12


No recordar un momento no nos convierte en personas olvidadizas, nos vuelve especiales, eso quiere decir que tenemos la capacidad de soltar lo que nos hizo daño.


Los golpes fuertes te dejan marcas que recordarán toda la vida, pero yo quisiera que mi caída no hubiera sido así.
Traté de meter mis manos antes de estrellar mi cara contra el césped, sin embargo, me fue imposible.

—¿Me besaste? —Caleb me miraba y yo seguía haciéndole compañía a las hormigas en el suelo. En mis mejillas se podía ver mi vergüenza, pero no por haberme estampado.

—Eres un genio, eh ¿Cómo lo supiste?

Logré sentir sus labios por un segundo; cuando vivía ni una sola vez me cruzó por la mente la idea de querer sentirlos.

—Déjame ayudarte. —se arrodilló a mi lado e hizo el movimiento para agarrarme pero se alejó tímido cuando vio que no podía tocarme.

—¿Por qué me dejaste caer? —me levanté sacudiéndome las manos, la medilla izquierda me dolía un poco.

Me quité los lentes para revisarlos, por suerte no les pasaron nada grave.

—Yo no hice nada.

—Sí, eso me quedó claro.

En definitiva estaba molesta, ahora no sabía bien por cuál motivo, si por haberme caído o porque Caleb no me siguió el beso.

Tragó saliva.

—No fue mi intención, solo pasó.

Sacudí mi pantalón. Logré quitarle la tierra, aunque quedaron un poco manchados.

—Mejor voy a cambiarme.

Frunció el ceño, sabía que dije eso para olvidarnos de la situación. Podría estar dos días sin cambiarme de ropa, no importa si está más sucia que un vagabundo, y eso él lo sabía.

Daba pasos largos pero lentos hasta mi cuarto, pero en el camino una empleada me detuvo. Era la misma señora que me atendió en la oficina.

—Señorita, Catalina. La estábamos buscando.

¿Me estaban buscando? Sebastian pudo haberles dicho dónde estaba.

—Pues aquí me tiene. —extendí los brazos.

—Ya hemos hecho los cambios de cuarto, pasamos todas sus cosas a la nueva habitación.

¡Por fin! Iba a tener un cuarto decente, seguro que el que me dieron era alguna especie de bodega abandonada.

Seguí a la mujer hasta mi nueva habitación, estaba a solo dos puertas del que me habían dado al inicio.

Entré a ella y la señora se fue.
Tenía una cama un poco más grande, un mueble al lado con una lámpara, el escritorio enfrente tenía los cajones llenos de lápices y plumas así como unas hojas. La puerta hacia el baño estaba a un lado, la abrí y un olor a aromatizante me inundó la nariz, olía a limón, el lavabo estaba limpio y el espejo no tenía ni una sola mancha.

Era increíble tener un cuarto decente, al menos así me sentiría un poco más en casa.

Casa. No tiene muchos días que me fui de ella y ya la extraño como aquella vez que me fui de campamento por meses.

Marqué el número de mi casa. No atendieron enseguida, quizá estaban ocupados. Más tarde les llamaría o esperaría a que ellos lo hicieran.

—No tenías que dejarme así. —vi a Caleb parado cerca de la puerta.

—Y tú no tenías que aparecer sólo así, deberías tocar.

—Estás molesta.

—¿Y eso lo dedujiste tú solo?

—No entiendo porqué estás enfadada.

—No lo sé, quizá porque me dejaste caer.

—Yo no te dejé caer, me volví transparente o algo así, no sé.

—Pudiste evitarlo

—¿En serio crees que es así de fácil? No te dan un manual de como ser un buen fantasma. Aun no entiendo muchas cosas de lo que me pasa. —comenzó a desesperarse— Y eso deberías entenderlo tú, no es para nada normal que estés aquí hablando conmigo cuando se supone yo ya llevo más de un mes muerto. Así que ahora no vengas y trates de portarte indiferente conmigo porque no lo voy a aceptar, estoy aquí y si no fuera porque me necesitabas aún estaría viendo a todos hacer sus vidas mientras yo los extrañaba.

Sus palabras parecían pedazos de cristal, cada una de ellas te lastimaba más y más. 

Algo que odio de las personas es que por querer ser importantes o solo querer hacer una broma terminen lastimando a las personas. Ahora mismo me odio.

Los ojos, a mí parecer, son muy importantes. No solo sirven para que veamos, también no ayudan a saber cómo se siente una persona.

Y, en este momento, los ojos de Caleb me decían muchas cosas. Podía ver claramente su dolor pero su amor seguía prevaleciendo.

—No es necesario que digas nada.

—Pero quiero hacerlo.

Me senté en la cama, sentí que me sería más fácil si no me estuviera viendo pero alcé la mirada y abrí la boca.

—¿Vas a contestar? —cuestionó en cuanto mi celular sonó.

—Es mamá.

—Será mejor que contestes.

Necesitaba hablar con Caleb pero no podía negarle una llamada a mi madre.

Asentí.

—¿Mamá? Te marqué hace unos minutos pero creo que estabas ocupada.

—Sí, una ardilla se cayó de un árbol y la señora Frieddeman hizo junta por eso, ¿puedes creerlo? Una junta por una ardilla. Y ni siquiera se lastimó. —me dijo al otro lado de la línea.

No me sorprendía, la señora Frieddeman siempre ha sido así.

—¿Y qué pasó con la ardilla?

—Se fue. La habían puesto en una caja pero cuando terminó la junta ya no estaba, nadie vio cuando se largó.

—Bueno, quería ser libre.

—Sí, es lo que le dije a tu padre. También le dije que debió haberse ido cantando como la Frozen ¡Libre soy, libre soy!

Me causó mucha gracia lo que dijo pero solo solté una pequeña risa.

—Sí, es lo más probable, a las ardillas les encanta Frozen.

—Ah, cariño, les pregunté a tu padre y a tus hermanos sobre los chocolates que me dijiste.

—¿Sí? ¿Y quién fue el que los ponía?

—No fue ninguno de ellos.

—¿Estás segura? ¿Nadie? ¿Ni tú?

—Mmm... No, cariño. Quizá tú eras la que bajaba a medianoche y se los llevaba al cuarto.

—No. Estoy muy segura que yo no me los llevaba.

—Entonces debemos considerar la idea de que hay fantasmas en la casa. —comenzó a reír.

Un fantasma.

Miré a mi mejor amigo a los ojos.

Por supuesto, fue él.










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