CAPÍTULO 2.




En los últimos cinco días las noticias han estado saturadas, el planeta está en alerta roja debido a la gran filtración de condenados que ha habido no solo en la zona baja de los humanos, sino también en muchos territorios de seres mágicos, solo que allá si saben cómo defenderse.

Las ciudades del territorio humano han sido tomadas por gran número de guardianes con el fin de protegernos hasta que se solucione lo que sea que pase.

Si bien hubo notificación de presencia demoníaca, esa que Gab y yo vimos, dicho demonio no ha dejado rastro y no se ha podido eliminar, por otro lado, cumpliendo con su palabra, el Sargento Sam nos ha acusado con nuestros padres y Gabriel y yo estamos castigados.

Mi padre poco ha estado en casa, se va desde temprano y regresa por la noche, por ser parte del comité protector de los derechos humanos ha sido muy solicitada su presencia, por suerte mamá se ha quedado en casa.

—No puedo creer que a pesar de lo que está pasando el rey de los elfos celebre su cumpleaños — dice mi madre mientras observa la televisión.

En efecto, el evento del cumpleaños del rey elfo está siendo trasmitido en vivo. Mi hermano pequeño Mike observa con atención, sé que desearía estar ahí.

En tres días mi castigo será retirado y por fin volveré a ver a mi mejor amigo.

Papá siempre llega pasada las seis de la tarde, esta vez se presenta a las cuatro acompañado de cinco guardianes.

—¿Qué pasa? — le pregunta mi madre dejando de ver la televisión, Mike y yo quedamos atentos a lo que sucede.

—Han sido traslados a la ciudad de Saen— informa uno de los guardias.

—¡¿Qué?! — decimos mamá, Mike y yo al mismo tiempo, papá nos mira y agacha la cabeza, el guardián no miente.

Era de esperarse que mis padres siendo como son y ocupando el puesto que ocupan, abogarían por la clase baja ante tal crisis, los demás miembros del comité no estuvieron de acuerdo con la propuesta de mi padre para reubicarlos, lo despidieron, los contactos de mi madre no sirvieron para nada, nos habían dado la espalda, mi madre conservaría el puesto pero como era mi padre el humano y dado que había sido despedido, debería habitar el lugar indicado para personas en su condición.

En la clase baja hay una subclasificación, cero, uno, dos, tres y cuatro. A unos humanos desempleados les correspondía la cuatro, es ahí donde viviríamos.

A mí me había tomado por sorpresa todo, al igual que a mi madre, pero, estábamos de acuerdo con papá, lo único que me dolía era irme sin despedirme de Gabriel.

Mike, de diez años, por supuesto no lo entiende, no deja de llorar mientras mamá termina de empacar el resto de su ropa.

Esa misma noche tendríamos que marcharnos.

Me despedí del árbol de mi ventana y sin quererlo sus flores marchitaron, me sentí triste.

A las ocho partimos hacia la zona baja, la misma carretera hacia la ciudad de Saen que había tomado con Gabriel hace unas noches, miraba con nostalgia por la ventana.

Mis padres viajan en silencio.

—Hiciste lo correcto — le dice mamá a papá acariciando suavemente su mano.

Por breves segundos se miran, luego papá vuelve a la carretera que se ha vuelto casi completamente oscura, hemos llegado.

Las viejas calles de la ciudad se ven solicitarías, una que otra mirada curiosa se asoma por las ventanas de las casas, en Saen casi nadie anda en auto por lo que nuestra llegada debe ser una gran novedad.

Casi no reconozco la ciudad, algunos muros destrozados que estoy segura no estaba el día del festival obstaculizan nuestro paso, papá toma un camino alterno para llegar a la que sería nuestra casa.

En las calles hay muchos guardianes, me pregunto si siempre ha sido así, cada uno con linternas en la manos iluminan las zonas a las que la luz de las farolas no alcanza.

Uno de ellos nos detiene.

— Identificación — le dice a mi padre el guardián, es un hombre alto de unos treinta y tantos años, su rostro serio no muestra amabilidad alguna, <<Booz>>, indica el grabado de la placa sobre su pecho.

Mi padre pasa a Booz su identificación, el guardián después de verificarla se la devuelve y le indica que puede seguir con su camino.

La nueva y pequeña casa solo consta de dos habitaciones, me tocaría compartir dormitorio con mi pequeño hermano.

Nos dimos cuenta que hemos traído más cosas de las que necesitamos, de las que cabían en la casa, mi padre se encargó de guardar algunas cajas repletas de cosas en el pequeño sótano, quedó tan lleno de cajas que nadie podría entrar. Mientras ayudo a subir cajas, entre tantas cosas encuentro un viejo libro, pertenece a mi madre, lo hojeo y me entero de que es de hechicería, sin que papá lo note lo escondo debajo de mi blusa.

Mi padre sonreía como si todo estuviera bien, como si él se sintiera bien, Mike se había quedado dormido tras comer. Pasaba la una de la mañana cuando me acosté en mi cama, si querer desperté a Mike.

—Qué suerte que has llegado Heli, tenía una pesadilla — Habló mi hermano con su tierna voz adormilada y medio dormido se metió en la cama y me abrazó.

Mientras trataba de conciliar el sueño escuché a mi padre llorar y a mamá consolarlo cantando una nana. Me separé del abrazo de mi hermano y al igual que en la antigua casa me escabullí por ventana.

Siempre me pregunté cómo es que hacían las personas de Saen para saber que era hora de dormir si siempre estaban a oscuras, la respuesta era más que evidente, papá dice que durante el día enciende paneles que semejan de cierta manera la luz del sol y que en la noche el alumbrado constaba de unas simples farolas — Además, tenemos reloj, Helia, no es como si fuera otra galaxia — había dicho.

Gabriel estuviera fascinado con todo esto.

Ahora que estoy afuera me doy cuenta que salir en pijama y en pantuflas no ha sido buena idea, el frío es un tanto insoportable, aun así sigo caminando. Detrás de la casa hay campo abierto, grandes árboles se alzan a mi vista, la casa de mi vecino está rodeado por una enorme valla, como si escondiese un secreto en su jardín.

Diviso a un chico escondiéndose entre la hierba alta, por impulso hago lo mismo, el chico busca algo a su alrededor, creo que comprueba que no está siendo visto, por suerte no me ve.

El chico se acerca sigilosamente a la valla, por curiosidad le sigo con el mismo sigilo suyo para no ser vista, el chico era alto y estaba algo delgado, llevaba una mochila a su espalda, se movía de prisa y agachado.

Al momento de llegar a la valla el chico se puso de pie y con facilidad saltó del otro lado, apresuré el paso, la valla era más alta de lo que pensé, me fue fácil subirla, de tantas escapadas con Gab ya tenía algo de práctica.

El gran secreto de mi vecino tras la valla se trataba de un enorme cultivo de lo que parecían ser papas, busqué al chico con la mirada y lo encontré a gachas arrancando papas de prisa y guardándolas en la mochila mientras miraba de un lado a otro, era un ladrón.

Cuando su mirada choco con la mía ambos quedamos pasmados, sus ojos eran verdes y tenía un tez morena, debe tener más o menos mi edad, lentamente guardó una última papa en su bolso y salió corriendo.

—¡Espera! ¡Ladrón! — grité corriendo tras él.

El chico era muy rápido, incluso más que yo, corrió de prisa y saltó al otro lado de la valla con facilidad, me costó un poco de trabajo pero lo imité, una vez salté volví a gritar.

—¡Ladrón! — el chico detuvo el grito tapando mi boca con su mano.

Escucho como una puerta se abre, logro observar por un agujero en la madera de la valla a un señor algo subido de peso salir de la casa, lleva en la mano una escopeta, temí más por el arma que por el chico que estaba tapando mi boca mientras intentaba gritar.

— Shhh— me dijo al oído — calla, o nos oirá.

Era justo lo que quería, que me oyera, que me sacara del apuro en el que yo misma me había metido.

Mi vecino caminó rodeando toda la casa, miraba a los cultivos, se iba a acercar a la valla cuando el chico quito la mano de mi boca.

— Corre— me dijo echándose a correr.

¿Por qué estaba corriendo? Yo no había robado, ahora me veo corriendo detrás de un completo desconocido mientras mi vecino nos sigue.

—Aquí— dice y me toma de la mano arrastrándome al interior de una cueva.

Mi vecino nos pierde vista.

—Estás loco — digo con la respiración agitada.

—Lo lamento, pero eres tu quien me ha seguido, eres una chismosa— suelta.

— Y tú eres un ladrón— le digo.

Por su mirada parece dolido.

—Vaya, esa es una forma muy fea de decirlo— dice mientras se asegura de que las papas aún siguen en su mochila.

Intento irme pero el chico me lo impide, dice que tenemos que esperar un poco más hasta que el <<viejo>> se haya marchado.

—Te hubiera disparado — habla después de un tiempo en silencio — si no corres el viejo te hubiera disparado, le dispara a todos.

—¿A todos? — le pregunto.

—Sí, no soy el único que toma cosas de su jardín — dice despreocupado.

—¿Por qué lo hacen?

— Por diversión — dice sarcásticamente — lo hacemos porque tenemos hambre, ¿tú no eres de aquí? ¿verdad? — me interroga.

Me muevo nerviosa, no quisiera responder.

—Vengo de Mir— digo en tono bajo.

—Vaya, ¿Qué han hecho tus padres para que te envíen aquí?

—Defenderlos — Respondo.

Demoramos media hora más dentro de la cueva, han de ser más o menos las tres de la mañana, sino es porque el chico lo menciona no habría recordado que mañana sería mi primer día en la nueva escuela, estaba en último año al igual que el chico.

Me acompañó hasta a casa.

—Me llamo Simón.

—Helia— respondí.

A través de mi ventana observo como Simón, con su mochila en la espalda, lentamente se pierde en la oscuridad.

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