró en seco.
Ambos guardias bajaron la cabeza en señal de sumisión. Tenían una expresión severa.
—¿Hay alguna novedad acerca de la búsqueda de mi padre? ¿Él ya está en su habitación?
Ambos guardias se miraron con evidente nerviosismo. Seung-Gil alzó ambas cejas. Uno de ellos tragó saliva, y dijo:
—No hemos encontrado al Rey Jeroen por ningún sitio, majestad. —Seung-Gil separó sus labios, sorprendido por tal revelación—. Se han desplegado tropas por el sur y el este, pero no hay hallazgo alguno. Inclusive se ha preguntado a los aldeanos si es que han observado algo inusual por las calles, a los campesinos se les ha interrogado por ruidos extraños, y a los hombres de puerto se les ha dado aviso de que informen de inmediato a la autoridad si es que ven algo por el mar.
Seung-Gil se quedó de piedra por unos instantes; los guardias se encogieron en su sitio.
—¡Idiotas! —exclamó Seung-Gil saliendo de su trance y llevándose ambas manos a la cabeza—. ¡No a los aldeanos, no a ellos!
Los guardias bajaron la cabeza, escuchando con atención la reprenda del príncipe.
—¡Si preguntan a los aldeanos sobre esto, van a comenzar a sospechar de la ausencia de la mayor autoridad en el reino! ¡Sabrán que ha desaparecido el rey, y aquello solo formará una revuelta y que los rumores se esparzan como el fuego!
Los guardias asintieron, cabizbajos y atentos al regaño.
—Es más; la presencia de ustedes ya ha de estar levantando comentarios y sospechas en la capital. Lo que más me asusta no es la posible revuelta que ha de formarse, sino que la posible invasión de reinos vecinos. Este reino es codiciado por muchos por sus posesiones económicas, el poder que representa, y sus recursos naturales, y no podemos permitirnos que en esta inestabilidad actual, ellos tomen conocimiento de la desaparición del rey.
Seung-Gil sintió que todo le dio vueltas de pronto; se llevó ambas manos al puente de la nariz. Los guardias se sobresaltaron.
No podía creer lo que ocurría. ¿Qué había pasado con Jeroen? ¿Se había ido? ¿Había muerto?
¿Por qué justo ahora, cuando Phichit invadía en gran parte su mente y le generaba preocupación por su estado actual?
Lanzó un grito ensordecedor, lleno de frustración.
Los guardias dieron un brinco del pavor.
Volvían a ver aquel aura oscura en Seung-Gil.
—Sigan buscando —ordenó autoritario, apretando sus puños como rocas y alzando su vista sombría hacia el pasillo que daba al despacho del rey.
—¡Sí, señor! —exclamaron los guardias, llevándose la mano derecha a la frente, y estando en posición.
—Yo tomaré el lugar del rey desde este momento, hasta que él sea encontrado y esté en condiciones de ejercer nuevamente su función.
Ambos guardias agacharon la cabeza ante Seung-Gil.
—¿Y si no aparece el rey, majestad?
Se atrevió a preguntar uno de ellos, y el otro guardia le propinó un fuerte codazo por causa de su improperio.
Seung-Gil le dedicó una mirada afilada.
—Aparecerá —decretó—, y si no aparece, entonces tomaré su lugar, y seré el nuevo rey.
—Disculpe, mi señor Seung-Gil... —se atrevió a hablar el guardia que propinó el codazo, sumamente cauteloso y con algo de temor—. ¿Hay un plazo para cesar en la búsqueda? Digo... me refiero a que...
—Sé a lo que te refieres —contestó el príncipe.
Ambos guardias contrajeron sus expresiones.
—La búsqueda será hasta el alba del día de mañana. Si de acá a mañana, no hay rastro de mi padre, entonces tomaré el trono y seré el nuevo rey de este reino.
Decretó, y ambos guardias asintieron y se incorporaron.
—Ahora vayan, y no levanten sospechas de la búsqueda.
—¡Sí, señor!
Y apenas se esfumaron de su vista, Seung-Gil lanzó un suspiro cargado de preocupación.
¿Por qué tenía que pasar justo ahora? ¿Qué es lo que haría? Si Jeroen no aparecía hasta el alba de mañana, entonces solo quedaba tomar el papel más importante:
Convertirse en el rey Seung-Gil.
Empuñó sus manos y se dirigió a paso firme hacia el despacho del rey para ocupar su lugar.
Y allí, por causa de su curiosidad, Seung-Gil encontraría el primer vestigio que le acercaría a la verdad oculta.
Entró en el despacho de Jeroen, no sin antes recibir una gran reverencia por parte del guardia que cuidaba la puerta del lugar.
Cerró la puerta tras de sí, y observando con detenimiento, se encaminó hacia el escritorio.
Y allí tomó asiento.
Apoyó sus codos en el escritorio, entrelazó sus manos y posó su frente en ellas.
Se quedó allí un rato, pensativo.
Y comenzó a fundirse con la silenciosa atmósfera.
''¡Maldito príncipe, maldito! ¡Jamás debí enamorarme de ti, nunca debí hacerlo, nunca!''
Inhaló de forma abrupta, e irguió su rostro de inmediato.
Seung-Gil no supo en aquellos instantes, por qué de pronto las palabras de Phichit le invadieron la cabeza.
Pero sintió que algo dentro de él se apagaba.
Angustiado, se pasó ambas manos por el rostro, intentando dispersar el montón de conjeturas que crecían en torno a la distancia que Phichit comenzaba a mostrarle.
No era nada. Seguro que era algo momentáneo y por causa del luto; por aquella razón Phichit le había gritado esas palabras en el río.
Claro, no era por otra razón.
No es que Phichit dejara de amarle, o dudara respecto de lo que sentía.
¿O sí?
No, claro que no.
—Estoy loco —musitó en una risa nerviosa, sacudiendo la cabeza de forma leve y comenzando a ordenar el despilfarro que yacía en el escritorio.
Tenía que tomar atención a otras cosas importantes. No era momento de dejarse absorber por temas secundarios.
¿Secundario? ¿Acaso la posibilidad de perder a Phichit, el amor de su vida, era algo secundario?
Se golpeó a sí mismo, propinándose una bofetada.
Logró salir del trance momentáneamente, y dispuso su completa atención a pensar en lo que era de suma urgencia.
La situación actual que aquejaba al tema político del reino.
Si su padre no aparecía de allí al alba, él sería el nuevo rey. Seung-Gil sabía que no podía dejar vacío por un extenso periodo aquella vacante. Sabía que debía dar estabilidad a la situación del reino.
Las probabilidades de convertirse en rey dentro de las próximas horas, eran sumamente altas, y Seung-Gil, era consciente de que debía prepararse para ello.
Lo primero que debía concretar, muy a su pesar, era la alianza con el Reino Crispino, pues de ser el nuevo rey, era inexperto, y por tanto, una posibilidad seductora para la inminente invasión de los reinos vecinos.
Al concretar una alianza rápida con el Reino Crispino, Seung-Gil daría un aviso tácito de seguridad y protección para los habitantes, y una amenaza implícita para los posibles reinos invasores.
Era de suma urgencia; debía contraer matrimonio con Sara Crispino, y rápido.
Y allí se quedó, inmerso en sus pensamientos, cuando entendió entonces, que debía casarse con una persona a la que no amaba.
Sintió que todo se le caía por dentro.
Pero para un adulto, ya no hay posibilidad de lamentarse cuando las obligaciones dan paso al bienestar mayor. Cuando una acción es positiva más allá del bienestar propio, y cuando se debe despojar del egoísmo para dar paso a un grado de altruismo.
Dolía entenderlo, aceptarlo, y en especial, asimilarlo.
Pero así debía ser. Debía decir adiós eternamente a la posibilidad de no comprometerse de forma pública con alguien a quien no amaba.
Pero no sabía cómo Phichit reaccionaría al respecto.
Solo bajó la mirada y no siguió escarbando en sus pensamientos. Le dolía hacerlo.
—Hay que hacer, lo que se debe hacer...
Musitó sin energías, y se dispuso a buscar entre los cajones el instrumento en donde yacía los términos de la alianza con el Reino Crispino.
Pero no encontró nada que le fuera útil, hasta que intentó abrir el último cajón, y este yacía cerrado.
No podía abrirse.
Seung-Gil contrajo las cejas y, con fuerza desmedida, intentó abrir paso hacia el interior.
Pero no se pudo. Y, aunque estaba exhausto de tener que hacer aquello, una fuerte corazonada le empujó a buscar la forma de abrir aquel cajón.
Y lo hizo.
Debía existir alguna forma de abrir aquello, y supo que podría hacerlo, cuando sobre el escritorio divisó un pequeño candelabro con alambres disparados en todas direcciones; lo tomo e intento doblar sus esquinas para simular una escueta llave.
Introdujo aquello en la cerradura, y por varios minutos se concentró en encajarlo en el interior del mueble.
Mas no pudo.
Sus manos quedaron levemente heridas por la presión, y se echó hacia atrás, rendido. Suspiró hastiado, cerró los ojos y se quedó allí un momento, intentando ordenar sus ideas.
Pero un leve resplandor le traspasó los párpados cerrados de pronto. Abrió los ojos de forma lenta y, con su entrecejo arrugado, intentó divisar qué se extendía ante él.
Era una llave enganchada en el techo del despacho, hundida entre dos bifurcaciones de madera.
Estaba perfectamente disimulada.
Seung-Gil ladeó ambas cejas, extrañado por el inusual escenario.
Se incorporó dubitativo, se subió en el escritorio y, con los brazos estirados a más no poder, propinó un fuerte salto hacia el techo; con la yema de los dedos logró mover la llave, y esta cayó y resonó en la madera.
Seung-Gil saltó de pronto nuevamente en el suelo. Se agachó, tomó la extraña llave y comenzó a observarla.
Era una llave vieja; se notaba en la calidad del metal.
Alzó su vista apenas y observó el cajón cerrado. Supuso que la llave entraría en aquella cerradura.
Y lo intentó.
Si bien la cerradura había cedido, Seung-Gil tuvo que ejercer fuerza de más para poder extender el cajón, pues al parecer este había estado cerrado por años, y estaba algo astillado y oxidado.
Al parecer aquello era un objeto viejo; Seung-Gil se preguntó de cuándo.
Cuando logró sacar por completo el cajón, lo primero que vio le dejó mudo por unos segundos, pues no logró entender el significado de aquello.
Un largo mechón de cabello. Su color era castaño claro.
Unas hojas yacían por debajo de él. Seung-Gil no entendió el significado de ello.
Con cautela tomó el mechón de cabello. Tenía una fina consistencia, pero era evidente que estaba sucio.
Seung-Gil acercó su nariz tan solo un poco a las hebras, y pudo evidenciar de inmediato el olor que expendía.
Olor a sangre seca. Alejó su rostro de inmediato y arqueó ambas cejas; no lo comprendió.
¿De quién era ese cabello? ¿Por qué Jeroen lo guardaba en un cajón con llave? ¿Por qué la llave del cajón estaba tan resguardada? Se quedó un rato pensativo, hasta que luego decidió tomar atención a las hojas que yacían dentro.
Y se acercó a la verdad, cuando entonces comenzó a leerlas.
No pensó que se encontraría con ello.
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''Eveline trajo aquel mechón entre sus manos la noche anterior en que la maté. En las horas que siguieron, aquella voz nunca dejó de hablarme. Constantemente me susurraba, me gritaba, me resoplaba y me incitaba.
Mátala, mátala, mátala.
Dentro de mi cabeza, con el tiempo logré convivir con ellos. Seres extraños. Me hablaban por las noches, me empujaban a cometer actos ruines, pero nunca recibí algo tan potente como aquella vez en que Eveline me mostró el cabello que pertenecía a quien me sedujo a caer en los actos carnales más bajos.
El día en que Eveline descubrió la existencia de ese niño, que con el tiempo, me tuvo a su completa merced sin él saberlo.
Ella lo alimentó durante meses, después de que yo me ocupaba de él. Me lo confesó aquella vez. Me lo gritó entre lágrimas.
Pero nunca me lo dijo, hasta el día en que no soportó callar lo que tanta injusticia le provocaba.
Y la maté por eso. Porque comenzó a ser un peligro. Porque no tuve más remedio. Por el bien de este reino.
Y la voz me lo gritaba.
Mátala. Mátala. Mátala.
MÁTALA, MÁTALA, MÁTALA.
¡¡¡MÁTALA, MÁTALA, MÁTALA!!!
Y lo hice.
Lo hice.
Y no me arrepiento. La voz me lo dijo. El niño fue el culpable.
Él provocó todo esto.
Me encerré en mi propia sombra. Veo siluetas pasar. Me gusta ver gente morir. Me gusta verles rogar.
Me gusta verle a él rogarme por parar.
Baek lo sabe. Baek todo lo sabe.
Escondo su secreto durante años. Soy su más grande confidente.
Llevaré a mi lecho de muerte lo que tanto sé de Baek.
Baek, Baek, Baek.
Me agrada perfilar su nombre. Le veo y me recuerda mucho a ese niño de antaño.
Me aferro al placer de su eterno recuerdo. Él es creación mía. ''
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.
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Cuando Seung-Gil terminó de leer aquella carta, no pudo percibir que las manos le temblaban.
Sintió leves punzadas en la parte de sus sienes. Las conjeturas y las dudas no dejaban de acrecentar en su cabeza.
¿Qué era lo que acababa de leer?
¿De quién era ese mechón de cabello? ¿Por qué Jeroen habría matado a su madre por ello? ¿De qué niño hablaban? ¿Por qué de pronto Jeroen hablaba de Baek? ¿Se trataba de aquel Baek, de su servidor más antiguo?
¿Qué es lo que pasaba?
No entendía absolutamente nada.
Sus ojos solo podían perfilar una y otra vez aquellas letras, sin obtener un indicio claro para captar la relación entre todo ello.
Sintió que una terrible angustia le abrazó el pecho. Sintió que el aire se le iba.
¿Y si el niño del que Jeroen hablaba en la carta, era él mismo?
No. ¿O sí?
Sacudió su cabeza y se incorporó apenas, sujetándose de los muebles.
La respiración la tenía agitada.
Metió el mechón de cabello en el bolsillo de su túnica, y arrugó la carta dentro de la misma.
Y salió casi eyectado del despacho. No pudo contener su ímpetu.
Corrió hacia donde las piernas le llevaron por instinto.
—Phichit, Phichit —dijo, conteniendo el aire y situándose frente a la puerta del dormitorio de su servidor—. Phichit, ábreme por favor.
Pero no recibió respuesta. Se quedó en el lugar, con las manos temblándole.
—¡Phichit! —exclamó impaciente, dando pequeños golpes nerviosos con sus nudillos.
Necesitaba hablarlo con alguien. Necesitaba contención. Necesitaba mirar el rostro de Phichit al menos, antes de que las conjeturas en su cabeza terminaran por comer sus sesos.
Necesitaba una distracción, rápido.
—¡¿Phichit?! —gritó, golpeando con más fuerza—. ¡¿Estás ahí?!
Pero no recibió respuesta alguna, y Seung-Gil, simplemente no soportó más.
Y abrió la puerta.
Y quedó de piedra, cuando pudo percatarse de que Phichit no estaba allí.
Ni siquiera estaba revuelta su cama; era como si no hubiese llegado a dormir.
Y sintió que la angustia le carcomió.
¿Phichit había huido del palacio? ¿Por esa razón se mostró antes distante? ¿Había cometido una locura? ¿Desde cuándo había planeado abandonarle?
No, no, no.
No podía todo juntarse en un solo punto justo ahora. No podía desaparecer Jeroen, él asumir como rey, tener que adelantar la boda con Sara, descubrir una extraña carta, y que Phichit le abandonara.
Sintió pavor.
Cerró los ojos con fuerza e, intentando alinear su fuerte impulso, retrocedió para encaminarse rápidamente a las caballerizas.
Y fue en busca de Phichit.
Con un amargo sentimiento en el alma.
Se requirió de pocos minutos para que la lluvia intensificara el ritmo a su punto cúlmine.
Dentro de la cabaña era tranquilo. A través de la madera, de todas formas penetraba el frío del exterior, pero al menos podía estar en silencio y extender su vista más allá de la lluvia.
Podía sentarse a escuchar los gritos que su propia mente proliferaba. Torturarse en un silencio desollador que necesitaba para escarbar en sus pensamientos, y empujarlo a tomar decisiones que jamás habría querido.
Phichit agradeció haber conocido antes aquel lugar. Y, aunque en oportunidades pasadas vivió en aquel sitio momentos gratos con Seung-Gil, en aquel instante estaba allí tendido sobre el marco de la ventana, observando a un punto incierto y esperando a que el día llegase a su fin.
A Phichit, aún todo le parecía irreal.
No podía creer que su hermana estuviese muerta. No podía asimilar aún que era su culpa completa, y que su familia ya no lo era.
No podía creer que había sido marginado de su apellido, de sus raíces y, que su propia madre ahora negaba su existencia.
Los avergonzaba a todos.
—Mamá...
Musitó despacio, cristalizándose sus ojos y cayendo una leve lágrima por su rostro.
No podía con tanta tristeza que le aquejaba.
Porque para Phichit, no solo era el dolor del luto. No era solo el tener el sentimiento de culpa extendido por su ser completo, ni tan solo extrañar a Areeya, con la impotencia, el sentimiento de injusticia, y la dura realidad de saber que ya jamás volvería a verla, porque su existencia había llegado a su fin.
Sino que también, era el dolor del rechazo absoluto.
Phichit ya no tenía un lugar al que volver. Phichit ya no pertenecía a ningún sitio. Ahora se había convertido en un errante cualquiera, y no poseía un norte al cual guiarse.
Porque desde ese punto nada tenía sentido. No tenía sentido despertar por las mañanas, y tan solo se limitaba a ver las horas pasar, para esperar a que la noche llegase y el cuerpo le exigiese descansar.
Rutina. Todo era rutina y, con la rutina, también era el dolor, la impotencia, y el abandono.
No encontró sentido a la vida. No supo qué significaba, para qué lo hacía. No entendió qué hacía allí y, por un instante, no supo qué era él.
Estaba en un pozo.
Todo era negro, absolutamente todo.
Había cometido errores, pero... ¿acaso no todos los cometen?
¿En dónde quedaba aquella filosofía que su madre le había enseñado? ¿En dónde quedó el tener que entregar al mundo para ser un hombre feliz? ¿En donde quedó el resultado de su altruismo y de su poco egoísmo?
¡¿EN DÓNDE?!
Phichit supo entonces, que toda su vida la vivió de forma equivocada.
Que las cosas que pasaban, eran porque simplemente no tenía sentido alguno vivir siendo altruistas. Que su propia madre negaba ahora su existencia, que no tenía un sitio al que ir, pero que personas que obran con maldad, se sienten mucho más plenas que él, y que al menos, tenían un hogar al que llegar.
En cambio él no. Qué idiota había sido.
Sabía que la vida era una ruleta. Sabía que esta era un azar, y que los sucesos desafortunados pasan a cualquiera, pero él ya estaba cansado. Estaba cansado, exhausto, rendido. Ya había dado pelea, y soportó tempestades a más no poder.
Pero sus piernas flaquearon, sus rodillas golpearon el suelo, y ahora estaba deshecho.
La muerte de su hermana menor y, el rechazo completo de su familia, le destruyeron de forma definitiva.
Sintió rabia.
Rabia, enojo, impotencia.
Era su culpa. Era su culpa por pensar que obrando de buena manera iba a recibir energía positiva del mundo, y protección para los suyos. Era su culpa por pensar tan ingenuamente, por creer que las personas eran buenas. Era su culpa por tener un alma antes inocente, por pensar que seguir la filosofía de vida que aprendió de su madre cuando era un niño, le haría un hombre dichoso.
Era su culpa, su culpa completa. Su culpa por no herir a los demás cuando podía, por tomar una postura pasiva ante las garras crueles de la vida. Su culpa por enredarse con Seung-Gil, y su culpa por provocar de forma directa el asesinato de su hermana.
Y de pronto, el rostro destrozado y desfigurado de Areeya pasó de forma fugaz por su mente; Phichit inhaló profundo y contrajo las pupilas.
Sintió que el estómago se le volteó; dio una fuerte arcada.
Y posterior a ello, la imagen de Seung-Gil se posó en su mente.
Phichit se sintió peor.
Seung-Gil, Seung-Gil, Seung-Gil.
Su amado y querido Seung-Gil, ahora con su presencia en la conciencia, sentía que le punzaba en los sesos.
Sintió una tristeza enorme invadirle, si es que ello era posible.
Pensar en Seung-Gil ya no le calmaba; ya no le brindaba paz. Pensar en Seung-Gil le angustiaba, le provocaba cierto rechazo.
Quizá también era culpa de Seung-Gil; después de todo él se había aparecido en su camino, y había gatillado tal descabellado enamoramiento.
Sintió odio hacia Seung-Gil por unos instantes, y comenzó a llorar.
No pudo creer que sus sentimientos mutaban a algo tan horroroso. Comenzó a reprocharse de inmediato.
El recuerdo y la imagen de Seung-Gil, comenzaba a llenarle de sentimientos amargos.
—Es tu culpa...
Phichit sintió un hálito provenir desde su costado. Alzó la vista horrorizado y ladeó su rostro hacia aquella dirección.
Quedó estupefacto.
—Ya nada tiene sentido. La muerte es la única y dulce solución que calmará tu pesar. Hazlo.
Abrió sus labios y se quedó de piedra cuando se percató fuera de sí, que la mujer retratada en el cuadro de la familia en la cabaña, le miraba y le hablaba.
Quizá estaba delirando.
—N-no...no... —musitó con pavor, incorporándose de forma torpe y retrocediendo despacio.
Comenzó a apoyarse en los muebles, y sin darse cuenta, aquello provocó que sin quererlo botara cosas al suelo de madera.
—De nada sirvió tu esfuerzo. Viviste procurando el bien para los demás, y ahora nadie te lo agradece. Solo provocaste innumerables muertes en el pueblo, el brutal asesinato de tu hermana, y la profunda decepción y odio que ahora siente tu familia hacia ti.
Habló entonces el niño del cuadro. Aquel mismo que tenía su rostro borrado, pero que mantenía sus labios intactos.
—Noooo, noooo, no es cierto, no.
Phichit sintió desesperarse. Las manos comenzaron a temblarle, y cerró los ojos, perturbado por los gritos que en su mente se reproducían.
Culpa. Remordimiento. Decepción. Odio. Impotencia. Tristeza. Soledad.
—Seung-Gil ha provocado esto. Nada de esto habría ocurrido si no le hubieses conocido. Él tiene la culpa. Él la tiene. Él la tiene. Él la tiene.
Pero Phichit sintió que todo le colapsaba, y ya fuera de sí, lanzó un grito ensordecedor, y entre lágrimas, comenzó a romper todo a su paso.
Estaba harto de convivir consigo mismo.
—¡¡¡CÁLLATE, CÁLLATE, CÁLLATE!!!
La pequeña mesa de la cabaña, entonces salió eyectada hacia el otro extremo de la casucha. Varios objetos se rompieron. Jarrones y la vieja cuna, chocaron y se formó un estrepitoso escenario.
Phichit comenzó a drenar la rabia.
—¡Él tiene la culpa, él la tiene! —sollozó, lanzando todo a su paso—. ¡Y yo también la tengo! ¡Nada de esto habría pasado si yo no me hubiese enamorado! ¡Tenemos la culpa, la tenemos!
Y por última vez, Phichit escuchó como un rugido desde las entrañas del inframundo.
—¡¡¡MÁTATE, MÁTATE, MÁTATE!!!
Phichit entonces no lo soporto más.
—¡¡¡NOOOOOOOOOOOO!!!
Y ya absolutamente fuera de sí, tomó el cuadro con rabia, y comenzó a golpearlo.
Y lo rasgó en varias partes, haciendo añicos el objeto.
Y la cabaña en medio del bosque se inundó en ruidos escandalosos, y Phichit no pudo discernir nada por varios minutos.
Pero jamás imaginó lo que pronto ocurriría.
—¿Qué estás haciendo?
Aquella voz provino a su espalda. Phichit paró en seco, con las manos temblándoles y los ojos inundados en lágrimas.
No se atrevió a voltearse.
—¡¿Qué haces?!
Phichit entonces se volteó de forma lenta, y no mutó su expresión, cuando entonces pudo percatarse de quien se trataba.
Quedó descolocado.
—¡¡Dame eso!!
A su lado, llegó Baek de inmediato. Con evidente nerviosismo tomó los restos del cuadro, e intentó reconstruirlo.
Pero fue inútil.
Phichit observó como el dolor se dibujaba en su faz. En el momento no lo comprendió.
—¡¿Por qué hiciste esto?! —exclamó, cristalizándose sus ojos—. ¡¿Qué haces en este sitio?! ¡¿Por qué destruiste todo en la cabaña?!
Phichit solo le observó con las pupilas temblorosas y los labios separados. Su mente estaba en blanco.
Baek apretó los dientes y bajó la mirada.
Un absoluto silencio se posó entre ambos. Solo la lluvia en el exterior amenizó aquello.
—Este cuadro es muy importante para mi señor Seung-Gil —dijo en un hálito débil, como resignándose a la destrucción de dicha obra—. Por algo lo conservó durante tantos años. Por algo es que ha dejado intacta esta casa desde que la descubrió en medio del bosque.
Phichit no dijo nada. Se quedó de rodillas en su lugar, aún descolocado.
—Y tú lo has destruido todo —dijo en un alarido melancólico—. Has destruido la casa completa. ¿Por qué lo hiciste, por qué tú...?
Y Phichit comenzó a sollozar con fuerza. Baek se calló de inmediato.
Y quedó de piedra, cuando Phichit alzó su expresión inundada en dolor hacia él, y le pidió:
—Mátame... —suplicó en un susurro—. Baek, por favor, mátame aquí y ahora mismo.
Baek no reaccionó. No supo qué decir.
Phichit se veía destruido.
—Mátame, por favor, mátame. —Tomó a Baek por el cuello de la capucha, acercándole a su rostro para intensificar su súplica—. Toma mi cuello, tómalo. —Posicionó sus manos en las de Baek y las llevó alrededor de su cuello—. Aprieta, por favor, hazlo.
Y Baek recordó el asesinato de su propia abuela; sintió que una fuerte punzada le revolvió el estómago, y con pánico, alejó sus manos de golpe.
Ambos se observaron en silencio.
Phichit rompió en un llanto desesperado.
—Ya no quiero sentirme así, p-por favor... por favor... —Él mismo entrelazó sus propias manos a su cuello, y comenzó a apretar—. No quiero más, no...
Y solo alcanzó a ejercer un poco de presión, cuando Baek de un movimiento brusco le despojó las manos del cuello.
Y grande fue la sorpresa de Phichit, cuando Baek le tomó la cabeza y la posó en su propio pecho.
Y le abrazó.
Ambos se quedaron en un silencio absoluto. Phichit, descolocado, solo se mantuvo en aquella posición, con los ojos bien abiertos y los labios levemente separados.
Baek por el contrario, le miraba con evidente lástima y tristeza.
—Ba-Baek... —musitó Phichit, aún con el rostro en el pecho del mayor—. ¿Por qué tú...?
—Cuando sientes que estás destruido, sé que lo que más anhelas es encontrar unos brazos que te reconforten —susurró apenado—. Entiendo como puedes sentirte, créeme que sí.
Y Phichit sintió que de nuevo sus ojos no soportaron sus lágrimas. Comenzó a sollozar. Los recuerdos de su familia se asentaron en su mente.
—Estoy cansado de todo, de todo —sollozó—. Soy un maldito, soy un maldito imbécil. Pensé que obrando bien, la vida daría protección a mi gente. Pensé que sería un hombre dichoso, yo...
—La vida es lo que es, Phichit —dijo Baek, separando levemente a Phichit de su pecho—. Seguirás con esa amargura en tu ser, si es que piensas que nuestras obras deben tener recompensa. La vida es un azar. Los sucesos de todas índoles pasan a cualquiera.
Phichit supo que Baek decía aquellas palabras para calmarle, pero sin poder él evitarlo, produjeron un efecto contrario.
—Asesinaron a mi propia hermana, una joven de quince años con una vida por delante —dijo entre dientes, alejándose del pecho de Baek y observándole con enojo—. ¿Crees que eso es un simple azar? ¿Piensas que es lo justo?
Baek le observó condescendiente y con algo de lástima.
—Así es la vida.
—¡Así no es la vida!
Phichit se alzó furibundo. Se llevó ambas manos a la cabeza; comenzó a desesperarse de nuevo.
—La vida no es así, nunca debió ser así. —Su voz se quebró—. La vida no es aquella en donde matan a cientos de personas por una persona que es la culpable. La vida no es aquella en donde terminan con los sueños de una niña. La vida no es aquella en donde lo que mas amas, termina desconociendo tu existencia.
Baek se alzó de inmediato, observando a Phichit con evidente tristeza.
—¡Esa no es la vida que me enseñaron! ¡No es la que pensé!
—Las cosas no son como tú quieres que sean —dijo Baek—. La vida no va a actuar amable contigo, y debes saberlo. No siempre recibirás el mismo trato por parte de ella. Si te haces falsas expectativas, terminarás destruido. —Baek sintió que articular aquellas palabras le dolían—. Llora por unos instantes, pero luego levántate. Tienes que seguir; debes hacerlo.
—¡Tú no sabes nada!
Phichit le dedicó una mirada iracunda. Baek le observó en silencio.
—¡Hablas de seguir! ¡Como si en tu vida hubieses pasado por tantas cosas! ¡¿Por cuánto has pasado?! ¡¿Sabes siquiera lo que estoy viviendo?! —Phichit sacó a relucir un lado egoísta que antes no apareció—. ¡Dímelo!
Baek quiso explotar en palabras ante Phichit, pero en lugar de ello solo sonrió triste, y dijo:
—Lo siento... —bajó la mirada—. Tienes razón, en realidad jamás he pasado por cosas terribles.
Phichit sintió que aquella calma en Baek, de cierta forma constituían una burla.
Sintió ira.
Y aunque era evidente que estaba canalizando su ira con la persona equivocada, su mente no se esclareció al respecto.
Y quiso lanzarse hacia Baek, cuando de pronto:
—Phichit...
Aquella voz les sorprendió a ambos. Tanto Baek como Phichit se quedaron se piedra, y ninguno fue capaz de ladear la vista hacia la puerta.
No era posible.
—Te estuve buscando por todo el pueblo.
Seung-Gil estaba empapado por la lluvia. Sus cabellos y su ropaje goteaban, y su aliento caliente expendía un ligero vapor dentro de la cabaña.
Estaban allí los tres, en una situación que ni Phichit ni Baek, quisieron que ocurriera.
—¿Por qué están ambos aquí? —inquirió con cierta dureza—. ¿Qué está pasando?
Baek no respondió, y con los nervios de punta, tan solo limitó su vista hacia el suelo.
Phichit estaba de espalda hacia Seung-Gil.
—Baek —musitó Seung-gil, ladeando su vista hacia su servidor e intentando buscar su atención—. Dime ahora, ¿qué está pasando aquí?
Baek sintió que las manos le sudaban. Abrió y cerró los labios varias veces, en un intento por hablar.
Mas en su lugar, Phichit irrumpió.
—Me voy —dijo sin más, no dando la cara al príncipe, e inmiscuyéndose por el costado para salir del lugar.
Pero Seung-Gil le interceptó de inmediato.
—¿Qué ocurre contigo? —le tomó suavemente del antebrazo, clavando su vista en la mirada cabizbaja de Phichit—. No te vayas. Te estuve buscando por todo el pueblo.
Phichit no alzó la mirada. No podía hacerlo.
—Sé que anoche no llegaste al palacio. Quiero que me expliques ahora mismo lo que pasa contigo.
Nuevamente no respondió. Seung-Gil sintió que su paciencia estaba siendo puesta a prueba de forma riesgosa.
Le frustraba la indiferencia de la persona a la que amaba.
—Sé que estás dolido por la muerte de Areeya —mencionó, y Phichit contrajo las pupilas. Baek observó con sorpresa—. Entiendo cómo te sientes, pero por favor, no actúes así conmigo.
—Déjeme...
—No —dijo seco—. No voy a dejarte —decretó—. Sé que te sientes mal, pero no me hagas sentir de esta forma. También estoy sufriendo; tratemos de sostenernos entre ambos.
Phichit se zafó del agarre en su antebrazo.
—Quiero irme.
—No lo harás.
Baek observaba atónito la escena.
—Déjeme volver al palacio, majestad.
—Volverás conmigo.
—No.
—Phichit.
—Quiero ir solo.
—¡¡¡PHICHIT!!!
Un fuerte bramido fue signo de que la paciencia había culminado. Era condescendiente con Phichit, pero no toleraría esas faltas de respeto, ni mucho menos esa humillación ante Baek.
Estaba herido. Le dolía, le dolía enormemente lo que Phichit estaba haciendo.
—No me hagas sentir de esta forma —musitó Seung-Gil, con un dejo de voz rota—. Sé que debo darte tu espacio, y te lo estoy dando, pero... no me hagas esto, por favor. Si quieres salir del palacio, está bien, lo harás, pero por favor, al menos dímelo.
Phichit escuchó con la vista clavada en el suelo; en ningún instante miró a Seung-Gil a la cara.
El príncipe sintió que para Phichit, en aquellos instantes no era más que mierda.
Quizá por aquella razón ni siquiera le miraba.
—No entiendo qué ocurre contigo... —dijo por última vez—. Es como si todo lo que pasó fuese mi culpa, es como sí...
Seung-Gil se detuvo, al sentir que Phichit endureció su expresión.
—Es como si me odiaras desde lo que pasó.
Y hubo un silencio incómodo. Nadie habló, hasta que Phichit dijo entonces:
—Fue un error. —Seung-Gil alzó ambas cejas, incrédulo—. Fue un error llegar a este palacio en lugar de mi padre.
Alzó su rostro de forma lenta, y con la mirada cristalizada y el ceño fruncido, observó a Seung-Gil por fin a su faz.
—Nunca debí enamorarme de usted.
Lo había hecho. Phichit volvía a decir lo mismo; lo mismo que antes había dicho en el río.
Seung-Gil no pudo creerlo. Sonrió nervioso.
—Phichit, tú...
—Lo nuestro fue un error, majestad —remató—. Y nunca, nunca debió pasar.
Y dejó a Seung-Gil con el corazón en la mano, con los ojos cristalizados y la boca abierta.
Y Phichit se inmiscuyó por su costado, y caminó hacia la puerta.
—No te vayas —pidió Seung-Gil, y Phichit paró en seco en el umbral de la puerta; ambos se dieron la espalda—. Te lo suplico, no te vayas.
Phichit sintió que una punzada le traspasó el pecho. Sintió que las piernas le flaquearon.
No sabía por qué lo hacía; solo era consciente de que le dolía.
Y dio otro paso, y Seung-Gil volvió a hablar:
—Si traspasas esa puerta, nada volverá a ser como antes, Phichit. —Articular aquellas palabras le rasgaron la garganta. Le dolía pensar siquiera en esa posibilidad; Phichit no pasaría el umbral, tenía convicción en ello.
Sabía que Phichit valoraba aquel vínculo que les unía. Él no pondría en riesgo lo que tanto les había costado.
—Te juro que será de esa manera si es que cruzas.
Y Phichit se mantuvo en el sitio por varios segundos, y con el corazón martilleándole con fuerza, solo se limitó a guardar silencio.
Y cruzó el umbral.
Seung-Gil sintió que los ojos se le llenaron de lágrimas.
Y Baek quedó descolocado.
Y un absoluto silencio inundó la cabaña, después de que Phichit desobedeció las órdenes de Seung-Gil.
—Majestad...
Con total cautela y cierto temor, Baek acortó distancia hacia el príncipe, el que mantenía la vista fija en el umbral de la puerta que ahora yacía sin Phichit.
Y observó la destruida expresión de Seung-Gil.
Sintió que el corazón se le cayó a pedazos.
—Ba...ek... —susurró el príncipe apenas, sintiendo que la voz se le iba y ladeando su rostro hacia su servidor.
—Mi querido señor. —Baek se acercó cauteloso, y le observó con lástima.
Seung-Gil tuvo que tragarse el nudo que yacía en su garganta.
—Yo... —comenzó— ya no me interesa saber qué hacían ambos en este sitio —dijo en un débil hálito—. Ya da igual, ya no importa...
Baek bajó la mirada. Se sintió indigno por no explicar antes la situación a Seung-Gil. Le lastimaba además verle así.
—Yo... yo tengo otro asunto que preguntarte —reveló, intentando estabilizar su expresión—. Necesito saber... necesito saber si tienes conocimiento de esto.
Baek contrajo ambas cejas. Seung-Gil hundió una de sus manos en el bolsillo, y sacó a relucir lo que allí había.
El mechón de cabello y la carta.
—Lo encontré en el despacho de Jeroen. Estaba en un cajón resguardado. No entiendo nada de lo que ahí allí escrito —exhaló—. Baek, no comprendo nada de lo que está pasando.
Baek le miró condescendiente, y con las manos temblorosas, recibió la carta.
Comenzó a leerla.
En un inicio no comprendió qué relación tendría el mechón con la muerte de Eveline, pero conforme fue leyendo, entonces sintió el primer impacto.
''...Como aquella vez en que Eveline me mostró el cabello que pertenecía a quien me sedujo a caer en los actos carnales más bajos.
El día en que Eveline descubrió la existencia de ese niño, que con el tiempo, me tuvo a su completa merced sin él saberlo. ''
Ese mechón era de él, y le fue cortado por Eveline cuando era un niño.
Tomó la carta más fuerte entre sus manos, y le dio la espalda al príncipe; no quería que se percatara de su ahora nueva expresión.
De su expresión de horror.
''Ella lo alimentó durante meses, después de que yo me ocupaba de él. Me lo confesó aquella vez. Me lo gritó entre lágrimas.''
Y Baek supo entonces, que aquel recurrente sueño con su madre, no era mentira.
Pero aquella no era su madre, sino que era Eveline.
Eveline siempre supo de su existencia; siempre lo supo. Y por ello, bajaba hacia el lugar en donde estaba relegado, y con su seno materno, le alimentó durante meses.
Ese ángel que le visitaba después de vivir el infierno, era la mismísima reina Eveline.
Se sintió sobrepasado. Las manos comenzaron a temblarle. La vista se le nubló por pequeñas lágrimas.
''Y la maté por eso. Porque comenzó a ser un peligro. Porque no tuve más remedio. Por el bien de este reino''.
Eveline tenía intenciones de salvarle. Eveline murió por reclamar a Jeroen su existencia.
Ella le había protegido, y él, cegado por tantos años por un odio absoluto hacia ambos, no pudo percatarse antes de que la ira hacia Eveline no era justificada.
Que ella, había sido la única persona en intentar sacarle de su martirio.
Sintió que el llanto se le iba a escapar de la garganta.
''El niño fue el culpable. Él provocó todo esto.''
Sí, claro que sí. Él era el culpable. Seung-Gil tuvo que vivir ante sus entonces inocentes ojos de niño, el asesinato de su amada madre por su propia causa.
Él había gatillado la muerte de Eveline; él había sido.
Y sintió que la culpa le inundó la conciencia.
''Baek lo sabe. Baek todo lo sabe.
Escondo su secreto durante años. Soy su más grande confidente.
Llevaré a mi lecho de muerte lo que tanto sé de Baek.
Baek, Baek, Baek. ''
Y sintió que no pudo terminar de leerla. Una sensación de angustia se posó en su pecho. Intentó retener las lágrimas que temblaban al borde de sus ojos, y la respiración que salía eyectada de su boca. Seung-Gil entonces habló de pronto:
—No entiendo nada, Baek. —El servidor se mantuvo de espalda, intentando retener su angustia—. ¿De quién es ese cabello? ¿De qué niño están hablando? ¿Acaso hablan de mí, verdad? —Seung-Gil suavizó su voz—. Y-yo soy ese niño que causó la muerte de mi madre... lo recuerdo. Jeroen siempre me odió, él siempre lo hizo. El niño que dice la carta, soy yo, ¿no es así? Yo fui, yo fui quien gatilló todo esto, sí, lo recuerdo.
Baek se sintió terrible.
—¡Baek!
—No lo sé, majestad...
Baek se volteó apenas, intentando controlar su endeble voz. Arrugó la carta en su pecho, y observó con melancolía a Seung-Gil.
Se sentía indigno.
—¿N-no lo sabes? Pero yo pensé que...
Baek negó suavemente.
—N-no sé nada de esta carta... no lo sé, no lo sé.
Mintió, sintiendo como el nudo se potenciaba en su garganta.
Seung-Gil contrajo su expresión.
Un silencio absoluto se posó entre ellos. Baek luchaba por no desfallecer.
—Baek... —musitó de pronto Seung-Gil; el servidor ascendió su vista melancólica hacia el príncipe—. ¿Tú sabes lo que tú significas para mí, verdad?
Baek se quedó de piedra.
—Sí, majestad... —respondió por inercia.
—Confío en lo que me dices —dijo el príncipe—. Sé que no me estás mintiendo.
Baek se sintió que valía menos que mierda.
—Desde que soy un niño, siempre he recibido indiferencia por parte de todos. Desde que murió mi madre, tú siempre fuiste ese hermano en el que me refugié. —Una sonrisa triste ensanchó sus labios; Baek no pudo retener la primera lágrima—. A pesar de que, por tantos años no supe tratarte, siempre en mí perseveró el inmenso cariño y la total confianza que tengo por ti.
Baek bajó la mirada. Sintió que no era merecedor de aquellas palabras.
—Gracias por estar siempre a mi lado, Baek —sonrió triste—. Muchas gracias.
Baek no pudo responder, y tan solo asintió con la expresión contenida y hacia el suelo.
—Sin embargo... quiero saber de qué secreto habla mi padre en esa carta.
Baek abrió los ojos de pronto. Sintió que el corazón se le aceleró a mil por hora.
Seung-Gil acortó distancia hacia él.
—Mírame, por favor.
Baek alzó su vista de forma lenta. Abrió sus labios y observó cercano y directo a los ojos azabaches del príncipe.
Se quedaron así por unos instantes.
—¿De qué secreto habla mi padre, Baek...?
Y sonrió triste, y Baek, supo entonces que no podría escapar de aquella pregunta.
La expresión conmiserativa de su príncipe, le sensibilizaba hasta la última célula del cuerpo.
No era capaz de mentirle, pero de decirle la verdad, sabía que jamás le perdonaría.
Que le odiaría por el resto de su vida, y aquello, era un martirio infinito que Baek no estaba preparado para sobrellevar.
Cualquier cosa en este mundo que no fuese el odio de su amado príncipe.
Pero no había escapatoria.
—Necesito que me digas la verdad del secreto que guardas —suplicó—. Sea cual sea el secreto que tengas, dímelo, por favor.
Y Baek sintió que entraba en pánico.
En su mente comenzó a formarse un infinito túmulo de situaciones y de recuerdos. Sintió que la respiración se le comenzó a agitar.
Seung-Gil se percató de ello.
Y, entre todo el lío mental que sufría en aquellos instantes, Baek recordó muy lejano ciertas palabras que Jen una vez le mencionó, cuando por primera vez se frecuentaron.
''¿Estás enamorado del príncipe Seung-Gil, verdad? No has pasado desapercibido. Es evidente que tú lo amas.''
Claro. El rumor de que él estaba enamorado de Seung-Gil, era entre una de las tantas cosas que se hablaban entre los servidores del palacio acerca de él.
Ese era su secreto; el enamoramiento que él sentía hacia Seung-Gil.
Eso se consideraba un secreto.
—Baek. —Seung-Gil irrumpió en la nerviosa atmósfera del servidor, y con una mirada conmiserativa, dijo por última vez—. ¿Cuál es ese secreto que tanto guarda mi padre de ti? Dimelo, por favor.
Y Baek entonces no tuvo escapatoria.
Inhaló profundamente, enredó sus manos y, con el corazón martilleándole fuerte en el pecho, se atrevió a decir.
—Mi secreto, majestad... —Comenzó a sentir que los nervios le comían el estómago. La temperatura comenzó a subirle por el rostro. La culpa comenzó caerle en la mente—. El secreto que siempre he guardado, es el inmenso amor que siento hacia usted, mi señor.
Seung-Gil se quedó quieto por unos instantes, sin comprender a qué se refería.
—No entiend...
—Lo amo, mi señor —dijo al fin, bajando la vista y temblándole el cuerpo entero—. Siempre lo he amado. Lo he amado desde que usted posee recuerdos.
Seung-Gil abrió la boca, atónito por las palabras de Baek.
No podía creerlo.
—Y-yo... bueno, yo también te tengo cariño, si es de lo que habl...
—No me refiero a eso, majestad —irrumpió, alzando esta vez su mirada hacia Seung-Gil, y clavando sus ojos grises en los azabaches del príncipe. Se formó otro silencio, y Baek sintió que no podía rebosar más amor por el soberano—. Estoy enamorado de usted, señor Seung-Gil. Lo amo como nunca antes he amado a otra persona, y no hay minuto en el día en que yo no piense en su bienestar. —Sonrió entre lágrimas, y concluyó—: Ese es mi gran secreto, mi señor. Su padre lo sabía, y siempre lo guardó. El amor que siento hacia usted, y el deseo de siempre quedarme a su lado, incluso cuando la tempestad sea insoportable.
Seung-Gil no reaccionaba. No podía creer lo que oía.
Una sensación cálida se extendió por su pecho. No supo por qué razón Baek había producido tal efecto en él.
—Siempre seré de usted, mi señor.
Concluyó Baek, y ambos se quedaron en silencio.
Y Baek, simplemente no pudo despegar su vista de los ojos de Seung-Gil y, extrañamente, Seung-Gil tampoco pudo hacerlo de Baek.
Y Baek jamás pensó, que se atrevería a dar el primer paso.
De forma cautelosa, acortó distancia hacia Seung-Gil, y con las manos temblorosas, acarició las manos del príncipe.
Sintió que el pecho se le iba a fundir en aquel instante.
—Ba...ek...
Seung-Gil aún no podía reaccionar a lo antes revelado. Se esperaba cualquier otra situación, pero nunca imaginó que se trataba precisamente de algo como eso.
¿Cómo es que antes no pudo percatarse? Fue siempre quizás algo evidente, pero nunca se atrevió siquiera a pensar en ello.
Baek siempre lo amó.
Sintió de pronto, entre la inmersión de sus pensamientos, el tacto de Baek en su rostro.
Y no pudo moverse.
Baek sentía que la culpa le carcomía todo por dentro; tuvo ganas de parar de inmediato, pero simplemente no se permitió hacerlo.
Y acercó su rostro al de Seung-Gil, y le observó fijo.
Seung-Gil sintió que la temperatura ascendió en su rostro.
—Majestad...
Musitó despacio. Y, con la lluvia resonando en el exterior, Baek rosó su nariz con la de Seung-Gil.
Y el príncipe, intentando despojarse de su angustia mental, y dejándose llevar por el momento, entrecerró sus ojos.
No tenía claridad de lo que hacía, no era correcto, lo sabía.
Pero Baek tardó en concretar lo que debía ser.
Sintió que las manos le temblaron de forma suave, y empujándose él mismo a despojarse de la cobardía, rodeo el cuello de Seung-Gil con ambos brazos.
Y ambos se quedaron allí, sintiendo el aliento del otro.
Y acortó más distancia hacia el rostro del príncipe, y logró apenas rosar sus labios.
Se detuvo de nuevo, no podía hacerlo.
No podía, no debía, no era correcto.
Sintió que el remordimiento comenzó a invadirle; aquello era un acto sucio.
Seung-Gil cerró los ojos despacio, y se quedaron ambos en aquella posición por varios segundos.
Pero ninguno de los dos soportó.
Phichit se hizo presente en la consciencia de Seung-Gil. El dolor le punzó en el pecho, y con la respiración contenida, balbuceó:
—No... no es... no es correcto, Baek.
Despacio, Seung-Gil ayudó a Baek a bajar los brazos que se ubicaban en su cuello; el servidor no opuso resistencia.
Bajó la mirada y no fue capaz de alzarla; se sintió asqueroso. La vergüenza le golpeaba el rostro.
—Lo siento, mi señor... —musitó—. Y-yo... yo no debí hacerlo, no debí decirle, no...
—Está bien —le irrumpió, sin sonar severo—. Está bien, Baek. Te pedí que me dijeras la verdad, y lo has hecho.
Baek asintió, aún descolocado por lo que acababa de revelar y hacer.
Ambos guardaron un largo silencio.
—No puedo corresponderte —dijo de pronto Seung-Gil, quebrantando el silencio; Baek solo asintió sin más; sabía que aquello era así—. Lo siento, de verdad. Nunca me percaté de tus sentimientos, lo lamento.
—No importa, mi señor —susurró cansado—. Está bien, no tiene que hacerlo.
Seung-Gil observó en Baek un aura extraña. Si bien estaba entristecido, algo le empujaba a pensar que no estaba así precisamente por el rechazo hacia sus sentimientos.
—De todas maneras... —dijo, tratando de amenizar un poco la situación—. En algún momento de mi vida, si tuve sentimientos así hacia ti. Cuando comencé a darme cuenta que mis gustos eran diferentes, tú fuiste la primera persona con quien pude comprobarlo. Te vi con otros ojos en aquellos tiempos.
Baek alzó la mirada de inmediato. Y, lo que Seung-Gil creyó que iba a provocar en Baek cierta felicidad o al menos cierta gracia, solo provocó un aparente sentimiento de horror en el servidor.
Su expresión descolocada lo decía; Seung-Gil se arrepintió de inmediato por haberlo revelado.
Aquella noche la lluvia cesó. El cielo quedó parcialmente nublado, pero aquello no evitó que la luna llena fuese visible en todos los lares del reino.
Su color era amarillento. La noche era algo tenebrosa, pero aquello pareció no importar a Jen, que estaba yacía sentado en el césped del patio exterior, y tenía los brazos y el regazo apoyados en la pileta con agua y patos.
Observó el agua por varios minutos.
—Ustedes son muy felices, ¿no...? —musitó melancólico, observando como las aves nadaban en paz en la pileta, moviendo de vez en cuando sus plumas y flotando con cautela; Jen sonrió triste—. Creo que es mejor ser un pato, a que ser un humano en este sitio.
Hundió sus dedos en el agua; comenzó a juguetear, pensativo.
Pensativo. Estuvo toda la tarde pensativo, desde el episodio pasado con Baek.
Se odiaba a sí mismo por no poder pensar en otra cosa; se sentía como un idiota.
—Tsk... —chasqueó la lengua, molesto por pensar tanto en la situación—. ¿Por qué rayos me molesta tanto que él se aleje de mí?
Se preguntó a sí mismo. Frunció el ceño, volvió a mirar a los patos. Estos comenzaron a revolver sus plumas; Jen comenzó a reír despacio.
Las plumas sacudidas de los patos le recordaron a Baek cuando tenía el cabello largo.
Mierda.
—De nuevo —se reclamó a sí mismo—, de nuevo, de nuevo. —Se posó ambas manos en la frente—. Mierda, Jen... ¿podrías dejar de pensar en ese enano malagradecido? ¿Podrías olvidarlo ya, por favor?
El leve graznido de los patos resonaron ante esa pregunta. Un grillo a lo lejos comenzó a amenizar el ambiente.
—No, no puedo —se respondió—. No puedo hacerlo...
Jen comenzaba a ser consciente de lo que ocurría con él.
Pensar a Baek a todas horas del día, no era algo que antes había experimentado.
Y le pareció extraño, y jamás le tomó atención a aquello, hasta que Baek, entonces formó una distancia abismal entre ambos.
Y sintió desesperación por ello.
Por no poder conversar más con él. Por no ser la primera opción a la que él recurriese cuando necesitare ayuda. Por no estar presente en su mente, así como él si lo estaba en la suya.
Por no apreciar que a él le mostraba partes que nunca antes había mostrado a alguien.
Sentía ira por ello.
—Idiota... —musitó despacio— eres un idiota, Baek. —Hundió una de sus manos en el agua, y comenzó a hacer círculos—. Seung-Gil, Seung-Gil, ay sí, ay sí —replicó con voz graciosa—. Estás todo el día hablando de él, pero... ¿realmente él haría todo lo que yo haría por ti?
Lanzó un fuerte golpe en el agua. Algunos patos se sobresaltaron.
—No, claro que no... —susurró—. Él no haría nada de eso contigo.
Sentía celos, pero le costaba aceptarlo. ¿Desde qué momento comenzó a mutar en ello? ¿Desde qué momento se permitió sentir algo de esa naturaleza?
¡¿Y POR QUÉ CON BAEK?!
Se frustró.
Y no es como si Jen fuese el hombre más sensible y sentimental del mundo; él perfectamente lo sabía.
Hijo de una prostituta y mala madre, e hijo de un ladrón ejecutado ante los ojos del pueblo.
Jen había tenido una crianza repleta de instintos carnales. De sexo, de promiscuidad y alcohol.
Su propia madre llevaba clientes a su cama cuando dormía por las noches, y lo tiraba a la calle en medio de la madrugada porque estorbaba en el acto.
Nunca desarrolló otra cosa que no fuese instinto sexual.
Pero... ¿por qué entonces?
¿Quizá había confundido esa aparente amabilidad que Baek mostró con él cuando reveló su aspecto después de la quemadura en su rostro? ¿Se confundió porque Baek no le mostró rechazo como sí lo hizo el resto?
No, era algo más fuerte que eso.
Se estaba enamorando, si es que ya no lo estaba.
—Maldito... —Y en aquel punto de la noche, cuando Jen reconoció entonces la naturaleza de su sentimiento, sintió que el dolor se le agudizó en el pecho—. Maldito, Baek, maldito.
Sollozó suave, cruzó sus brazos en la orilla de la pileta y hundió su rostro en el hueco que quedó.
Y se quedó allí, con un terrible revoltijo en su conciencia.
Y nada existió para Jen desde ese instante, pues su cabeza estallaba en confusión.
Y tanta fue su inmersión, que no pudo simplemente percatarse del ruido que provenía hacia él.
Y cuando sintió bajo su cuerpo el pequeño temblor, ya fue demasiado tarde.
—¿Qué...?
Escuchó la vibración de un saco de plomo retumbar en el suelo, y luego, sintió un aura asesina a su espalda.
Se volteó de forma lenta.
Y, cuando observó quien expendía dicha aura, Jen se quedó de piedra.
Y el grito no le salió de la garganta.
—¡¿Tú...?!
Jen no pudo siquiera terminar su oración, cuando una mano gigante le aprisionó el cuello con suma brutalidad, y lo alzó rápido, hundiéndolo en el agua de la fuente.
Los patos comenzaron a lanzar un graznido escandaloso. Muchos de ellos volaron desde la fuente y aletearon de forma estrepitosa.
Y Jen, comenzó a ahogarse y a tragar agua.
Y tan solo pudo limitarse a ver a través del agua hacia el cielo de la noche.
Y, cuando observó el rostro de la persona asomarse por encima, Jen lanzó un grito desesperado bajo el agua.
A la vista de Jen, la luna se veía amarilla por debajo del agua. Y, aquellos ojos que le observaban con una terrible aura asesina, eran color rojo.
Rojo, como la sangre.
N/A;
¡Hola! ¿Cómo están? Espero que estén bien.
Hace muchísimo tiempo que no me pasaba por Wattpad, por las razones que les mencioné en el apartado anterior de este fanfic.
¡Espero que esta continuación haya sido de su agrado! Aclaré en notas de autor anteriores que el fanfic mutaría a género drama (porque tengo que desarrollar como mutan los pensamientos y las posturas de los personajes), pero pronto volverá a lo que inicialmente era -angst-.
Ah, debo mencionar que tengo pensado dibujar escenas del fanfic (hace tiempo no dibujo), así que los estaré subiendo ya saben dónde (grupo de lectoras, y en ''mis dibujos seungchuchu'' de acá dewattpad)
Por cierto, quería mencionar algo respecto de Baek y Jen, y que publiqué hace unos días en twitter:
Ah que no se lo esperaban (? jajaja
En fin, disfruten la noche de halloween. ¡Espero que tengan una linda semana!
¡Gracias por leer!
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