13
En ocasiones, un pequeño acto de bondad nos hace replantearnos la vida.
Mi madre tuvo que colgar, debía ayudar a mí padre con algo.
Los ojos de Caleb brillaban y yo sentía que en cualquier momento me quemarían; el sentimiento que habitaba en mi pecho esperaba con ansias gritar.
-Nunca viajaste.
-¿De qué hablas?
-Dijiste que una noche dormiste en mi cama -. Asintió- Y luego te fuiste a otros lados.
Volvió a asentir y su expresión cambio, no sabia a que quería llegar con mis preguntas.
-Sí, viajé.
-Eso no es cierto.
-¿Cómo dices?
-Tú jamás saliste de la casa ¿no es así?
No sé cual iba a ser su respuesta, y tampoco estaba segura de lo que yo creía, pero en mi interior rogaba para que fuera cierto.
Se relamío los labios, no sabía si en verdad su boca estaba cerca o sólo fue un simple reflejo de lo que solía hacer cuando se sentía nervioso.
-Es cierto. -una lágrima bajó por mi mejilla, me senté en la cama y tallé las palmas de mis manos en el pantalón-. Nunca me atreví a dejarte. Los más lejos que llegué fue a la feria del pueblo vecino, me subí a los juegos, pero no es tan divertido cuando los demás se sientan en ti.
-¿Entonces tampoco conociste la nueva casa de tus padres?
Negó con la cabeza.
-No tuve el valor para ver que habían dejado atrás sus vidas, sólo por mí. -se sentó a mi lado. -Intenté. Subí al coche con ellos el día que se iban, solo que... al ver por la ventanilla, me di cuenta que no quería alejarme.
-Y porqué dijiste que habías viajado?
-Quería verme interesante. -puso su mano en su nuca e hizo pose de modelo de revista. Reimos juntos, sabía que era broma.
-Ya, dime.
-Quería que pensaras que pude irme, que pude avanzar. Necesitaba que lo creyeras para que tú también intentaras dejar a un lado la tristeza que te consumía para seguir con tu vida.
Era lindo lo que Caleb intentó hacer, pero es algo que no puedo hacer. La tristeza que sentía al saber que ya no estaba conmigo era más fuerte que yo, me sentía una hoja de papel cayendo en un charco de agua.
-¿Tú ponías los chocolates en mi almohada, cierto?
-Temia que si no comias aunque sea algo, terminarias en algún centro de rehabilitación.
Miramos, al mismo tiempo, el cuarto casi vacío.
-Aunque creo que no resultó como yo esperaba.
-No. Pero, ey, al menos sirvió para que pudiéramos hablar otra vuelta.
-Es un punto a favor, pero esperaba que no tuviéramos que llegar a esto.
-Supongo que pude intentar con una Ouija, o ir con la bruja de la cuadra.
-¿Con Agatha? Siempre me dio miedo.
-Ja, a mi también.
Agatha era una señora muy mayor con una gran verruga justo en medio de la frente, y vivía con cinco gatos. Todo tipo de gente iba con ella cuando necesitaban una limpia, o algún embrujo; pero sobre todo, iban mujeres que había sido abandonadas por sus maridos por alguna otra mujer y querían que se vieran más feas.
🧩
-Dormiste toda la tarde, ¿quieres ir a los columpios?
- No lo creo, la última vez que estuvimos ahí no me fue muy bien.
-¿Entonces quieres ir al comedor?
-Umm... No, mejor vamos a quedarnos aquí.
-Como quieras, pero no hay mucho que hacer aquí.
-Podríamos dibujar.
Caleb levantó una ceja y miró fijo a Cat.
-Oh, cierto. Bien, yo podría dibujar y tú aprecias mis obras de arte.
-Dibujas feo.
Pasé por alto el comentario y empecé a dibujar en las hojas blancas que estaban sobre el escritorio.
De niña, mamá decía que podría ser una gran artista. Pero la verdad no veo de que modo lo sería, no tengo ningún talento, no sé cantar o tocar algún instrumento, tampoco sé escribir ni componer, en las manualidades era pésima y para dibujar, bueno...
-¿Es un hot dog? -aquí está la razón de porqué nunca me volví artista.
—¡No! Es una mujer con su abrigo. -sujeté, con orgullo, mi dibujo y se lo mostré más de cerca. -¿Lo ves? Este es su cuerpo y todo esto de acá es su abrigo.
—¿Segura que no es un hot dog? Se ve muy bien y muy delicioso.
Iba a empezar a decirle y explicarle sobre mi arte y la importancia en las emociones de las personas cuando tocaron a la puerta de la habitación.
—¿Puedo pasar? —Sebastian se asomó por la puerta.
—Ya es tarde. —Caleb se quejó.
—Ya estás adentro, ¿qué se te ofrece?
—No fuiste a comer. —miró por encima de mí la habitación, tratando de buscar algo.
—Aww, que tierno, se preocupa por ti —. Mi mejor amigo puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.
Sebastian alzó su mano y fue, hasta entonces, que noté que traía una manzana.
—Pensé que tal vez ibas a quererla.
Se la quité de la mano, esperé a que dijera algo más.
—Muchas gracias por traerla hasta aquí. —le sonreí por cortesía, no me caía mal, pero siempre interrumpe cuando la estoy pasando bien con mi amigo muerto.
—No es nada. —se balanceó sobre sus pies y se encogió de hombros un poco.
—¿Acaso tienes otra manzana para darme o...?
—Eso, sacalo de aquí.
—Oh, no. Eso era todo lo que tenía para ti.
Se dio media vuelta y estaba a punto de salir cuando habló.
—Lo siento, cuando iba a entrar no pude evitar escuchar que hablabas con alguien. —pasé saliva—Y cuando entré estabas completamente sola. La otra vez dijiste que te gusta hablar contigo, pero en esta ocasión sentí que en verdad hablabas con alguien sentir de la habitación, estabas tendiendo una conversación, pero nunca te respondías tú.
—¿Y porqué piensas que había alguien aquí? Pude hablar con alguien al teléfono.
—Lo dudo.
Miro en dirección al escritorio, justo a donde estaba mi dibujo de la mujer hot dog.
—¿Y eso porqué?
—Recuerdo unas palabras que te oí decir, dijiste y cito "¿Lo ves? Este es su cuerpo y todo esto de acá es su abrigo"
—¿Seguro que no estabas espiando pegado a mi puerta?
—Caty, sólo quiero saber que estás bien. —me sujetó por los hombros.
—¿Caty? Oh, no. Él no tiene ningún derecho de llamarte así.
La voz de Caleb sonó muy enojada y las hojas salieron volando por el lugar.
—Que extraño, la ventana está cerrada.
—Sí, bueno, no tan extraño como un empleado escuchando conversaciones privadas.
—Quiero ayudarte, dime con quien hablabas.
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