C A P Í T U L O 2
En Lemon Grove no habitan lobos.
Fue lo único que dijo el alguacil cuando vinieron a tomar mi declaración y cerraron el caso, mi familia se aseguró de que tuviera las mejores atenciones médicas y en cuanto estuviera fuera de peligro pude ir a casa, con la condición de guardar reposo. Me enyesaron casi el brazo completo porque me torcí la muñeca.
Suspiré por tercera vez en diez minutos intentando no desesperarme, contemplé la pulcritud de las paredes blancas, recordando la noche en que llegue a esta casa, parecía un sacrilegio pisar sus alfombras, era tan elegante con más cristales que paredes, moderna y muy diferente a la pequeña casa victoriana en la que vivía. El atisbo de una sonrisa escapa de mis labios al recordar la cara de Alessia al verme de pie en el pasillo con mi ropa sucia y despeinada, tan opuesta a ella, tan desecha y perdida. Sentí que este era mi lugar cuando le pedí a Diana que pintara rosas azules en el techo, con muchas espinas que se trepen por las paredes, supongo que era la expresión de cómo me sentía en aquel momento.
—No voy a perder otra semana de clases, cuando con esto es imposible que me lastime —murmuro levantando mi mano enyesada, la enfermera me estaba quitando la venda de la cabeza y mi mamá pretendía que siguiera acostada en cama por unos cuantos días—. No voy a soportar tanto.
—Hera entiende que es por tu bien, si no sigues las indicaciones del médico vas a tener que usar el yeso por más de un mes —arguye Diana alisando las arrugas de su vestido al levantarse, la enfermera nos mira de hito en hito—, ¿es eso lo que quieres?
—Mamá, estaba acostada en una incómoda camilla de hospital por una semana, sufriendo por todos esos extraños estudios que al final confirmaron lo que ya les había dicho mil veces. Estoy bien, es exagerado todo esto de enfermeras y reposo por una simple caída —suspire sonoramente y me crucé de brazos esperando que me respondiera.
—Está bien, pero Sir Tomas te ira a buscar temprano y si te sucede cualquier cosa, aunque sea algo insignificante vuelves a casa ¿de acuerdo? —réplica con insatisfacción, aún preocupada por lo que me sucedió y la desesperación con la que llegó al hospital para verme sigue apagando el brillo en sus ojos verdes. Paso las noches rezando junto a mi cama esperando a que me pusiera bien.
—Claro que sí —me acerqué a ella y besé su mejilla antes de ir a la cocina, ella se queda acompañando a la enfermera mientras esta recoge sus cosas.
Encontré a Sir Tomas tomando té y tenía un incienso quemándose en la isla. Eran parte de sus extrañas costumbres, decía que el humo le revelaba cosas y él té le ayuda a concentrarse—. ¿Tú si me crees verdad?
—Por supuesto, señorita.
—¿Entonces porque todos se empeñan en desmentir lo que digo? Todos insisten en que no hay lobos aquí, pero se lo que vi y eso era uno.
—Lo sé —se limitó a responder observando el humo desvanecerse en el aire. A veces me dan escalofríos al verlo, pero siempre me ganaba la curiosidad ante sus retóricas visiones que ni él mismo entendía.
—¿Y por qué no le dices a todos que tengo razón?
—Porque todo el cuerpo policial está ocupado en apaciguar las revueltas en las afueras del condado, no tienen tiempo para pasear por el bosque —espeta con indignación y bajo la mirada a mis manos—. Además, ¿quiere usted que empiecen a cazar y matar a unos animales que solo trataban de encontrar alimento?
—Si, y más si tratan de que yo sea su alimento. ¿Te imaginas que hubiese sido un niño pequeño caminando en el bosque al que hubiesen atacado? ¿O si él no hubiese llegado a salvarme?
—¿El? ¿Quién te salvó?
—No lo sé, no pude verlo claramente, una persona mató al lobo y era un hombre, porque lo escuche hablar, pero no entendí lo que dijo y... —me detuve cuando me di cuenta de que Sir Tomas me miraba como si estuviera loca.
—¿Tomaste alcohol esa noche?
—No, ¿Por qué lo preguntas?
—Porque ya veo la razón por la cual nadie cree lo que te paso. Parece la historia de la caperucita roja.
—Ahora te burlas de mí.
—No es solo que...
—Solo que piensas que estoy loca, o que el golpe me dejó mal, o solo era una adolescente más ebria en una fiesta.
—Nunca me referiría a usted con esas palabras —me mira escéptico casi ofendido, con ese típico gesto condescendiente que siempre intenta mantener cuando yo estoy enojada, chasqueé la lengua y subí a mi habitación sin encontrar ninguna otra motivación para continuar con la conversación. Incluso para mí misma sonaba como una historia absurda y confusa.
Subo a mi habitación para tomarme los medicamentos y darme un baño me visto con ropa deportiva y una sudadera donde no se note mi yeso. Me senté en el alféizar de la ventana para completar mis tareas pendientes mientras esperaba que mamá se fuera. Por un momento pensé en llamar a Madison para tratar de arreglar las cosas, pero ni siquiera porque estuve a punto de ser asesinada se pasó por el hospital para saber de mí, ni me llamó. Declan si fue, pero estaba dormida y solo me dejo una tarjeta y un peluche deseándome una pronta recuperación.
Nunca me había peleado con ellos, siempre hacía todo para que no hubiera conflictos, de repente a la menor circunstancia se aislaron de mí, supongo que nuestra amistad no era tan verdadera como pensaba.
Escucho un motor ponerse en marcha y veo que mamá atraviesa el portón delantero de la casa, de inmediato tomo mis cosas para ir a la cabaña, cuando voy bajando las escaleras me encuentro con Sir Tomas junto a la puerta.
—Me temo que no se le ha ocurrido una buena idea —suelta de pronto antes de que abra la puerta, mantiene sus manos detrás de su espalda y dan un paso más cerca de mí.
—Necesito saber que paso allí —musito a modo de súplica, abro la puerta y lo miro una vez más—. ¿vas a detenerme?
—No.
—Pues deséame suerte.
Salgo con prisa de la casa y subo a mi auto, aunque soy diestra y mi mano enyesada es la izquierda, me resulta un poco incómodo conducir con una sola mano. Atravieso el portón y en cuanto salgo de nuestra calle tomo la avenida que me lleva directo a las afueras de Lemon Grove. De un lado de la carretera puedo ver el bosque verde y frondoso alzarse, del otro extremo estaba el valle, a los lejos se veían las personas cultivando la tierra y más allá de las llanuras se veían los edificios destrozados, ya no había horizonte solo humo y un cielo gris.
Enciendo la radio y dejo la frecuencia, de pronto interrumpen la canción con una nota informativa.
—Esta mañana fue hallado el cadáver de un hombre de unos cuarenta años a orillas del lago Grossmont, todo parece indicar que fue un asesinato. La policía solicita la cooperación de cualquiera que tenga información sobre los hechos, no obstante, sugerimos que permanezcan en casa y eviten las áreas solitarias hasta que se aclaren los hechos.
Piso el acelerador al escuchar las noticias, el lago Grossmont estaba a veinte minutos de nuestra cabaña atravesando el bosque, siempre íbamos allí a patinar en invierno, pero recientemente se ha convertido en una zona perfecta para los delincuentes cometer sus fechorías.
En cuanto llego a la cabaña voy por el equipo de caza que tenía mi padre escondido, tomo la ballesta y algunas flechas para salir apresurada adentrándome en el bosque, el cielo estaba nublado y temía que me agarrara la lluvia en medio de la nada.
Con pasos firmes y decididos me abría paso como podía entre las ramas, mantenía la ballesta en alto observando todo mi alrededor, estaba alerta y asustada. Todo se veía igual, hojas secas, ramas y pequeños animales que pasaban sigilosos cerca de mí.
Camino perdida por algunos diez minutos hasta que pude ver los zapatos que traía aquella noche, estaban tirados junto a un árbol que me imagino fue con el que me golpee, me acerco un poco más y el rastro de sangre seca en la tierra era apenas perceptible, el olor a algo putrefacto invadió mis fosas nasales, sentí unas ramas crujir y antes de que pudiera darme cuenta alguien se estaba lanzado de un árbol cayendo perfectamente de pie justo frente a mí. Un chico más o menos de mi edad, o quizás mayor, vestido completamente de negro; su rostro me resultaba desconocido, pero en cierto modo familiar. Inmediatamente apunté a su cabeza con la ballesta.
—¿Qué estás haciendo aquí? —cuestionó con voz gruesa alzando sus manos. Es atractivo y esbelto, con facciones marcadas y cuerpo definido. Degluto saliva y escondo mi rostro detrás del arma, mientras el, poco perturbado se acerca unos pasos hacia mi sin bajar sus manos.
—¿Te conozco? —le pregunté confundida bajando el arma, él pasa una mano por su oscuro cabello que cubre parte de su rostro y es cuando siento mi valentía diluida en la inspección de sus ojos grises.
—No lo creo —farfulla de inmediato, el atisbo de una sonrisa se asomó a su rostro, pero rápidamente se esfumó se quedó expectante, haciéndome una seña de que no me moviera—. Viene la policía, tenemos que irnos de aquí.
—¿Cómo sabes que...? —mi pregunta fue respondida cuando escuché las voces acercándose, el muchacho comenzó a caminar bosque adentro y decidí seguirlo. Colgué la ballesta sobre mi hombro y avance apresurada.
—Han estado por aquí investigando después de lo que te paso —murmura sin dejar de caminar. Pronto me di cuenta porque me resultaba familiar, su estatura, su contextura física todo lo que podía recordar de esa noche encajaba perfectamente con su descripción.
—Fuiste tu —afirmo deteniéndome, él se giró mirándome confundido—, tu fuiste el que me salvó, mataste al lobo.
—¿Lobo? No hay lobos en Lemon Grove —dijo y se gira para seguir caminando, ambos nos detuvimos al escuchar un trueno, la lluvia me agarrara en el medio de la nada después de todo—. Era un coyote.
—No, se lo que vi. Eso era mucho más grande y robusto que un coyote —le indique, siento las primeras gotas de lluvia caer y maldigo en voz baja, si se moja el yeso probablemente tendré que llevarlo más de un mes—. ¿Entonces dónde está?
—No tengo idea —musita y sigue avanzando. La lluvia se hace más fuerte y aunque los frondosos árboles nos ayudan para sentirla menos, de todos modos, me estoy mojando. Miro al cielo preocupada, nos habíamos alejado demasiado y regresar para encontrarme con los policías generaría muchas preguntas, que terminarían en una llamada a mi casa y en un inevitable castigo—. Vamos, puedes esperar que pase la lluvia en mi casa.
—Gracias, pero no acostumbro a visitar casas de desconocidos —respondí con escepticismo. El me mira como si fuera lo más ridículo que había escuchado en su vida.
—¿Desconocidos? Soy Jason Wolfgang, el compañero de tu amiga Madison en la clase de química.
—No recuerdo haberte visto en la escuela —respondo, sí recuerdo que Madison me dijo que no sería mi compañera en química porque un atractivo chico al final del aula estaba solo, pero nunca le di importancia, ni me fije en quien era.
—Eso es porque siempre estás en tu burbuja y no te detienes a ver tu alrededor, Hera Rosewood —desvío la mi mirada al suelo sintiéndome abochornada por sus palabras, nunca me he creído más porque vivo con una familia adinerada, pero al parecer los demás no lo ven así—. Si hubiese querido hacerte daño, hubiese aprovechado cuando estabas inconsciente.
Jason no espera mi respuesta y comienza a caminar, lo sigo en silencio y a pocos metros nos topamos con las puertas del Harbinson, un antiguo hospital psiquiátrico que cerraron hace más de medio siglo, porque los doctores torturaban a sus pacientes. El lugar es tétrico y aislado, se ve muy viejo para estar habitado. Rodeado de verjas de hierro que los árboles han forrado y un camino de ladrillo mohoso y quebrado.
—¿Vives aquí? —susurré asustada, este lugar estaba rodeado de nada, hectáreas de árboles en el medio de la nada.
—Si, mi familia lo compró en una subasta y lo habilitaron para poder vivir aquí, además de nosotros, vivimos con personas que no tienen hogar —dijo y en ese mismo instante la puerta se abrió. Entramos y lo primero que alcance a ver fue un jardín muy bien cuidado, luces encendidas y vehículos aparcados afuera. Los edificios interconectados del hospital se alzaban unas cinco plantas frente a nosotros.
—¿Entonces esto es una especie de asilo de indigentes?
Jason hizo una mueca, que prefiero tomar como una sonrisa, se quitó su chaqueta y nos cubrió con ella mientras caminábamos a la puerta principal.
—No exactamente, trabajamos en conjunto y tenemos buena estabilidad económica, no tan buena como la de tu familia, pero nos alcanza para mantenerlos a todos. Ya vivíamos aquí antes de la crisis pandémica y la explosión.
Jason abre la puerta y por dentro parece una casa, una enorme casa con muchas habitaciones. El lugar es bonito y mucho más moderno de lo que luce por fuera, en cuanto entramos todos se quedan mirándome extrañados, les doy una pequeña sonrisa nerviosa y Jason toma mi brazo para conducirme al segundo piso, atravesamos otro pasillo hasta llegar a una habitación. Entramos y de un armario saca unas toallas.
—Tienes que cambiarte esa ropa —me dice pasándome una toalla, dejo la ballesta en el piso y trato de escurrir un poco el agua de mi cabello, me quito la sudadera para ver las condiciones de mi yeso y por suerte está seco.
—Estoy bien, gracias —musito sentándome en el alféizar de la ventana, él se quita la camiseta y sus botas mojadas lanzándolas a una esquina, siento como me ruborizo y me giro a mirar a la ventana envolviendo mi frío cuerpo en la toalla. No puedo seguir apartando la mirada tras ver un tatuaje en su espalda de unas marcas de garras plateadas.
—En cuanto pase la lluvia puedo llevarte a la cabaña de tu familia —siento como mi cuerpo se tensa cuando se acerca a mí, es una sensación extraña, como si el calor de su cuerpo me atrajera. Alguien toca la puerta y él se aleja a abrir. Una mujer de no muy alta estatura y pelo castaño claro entra con dos tazas humeantes, le pasa una a Jason y luego camina hacia mí.
—Lamento que los haya agarrado la tormenta, le traje té para evitar que se resfríen —se acerca a mí y me extiende una taza con una sonrisa cálida—. Supongo que tú eres Hera.
—Gracias, si soy yo —acerco mi rostro a la taza y el olor es muy similar a los que prepara Sir Tomas. Ella me mira fijamente mientras pruebo la infusión.
—Jason me contó lo que te sucedió aquella noche, ¿Cómo te sientes? —pregunta sentándose junto a mí en la ventana. Con la familiaridad que me trata y por la edad que aparenta asumo que es su madre, solo unas pocas facciones de ellas se asemejan a las de él.
—Ya estoy mejor, solo fue un susto —respondo con una sonrisa, tomo un sorbo de té y miro a Jason, él está texteando en su teléfono por lo que vuelvo mi mirada a su mama—. Gracias por el té, señora Wolfgang.
—Llámame Claire, aún no estoy tan vieja para que me digan señora —ella se levanta de pronto y camina hacia la puerta—, te iré a buscar ropa seca.
—No es necesario, gracias. Ya pronto pasa la lluvia y me iré a casa.
—Nada de eso, no queremos que te enfermes —réplica antes de salir apresurada.
—No acepta un no como respuesta, te lo digo por experiencia —dice Jason antes de entrar a lo que parece ser el baño. Me levanto y camino por la habitación observando lo simple y rústica que es, sin fotografías, ni libros. La mediana cama ocupa la mayor parte del lugar, una mesita con una lámpara de escritorio y un armario que cubre toda una pared.
—¿Tengo que asustarme porque le hablaste de mi a tu mamá? —inquiero alzando la voz, esperando que me haya escuchado.
—Se imaginó lo peor cuando me vio manchado de sangre a esas horas de la noche, tuve que decirle lo que había pasado —respondió saliendo del baño, escucho una llave abierta y pronto una nueva duda surge en mí.
—¿Qué estabas haciendo en el bosque esa noche?
—Lo mismo que tú, buscando a alguien.
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