6


El viento barre hasta con los sentimientos

Los golpes en mi puerta hicieron que abriera los ojos. No entraba nada de luz a la habitación lo que era extraño porque debían ser como las diez de la mañana.

—Señorita, Hat. —volvieron a tocar. Emití un sonido para que supieran que estaba despierta.
Pero parece que no le bastó ya que volvieron a tocar.

Salí de la cama y le abrí a quien fuera que estuviera tocando.

—¿Qué? —hablé de mala gana, entenderán que despertarme temprano no es algo mío.

—Perdón por despertarla, —comentó una empleada vestida de azul y con una coleta en cuanto me vio, tal vez pensó eso al verme despeinada.— El desayuno se termina en media hora, si no come ahora tendrá que esperar hasta las cuatro.

—Creí que ustedes traían el desayuno.

Supuse que debían hacerlo, sino ¿Cómo sabrían que cómo bien? Aunque, la verdad, prefiero ver yo misma la comida, no vaya a ser que me den otro pan verde.

—Así es. Pero tenemos un sistema en donde la primera semana el desayuno lo escogen ustedes y después nosotros hacemos una dieta basada en lo que necesitan y lo que les gusta.

Asentí.
Nunca he estado en un lugar como este así que supuse que es algo que hacen.

—Ahora voy.

La señorita sonrió y se marchó, doy gracias porque no vino la señora de anoche.

—Yo que tú, iría de una vez, lo bueno siempre se acaba antes.

—¡Oh, santa...!

—No termines esa frase, jovencita. —estaba cruzados de brazos y negando divertido.

—Tú...

—¿Sigo aquí? Sí. ¿Creíste que había sido un sueño, ah?

—Tal vez.

—Soy tan real como que te ves espantosa al despertar.

Fuí hasta el pequeño baño para enjuagarme, estaba sucio. Hice una mueca de asco y le abrí al grifo, cayó poca agua pero con esa me lavé la cara y la boca.

Levantaré una queja después.

—Vamos. —estaba por salir de mi cuarto pero Caleb me detuvo.

—¿Saldrás en pijama?

—¿Qué tiene? —me miré

—Nada. Me gusta, pero quizá a los demás les parecerá un poco escandaloso verte con esos pelos.

Tomé mi celular para verme reflejada en su pantalla.
Solo pasé mi mano sobre mi cabello para peinarlo un poco.

—Mejor —sonreí y me dirigí hasta el comedor.

Había unas cuantas personas mayores comiendo, un joven estaba sirviendo algo de una gran olla.
Me acerqué a él.

—¿Qué te sirvo? —sonó amable, no parecía ser más mayor que yo. Lo miré por un instante para después desviar la mirada.

—¿Qué es eso? No parece muy apetitoso. —me asomé a la olla que tenía algo rojo y espeso en ella.

—La verdad no sé, siempre pregunto pero no me dicen.

—Entonces eso no. ¿Tienes alguna fruta?

—Mmm... —lo pensó— déjame ver — se perdió trás una puerta, debe ser la cocina.— Una manzana. —me la entregó, estaba fría.

—Gracias. —di media vuelta y comencé a caminar.

—¿Solo eso? —el chico habló y tuve que ponerle atención.

—Es que debo guardar espacio para la comida. —para evitar que me dijera otra cosa caminé rápido hasta llegar al jardín.

El aire que circulaba en el ambiente traía un olor a flores, no flores de un lugar bonito, flores que pondrías en un funeral.

—Mira, una banca. —le hablé a Caleb pero creo que no debí hacerlo, una señora cerca de mí se me quedó mirando un poco extraño.

Un poco apenada y fuera de lugar, caminé hasta la banca de cemento junto a un árbol.

Unos pájaros hicieron sonar su silbido, traté de encontrarlos con la vista, sin embargo, no me fue posible.
Bien podría quedarme en este lugar un rato, estaba fresco, tenía sombra y nadie me molestaría.

—¿Por qué me miras? —me acostumbré a qué Caleb siempre me mirará por cualquier cosa, aún así me gustaba preguntarle.

—Estoy esperando.

—¿En serio? ¿Cuántos meses tienes? —pregunté asombrada. Reí.

—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! —rodó los ojos— Hablo en serio, quiero que te la comas.

—Ya entendí, mamá.

Le di una mordida a la manzana.
La señora, que anteriormente me había visto extraño, ahora estaba un poco más cerca de mí y me volvió a mirar mal.

¿Pero qué no tiene otro lugar a donde ir?

Alcé la vista al cielo, las nubes se movían pero parecían no querer hacerlo. Justo como cuando de niño te llevan a un lugar al que no querías pero ya que estás ahí te gusta y luego debes irte.
Una sensación de frustración, y a la vez, tranquilidad.

—Caleb.

—¿Si?

—Cuando regrese a casa, ¿te volverás a ir? —le cuestioné. Era algo que no había pensado.

—No estoy muy seguro, pero supongo que sí tendré que irme.

Perdí a Caleb por dos meses, y saber que dejaría de verlo en poco tiempo me hacía querer gritar.

—No tienes porqué preocuparte de eso ahora. Tenemos tiempo y hay que saber aprovecharlo, también recuerda que seguiré durmiendo en tu piso.

Soltó una risa.

Supongo tiene razón.

—No veo que te acabes la manzana.

—Sabe un poco raro. —le mentí y coloqué la manzana con una mordida a mi lado.

—Vamos por otra cosa.

—No, esperaré a la cena.

Comer no estaba en mis planes pero si decirle eso hacía que me dejara de repetir lo mismo, se lo seguiría diciendo.

Algo cayó en mi frente, miré arriba y otra gota cayó en mí.
La nubes que antes estaban blancas, ahora se tornaban grises.

Pronto llovería más fuerte, son las nubes llorando por no quererse ir de su lugar.

La pierna derecha me comenzó a temblar levemente, no sabía porqué.

—Creo que debemos volver adentro. —me levanté y me disponía a entrar pero otra idea cruzó mi cabeza. —O...

Caleb ladeó un poco la cabeza y espero a que terminara mi frase, aunque luego su expresión cambió. Supo lo que tenía en mente.

—Te vas a resfriar.

—Oh, vamos. Solo es agua, es como bañarse.

Mis piernas se empezaron a mover de un lado a otro, no tenía música pero era como si ellas la sintieran. Levanté mis brazos y los sacudí como loca, gotas más grandes empezaron a resbalar por mi rostro.

Caleb tenía una sonrisa en el rostro, me hacía querer enmarcarla.

De un momento a otro, ambos estábamos moviéndonos sin pista alguna, disfrutando solo de nuestra compañía mutua, sin temor alguno.






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