En el estadio de hielo.
Otra vez narra Satoshi.
Al mirar la gráfica nos encontramos con que la mitad de los competidores habían sido eliminados en la primera vuelta de la liga; de 64 entrenadores sólo 32 seguirían adelante con su sueño de ser maestros pokemón, entre ellos Giselle y yo. La esperanza bajó aún más tras el segundo encuentro cuando 16 competidores quedaron fuera, para encontrarnos sólamente con 8 al finalizar la cuarta vuelta. Un sentimiento de nostalgia me anudaba la garganta al estar frente al estadio de noche, sólo y alcanzando nuevamente estas alturas de la liga en la meseta añil. Nuevamente me encontraba entre los 8 mejores y ni siquiera había tenido que utilizar la nueva fuerza de Pikachu por lo cual guardaba elementos sorpresa.
Pese a que las últimas batallas habían sido muy duras mis amigos y yo creíamos que ganaríamos y no nos rendiríamos hasta el final. Me senté en las gradas azuladas por la penumbra mientras que el estadio de hielo, que sería el lugar donde acontecerían las batallas más emocionantes de la liga, brillaba por los escasos rayos de luna formando destellos danzarines en la medida que el viento tapaba el astro arrastrando sobre su contorno un mar de nubes. Píkachu se subió a mi hombro arrancándome de esa sensación alienante en que me envolvía la melancolía para recordarme que no estaba solo, que él estaba conmigo. Siempre estuvo conmigo.
Contesté los últimos mensajes de Serena antes de abandonar el palco. La noche acabaría pronto y la mañana traería nuevos desafíos para los cuales necesitaba estar preparado y repleto de energía. Tallé mis ojos antes de dirigirme a mi habitación.
Al día siguiente el despertador por algún motivo no sonó y me quedé dormido. Me odié por eso, la batalla de Giselle sería la primera del día y yo no estaba ahí para apoyarla. Apenas estuve vestido arrojé la pokebola de Pidgeot por la ventana liberando al ave y monté sobre él para ir volando al estadio donde se desarrollaba la batalla. Burlé a los de seguridad saltando directamente sobre las gradas, logrando caer pesadamente sobre el asiento de duro concreto que se encontraba vacío al lado de Joe para luego aullar de dolor mientras que éste último me trataba de tapar la boca y Blaine reía desquiciado.
—Oye Satoshi, ¿Qué es blando, aunque en la caída se parte y de tu cuerpo forma parte? —preguntó el viejo fanático de las adivinanzas. Yo lo miré con cara de pocos amigos y le contesté en un tono amargado.
—Ya cállate, viejo burlón. O mejor aún, cuéntame cómo le va a Giselle.
—¿Por qué no lo ves por ti mismo? Ya venció a uno de los pokemóns de su adversario y ahora el chico decidió guardar al segundo porque éste también estaba recibiendo una paliza. Si sigue así seguramente serán oponentes en las siguientes rondas de la liga... siempre que pases ésta, por supuesto. —Blaine soltó una carcajada de padre orgulloso que francamente no logró inquietarme. Confiaba en ella y verla tan concentrada y feliz por su combate me hizo sentir motivado.
En el campo de hielo el muchacho que acababa de perder a un Abra y regresar a un Blastoise al borde de caer debilitado observaba iracundo al Weepimbell de la chica, el cual esgrimaba el aire con la ligereza de sus hojas mientras observaba con el ceño fruncido al entrenador indeciso parado frente a él. Al cabo de un buen tiempo de meditación fría, el chico llegó a una resolución y de su pokebola sacó a un enorme Houndoom rebosante de poder. El público enloqueció en las gradas, unos aullaban por la emoción de ver a un nuevo tipo de pokemón mientras que otros consultaban en sus enciclopedias y computadoras sobre él.
—¿Houndoom? Pero ese pokemón no es de esta región. ¿No les resulta extraño que lo haya elegido? —cuestioné apenas ver a aquel bestial pokemón que ya comenzaba a arremeter contra Weepimbell con terribles bocanadas de fuego.
—Extraño si, más no imposible. Debe ser un muchacho que viajó por Johto y lo capturó ahí. —dijo Blaine restándole importancia.
—¿Pero no se ve muy joven para haber viajado tanto? Yo diría que esta es su primera liga. —proseguí con mi cuestionamiento mientras que Weepimbell sostenía el hocico de su adversario con su látigo cepa y luego descargaba litros del ácido que llevaba en su interior.
—Puede que tengas razón, pero ¿qué hay con eso? Quizás se lo regaló su padre o se crió junto a él —me planteó Joe mientras que el cánido se liberaba utilizando Nitrocarga, ataque que el pokemón campana no pudo evitar—. Sé lo que estás pensando Satoshi y lo mejor es que dejes de preocuparte por el equipo roquet. Un entrenador novato con un pokemón poderoso no es suficiente para suponer que hay una fuerza maligna detrás, relájate.
Pero cuando el Rayo solar de Weepimbell dió en el blanco dejando nuevamente en estado crítico al pokemón adversario todas las palabras de mi compañero perdieron valor, debido a que al verse acorralado, el entrenador optó por sacar un artefacto pequeño de su bolsillo y acariciándolo un lazo de energía lo conectó con su pokemón, haciendo que éste mega evolucionara. El rugir del perro demoníaco reflejaba un dolor impropio a las mega evoluciones naturales, estaba utilizando tecnología arcana. Yo tenía razón, éste chico era un recluta del team roquet.
—¡Giselle, ten cuidado! —Traté de advertirle, pero todo esfuerzo sería vano. El enorme ser oscuro agredió a Weepimbell con su ataque Infierno destrozando literalmente toda la resistencia de su contrincante, dejando a este último completamente debilitado y en el suelo. Mi amiga lo regresó asustada por el espectáculo macabro que acababa de ver y, aún con indecisión marcada en el rostro, eligió a Golem para hacer frente a aquella bestia.
La batalla era despiadada, el Terremoto de Golem hacía crujir el hielo mientras que las Bolas de sombra del cánido generaban explosiones similares a como se vería una mina reventando en el suelo. Todo se veía bestial, cada rodada de la tortuga, cada ataque del perro hasta que de pronto el entrenador tomó una decisión drástica y ordenó a su pokemón derretir todo el campo con su insuperable fuego. Giselle intentó adelantarse y plantarse haciéndole frente con un lanzamiento de Rocas filosas, pero su esfuerzo fue vano y M-Houndoom desapareció el suelo bajo los pies de Golem y éste cayó derrotado hasta el fondo del estadio.
Giselle lo regresó entre la resignación, la ira y la desesperación y envió a su mejor carta, Marowak, el cual no teniendo un lugar donde pararse decidió nadar como si nada sobre el campo inundado sorprendiendo al temible oponente quien ya presumía de su victoria. Mi amiga lo había entrenado bien.
M-Houndoom intentó nuevamente con una lluvia de bolas de sombra, pero Marowak usó su agilidad para esquivarlo y generar copias de si mismo que rodeaban al cánido infernal lanzándose violentamente sus huesos unos a otros creando una danza peligrosa e inevitable que prontamente envolvió al oponente reduciendo sus Ps. El entrenador gritó a su compañero que nuevamente utilizara el ataque Nitrocarga a lo que Marowak reaccionó esquivándolo y contra atacando con su golpe óseo una, dos, tres veces. Yo comprendí la estrategia y grité a Giselle.
—Con ese ataque él está aumentando la velocidad de su pokemón. Tienes que derrotarlo ahora antes que sea imposible esquivarlo.
Ella asustada reaccionó a mis palabras e hizo algo que a todos nos sorprendió: Forzando un nivel superior en los ataques de su propio pokemón, dio un giro en el lugar y apoyando una mano en el suelo conectó su espíritu con la de Marowak generando un movimiento increíblemente poderoso al cual ella llamó "fuerza telúrica". El desencadenante de todo ese poder no fue otro que ver a M-Houndoom regresando a su forma original y caer derrotado por el fragor del combate. Marowak estaba cansado, más aún podía luchar, brindándole esperanzas a Giselle de seguir en la liga si lograba derrotar al Blastoise que su oponente había guardado. Éste sacó su pokebola, eligió a la enorme tortuga e insultó a su oponente diciéndole que nunca perdería esta liga contra una niñita como ella. Giselle se tomó las agresiones con entereza y se dispuso a atacar, pero nuevamente las acciones de su adversario la dejaron muda. El chico volvió a acariciar su key stone y Blastoise aumento de tamaño fusionando los dos cañones que llevaba en la espalda hasta hacer con ellos un solo cañón junto a otras alteraciones de su forma. Yo estaba anonadado, no podía entender cómo alguien hace mega evolucionar a dos de sus pokemóns en un solo combate. La tecnología arcana era de temer, estabamos involucrados en algo que difícilmente podríamos superar.
Marowak intentó una nueva combinación de ataques pero M-Blastoise lo superó en velocidad y desplegando el enorme poder de su Hidrobomba destruyó todo a su paso, tomando para si la victoria del enfrentamiento y quitándole a la dupla el sueño de vencer en la liga pokemón.
Sentí como propia la derrota de Giselle. Verla de rodillas y sin poder comprender el vitoreo del público mientras que regresaba a su pokemón más confiable derrotado por un poder difícil de afrontar era una imagen que me destrozaba por dentro.
Antes de retirarse del estadio el otro chico insistió a los gritos en que ella era solo una niñita sobrevalorada para luego dirigirme una mirada desafiante, señalarme con un dedo y con el mismo trazar una línea horizontal frente a su cuello en un gesto difícil de ignorar. La cólera hacía hervir mi sangre, sentía como si temblara del rencor que me generaba aquel entrenador de no más de 11 años saliendo del estadio aclamado como si fuera un héroe, sabiendo que él se había vendido al equipo roquet con tal de verme fuera pero eso poco y nada importaba comparado al dolor de ver a una persona que consideraba importante abatida y derrotada.
Bajé las escaleras corriendo, dejando atrás al viejo y al novio de la muchacha para poder colocarme al lado de la misma, poner mi mano sobre su hombro y susurrarle.
—Comprendo cómo te sientes y te prometo que ésto no se quedará así.
Ella levantó su mirada, se incorporó del lugar donde yacía arrodillada recuperando la entereza para luego observarme entre triste y enojada y pronunciar.
—Ese chico era del equipo Roquet, ¿no es así?
—No me caben dudas de que así es.
—Entonces no puedo quedarme sumida en una derrota y dejar de ver todo lo que queda por delante. Hice mi parte, ahora tú no te rindas Satoshi. Por favor... —Giselle empezó a llorar perdiendo su compostura y reflejándome toda la tristeza que yo mismo intentaba evitar sentir— No te rindas sin dar lo mejor de ti.
Ella me abrazó mientras dejaba correr el océano de emociones negativas que la invadía, hundió su rostro contra mi hombro y yo la observé en un estado ausente como si fuera un estúpido que no sabía cómo reaccionar. Sentí su pelo contra mi hombro, sus lágrimas mojando mi cuello, sus brazos tratando de sujetarme como si se anclara al último rayo de esperanza que le quedaba. Cuando por fin reaccioné, correspondí tímidamente a su abrazo para luego atraerla más hacia mi, generando que el caudal del llanto aumentara. Pronto Joe y Blaine llegaron para consolarla y me pude retirar sin perder ese estado de abstracción que me resultaba inevitable.
El tablero indicaba que mi propia batalla comenzaría en pocos minutos, pero yo no me sentía parte. Me sentía tonto, torpe, guliento, raro... ¿cómo debía reaccionar si un pequeño monstruo insensible le acababa de robar todos los sueños a una persona tan talentosa? Es en esos momentos ingratos donde las ausencias duelen, donde las puertas se cierran, donde la magia termina, sentir que estás solo es quizás la peor sensación que te puede acompañar y la imagen de Serena vino a mi como una suave brisa a recordarme que no era mi caso, que yo debía continuar.
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