Al salir del aeropuerto de Kalos Satoshi volvía pensando muy seriamente. Nunca antes había estado tan cerca de ganar una liga regional, pero aún así había perdido. Ya llevaba seis años viajando por diferentes regiones y en todas el resultado siempre había sido el mismo: derrota.

Acarició a su pokemón eléctrico el cual dormía plácidamente sobre sus piernas mientras en la ventana las nubes se iban reemplazando paulatinamente por el verde de los campos de Kanto embarnizados por los tintes naranja de sus atardeceres.

—He sido un tonto —Se dijo a sí mismo mientras desviaba la vista al suelo—, no puedo cumplir mis sueños si vivo huyéndoles. Cada vez que abandoné a mis pokemons y dejé un suelo por competir en otro sitio lo que en verdad estaba haciendo era huirle a la vergüenza de haber perdido. Debo afrontarlo y vencer sobre mis derrotas del pasado si quiero tener el futuro que deseo. No puedo ir a una región nueva, es tiempo de volver, de ganar y de no rendirme hasta el final.

Se bajó del avión con un pikachu somnoliento sobre su hombro y caminó tranquilo. Las fragancias de su tierra le inundaban los pulmones trayéndole una energía renovada y nostálgica.

—Muy bien amigo, esta vez volveremos a competir en la liga de Kanto.

—¿Pika?

—Lo sé, acabo de decidirlo. Debemos superar todos los desafíos que tanto estuvimos postergando. Vamos a recorrer todos los gimnasios nuevamente y a enfrentar a cada líder y nos volveremos invencibles. Lo haremos por nosotros, por todos los que nos acompañaron en el viaje, cada pokemon, cada nuevo amigo, cada persona que creyó en nosotros como lo hizo ella en Kalos... Nos queda mucho viaje Pikachu, pero antes de empezar buscaremos a un viejo amigo.

El chico llegó a la cima de la colina que le permitiría ver desde lejos las casas de pueblo Paleta. El principio de su aventura más grande era inminente.