3. Encierro Eterno
Si algo aprendí de pequeña es que la vida te da padres para que te enseñen y eduquen como buenos niños. Te enseñan el camino correcto y los errores que debes de evitar pero ¿Qué me enseñó Kyusha? Me enseñó a odiarla, a despreciarla, a no escucharla.
En una ocasión me confesó que intentó tirarme a un pozo cuando tenía cinco meses de vida, desde ese instante en que presintió que no sería digna de llevar el apellido Billinghurst lo más sencillo que se le ocurrió fue deshacerse de mí, de no ser por mi abuela que se lo impidió yo estaría muerta.
Me gustaba aferrarme a los recuerdos positivos de ella, siempre fue retorcida y distanciada por lo que el odio es el sentimiento que más me identifico con ella.
–Te has endurecido con los años Zinaida –informó la monarca agotada al ejercer fuerza con cada golpe que ejerció.
–O tú te has hecho vieja con los años –espeté con la mandíbula apretada y las uñas rompiendo la piel de mis palmas al tener los puños cerrados.
Un fierrazo en mi rodilla izquierda me provocó caer a gatas producto de la velocidad y la fuerza del golpe. No me lo esperaba, ella siempre me golpeaba en partes del cuerpo donde el músculo absorbiera el impacto; esta vez esa bruja deseaba sublimarme, caer de rodillas ante su grandeza pero no le daría el gusto.
Volví a ponerme a pie, recta y firme para recibir sus golpes, en algún momento dejé de sentir dolor, permití que se desahogara, que estampara toda su furia sobre mí. Me encontraba en un estado de trance o de profunda meditación esperando a que acabara pronto para curara mis quemaduras.
Su don era inducir quemaduras tanto en humanos como en madera, no podía crear fuego pero si calentar metales. Curar quemaduras era sencillo, sin embargo llegó una instancia en que optó por dejar enfriar el metal y golpearme hasta dejar la carne en vida; de tanto morderme el labio me lo estaba desgarrando, lo sentí adormecido por el dolor.
–¡No volverás a ver la luz del día! ¡Zinaida! –gritó a todo pulmón mi agresora, agotada por el excesivo ejercicio al tener ocho meses de embarazo.
Arrojó de golpe el fierro golpeándome la nuca, lo que provocó que perdiera estabilidad y cayera fatigada sobre un montón de paja mientras ella cerraba la celda con candado y se marchara eufórica del lugar.
Cuando creí que se había marchado rompí a llorar con frenesí al sentir el intenso dolor recorrer por todo mi cuerpo, tardaría varios minutos, inclusive una hora si no me concentraba lo suficiente; partiría por mis piernas, eran las más cercanas a mí al hacerme un ovillo, mientras sentía como la sangre recorría por mi espalda en abundancia.
No tenía porque ver mis heridas, con mis temblorosas manos las logré tocar mientras que se me inundaban los ojos de lágrimas inhabilitando toda visión.
Las circunstancias de la vida me han condenado a cargar con este sufrimiento hasta que decida marcharme de este pueblo, hasta que mi corazón se vuelva un tempano y abandoné a mis hermanos con esa bestia, mi abuela no vivirá mucho más tiempo, en un par de años la muerte vendrá en su búsqueda y se la llevara de esta vida.
La tiranía de la monarca mantiene al pueblo en un brumoso silencio camuflando el miedo, cada palabra debe ser pensada antes de ser formulada porque una vez que llegué a los oídos de la líder el castigo por traición se verá presente en las cicatrices de aquellos que no tienen la posibilidad de sanarse, cargando con el recuerdo de su trágica decisión que lo abrumara y lo perseguirá por el resto de sus días.
El silencio abrumador era la melodía de cada mañana, despertaba con el afán de conseguir agua pero la desilusión era más fuerte y se acaparaba toda esperanza existente. He caído en el olvido y he permanecido rodeada de las penumbras contando las horas de mi liberación cuyo castigo jamás se levantó.
A estas alturas el dragón habrá acabado con las vidas de toda la aldea. He tenido que beber de mi propia orina para saciar mi reseca garganta ya que en las mazmorras no habitaban guardias, no los necesitaban. Los prisioneros iban por voluntad propia a las mazmorras al ser sentenciado por la monarca, algunos morían por inanición y desnutrición, otros por infecciones al no tratar las heridas abiertas.
Un ligero ruido de cadenas cayendo al suelo me puso en alerta, aun así el cansancio no permitió que me levantara de la cómoda paja y permanecí impaciente a que se aproximara aquel que se atrevió a entrar sin permiso en las mazmorras.
Nadie que no sea la monarca tenía el derecho de entrar, iba contra las reglas. Un viento voraz traspaso por los pasadizos llegando a refrescarme el rostro y respirar, aunque sea un poco de aire de las montañas; una escasa luz se aproximó a mi celda creando sombras en las penumbras y aumentando mi ansiedad por descubrir quien osó aventurarse y saltarse las leyes de mi madre.
Una figura detuvo sus pasos frente a mi celda y la luz de la lámpara deslumbró el rostro de mi hermano, el sufrimiento en sus ojos me indicó que una catástrofe a ocurrido en la aldea.
Kéldysh dijo mi nombre tragando saliva para preparase e informarme una trágica noticia. Creí que iba a decirme que todos en la aldea habían muerto por mi culpa, que nuestra madre había muerto al dar a luz, que los cazadores al fin lograron ingresar a la aldea para saquearla pero la notica era mucho peor.
–Svetlana está muerta –informó Kéldysh rompiendo a llorar.
Svetlana, mi hermana estaba muerta. Yo debí morir en su lugar.
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