Capítulo 1

Doce años después, el reino Bakugo es un lugar concurrente y popular para todo ser vivo. La población está basada en betas y alphas, dándose casi por olvidada la existencia de otra casta inferior. Aquella que se vio en la obligación de ocultarse entre los betas gracias a la ayuda de medicinas ilegales en el reino, huir del país, o ser entregado como producto de calidad de fertilidad, es decir, dedicarse toda la vida a engendrar niños por los cuales no tendrán derecho a criar. 

Desgraciadamente, a causa del rey Bakugo, quien volvió al trono después de la muerte de su hija, la anterior reina, se ordenó capturar a todos los omegas antes que atravesaran la frontera y huyeran, dejándolos así, encadenados de por vida a una vida de horror y sufrimiento en sus nuevos hogares, siendo entrenados para vender sus cuerpos y seducir a los alfas y betas con prestigio.

Mientras todas estas desdichas sucedían, una menuda omega de pelo verde, huía hacia el país más lejano con un bebé de apenas unos pocos años en sus brazos. Un bebé, cuyo destino estaba marcado.

Midoriya Izuku, un omega varón, ha estado siendo cuidado por parte de su madre, la omega Inko Midoriya, desde que tiene memoria. Actualmente, y desde siempre ha vivido rodeado de naturaleza en una pequeña casita con apenas tres habitaciones. Una que su madre, rogándole a los dioses, pudo encontrar abandonada y en perfectas condiciones para empezar de cero su vida. Criando a su hijo al margen de las desdichas del mundo.

Izuku no entiende el por qué su madre es tan protectora con él. Todo lo que sabe lo ha aprendido de su madre. El piensa que su madre y él vivieron ahí desde siempre, no sabe acerca de las leyes ni las prohibiciones de los omegas no marcados en libertad. Por eso, el pequeño omega cada vez siente más curiosidad de lo que se encuentra fuera de los bosques que le rodean. Por ahora aun a sus dieciséis, solo sabe llegar hasta el límite del bosque, donde, para su desdicha, no encontró nada nuevo que albergar.

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-Izuku, cariño ¿Dónde estás?- Su madre miró a los alrededores de la pequeña cabaña, pero, por desgracia para su pobre corazón su hijo no se encontraba ahí. Le advierte cada día de los peligros que habitan afuera. Pero el omega salió curioso y deseoso de descubrir cosas desconocidas.

Una parte de culpa siempre invadía a la omega, ya que, por una parte, ella tenía la culpa de que su cachorro no tuviera amigos. Ya que, en el momento en el que huyó de su reino. Solo pudo llegar a parar a otro reino donde las leyes estaban cambiando, y estas indicaban bastante que los omegas no eran bien recibidos. Se dio cuenta por primera vez cuando, al ir por la comida de toda una temporada a la ciudad.

Cuando le arrestaron y obligaron a enseñarles el cuello, la zona más íntima y especial de un omega, para asegurarse de que estaba marcada. Ya que, de no haber sido el caso le habrían prácticamente secuestrado y entregado a un prostíbulo. Y ese destino no lo quería para su hijo. Su hijo era especial y lo supo en el momento en el que nació y pudo ver una gran cicatriz desde su hombro hasta la cadera. Esa que indicaba que, por mucho que oraran, el omega no podría cambiar.

-¿Mamá!, no te asustes, estoy justo aquí.- Inko rápidamente alzó la mirada encontrándose a su hijo  en una de las ramas del árbol. Asustada  y preocupada de que pudiera caerse, le gritó de inmediato.

-Izuku, ¿Qué haces ahí arriba?, baja ahora mismo, no eres un pájaro te puedes hacer daño.- Sabía que en sus orígenes ellos descendían de los lobos, pero su hijo no lo era, y si se caía iba a hacerse verdaderamente daño, y su única confidente, la curandera del pueblo que trabajaba ilegalmente ayudando omegas. Solo venía una vez cada tres meses a visitarlos y así, ayudar en el celo del omega. 

Inko aún recuerda lo doloroso que fue el celo de su cachorro, este usualmente, al ser el primero, tendría que ser leve y solo le duraría unos pocos días, como máximo tres, no habría ningún problema ya que se podría sobrellevar sin necesidad de supresores. Muy a su pesar Izuku era especial, y eso no fue para nada cierto. En su primer celo hace cuatro años, cuando su cachorro apenas rozaba los doce, su primer celo fue uno intenso con una duración de una semana entera. Y lastimosamente, así fueron todos sus siguientes celos, hasta que milagrosamente encontró a la Beta Uraraka Ochako quién, al ver la condición de Izuku, comenzó a prepararle unos supresores que conseguían calmar sus malestares, pero no detenerlos.

Por suerte las feromonas de Izuku se suprimían al tomar ciertas infusiones con plantas que la misma curandera traía. Excepto en sus celos, ya que en ese ciclo no había nada que las detuviera. Ahí era cuando Inko rezaba porque nadie descubriera a su hijo en el bosque. Y sus plegarias parecían ser escuchadas, porque su hijo actualmente  yacía inexistente para la humanidad.

- No te preocupes mamá, sé cómo bajar sin hacerme daño, ya no soy un cachorro.-Izuku empezaba a descender como un perfecto escalador agarrándose entre las cortezas del árbol. Una vez tocó el suelo se acercó a su madre para darle un fuerte abrazo que fue correspondido por su madre mientras le acariciaba la cabeza.

-Siempre serás mi pequeño cachorro.- Aunque el omega tuviera tan solo dieciséis años, este era muy inocente y tierno como para descubrir el mundo exterior. Su madre aún recuerda la cara asustada que puso el pequeño cuando le explico el verdadero significado tras el ciclo de celo en un omega. Básicamente la charla no pasó de la explicación teórica, ya que cuando su madre iba con toda la intención de enseñare con algunos dibujos como debía hacer con su cuerpo cuando estuviera en celo. El pequeño se negó a escuchar y se encerró en su cuarto unos minutos avergonzado de pensar que tendría que tocarse en el trasero cuando de este saliera aquel extraño líquido viscoso. Ya que el pequeño pensaba que, si lo hacía como su madre le dijo, se quedaría embarazado, por no saber nada relacionado con el sexo ni de los alfas o betas.

-¿Sabes que mamá?, hoy he descubierto que alrededor de este bosque crece una planta extraña  de color amarilla, he dibujado algunas.- Le enseñaba unos dibujos que el mismo había hecho intentando replicar  lo que había visto. Su madre sabía que su hijo siempre acababa en el límite del bosque, nunca le hizo gracia que indagara tan lejos, pero, mientras más le negara hacerlo, más curiosidad surgía de el y más veces lo intentaba. Al menos se quedaba tranquila al pensar que, el límite era lo más lejos que había llegado, y que llegaría. Inko supo de qué planta hablaba en el instante que empezó a mencionarla.

-hijo, eso es trigo, es una planta que se procesa en máquinas o a mano para hacer el pan y la harina.-  Explicaba viendo a su hijo embobado apuntando todo lo que le decían, su cachorro llevaba esa libreta consigo siempre, apuntaba todo lo nuevo que veía y hasta hacía el mismo los dibujos para reconocerlas más adelante. Gracias a eso, aprendió muy rápidamente sobre las plantas y ahora el mismo podía prepararse algún que otro medicamento supresor de emergencia.

-Por cierto, cariño, mañana marcharé a hacer las compras para esta nueva estación, no podemos sobrellevar el largo otoño en este bosque sin lo necesario.-le avisaba con intenciones de informarle que mañana tenía prohibido salir de casa.  Cuando salía y se alejaba del pequeño bosque, Inko no podía irse tranquila si sabía que su pequeño omega estaba a sus anchas por el bosque cual conejo haciendo de presa.

-¿No me puedes llevar contigo Mamá.- un gran puchero se instaló en su rostro -No haré nada que tu no quieras.-Izuku deseaba dentro de lo más profundo de su ser ver al menos un vez la ciudad. Era su único deseo. Y eso era muy evidente con tan solo ver el brillo de sus ojos al mencionarlo. Pero Inko sabía muy bien que con solo unos pasos fuera del bosque, les detendrían para ver si  son omegas marcados o simples betas. Y por mucho que las feromonas de su cachorro no salieran a flote gracias a la medicina. Era muy evidente con ver solo el bello rostro de Izuku y su tersa piel, el hecho de que él no era un beta. Es más, aun corría mayor riesgo, porque si de verdad les creían que era beta, cualquier noble querría casarse con él y arrebatárselo por su inigualable belleza.

-Izuku esto ya lo hablamos, cuando mamá sale fuera del bosque tú no puedes moverte de casa.-

-Pero eso es muy aburrido- Hizo un gesto demasiado grande rodando los ojos hacia un lado -Al menos podrías dejarme salir al rio a bañarme- divagó,  los dos sabían la respuesta a esas preguntas, pero igualmente Izuku lo intentaba.

-Izuku, eso es un no ¡si yo no estoy no puedes salir! ¡ Y se ha acabado!- sentenció su madre. A veces no lo entendía ni ella misma, sabía que su hijo era especial, pero este nivel sobrepasaba los límites, era el primer omega que veía que no quería pasarse todo el día encerrado en su nido, cualquier otro omega no se lo hubiera pensado dos veces y se quedaría de por vida en ese íntimo lugar pero, ¿Por qué no funcionaba en Izuku? La respuesta era muy simple, pero Inko aun no quería creerla. Un omega que tuviera a su destinado cerca, no querrá estar en otro nido que no sea hecho en la alcoba de su alfa, pero Izuku no debía conocerlo, o su destino empezaría  y eso no era nada bueno.

Antes de que ninguno de los dos omegas dijeran algo más, el sol desapareció  y estos solo pidieron entrar en la cabaña para cenar y dormir.


Al día siguiente, Inko ya no estaba en la cabaña, y eso solo podía significar una cosa para Izuku. Tendría que quedarse todo el día encerrado en esa pequeña choza a la cual llamaban hogar. No entendía nunca a su madre. Se empeñaba en encerrarlo cual cachorro herido en su hogar. No sentía que su madre lo entendiera en absoluto.

El ya no era un cachorro, y eso era algo que iba a demostrar. Sabía que a su madre le gustaban un montón las flores que crecían en el otro límite del bosque, una zona inexplorada a la cual solo se le permitía ir los días que venía su curandera Uraraka.  Sin saber el porqué de ese hecho, el diminuto omega se dispuso a ir  en búsqueda de las flores. Ya que serían su pasaje de ida a la adultez y su madre podría confiar más en él.

El camino era distinto a como lo recordaba, ya que hacía un año que no lo utilizaba debido a que, en el momento antes de partir hace un año, le vino su celo y solo su madre fue a por la planta. Quedándose él solo en su nido, el cual su omega no consideraba propio. Seguía todo recto, sin encontrar rastro de las flores. Usualmente ya deberían haber aparecido, pero no lo hicieron.

Este hecho se debía a que, cuando su madre fue hace un año a por las flores, estas ya no se encontraban ahí, en su lugar se hallaba un enorme edificio, una segunda residencia perteneciente a la familia real y a sus amigos. Y este hecho era desconocido por el omega, porque de haberlo sabido Inko sabía perfectamente que su hijo al ser curioso sería descubierto en el acto.

Izuku seguía andando tranquilamente teniendo cuidado con las raíces que sobresalían del suelo para no tropezarse. Cuando divisó el límite del bosque entro en pánico, las flores no estaban ahí, debía de haberse perdido, y eso era extraño, ya que se sabía el bosque de memoria como la palma de su mano.

En su lugar, al ver que era una zona desconocida para él, empezó a curiosear. Se detuvo detrás de un árbol y se asomó sin ser visto por fuera del bosque. Donde debería de haber un campo repleto de trigo como siempre alrededor del bosque como dijo su madre. Ahora él podía ver un enorme jardín y un gran edificio en el que estaba seguro era nueve veces más grande que su actual hogar.

En el jardín pudo ver como dos personas caminaban tranquilamente. Con solo divisar a esas dos personas el omega se escondió dentro de un pequeño matorral sin hacer suido alguno para no ser descubierto y a su vez poder seguir  observando. 

Esas dos personas eran bastante grandes a comparación con el omega, uno de ellos tenía el cabello puntiagudo y de un color parecido al atardecer, en cambio, el otro portaba una armadura como un verdadero caballero. Eso asombró al pequeño omega, quien estaba asombrado puesto que de pequeño siempre quiso ver a uno de los caballeros de las hermosas historias de su madre. De repente y sin previo aviso, el joven de la armadura pareció llamar a alguien que entró en la mira del pecoso muy rápidamente.

En el momento en el que el pecoso miró el rostro del nuevo joven, sintió un escalofrió de la cabeza a los pies. Su omega chillaba y rasguñaba en las paredes de su interior mientras exigía y demandaba captar la mirada de ese joven. Y a su vez la parte racional e instintiva del pequeño omega se encontraba observando a ese joven. 

Era un joven alto  que pintaba unos años más mayor que él. su cabello rubio cenizo y sus ojos rojos como rubíes combinaban a la perfección. A demás no vestía camisa alguna cosa que sin saber porque hacía que su omega interior se revolviera aún más considerándolo atractivo, sin aun saber el significado de tal palabra. Este solo portaba una capa hecha con algún material majestuoso. 

Antes de darse cuenta el propio omega, la medicina supresora que había ingerido en la mañana estaba fallando en su propósito puesto que unas cuantas feromonas se habían escapado de su cuerpo, haciéndole tensarse al instante, puesto que eso solo significaba una cosa.

Su celo se adelantó, y tendría menos de una hora en llegar a su hogar antes de caer en ese estado que tanta repulsión le causaba.

Rápidamente salió del  matorral sin tener cuidado con el sonido que causaba, haciendo que las personas de ese jardín se percataran de su presencia, y aunque gracias a los árboles, solo se viera su silueta, sus ojos verdes chocaron con unos carmesíes. Haciéndolo correr al instante, mientras un gruñido retumbaba del lugar que acababa de abandonar 

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Gracias a los dioses, Izuku llegó a casa sin caerse por el camino con alguna rama o raíz del subsuelo. En cambio, con solo dar un paso dentro de su habitación, sintió su cuerpo desfallecer, por lo menos había llegado a tiempo, y ahora tendría que soportar su largo y doloroso celo. Cerró los ojos con fuerza, poniendo la mente en blanco y rezando por la vuelta de su madre para poder ingerir las medicinas de su celo. 

Intentando calmar el dolor de su cuerpo mientras esperaba a su progenitora, deslizó sus manos arriba y abajo de su eje para intentar liberarse una vez e intentar liberar su cuerpo durante unas horas, pero, por más que repetía ese gesto, el pequeño no lograba saciar su dolor, su entrada palpitaba, exigía por algo que Izuku desconocía, y a su mente solo llegaban imágenes del joven cenizo que hace unos minutos yacía a pocos metros de él. Sin quererlo, ni buscarlo, el omega que se hallaba en el interior de este, pudo conseguir el control en el cuerpo de Izuku para poder al menos introducir uno de sus dedos en su ahora lubricada entrada intentando descubrir que era lo que le demandaba su cuerpo.

Los gimoteos y suplicas por parte del omega se podían escuchar desde el exterior de la cabaña, e Inko quien llegaba de la visita a la ciudad, se asustó de inmediato al escuchar a su cachorro, entró rápidamente a su hogar buscando desesperadamente al omega, quien se encontraba en su nido, esparciendo las feromonas dulces de un omega y a la vez agrias por la ausencia de un alfa. Uno que acababa de conocer apenas unos minutos.

En menos de dos minutos Inko ya había ayudado a Izuku a recostarse para darle su medicina.-¿Que ha pasado  cariño?- Estaba asustada de ver a su cachorro en ese estado teniendo en cuenta que el celo no se avanzaba a placer y menos cuando quedaban tres semanas para el del pecoso.

-Mamá- El omega gimoteó.- Lo siento, yo quería ir a por  tus flores favoritas pero cuando llegue no estaban.- Seguía gimoteando mientras apretaba su abdomen debido al dolor de su celo.- Y en su lugar habían unas personas, y cuando miré a uno de ellos, volví corriendo a casa y estaba entrando en celo.- Izuku cayó en un profundo llanto por la culpa que albergaba por no haberle hecho caso a su madre y a la vez por la ausencia de algo que su cuerpo necesitaba y exigía.

Entonces Inko se dio cuenta, El destino de Izuku había empezado, y por mucho que lo intentaran ya no podrían huir de él como antaño lo hicieron.

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