10


El dolor de cabeza era terrible, parecía que todo daba vueltas, me punzaba y en cualquier momento podría explotar.

Unas señoritas estaban a mi lado, y escuchaba la voz de un hombre a lo lejos.

Mis párpados se sentían pesados; abrí la boca, la sentía un poco seca.

—¿Qué pasa?

Las personas se me acercaron tapando la poco la luz que veía, abrí los ojos y pude ver unas siluetas.

—¿Cómo te sientes? —interrogó el hombre

—Me duele la cabeza. —me la toqué— ¿Qué fue lo qué pasó?

—Te encontramos desmayada.

Traté de sentarme en la cama, pero no me lo permitieron.

—Quédate acostada. —una señorita me pasó un vaso con agua y una pastilla—. Bebe esto.

Me le quedé mirando un rato, me cuestioné si debía tomarla o no, al final lo hice, debía ser solo una pastilla para el dolor.

—¿Recuerdas algo antes de desmayarte? Si sentías algún dolor o...

La puerta se abrió repentinamente, mi madre entró por ella, estaba alterada.

—Hija. ¿Estás bien? —me abrazó y no pude mover mis brazos.

—Sí. —respondí

Tomó mis mejillas entre sus manos, inspeccionaba mi cara asegurándose de que estuviera bien.

—Seguro sigues sin comer. Tienes que hacerlo o te puedes...

—No, mamá, ya comí.

Estaba por decir algo, seguramente me reprocharía, pero alguien más habló.

Era Sebastian, que hasta el momento no había notado su presencia.

—Eso es cierto. Le serví dos veces. —mamá los miró y sus labios formaron una sola línea.

—Te ves mejor, las dejaremos a solas. —le hablaron a mi madre— Avísenos si necesita algo.

Asintió.

—Hija... —frotó mi pierna sobre la manta.

—Creí que ya sabías que había comido.

—No, ¿por qué lo sabría?

—Pensé que tú les habías pedido que me dejaran el chocolate en mi almohada, así como tú me lo ponías a mí.

—¿Chocolate? —parecía no saber de lo que estaba hablando. —No sé de qué me hablas.

Negó ligeramente con la cabeza.

—Hablo de los chocolates que me ponías en casa, al despertar siempre había uno en mi cama. Supuse que habías sido tú.

—No fui yo. —volvió a negar— Quizá uno de tus hermanos te los llevaba.

Me le quedé mirando un rato, en serio estaba segura de que ella me los llevaba toda la noche.

Y si eran mis hermanos, ¿por qué aquí sabían cuál era mi favorito?

—Ahora hablemos sobre lo que te pasó.

Cambió de tema, si le preguntaba luego a un empleado tal vez resolverían mi duda.

—No recuerdo que pasó. Estaba sentada en el columpio y luego... no sé, ya estaba aquí.

Es extraño, me balanceaba en los columpios con Caleb, no estábamos divirtiendo, pero después de eso no logró recuperar ni un solo recuerdo.

—Les voy a decir a los cocineros que te den cosas que te ayuden. También pediré vitaminas, eso te debe de estar haciendo falta.

Asentí; iba a decirle sobre los moretones, pero no quería preocuparla más de lo que ya se veía.

—¿Cómo están mis hermanos? —no había pasado ni una semana y yo ya les extrañaba.

—Oh, ya sabes, siempre haciendo travesuras. —reí, era cierto que mis hermanos sólo vivían para eso. Hubo un tiempo en el que debíamos disculparnos con todos los vecinos por todo lo que les hacían.

—¿Y papá?

—Quería venir, pero tenía trabajo. Te manda un beso así de enorme. —dijo y besó mi cabeza por más de medio minuto.

—Dile que lo quiero.

Sonrió.

Miré a mi alrededor, trataba de buscar a Caleb, pero no lo vi, ni lo escuché.

—¿Buscas algo? —cuestionó mi madre.

—No, no. Creí haber escuchado algo.

Podía ver por la ventana un ave volando en círculos, tal vez estaba perdida o buscaba un buen lugar para aterrizar.
Unas cuantas hojas caían del árbol.

—Ahora vuelvo. —oí decir a mamá y se fue.

—Caleb. —susurré.— Caleb. —volví a hablar, pero esta vez un poco más alto.

No obtuve respuesta. No entiendo a dónde se pudo ir, ni mucho menos entiendo por qué me dejó cuando me desmayé, es para que se hubiera quedado conmigo.

Seguía perdida viendo por la ventana cuando mamá volvió, traía consigo una bandeja con comida.

—Ten.

—¿Qué es?

—No preguntes, solo come. —me llevó el tenedor a la boca, era carne.

—¿Dónde está el agua? —la busqué cuando comencé a toser.

—No había, pero ahorita te la trae un muchacho. —asentí.

Me volvió a dar de comer en la boca, no sentía hambre, pero no podía hablar, cuando lo intentaba me llenaba la boca con más comida.

Alguien tocó la puerta.

—Adelante. —demandó mi madre.

Sebastian entró con un vaso de agua en la mano.

Se la dio a mi madre y salió.

—Aquí está el agua. Tómale.

El vidrio del vaso tocó mis labios y el líquido pasó por mi garganta.

Tenía un sabor extraño.

—No me gusta. ¿De qué es? —olió el agua.

—Debe ser de pepino.

Hice una mueca de asco. No me gustaba, aunque tampoco la iba a negar, no había de otra.

Mamá se quedó a mi lado hasta que me terminé toda la comida, o, mejor dicho, hasta que me hizo terminármela.

Luego de eso, comenzó a sacar la ropa de mi maleta, hasta ahora no lo había hecho yo, pero sí pensaba en hacerlo.

—Mira que desordenado tienes aquí.

No pude evitar reírme, no había nada aquí por lo tanto no podía estar desordenado, supongo que lo dijo para no perder la costumbre.

—No tienes por qué hacerlo, yo lo hago.

—Nada. Ya lo estoy haciendo yo.

Iba volver a hablar, pero tampoco evitaría que mi madre lo hiciera por mí, si a ella la ponía feliz a mí también.

Me acomodé mejor en la cama y me tapé más con la cobija.

—¿Tienes frío?

—Un poco.

—Esperemos no te enfermes, con eso de que ayer te mojaste mucho.

—No lo creo, después de que te fuiste me sequé enseguida.

Alboroté mi cabello. Y me acomodé mis lentes.

—Listo. —dijo una vez terminado de buscarle un lugar a mis cosas.

—Gracias.

A mamá siempre le gustó cuidarnos, cuando crecimos ya no pudo hacerlo como antes. Lo hacíamos por nosotros mismo, el que esté aquí debe hacerla sentir mal y quiere cuidarme como solía hacerlo.

Cuando se fuera la volvería a extrañar, no sé cómo puedo estar lejos de ella. 



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