Catorce.
Antes de leer:
1° Capítulo de más de 18 mil palabras. Lean con tiempo~
2° Escenas que pueden herir susceptibilidades.
3° Lean las notitas del final. Hay sorpresas.
¡Buena lectura!
.
La fuerte ventisca que golpeaba la ventana de su despacho, no aminoraba en lo absoluto el torbellino de desesperación que se formaba en su perturbada consciencia.
Con su tóxica mirada penetrante, perfiló la presencia del inquisidor traspasando la puerta, imaginando que este traía nuevas noticias acerca de la investigación sobre su hijo Seung-Gil y su supuesto amante.
Pero eso no ocurriría, porque aún simplemente no había noticias.
Lanzó un fuerte rugido cargado de una densa frustración. De un sopetón lanzó lejos todos los papeles que yacían sobre su escritorio. Cargó su frente sobre sus manos cruzadas y, cerró los ojos, sintiendo como las sienes se le contraían de la cólera.
Comenzaba a desesperarse por no tener noticias.
De pronto, una fugaz idea cruzó por su mente. Se incorporó de un salto, contrajo sus pupilas y una leve sonrisa ensanchó sus labios.
Y, convencido de que aquello funcionaria de todas maneras, vociferó con autoridad:
—¡¡Guardia!!
Por causa de aquel bramido tan intenso, un guardia real no tardó en hacer presencia a los pocos segundos en su despacho. Este abrió la puerta despacio, musitando:
—¿Qué ocurre, mi excelentísimo señor?
—Traigan a Baek a mi presencia, ahora.
—¡Sí, señor!
Y el guardia abandonó el despacho de forma rápida, y Jeroen, no pudo evitar sonreír triunfante ante la idea que se concretaba en su mente.
Aquel muchacho le era absolutamente útil, siempre disponible y atento a cada orden que debía entregarle.
Era eficiente y poseía un corazón duro e imperturbable, tal y como Jeroen le necesitaba para concretar los actos más ruines. La marioneta perfecta. La rata ideal. Un muñeco al que podía conducir a su antojo.
Y el objeto perfecto, que no poseía ni voz ni lamento, para poder saciar sus más bajos instintos.
—Señor.
La voz del guardia al otro lado de la puerta, sacó al rey desde la inmersión de sus pensamientos; este apoyó su cuerpo en el escritorio.
—Haga pasar al servidor y retírese.
—Sí, señor.
Tras aquello, la débil figura del servidor traspasó a paso lento la puerta; tras de sí, el guardia cerró la puerta de inmediato, dejando a ambos solos en el despacho.
Y una sonrisa maliciosa se dibujó en los labios de Jeroen.
Y Baek, solo mantuvo su mirada fija hacia el suelo, como temiendo hacer contacto visual directo con Jeroen.
—Parece que has olvidado tus modales, muchacho.
Ante ello, Baek sintió como un aire gélido subió por su espalda.
—Buenos días, señor —dijo en un susurro carente de vida.
—Así da gusto —resopló con soberbia—. Jamás olvides tu posición.
Baek solo asintió cabizbajo, no alzando en ningún momento la vista hacia Jeroen. Este frunció el ceño ante tal atrevimiento; comenzó a exasperarse por la forma en que actuaba el servidor.
—Bien, Baek... —comenzó, tratando de ignorar el aparente malestar del muchacho—. Si te llamé aquí, es porque tengo una tarea que encomendarte.
Con las pupilas contraídas, el joven alzó su vista de inmediato hacia el rostro del soberano.
—¿U-una tarea? —balbuceó, tembloroso ante lo que Jeroen le obligaría a hacer nuevamente.
—¿Estás sordo? —espetó con enojo—. Sí, una tarea, idiota.
Baek contrajo su garganta; no quería hacerlo. Porque cada tarea que Jeroen le encomendaba, mataba un poco más de su alma.
No quería volver a contraponerse a sus propios ideales. No quería nuevamente ser obligado a ejecutar actos que él no quería.
—Se-señor, creo que... —Apretó sus manos, asustado por lo que diría—. Creo que me negaré. Usted posee muchos servidores para encomendar tareas, yo ya no...
Pero Baek no alcanzó siquiera a reaccionar. De un movimiento rápido, Jeroen le tomó por el cuello, azotándolo contra la pared y alzándolo por sobre su cuerpo.
El muchacho lanzó un alarido sordo y del pavor contrajo sus grisáceas pupilas.
No podía respirar.
—¿Qué mierda te crees, maldita rata asquerosa? —masculló, dedicando una mortífera expresión al más joven—. ¿Crees que puedes negarte a mí? ¿Crees que puedes darme órdenes?
Baek no podía mover su cuerpo. Sintió un terror absoluto obcecar su mente.
—S-señor, n-no... y-yo... —Con sus débiles manos, intentó arrancar la gran mano de Jeroen que rodeaba su cuello, mas le fue inútil tal esfuerzo.
—No olvides tu posición, mísera rata —masculló, acercando su rostro a la aterrorizada expresión del joven y expulsando su cálido aliento en plena faz del muchacho—. Tu existencia se resume a obedecer mis órdenes y ver de cerca a Seung-Gil. No tienes derecho a negarte a mí, no tienes derecho a pensar en otra cosa que no sea saciar mis anhelos, ¿me oíste, imbécil?
Ya con la vista desorientada por causa del nulo oxígeno que poseía, Baek solo asintió con la cabeza en un torpe movimiento, con la sola intención de que Jeroen le soltase.
Y así fue.
El joven cayó al suelo como un saco de harina. Se hincó sobre sus rodillas y comenzó a toser desesperado; un grueso hilo de saliva se deslizó por sus labios.
—Tu tarea es simple —dijo Jeroen, sacudiendo sus manos, placentero por el daño generado al más joven—. Tendrás que estar atento a Seung-Gil cuando este abandone el palacio. Deberás seguirle, descubrir hacia que sitio se dirige e investigar con qué persona se reúne fuera de las paredes de este sitio.
Baek alzó su vista apenas hacia Jeroen, para luego articular:
—N-no puedo hacerlo...
Jeroen estuvo a poco de lanzarse sobre él y golpearlo, pero Baek se cubrió con sus brazos, cerró sus ojos y exclamó:
—¡Usted olvida un detalle! —Ante ello, el rey paró en seco, observándole descolocado—. ¡Ha-hace unos días u-usted amputó mis dedos!
El rey dibujó una gratificante sonrisa en sus labios.
—Oh, olvidaba esa hazaña —dijo—. ¿Y en qué te impide eso concretar tu tarea?
—M-mi señor Seung-Gil... —balbuceó— siempre sale en su caballo. Yo no podré seguirle el rastro a tal velocidad; por causa del daño que me provocó, yo he perdido mi agilidad, velocidad y resistencia para caminar. El dolor que siento en mis pies es descomunal y no puedo siquiera movilizarme solo.
—Te facilitaré un caballo para que lo sigas —dijo sin más.
—Si voy en un caballo, será evidente que mi señor me descubrirá.
Aquello le hizo sentido a Jeroen. Llevó una de sus manos al mentón, pensando en otra solución, articulando:
—Entonces pide ayuda a alguien de confianza —dijo finalmente—. Asegúrate de que sea ese muchachito con el que contamos la vez pasada para la tortura de Phichit... ¿cómo se llamaba?
Baek desvió la mirada con pesar, sintiendo una fuerte contracción en su pecho.
—Jen...
—¡Él! —recordó—. Bien, eso es todo, problema arreglado —dijo Jeroen, sacudiendo sus grandes manos—. Ahora puedes retirarte. Asegúrate de cumplir con tu tarea. —Se volteó, decidido a volver a su escritorio.
Con una expresión abatida, Baek asintió con su cabeza, intentando incorporarse del suelo.
—¡Ah! Por cierto —Irrumpió nuevamente el rey, volteándose sobre sí mismo—. Ahora que me recordaste lo de mi hazaña —sonrió agraciado; Baek sintió que una fuerte punzada desplegada en sus pies—. He recibido comentarios muy peligrosos por parte de los guardias.
—¿Pe-peligrosos?
Jeroen asintió con la cabeza.
—Los guardias que frecuentan el calabozo de los ciegos, me han dicho que un terrible hedor nauseabundo ha comenzado a olerse en el lugar.
Baek sintió que su corazón se detenía.
—El cadáver de esa mujer ha comenzado a entrar en pudrición.
Y aunque Jeroen hablaba de aquello con total normalidad, Baek sintió que su alma se deshacía de la agonía. Los recuerdos de aquel día, se presentaron como una cinta de película en su mente.
Su corazón se le encogió.
—M-mi abu-abuelita... —dijo en un hilo de voz, escurriendo por su rostro lágrimas que no fue capaz de contener.
—Ah, después de todo sí la conocías —descubrió Jeroen—. En fin, ya está muerta —dijo con gracia—. Tu tarea, después de seguir a Seung-Gil, será sacar ese cuerpo del calabozo y desaparecerlo; su asqueroso olor ya comenzó a advertir a los guardias del piso subterráneo.
Baek contrajo sus pupilas a más no poder.
—¡¿Q-qué yo saque su cuerpo?! —vociferó, llevando una de sus manos al pecho y apretando de forma temblorosa—. ¡¡No puedo, no puedo hacerlo!!
—¿Por qué razón no podrías hacerlo, Baek?!
Su respiración era agitada. Sentía los latidos del corazón en sus orejas. Sus grisáceos ojos se invadieron de lágrimas.
Se sintió abatido.
—S-su cuerpo... su cuerpo ha de estar...
—Su cuerpo debe estar irreconocible —dijo de forma tajante Jeroen, sin una sola pizca de cuidado—. Ha de estar hinchado y pestilente. Lo que verás ya no será a tu abuela, será un monstruo.
Y Baek no pudo evitar romper en llanto.
—N-no puedo, no puedo, no puedo... —Llevó ambas manos a su cabeza, tirando de sus greñas con total frustración—. ¡¡¡No puedo verla en ese estado, no puedo, no puedo hacerlo!!!
—Tendrás que hacerlo —dijo Jeroen, alzando sus hombros con total indiferencia.
—¡¡¡NO PUEDO HACERLO!!!
Y ante la fría mirada del rey, Baek no pudo evitar romper en un agónico llanto desenfrenado.
Y cada recuerdo que tenía de su abuela, pasó por su mente de manera fugaz. Y cada recuerdo, era como una daga que se enterraba en su pecho.
Qué maldito era Jeroen en obligarle a no solo asesinar a su propia abuela, sino que en medio de su lucha en contra del dolor que le carcomía, obligarle a ver a su ser amado en un estado irreconocible y grotesco.
Cuánto daño le hacía.
—¿Qué pasa contigo, Baek? —disparó Jeroen, sorprendido ante el aparente sentimentalismo del muchacho—. Últimamente te has mostrado así de cobarde, ¿por qué razón lloras?
—E-es mi a-abuelita, y-yo no podr...
—¿Y qué con eso? —espetó—. Has cometido peores actos, y jamás te he visto reclamar al respecto.
Baek solo se mantuvo cabizbajo, con el llanto descontrolado.
—Has asesinado a un niño, has empujado a las puertas de la tortura a aquel jovencito, y toda, toda tu vida —Se agachó a la altura del joven, acercando su rostro al oído y susurrándole—: has mentido de forma descarada a Seung-Gil.
—¡¡¡Y ME ARREPIENTO!!!
Bramó, cerrando sus ojos con fuerza y sacudiendo su cabeza, como intentando dispersar todos los aullidos demoniacos que le perturbaban.
Porque todo tenía un límite, y Baek, ya estaba por llegar al suyo.
—¡¡Ya no quiero seguir con esto, ya no puedo!!
Y a pesar de que a través de sus desesperados sollozos, Baek mostraba un profundo dolor y arrepentimiento, aquello a Jeroen nada le indicaba.
Porque Jeroen no tenía sentido de la empatía, porque no era capaz de entender el significado del arrepentimiento y de la bondad.
Y ver de esa forma a Baek, el muchacho al que siempre creyó duro como una estatua e, imperturbable y con un corazón no capaz de sentir, le provocó una enorme perturbación.
Y una fugaz idea placentera se asentó en su mente.
—Oh, Baek... —musitó Jeroen, tomando al muchacho por su mentón y ascendiendo su rostro empapado en lágrimas—. Mírate...
El muchacho solo contrajo sus pupilas por causa de la sorpresa.
—Te ves tan... enfermo y débil, quizá... —De forma suave deslizó su pulgar por los labios del joven, introduciendo este de forma lasciva en los labios perplejos del menor—. Quizá pueda salvarte si te ayudo a recordar viejos tiempos.
Y Baek sintió que su alma salió del cuerpo cuando, pudo sentir los labios de Jeroen en los suyos.
Y su mente quedó en un vacío total, para luego, dar paso al más grande terror jamás sentido.
El mismo terror que sintió cuando era un niño y fue despojado de su inocencia.
De forma desesperada, Baek intentó propinar golpes de puño a Jeroen, pero el evidente mayor tamaño y peso de este, fue crucial para que las ofensas del más pequeño no significaran nada.
Y Jeroen, extendió su gran brazo a la puerta, y en dos segundos el pestillo fue puesto.
Y la puerta se bloqueó.
—N-no, no, no, n-no, no, no, no... —balbuceó en medio de la desesperación, mientras Jeroen bajaba a su cuello y comenzaba a despojarle de sus harapos.
Y los recuerdos de niño se hicieron presentes en su mente; no fue capaz de reaccionar; cada músculo de su cuerpo se bloqueó por completo. Los recuerdos de cuando suplicaba entre gritos y sollozos. De cuando quedaba tendido en la soledad de aquel lugar, pidiendo en un susurro carente de vida el auxilio de su madre y de su padre. Los recuerdos de cuando la sangre escurría y él, en medio de su miedo e ignorancia, trataba de curarse a sí mismo con lo que pudiese.
Los recuerdos de cuando Jeroen destruyó su vida, y aquella, era la misma situación que ahora se volvía a ejecutar.
—Vas a guardar silencio —decretó el rey, tomando al joven de un brazo, echándolo de un sopetón sobre el escritorio, dejándole el torso desnudo e, introduciendo el harapo en lo más profundo de la boca del joven, coartando así la posibilidad de que este gritase—. No me gusta para nada esta nueva actitud que estás tomando —espetó, tomando los brazos temblorosos del muchacho y tirándolos hacia atrás—. Si sigues tan susceptible a las emociones, lamentablemente dejarás de serme de utilidad; te ayudaré a recordar la razón por la que estás en este sitio.
Y a pesar de que Baek no podía hablar, de todas maneras sus súplicas desesperadas lograban escucharse de forma leve a través de la tela. Sus grisáceos ojos estaban obcecados del más grande terror. Su cuerpo estaba inmovilizado.
Pero a Jeroen, nada de eso le importó.
De forma lenta deslizó una de sus grandes manos por toda la extensión del torso y cintura de Baek, observando complacido todas las cicatrices que este poseía por su propia causa.
Sonrió excitado.
—Ya no eres como antes —dijo—. Te has vuelto todo un hombre, sin duda.
Y cuando Jeroen comenzaba a despojar a Baek de sus últimas prendas, a vista y paciencia de las desesperadas súplicas del muchacho, un fuerte golpe a la puerta fue asestado.
Y Jeroen, sintió que moría de la cólera por aquella interrupción.
—¿Quién es? —vociferó con evidente enojo.
—Mi señor —dijo un guardia desde el exterior—. Ha llegado una visita al palacio: es el rey y la reina Crispino, han venido para acordar los detalles de la alianza.
Jeroen lanzó un leve rugido.
—Bien, dígales que en un instante estaré allá.
—¡Sí, mi señor!
Y los pasos del guardia se esfumaron por lo largo del pasillo, y Jeroen, sintió ganas de echar a patadas a los reyes visitantes.
—Te has salvado, Baek —espetó, tomando al joven por el mentón y sacudiéndole con violencia—. Como siempre, las sucias ratas se salvan.
De un movimiento brusco, sacó el harapo de la boca del muchacho, le tomó por las greñas, le alzó del escritorio y, en medio de los quejidos de dolor que el muchacho balbuceaba, le susurró al oído:
—Pero no siempre se salvan, Baek. Ten cuidado a la próxima.
Y lo soltó, cayendo este en el suelo en medio de un terrible shock. De un fuerte movimiento lanzó el harapo en la cabeza del joven.
—Vístete, rápido —ordenó—. Debo atender a los reyes.
Y salió de su despacho, dejando a Baek sumido como siempre, en la más grande desolación posible.
Yuuri, presentía que en cualquier momento, su corazón estallaba del ímpetu. Podía observar, allí, escondido en aquel recodo del recinto exterior, como la gran puerta que daba paso a todos los calabozos de la justicia eclesiástica, se abría para el acceso de los verdugos, sacerdotes y escribanos que comenzaban su día de trabajo.
El joven nipón observó en todas las direcciones, buscando algún sitio oculto por el cual inmiscuirse hacia el interior de los calabozos.
Pero nada había.
Su frustración comenzaba a crecer y, el miedo a que Viktor estuviese sufriendo alguna tortura, solo provocaba en él una fuerte desesperación por ingresar en aquel lugar.
Pero no podía hacerlo a través de la puerta principal, pues, en el exterior, guardias se ubicaban en cada esquina de la gran estructura de hierro.
Lanzó un alarido cargado de frustración.
—¡¿Cómo voy a entrar?! —se dijo a sí mismo, agarrándose de las greñas—. ¡Viktor puede estar sufriendo ahora! ¡No puedo dejar pasar más tiempo!
De pronto, Yuuri fue capaz de percibir el sonido de unas ruedas provenir a lo lejos.
Se volteó, para admirar el objeto que lo provocaba.
Era un joven agricultor; este venía cargando una gran carreta e, iba en dirección al gran portón de hierro.
Y Yuuri, no dejó pasar tal oportunidad.
—¡O-oye! —vociferó, tomando al joven por su túnica y atrayendo su atención—. E-espera...
—¿Qué te pasa? —dijo el joven, mirándole con extrañeza—. ¿Te conozco?
—N-no —respondió Yuuri—. ¿Qué llevas en esa carreta? —disparó sin timidez; el ímpetu por ingresar en aquel sitio era tan grande, que no le importó recordar lo tímido que era.
—¿Q-qué te importa? —respondió el joven, descolocado por la repentina acción del japonés.
Pero Yuuri no tenía más tiempo que perder; debía lograr su objetivo y, de un movimiento rápido, tomó la manta que cubría la mercancía.
Enarcó ambas cejas por causa del contenido.
—¿Uvas?
—¡Oye! —exclamó el muchacho, quitando a Yuuri la manta y cubriendo nuevamente la mercancía—. S-sí, son uvas...
Yuuri observó de reojo como el muchacho acomodaba la tela.
—Y si quieres comprarme, lo lamento; no puedo venderte uvas —dijo el agricultor.
—¿Por qué no? —se interesó Yuuri, a sabiendas de que podría lograr su objetivo si mantenía una conversación con el joven.
—Porque son para los señores del clero —reveló—. Siempre compran uvas, pues gustan de hacer vino dentro del recinto.
Y a Yuuri, entonces le quedó claro que aquella mercancía entraría por la puerta de hierro.
—Oh, ya veo... —dijo Yuuri, dibujándose en sus labios una tenue sonrisa.
El joven enarcó ambas cejas, curioso ante la expresión de Yuuri.
—Mira. —Yuuri hundió su mano en el bolsillo, para luego, sacar dos monedas de oro.
El joven contrajo sus pupilas, sorprendido.
—¡O-oye! ¡¿Y eso?!
—Si aceptas llevarme en la carreta e ingresarme hacia el interior del recinto. —Apuntó, a través de la puerta de hierro—. Estas monedas serán tuyas.
El joven abrió sus labios, impactado.
—¡¿Estás loco?! —exclamó—. ¡Ni loco! ¡Si me sorprenden, seré hombre muerto!
—¿Y por cuatro monedas? —musitó Yuuri, sacando otras dos monedas de oro de su bolsillo.
Y el joven agricultor, se quedó pasmado por varios segundos, para luego articular.
—¡Maldita sea! —Arrebató las monedas de las manos de Yuuri, guardándolas con ira en su propio bolsillo.
Yuuri sonrió triunfante.
—No debes meter ruido, ¿entendido? —Alzó su dedo índice y le miró, entornando los ojos; Yuuri sonrió nervioso—. Te haré un espacio en la carreta y te cubriré con la manta, pero... —se detuvo— no me haré responsable por lo que ocurra allí dentro después. Si descubren que te has inmiscuido en el recinto, yo me libraré de responsabilidad echándote toda la culpa, ¡no quiero que mi maldita cabeza esté colgando luego en la puerta de hierro! ¿Entendido?
—¡Sí!
—Bien, porque tengo a dos hijas que alimentar —dijo, sacando la manta y acomodando las uvas hacia un rincón—. Échate ahí, entraremos a los calabozos del clérigo.
—¡Gracias, mil gracias!
Y Yuuri, entonces comenzó la más grande travesía de su vida. Y, aunque el amor que sentía por Viktor le impulsó a ignorar el tremendo horror que se asentaba en todo su espíritu, en algún punto de su travesía, Yuuri habría deseado no haber iniciado jamás aquel viaje.
Porque las cosas de las que sería testigo allí dentro, eran dignas de un escenario infernal.
A la vista de Yuuri, solo estaban aquellas uvas a unos centímetros de su rostro. Por causa de la gruesa manta que le cubría, el aire comenzaba a ser escaso.
En en un primer momento, Yuuri oyó como la carreta se trasladaba hacia las grandes puertas de hierro.
Y un guardia intervino.
—Muchacho, ¿qué llevas ahí? —dijo con autoridad, acercándose a la carreta y haciendo sonar su pesada espada.
Yuuri y el joven agricultor, sintieron que el corazón se les salía del pecho.
—Uvas, señor —respondió con una voz seca—. Son las uvas que ha pedido el clérigo.
Y, por varios segundos, el guaria observó la carreta, dubitativo.
—Déjalo pasar —intervino su compañero—. Harán vino con ellas. Algo van a celebrar.
El guardia frunció el ceño y, convencido por lo que dijo su compañero, dijo:
—Bien, adelante.
Dio tres golpes a la puerta de hierro, y desde adentro, esta comenzó a abrirse de forma estrepitosa.
Y Yuuri, sintió que su ímpetu crecía.
Desde ahí en adelante, Yuuri solo sintió ruidos no reconocibles.
Fue capaz de oír a clérigos conversando, a guardias caminando por los alrededores —Yuuri los podía diferenciar por el sonido de su armadura al caminar—, algunos alaridos sin aparente procedencia y, al final del destino, pudo sentir que un portón se abría e ingresaban en un nuevo cuarto.
El cuarto principal que conducía a los calabozos del recinto.
La carreta se detuvo y Yuuri, sintió que el corazón le martilleaba con violencia.
Sintió el sonido del fuego rebosante ardiendo en las antorchas.
—Mis señores. —Oyó Yuuri decir al muchacho—. Ya he traído la mercancía.
—Bien hecho muchacho, ahora retírate.
—Sí —contestó, para luego, dar unas pequeñas palmaditas sobre la manta, en señal de apoyo a Yuuri—. Con su permiso. —Y se retiró.
Y Yuuri, quedó solo junto a las uvas, a la carreta y a los hombres del clérigo.
—¿Hoy haremos vino? —Oyó Yuuri hablar a unos de los hombres.
—Sí —respondió otro—. El señor Snyder quiere que celebremos una gran hazaña que ha logrado.
—¿Una gran hazaña? —inquirió el mismo hombre—. ¿Esa de que capturó al padre de su enemigo? O algo así le oí hablar.
—No, creo que es otra —supuso—. Pero se veía muy contento.
Todos rieron agraciados.
—Bueno, bueno... —dijo otro de los hombres— entonces dejemos de perder el tiempo.
Y Yuuri, fue capaz de oír los pasos del hombre acercándose a la carreta. Su cuerpo se tensó como el hierro. De sus sienes deslizó un frío sudor, y su sangre se heló.
Y peor fue su impresión, cuando sintió la mano del hombre cogiendo la manta para destapar la mercancía y descubrir su presencia.
Y Yuuri, supo que aquel era su final.
—¡Hey!
Bramó uno de los hombres, por lo que aquella acción no pudo concretarse.
—¡¿Qué pasa?! —Oyó Yuuri decir al hombre que aún sostenía la manta, sin tirarla.
—¡Aún no destapes las uvas! —dijo—. ¡Debemos ir a lavarnos los pies! Ninguno de nosotros quiere vino sucio.
—Eso es verdad —asintió el resto.
El hombre que cogía la manta, lanzó un leve rugido de la exasperación.
—Bien, bien... —musitó, aflojando el agarre y alejándose de la carreta.
Y Yuuri, fue capaz de percibir como los pasos y las voces se alejaban de aquel cuarto.
Y entonces él, estuvo completamente solo en el lugar.
Y aquella, fue su oportunidad perfecta.
—¡Es ahora o nunca! —musitó, abriendo una pequeña abertura sobre la manta y observando el cuarto.
No había nadie más allí.
Y aquello le bastó, para abandonar de un salto la carreta, acomodar nuevamente la manta, y dirigirse corriendo hacia el pasillo contrario por donde oyó ir a los guardias.
Y Yuuri, jamás imaginó todo lo que encontraría en aquel lugar de los calabozos.
Y mucho menos, aquello que no sería capaz de revelar más adelante.
Emprendió su marcha a paso lento, apoyándose en las paredes y con la vista temblorosa hacia el suelo.
Baek, no podía sacar aquella sensación vomitiva de su estómago; sentía asco de sí mismo por lo reciente ocurrido.
Se encaminó a duras penas hacia el primer sitio abierto que encontró: el patio exterior.
Cuando se posicionó en la entrada, un fresco aire acarició su rostro, relajándole y sacándole de forma leve y momentánea de su fuerte malestar.
Respiró hondo y siguió su camino hasta adentrarse en el lugar.
A los pocos metros, se sentó en la banca que yacía justo frente a la fuente con aves. Para su fortuna, el patio exterior estaba vacío; tan solo la presencia de los patos en el agua le hacía compañía.
O eso creyó él.
—¡Te atrapé!
Oyó un fuerte grito provenir desde la parte trasera de la fuente, para luego, ver cómo los patos aleteaban desesperados.
Y una nueva silueta, se alzó por sobre la estructura de la pileta, alzando los brazos y cayendo con la mitad del brazo dentro del agua.
Baek entornó sus ojos, curioso ante ello.
—¡Qué agiles son! —exclamó Phichit, sacudiendo su brazo mojado.
Y cuando el moreno alzó su vista hacia quién yacía sentado en la banca, no pudo evitar sonrojarse por la vergüenza.
Pero desvió su mirada de inmediato, molesto al recordar la situación pasada con Baek y Jen.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Baek, alzando ambas cejas y dibujando una divertida sonrisa en sus labios.
Ambos guardaron silencio.
—Estaba intentando agarrar a los patos —dijo seco, sin desviar su mirada.
Baek enarcó ambas cejas.
—¿Por qué...?
—Quiero limpiar la fuente —dijo, recogiendo sus mangas y posicionándose nuevamente para coger a los patos—. Y si ellos están nadando allí, no podré hacerlo.
—¿El príncipe te ordenó hacerlo?
Phichit, solo se limitó a negar con la cabeza. Baek fue capaz de sentir su hostilidad.
—¡Quédate quieto! —exclamó, lanzando un rápido movimiento para atrapar a unos de los patos.
Y pudo cogerle de la pata, pero el ave lanzó un muy fuerte graznido, sacudió sus alas e intentó picotearle.
Phichit dio un brinco hacia atrás, esquivándole.
—Lo estás haciendo mal —dijo Baek, incorporándose apenas de la banca y acercándose a la fuente.
Phichit le miró de soslayo, aún con evidente enojo.
—Ven, acércate —musitó tranquilo, cogiendo sus mangas y subiéndolas para evitar mojarlas.
Phichit, después de unos segundos allí quieto, accedió a la invitación del joven, aunque no muy gustoso.
—Observa bien —dijo Baek, a lo que Phichit le miró con atención—. Jamás cojas a un ave por sus patas —indicó, apuntando a las patas del animal.
—¿Por qué no?
—Porque puedes provocarle un daño irreversible. —Ante ello, Phichit dio un leve respingo, asustado ante lo que pudo provocar en el animal—. Si lo coges por las patas, puedes provocar una lesión en su cadera —indicó.
Phichit tragó saliva, temeroso ante el estado del animal.
—Pero no te preocupes —dijo el mayor—, no le hiciste daño alguno. Está nadando, por lo que se ve estable.
—Menos mal... —suspiró el moreno—. ¿Y cómo debo cogerlo entonces?
Ante aquella pregunta, Baek acercó sus manos a uno de los patos en el agua; este comenzó a aletear y a chapotear agua.
—La manera perfecta de coger a un pato, es imposibilitando el accionar de sus alas —explicó, alzando la voz por los intensos graznidos del pato—. Debes presionar sus alas contra el cuerpo, de esta manera.
Y ante la admiración de Phichit, Baek alzó al ave del agua, dejándole entonces en el césped; este comenzó a caminar por el jardín.
—¡Genial! —exclamó Phichit, con evidente admiración hacia el servidor más antiguo del príncipe.
—Ahora, puedes ocupar otra forma —indicó—. Puedes agarrarle por la base del cuello, pero debes soltarlo rápido, pues de lo contrario, podrías provocarle daño.
Phichit asintió entusiasmado, como extasiado por la explicación que le entregaba el mayor.
Y, siguiendo las indicaciones de Baek, Phichit logró tomar al primer pato. Cuando posicionó al animal en tierra firme, el moreno no pudo evitar sentirse dichoso por ello.
—¡Lo logré! —exclamó, viendo con ojos relucientes como el ave perseguía por el jardín al otro pato que yacía suelto—. ¡Gracias, Baek!
Baek, simplemente se limitó a sonreír, apenado.
—N-no es nada...
Y Phichit, ejecutó la misma acción con el resto de aves, logrando sacar a la totalidad de ellas fuera de la pileta; todas comenzaron a deambular por el césped.
—¿Desde cuándo eres experto en patos? —preguntó Phichit, interesado en los dotes del mayor.
Y, aunque Phichit preguntó aquello en un tono serio, Baek no pudo evitar reprimir una risa en su garganta por la inocencia que le inspiraba tal pregunta.
—N-no soy experto en patos... —musitó.
—¿Y por qué sabes tanto sobre ellos?
—Sé muchas cosas sobre este palacio —dijo, sonriendo con cierta tristeza—. Sé cosas sobre los caballos, porque fui yo el primero en asearlos y montarlos. Sé todo sobre los patos, porque fui yo el primero en limpiar su fuente. Sé todo sobre los pasadizos de este palacio, porque he recorrido todos y cada uno de ellos.
Phichit, pudo notar como un brillo melancólico resplandecía en los grisáceos ojos del servidor, como si en su mirada, un montón de recuerdos viniesen a su presencia.
—Este palacio es como mi segundo hogar —dijo finalmente.
Phichit no puedo evitar pensar en aquella aseveración. ¿Su segundo hogar? ¿Y cuál era su primer hogar? ¿De qué sitio provenía Baek?
Y Phichit, sin meditarlo y empujado por la curiosidad, preguntó:
—¿Y cuál fue tu primer hogar?
Ante aquella pregunta, Baek solo cerró los ojos con evidente añoranza; una atmósfera cargada de melancolía se formó desde aquel instante.
Y Phichit, no pudo ignorar tal hecho.
—L-lo siento, Baek... —susurró apenado, al percatarse de lo que su pregunta había provocado en el servidor más antiguo del príncipe—. N-no debí preg...
—No te preocupes, está bien... —musitó, restando importancia al asunto—. Mi hogar fue destruido —reveló, ante la sorpresa de Phichit—. Ya nada queda de él.
—L-lo lamento...
Y ambos, guardaron total silencio por un minuto, dedicándose únicamente a observar el agua que brotaba desde la fuente, provocando un tenue sonido que inducía a una atmósfera repleta de magia y sosiego.
—Phichit...
Susurró Baek, llamando la inmediata atención del moreno.
—¿Umh?
—Y-yo...
Un ligero temblor fue perceptible en los labios del mayor. Sus manos comenzaron a sudar, nervioso ante lo que diría.
—Y-yo... yo quería decirte algo...
Phichit solo mantuvo su mirada atenta hacia el nervioso semblante del joven. El color comenzó a subir por el rostro de Baek por causa de ello.
—Y-yo... l-lo sien... sien... —se detuvo, avergonzado por las palabras que debía entonar; Phichit le miró agraciado por el nerviosismo que mostraba; jamás le había visto de tal manera— l-lo siento...
Dijo finalmente, a lo que Phichit contestó:
—¿De qué lo sientes?
Baek mordió sus labios.
—L-lo siento, por no creer en tus palabras el otro día —susurró, notoriamente avergonzado—. Lo siento por haberte juzgado de una manera errónea. Sé que no debí acusarte de algo de lo que no estaba seguro. Ya sé todo lo que pasó entre tú y Jen, y créeme, que estoy muy molesto con él por lo que ha intentado hacerte.
Phichit solo asintió con la cabeza, empático ante las palabras cargadas de arrepentimiento que el mayor entonaba. Le observó atento, al notar que el muchacho tenía más cosas que decir al respecto.
—Desde un inicio, cuando tú llegaste... yo sentí mucha envidia de ti —reveló, ante la sorpresa de Phichit.
—¿E-envidia? —musitó perplejo el moreno—. ¿Envidia de qué?
—Envidia... —susurró— envidia de que apenas llegaste, te asignaron el puesto de servidor personal de mi señor Seung-Gil, y no a mí...
Y aunque aquella revelación de Baek le sorprendió, Phichit encontró válida sus razones para sentir molestia. Después de todo, Baek llevaba diez años al servicio del príncipe, y él, que era relativamente nuevo, ya estaba al servicio personal del noble, ¿por qué razón Baek no era servidor personal del príncipe, a pesar de sus años de servicio?
—Me obcequé de la ira que me carcomía —prosiguió—. Ahora que puedo pensar con la cabeza más fría, sé que aquello no fue tu culpa, Phichit. A pesar de mis años de servicio, sé que jamás podré llegar a ser el servidor personal de mi señor.
—¿Por qué razón tu jamás podrías llegar a ser su servidor personal? —preguntó el moreno—. ¡Tú llevas muchos años de servicio al príncipe! ¡¿Acaso no es lo justo que se te premie con ese puesto?! ¡Tú mejor que nadie está capacitado para servir de forma personal al príncipe!
Y aunque las palabras de Phichit reconfortaron de cierta manera el abatimiento de Baek, él sabía perfectamente que jamás podría llegar a ser el servidor personal de su amado Seung-Gil.
—No puedo ser su servidor personal, porque lo tengo estrictamente prohibido —reveló.
—¡¿Prohibido?! —exclamó Phichit, descolocado.
—Sí, prohibido. El rey Jeroen me ha prohibido ser el servidor personal de mi señor Seung-Gil.
Confundido, Phichit enarcó ambas cejas, en un intento por encontrar una razón lógica a aquella prohibición.
—En fin, no importa —dijo Baek, intentando aminorar el dolor por revelar aquella situación—. El asunto es que... es que realmente lo siento por todo el mal que te he hecho.
—Baek...
—En un inicio fui hostil contigo, quizá demasiado —recordó con vergüenza—. Hice cosas de las que me arrepiento, tomé actitudes que no están bien e, incluso, llegué a burlarme por tu color de piel...
—Es cierto... —susurró Phichit, recordando todas aquellas situaciones pasadas— ¿Pero sabes? No importa, Baek —sonrió, dibujando la más dulce expresión en su rostro.
Baek sintió que su corazón se le encogió.
—¿C-cómo que no importa? —dijo indignado—. ¡¿No lo entiendes?! ¡Te hice daño! —vociferó.
—Solo fueron palabras —le quitó importancia—. Aceptó tus disculpas, está bien, Baek. Todos cometemos errores.
—Pe-pero yo actué con mucha cobardía... n-no he sido una buena persona...
—Yo creo que eres valiente —dijo Phichit, incorporándose y observando a Baek a los ojos—. Creo que si has aceptado tus errores y te has disculpado por ello, es porque tienes la valentía para hacerlo. Además, ¿por qué dices que no eres una buena persona? Creo que, si has permanecido en este sitio durante diez años y, aun así jamás has abandonado al príncipe, es porque tu sentido de la lealtad y tu amor por el príncipe, sobrepasan cualquier cosa, y ello, es signo de una persona que tiene un buen corazón.
Y Baek, sintió que su corazón se apretujaba con aquellas palabras. Un leve nudo se formó en su garganta.
Jamás en la vida, alguien le había dicho algo como eso. Y, por primera vez, Baek se sintió aceptado.
Y aunque sintió gratitud por las palabras de Phichit, una fuerte espina yacía aún incrustada en el corazón del muchacho.
Porque Baek, antes ignorante del buen corazón de Phichit e, ignorante del afecto que su príncipe sentía hacia su servidor personal, se sintió dichoso de haber acusado a Phichit con el rey, causando así su posterior tortura. Porque Baek, antes ignorante de todo ello, creía fervientemente que Phichit solo significaba un peligro para su príncipe, cuando en realidad, el peligro era representado por otras personas.
Pero ahora... ahora se arrepentía enormemente, porque Baek, ahora caía en cuenta de que Phichit era importante para Seung-Gil, y que por tanto, de ser dañado Phichit, también sería dañado el príncipe.
Y por ello, la culpa le carcomía enormemente.
—T-tú no entiendes, Phichit, yo... —balbuceó— yo hice algo malo, muy malo, yo...
Ante ello, el moreno le miró con total extrañeza.
—Y-yo... —Phichit pudo notar como en los ojos del mayor un fuerte sentimiento de melancolía se asentaba—. Hi-hice algo muy malo...
—¿Qué cosa? —disparó el moreno, extrañado por las palabras de Baek.
—Phichit... —musitó, acelerándose su respiración y sintiendo como el corazón le martilleaba con fuerza.
Y aunque Baek sabía que, de decir ello desataría un terrible destino, ya nada le importaba.
Se sentía mal. Se sentía culpable. Sentía que merecía cualquier castigo por haber empujado a Phichit ad portas de la tortura, pues él realmente no mereció jamás tal terrible episodio.
E, impulsado por el arrepentimiento y por su desesperación al límite, Baek ignoró todas las consecuencias que ello traería, y articuló:
—Fui yo quien te acus...
—¿Qué hacen ustedes dos?
Baek quedó petrificado en su sitio, con las pupilas contraídas y con la respiración apagada. Phichit, por su parte, de inmediato alzó la vista hacia el nuevo visitante.
Una gran sonrisa ensanchó sus labios.
—¡Majestad! —exclamó, conteniendo las ganas de abalanzarse sobre el noble, pues no podía mostrar tal actitud frente a Baek.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Seung-Gil, agraciado por los patos que caminaban y graznaban por el césped—. ¿Están domando patos o algo parecido?
Una tierna risa arrancó de los labios de Phichit.
—Baek me enseñaba a coger los patos —dijo—. Es para poder limpiar la fuente.
—Ah, veo que se están llevando bien —dijo Seung-Gil, dirigiendo la mirada a Baek, quién aún yacía de espaldas al noble—. ¿Baek?
—¡¿S-sí, mi señor?! —exclamó el castaño, dando un fuerte respingo y volteándose a ver a Seung-Gil.
Este le observó por largos segundos, sorprendido.
—¿Te sientes bien? —preguntó, notando como el semblante de Baek se veía notoriamente debilitado—. ¿No estás enfermo? ¿No necesitas un médico?
De forma suave posó una de sus manos en la frente del servidor; el color subió de inmediato por el pálido rostro de este.
—¡N-no! —Dio un fuerte respingo hacia atrás—. ¡M-me siento bien! —mintió.
—¿Seguro?
Baek asintió con la cabeza.
—Bien —sonrió de forma leve—. Me alegra ver que pueden llevarse bien. Tú y Phichit, son mis servidores más importantes, es bueno saber que pueden estrechar lazos.
Ambos sonrieron de forma leve.
—Ahora quisiera pedirte algo —dijo Seung-Gil a Baek; este le miró con atención—. No sé si ya te han dado aviso, pero han llegado de sorpresa los Reyes Crispino.
Baek asintió con la cabeza.
—Quiero que vayas y supervises que todo esté en orden, ¿entendido? No quiero que hagas algo que suponga tu esfuerzo —dijo, notando a Baek un tanto más débil físicamente—. Solo quiero que supervises la situación.
—Sí, mi señor.
Y ante la sonrisa cargada de gratitud de Seung-Gil, Baek ejecutó una pequeña reverencia, para luego, dirigirse hacia el salón principal, junto a los reyes.
—Así que limpieza de fuente, ¿no? —preguntó Seung-Gil, entornando los ojos hacia Phichit.
—B-bueno... usted no me lo pidió, pero quería hacerlo.
Y antes de proceder a actuar, Seung-Gil observó a la entrada del patio, asegurándose de que no habría nadie.
Y besó a Phichit de forma fugaz en sus labios.
—Phichit, vámonos —pidió a su amado, ante el rostro acalorado de este por el reciente beso.
—¿Q-qué? ¿A dónde?
—Está la familia de Sara en la habitación central —dijo—. No quiero relacionarme con ellos, solo quiero irme de este sitio, por favor.
Phichit asintió rápidamente, no oponiendo resistencia a la petición de su amado.
—Aprovechemos que toda la atención está en la habitación central —dijo, sacando de su túnico dos grandes capuchas que traía escondidas—. Tomaremos un caballo e iremos hacia el pueblo. En otra oportunidad podrás seguir con lo de la fuente.
Phichit tomó la capucha entre sus manos y, en menos de diez segundos, esta ya estaba puesta en su cabeza y cuerpo.
—¿A qué parte del pueblo iremos, majestad? —preguntó Phichit, avanzando de la mano con Seung-Gil, quien caminaba rápidamente hacia la salida del patio.
Y ante aquella pregunta, Seung-Gil sonrió de forma amplia.
—Iremos a mi lugar secreto.
Cada vez que cerraba sus ojos, Sara podía ver con claridad los recuerdos de aquel día. La imagen de su bebé deshecho en sangre y desperdicios, le oprimía el pecho por no poder protegerle de lo que tanto ella huía.
Frente a la ventana de su habitación, podía dilucidar con claridad caminos aledaños a las afueras del pueblo.
Y allí, ella es capaz de ver a una mujer aldeana sosteniendo a un bebé en brazos; un nudo comenzó a aferrarse en su garganta.
La mujer, indulgente y bondadosa, tomaba al bebé entre sus brazos, repartiendo caricias infinitas a su hijo que era parte de ella misma.
Y con cada caricia al bebé, Sara podía sentir que aquel era su hijo que jamás nació. Que cada risa de aquel pequeño ángel, era la misma risa que en algún momento de su vida, su pequeño bebé pudo haber hecho.
Y sintió envidia de aquella mujer, porque en ella, veía la felicidad que ella nunca fue capaz de tener.
Porque Sara, extrañaba con el alma a su hijo. Porque en cada momento a solas lo añoraba, imaginando que, en un lugar lejos de allí, podría volver a reencontrarse con él, en medio de un sueño en donde nunca jamás, nadie más les alejaría.
Y, hundida en la más grande ensoñación posible, Sara tomó su almohada, enrollando esta con una tela bordada de su velador.
Y Sara, comenzó a arrullar su almohada.
—Todo está bien, bebé... —susurró, aferrando la almohada hacia su pecho y meciéndole con movimientos suaves—. Mamá está aquí, bebé.
Y Sara, con el corazón deshecho y con el alma arrancada por aquel episodio, hizo pasar por su bebé la almohada que ahora mecía entre sus brazos.
—Ssshhh, ssshhh... —susurró, cerrando los ojos e imaginando que aquella almohada, extendía pequeños bracitos y le tocaban el rostro—. Ya, bebé, ya...
Y así se quedó, observando con lágrimas en los ojos, como la mujer aldeana arrullaba a su hijo, mientras que ella...
Solo podía limitarse a mecer una patética almohada.
Y sintió que el corazón se le perforaba. Porque era consciente de que aquella almohada no era su hijo, porque él, jamás iba a regresar.
Porque la vida, ni siquiera fue capaz de darle la posibilidad de conocerle, y aquello, era lo que más le dolía.
—M-mamá e-está aquí, b-bebé... —sollozó, acariciando la parte superior de la almohada, como simulando el rostro del bebé—. N-no llores, ¿s-sí? Mamá siempre estará contigo, bebé...
Pero ella, mejor que nadie, sabía que no era cierto.
Que había fallado a su hijo. Que estaba muerto. Que jamás nació a la vida y, que por tanto, jamás él existió.
—Mi bebé... —susurró, aflojando el agarre de la almohada.— T-tú no eres mi bebé...
Y de pronto, un leve golpe fue asestado en la puerta. Sara, dando la espalda a la puerta y, en medio de su abatimiento, solo pudo susurrar despacio:
—Adelante...
Y fue capaz de oír como la puerta se abrió de forma lenta, para luego, dar paso al ruido de alguien entrando.
Pero Sara, jamás miró a su espalda, pues su vista yacía perdida en la mujer con su bebé, allí en el exterior del palacio.
Porque el fuerte sentimiento que se evidenciaba entre la relación de madre e hijo, era tan bondadosa y exenta de maldad, que Sara sintió que su alma hecha añicos se reconfortaba con aquella imagen.
—Sara, ¿qué estás haciendo?
Cuando la princesa pudo oír la voz de aquella persona en su habitación, dio un fuerte respingo y se volteó, sorprendida por quien le visitaba.
—¡¿Mamá?! —exclamó, cristalizándose sus ojos de inmediato—. M-mamá...
Su corazón se encogió; apretujó la almohada con fuerza.
—¿Qué tienes en las manos, Sara? —dijo la reina, acercándose a su hija y quitando de sus manos la almohada arropada—. ¡¿Qué es esto?!
Vociferó, espantada al ver que la almohada estaba arropada como un bebé.
—¡¿Estás loca?! —exclamó, mirándole con espanto—. ¡¿En qué cosas pierdes el tiempo, Sara?!
Y ante aquel bramido, de un movimiento rápido, Sara despojó a su madre de la almohada.
—¡¡No es una pérdida de tiempo!! —contestó ofendida—. ¡Es mi bebé!
—¡¿Tu bebé?! —frunció el ceño, iracunda ante las alucinaciones de la princesa—. ¡Dame eso!
Y aunque Sara opuso resistencia, la reina fue capaz de quitarle nuevamente aquella almohada.
Y con un movimiento brusco, la reina tomó el candelabro más próximo, enterrando las puntas del objeto en plena almohada, haciéndola añicos por completo.
—¡¡¡MI BEBÉ!!! —gritó Sara, lanzándose sobre los montones que yacían en el suelo—. ¡¡No lo mates, no de nuevo!!
Y aquella reacción, solo terminó por enojar más a la reina.
—¡Ya basta, niña! —exclamó, tomando a Sara por el brazo e incorporándole de forma violenta—. ¡¿Crees que el príncipe se fijará en una loca así?! ¡¿Crees que es atractivo para los hombres una mujer que añora a un hijo muerto?!
—¡¡¡TÚ MATASTE A MI BEBÉ, ASESINA!!! —vociferó iracunda, tratando de zafarse del agarre de su madre.
Pero esta, iracunda, intensificó el violento agarre en su hija.
—Ya basta, Sara —dijo entre dientes, tomando el mentón de la muchacha y apretándole con demasía—. Ese niño está muerto, jamás existió.
Y aquellas palabras, solo terminaron por desollar el pecho de Sara.
—Ahora escúchame —dijo de forma tajante—. Hemos venido con tu padre al palacio para tratar un tema de suma urgencia. Tu padre está ya por terminar, y yo, he aprovechado de venir a darte un aviso muy poco agradable.
Sara sintió que su sangre heló, cuando en los ojos de su madre un pequeño brillo por causa de lágrimas, se divisó.
—Tu hermano Michele ha contraído la peste negra, Sara.
Y la princesa, quedó petrificada en aquel sitio. Su mente no fue capaz de procesar absolutamente nada. Sintió que su sangre heló y un fuerte silbido se oyó en sus oídos.
No podía estar pasando.
—N-no... no... no... ¡no, madre, no! —Y de un momento a otro, los sollozos retumbaron por toda la habitación—. ¡Mi Michele, mi querido Michele, no puede estar pasando esto, no, no, no!
—Pero está pasando, Sara —respondió sin ningún tacto, soltando a la princesa y dejándola caer en la cama—. Él está ahora en casa. Está al cuidado de varias personas, pero me temo que no podrá vivir mucho más tiempo si es que no conseguimos más recursos para tratarlo.
Las manos de Sara no podían cesar del intenso temblor que las afectaba. Su garganta se tensó tanto, que dolía.
—P-pero... pero l-la peste negra... Michele n-no podrá...
—Ya lo sé —dijo la reina, sin demostrar ninguna pizca de conmiseración por el ataque de desesperación que afectaba a Sara—. No podremos hacer nada para salvarlo, pero al menos, podremos hacer algo para que su muerte sea lejana y digna, sin sufrir mucho dolor.
Sara no fue capaz de decir nada al respecto. Su vista y su cuerpo, totalmente petrificados, solo se mantenían en un punto fijo, sin procesar nada.
—Si hemos venido con tu padre hasta el reino, fue para avanzar en los últimos detalles de esta alianza. Necesitamos ahora que tú hagas el resto, Sara. —Sacó su abanico y comenzó a airear su rostro—. Ahora eres tú, la encargada no solo de no traicionar a tu pueblo, sino que además, de ti dependerá la vida de tu hermano.
Y con aquellas palabras, Sara sintió que caía en un abismo.
—Así que niña, déjate de perder el tiempo en pensar en alguien que ya murió —escupió hiriente—. Tu hermano y todo el pueblo te necesitan. Hazte valer como mujer. Ve y seduce al príncipe. Haz que él no pueda sacarte de la cabeza, que no pueda resistirse a tus dotes de mujer, que no pueda esperar más tiempo a hacerte su esposa.
Y Sara sintió que caía más y más hondo en el abismo, porque en aquel instante, la realidad de toda su situación se veía sobre sus hombros.
Porque a pesar de todo, Sara seguía siendo joven, y ella... ella no podía sola con todo eso.
—Apresura esa boda, Sara —dijo la reina—. No hemos mencionado al rey el tema de tu hermano, porque tampoco pretendemos provocar lástima; somos gente de alta cuna y guardamos algo de dignidad. Pero Sara, por ti corre el hecho de que nuestro reino prospere, y que tu hermano pueda morir con dignidad.
—Quiero ir al reino con ustedes —dijo seca—. Tengo que ir a ver a Michele... ¡Debo verlo! ¡Necesito verlo! ¡Por favor, mamá! —Se incorporó y abrazó a su madre, deseosa de que esta pudiese tener algo de compasión.
—¡¿Estás loca?! —Le empujo—. ¡Por ningún motivo! ¡Tú te quedas acá! ¡En el reino nos serás inútil!
Y Sara, sintió que otra daga atravesaba su pecho.
—No queremos que aparezcas en el reino, si es que no vas como la esposa del príncipe Seung-Gil —decretó—. Si logras casarte antes de que tu hermano muera, entonces podrás verlo.
Y Sara, supo que aquello no podría ser posible.
—Mueve todos los cables para que ese príncipe se case lo más próximo contigo. Tú te quedas acá, estando allá sola nos eres inútil. Haz bien tu trabajo, esa es tu única tarea.
—M-mamá...
—Nosotros nos vamos, adiós, Sara —dijo, guardando su abanico y volteándose a la salida—. Y recuerda, solo ve al reino, siempre y cuando vayas como esposa de Seung-Gil —le recordó—. Si no eres capaz de contraer matrimonio con él, entonces no te tomes la molestia de ir, por favor.
Y tras aquellas palabras tan poco conciliadoras, la reina dio un fuerte portazo, dejando a Sara hundida en la más grande desolación jamás sentida.
Porque sobre sus hombros, ahora no solo yacía el honor y la prosperidad de la familia Crispino, sino que también, el hecho de generar recursos para que Michele, su querido hermano, tuviese una muerte digna.
Pero Sara, sabía que ella no sería capaz de cumplir con tales expectativas, porque ella...
Ella no valía nada para nadie.
Después de un extenso rato acordando los detalles de la alianza junto a los Reyes Crispino, Jeroen, se echó a descansar en su despacho.
Cerró los ojos, gustoso al saber que por fin podría tomar un rato libre, cuando de pronto:
—¡¡Majestad!!
No fue siquiera capaz de reaccionar, pues la puerta del despacho se abrió de forma brusca, dejando entrar a la princesa Sara, la que venía con el aliento agitado y con un semblante notoriamente alterado.
—¡¿Qué es esto?! —bramó Jeroen, incorporándose con susto y mirando descolocado la situación.
—Y-yo le dije que esperara, que le avisaríamos, pero ella...
—¡Debo hablar algo urgente con usted, Rey Jeroen! —exclamó Sara, haciendo caso omiso al agarre del guardia.
Y Jeroen, entornó sus afilados ojos hacia la presencia de la joven; esta no se inmutó en lo absoluto del aura tóxica que expendía el rey.
—Por favor, es importante.
Y ante la mirada de los dos guardias, Jeroen exasperado rodó los ojos, para luego musitar:
—Váyanse, dejen que me hable de eso tan importante.
Los guardias asintieron.
—¡S-sí mi señor, y disculpe por la interrupción!
—Fuera de acá, inútiles.
Y la puerta se cerró, y tras ello, solo Sara Crispino y el Rey Jeroen, quedaron frente a frente, solos en el despacho.
—¿Qué quieres, niña? —disparó Jeroen, ofuscado con la princesa; el aún no olvidaba la insolencia de la vez pasada.
—Mi señor Jeroen —dijo ella—. Vengo a pedirle que por favor adelante mi boda con la de su hijo.
Jeroen enarcó ambas cejas.
—Pensé que eso ya estaba aclarado, jovencita.
—E-es que necesito que se adelante, mi señor —explicó—. Es muy importante, por favor.
—No.
—P-pero, ¡por favor!
—Ya le expliqué la razón de mi decisión —espetó—. ¿Por qué razón quiere usted adelantar la ceremonia?
—Es que estoy demasiado enamorada de su hijo, mi señor —intentó persuadirle—. Y quiero casarme ahora con él, por favor. ¡Si es hoy mismo, mejor todavía! ¡No me importa si no es una fiesta lujosa! ¡No quiero invitados! ¡Solo quiero casarme!
—No.
Volvió a decir, sin tomar en cuenta ninguna razón de la princesa.
—P-pero, ¿por qué no? ¡Le estoy diciendo que no me importan los lujos o los preparativos! —La paciencia de Sara comenzaba a esfumarse. Su semblante se volvió tembloroso y el sudor comenzó a rodar por su sien.
Se veía notoriamente alterada.
—Porque, señorita Sara, mi reino jamás se verá afectado por una boda de tan mala calaña, ¿usted lo entiende? —Sara enarcó ambas cejas, incrédula ante lo dicho por el rey—. Veo una boda, no solo como una concreción de alianza, sino que también, como una advertencia a los reinos vecinos —dijo—. ¿Cree usted que yo mostraré a los reinos vecinos que una boda celebrada en mi palacio, será una bazofia de pobres y mendigos?
Sara sintió que una vena en su sien reventaba de la ira.
—P-pero quiero casarme a-ahora, lo necesito, yo...
—¡¡Lo que tú quieras no es mi maldito problema, niña!! —bramó, lanzando un fuerte golpe en la mesa, tan poderoso que inclusive las ventanas tronaron—. Ya sabes cuál es mi posición, ahora vete y deja de molestar mi vista.
Y Sara, sintió que ya no podía coartar más su ira. Tenía ganas de matarlo. Ganas de enterrar una daga en su gordo cuello y rajarlo por completo, para luego colgarlo de un gancho en una carnicería en los barrios más pobres, para terminar luego siendo excremento de mendigo.
Lo odiaba. Y ya no podía soportarlo.
—¡¡Eres un farsante!! —gritó, dibujándose la imagen de su querido Michele en su memoria, y ello, no ayudó a que Sara relajara su ímpetu—. ¡¡Maldito rey farsante, esa corona te queda grande!! ¡¡Prometiste que mi boda sería en esta fecha!! ¡¡Farsante, poco hombre, desgraciado!!
Y por causa de la ira que le invadió, la vista de Sara se volvió engorrosa, y tanto así, que ella no fue capaz de ver cómo Jeroen se incorporaba de su asiento, para luego, dirigirse hacia ella.
Y Jeroen le observó desde arriba por un par de segundos, dedicándole una expresión completamente mortífera y venenosa.
Y de un movimiento rápido, un golpe brutal y animalesco, es asestado en pleno rostro de la princesa.
Con su gran y pesada mano, Jeroen dio un vuelco al rostro de la joven, dejándole con los ojos petrificados y con los labios separados, impactada aún por el fuerte dolor que se extendía por todo su rostro y cabeza.
Y Jeroen, le dedicó unas últimas palabras.
—Eres una mujer, Sara. Jamás podrás ponerte al nivel de nosotros los hombres. Nunca vuelvas a dirigirte de esa forma a uno, ni mucho menos a mí. No vales nada, y entiende, que eres tan solo el medio para la concreción de una alianza. No tienes derecho de exigir nada, tu tarea es esperar nuestra voluntad, y el día de la boda, ofrecerte a Seung-Gil en la cama, como el mero objeto que eres.
Y conjunto al brutal golpe que le fue propinado, Sara, sintió que aquellas últimas y humillantes palabras, le hacían entrar en un profundo estado de shock.
Y con sus ojos nublados y petrificados, solo asintió despacio con la cabeza, como aceptando al fin su único posible destino.
Se volteó despacio y se encaminó hacia la salida, apoyándose de la pared. Tras su salida, un fuerte portazo se oyó por parte de Jeroen.
Y Sara, entonces se quedó echada a la salida, con la nariz sangrando, con la mitad de su rostro hinchado y con los sollozos descontrolados.
Y aunque ya tenía claro que no poseía valor alguno, una parte de su alma pedía a gritos ser abrazada y consolada por alguien.
Y con el corazón en el puño y los sollozos incontenibles, Sara se incorporó, para luego, buscar una capucha en su cuarto, partir hacia el exterior del palacio y correr sin rumbo.
En busca de algo o alguien que le diese un consuelo.
—¡Apresúrate! ¡Oí al príncipe salir del palacio!
Exclamó Jen, avanzando a paso rápido por el pasillo subterráneo y sosteniendo una antorcha con rebosante fuego.
—E-espera... —dijo con dificultad Baek, cojeando y sosteniéndose de las paredes—. M-me duele...
Jen lanzó un leve bufido.
—Tenemos que seguirle el rastro, ¿estás seguro de que el rey te dijo que lo hicieras ahora?
Baek asintió débil, bajado su rostro hacia el agua que le acariciaba los tobillos.
—Es una tarea complicada, especialmente para tu estado —dijo Jen, tomando a Baek por el brazo y apoyándolo en su hombro—. Sino fuese porque te estoy ayudando, no podrías hacerlo.
—J-Jen... —musitó el castaño en un hilo de voz, como perdiendo la fuerza en sus entonaciones.
—¿Ahora qué te pas...?
Pero cuando Jen fue testigo de lo que ocurría en el agua, sintió que su corazón se apretujo.
—¡O-oh mierda! —Se sobresaltó, agachándose junto a Baek y mojándose ambos por el agua subterránea—. Oh mierda, Baek, no —Posicionó la antorcha en una pequeña estructura metálica que yacía colgando de la pared, dejando ambas manos libres—. Tengo que curarte, no puedes estar así.
El agua que cubría los pies de Baek, comenzó a teñirse de carmín.
—D-déjalo a-así...
—¡Qué no! —exclamó Jen, sacando un trapo de su bolsillo y limpiando la herida del menor—. Tienes que volver al palacio, no puedo exponerte así.
—V-vamos rápido, m...mi señor Seung-Gil, e-él...
—Me vale mierda tu señor Seung-Gil —espetó con enojo, a lo que recibió una débil mirada iracunda de Baek—. Tú estás herido, la misión puedes dejarla para otro día. Ven, te cargaré hasta el palaci...
Pero de un movimiento fuerte, Baek le tomó por el cuello de la capucha negra, acercándole peligrosamente a su rostro, y diciendo:
—Vamos a cu-cumplir la misión, idiota.
Jen le miró descolocado.
—Me niego, estás herido, no voy a permitir que expongas así tu salu...
—¡¡Vas a llevarme con mi señor Seung-Gil!!
Exclamó iracundo, dejando a Jen completamente descolocado.
Y por causa de aquel bramido cargado de frustración, Baek comenzó a toser desesperado, cosa que preocupó a Jen de inmediato.
—¡Di-Dios! ¡¿Estás bien?! —Le tomó del mentón, tratando de hacer contacto visual con él—. ¡O-oye, responde! ¡Por favor!
Y aunque la piel de Baek estaba empalidecida, sus ojos yacían nublados y su cuerpo no respondía, con sus últimas fuerzas fue capaz de susurrar a Jen:
—P-por favor, Jen... —se detuvo, cogiendo un poco de oxígeno por su evidente malestar—. Cu-cumplamos con la misión, por f...fav...
Y se desmayó, aflojando su agarre del cuello de Jen y hundiendo su mano en el agua, ante la mirada perpleja de su compañero.
Jen sintió que su pecho se apretujó. Cerró los ojos con pesar y, después de varios segundos apretando los dientes por causa de la ira, vociferó:
—¡¡Aaaaahhhh!! —gritó, frustrado porque Baek no le dejaba otra maldita opción—. ¡¡Solo porque eres mi amigo, idiota!!
Y de un movimiento rápido, tomó a Baek inconsciente, se lo echó en el hombro, y tomó la antorcha en su otra mano.
—Siempre me metes en tus problemas —se quejó, avanzando a través del pasillo y llegando a la salida—. Ojalá algún día todo esto valga la pena.
Debido a su gran velocidad y agilidad para inmiscuirse a través de la vegetación, Jen pudo alcanzar al príncipe sin mayores problemas.
Se sorprendió, cuando pudo percatarse de que el príncipe, aparentemente llevaba a otra persona en el lomo del equino, mas no pudo reconocer la identidad de esta, puesto que llevaban largas capuchas caladas hasta el rostro.
Al igual que él y Baek.
Y curioso, entornó sus ojos cuando pudo ver que el príncipe cambiaba de dirección, adentrándose no en el pueblo, sino que en el corazón del bosque.
Y el camino hacia el corazón del bosque, le hacía más dificultosa la tarea de caminar si meter mayor ruido, pues, por una parte el peso de Baek le inducía a tener movimientos más torpes, y por otro lado, la vegetación se hacía más frondosa y densa.
En algunas ocasiones, Seung-Gil volteaba para verificar de que no hubiese nadie o, se volteaba por causa de ruidos que Jen emitía al pisar la vegetación.
Pero Seung-Gil, estaba convencido de que aquellos ruidos solo pertenecían a pequeños animalitos que rondaban por allí.
Y, después de varios minutos siguiendo el rastro al príncipe, y con Baek en su hombro, Jen pudo dilucidar el destino de aquella travesía.
Una pequeña casita en medio del frondoso bosque.
Apenas acomodaron al equino en un lugar seguro, se adentraron en la cabaña del bosque. Phichit, se despojó de la capucha y cerró los ojos, complacido por el ambiente sereno que se respiraba en medio del bosque, con el leve sonido de pequeñas gotas de lluvia cayendo y las hojas resonando por la ventisca.
Aquel sitio, de a poco se volvía el lugar favorito de Phichit.
—Hace frío, ¿no? —dijo el príncipe, despojándose de la capucha y caminando hacia un saco que yacía en un rincón de la casa—. Voy a encender fuego en la chimenea. Por mientras, siéntate a descansar en la cama; esto me tomará algo de tiempo. —Sacó algo de leña y se dirigió a la chimenea.
Phichit sonrió de forma leve, depositó un tierno beso en la mejilla del príncipe, e hizo caso a su sugerencia.
Por varios minutos, Seung-Gil dedicó exclusiva atención a encender el fuego en la chimenea. Después de unos pocos intentos fallidos, al fin una pequeña llama se divisó e iluminó parte de la habitación.
Phichit dio pequeñas palmaditas, entusiasmado por la hazaña de su amado.
—Bien hecho, majestad.
—Creo que me hace falta más práctica. —Se incorporó y secó el sudor de la frente con su antebrazo—. Ahora, a lo que te traje aquí.
Phichit ladeó su cabeza, curioso ante la nueva acción que ejecutaba su amado. El fuego de la chimenea comenzó a crecer, y con ello, el crepitar del fuego invadió la habitación.
Y el príncipe, comenzó a desplazarse hacia un cajón que yacía bajo unas mantas, a la otra esquina de la habitación.
—Cierra tus ojos —sonrió Seung-Gil, volteándose hacia su amado y escondiendo dos objetos tras su espalda.
Phichit sintió entusiasmo por descubrir que haría el noble. Y, empujado por la curiosidad, cerró sus ojos y comenzó a mover su pie, signo del ímpetu que sentía.
Sintió como el príncipe caminó de forma lenta hacia él. Y, cuando estuvo justo frente a su presencia, oyó que este le susurró:
—Ahora abre tus ojos.
Y sus párpados se separaron de forma lenta y leve, dando así paso al descubrimiento de lo que el príncipe guardaba.
Dos espadas de madera.
Phichit ascendió su vista hacia el rostro del noble, curioso por la utilidad que darían a tales objetos.
—Toma una —dijo, extendiendo una de ellas a las manos de su servidor.
—¿Para qué la usaremos, majestad? —preguntó, sosteniendo el objeto con evidente nerviosismo.
Seung-Gil empuñó su espada y lanzó fuertes golpes al aire.
—Vamos a luchar.
Y ante ello, Phichit dio un gran respingo de la sorpresa.
—¡¿Q-qué?! —Empuñó la espada con torpeza y contrajo sus pupilas, descolocado por la sugerencia de su amado—. P-pero, y-yo no sé...
Seung-Gil sonrió agraciado por el nerviosismo que su amado le mostraba.
—¡A-además! No quiero hacerle daño, majestad —dijo, tomando la espada y posicionándola en la cama.
—¿Daño? —inquirió el príncipe—. ¿Cómo sabes que me harás daño?
Y Phichit, sintió que aquello sonó como una especie de desafío.
—¿Usted sabe ocupar una espada? —Nuevamente tomó la espada por la empuñadura, extendiéndola de forma leve y observándola de cerca.
Seung-Gil se acercó a él, bajó la espada y se sentó a su lado, en la cama.
—Recibí lecciones de esgrima hasta más o menos los doce años de edad —reveló, ante la sorpresa de Phichit—. De haber seguido con ellas, seguramente hoy habría sobrepasado a cualquier caballero del reino.
En los ojos de Phichit, una pequeña luz resplandeció por causa de la admiración hacia su amado.
—¿Y por qué no siguió con las lecciones, majestad? —preguntó, enganchando su brazo con el del príncipe y apoyando la cabeza en su regazo.
—Porque mi padre siempre decía. —Se incorporó de la cama, frunció el ceño, infló el pecho y, con voz ridícula dijo—: ''Seung-Gil, tú ya no necesitas perder el tiempo en esas cosas. El día de mañana serás un gran rey y tendrás caballeros para protegerte. Mejor ocúpate de seguir mi ejemplo y aprender a ser un buen soberano''.
Phichit estalló en risa por la imitación de su amado; Seung-Gil sonrió enternecido al ver que aquello produjo gracia en su servidor.
—¿Y usted habría querido seguir con las lecciones? —preguntó Phichit, una vez pudo cesar de su risa.
—No mucho —dijo, sentándose nuevamente al lado de Phichit—. Prefería entrenar solo.
Y luego de eso, ambos guardaron silencio por un rato, oyéndose tan solo el dulce crepitar del fuego.
—Pero bueno —irrumpió, reincorporándose de la cama y tomando nuevamente su espada de madera—, hoy será la excepción.
Phichit ascendió su mirada, nuevamente nervioso por la posición que tomaba el príncipe.
—Quiero que luches conmigo. —Tomó la empuñadura y extendió la espada—. ¿Puedes hacerlo?
Phichit dudó por un instante. Miró la espada entre sus manos, y dijo:
—Puedo intentarlo. —Se reincorporó, tomó la empuñadura e igualmente extendió la espada—. Cuando vivía en Siam, junto a otros niños recibí igualmente lecciones de esgrima. Y, aunque con el tiempo abandoné dichas prácticas, pues me dediqué enteramente al mundo del arte, aún hay algo que recuerdo de aquellas lecciones.
Seung-Gil sonrió con orgullo.
—Prometo no hacerte daño —dijo, endureciendo su postura.
—Digo lo mismo, majestad.
Y, a pesar de que aquello no era quizá un ambiente sumamente romántico o meloso como Phichit habría esperado, él sintió que las ansias ahora le desbordaban por iniciar la lucha.
Porque aquello, ahora lo sintió como un desafío. Y el tener que medirse en una lucha contra su amado, de cierta forma le extasiaba.
—¡Aquí voy!
Exclamó Seung-Gil, corriendo hacia Phichit y lanzando el primer golpe con la espada.
Phichit le detuvo con un contragolpe.
El estruendo de la madera chocando, resonó por toda la cabaña, ensordeciendo incluso el fuerte crepitar del fuego.
Se mantuvieron en aquella posición, con las espadas haciendo contrafuerza y con ambos mirándose con fuego en los ojos.
Había tensión en sus miradas. Había un fuerte éxtasis entre ambos.
—No pierdas tu equilibrio —musitó el príncipe, bajando su mirada de forma leve y notando cómo los pies a su amado le temblaban—. Recuerda mantener los pies separados, a la altura de tus hombros. El equilibrio es fundamental para atacar y defenderte.
—Gracias, majestad —contestó Phichit, con los brazos temblorosos por la fuerza que el príncipe ejercía en su espada—. Pero debe recordar, que jamás es bueno subestimar al rival.
Y dicho aquello, Seung-Gil alzó nuevamente su vista. Y cuando apenas la pudo fijar en el rostro de Phichit, pudo ver como la espada de su servidor se acercaba en un movimiento peligroso a sus costillas.
Y lo esquivó con un fuerte contraataque, lanzando un leve alarido, sorprendido por la agilidad del más pequeño.
—¡E-eso estuvo cerca! —exclamó nervioso, dibujando una leve sonrisa en sus labios, ante el semblante agitado de su amado.
Phichit sonrió.
—¡Estoy listo! —exclamó el servidor, incorporándose recto y extendiendo sus dos manos aferradas a la empuñadura.
Y Seung-Gil, sintió que se enamoraba un poco más de Phichit. Si es que ello era posible.
Y de un movimiento rápido, fue esta vez Phichit quien arremetió contra Seung-Gil.
Y luego, otro contraataque estremeció el ambiente. Y una extensa lucha entre el príncipe y su servidor, se hizo presente en medio del frondoso bosque.
Y aunque Seung-Gil poseía evidentemente más fuerza que Phichit, el servidor, al ser más pequeño y delgado, gozaba de movimientos más agiles y rápidos.
Pero Phichit, siempre fiel al arte y reacio a ese tipo de actividades bélicas, comenzó a sentir agotamiento con aquella situación no usual en su vida.
Y sus movimientos comenzaron a apagarse.
—No lo hiciste mal para solo haber practicado de niño —dijo Seung-Gil, notando como los movimientos del moreno se volvían torpes—. ¡Pero quién termina ganando al final en la lucha, es quién es capaz de soportar toda adversidad!
Y Phichit, no fue capaz de reaccionar ante el fuerte y rápido movimiento que el príncipe ejecutó. Su espada de madera arremetió con violencia hacia la suya, disparando esta de su mano y proyectándola hacia un rincón de la habitación.
Y Phichit, quedó desarmado; Seung-Gil sonrió victorioso.
—Bien hecho —susurró el azabache, posando la punta de la espada en el mentón de Phichit, y haciéndole retroceder hasta la pared más próxima.
Phichit solo se limitó a observar al noble, entre leves jadeos del cansancio y con una sonrisa satisfecha en sus labios.
—Pero yo gané. —Arrinconó a Phichit, quedando a tan solo unos pocos centímetros de su rostro.
Phichit sonrió extasiado.
—Entonces, mi señor... —susurró el moreno, posicionando la yema de sus dedos de forma suave en la punta de la espada, alejándola levemente de su mentón—. ¿Qué exige usted al perdedor?
Seung-Gil sonrió agraciado, bajó su espada y apoyó su antebrazo en la pared, quedando aún más cerca del rostro de su servidor.
—¿Un beso, quizás?
Ambos rieron despacio.
—¿Por qué un beso? —susurró Phichit, alzando sus manos y deslizando estas desde el cuello, hasta las mejillas de su príncipe—. Si puedo darle todos los que desea...
Y Seung-Gil, obcecado por el erotismo que Phichit le inspiraba en aquel instante, selló sus labios con los de él, sin poder retener más el deseo que sentía hacia su servidor.
Y Phichit, simplemente cerró sus ojos, entregándose por completo a la situación.
Con parsimonia, rodeó el cuello del príncipe con sus brazos, aferrándose más de cerca a su rostro para disfrutar del beso. Seung-Gil, por su parte hundió sus manos en la prenda de Phichit, acariciando por detrás su espalda desnuda, sintiendo en sus inquietas manos el roce de la suave y cálida piel del moreno.
Y ambos, sintieron que de forma lenta caían en un abismo de elixir.
—Vamos a la cama —decretó Seung-Gil, aferrándose a la cintura de Phichit y retrocediendo con él hacia el lecho.
El color no tardó en subir por el rostro del servidor, extasiado por lo que podría avecinarse.
—¿Q-qué va-vamos a hacer, majestad? —balbuceó inquieto una vez en la cama, viendo como el príncipe se despojaba de forma lenta de su túnica.
—No haremos nada que tú no quieras hacer —sonrió enternecido, posicionándose sobre el cuerpo de su amado, acercándose nuevamente a sus labios y, depositando un tierno beso en ellos.
Y ambos, nuevamente se sumieron en la más grande corriente utópica.
Phichit sintió que su mente volaba, cuando las manos de Seung-Gil, cálidas y ágiles, se aventuraron por su torso desnudo. El aroma que el suave cabello de su príncipe expendía, era un olor similar al del agua de azahar, y aquello, le volvía loco.
El tacto de su cálida lengua con la de Seung-Gil, provocaba en Phichit nuevas sensaciones que jamás había experimentado. Porque muy distinto era vivirlo con otra persona, y más aún, cuando aquella persona significaba algo mucho más complejo que un simple capricho erótico.
Y con sus manos inexpertas, joviales y curiosas por descubrir nuevos confines desconocidos y placenteros, Phichit, se inmiscuyó por la espalda del príncipe, propinando caricias amplias y provocativas, desde la parte superior de los glúteos hasta la parte superior de la espalda.
Jamás se había sentido con tan poca vergüenza para ello.
—Mi pequeño y dulce servidor, se ha vuelto un poco atrevido... —musitó Seung-Gil entre risas, posando sus labios en el cuello de Phichit y repartiendo pequeños besos húmedos.
Y cuando el moreno sintió que una mano del príncipe tocó de forma peligrosa cerca del glúteo y la entrepierna, no pudo evitar soltar un leve gemido por la sensación provocada.
Y aquello, fue música para los oídos de Seung-Gil.
—Te amo, Phichit —musitó despacio, alzando su rostro hacia el de su amado, y besando sus labios con suma ternura.
—Y yo te amo a ti, Seung-Gil —respondió, sacándose del cuerpo todo signo de formalidad, articulando por fin, sin ningún tipo de vergüenza, el nombre de su amado.
Y Seung-Gil, no pudo evitar sonreír por ello; sus ojos cristalizaron de forma leve; oír a Phichit decir su nombre, era algo que anheló con fuerza desde un inicio.
Y nuevamente, un tierno beso fundió sus labios, para luego comenzar a dar paso a tiernas caricias infinitas.
''Hey, despierta, por favor... ''
Oyó como una voz apagada a lo lejos, que de forma latente le insistía el despertar, le hacía eco en su difusa conciencia.
''Dios, no me digas que vas a morirte. ¿Qué voy a hacer yo ahora?''
Pudo sentir como aquella presencia le tomaba y le sacudía de forma leve, posicionando la oreja en su pecho y susurrando cosas inentendibles.
''Vas a odiarme, pero no me queda de otra''
Oyó apenas a lo lejos, cuando, sintió que una sensación húmeda se posicionó en sus labios, alzando su torso y abriendo un poco sus vías respiratorias.
Comenzó a toser.
—¡Sí, funcionó! —exclamó Jen en un susurro, alejándose del rostro de Baek y sonriendo aliviado.
Baek abrió sus cansados ojos, aún confuso por la situación.
—¿D-dónde e-estamos? —balbuceó, martilleando sus ojos, observando que se hallaban bajo una gran roca que poseía una extensión sobre sus siluetas, obstruyendo el paso de la lluvia—. ¿Q-qué me hiciste?
Jen desvió la mirada, avergonzado por su accionar; el color comenzó a subir por su rostro.
—E-eso no importa —dijo, restando importa al asunto, para que el castaño no lo descubriese—. Mira, ya llegamos.
Y ante la incrédula expresión del menor, Jen extendió su brazo, mostrando a Baek en el lugar que se encontraban.
En medio del frondoso bosque.
—Este sitio... —susurró Baek, incorporándose de forma lenta y, dirigiendo su vista curioso hacia el lugar en dónde se hallaban—. ¿Por qué estamos en el bosque? —inquirió—. ¡Jen, estúpido! ¡Te dije que debíamos seguir a mi señor Seung-Gil hacia el pueblo!
Exclamó iracundo, a lo que Jen, simplemente rodó los ojos.
—Pues adivina qué, pequeñín —dijo, incorporándose de igual manera y observando a Baek desde arriba.
—¡No me llames así! —exclamó, ofendido por el sobrenombre que Jen comenzó a darle—. ¡Soy mayor que tú, pedazo de mier...!
—Tu príncipe Seung-Gil no fue hacia el pueblo —le cortó—. Tu príncipe, vino acá, al corazón de este frondoso bosque.
Y Baek quedó petrificado en su sitio, descolocado por lo que Jen aseveraba; una pequeña risa ensanchó sus labios.
—Qué ridículo —dijo seco, cruzándose de brazos y desviando la mirada.
—¿Ah, sí? —respondió Jen—. Si crees que soy tan ridículo, entonces averígualo por ti mismo. Allá, detrás de esta roca, verás a tu príncipe en la casa.
—¿En la casa? —Baek contrajo sus pupilas, repuntó nuevamente su mirada hacia Jen, descolocado—. ¿Có-cómo que en la casa?
Jen rodó los ojos.
—Aquí detrás hay una casa. El príncipe entró a ella con otra persona, pero desconozco quién es esa persona. Creo que esa persona le estuve esperando fuera del palacio, muy bien escondida.
Baek sintió una punzada en su pecho.
—N-no es posible...
—Lo es —dijo Jen, cruzándose de brazos y asintiendo con la cabeza—. ¡Los vi!
—Una casa...
—Pero te aconsejo a que esperes a que cese la lluvia. —Tomó a Baek por el brazo, jalándole para que se sentara en la tierra—. Vas a empeorar tu estado si es que llegas a enfermar.
—¿Por qué mi señor Seung-Gil está en un sitio como este, y... y con otra persona? —musitó Baek, hundido en sus cuestionamientos e ignorando las palabras de Jen.
—¡Oye! ¡Te estoy hablando!
Y Baek le ignoró de forma monumental. Porque aquella situación, simplemente se le hacía extraña. ¿Por qué su príncipe Seung-Gil estaría en el corazón del frondoso bosque? ¿Por qué razón él estaba allí acompañado? ¿Por qué había una casa en medio del bosque?
—¡O-oye, espera! —exclamó Jen sorprendido, cuando, vio como Baek, absorto en sus alborotados pensamientos, se volteó de forma rápida, abriendo paso entre la torrencial lluvia y corriendo hacia la parte trasera de la roca, viendo así de frente la casa de la cual Jen hablaba.
Y quedó petrificado.
—¡Ba-Baek! —exclamó Jen en un susurro, posicionándose a su espalda y siendo también empapado por la torrencial lluvia—. ¡No seas tan impulsivo! Si haces ruido, podrán escucharte.
Pero Baek no dijo nada al respecto. Solo mantuvo su vista perpleja hacia aquella casa que tenía en frente.
—Baek, escucha... —Jen acortó distancia hacia el menor, tomándole por el brazo e intentando llevarle de vuelta—. Si el príncipe está con una persona allí dentro, es porque... bueno, ya te imaginarás que están haciendo —dijo, tratando de evitar que Baek viese tal escena, pues él sabía de los sentimientos del servidor hacia su príncipe, y a toda costa quería evitar o, al menos persuadir, un poco el impacto que Baek sufriría al respecto—. Creo que ya sabemos lo que debe estar pasando, ¿para qué lo vamos a ver? Es mejor que volvamos al palacio.
Pero cuando Jen intentó jalar nuevamente del brazo de Baek, este, absorto en sus pensamientos, solo avanzó hacia la casa, posicionándose finalmente a pocos centímetros de esta.
—¿Vas a insistir en ver al príncipe con su amante? —masculló, completamente descolocado.
Y Jen, vio como Baek, con sus manos temblorosas —aunque no supo si por el frío u otra causa—, tocó la pared de la casa, como palpando cada centímetro de esta.
Y luego, al acostar distancia hacia el menor, pudo ver una expresión jamás vista en su rostro. Y no supo, si realmente estaba llorando, o aquellas gotas eran de lluvia.
—Baek...
—Tengo que ver a mi señor Seung-Gil —susurró de forma débil—. Tengo que verlo...
—¡He-hey, espera! —exclamó Jen, estirando su brazo, en un intento por alcanzar a Baek.
Y el servidor más antiguo del príncipe, olvidó por completo el dolor que punzaba en sus pies. Y, con el corazón en el puño, se arrimó a una estructura que sobresalía por debajo de la ventana de la casa, posicionando ambos pies en ella y sujetándose de los agujeros de la estructura.
Y pudo ver claramente el interior de la casa.
Y el corazón se le estrujo a un punto invisible, cuando, pudo evidenciar todo lo que allí dentro había.
Quería morirse.
Sus pupilas grisáceas se contrajeron. Sus labios temblorosos abrieron, signo del shock que experimentaba. Sus manos se aferraron con una fuerza indecible, tratando de canalizar el terrible sentimiento que desollaba en su corazón.
Sintió que su alma era pisoteada. Que su alma era partida en dos y que todos sus sentimientos se venían abajo.
Y con sus pupilas contraídas, comenzó a perfilar en silencio cada detalle del interior de la casa.
Sintió que su corazón detenía. El aire se le cortó por un instante.
Y peor, fue cuando dirigió su vista hacia la cama, a un costado de la chimenea.
Y finalmente, Baek sintió morir, cuando pudo ver a su príncipe Seung-Gil, semi-desnudo, besándose de forma apasionada con Phichit, su servidor personal.
Y Baek, solo alcanzó a lanzar un leve ruido del fuerte alarido que saldría de sus labios, cuando, Jen le tomó por el vientre, le tapó la boca y le jaló hacia su cuerpo.
Y cuando el cuerpo de Baek fue jalado por el de Jen, la estructura que se situaba en la parte inferior de la ventana, cayó al suelo e hizo retumbar parte de la pared, siendo perceptible aquel fuerte ruido hasta el interior de la casa.
Y aquello, no pasó desapercibido para Seung-Gil.
—¡¿Qué fue eso?! —exclamó Seung-Gil, alejándose levemente de Phichit en la cama y observando hacia el exterior—. ¡¿Quién está ahí?! —Se alzó de la cama, se puso la túnica y avanzó hacia la ventana.
—¡¿Majestad?! —Phichit se incorporó de igual forma, arreglándose el ropaje y caminando por detrás de su amado—. ¿Qué ocurrió?
—¿Escuchaste eso? —espetó Seung-Gil, pegando su vista en la ventana y observando el exterior, con el pulso acelerado—. Alguien nos está mirando.
—¿Q-qué? —Phichit sintió que su sangre se heló—. N-no es posible, nadie conoce este sitio... —Aferró sus manos nerviosas al pecho, tratando de contener su ímpetu.
Seung-Gil sintió que la ira le consumía el cuerpo. Con el ceño fruncido, caminó con movimientos bruscos hacia la puerta, abriéndola de par a par y vociferando:
—¡¿Quién está ahí?! —Su voz iracunda, resonó tan fuertemente por la atmósfera, que inclusive, por un instante, fue capaz de silenciar el fuerte sonido de la lluvia—. ¡¿Quién nos está observando?!
—M-majestad...
—¡¡Sale de ahí ahora mismo!! —vociferó, con un aura completamente furiosa—. ¡¡Sal de ahí ahora misma, o voy a matarte!!
Phichit sintió que su corazón se contrajo.
—Majestad... —Se acercó a Seung-Gil, tomándole por los brazos e intentando calmarle—. Relájese... no hay nadie, no pasa nada.
Seung-Gil no podía controlar su respiración.
—A-alguien nos está mirando —musitó a su amado, dedicando una expresión completamente desesperada.
—N-no... —dijo Phichit, intentando coartar aquella ira de Seung-Gil—. No hay nadie, ¿lo ve? —Dedicó una tierna expresión a su amado.
Seung-Gil extendió su vista hacia el paisaje, tratando de recibir algún indicio de la presencia de alguien.
Pero no pudo notar nada.
—Seguro fue algún animalito que estaba por allí. Como hay lluvia, ellos también tratan de refugiarse. —Abrazó a Seung-Gil, intentando calmarle—. O bien, por el mismo efecto de la lluvia, muchas veces las estructuras se debilitan y caen.
Seung-Gil guardó silencio por varios segundos, intentando guardar la calma.
—Supongo que tienes razón... —susurró, posando su mano en la mejilla de su amado y dedicando una mirada más conciliadora—. Todo está bien.
—Todo está bien —repitió Phichit—. Ahora, volvamos a la cama.
Seung-Gil se detuvo en la puerta. Observó a Phichit con cierta melancolía.
—D-de todas formas... —susurró—. No creo que sea prudente seguir haciendo...
—Está bien. —Phichit sonrió enternecido—. Como usted me dijo: ''no haremos nada que tú no quieras hacer''.
Seung-Gil sonrió con cierta tristeza.
—No es porque no quiera —explicó, tomando la mano de su servidor y apretándola—. E-es porque... quizá alguien de verdad nos está...
Phichit asintió con la cabeza. Seung-Gil supo que no eran necesarias más palabras; su amado le comprendía.
—Solo descansemos —sonrió.
Y Seung-Gil cerró la puerta, depositó un tierno beso en los labios de su amado, y ambos se encaminaron hacia la cama, cediendo luego al sueño y perdiéndose en sus más profundos pensamientos.
Pero en el exterior, todo era diferente.
Cuando Jen pudo observar que tanto Seung-Gil como Phichit ya estaban en el interior de la casa, soltó la boca de Baek, dejando salir este un fuerte jadeo.
—¿Ves lo que has provocado? —inquirió Jen hacia Baek, notoriamente molesto—. Por tu culpa casi nos sorprende el príncipe.
Pero Baek, petrificado e ignorando las palabras de Jen, solo mantuvo su vista perpleja hacia el suelo.
Jen pasó ambas manos por su frente y cabello, frustrado por la situación.
—Si ahora se entera que hemos sido nosotros, nos va a matar, ¿lo oíste?
Mas Baek, le ignoró nuevamente.
—¿Podrías tomarme algo de atenc...?
—M-mi señor Seung-Gil... —susurró el castaño, enterrando sus uñas en la tierra húmeda—. M-mi... mi señor... n-no...
Jen guardó silencio, melancólico ante lo que ocurría; sabía que Baek quedaría tremendamente afectado con aquello.
—Baek, oye, escucha... —Se acercó a él, intentando contenerle—. Yo te dije que era mejor que nos fuéramos... te dije que no valía la pen...
—No puedo creerlo... —Y comenzó a sollozar, perdiéndose la intensidad de su voz—. M-mi señor, a-ahí... en ese sitio, é-él...
Jen sintió que el corazón se le apretujaba.
—Baek, escucha... yo sé que amas al príncipe. Sé lo que sientes por él, pero oye... no puedes amarrar tu vida a alguien que...
Se calló por un instante, sabiendo que lo que articularía, desarmaría por completo al menor.
—A alguien que no te ama.
Y Baek sintió que su alma era partida. Se arrastró hacia el rincón de la roca, allí en el barro, juntó sus piernas y las abrazó, llorando aún de forma desconsolada, como un niño.
Porque sentía que se desarmaba de a poquito.
—Tú puedes encontrar a alguien más —siguió Jen, en un intento por dispersas el dolor de su compañero—. Eres joven, apuesto... quizá algo extraño, pero en el reino hay mucha gente extraña —rio, intentando divertir al más pequeño—. Seguramente alguien está esperando por ti, ¿por qué te amargas por el príncipe? Él no vale tus lágrimas, Bae...
—N-no lo entiendes —susurró Baek, llevando sus manos a la cabeza y tirando de sus cabellos, sobrepasado por la situación—. Y-yo amo a mi señor Seung-Gil, lo amo más de lo que cualquier persona podría imaginar, lo amo con mi vida, con mi alma, él es la razón por la que yo aún existo, é-él...
Los ojos de Jen se cristalizaron. Comenzaba a sentir odio hacia Seung-Gil.
—Y... y ahora él... está en esa casa... y... —Hundió su rostro entre las piernas y comenzó a sollozar desesperado, como deshaciendo su alma entera a través de ello—. ¡Y yo soy un monstruo! ¡No soy merecedor de él! ¡Soy una mierda! ¡¿C-cómo he podido llegar a esto?! ¡¿Por qué las cosas tienen que ocurrir así?! ¡¿Por qué de esta forma?!
Y Jen, empujado solamente por un acto instintivo, tomó la cabeza de Baek y la puso en su pecho, en un intento por darle tan solo un poco de consuelo.
—Está bien —dijo, aún iracundo por la situación que se gatillaba—. Llora, lo necesitas; todo lo necesitamos alguna vez. —Y Baek se tomó la palabra, sollozando con el agarre del mayor—. Pero si luego te veo llorando por ese ridículo príncipe, voy a hundir tu cabeza en la fuente de los patos, y te juro con mi vida, que serás un festín de plumas.
Y aunque el alma dolía a Baek de una forma inmensa, sabía que debía sostener su postura a pesar de lo que fue testigo. Porque nada, absolutamente nada, podía interferir en su promesa. Porque a pesar de que ver a Seung-Gil en esa casa, le dejaba en la más completa desolación, debía permanecer reacio, siempre fiel a la finalidad por la que fue dejado con vida, a sus sentimientos y, por sobre todo, a la promesa que hizo una vez, cuando él era un niño.
Corrió y corrió entre la despavorida multitud del pueblo. No le importó que la torrencial lluvia le empapara por completo, pues el alma la tenía tan deshecha en desesperación, que su único objetivo era escapar lejos de la realidad, allí en donde nadie le enrostrara que no valía nada.
Con la capucha calada hasta el rostro, observaba desesperada algún indicio de aquella persona. Con la respiración descontrolada, chocaba contra todo tipo de gente, recibiendo de vez en cuando algún insulto de por medio.
—¡¡Mila!! ¡¡Mila!! —vociferó desesperada, dándose vueltas en su sitio y caminando hacia todas partes—. ¡¡Mila!! ¡¿Dónde estás?! ¡Te necesito, Mila!!
Y con la voz deshecha en el más triste sollozo, articulaba el nombre de la única persona capaz de verle como a una igual, sin menospreciarle ni enrostrarle que solo era un mero objeto.
—¡¡Mila, por favor, ven, Mila!!
Por otra parte, una jovencita yacía en su hogar. Con la vista fija en un muchacho dormido, estrujaba paños húmedos para poner en la zona de sus heridas.
Mila, cuidaba de Yuri, de la misma forma en que Viktor le cuidó cuando ella llegó a la aldea.
Con la vista fija en la débil llama de la vela, hacia guardia para cuidar del malherido muchacho, dedicando exclusiva atención a su recuperación.
Pero aquello no perduró por mucho tiempo, pues, a lo lejos, ella fue capaz de oír:
—¡Mila!
Y fue capaz de reconocer aquella voz.
Y, con el corazón acelerado, se incorporó de un salto, caminando velozmente hacia la ventana, abriéndola y mirando a través de ella.
Era Sara.
La muchacha, desesperada corría entre la lluvia, quedando frente a la casa de dos pisos y vociferando desesperada el nombre de su amiga.
Y Mila, no esperó por más tiempo.
Con el corazón martilleándole con fuerza, bajó las escaleras corriendo, dirigiéndose a la puerta y abriéndola de par a par.
Y gritó el nombre de su amiga.
—¡Sara! —Ante aquel grito, la muchacha se volteó, observándola con un semblante histérico bajo la lluvia—. ¡¿Qué pasó?! ¡¿Qué haces allí mojándote?!
Pero Sara no respondió y, tan solo empujada por la desesperación, corrió entre la gente, lanzándose hacia dentro de la morada y aferrándose a Mila en un efusivo abrazo.
—¡M-Mila, Mila, Mila! —sollozó desesperada, tomando el rostro de su amiga y dedicándole una expresión inundada de abatimiento.
Mila sintió que una estaca se hundía en su pecho.
—¡¿Qué pasó?! ¡¿Por qué lloras?! ¡¿Te han hecho daño?!
Tomó a Sara por el rostro, intentando buscar algún indicio de daño, observando un enrojecimiento en su mejilla.
—¡¿Quién te hizo esto?! —exclamó iracunda, sintiendo como la ira subía por su espina—. ¡¿Seung-Gil te golpeó?!
—¡¡Quiero morirme!!
Y reventó en llanto, lanzándose sobre los brazos de su amiga y cayendo rendida.
Mila le miró perpleja y, con un fuerte movimiento cerró la puerta, para luego, dirigir a Sara hacia su habitación.
—Vamos a mi cuarto —dijo Mila, entrando a la habitación y sentando a Sara en la orilla de la cama—. Estás toda mojada, déjame ayudarte. —Mila intentaba mantener la calma a pesar de la ira que le invadía. Tomó la capucha de Sara y la sacó, secando el cuerpo de la princesa con las sábanas—. Te daré un vestido nuevo.
—Me... me quiero morir... —volvió Sara a sollozar, dejando nuevamente a Mila con el corazón deshecho.
—¡No digas eso, preciosa! —Se agachó a la altura de la noble, tomando su rostro con suavidad y mirándole a los ojos—. ¿Qué te hicieron? ¿Seung-Gil te golpeó? —volvió a insistir, propinando dulces caricias en el cabello de su amiga.
Sara negó con la cabeza, entre lágrimas.
—Soy una basura... —dijo entre jadeos—. N-no soy capaz de hacer nada bien, me odio tanto...
—Sara... —Mila tuvo que contener un sollozo en su garganta; le dolía de sobremanera la forma en que Sara se despreciaba—. No eres basura. Tú eres maravillosa. Eres preciosa, ¡no sabes lo mucho que vales!
Sara lanzó un fuerte alarido y comenzó a rasguñar sus brazos.
—¡Soy una mierda, soy una mierda, soy una mierda!
—¡¡¡Sara!!! —De un movimiento rápido, Mila le contuvo los brazos—. ¡Cariño, no hagas eso! ¡¿Por qué actúas así?!
Y ante aquella pregunta, Sara estalló en un llanto frenético.
—¡¡Nadie me ama!! —Se aferró a los brazos de Mila—. ¡No me ama mi prometido, no me aman mis padres, Michele está enfermo, todos me ven como basura, mi hijo está muerto!
Y se deshizo en la más grande agonía, ante la terrible expresión de Mila.
Y la joven de cabellos cobrizos, sintió que caía en un abismo; amaba a Sara, y ver como la vida de la joven se desgraciaba, le traía un terrible sentimiento de ira y melancolía.
No quería que las cosas fuesen de esa manera.
—Soy una inútil...—musitó nuevamente, tomando una gran bocanada de aire por causa del ahogo—. No valgo nada para nadie. Nadie me ama, nadie me ama...
—Yo te amo.
Susurró Mila, dedicando una tierna expresión a Sara. La princesa, calló por un instante, sorprendida ante las palabras de su amiga.
—P-pero n-nosotras hace tiempo que...
—Pudieron pasar mil años —dijo Mila, tomando nuevamente el rostro de la princesa y propinando dulces caricias en ella—. Pero yo nunca dejé de amarte.
Sara sintió que el corazón se le encogía.
—¿M-me amas? —musitó, sonriendo de forma débil y deslizándose una última lágrima por su mejilla.
—Te amo con todas mis fuerzas, Sara —reveló—. Y no quiero que nadie jamás te haga daño, así como tampoco quiero que te menosprecies.
Sara calló por un instante, obcecada por las palabras de Mila.
Porque Sara, hundida en un abismo de confusión y de incertidumbre, sentía que necesitaba ser amada por alguien de forma urgente.
Necesitaba sentirse querida, valorada e importante en la vida de alguien. Necesitaba saciar ese vacío de alguna manera. Necesitaba saciar la ira que sentía hacia el resto, el odio que sentía hacia ella misma.
—Mila... —susurró la princesa, deslizando ambos brazos por el cuello de la joven y acortando distancia hacia ella—. ¿Podrías amarme?
Y Mila, con el corazón martilleando y, con el ímpetu desbordando, ya no pudo retener más el sentimiento hacia su amada.
Y ya no le importó nada, porque si Sara estaba siendo pisoteada por el resto, entonces ella se encargaría de tomar las piezas rotas y re armarla.
—Toda mi vida, si lo deseas.
Y ambas, empujadas por distintas motivaciones, sellaron sus labios en un intenso beso.
Y con las manos ansiosas, Sara acarició el cabello cobrizo de Mila, extendiendo una gama de diversas sensaciones que, estaban motivadas por razones diversas a las de su amiga.
Pero ya qué importaban las razones de cada quien. Estaban allí, a solas, en un cuarto, en medio de la lluvia. Solo un tonto podría perder tal oportunidad.
Y con la lluvia resonando en el exterior, Sara y Mila hicieron el amor.
O quizá, tan solo una de ellas lo hizo.
Porque el sexo, algo tan íntimo y privado, no siempre coincidía en el mismo sentimiento para quiénes lo practicaban.
Y con el tiempo, aquello quedaría en evidencia, resultando para una de ellas como un acto crucial para conseguir un poco de afecto por parte de su familia, y para la otra, la intensificación de un sentimiento que yacía por siempre incrustado en el alma.
Apenas Yuuri entró en el pasillo que daba a los calabozos, pudo presenciar un infernal escenario.
A través de las pequeñas aberturas en las distintas puertas que bloqueaban cada mazmorra, se divisaban manos desesperadas moviéndose hacia afuera, como intentando huir de ese triste panorama.
Y Yuuri, sintió ganas de retroceder hacia la salida. Pero, con el corazón martilleándole, recordó su propósito, abandonando entonces aquella ocurrencia inicial.
—Tengo que hacerlo —susurró para sí mismo—. Tengo que salvar a Viktor.
Y con la respiración descontrolada y las piernas temblorosas, se fue abriendo paso entre el pasillo de las mazmorras.
A medida que avanzaba, miradas llenas de agonía le observaban por los barrotes de las puertas. Ojos amarillentos, algunos otros víctimas de tortura y, otros con un fuerte sentimiento de agonía.
Pero todos ellos, daban a Yuuri un inmenso terror.
Y una mano se extendió lo suficiente, para agarrar a Yuuri de su capucha, acercándole de un movimiento violento hacia la puerta.
Yuurio le miró horrorizado.
—¡¡Ayúdame, por favor!! —suplicó un hombre esquelético desde la pequeña abertura, intensificando su agarre y enterrando sus uñas en la piel de Yuuri, a través de la tela—. ¡¡Sácame de este infierno, por favor!!
Y aquello fue decisivo, para que el resto de cautivos lanzaran alaridos de ayuda hacia Yuuri, pidiéndole a través de fuertes aullidos carentes de esperanza, un poco de conmiseración a su mísera situación.
Y Yuuri, aterrorizado por aquel lúgubre escenario, solo pudo contraer sus pupilas y abrir los labios, shockeado por aquellos demoniacos alaridos.
—Da...me.... A-ag...agua... agua... —Otra mano le alcanzó desde la rendija contraria, tomándole con fuerza y atrayéndole.
Y la otra mano, hizo nuevamente contrafuerza; ambos comenzaron a pelearse por Yuuri.
—¡B-basta, por favor, basta! —Yuuri intentó zafarse, totalmente desesperado por aquella pesadilla.
—¡A...agua... a...gua!
—¡Ayúdame, por favor, estoy muriendo!
—¡Má-mátame, mátame, te lo suplico!
—¡Maldito hijo de puta!
—¡Por favor, haz algo! ¡Ayúdanos!
Y Yuuri, preso de todos aquellos alaridos, ejecutó un movimiento violento y tapó sus oídos, aterrorizado por aquel asqueroso infierno.
Y gritó desesperado, oyéndose tal bramido por todo el pasillo.
—¡¡Suéltenme, por favor!! —bramó desesperado, golpeando las manos que le mantenían cautivo y, corriendo a través del pasillo—. ¡¡Viktor!! ¡¡Viktor!! ¡¿Dónde estás?!
Y aunque el corazón se le partía en cientos de pedazos, Yuuri, tuvo que simplemente ignorar aquellos alaridos de auxilio.
Porque él no podía hacer nada contra el sufrimiento de toda esa gente. Porque era demasiado insignificante para cambiar el destino de todas esas personas.
Porque así lo habían querido los más poderosos.
—¡¡Viktor!! ¡¡Viktor!!
Corrió desesperado, cayendo de vez en cuando en el camino.
Dobló el recodo de aquel pasillo, encontrándose para su sorpresa, con pasillos infinitos de mazmorras.
Y de todas, recibía miradas moribundas a través de las rendijas.
Y corrió, corrió y corrió, desesperado por salir de aquella pesadilla. Porque sentía que se hundía en el corazón del infierno, allí en donde no había una sola pizca de esperanza.
Y llegó a otro pasillo, en donde las mazmorras tenían acceso abierto.
Y se apoyó en una pared del pasillo, dejándose caer al suelo y reventando en llanto.
En un llanto completamente agónico.
—D-Dios mío... Dios mío... cuánta maldad, Dios mío...
No pudo seguir llorando por mucho más tiempo pues, sintió como dos hombres del clero avanzaban por otro pasillo aledaño, dirigiéndose hacia donde él se encontraba.
Y tuvo que esconderse en una de las mazmorras.
—¿Y lo dejó ir? —Yuuri, observó a través de una abertura a los dos guardias caminando por el pasillo.
—Sí, dijo que a cambio había recibido una mejor oferta.
—¿Él señor Snyder llama oferta a una persona?
—Sabes cómo es él.
Y los vio esfumarse por otro pasillo. Y cuando vio que sus sombras ya no eran visibles, entonces prosiguió su camino.
Y ahora, que comenzaba a desplazarse por la extensión de ese pasillo, este le parecía un tanto más tranquilo.
Las mazmorras no poseían puertas. El acceso a ellas era libre.
''Quizás aún están en construcción''
Pensó Yuuri. Pero, cuando descubrió de qué se trataban aquellas mazmorras, sintió que el alma se le salía del cuerpo.
Allí tiraban a las personas que ya estaban muertas.
Y aquello, pudo descubrirlo cuando vio a un hombre con la cabeza colgando de un hilo de piel, allí en una mesa metálica.
El corazón se le detuvo, mas siguió avanzando sin mirar hacia el interior de las mazmorras.
Y así, de soslayo pudo evidenciar una gran cantidad de cuerpos esparcidos en las distintas estructuras.
Pero Yuuri, simplemente no pudo ignorar una de ellas. Su humanidad le obligó a entrar en la penúltima mazmorra, pues nadie con un corazón susceptible de sentir, podría ignorar algo como eso.
Y oyó, nuevamente aquel sonido que le motivó a entrar en esa mazmorra.
Y conforme fue avanzando hacia la mujer que yacía tendida de espalda hacia la entrada, fue entonces notando lo que se ocultaba delante de ella, por la parte de sus senos.
Y sintió que su sangre se heló.
Era un bebé.
Un bebé amamantándose del seno de su madre muerta. Un bebé, hambriento y solitario, fruto y víctima de la maldad, de la avaricia y el poder, tocando con sus inocentes manos pequeñas, los senos de su madre, hambriento por recibir algo más de vida de aquel cuerpo gélido que le acompañaba.
De aquel cuerpo gélido que era su madre. De aquel cuerpo gélido que significaba amor para él, pero, que en aquel escenario, era un cadáver tieso y con la mirada llena de sufrimiento.
Y Yuuri, se lanzó al suelo de rodillas, con el alma partida y el corazón fundido en tristeza.
Y comenzó a llorar, ante la mirada inocente del bebé.
Y no comprendió aquel nivel de maldad. No pudo comprender como un bebé, tan inocente y exento de maldad, podría estar en un lugar tan asqueroso y lúgubre como aquel.
Porque Yuuri, fue testigo de cómo la inocencia y la bondad, sobrevivían en medio de la tragedia y la destrucción, como una pequeña luz esperanzadora. Como la inocencia y la maldad, chocaron en aquella mazmorra.
—¿T-te han quitado a tu madre, n-no...? —sollozó rendido Yuuri, observando al bebé que, con todas sus fuerzas, intentaba sacar más leche de aquel frío seno—. T-tienes hambre...
Y ante la inocente mirada de aquel pequeño ángel, Yuuri caminó hacia el otro lado del cuerpo, quedando esta vez frente a los perplejos ojos del cadáver.
—No entiendo cómo es que pueden hacer esto... —musitó—. Dejar a un niño junto a su madre muerta; no puedo comprender este nivel de morbo...
Y Yuuri, dio un gran respingo, cuando sintió que un grupo de más hombres del clero, comenzaban a acercarse por un pasillo aledaño.
El corazón se le encogió.
—Regresaré por ti —le dijo al bebé—. Ahora debo huir, o nos matarán a los dos.
Y ante la sorpresa de Yuuri, el bebé le dedicó una leve sonrisa repleta de gratitud.
Y él, sintió que al menos su corazón se reconfortó un poco.
—¡Ya regreso! —exclamó, incorporándose de forma rápida y corriendo hacia el siguiente pasillo.
Y allí, entonces descubriría lo que buscaba.
Aquellas mazmorras eran parecidas a las de un principio, pero con la leve diferencia, de que el acceso a ellas era más fácil, pues al parecer las puertas estaban más aflojadas.
Y Yuuri, luego comprendió la razón de ello.
Las mazmorras de un inicio eran para personas aunque cautivas, con energía aún para defenderse. Las segundas mazmorras, eran para los cadáveres, y las terceras mazmorras, para personas que se les imposibilitaba el desplazarse o, al menos se les hacía complicado.
De soslayo fue mirando hacia el interior de las mazmorras, viendo como algunas personas yacían con sus extremidades mutiladas o destrozadas, imposibilitándole el caminar.
Y Yuuri, comenzó a perder las esperanzas, pues Viktor, no aparecía por ningún lado.
¿Y si Viktor estaba muerto? ¿Y si ya lo trasladaron a otro sitio? ¿Y si ya estaba inclusive siendo velado en su casa?
No.
Yuuri sacudió el cabeza, desesperado por los pensamientos que se le enterraban en la consciencia, generándole un terrible abatimiento.
Viktor no podía estar muerto.
Y con el alma pendiendo de un hilo, siguió caminando por aquel pasillo, encontrando lo que tanto buscaba en la mazmorra final del sitio.
Y observó hacia el interior. Y el corazón se le detuvo.
Sí, era Viktor.
Pero horrorosa fue su impresión, cuando vio a través de la rendija, que este yacía en el suelo, completamente abatido.
—¡¡¡VIKTOR!!! —vociferó atormentado, intentando abrir la puerta de hierro—. ¡¡VIKTOR, VIKTOR!!
Y, empujado únicamente por la desesperación de ver a su amado en un estado irreconocible, Yuuri comenzó a arremeter contra la puerta de hierro.
Tenía que salvar a Viktor.
—¡¡Ábrete, maldita puerta!! —exclamó, chocando su cuerpo contra la estructura—. ¡¡Déjame salvar a mi amado, maldita puerta!!
Y después de varios intentos contra la estructura, entonces esta se aflojó, cayendo de una punta y dejando una abertura para el paso.
Y Yuuri, en menos de tres segundos ya estaba frente a Viktor.
—¡¡Viktor, Viktor, Viktor!! —Le aferró en sus brazos y sollozó desesperado—. ¡¡Mi amor, mi amor, mi amor!!
Y Viktor, abrió apenas sus ojos.
Sonrió levemente.
—Y-Yuu...Yuuri...
—¡¡Viktor!! —Yuuri sonrió enérgico, aliviado porque su amado se encontraba con vida—. ¡¡Dios mío, Viktor!!
Un pequeño brillo esperanzador resplandeció en los débiles ojos del ruso. Comenzó a toser desesperado. Vomitó agua.
Yuuri quedó petrificado.
—¡¿Q-qué te pasa?! ¡¿Qué te hicieron?!
Viktor comenzó a jadear debilitado. Guardó silencio, imposibilitado en contestar.
Sin embargo, las palabras no fueron necesarias; Yuuri comprendió la situación, cuando pudo ver el vientre de su amado.
El vientre de Viktor era dos veces más prominente de lo normal. Sus ropajes estaban orinados y vomitados.
El tormento de agua.
—Dios mío... —dijo Yuuri perplejo, notando la indignidad que habían provocado en su amado—. No puedo creerlo... —susurró en un hilo de voz, sintiendo como el corazón se le contraía.
—Sa-sabía que ven-vendrías a salvarme... —musitó débil, dirigiendo una mirada apagada a Yuuri—. Soñé que venías...
Yuuri no pudo evitar comenzar a llorar. Acercó el cuerpo de su amado, posicionó una mano en su mejilla, diciendo:
—Jamás te abandonaría... —sonrió enternecido—. Aquí estoy, y aquí estaré siempre para ti.
Y aunque quizá la situación no era la más dulce o romántica, Yuuri selló en los labios de Viktor un tenue beso inofensivo, signo del inmenso amor que le amarraba a su existencia.
—Iremos a casa —dijo, tomando a Viktor e intentando alzarle—. Saldremos de este sitio, lo prometo.
Y aunque Yuuri, más bajo y débil que Viktor, intentó con todas sus fuerzas incorporarlo, el ruso se negó.
—¡¿Viktor, qué haces?! —reclamó, totalmente desesperado por llevarle—. ¡¡Te-tenemos que sal...!
—Lo haremos... —susurró tranquilo, alzándose por él mismo y yendo apenas hacia el rincón.
—Pe-pero tú... no puedes, digo...
Pero no pudo seguir, pues Viktor, metió sus dedos en la garganta y empezó a vomitar.
Yuuri, con el corazón estrujado, solo cerró los ojos y desvió la mirada.
—Qui-quizá así esté más ligero... —sonrió aliviado—. Disculpa por... por mi asqueroso aspecto.
—Me da igual —dijo Yuuri, echándose a Viktor en la espalda y frunciendo el ceño, extasiado por sacar a su amado de aquel horrible sitio—. Te amo con tu aspecto extraño y todo.
Viktor sonrió.
Yuuri, tuvo que ingeniárselas para poder encontrar una salida alternativa. Cuando era pequeño, su madre y su padre siempre le contaban historias acerca de los calabozos, diciéndole que siempre existían pasadizos alternativos para las hazañas de los protagonistas.
Y, aunque descubrir una forma de sacar a Viktor de aquel sitio, sin tener que recurrir al truco de la carreta en la entrada principal le resultó más complicado de lo pensado, Yuuri fue capaz de lograrlo.
Aquel día, creyó que Dios estuvo de su parte.
O eso concibió, hasta que al final de su hazaña descubrió una terrible situación.
—Viktor... —musitó despacio, bajando a su amado en el suelo y removiendo unas lozas que resultaban sueltas en una pared, lejano a los terceros calabozos—. Aquí ya no podré cargarte, tendremos que salir cada uno.
Viktor asintió despacio.
—Puedo deslizarme por ahí, no hay problema, Yuuri.
Y ante la sonrisa triunfante del japonés, Viktor observó cómo su amado removía con fuerza las losas aflojadas.
—Maravilloso —dijo Yuuri, sonriendo ampliamente—. Este paso da al exterior —aseveró, notando como la luz natural ingresaba hacia el recinto a través de la abertura—. Tú primero, yo te sig...
Pero cuando Yuuri se preparaba para ayudar a Viktor, un recuerdo se le vino a la mente.
Y se quedó allí, petrificado.
—¿Qué pasó? —preguntó Viktor, notando la nueva expresión en el rostro de Yuuri—. ¿Te duele algo?
Yuuri guardó silencio y negó con la cabeza.
—Viktor, creo que tendrás que salir solo —dijo—. Debo volver a las mazmorras.
Viktor empalideció.
—¡¿Por qué?!
—Solo hazlo —dijo, abriendo más la abertura hacia el exterior—. Prometo que llegaré a tu lado. Cuando estés afuera, escóndete bien y espérame cerca.
Viktor le miró entristecido, como suplicándole con la mirada que no volviese a ese sitio tan lúgubre.
Yuuri sintió que el corazón se le apretujó.
—Debo ir, le prometí que lo haría —susurró indulgente, acariciando la mejilla de su amado—. Luego te contaré todo.
Y Viktor, sumamente nervioso por dejar ir solo a Yuuri hasta tal sitio, solo asintió con la cabeza.
Confiaba en Yuuri.
—Ten cuidado —dijo, depositando un fugaz beso en los labios de su amado—. Te amo.
—Y yo a ti —respondió enternecido—. Ahora ve.
Y Viktor entonces obedeció. Se arrastró por el suelo y llegó a la abertura, pasando por una pequeña zanja y llegando finalmente al exterior, hacia un sector rural.
Yuuri respiró aliviado. Cerró la abertura con las losas.
Y, con sus últimas fuerzas, entonces se volteó nuevamente hacia las mazmorras, cumpliendo su promesa hecha anteriormente al bebé.
No le fue complicado volver a ubicar las segundas mazmorras. De cierta forma, recorrer aquel infierno en la tierra, le enseñó a tener un mejor sentido de la orientación.
Cuando, por fin pudo entrar nuevamente a aquella habitación, Yuuri pudo ver que el bebé aún yacía pegado al seno de su madre.
Y sintió que nuevamente el corazón se le encogía.
—Cumplí mi promesa, ¿viste? —sonrió Yuuri, al notar que el bebé se impacientaba con su presencia—. Tenemos que partir, bebé.
Y, antes de poder tomarle entre sus brazos, Yuuri acercó el bebé al rostro de su madre.
—Despídete de tu mamá —susurró, siendo perceptible un ligero quiebre en su voz—. Algún día te reencontrarás con ella, pero en un sitio muy distinto a este.
Y, ante las manitos extendidas del bebé hacia el rostro de su madre, Yuuri le alejó de aquel lúgubre sitio, dejando el cadáver de la mujer tendido allí, en medio del frío calabozo.
—No hagas mucho ruido —dio Yuuri al bebé, notando como este hacía extraños ruidos con su boca—. Alguien podría escuch...
Pero Yuuri paró en seco, cuando vio la sombra de cuatro hombres acercarse por ambas salidas del pasillo.
Y Yuuri, oyó que un grupo de ellos decía:
—Recién ha abandonado el recinto.
—Se fue satisfecho, o al menos así le vi yo.
—Yo jamás le vi tan contento, me pregunto quién habrá sido el pobre infeliz que provocó eso.
Giró su cabeza desesperado, observando cómo las sombras del otro pasillo también se acercaban. A ellos, les oyó decir:
—¿Estás seguro que alguien escapó?
—Había una puerta tirada en los terceros calabozos.
—Pero yo no he oído a nadie por esos lados.
Y Yuuri, se vio acorralado con el bebé en brazos.
Sus piernas comenzaron a fallarle. El frío sudor comenzó a rodar por su sien. Su corazón no dio tregua y ensordeció todo a su alrededor.
Debía pensar, debía hacer algo. Tenía bloqueada ambas salidas del pasillo. Le iban a descubrir.
Y no pudo esperar más tiempo.
Con todas sus fuerzas, Yuuri saltó lo más alto que pudo, aferrándose con una sola mano a la parte superior de uno de los calabozos, intentando escalar hacia la parte del techo.
Y aunque el bebé casi se le cae de los brazos, Yuuri pudo apenas y, a pocos segundos de ser descubierto, escalar hacia los techos de las mazmorras.
Y el corazón nuevamente le comenzó a latir.
—Eso estuvo cerca... —susurró al bebé—. Salgamos de aquí.
Y para su sorpresa, una pequeña abertura se evidenciaba por un techo de un calabozo, formando así un pequeño pasillo aledaño a los techos, en dónde solo podía caer solo un cuerpo humano, reducido para arrastrarse.
Y entro allí, junto al bebé.
Y conforme avanzó, Yuuri pudo ver a través de unos agujeros en el suelo, hacia el interior de varias mazmorras, desde la parte del techo.
Se arrastró por varios minutos, entre leves balbuceos del bebé y entre terribles visiones a través de algunas aberturas.
Y ya casi cuando el pequeño pasillo llegaba a su fin, Yuri vio algo que le mató el alma.
Sus ojos contrajeron y su boca abrió horrorizada, ante el triste escenario del que pudo ser testigo en una de las mazmorras.
Porque a través de aquella pequeña abertura por la cual veía, Yuuri, podía ver claramente la agonía que se perfilaba en aquella mazmorra.
Y sintió que no podía estar pasando. Que la situación era descomunal. Que aquello jamás lo podría olvidar. Que no era justo.
—N-no... no... no... no...
Balbuceó en un profundo estado de shock, sintiendo como sus ojos llenaban de lágrimas y su corazón se le partía.
Porque en aquel escenario, Yuuri pudo ver directo al rostro de aquella persona, la que yacía tendida en medio del calabozo, mirando hacia el techo con los ojos nublados y petrificados.
Y Yuuri sabía, que aquella persona también le veía, aunque ya con sus últimos alientos de vida.
Y era una terrible guarida de sangre. Un escenario grotesco y triste. Un nido de la más grande indignidad.
Y triste, especialmente para alguien que Yuuri amaba.
Porque era aquello, precisamente tal hecho, lo que traería la conversión definitiva de Phichit.
Porque sería Phichit, la más grande víctima de aquella nueva situación.
.
.
.
Cuando Phichit, descubriese que alguien de su familia había muerto.
.
N/A;
¡Hola! Después de un tiempo he traído la actualización de esta historia. Mañana es Viernes Santo, ¿qué mejor que pasar un Viernes Santo leyendo angst? xD
Bueno, a pesar de todo lo feo que está pasando en la historia, espero que haya sido de su agrado.
Hay algunas cosas que quiero aclarar al respecto, QUE SON PARTE DE LA HISTORIA, pero que no mencioné en la narración.
1° ¿Ya se fijaron en esa especie de obsesión que tiene el Rey Jeroen hacia Baek, cierto? Bueno, quiero precisar algo, a propósito de que algunas lectoras creen que Jeroen es gay.
JEROEN NO ES GAY.
Jeroen solo mantiene una obsesión enfermiza hacia Baek, mas no gusta de los hombres (muy distinto de Seung-Gil, quien sí tiene gusto por los hombres). La relación de Baek y el Rey tiene que ver con eso, con una obsesión enfermiza que el rey siente hacia Baek, pero la causa y el nacimiento de todo eso lo veremos más adelante, ahí entenderán mejor.
2° A propósito de Baek, les dejo este meme:
Aún recuerdo cuando al principio todas le tiraban hate, y no las culpo hahaha. Baek era (no sé si alguien aún lo considere) un personaje muy tóxico en un inicio, pero eso es porque aún no mostraba esa parte más humana. Actualmente, estoy intentando trabajar esa parte humana de Baek, que ustedes puedan sentir que si él ha tomado malas decisiones en la vida, ha sido precisamente por todos los problemas que tiene (y oculta en la historia). Así que, cuando en un inicio le tiraban caca a Baek, igual me dolía porque yo sé todo lo que se esconde tras el personaje xD (yo sé que uds no, así que calma, no las juzgo), pero cuando entiendan el por qué él actúa así, pensarán que es un bebé que hay que proteger. En este meme me veo yo protegiéndolo de todo el hate que le tiran hahahaha.
3° ¡LA FICHA DE PERSONAJE QUE LES PROMETÍ! Esta vez le toca a Jen.
Y no sé que más decir, ya solo espero hayan disfrutado la historia :3 ¡Ah! He visto a varias nuevas lectoras, bienvenidas todas a la rueda del sufrimiento, wiii~
Solo eso.
¡Abrazos a todas!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top