Capítulo 10: Ángel Anatómico

Inhalaba y exhalaba. Carraspeé y me acosté de lado. Sentí frío en mi espalda y pecho y abrí los ojos, sentándome en la cama. Miré a ambos lados y mi pistola estaba a mi lado, intenté tocar mi rostro con la yema de los dedos y tenía puesta la máscara, eso significaba que Masky había tomado el control a la fuerza.

Me levanté de la cama y pasé las manos por mi cabello, miré al suelo y mi camiseta y chaqueta estaban en el suelo arrugadas, giré mi vista a otro lado y la ropa de Lexy estaba tirada a la izquierda de la cama.

—¡¡LEXY!! —Grité y salí corriendo mientras me vestía con rapidez.

Atravesé la puerta y forcé mis piernas a ir lo más rápido posible sin importar si sufría un tirón. Cuando llegué al almacén la puerta estaba abierta, Jeff estaba dentro de la celda y el cadáver de Lexy tirado en el suelo. En el pasillo el charco de sangre seca aún era muy notable. El charco con la sangre seca de Lexy…

—Jeff, déjala ahora mismo —me aproximé con firmeza a la puerta de la celda, Jeff se giró para verme.

—Tim, ¡despertaste! Llegas en el momento adecuado, estaba a punto de devolverles a tu ex-amante. Ya que estás puedo aprovechar para preguntarte, ¿tan mal lo hacía que tuviste que matarla? ¡Ni yo he llegado a ese punto! —Jeff soltó una carcajada, cosa que no me contagió la misma sensación— ¿Sabes? Hasta Masky tiene más sentido del humor. Pero si tanto te apetece practicar necrofilia te dejo en paz —Jeff salió del almacén serio a paso ligero. Al menos sabía captar una indirecta de vez en cuando. Me acerqué al cuerpo de Lexy y la tomé en brazos.

—Intenté protegerte cuando no he podido hacerlo conmigo mismo. No has muerto en vano, te lo prometo —Susurré en su oído como si hubiese podido escucharme y me largué del lugar, ya la cerraría Toby cuando pasase por aquí.

Salí del almacén caminando a través del bosque. El aire fresco y limpio boscoso intentaba limpiar mi arrepentimiento con su aroma, aunque era en vano.

Lexy solo era una chica de las que tantas Masky había matado, no era la primera ni sería la última, siempre y cuando yo no hiciera algo.

Lexy había marcado un punto de inflexión en mí, ella llegó a creer, llegó a pensar firmemente que la protegería, no como las otras que suplicaban a Masky, lloraban o corrían por sus vidas, Lexy acudió a mí hasta el final.

Toqué la puerta de una cabaña de color roble. El proxy que vivía allí, Mistakes, miró a Lexy y me dejó pasar en absoluto silencio.

—Necesito que el cuerpo esté en buen estado, sin más heridas de las que tiene —le pedí, solo se limitó a asentir. Dejé a Lexy en una mesa de metal frío y salí de la cabaña.

Mistakes era un proxy que se encargaba de borrar toda evidencia que dejáramos los proxys en un cadáver. Era un forense australiano hasta que lo reclutamos, antes encontraba pruebas y realizaba autopsias, ahora las borraba. Lo mejor de todo es que era callado, no hacía preguntas y el trabajo era rápido. Me quité la máscara, solté un suspiro y cerré los ojos, concentrándome en disfrutar por unos momentos el aire del bosque.

Después de un rato esperando apoyado en la pared de la cabaña, Mistakes abrió la puerta y me entregó unos guantes quirúrgicos. Luego de colocármelos, volví a tomar a Lexy, quien estaba totalmente pálida y no tardaría el rigor mortis en hacer efecto. Atravesé el bosque con rapidez, sintiendo cada vez más los rayos de sol. Hace menos de veinticuatro horas estaba con Lexy en la cama, entre mis brazos. Ahora está muerta, entre mis brazos.

Me coloqué de nuevo la máscara y dejé a Lexy recostada en la entrada del bosque, aún seguía desnuda. Admiré su cuerpo por unos segundos más, me mordí el labio con algo de fuerza y bajé la mirada.

—Siento que haya tenido que ser así, traté de protegerte cuando ni siquiera soy capaz de protegerme a mí mismo —repetí y me di la vuelta, adentrándome en lo que llamaba “mi querido hogar”.

—¿En la resistencia? ¿Un proxy que solo lleva cuatro meses aquí? —Skanda no paraba de mirarme de arriba abajo— ¿Ti has vuelto majara? 

—Sé lo que hago —le respondí tocándome el pelo. Lo tenía ya demasiado largo para lo que estoy acostumbrado. Tendría que raparme pronto de nuevo—. Ese chico, Vai, tiene rabia dentro por ellos… 

—¡Pir eso no lo entiendo! —Se llevó una mano al rostro y se recostó contra la pared de la cabaña— Tom… Es esa rabia la que nos jugará una mala pasada. Todos los odiamos, piro él lo tiene todo muy reciente y actuará pir impulso —sus ojos estaban realmente abiertos. Estaba muy exaltado aunque tratase de mantener la calma.

Respiré y caminé por la sala. Era cierto que debería haber consultado esa decisión con el resto. Jamás habíamos unido a un proxy novato con tan poca experiencia.

—Skanda… —me detuve de espaldas a él mientras miraba la única ventana de la cabaña—. Sé que me he precipitado, pero confío en él —tomé aire—. Creo que entrenar a un proxy tan novato hará mucho más simple tener localizados a los proxys fanáticos y a los que más odien a Slenderman. Al final, nosotros no podemos estar todo el tiempo con los nuevos, los más jóvenes, sin que parezca sospechoso —me giré para mirar a Skanda. Suspiró—. ¿Y bien? 

—Bueno… —se dio una pequeña palmada en la pierna y se irguió de nuevo— el niño ia sabe el secreto, ahora es obligatorio entrenarlo bien…

—Skanda… —sonreí y me acerqué a él. Él agarró mi hombro derecho y yo el suyo— gracias… —me devolvió la sonrisa.

—¿Podrás trair al chico ahora mismo sin que parezca sospechoso? —Me preguntó. 

—Creo que sí… Haré como que le voy a mandar a hacer tareas de la cabaña ya que necesita un día o dos más antes de volver a hacer misiones pesadas —le guiñé el ojo y fui hacia la puerta—. No tardo.

Al cabo de unos quince minutos, Vai ya estaba conmigo y con Skanda en la cabaña. 

—Vai, ¿verdad? —Quiso asegurarse Skanda mientras le daba la mano.

—Sí, señor… —Vai me miró. Ya le había hablado sobre Skanda durante el camino— Usted debe ser Skanda —dijo con algo de nerviosismo, sin mirarle a los ojos. 

A Skanda no le hacía falta una apariencia aterradora para imponer. Era un hombre de estatura media, diría que 1,70 metros, con rasgos indios muy pronunciados, tez morena, cuerpo atlético y ningún rasgo notorio que pudiera asustar a nadie. Sin embargo, la seguridad en su persona y la capacidad de no dejarse intimidar por nadie le hacían ganarse el respeto instantáneo de cualquiera que lo conociera. Llevaba siendo mi compañero de cabaña cinco años y aún no conocía el nombre con el que nació. 

—Skanda, eso es —le confirmó a Vai sin quitarle la mirada de encima. Lo estaba analizando bien.

—Vai —lo llamé—, ven, siéntate en la silla. —Tras mirarme por unos segundos, lo hizo. Sonreí—. Skanda me ayudará a introducirte en todo esto de… ya sabes qué —Vai me sonrió con orgullo.

—Estoy listo, señores… —respondió mirándonos. Skanda lo miró fijamente y con brusquedad se puso cara a él mientras sujetaba su cuerpo en los brazos de la silla de Vai— ¡Ah!

—Vai… —Skanda no le quitaba la mirada de encima— dime, ¿qué crees que puedes aportar a la resistencia? 

—Yo… eh… esperaba que… —Vai me miró y tragó saliva— no sé, suponía que me lo diríais vosotros… —el chico estaba demasiado nervioso como para fijar su mirada en Skanda. 

—Vai, Martín… —intervine. Skanda dejó de invadirle tanto espacio personal alejándose un poco y cruzándose de brazos—. Verás, siempre que alguien se une tenemos que entrenarlo para un propósito concreto, sin embargo, de nada sirve si la persona no está agusto con su papel. Dinos —me agaché para tener la mirada alineada con Vai. Noté cómo se tranquilizaba—, ¿qué crees que puedes aportarnos?

—Bueno yo… yo no hablo mucho con los otros, pero sí los observo, me encanta observar… —sonreí, era una de las habilidades que buscábamos. Afirmé con la cabeza—. Creo… —Vai miró a Skanda. Su tono de voz parecía más seguro de sí— creo que podré haceros de espía, si es lo que buscáis.

Skanda rio. 

—Me gusta, me gusta isti chico —me dijo. Vai sonrió tímidamente—. Bien, bien… —Skanda me miró, esperando que le dejara continuar a él. Afirmé con la cabeza. Preferí seguir de cuclillas para que Vai no se sintiera en un interrogatorio— Verás, Vai… in realidad nunca hemos reclutado a ningún proxy novato —Skanda daba unos pasos cortos de izquierda a derecha mientras hablaba—. Todos llevamos años aquí, ganándonos el respeto de los grandes —también acostumbraba a gesticular mucho, como ahora mismo— y no mi malentiendas, eso está muy bien pero… —se detuvo para tomar aire. Luego sonrió de forma cansada a Vai— También tiene sis inconvenientes. Hemos perdido mucha relación con los nuevos, y eso significa perder el control de los que van ascendiendo. Para nosotros es… esencial que los proxys no se vuelvan fanáticos de Slenderman, ¿lo entiendes? —le terminó por decir mirándolo de frente.

—Tener fichados a los fanáticos y expandir el odio por Slenderman, lo tengo… —dijo Vai con seguridad. No, no, demasiado rápido…

—Vai —me miró con atención—, no es tan sencillo. Escucha —coloqué mi brazo en el respaldo de su silla—, hay que conseguir que haya descontento por Slenderman a la vez que no haya sospechas ninguna sobre ti. Si te escuchan hablar mal del jefe, se chivarán. 

—¿Cómo se consigue crear descontento por Slenderman sin hablar mal de él? —preguntó, miró con rapidez a Skanda y luego de vuelta a mí.

—Con la verdad —contesté—, la verdad es suficiente para odiar la esclavitud en la que nos tiene Slenderman… Sin embargo, hay gente muy ciega. Te enseñaremos a hacerles ver la verdad sin correr mucho peligro.

—Pir ejemplo… —contestó ahora Skanda— si te ganas la confianza de Ticci Toby, Hoodie o Masky, estarás menos en el punto de mira por los proxys de arriba de ti. Además, se te concederán mini privilegios por cairles bien que a los otros no les darán, y eso hará que mucha gente deje de endiosarlos… piro —Skanda se acercó más a Vai y a mí— también causarás envidia en muchos proxys novatos que tratarán de sabotear tido lo que hagas… 

Vai se mostraba nervioso de nuevo. Sus manos estaban haciendo mucha fuerza sobre la silla. 

—Vai… —le hablé— tú tranquilo. Te prepararemos para todo esto y te ayudaremos a tener un punto medio con todo… —miré a Skanda y él me sonrió—. De hecho, pensábamos en comenzar ahora mismo con el principio de tu entrenamiento.

—Perfecto, señores… —respondió con una sonrisa.

«Me gustan los museos pequeños. Las obras más conocidas del mundo están en museos grandes o en los salones de algún millonario extravagante, pero a mí me gustan los museos pequeños. Me gusta ver las obras de artistas desconocidos, los trazos temblorosos de los menos entrenados o el perfeccionismo de quien ha estudiado toda su vida arte para luego no conseguir que su firma valga ni la pintura que ha usado. El mundo del arte es un mundo cruel, interesado, incomprendido y, muchas veces, abusador con los verdaderos artistas. Me gustan los museos pequeños porque ahí están los marginados de la pintura, los que, como yo, dedican su vida entera a plasmar la belleza de un mundo que no los quiere ahí».

—Disculpe, señor —me interrumpió el vigilante del museo. La juventud de su rostro estaba empezando a desvanecerse con las pequeñas arrugas de sus ojos. Seguramente acababa de entrar en sus treinta—. Solo quería avisarle de que el museo cerrará en media hora. Disfrute del resto de la visita —se despidió con una sonrisa. Yo no llevaba la máscara puesta, llamaría la atención demasiado y me reconocerían. Aquí no era más que un simple Helen que iba a ver verdaderas obras de arte.

—Espere —dije. Si me quedaba poco tiempo, quería disfrutarlo en mi sección favorita del arte—. ¿Hay alguna sala dedicada a… a un arte más oscuro? —pregunté y el vigilante me miró con expresión curiosa.

—Recorra todo el pasillo y luego gire a la derecha, ahí hay unos cuantos cuadros menos aptos para sensibles —terminó por decir con la misma amabilidad de antes. Lo único que me molestaba de él era el volumen que tenía al hablar y que provocaba eco en toda la estancia. 

Me encaminé hacia aquella sala no apta para sensibles. Este era un museo de un pueblo pequeño cerca del bosque pero diferente de donde habíamos secuestrado a aquellos adolescentes. Se ve que la gente de aquí no está muy apasionada por el arte, pues apenas me había encontrado a tres personas en las dos horas que llevaba en el museo. 

«La luz es necesaria para ver bien las obras, pero yo he desarrollado la habilidad de apreciarlas con poca iluminación. No debo entretenerme, quiero mirar las obras macabras cuando antes, necesito inspiración a futuro, porque a presente, ya la tengo…»

Me detuve al llegar a la sala para observarla de lejos por unos segundos. 

«Esa piel bronceada por el tenue sol de otoño, ese pelo marrón como las castañas y ondulado como un buen cabello renacentista, ese perfil de nariz fina y orejas grandes, esos labios gruesos y esas cejas perfiladas… es la mujer perfecta».

Caminé hacia ella. Parecía más o menos de mi edad, probablemente hasta más joven, y estaba observando un cuadro atentamente. Me acerqué a él y me puse al lado de ella. Era una obra increíble, una escena de muerte de estilo grecolatino donde una amante con expresión dolorosa miraba, desde su balcón, a su amado muerto que acababa de caer. La cabeza del hombre estaba abierta y deformada, al lado de él se encontraba una mujer pálida de cabello blanco y rostro chupado sonriendo. 

—El enamorado y la muerte —dije en un susurro. La mujer perfecta me miró.

—¿Cómo dice? —preguntó. Su voz era aterciopelada y, por las joyas que llevaba y haberme tratado de usted teniendo el mismo rango de edad podía suponer que venía de familia culta y adinerada. La miré fijamente a los ojos, noté cómo se sonrojaba. 

—La escena de este cuadro, creo que está muy inspirada en el poema medieval "El enamorado y la muerte", ¿lo conoce? —La traté de usted también para que no me juzgara antes de tiempo. Era la mujer perfecta, tenía que conseguir su confianza.

—Mire que me encanta la poesía, pero no conocía esa… —dijo con una leve sonrisa mientras miraba al suelo con timidez.

—Es un poema medieval español —contesté con una sonrisa. La poesía también era arte, y me encanta hablar de arte— habla sobre un hombre que soñando se encuentra con la muerte, personificada como una mujer, y esta le informa de que Dios la ha mandado para llevarlo con él. El hombre le suplica que le dé más tiempo, y la muerte accede a darle una hora más de vida —me detuve para mirar el cuadro un poco más de cerca. El artista era admirable, sus trazos se veían muy humanos pero firmes. Noté como la mujer se acercaba más a mí— entonces, el hombre se despierta con brusquedad y va todo lo rápido que puede a buscar a su amada, Blanca. Llega hasta su casa y le dice que la muerte lo persigue, y que por ello quiere pasar su última hora con su amante. Blanca le dice que suba por el balcón, pues es de noche y no puede abrirle la puerta —volví a fijar mi mirada en los ojos de la mujer. Los tenía marrones, aunque en realidad eso no importaba— Blanca le tira una cuerda para que escale, pero justo cuando el enamorado va a llegar al balcón, la cuerda se rompe y cae al suelo de forma seca. Segundos antes de morir, ve a la mujer del sueño, la muerte, quien le dice con una sonrisa —me acerqué a su oreja— "Vamos, enamorado, la hora ya está cumplida" —susurré. 

La mujer perfecta me miró con una sonrisa. Su respiración estaba agitada y sus mejillas muy rojas. 

—Ahora tiene sentido… —dijo con una voz suave—. El enamorado y la muerte —observó el cuadro con ilusión— el enamorado cayó en la trampa de la muerte, ¿no cree? —me miró de reojo.

—Mm… ¿Qué trampa ve ahí? —Pregunté aunque yo ya sabía la respuesta. Me parecía admirable la rapidez con la que ella se había dado cuenta.

—Bueno… parece como si la muerte le estuviese haciendo un favor dándole una hora más, pero en realidad solo lo estaba informando, todo era parte de su plan. Si no se le hubiera presentado al amante en sueños para advertirle de su destino, él no habría ido a la casa de Blanca y por tanto no habría caído del balcón —la mujer me miró fijamente— huyendo de su destino es como se encontró de frente a él. ¿No le parece? —se acercó más a mí. No podía dejar de mirarla, su rostro era tan simétrico… definitivamente era perfecta—. Por cierto —miró para otro lado con suavidad, sus mejillas se volvieron a sonrojar—, creo que no nos hemos presentado… —me tendió su mano— soy Ayleen.

—Ayleen es un nombre precioso… Yo soy Helen —contesté devolviéndole el gesto—. Llegando a esta sala el vigilante me avisó de que el museo cerraría pronto. ¿Le parece si seguimos la conversación en un lugar más tranquilo? 

—Por favor, tuteémonos ya —me dijo con menos seriedad que antes—. Aunque en realidad, debería irme a casa, no quiero llegar tarde al cumpleaños de mi madre. Aún así… me encantaría que volviésemos a vernos, Helen… 

—Me parece perfecto —respondí lo más amablemente que pude— ¿Me dejarías acompañarte? Es tarde y nunca se sabe quién hay por las calles… 

—Me parece perfecto —contestó de la misma forma que yo, riendo levemente. 

Caminábamos por la oscura calle. Era mejor acompañar a una dama hasta su casa que dejarla a su suerte entre el peligroso exterior. Así me había educado mi madre antes de independizarme de la sociedad actual.

—Por cierto, Helen… —habló después de unos segundos— De verdad que te agradezco que me acompañes. Eres muy caballeroso… 

—Me lo suelen decir mucho, aunque solo hago lo que cualquier persona haría, o al menos debería hacer —dije y Ayleen sonrió mostrando sus blancos dientes adornados con unos brackets plateados.

De repente, escuchamos un golpe estruendoso y metálico haciendo que nos detuviéramos en seco, procedía de un callejón.

—¿Qu-qué ha sido eso? —preguntó ella asustada. Llevó sus manos a su boca, tapándola por completo.

—Parecía una persona —contesté tranquilo—, tal vez necesite ayuda.

—¡H-Helen, espera! —Ayleen intentó detenerme extendiendo su mano, pero ya me había apresurado a entrar en el callejón.

Di unos cuantos pasos y Ayleen estaba tras de mí aferrándose a mi brazo izquierdo, mirando por todas partes buscando al autor del corto escándalo.

Escuchamos un leve gemido y miramos a la derecha, un vagabundo estaba apoyado en un contenedor de basura, su cabeza estaba pegada al contenedor y no se movía.

—V-vámonos… E-esto es peligroso… —Ayleen murmuró y se dio la vuelta soltando un chillido muy agudo, casi podía perforar mis tímpanos.

Me di la vuelta y la acallé colocando en su boca el pañuelo junto con el cloroformo.

—¿No podías haber sido un poco más discreto? —pregunté mientras Ayleen peleaba por su vida agitando las manos y tirando de mis brazos.

—Oye, no es mi culpa que las chicas griten al verme, ¡tienen buen gusto! —exclamó Eyeless cruzándose de brazos. Ayleen poco a poco fue perdiendo fuerzas y cayó entre mis brazos.

—E-es pesada…

—Ya, déjamela a mí —Eyeless la cargó en su espalda a caballito y seguimos caminando por los callejones de la ciudad hasta llegar a la zona forestal.

—Oh… Mataría por un kebab… —murmuró Eyeless, el olor inundó mis fosas nasales también— ¿Puedo hacerme un kebab con ella?

—No —contesté y mis tripas comenzaron a rugir—. Eyeless, ¿hay comida en la cabaña?

—Bueno… aún quedan riñones del otro que traje.

—Comida para mí —le miré serio y estiró su cabeza hacia atrás en señal de cansancio.

—Comida para delicados… No, no hay.

—¿No has podido robar o pedírsela a alguien?

—No, porque ya había visto que había comida. Se me olvidó la tuya —me encogí de hombros. No tenía caso enfadarse con Eyeless, ya que entraría en un círculo vicioso de frustración y se bloquearía mi creatividad como ha pasado unas tantas veces. 

—No importa, tal vez Liu me deje cenar hoy con él y Jeff.

Di por finalizado aquel intento de discusión y llegamos al bosque. Los proxys nos seguían con la mirada, seguramente eran los novatos llenos de curiosidad por ver a quién llevábamos. Hoodie nos saludó con la cabeza y se lo devolvimos.

Apresuramos el paso y abrimos la puerta de nuestra cabaña, Eyeless dejó a Ayleen en mi taller y se sentó en una silla. Le gustaba ver cómo creaba mi arte, dentro de lo malo, él me comprendía en cierto punto.

—¿Qué vas a recrear? —me preguntó y se quitó la máscara.

—Anatomical Angel, de Gautier d’Agoty.

—Ya… ¿Y eso es?

—Ya lo verás, Jack —respondí.

Me acerqué a Ayleen, ella aún yacía en el suelo tranquila. Era la mujer perfecta, justo como la de la pintura…

Comencé a quitarle los pantalones, luego las prendas de la parte superior y finalmente la ropa interior, dejando su Jardín del Edén expuesto.

Tiré de unas cadenas que tenía clavadas en el suelo y atrapé sus tobillos y muñecas con ellas, solo faltaba que estuviese en la misma pose para que fuese mi musa.

—Eyeless, quiero que Ayleen despierte. ¿Vino Nurse Ann antes?

—Sí, me dio adrenalina. ¿Es para esto, no?

—Sí —extendí mi mano y Eyeless me dio el frasquito junto con la inyección.

Me acerqué al brazo de Ayleen y con mis dos dedos logré encontrar su vena. Inyecté el líquido vía aguja y esperé unos segundos a que despertara.

—¡H-Helen! ¡H-HELEN! —Ayleen miraba a todos lados. Su respiración era agitada e intentaba mover las manos frenéticamente— ¿POR QUÉ ESTOY ENCADENADA? ¿POR QUÉ ESTOY DESNUDA? ¡HELEN! ¿QUÉ ME HAS HECHO? ¿POR QUÉ ESTOY AQUÍ?

—Eres mi musa —murmuré, mi voz resonó en la habitación. Ayleen arrugó las facciones de su rostro y dejó salir pequeños ríos de sus ojos—. No llores, Ayleen, no llores. Vas a arruinar todo… Ella no lloraba.

—¿PERO DE QUÉ DEMONIOS ME ESTÁS HABLANDO?

—La musa de Gautier d'Agoty, ella no lloró mientras hacían arte con su cuerpo. Tú debes ser igual, debes ser callada, gentil y obediente. Solo así quedará perfecto… 

—¡VETE A LA MIERDA, MALDITO PSICÓPATA! —Ayleen forcejeaba todo lo que podía tratando de romper su prisión. Miré a Eyeless y señalé con mi dedo índice derecho su bolsillo, él dirigió la mirada en esa misma dirección y me tendió lo que buscaba.

Me acerqué al rostro de Ayleen mostrándolo, ella, al verlo, lloró agonizando a pesar de que aún no la había tocado.

—¿Sabes lo que es esto? —pregunté de la forma más calmada posible.

—B-bisturí… 

—Hagamos un trato, ¿sí?

—¿V-vas a v-violarme…? —preguntó en un hilo de voz, negué varias veces con la cabeza.

—Ayleen, no soy esa clase de persona. Me duele que pienses que me quiero aprovechar de ti y más de esa forma. Solo soy un artista que quiere llevar a cabo obras de arte. No voy a tocarte un solo pelo en tus partes íntimas, eso te lo puedo prometer —ella alejó su rostro de mí levemente, estaba desconfiando—. Si te hubiese querido violar, no me habría tomado tantas molestias para traerte hasta aquí, lo habría hecho en el callejón y te habría dejado ahí mismo, ¿no crees?

—¿Y-y entonces por qué me has desnudado? ¿P-por qué estoy aquí…?

—Porque eres igual a una mujer de una obra que siempre quise representar pero nunca tuve con quién hacerlo. Si haces lo que te digo, prometo y juro que te dejaré marchar, solo déjame recrear ese cuadro y serás libre.

—S-solo… tengo que posar… ¿y-y ya…? ¿M-me dejarás ir como si nada hubiera pasado? ¿Así de sencillo?

—Así de sencillo —asentí con la cabeza y sonreí levemente tratando de darle confianza y tranquilidad, ella frunció el ceño y apretó los puños.

—Haz lo que tengas que hacer rápido… Quiero irme a mi casa… —Dijo con la cabeza gacha. Las k índice. Me acerqué a su brazo y volví a inyectarle más adrenalina pero sin sobrepasarme, no quería volver a esos movimientos bruscos del principio, solo quería que viese lo mismo que yo.

«Ambos compartimos el mismo amor por el arte, y más por el grotesco, sería demasiado egoísta por mi parte si Ayleen no pudiera disfrutarlo de la misma forma, desde los mismos ojos, en el mismo momento que yo».

Limpié el bisturí de sangre y me volví a acercar a la espalda de Ayleen, tomé con cuidado la primera vértebra y empecé a cortarla con sumo cuidado para no desgarrar alguna arteria, vena, órgano u otro hueso.

Una por una iban cayendo en mi mano y la espina dorsal perdía fuerza. Una vez que llegué hasta abajo, cayó el hueso y me alejé de Ayleen para admirar mi obra.

Comencé a sollozar. Lágrimas caían por mis mejillas, bañándolas de la suciedad que podría haber adquirido en el camino o maquinando mis obras, mi nariz fue taponada levemente por mis mucosas y mi garganta entorpecida por el sonido del llanto.

—E-es… E-es… E-es… N-no tengo palabras… Finalmente hice mi ángel… ¡Mi ángel! —una gran sonrisa adornó mi expresión y tomé rápidamente la cámara de fotos, luego Ben la imprimiría como todas las demás.

—A-Ayleen… A-Ayleen… —la llamé, ella giró levemente su cabeza hacia la derecha, mirándome. Mis manos comenzaron a temblar, temiendo la cámara por su vida, temiendo caer al suelo— L-lo hemos h-hecho… L-lo hemos conseguido… —apunté con la cámara y salió el flash. Miré rápidamente la foto y la imagen era tal cual a mi cuadro soñado— ¡E-eres perfecta, Ayleen! ¡E-eres perfecta! ¡Lo eres! 

Me acerqué a ella y le mostré la fotografía, ella parpadeó lentamente al verla pero su expresión no denotaba emoción alguna, estaba como… perdida.

«No puedo culparla, tal vez sea de las mejores representaciones de cuadros que jamás haya realizado, y encima ella fue tan obediente y buena… Se portó tan bien… Cada persona disfruta el arte a su manera, eso lo entiendo y comprendo perfectamente».

Ayleen poco a poco fue decayendo, la sangre bañaba el suelo y su cabeza chocó contra este. Sus ojos aún estaban semiabiertos mirándome. No había podido con tanta emoción que se desplomó.

—Muchas gracias por todo, Ayleen —seguí sonriendo y besé su cabello castaño—. Esto no habría sido posible sin ti. Aunque… —cerré los ojos y tragué en seco, mis comisuras bajaron hasta estar rectas— me habría gustado que hubieses participado en más… Ayleen… No sé qué me has hecho, pero, Ayleen… Ayleen. Esto no ha sido en vano, te honraré en cada pintura, recreación y cuadro que haga, te lo prometo y lo cumpliré. Justo como te prometí y juré dejarte libre y marchar.

—Pero… si está muerta… —Eyeless me miraba sonriendo, se movía levemente hacia arriba y hacia abajo hasta que su sonrisa se convirtió en una carcajada— No me parece bien prometerle a alguien que lo vas a liberar cuando desde el principio tenías en claro que no iba a salir con vida.

—Nunca dije que saldría con vida. Dije que sería libre y que podría ir a su hogar, pero no que lo haría viva. Sería muy estúpido que alguien creyera eso por muy desesperado que estuviese.

Eyeless carcajeó aún más, al punto que cayó de su silla y se agarró el estómago. Le miré fijamente tratando de comprender.

«¿Dónde estaba lo divertido?», pensé.

Salí de la habitación, no sin antes decirle a Eyeless que recogiera la sangre por mí y que no robara ni un mililitro.

Caminé por el frondoso bosque hasta llegar a la cabaña de los hermanos Woods. Toqué la puerta y Liu me la abrió a los pocos segundos.

—¿Bloody?

—Hola, Liu. Perdona por molestarte a estas horas pero… Eyeless se olvidó de comprarme comida y… —hice una pausa, a pesar de que Liu era mi amigo, no me gustaba aprovecharme de su confianza y amistad— Bueno… 

—Claro, pasa. Siempre habrá sitio para ti —Liu se hizo a un lado y entré a la cabaña, no sin antes decirle un “gracias”.

Jeff estaba en la mesa con su plato de comida, aunque en su mano derecha tenía un teléfono móvil moderno, estaba viendo la galería.

—¿Tienes teléfono? —pregunté sentándome frente a él, Liu se sentó a mi lado tras servirme albóndigas.

—¿Ah? —levantó la vista para mirarme y luego volvió al teléfono— No, no es mío. Es de Tenny.

—Y… ¿quién es Tenny? —volví a preguntar.

—Es… la chica rubia, una de las que secuestramos.

—¿Y por qué tienes su teléfono?

—Al parecer solo es para matar el tiempo —respondió Liu pinchando una bola con el tenedor y llevándosela a la boca.

—¿Por qué no tienes comida? —preguntó Jeff esta vez y dejó el teléfono en la mesa para comer.

—Oh… Eyeless se olvidó de conseguir comida. Estuve recreando una… obra.

—Recrear una obra —murmuró Jeff—. ¿Dices matar personas con la excusa de que copias un cuadro? —levanté la vista. Jeff nunca fue alguien interesado en el arte, pero diciéndolo así parecía que no fuese… nada.

—No le hagas caso, Bloody. Cada uno tiene lo suyo. Jeff lleva mirando por días el teléfono móvil de una adolescente que ha secuestrado y tú haces tus sueños artísticos realidad. Luego estoy yo que por la mañana soy sirvienta y por las noches asesino —sonrió Liu llevándose otra albóndiga a la boca y encogiéndose de hombros.

—Tampoco lo digas así, no eres sirvienta, es solo que… eres más… eres mejor que yo en tareas domésticas —intentó defenderse Jeff pero Liu rio negando con la cabeza.

—Claro, vamos a llamarlo así. El día que hagas el desayuno por más de una vez consecutiva o hagas tareas de la casa sin que yo te lo diga… Se acabará el mundo —Jeff rodó los ojos y seguimos comiendo en silencio.

A Liu le gustaba molestar a Jeff tanto como Jeff hacer chistes, eran tal para cual.

«Siempre me pregunté: ¿qué se sentirá tener un hermano? ¿O conectar tanto con alguien sin que a los cinco minutos acabe muerto? Justo como Ayleen…»

Curiosidad n°10: Cuando se recluta a un niño o adolescente muy joven, aprovechando lo manipulables que son, se les obliga a hacer los peores trabajos para corromperlos y atarlos completamente. De ahí que los nombres que les dan a estos novatos sean más oscuros. Por ejemplo, Vai significa maldad en guaraní.

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