9
Cuando uno es niño tiene la esperanza de que los padres nos den dulces a montones, pero nunca lo hacen. Son malos, decían.
Despierto y lo primero que veo es un pequeño bulto en mi almohada, doy la vuelta y tomo mis lentes del mueble, me los pongo y el pequeño borrón que noté ahora es una imagen más nítida: es un chocolate, la misma que mi madre me dejaba. Lo tomo entre mis manos y le quito la envoltura, estaba a punto de llevármelo a la boca pero me detuve, primero debía cepillarme los dientes.
-Te dije que te dejarían un chocolate. -Caleb ya estaba recargado sobre la puerta del baño, me habló cuando pasé a su lado.
-Entonces creo que comeré más para que me sigan dejando chocolates. -con sus brazos cruzados, sonrió.
En mi baño no había espejo así que me miré en el celular, hoy no amanecí tan despeinada como otros días.
-¿Cómo dormiste?
-Acostada, ¿y tú?
-Pero en serio que te volviste más graciosa, eh.
Reí.
Aquellas palabras me pusieron a pensar, era cierto que antes no hacía chistes a cada rato, pero ahora parecía que debía hacerlos o me hundiría en una depresión.
Me parece, cuando una persona se enfrenta a una pérdida, aunque no sea de alguien cercano, se comienza a replantear su vida; vivir lo que la otra no pudo hacer, vivir en serio, vivir con emociones.
Era una constante lucha entre ser quien era o dejar salir a frote lo que debo ser.
La envoltura roja sonaba cada que la tocaba, con desespero terminé de abrir el empaque; el olor del chocolate golpeó, inmediatamente, mi nariz.
Lo introduje a mi boca y de un solo mordisco hice desaparecer la mitad, mamá no estaba aquí, pero comer el chocolate que ella me ponía todas las noches me hacía sentirla conmigo.
-Es increíble que tengan de este mismo chocolate aquí.
-Sí, que gran coincidencia. -di una última mordida y me lo terminé, ahora quería más.
-¿Qué quieres hacer hoy? Podemos sentarnos en los columpios del jardín trasero.
-Eso suena bien, pero antes debo hacer algo.
Caleb hizo una mueca, pero no dijo nada. Lo que debía hacer era ir a la oficina y hablar de mi habitación, estoy segura que me dieron la peor.
Toque la puerta con mi puño. Una voz del otro lado hablo se hizo presente: -pase; dijo.
Una señora vestida por completo de azul tenía la mirada clavada en unos documentos, había varios papeles por todo el escritorio y otros cuantos en la silla.
-Perdona el desorden.
-Descuide.
-Soy Jenny ¿en qué puedo ayudarte?
-Necesito hablar de mi cuarto. Es un poco... -busqué la palabra adecuada para no sonar muy mal- desagradable.
-Hum. Todas las habitaciones son exactamente iguales y nadie se ha quejado.
-Pues a mí no me gusta. -Afirmé-. Principalmente el baño.
-Alguien pasara más tarde para checarlo.
No creí que fuera a decir algo más así que salí de ahí.
Unos chicos que antes no había visto se hallaban mirando televisión, se reían de lo que decían; y la pareja de ancianos que jugaban ajedrez -o damas- el día de ayer, estaban en el comedor con un plato de ensalada, debía ser parte de su dieta.
Dejé de mirar a las personas, si se daban cuenta que lo hacía, ellos podrían comenzar a notarme.
Caleb me dijo que me vería en los columpios, por lo tanto, llegue hasta donde se encontraban.
Un par de oxidados columpios estaban en el medio del jardín. Probablemente no aguantaría a dos personas -o a una-, pero me senté en el junto a mi amigo.
-¿Recuerdas cuando nuestras madres nos llevaban al parque? -cuestioné recordando esos momentos
-No podría olvidarlo. Siempre terminábamos todos llenos de lodo. -ambos reímos
-Sí. -exclamé- y nos mandaban a bañar con dos jabones diferentes.
-Jamás entendí eso.
-Ni yo.
Mis pies colgaban del columpio, ambas manos las tenía aferradas a las cadenas.
Los momentos que pasé junto a Caleb son mis favoritos, es bueno poder seguir haciéndolos, al menos por un mes más.
-No quiero vivir si no es contigo. -lo pensé y mi boca lo transmitió, mi voz sonó entrecortada.
Hubo un silencio, me quedé mirando mis zapatos. Creí que Caleb no lo había escuchado, pero habló.
-No puedes decir eso. Te extrañarían.
-Y yo te extraño a ti.
-Estoy contigo. Me estás mirando ahora, en cambio, tú familia no podría verte a ti.
No parpadeé por un rato, mi cabeza se inundó con los recuerdos.
-Quiero... Quiero que le digas a mis papás que los amo mucho.
-¿Qué? No digas nada, la ayuda ya viene.
-No, Cat. -tomó mi muñeca con su mano llena de sangre. -Necesito que me jures que se lo dirás.
Todo mi cuerpo temblaba, comencé a sentir frío.
-Lo prometo. -por fin hablé- Ahora resiste.
Su respiración era lenta, sus ojos parecían calmados, él sabía lo que pasaría y estaba bien, estaba preparado.
-¿Qué se siente morir? -cuestioné- ¿Te dolió?
-La verdad no recuerdo bien lo que sucedió. Recuerdo el momento del choque, luego te vi a ti, y después nada.
Sus ojos tenían cierto brillo, me gustaba verlo así; en cambio, los míos gritaban que estaba dañada.
Al menos ahora sabía que él está bien con lo sucedido, no importaban mis sentimientos, solo quería que estuviera bien.
-Ya no tienes por qué pensar en ese día, ni en los que vinieron después.
Bien podría dejar de pensar en ellos, pero no podría borrarlos.
Lo perdí, y me perdí.
El tiempo en el que estuve encerrada en mi cuarto era todo silencio y así prefería estar, quería que todo dejara de fluir; mi familia siempre iba a verme por turnos, no lo entendía, pero ahora sí: me aman. Y yo los amo, a partir de este momento todo lo que haga será para tener una buena vida con las personas que amo.
-¿En qué piensas? -me interrogó después de ver qué no abría la boca.
-Solo... Quiero estar bien.
Sonrió.
-Y yo te quiero bien.
Nos quedamos toda la mañana en los columpios, sentados sin movernos, solo conectándonos con el aire. Hablando de nada, sintiendo de todo.
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