Capítulo 3

Gerard Robinson

A diferencia de todos que salen por la puerta de adelante, yo salgo por la trasera, queriendo disfrutar un poco de la soledad y del callejón que te lleva a un mundo desconocido. Pero al ver una sombra cerca junto a un cigarro prendido, me llevo un buen susto.

Cuando escucho su risa, me doy cuenta que es Jules y hasta me relaja saber que está aquí aún.

—¿Me esperaste? —pregunto acercándome a él y viendo cómo prende su encendedor en el medio de ambos, dejando que nos veamos un poco mejor.

—No tenía nada mejor para hacer —murmura, casi con un tono desinteresado, pero yo no le creo.

—Claro, si tú lo dices...

—Ahora que nos encontramos por casualidad, ¿no crees que sea buena idea salir a hacer una locura?

—Mañana tengo trabajo y...

—Mejor aún, último día libre, guapo.

Apaga el encendedor que me dejaba ver su rostro encendido en tonos anaranjados, afianzando sus rasgos tan hegemónicos, y me toma de la mano. Le da una calada a su cigarro, lo apaga rápido y echa a correr, llevándome a mí, un tipo que tiene más de la mitad de su tamaño.

Admito que no me detengo en ningún momento, ni cuando vamos a un bar a tomar sidra —económica, eh—, nos ponemos a bailar en senda peatonal —yo un poco más duro que él— y hacemos acrobacias yendo a tomar un helado, como si no hicieran 8 grados. Pero, por alguna razón, cuando se trata de él, la locura está bien, incluso dejo la vergüenza cuando nos ponemos a dar vueltas esperando la parada del taxi y tengo que sostenerlo para que no se caiga.

—Estás al borde de la locura —menciono cerca de su oído y lo escucho reír de forma contagiosa—. Basta, cierra un poco la boca.

—Perdona —murmura mientras sigue riendo y se intenta recomponer, pero no se detiene. Es muy fácil que se ponga ebrio. Yo me siento hasta fresco.

Esperamos en la parada con toda la calma del mundo y yo no puedo evitar cerrar los ojos varias veces, pero él es quien me despierta cuando llega el taxi y lo tomamos de inmediato. Insiste en que puede pagar para ir a su casa, pero algo me dice que eso es una mentira piadosa, así que, cuando me bajo en frente de mi casa, le doy la mano para que baje conmigo y no es que hace mucho para no aceptarlo.

Nos quedamos fuera de mi casa unos segundos mientras intento abrir la puerta sin que mis llaves tiemblen en la mano, pero mi nombre en sus labios me distrae abruptamente, haciendo que gire entre mis pasos y me lo encuentre frente a frente.

—¿Sabes...? Siento como si me pasara algo.

—¿Algo? ¿A qué te refieres? —digo un poco absorto en su rostro iluminado por la luz tenue de un farol. Qué suerte la nuestra de que todo esté desolado.

—Siento como...

Se acerca un poco más a mí, sus ojos parecen muy lejanos a los míos, como si estuviera perdido o varado en lagunas del alcohol, así que doy un paso para atrás y pongo mis manos en sus hombros. No quiero que cometa ningún error del que luego se pueda arrepentir.

—Yo...

Baja la cabeza y cuando doy un paso para adelante, así le pregunto qué sucede, noto algo en su expresión que no me gusta demasiado.

Antes de que pueda decir algo, escucho un arcada seguida de un vómito terrible en mis... zapatos de despedida. Cubro mi boca con las manos y me alejo lo más posible de él a la hora de hacer lo mismo. Qué noche fatal.

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