2. Castigo Bestial

Mi madre, Kyusha es la monarca del pueblo, la que emite reglas y castigos, era la líder de la villa Lacrima di Drago un pequeño pueblo congelado en el tiempo para los viajeros y para el resto de la civilización. Hemos permanecidos ocultos por décadas y olvidados por los siglos, nuestra estancia es eterna, nadie tiene permitido marcharse de la aldea sin el permiso de la monarca o su castigo seria la exciliación.

No existe la posibilidad de hacer excepciones, uno de mis hermanos nunca volvió a poner un pie sobre estas tierras.

Yo estudiaba en la ciudad más cercana cuando todo ocurrió. No me entré de cuál fue la verdadera razón de su partida. Kéldysh sospechó que era por una chica, ya que en varias ocasiones lo encontró salir a hurtadillas de la aldea pero nunca nos explicaron nada. Mi madre nos ocultó la información con el pretexto de que algún día nos lo iba a revelar, ese algún día la lleva seis años. Dudo que vaya a decirnos algo.

–Pero madre, medita tus palabras –suplicó Kéldysh sujetando con fuerza mi mano–. ¿Es qué quieres perder a otro de tus hijos?

En nuestra familia éramos sietes hijos, tres varones y cuatro damas, Ilyin una de mis hermanas fue cazada por un dragón y jamás supimos de su cuerpo; los aldeanos sólo encontraron su ropa desgarrada y una de sus piernas, claramente no tuvo una muerte muy agradable y luego está Serkin, el cual no hemos tenido noticias de él en varios años.

A mi madre no le interesa perder a otro de sus hijos, de todas maneras ya está a punto de nacer un nuevo Billinghurst que reemplazará mi lugar. Siempre me he preguntado ¿Cómo somos procreados? Porque no tenemos padre pero mi madre continúa trayendo bebes al mundo.

–No permitiré tu insolencia Kéldysh. Vuelve al pueblo con tus hermanos –ordenó la monarca con el ceño fruncido.

Mi hermano refunfuño algo que no alcancé a captar dirigiéndose hacia nuestros hermanos menores, si bien, obedeció la orden de la monarca olvidó soltar mi mano, por lo que, marché a su lado rogando que fuera invisible por mi madre. Los milagros pueden suceder, es lo que pensé pero claramente este no era mi día.

–Zinaida ¿Dónde crees que vas? –rectificó la monarca al verificar mis vagos deseos de quedarme sola con ella–. Tenemos que hablar seriamente sobre tu conducta e irresponsabilidad.

Al escuchar las palabras "conducta", "responsabilidad" una impotencia que he guardado por años surgió desde el fondo de mi alma, me solté bruscamente del agarre de Kéldysh para enfrentarme a la líder del pueblo.

–Me hablas tú de conducta cuando eras tú la responsable de enseñarme cómo comportarme de pequeña pero nunca estuviste para corregir mis errores, nos abandonabas en las casas de nuestra abuela, vecina o de la curandera –recalqué con enfado tomando una gran bocanada de aire para continuar y no dejarla hablar–. Me hablas de responsabilidad cuando en nuestros cumpleaños mentías diciendo que asistirías y nunca llegabas ¡Tú no eres mi madre, sólo eres mi procreadora!

Si mis palabras le afectaron, lo supo disimular a la perfección, mantuvo su elegante postura y su irreversible expresión de hierro.

–Hija mía, me has decepcionado, no sólo a mí sino a todo el pueblo –aclaró con su rustica voz de hielo–. Se le cederá el puesto de monarca a tu hermana Svetlana ya que has cometido un error inaceptable.

–Esto es hilarante, madre, perdón, mi señora monarca porque antes que madre eres la monarca –deliberé con pesar ante la ironía de sus palabras–. Te facilitaré las cosas tanto para ti como para el pueblo, yo deserto de esta ald...

–¡No! –gritó Kéldysh horrorizado, apretando los puños con fuerza.

Creí que iba a agregar algo más a su negativa pero no lo hizo, estuvo con la mirada baja, mordiéndose el labio al estar conteniéndose de espetar palabras hirientes hacia nuestra madre.

Él era uno de los muchos que respetaban a la monarca y tener que cuestionarla, discutir con ella le causaba malestar pero era claro a quien prefería más. Tomó a Anton y a Polina de la mano y se los llevó a la aldea dejándome sola como todas las personas lo hacían.

–Sígueme –ordenó la monarca encaminándose hacia el lugar de mi encierro.

Al percatarse que no la seguí, ya que continuaba divagando mientras observaba el verde pasto detuvo sus pasos para resolver su duda.

–¿Vas a desertar y abandonar a tus hermanos? –indagó la monarca con ciertos indicios de maldad en su voz.

Siempre me preguntaba lo mismo, esta no es la primera vez que quiero desertar, ya se lo he planteado un millar de veces, lo único que me ata a esta aldea es la culpabilidad que sentiré cundo me marche, la sola idea de pensar que mis hermanos van a sufrir en sus manos me deshago de las dudas de marcharme.

Sin decir palabras la seguí a las mazmorras hasta las profundidades del lugar donde sería mi nuevo hogar. La oscuridad era iluminada por antorchas que creaban diversas sombras y por las paredes de gruesas piedras se filtraba una leve brisa fría que calaba hasta los huesos, sobre todo en las noches de invierno.

–Quítate la ropa –ordenó la monarca tomando entre sus manos un fierro de metal de un delgado grosor.

Encerrada en la sala de castigo volteé para quitarme mis delgadas telas y mostrar mi desnudes.

–Esto te va a doler –sentenció la monarca con su elegante voz.

–Más me duele que mi madre sea un monstruo –murmuré en la silenciosa habitación conteniendo mi gritó de dolor cuando sentí el primer fierrazo sobre mi espalda.

El escozor era pasajero cuando lo único que sentía era como el metal me quemaba la piel.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top