Atrapado en el tiempo

Son las 8:00 menos un cuarto de la mañana en el «Centro de Investigaciones Quantum», en la ciudad de Nuevo México. Los Párbunes se encuentran emocionalmente igual que yo, pero eso ellos no lo saben. Pronto se darán cuenta de mi existencia. En este momento, los equipos electrónicos están en plena actividad. El Párbun, llamado John Kuznetsova, jefe del equipo, ordena alinear los reactores. La pantalla quantum debe alcanzar la energía óptima para abrir el portal. Cuando eso ocurra, yo estaré en su interior. La prueba consiste en lanzar una sonda hasta marte y traerla de nuevo. El artefacto está provisto de medidores que registrarán el tiempo de ida y regreso del pulso. Este debe durar una fracción de suspiro. Sin embargo, los datos proporcionados por mi dispositivo a sus computadoras, abrirán una compuerta en mi burbuja en lugar de efectuar el lanzamiento.

Los Párbunes protegen sus ojos con gafas anti deslumbramiento y los oídos con cubiertas anti acústicas. Los poderosos mecanismos electrónicos comienzan a zumbar, luego de pocos suspiros. El zumbido se convierte en un rugido casi apagado que va aumentando gradualmente. El rugido crece tanto que un Alfa sin la protección anti acústica habría perdido el conocimiento rápidamente. La luz del portal se intensifica llegando a la intensidad del sol amarillo. En las pantallas de las computadoras, las curvas indican que el portal se abrió y se cerró. La «Operación ha concluido exitosamente», señala finalmente el computador. Pero algo extraño ha ocurrido; permanezco aun en el interior de la burbuja. Noto que los Párbunes se despojan de las gafas y miran en dirección mía. Están boquiabiertos, pero no sé si es por mi causa.

—¿Pueden verme? —dije en su idioma.

Mi voz resultó trémula por la agitación y por la conmoción.

Ellos se quitaron los protectores acústicos y comenzaron a rodearme, como cuando los Alfa de las cavernas cazaban a una presa y se aprestaban para cortarla en pedazos y dividírsela.

—¡Santo Dios! —exclamó una de las mujeres Alfa del equipo de Párbunes—. ¿Quién es usted? —se atrevió a interrogarme.

Vi a mí alrededor y supe que algo andaba mal. Bueno, quizá no mal, pero sí fuera de lugar.

Caminé hasta uno de ellos, hacia John Kuznetsova y pregunté:

—¿Pueden escucharme? —creí conveniente generalizar la interrogación.

Él me miró, volteó su rostro a uno y otro lado, como buscando una salida de emergencia para usarla en caso de necesitarla. Pero refrenó su instinto de huir.

—¿Quién eres? —preguntó nervioso.

—Me llamo Thala Erk y vengo de un mundo llamado Acuaria. —Respondí.

—¿Nosotros te hemos traído? —dijo un Párbun joven, acercándose por un lado.

Su temor parecía diluirse gradualmente.

—No, yo he estado en vuestro mundo desde que vosotros surgisteis en él —expliqué.

Todos caminaron lentamente hacia mí, las muecas de espanto se transformaron en una risa tímida e incrédula. Estaban excitados por nuestro encuentro, excitados al igual que los indicadores de mis instrumentos. Miré los indicadores. El cuerpo categoría 12 estaba penetrando en el sistema solar. La señal era inconfundible. Me había equivocado al suponer que nada pasaría, que el cuerpo se alejaba. El mortal encuentro entre los dos titanes siderales resultaba inevitable. El sol se veía atacado por un gigantesco cuerpo errante, que durante millones de ciclos vagó por el espacio en busca de un formidable choque.

Levanté el rostro, me llené de desilusión y mis ojos de lágrimas, algo que nunca conocí e imaginé que podría ocurrirme.

—Debo deciros: no podéis estar en paz con otros mundos si primero no lo estáis con vosotros mismos... —me apresuré a decir.

Presentía que si no se los decía ahora, no lo haría nunca. Quería convencerlos.

El Párbun joven humano se aproximó con la mano alzada, quería estrecharla con la mía. Él estaba emocionado, con esa misma emoción con que estrechan la mano de un famoso actor de cine, o de un cantante o de un presidente.

El cuerpo interestelar había arrojado de sus órbitas a los planetas más alejados de Júpiter.

Cuando su mano tocó la mía, el cuerpo categoría 12, pasaba a una distancia del sol, tan solo un poco mayor que la distancia de la órbita de Tércica.

Los demás Párbunes siguieron el ejemplo del primero.

—¡Bienvenido a nuestro mundo! —dijeron.

—Mi burbuja me aspiró, me tragó como un agujero negro. Entonces comencé a alejarme en el tiempo y el espacio —relaté a Thongo Kan, jefe de los Párbunes de Acuaria—. Un sueño incontrolable se apoderó de mí, pero en mi sueño, soñé a Tércica convirtiéndose en Acuaria. Pude ver la órbita de Tércica volviéndose inestable y comenzar a desplazarse alejando a la Tierra cada vez más del sol.

—«Fue como si la cuerda que la mantenía girando en torno de la estrella se hubiera roto» —dijo Thongo Kan, leyendo los escritos de la parte secreta del Tajma Unma que solamente los Párbunes ancestrales conocían—. «La superficie terrestre se quebró. Crecieron enormes volcanes que envolvieron con incandescente lava el planeta. En su lento escape, la Tierra iba abandonando en el espacio parte de su masa. La atmósfera y el agua se fugaban, pero nuestro planeta luchaba por retenerla arrastrándola como una larga cola gaseosa y de cristales de agua.»

«Una burbuja espacio-temporal-dimensional había envuelto una pequeña parte de la ciudad de Nuevo México como consecuencia del experimento realizado. El cataclismo destruyó todo el mundo, pero a esa pequeña fracción de Tierra no la tocó.»

«Después de miles de años, lo que quedó del planeta, se detuvo finalmente en la órbita de marte, quedando ambos mundos como dos planetas hermanos, uno y otro, en sitios opuestos de la órbita. Los pocos supervivientes humanos, después de millones de años, cuando la tierra se hubo recompuesto, encontraron la forma de escapar de la burbuja y emprendieron la reconstrucción de su mundo al que llamaron Acuaria, en honor del ser que se presentó para tenderles la mano en el momento de la gran hecatombe.»

«Todos los humanos decidimos recomenzar partiendo de la buena voluntad y, si por acaso no se pudiera lograr solo por la buena voluntad, decidimos manipular los genes de nuestras descendencias y eliminar el gen productor del instinto de agresividad. Fue posible debido a que teníamos años de experimentar con el mapa genético y manipular las características.»

«Desde aquel año del gran caos, el cataclismo final de la humanidad, el fin del mundo, han transcurrido millones de años» —Thongo Kan hizo una breve pausa para mirarme con una solemne paz en sus ojos, luego continuó leyendo—: «Desde ese día hubo verdadera paz en el mundo. Olvidamos la historia de nuestra Tierra por estar llena de violencia, por tanto, no dejamos nada escrito, ni imágenes y ni audios, para que nunca fuera recordada. De aquí en adelante todo será nuevo y bueno. Y que así sea por siempre.»

Cuando terminamos nuestra conversación, el Consejo de Párbunes Ancestrales, me conminó a no decir nada de todo lo registrado por ahora. Por cierto, ellos se quedaron con mis registros.

Al salir, Latha Erk, mi compañera, y mi linaje me esperaban afuera. Estaban felices de verme al igual que yo de verlos y extrañarlos. Si supieran cuánto los extrañé.

—¿No se pudo realizar el viaje? —me preguntó Latha, con suma curiosidad. Ella ansiaba que le relatara cómo era el mundo al que viajé—. Te ausentaste por un breve tiempo nada más.

—Sí, estuve solo un momento en su mundo —le respondí—. Es un mundo hermoso, pero ya está poblado por buenas personas.

—¿Personas? ¿Qué son personas? —me interrogó Thala I, mostrando también mucho interés.

—Son como nosotros... Me atrevería a decir que así debieron ser nuestros ancestros.

—¡Ah! —exclamó mi hijo.

Entonces, tomé con dulzura la mano de mi amada Latha Erk —ella lo notó—, mientras abracé con la otra mano a Latha I, mi hija. Latha Erk hizo lo mismo con Thala I, y nos fuimos caminando lentamente.

Reflexionando, estoy completamente seguro de que se trataba de una "bolsa temporal"; una anomalía poco usual en el universo. Los grandes escritos de los antiguos sabios hablaban de espacios cuánticos donde el tiempo era capturado y retenido indefinidamente. Resultaban de la desintegración repentina de gigantescas estrellas azules pertenecientes a sistemas múltiples. Las increíbles fuerzas producidas generaban campos gravitacionales tan intensos, capaces de inmovilizar el tiempo en el espacio entre los soles ahora convertidos en partículas subatómicas... Realmente, nada de eso importa.

FIN 



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