Capítulo 1: El Nuevo Año de Juno - 147 DL

Las risas de los niños llenaban los jardines de la mansión de los Dolores. El reconocido juglar que habían contratado por pedido de Juno, estaba dando a los anfitriones mejores resultados de lo esperado. Dejando lugar a los adultos para disfrutar de la recepción que habían organizado con motivo del nuevo año, el aniversario de nacimiento de la primogénita.

Natalio, el padre de Juno y anfitrión, se acercó a la hermosa mesa de madera labrada en la sala donde los magnates invitados estaban esperando los prometidos cocteles. Para la ocasión había elegido un elaborado atuendo con los colores arena y plata de su sangon; la camisa era de buen algodón importado de las plantaciones semi salvajes al norte de la Cofradía del Caribe, mientras que el pantalón era de la excelente fibra de cáñamo que producía su familia. Pero las botas altas de piel de cerdo haciendo juego con el cinturón, eran su orgullo, porque él mismo las había fabricado. Tenía buena mano para trabajar el cuero, recordó con una sonrisa el primer obsequio en el cortejo a su dama, lo asombrada y embelesada que se mostró por las botas de campo que le regaló. Natalio escuchó un leve murmullo a sus espaldas, señal que los invitados estaban sedientos. Se preguntó cómo le estaría yendo a la anfitriona, Teresa Falcao Dolores; seguro estaría deleitando a las damas presentes con los últimos acontecimientos de Laguardia en la habitación contigua.

El quinto magnate, Natalio Dolores, sirvió los cocteles a todos los presentes en orden de importancia, como correspondía a un anfitrión responsable que tenía en su mesa a varios magnates de la Liga. Estaban presentes el poderoso Cawlas, reciente Patriarca del Sangon Mirmidón y ascendente poder político en el Supremo Engranaje. Se decían muchas cosas de él, algunas eran ciertamente perturbadoras a criterio del dueño de casa. Natalio trató de colocar su mejor sonrisa de amigos al servir la copa confitada con el brebaje de miel fermentada. Mirmidón aceptó con un leve movimiento de su cabeza afeitada que resaltaba de forma notoria sus ojos color acero, que estaban clavados en el hombre que estaba sentado al frente. Entre ellos se podía palpar una muralla de frío glacial. El segundo en importancia era justamente el objetivo de Cawlas, y hacia allí se dirigió luego Natalio.

Era Melquíades «Melk» Magnus, primer magnate y sucesor del Patriarca de su Sangon. Tenía el cabello castaño cortado casi al ras de manera uniforme, y ojos de un marrón tan oscuro que eran casi negros en su totalidad, el bigote ya tiznaba algunas canas que iban creciendo de manera pareja y acorde a lo socialmente aceptable para su edad, unos cuarenta años. Melk ostentaba una prominente posición en el Supremo Engranaje, y Natalio había escuchado en las reuniones informales que probablemente sería electo Pacificador el año próximo. Posición a la que también aspiraba Cawlas, el anfitrión dedujo que esa era una probable razón del frío glacial entre ambos.

El resto de los magnates invitados eran notables del Sangon Dolores y del Sangon Falcao, aliados ancestrales desde épocas anteriores al Pacto. Casi todos parientes en segundo y tercer grado. Mientras terminaba de servir a los invitados, Natalio se lamentó que la Matriarca del Sangon Dolores no hubiera podido asistir por «compromisos impostergables», aunque lo más probable es que estaba demasiado vieja para el viaje desde su fortaleza en el Valle de las Grietas. Finalmente, con un leve bufido de satisfacción, el anfitrión se sentó en una de las cabeceras de la mesa. Observó con placer su salón, la gran mesa para doce en buena madera y con buenas sillas, las paredes enchapadas y con aislante térmico que hacían prescindir de ventiladores cuando las grandes ventanas estaban abiertas. Era un día precioso, el sol apenas calentaba y no había ningún peligro en los alrededores, no con la cantidad y calidad de sus invitados.

—¡Salud señores! ¡Bienvenidos sean a mi humilde morada! —exclamó Natalio con regocijo levantando su copa de cristal labrado; el juego completo de doce piezas le había costado casi doscientas horas de servicio y al menos veinte testigos, pero habían valido la pena.

—¡Salud! ¡Salve Dolores! ¡Salve Juno! —exclamaron todos al unísono, como era la fórmula acostumbrada y socialmente aceptada para celebrar el paso de otro año en un primogénito de magnate.

—Gracias, gracias a todos. Sobre todo a mis estimados invitados de la fabulosa Luminaria. Que recorrieron kilómetros de páramo para llegar hasta Laguardia. —agradeció, oportunamente, a sus dos excelsos invitados Mirmidón y Magnus.

Era una excelente oportunidad para mejorar su posición política en el Engranaje local, después de esa fiesta probablemente lograría suficiente renombre para acceder a mejores círculos de influencia. De repente, se le ocurrió lo afortunado que era al tener una pequeña tan adorable que había trabado entrañable amistad con los vástagos de dos de las familias más poderosas de la Liga. Lánguidamente acarició la idea que el día de mañana podría entablar aún mejores relaciones con uno de esos sangon, al celebrar contrato entre Juno y alguno de los pequeños Magnus. Era una idea que merecía genuina consideración, y se propuso hablarlo con su hábil y ultra social esposa después de la fiesta. Añoró tener un hijo varón igual o mayor a Juno, ya que podría también estrechar lazos con los Mirmidón. Se le ocurrió que también consultaría a la Matriarca Dolores, sobre un futuro permiso para concebir otro hijo legítimo antes que Juno pasara por la prueba de Pureza.

—No podría haber faltado, mi estimado Natalio —dijo Melk, muy educado y sonriendo con franqueza pero también con esa melancolía tan habitual en él tras la muerte de su esposa, hacía menos de un año—. Ni Virago, ni Tiberio me lo hubieran perdonado si no asistíamos al nuevo año de Juno.

Los mencionados eran sus dos únicos hijos, ambos legítimos y de la misma mujer, extraño en una familia tan poderosa. Más extraño aún, los dos se llevaban muy poca diferencia de edad. Virago, el mayor, apenas había pasado la prueba de Pureza el año anterior, dos periodos antes de lo recomendado. Natalio hizo cálculos mentales de cuánta influencia habría usado el primer magnate para que el Patriarca de su Sangon accediera a tal pedido, seguramente era una suma incalculable de poder o un favor de magnitud indescriptible. Melk tomó un trago corto de la bebida y se arregló el delgado bigote con las puntas de los dedos antes de continuar.

—Y como bien sabes, desde la partida de mi esposa, he decidido tratar de mantenerlos felices el mayor tiempo posible.

Natalio era consciente de esto último, su pequeña Juno había invitado a los niños Magnus desde que los había conocido, hacía cuatro años. Las reuniones del consejo solían extenderse a veces jornadas enteras, y algunas familias de magnates de tierras lejanas solían compartir tardes de ocio en los jardines de recreo de La Forja, el edificio del Supremo Engranaje y símbolo de unidad y gobierno de la Liga de Ciudades Psicogéneticas.

Con los años, los quintos magnates Dolores y los primeros magnates Magnus trabaron una incipiente amistad a través de sus hijos. Natalio recordaba a los esposos Magnus con claridad y un dejo de sana envidia. Era evidente que los Magnus sentían mutuo afecto, las constantes muestras de cariño entre ellos y hacia sus hijos eran la comidilla de más de un salón. No era normal y tampoco de buen gusto mostrar abiertamente que un contrato matrimonial incluyera afecto, lo realmente importante era la salvaguarda de la posición genética de la línea familiar. Pero más escandaloso aún, era el hecho que Melk había celebrado contrato matrimonial con una Confiada, o eso se rumoreaba, ya que nadie sabía a ciencia cierta cuál era su procedencia genética. Tampoco es que fuera extraño entre magnates de sexta posición o inferior, pero para un primer magnate era arriesgar la sucesión genética y un desafío a las convenciones establecidas.

Eso sí, Natalio tenía que conceder que la difunta dama de Melk era encantadoramente poco convencional. Dedicaba mucho de su tiempo y la influencia Magnus en el páramo, ayudando aquí y allá, construyendo refugios a la vera de caminos olvidados, visitando pueblos sin nombre, financiando expediciones a ruinas anteriores al Pacto. Aún un año después de su desaparición se notaba en los profundos ojos de Melk la desolación de esa ausencia.

A Natalio recordarlos juntos le pareció incómodo, no era normal tanto afecto entre magnates, donde lo que primaba era el bien mayor a la felicidad personal. Muchos decían, en secreto, que los Magnus tenían genes recesivos incorporados y que se trasladaban a sus extraños arranques emocionales. Porque era notable la dosis de pasión en los alegatos de Melk en La Forja, esa especie de fuerza contenida que era su personalidad, atraía amigos y gestaba enemigos allá donde fuera. No era impersonal, para él, cada problema era un nuevo desafío, y también un disfrute de la vida.

—Mi Marianne tampoco me lo hubiera perdonado —acotó casi por obligación y sin verdadera emoción Cawlas.

A decir verdad, Natalio no esperaba que Cawlas Mirmidón aceptase la invitación, su presencia podría catalogarse entre misterio y sorpresa. El quinto magnate casi pierde la compostura cuando vio llegar el contingente del Patriarca, más de cien entre Confiados, Fieles y Magnates menores. Viajando en cinco barracudas y al menos diez takatak. Para los habitantes pacíficos del páramo debe haber sido todo un espectáculo ver semejante despliegue de poder, para los otros habitantes más belicosos, una fuente de codicia e impotencia. Sería prácticamente imposible para cualquier banda de malvivientes comunes atacar una columna de esa envergadura. Por otra parte, el escudo de armas de los Mirmidón, el sol carmesí de dieciséis rayos, era bien conocido en el páramo. La historia de la Liga registraba claramente el papel del sangon de Cawlas en la elaboración e instauración del Pacto. Sus fuerzas habían doblegado a sangre y fuego más de un enclave rebelde, no mostraban piedad alguna con sus enemigos y aún menos misericordia con aquellos de visible falencia genética. Las castraciones masivas de hombres y mujeres eran solo una de sus prácticas habituales durante aquellos duros años iniciales. Y el páramo recordaba, aun cuando habían pasado varias generaciones desde aquel tiempo violento, el páramo recordaba y temía al sol carmesí.

Tal vez Cawlas esperaba minar la influencia de los Magnus en los bastiones del norte, o tal vez era otra cosa totalmente distinta. Lo cierto es que el Mirmidón era un hombre peligroso y Natalio Dolores lo temía.

—Hablando de su esposa, mi estimado Magnus —agregó Cawlas, y se pudo percibir que estaba casi agazapado en su modo verbal, como un animal dispuesto a atacar a su presa—. Tengo entendido que aún no se ha determinado la verdadera causa de su muerte. De hecho, el Sangon Magnus hizo todo lo posible por incinerar el cuerpo antes que se hubiera realizado la investigación correctamente —Para Melk fue una transformación automática de semblante, pasó de la cordialidad a la más fría reserva en una fracción de segundo, midió a su oponente y sus palabras al contestar.

—Mirmidón... —Casi escupió la palabra—, la investigación fue realizada por los Protectores del Páramo, mi esposa fue asesinada en una incursión de los Apagados mientras realizaba tareas diplomáticas con los Pueblos Libres del Sur. Si tienes alguna duda al respecto, deberías internarte en el páramo y preguntar a los Protectores —La mención del páramo, los Protectores y sobre todo los Apagados pusieron un silencio sepulcral sobre la reunión. Algunos de los otros invitados se excusaron incómodos y se retiraron, previo permiso del anfitrión, con motivo de ver a los niños jugar y fumar un poco de tabaco en pipa.

—Por favor señores míos... —quiso apaciguar Natalio, viendo que la situación solo podía ir de mal en peor. Pero Mirmidón hizo caso omiso y continuó.

—Hay algunos que piensan que los Magnus ocultan genes recesivos —lo dijo con una media sonrisa gélida, jugando con la copa de cristal labrado. A Natalio se le vino el mundo a los pies. La acusación era muy grave, una ofensa mayor en la Liga.

—Y hay algunos que olvidan de donde provienen. ¿O no? —replicó ferozmente Melk, aunque Natalio no sabía a qué se refería exactamente. Era de conocimiento popular que los antepasados de ambas familias habían combatido y muerto heroicamente en la Batalla de Las Luces, inclusive dos antepasados Dolores habían muerto también en ese memorable combate. De ahí que su familia tuviera tanta injerencia política en la Liga, a pesar de estar en los lejanos enclaves del norte. La cuestión sorprendente es que Cawlas acusó el golpe de Melk, levantándose y dando un violento puñetazo en la mesa, la copa de cristal se quebró en decenas de pedazos y a Natalio casi se le escapa un improperio indigno de las reglas de hospitalidad socialmente aceptadas. Igualmente, era impropio de un invitado destruir la propiedad del anfitrión de esa forma.

—No te atrevas, Magnus. Estás jugando con fuego —amenazó entre dientes Cawlas. Melk sonrió sabiéndose vencedor en la breve compulsa verbal.

—Tengo pruebas —dijo, y el rostro de Cawlas se tornó ceniciento—. Me costó diez años y miles de horas de servicio, pero las tengo Mirmidón, y las usaré como mejor me plazca.

—Nadie te creerá —dijo rechinando los dientes Cawlas. El rostro ceniciento ahora era una máscara mortal y en sus ojos destellaba la muerte. Natalio se estremeció, de repente se percató que estaba solo con los dos invitados—. ¡Nadie! —Retumbó Cawlas y se alejó a pasos agigantados hacia los jardines empujando a otros invitados por el camino.

—¿Qué..., qué fue eso? —preguntó Natalio, casi sin querer, realmente no quería saber, toda la situación estaba fuera de control.

—Te ofrezco mis más sinceras disculpas. Fue una total falta de cortesía. Por supuesto, voy a pagar esa copa rota con mis propias horas de servicio —acotó sonriendo afablemente Melk y tomándole el antebrazo para reasegurar al consternado Natalio. El anfitrión de ninguna manera se sintió mejor porque recuperaría la copa destruida. Algo terrible y peligroso acababa de pasar bajo su techo y no entendía todavía qué era.

El juglar terminó de cantar la última estrofa de la Balada de los Tres Mutantes y los niños fascinados aplaudieron contentos cuando los héroes llevaron a patadas la cabeza del último malvado mutante hasta el Último Reducto. A Virago le pareció una interpretación regular y bastante arbitraria, todos los juglares hacían deformaciones y cambiaban un poco la historia verdadera. A pesar de sus escasos nueve años, su padre le había dado acceso casi ilimitado a la documentación histórica del Sangon Magnus, sobre todo lo referente a la historia del Mundo Muerto, muy anterior a la Batalla de Las Luces y el Pacto. Las cosas que había leído eran totalmente sorprendentes y espeluznantes, pero sobre todo, eran casi incomprensibles desde su punto de vista. Por ejemplo, de donde habían sacado sus Ancestros y el Enemigo tantas armas de fuego, y todas iguales o similares. Era inconcebible la cantidad de armas involucradas en esa última batalla, ni siquiera ahora toda la Liga con su inmenso poder podía reunir semejante cantidad de equipo bélico y mucho menos entrenar tanta cantidad de combatientes experimentados. El Enemigo había atacado simultáneamente en todas partes con cientos de miles de tropas, había reducido a cenizas enclaves completos de la noche a la mañana y capturado territorio de forma imparable desde su desembarco en las costas de Luminaria, por supuesto, la ciudad no se llamaba así en esas épocas ancestrales y sus antepasados también contaban con gran cantidad de armas para defenderse. Y pelearon con valor, aunque sin honor, todo había que reconocerlo. Hicieron cosas realmente cuestionables en esas épocas. Virago miró a Tiberio, su hermano menor de apenas seis años, con sana envidia de su ignorancia. Tiberio aplaudía y festejaba el final del cuento sin cuestionar las cosas que en él se relataban. La homenajeada Juno, con sus recién estrenados ocho años, daba al juglar su merecida recompensa por el servicio prestado certificando ante dos testigos adultos en la tarjeta de recompensas del artista, dos horas de pago por apenas media hora de servicio, eso significaba que había realizado una tarea muy digna de su aprecio. Virago sonrió casi simpáticamente, la niña era generosa por naturaleza, tenía una candidez muy propia de su familia. Escuchó un bufido de desprecio a dos niños de distancia a su derecha. Marianne Mirmidón, con su enorme atuendo de encaje gris plata y expresión desdeñosa, tan incongruente en sus escasos siete años y tan congruente con su padre, que parecía siempre a punto de estallar con esa cabeza rasurada que parecía un melón brillante y esos ojos acerados que perforaban con cada mirada. Marianne había heredado los ojos y el semblante arrogante de su padre, definitivamente. Sería bonita si no estuviera constantemente bufando y despreciando a los demás. Por extraño que parezca, al único que no solía arremeter con su arrogancia era a Virago, lo cual era desconcertante per sé. Juno por su parte, era alegre y cándida, con hermosos bucles almibarados que le caían al costado de la cabeza, nariz pequeña, piel marfileña salteada de pecas en la cara, y aquella tarde su familia había invertido en un costoso atuendo de seda virgen color verde agua que hacía resaltar sus ojos aún más verdes. Virago se sonrojó un poco al percatarse que Juno lo había pescado admirándola y se acercaba sonriente.

—Bonita fiesta, mi dama —dijo Virago a modo de bienvenida y estrenando sus recientemente adquiridos modales de cortesía que su padre pagaba y él mismo refrendaba. Todo un privilegio que a un niño le dejaran atestiguar un servicio, pero él era un Magnus y el heredero de su padre, así que habían concesiones especiales.

—Me halaga, mi señor —respondió la niña sonriendo y haciendo una leve reverencia que se notaba bastante ensayada. Ahí había una madre entrenando a su hija, pensó Virago, y una llamarada de dolor le atravesó el corazón al recordar a su madre perdida.

—Espero que nuestro obsequio haya sido de su agrado —aventuró Virago a modo de cortesía. En el último año le había parecido extraño hablar con niñas, nunca se sabía que decir precisamente. La niña sonrió encantada y exhibió con cierto orgullo la pequeña pulsera de platino con su nombre grabado que llevaba en la muñeca izquierda.

—Me ha encantado mi señor. Imagino que a su padre le habrá costado muchas horas de servicio semejante regalo.

—Solamente el material, mi dama. El grabado del metal es mi obra — respondió Virago, y antes que pudiera continuar, un torbellino de bucles azabaches apareció a su lado casi hablando a los gritos.

—¡Y el ensamblado de los eslabones de la cadena lo hice yo! —dijo Tiberio sonriente, mientras recibía con desenfado un codazo de reprimenda de su hermano mayor. La niña sonrió encantada.

—Doblemente hermosa entonces, mis señores.

—Tiberio solamente, eso de «señor» es para los viejos —respondió desenfadadamente el pequeño, mostrando una sonrisa a la que le faltaban algunos dientes. Virago no pudo evitar sonreír y se relajó un poco.

—Mejor que padre no te escuche decir eso —acotó a modo de reprimenda a su hermano.

—Oigan... ¿y si dejamos un poco de fingir a ser adultos? La verdad, es algo agotador —dijo la homenajeada con soltura—. ¿Qué les parece si vamos a probar la fuente de helados que han contratado mis padres? Hay sabores extraños de muchos colores y con frutas frescas, he estado tratando de colarme en la cocina desde que llegaron los maestros de banquetes, pero no he podido probar ni un poco todavía. Pero ahora están disponibles para todos.

—¡Fantástico! ¡Me apunto! —exclamó gozoso Tiberio, pero Virago dudó un poco, casi asustado y Juno lo notó.

—¿Ocurre algo Virago? —preguntó. Pero al cabo de un momento el niño sonrió brevemente y les hizo señas para que se dirigieran al pabellón donde estaban los dulces.

La casa del quinto magnate Dolores en las afueras de Laguardia era un reducto fortificado —como todas las mansiones fuera de los enclaves— de unas seis hectáreas. Afuera del mismo podían observarse el camino principal en dirección al enclave, también los campos sembrados y las acequias, así como los caseríos de los Confiados a su servicio y protección. Por dentro, el reducto tenía varias edificaciones clásicas de los Bastiones del Norte, una huerta familiar, un par de talleres multifunción, un gran almacén subterráneo, algunos corrales con animales de granja, las barracas de la guardia de la mansión, que servía las veces de arsenal también, un molino solar para energía, y la mansión en sí, de dos plantas revestidas de ladrillo marrón ceniza con ventanales que disponían de planchas de acero rebatible para casos de defensa. Además tenían un amplio sector de jardines, donde ahora estaban asentadas varias carpas multicolores, que pertenecían a los maestros de banquetes de Laguardia que estaban prestando servicio por el aniversario de Juno. La carpa de los dulces estaba abarrotada de niños cuando Juno y sus acompañantes entraron. Al verla, los otros niños le hicieron paso hasta la fuente de helados, ya que era la homenajeada y dueña del lugar. Juno pasó saludando a todos y cada uno de los invitados, compartiendo pequeñas bromas con sonrisas, recibiendo los halagos de los invitados por la bella fiesta. Virago y Tiberio se mantenían cerca, pero a prudente distancia, para no robar protagonismo a Juno; ambos se sabían miembros de un poderoso Sangon de la ciudad de Luminaria y atraían la atención, aunque no lo quisieran. Siguieron avanzando a paso lento entre la multitud de niños agolpados en la carpa hasta que divisaron la fuente, curiosamente, el maestro de helados tenía la cara asustada mientras trataba de balbucear algo y miraba para todos lados como buscando ayuda. Virago y Tiberio se miraron con complicidad e hicieron un gesto de exasperación, habían detectado la raíz del nerviosismo del heladero.

—¡Quiero chocolate auténtico en mi helado! ¡No ésta burda imitación de cacao! ¡Exijo autenticidad en lo que ofreces! ¡Si ofreces sabor chocolate, debe serlo! ¡Presentaré una queja formal contra tu gremio a través de mi padre! —gritaba Marianne Mirmidón, su vestido de encaje plateado se movía hipnóticamente mientras agitaba su brazo con un dedo admonitorio al maestro heladero.

—¿Qué ocurre acá? ¿Marianne? ¿Cuál parece ser el problema? —intervino Juno, con la bondad que la caracterizaba, el heladero suspiró aliviado.

—Mi joven señora Juno, la pequeña dama aquí presente se ha sentido ofendida porque en Laguardia usamos un saborizante de cacao para hacer nuestro sabor chocolate. Si bien no es lo mismo que el producto natural, pero no está a nuestro alcance mejorar la calidad, tan lejos como estamos de los puertos. Le suplico, trate de... —quiso proseguir, pero Juno ya había entendido el resto de la súplica, entrenada como estaba por su madre, una tradicionalista del Sangon Falcao muy reconocida en los Bastiones del Norte. Levantó la mano para detener la verborragia del heladero y se encaró con Marianne, a la cuál le sacaba media cabeza a pesar de ser solo medio año mayor.

—Marianne, lo que dice éste buen hombre es cierto. Acá no disponemos de chocolate real, nuestras tierras no son aptas para el cultivo de cacao y es demasiado costoso traerlo de afuera —explicó Juno, el semblante de la otra niña pasó del enojo al desprecio total en un santiamén.

—No debería haber aceptado venir a un lugar tan bárbaro como éste. No está a la altura de mis exigencias. Debería haberlo sabido, pero mi padre insistió —contestó y después se alejó entre un torbellino de gris plata.

—Mis disculpas maestro de banquetes. ¿Crema de frutilla y chocolate para mí y mis amigos? —dijo con una sonrisa encantadora, que el heladero respondió gustoso e inmediatamente sirvió tres tubos de galleta dulce con los sabores solicitados. Juno dio uno a Tiberio y otro a Virago, el primero comenzó a devorar de inmediato pero el niño mayor tomó el postre casi con recato y con muchas dudas.

—Gracias, mi dama. Pero temo que debo rechazar tu invitación —dijo al final Virago haciendo amague de devolver el helado a la niña.

—¿No te gusta el helado? —preguntó extrañada Juno, no había sabido nunca que un niño rechazara un dulce tan popular y que no estaba al alcance de cualquiera. Algunos niños alrededor comenzaron a mirar sospechosos.

—No, no es eso. Simplemente... —dudó, tal vez demasiado—, no deseo en este momento.

—Vamos Virago, solamente recibe mi ofrecimiento, al menos eso, por tan bonito obsequio que me hicieron —Arengó Juno, con un dejo de tristeza. Los niños alrededor comenzaron a murmurar entre ellos.

—Sí, Virago. Acepta el obsequio que te hace nuestra anfitriona, después de todo, tienes que seguir las reglas de hospitalidad —agregó Marianne, que había regresado y contemplaba la escena con franca curiosidad y un dejo de malicia por ver que Juno estaba siendo rechazada en su propia fiesta. Era cierto, Virago no podía negarse delante de todo el mundo, mucho menos siendo quien era. En ese momento, por primera vez en su corta existencia odió a alguien con toda su alma, Marianne Mirmidón y su sonrisa malvada.

—Mis disculpas, Juno. Acepto tu invitación, no sé lo que me pasó por la cabeza —dijo, y titubeante tomó la galleta con el helado rebozando por los lados.

Cerró los ojos y dio un mordisco, sabía bien,siempre quiso saber qué se sentía comer cremas heladas, nunca lo había hecho. Se preguntó qué diría su madre si lo viera en éste momento, seguramente se preocuparía muchísimo. Dio otro mordisco, esta vez con más confianza y disfrutando. Juno lo observaba mientras ella también comía, pero con delicadeza. Marianne seguía observando, casi decepcionada, con los brazos cruzados. Virago dio un tercer mordisco y..., la garganta se le cerró, el aire dejó de entrar en sus pulmones, se observó las manos y las vio llenas de enormes ronchas rojas, supo que su cara estaba también desfigurada, la sentía hinchada como a punto de explotar. Observó a Juno que soltó su helado al piso y lo miraba horrorizada, sintió a su pequeño hermano gritar su nombre desesperado, a la vil Marianne salir corriendo y gritando, los demás niños retrocediendo espantados. Luego, la falta de aire le nubló la vista y todo se volvió oscuridad.


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