V. Ábreme las puertas de tu reino
El corazón me retumba con fuerza en los oídos, mientras mi dificultad para respirar, crece. Es como si el oxígeno en la habitación hubiera disminuido de forma abrupta, a tal punto en que apenas logro que una minúscula cantidad de aire llegue a mis pulmones. Sé por qué sucede eso, es porque estoy a punto de hacer algo que, para muchos, resultaría incorrecto. Y mi cuerpo lo sabe, por eso intenta detenerme a toda costa.
«No puedo dejar que nada me detenga», es el único pensamiento claro en mi mente. Por eso, inhalo profundo y me concentro en recordar todo lo que pueda sobre éste juego. Ahora, de verdad me arrepiento de no haberle puesto más atención. Quizás, así, no sería tan difícil recordar las instrucciones.
«Para éste juego, es obligatorio tener los ojos vendados, que sea de noche y no llevar ningún objeto contigo»
La voz de Chaline resuena con fuerza en lo más profundo de mi memoria. Claro… ella leyó el documento en voz alta. Gracias a ella, ahora sé con exactitud qué hacer.
«Y pensar que hace tan sólo unos segundos, la quería matar…»
Repito en mi mente las instrucciones y procedo a evaluar la situación. Es de noche y como si eso no bastara, la oscuridad en el lugar es tan profunda, que bastaría para que pareciera medianoche aún en pleno día. Se debe a que en este sitio, los bombillos suelen fundirse muy a menudo y los trabajadores rara vez los reemplazan. Quizás se deba a que aquí nunca viene nadie.
Asiento con firmeza al haber cumplido la primer tarea. Como siguiente paso, observo mi cuerpo de arriba a abajo un par de veces y sin dudar, me quito el bolso donde traigo mi celular, para después, arrojarlo al suelo con más fuerza de la necesaria, tanto así, que éste se desliza hasta terminar en la esquina del lugar. Casi de inmediato, mis llaves y un lapicero que llevaba, terminan en el mismo sitio, haciéndole compañía.
Una descarga de gran seguridad me invade cuando me doy cuenta de que, ahora, ya no llevo ningún objeto conmigo, lo que significa que sólo me hace falta una cosa por hacer.
Miro a ambos lados, buscando algo que me ayude a cumplir con el siguiente punto, hasta que mi vista se queda estática sobre el pañuelo azul que llevo en el cuello. Mi mente me obliga a pensarlo dos veces antes de hacer cualquier cosa, pero al final, termino quitándomelo y lo aprieto con fuerza entre mis manos, mientras mi memoria se va llenando de muchos recuerdos.
Fue Thame quien me lo obsequió, en nuestro aniversario de un mes como pareja. Por eso es tan especial e importante para mí. Dios… aquel día, no pensé que nuestras vidas fueran a tomar rumbos tan… “complicados”. En ese entonces, ni siquiera estaba segura de que nuestra relación pudiera tardar más de seis meses, ya que ambos teníamos personalidades fuertes y muy diferentes entre sí. Por eso, nuestras opiniones casi nunca coincidían y, la mayoría de veces, acababamos peleando. ¿Quién diría que, al final, nuestro noviazgo no duraría seis meses, sino casi cinco años? ¿Quién diría que acabaríamos tan enamorados el uno del otro, como para soportarnos durante tanto tiempo? Y aún peor…
¿Cómo iba a saber que la historia no tendría un final feliz?
Sacudo mi cabeza ante ese horrible pensamiento. Claro que tendremos nuestro final feliz. Para eso estoy aquí, ¿no? Para cambiar el rumbo de la historia a nuestro favor.
Vuelvo a apretar el pañuelo para darme algo valor. Qué curiosa es la vida… ¿quién lo diría? Al final, el pañuelo que él me regaló, será el medio que usaré para salvarlo.
Consciente de que no tengo tiempo que perder, extiendo el pañuelo y, luego de tragar la saliva que se ha acumulado en mi boca, recito las palabras para —según lo que decía en el documento— bendecirme e iniciar el ritual.
«Hoy me presento ante ti, Lucifer. Ábreme las puertas de tu reino»
Repito la misma frase en voz alta un total de seis veces, para después, inhalar tanto aire como puedo y colocarme el pañuelo en el rostro, sin embargo, no lo amarro de inmediato, sino que lo dejo así por unos segundos en los que mi cabeza no deja de pensar en mil cosas diferentes.
Aunque lo intento, no consigo ver nada a través de él, ni siquiera las sombras lejanas de las escaleras frente a mí o la forma de mi mano cuando la coloco casi en mi cara. Si antes ya estaba oscuro, ahora puedo decir, con toda seguridad, que es como si las tinieblas y yo fuéramos uno solo.
«No podemos llevar con nosotros ningún objeto o arma para defendernos, sólo un trapo o venda con el que nos cubriremos los ojos para no ver nada. Eso nos mantendrá a salvo»
La curiosidad surge en mi interior al recordar esa última línea, sin embargo, elijo no hacerle caso. Si en las instrucciones decía eso, no creo que lo hayan puesto en vano, ¿y para qué quiero averiguar si es real o no? Es mejor dejar las cosas como están y apegarme al plan.
Confiando en las indicaciones, cierro los ojos y entonces sí, procedo a atar el pañuelo detrás de mi cabeza, dejándolo seguro para evitar que se caiga. Estando así, estoy segura de que ni aunque quisiera, podría hacer trampa y ver a través de la tela que cubre mi visión.
Las dudas no tardan mucho en aparecer. Y éstas, sumadas a la intranquilidad que me invade de forma repentina, me dan la combinación perfecta para dejarlo todo y volver a casa. Supongo que, después de todo, las creencias que te inculcan en la niñez, continúan guiándote aún en la edad adulta, ya que a pesar de haber sido hace mucho —y de haber hecho todo lo posible por olvidarlas—, éstas aún yacen en lo más profundo de mi ser. Y ahora, me dicen que estoy a punto de cometer uno de los mayores errores de mi vida.
Vuelvo a inhalar profundo para recargarme del valor que siempre me ha caracterizado. No puedo dejar que nada me detenga y eso que siento en mi interior, es sólo la ansiedad que me produce la idea de que, por fin, luego de casi un año, volveré a estar con Thame. No tiene nada que ver con “creencias” o con mi pasado. Es sólo simple emoción.
Cuando estoy segura y muy convencida de lo que estoy haciendo, busco a tientas la pared con una mano y la barandilla, con la otra, para después, sujetarme con gran fuerza del metal, mientras el concreto me sirve como un apoyo que me ayudará a conservar el equilibrio.
«Comienza subiendo y contando cada escalón, hasta llegar al último»
El recuerdo aparece en mi memoria y sin dudar, yo obedezco. Empiezo a subir los escalones uno a uno, tan despacio como puedo, no sólo para evitar caerme, sino también para contarlos de forma clara y así, evitar confundirme u olvidar el número en el que voy.
Diez… once… doce…
Mi corazón retumba con más fuerza mientras avanzo. Y aunque quizás sólo sea por el “esfuerzo físico”, mi mente me hace creer que se debe a la inquietante sensación que se ha apoderado del ambiente. Es como una última advertencia, antes de llevar a cabo mi objetivo.
Veintitrés… veinticuatro…
No puedo evitar sorprenderme un poco al sentir como mi pie pisa en un espacio liso, sin gradas ni ninguna otra grieta o imperfección. Quiere decir que, en total, hay veinticuatro escalones.
Repito ese número un par de veces en mi mente para memorizarlo y entonces, me giro con lentitud, poniendo hasta el más mínimo cuidado para no tropezar o resbalarme. Esto no es por la advertencia y eso de que “podría quedarme para siempre en el Inframundo”, no. Mi precaución extrema se debe más a la idea de caer por las escaleras y golpearme contra el suelo. No imagino cuánto dolerá una caída de ese tipo y será aún peor si tengo la vista obstruida, ya que no podré ver nada, ningún objeto o pared del que pueda sujetarme.
Ya en mi posición, vuelvo a recitar la misma oración seis veces más, para después, volver a bajar por los escalones, aún más despacio que cuando los subí, sin dejar de contarlos uno por uno. La parte lógica de mi cerebro dice que esto es lo más absurdo que he hecho, sobre todo porque, al no tener visión, corro aún más peligro de lo normal, sin embargo, elijo no prestarle atención y continúo con lo mismo, manteniéndome concentrada para no perder la cuenta.
«Si cuentas los mismos escalones que antes, fallaste y tienes que intentarlo de nuevo, repitiendo los pasos desde el inicio. Sin embargo, si has contado un escalón más, prepárate, porque el juego comenzó»
Suspiro con cierto desgano al recordar esa parte. Yo quiero creer que va a funcionar, pero algo en mi interior me hace dudar, como pasa con todas las cosas en mi vida.
Once… doce…
Sigo contando mientras mis pasos me llevan cada vez más profundo. Y aunque no puedo ver nada a mi alrededor, siento como si estuviera en la cima de una alta montaña de la que, en cualquier momento, caeré.
«Recuerda: Si no lo haces bien, te caes o no continúas el juego, puedes quedarte para siempre en el Inframundo»
Suelto algo del aire que tenía atorado en el pecho al recordarlo. No hace falta decir que no quiero averiguar si la advertencia es real o sólo un truco para “asustarnos”. Por esa y otras razones, es que estoy teniendo tanto cuidado al bajar. Sólo debo seguir…
«Con esas cosas no se juega, Savarah. No sabemos a qué nos estamos metiendo ni qué tan peligroso puede ser»
Perdón, Chaline. Sé que te dije que no lo haría, sé que te prometí que dejaría ese tema de lado, pero no me queda otra opción. Tengo una muy buena razón para hacer todo esto y esa razón es Thame. No puedo vivir con la idea de que él se encuentra en un lugar como el infierno y no hacer nada para salvarlo. Todo esto es por él. Y haré lo que sea para sacarlo de ese sitio.
Diecinueve… veinte…
Mientras más me acerco al final de las escaleras, más dudas se empiezan a agrupar en mi interior. ¿Será que el ritual es real? ¿Y qué tal si no lo es? ¿Y si sólo fue una mentira inventada por algún idiota para “asustar” a sus amigos? ¿Y si mi plan falla? Las posibilidades son altas, sin embargo, creo que no está de más intentarlo. Entre eso o quedarme de brazos cruzados sin hacer nada, elijo la primera opción.
«Ten cuidado, Savarah, porque si sigues jugando con esas cosas, puedes abrir una puerta que quizás sea mejor dejar cerrada»
Eso lo sé. Sé bien en qué me estoy metiendo y sé cuánto peligro estoy corriendo, sin embargo, no me importa. Si esa “puerta” será la salida por la que Thame escapará, entonces no me importa si tengo que ser yo quien la abra, aunque libere a mil demonios diferentes sobre la faz de la tierra. Si tengo que ir hasta el infierno para abrir esa “puerta”, entonces lo haré.
Con ese pensamiento me armo de valor. Y tras inhalar profundo, me sujeto bien de la barandilla y, sin dudar, avanzo los últimos dos pasos que me separaban del final.
Mi corazón empieza a retumbar con más fuerza dentro de mi pecho y un potente escalofrío me recorre la espalda cuando, tras varios segundos de permanecer quieta y asimilando la situación, me doy cuenta de que, ésta vez, no conté veinticuatro escalones, sino veinticinco.
Por un momento, dudo de lo que ha pasado y llego a creer que sólo es equivocación mía, sin embargo, la repentina corriente de frío que me golpea, es la encargada de confirmarme que no, no fue un error y tampoco estoy delirando.
Esa sensación me confirma que el juego comenzó.
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