9: Séptimo mes

Emma alzó sus bragas de cintura alta y acomodó los bordes de entre sus piernas. A continuación, se paró de costado frente a un espejo dentro del guardarropa, para tocarse la barriga hinchada; podía ser sabia y decirse «Te odias porque estás en esos días, así como eres consciente de eso, deberías odiarte un poco menos», pero no podía controlar sus emociones, incluso sabiendo qué era lo que le estaba provocando ese mal sentimiento. Paseó con sus pies descalzos en busca de un atuendo que le ayudara a disimular lo hinchada que estaba, tampoco era para tanto, pero su mente no era capaz de darse cuenta que estaba exagerando. Tomó un vaquero estilo boyfriend, y se quedó mirándolo de forma indecisa, bastante nerviosa, ansiosa. Quería ponerse una sábana encima. Y eso que ya era su segundo día de sangrado.

Entonces, su celular comenzó a sonar, fingió un lloriqueo, y lo atendió sin mirar el nombre.

—Señor, hoy me quedo en casa —lloriqueó más.

—¿Señor? —Era Vivian.

Emma volteó a mirar su celular, que había debajo sobre el tocador.

—Pensé que eras Colin —explicó.

—Qué bueno porque llamaba especialmente para decirte algo respecto a tu señor; no puedo creer lo egoísta que está siendo con Alan. Sabe que está teniendo problemas y no es capaz de mandarle un mensaje, ni siquiera necesita llamarlo, solo un puto mensaje —habló en un tono de voz duro y agresivo.

Emma abrochó su sostén, luego pasó a tomar el teléfono entre sus manos, y se sentó con la espalda apoyada contra el reposabrazos del sofá, así pudo extender sus tan adoloridas piernas sobre el mismo.

—Sabemos que Al está teniendo problemas con su papá, pero necesitas entender que Cole tampoco la pasa bien con el suyo —respondió de forma pausada y tranquila, pues deseaba que Vivian la escuchara.

—Y lo defiendes encima —acusó—. Puta. Cada día me sorprende menos lo chupa polla que eres con Colin. Él tendrá sus problemas también, pero no se compara con el infierno que está viviendo Alan, y lo único que se espera de Colin es que le mande un mensaje, hasta Eugene se lo pidió. Es un hipócrita.

Quizás sea necesario aclarar porque todo el mundo esperaba que Colin le mandara un mensaje a Alan; sucedía que el segundo tenía al primero en un pedestal de hermano mayor de otra madre.

Colin era todo lo que Alan admiraba, y, siempre que tenía un problema, era el primero a quien recurría porque «Cole siempre sabe qué hacer». Colin era quien lo regañaba y enderezaba, era quien le recordaba que necesitaba esforzarse más en lo académico, era quien le daba consejos amorosos, y también consejos sobre la vida misma. Alan nunca les pidió a sus amigos o a su novia: «Quiero que le digan a Colin que me llame», mas ellos asumían que tal vez era eso lo que estaba necesitando, pues se tardaba demasiado en contestar mensajes, no respondía llamadas, y sabían que el problema era con su padre, es que todos sus problemas estaban ligados al mismo. La noche anterior le había dicho a Eugene: «Ya no soporto estar aquí», lo que desató una alarma en cada uno porque ¿qué significaba eso?, ¿no soportaba seguir en su pueblo o seguir en la Tierra?

Eugene le había reiterado un par de veces a Colin que se tomara el tiempo de mandarle un mensaje a Alan para preguntarle cómo estaba, «Ya sabes, Cole, por su papá hijo de perra», pero tampoco le insistió tanto porque sabía que éste cargaba una mochila pesada de sus propias luchas. Pero Vivian no tenía consideración hacia Colin. Se hartó y decidió mandar a la mierda a quien creía que le sobaba la polla a éste, es decir, a quien creía que no tenía la capacidad para mandarlo a la mierda porque era una tonta sumisa, decidió mandar a la mierda a su única mejor amiga, pues creía de manera firme que Emma defendía demasiado a Colin, excusando los errores de él todo el tiempo. Pensaba que el imbécil la tenía ahorcada con un collar de perra, por eso no pudo contenerse, tuvo que escupírselo.

—Vi, tú no tienes idea de lo que Colin tiene que vivir —contestó, manteniendo la calma.

—¿Tiene un padre alcohólico y violento? No. ¿Tiene problemas financieros? Definitivamente no. No me vengas a decir que Colin tiene problemas cuando al final del día termina durmiendo en el piso ochenta de un ático de ensueño con su tonta familia perfecta. Es que no puedo creer que lo defiendas —se frustró.

Emma flexionó sus piernas, y las abrazó.

—Le voy a pedir que le mande un mensaje —aseguró.

No quería discutir. Tan sensible con sus hormonas; esas palabras le dieron un puñetazo en el abdomen porque Vivian no tenía la menor idea de cuánto realmente sufría la persona que más amaba en ese mundo. Le dolía comprobar cómo todo el mundo asumía que la vida de Colin era perfecta mientras ella lo tenía llorando con la cabeza recostada encima de sus piernas. Deseaba tener la habilidad de pasar una mano sobre el pecho de éste para quitarle todo su dolor. Sufría y lloraba. «Ya no sean crueles con él».

—Gracias —pronunció la otra entre dientes.

Silencio.

Emma miró la pintura descascarada de sus uñas largas.

—Hoy es mi cumplemés —comentó con una dulce ilusión.

Era su mejor amiga, y quería contárselo.

—Ah, la única vez al mes en la que follan, y solo por obligación —respondió.

—¿Qué? —frunció su ceño, tan solo un poco.

No lo entendió.

—¡Que tú y Colin no follan! —explicó impacientada.

—E-eso no es cierto —contestó.

—Sí, es cierto. Hasta lo dudaste. ¿Cuántas veces follaron esta semana?

Emma se quedó callada por un par de segundos antes de responder:

—Fue una semana de adaptación.

—Pobre hombre. No le das de comer —se burló.

—Pues, yo quería hacerlo esta noche, pero me bajó antes —informó.

—¿Y por qué no lo harán? ¿Hm? —se podía sentir cómo de forma imaginaria la apuntó con su barbilla.

—¿No estás escuchándome? Me bajó antes —repitió.

—¿Qué? —rió—. ¿Por eso? Ay, joder, no me digas que a Colin le da asco porque esas son las cosas que me impiden tenerle respeto.

—No le da asco, es que no me siento bien —se sentó con sus pies en el suelo.

Nada de lo que salía de la boca de Emma tenía sentido para la otra, quien creía que era una rara. Tampoco la culpaba del todo, pues recién estaba comenzando a descubrir la faceta sexual de la vida humana, cielos, aún le faltaba tanto que aprender.

—Repito: pobre hombre. —Pero esta vez no se burló, sonó seria y honesta.

Emma miró el suelo, con la mente puesta para asumir que su amiga tenía razón, pero el tono de llamada en espera interrumpió esa casi autoflagelación. Observó cómo Oschner estaba entrando en medio de la llamada, él no se cansó de esperar que lo atendiera, mucho menos pensó en que ella pudiera devolverle la llamada. El tono siguió interfiriendo con persistencia, hasta que Emma reaccionó y le colgó a la otra sin haberse despedido.

—Te estaba por llamar a decirte que hoy no quiero salir —le contestó.

—Te estoy llamando para preguntarte cómo estás —comentó el otro. Colin se encontraba acostado en su cama, comiendo zanahorias en rodajas mientras miraba capítulos al azar de La Teoría del Big Bang.

Emma miró cómo un mensaje de Vivian se deslizó por arriba: «Te estaba llamando la polla hambrienta, ¿cierto?». Se acostó de costado en el sofá, y echó lágrimas en silencio. La sensibilidad, la agresión de su mejor amiga, el dolor que le provocaba las contracciones de su útero. Quería morirse ahí mismo, sin más.

—¿Emma? —preguntó Colin al otro lado.

—No te escuché, me estoy vistiendo —respondió en la misma posición.

—Te pregunté si no quieres que cocine para ti, ahora. No tengo a nadie en casa; tampoco seré maestro este fin de semana porque ahora Mer tiene una maestra, sucede que soy el peor hermano mayor del mundo, y la única razón por la cual no me echaron por tiempo indefinido se llama Theresa —comentó.

Tuvo la mala suerte de llegar a casa esa mañana cuando su padre se dirigía a la oficina, terminó mal.

—¿No habrá nadie?

Ella quería asegurarse de eso, su mente no estaba disponible para un tercero.

—No, corazón —afirmó.

—Entonces, nos vemos en menos en media hora —secó sus lágrimas.

—De acuerdo —sonrió.

Emma soltó el celular sobre el sofá, y se levantó a terminar de alistarse; ahora se demoró más porque requirió maquillaje para disimular las lágrimas que echó. Al final, usó ese vaquero que eligió primero, y una camiseta beige con bolsillo en el lado derecho de su pecho. A duras penas, se colocó un par de sandalias abiertas, pues le dolía desde la zona lumbar hasta las plantas de los pies. Primero se ató el cabello, luego se arrepintió, es que creía que su cara se veía mucho más redonda de esa manera.

Estar lista le costó, no tiempo ni esfuerzo, más bien, le costó de la forma emocional. Era tan triste amar la moda y odiar cómo se veía dentro de un vestido cruzado, sentía que últimamente nada le quedaba bien; tomarse el tiempo de vestirse pasó de ser un placer a ser una pena. ¿Lo peor? Aún no encontraba las fuerzas necesarias para el cambio, y, a consecuencia de su sensibilidad, sentía que estaba retrocediendo.

—Adivina quiénes se van a casar. —Jake la detuvo desde el sofá de la sala, y se veía horrible, desaliñado, como alguien que no se baña hace una semana. Tenía puesta una bata sin nada en los pies.

Emma se hubiese preocupado de no haber sido por su propio malestar emocional. No penetraba en su razón cada comportamiento autodestructivo de su padre; en parte, tal vez, porque siempre lo había contemplado como ese superhéroe indestructible, es que él nunca dejaba que sus hijos lo vieran mal.

—J.J. y Archie.

Todavía le quedaba espacio para una broma.

Él estalló en risa.

—Se enterará de cómo lo difamaste —advirtió—. Tu tío Arthur se casará con Vanesa, y la flamante novia quiere casarse en la ciudad, en el Hamilton, en un mes. Bruno no da más de la emoción por volver a verte, me pidió que le pase tu número; tuve que bloquearlo porque ahora soy perro fiel de Colin Oschner.

—Oh, cielos —se agarró de su bandolera.

Colin conquistó a su padre.

Eso iba a ser mucho más intenso que el caso contrario.

—Colin es el amiguito que siempre quise tener —confesó.

Emma arrugó su nariz.

—No le mandes tantos memes, por favor —suplicó.

—Le mandé tres desde que desperté hace diez minutos —soltó una carcajada que sonó como Ja.

—Tengo suerte en que sea paciente —volteó, dirigiéndose al ascensor.

—¡Mándale mis saludos correspondientes! —gritó.

Howie se encargó de llevarla hasta la torre Golden Hill, en todo el corto trayecto sintió que había estado solo, pues Emma permaneció congelada en el asiento trasero. Estaba inmersa en un montón de pensamientos que no tenían conexiones entre sí. Empezó a sentirse egoísta por presentarse en el ático de Colin en esas condiciones, es que no quería arruinarle un buen día. Sin embargo, bajó del coche y se metió a la torre. Presionó el botón del ascensor. Se abrazó a sí misma en tanto veía a los números subir.

La campanilla sonó cuando el elevador se abrió.

Se adentró con la idea de dirigirse a la última recámara, pero un muchacho desconocido estaba sentado en la sala. Dicho joven, de cabello rubio y cuerpo esbelto, se hallaba distraído con su celular, sentado en un sillón, lo que le permitió a Emma mandar un grito de auxilio por medio de un texto, comenzó a retroceder en marcha atrás hacia el ascensor, de forma sigilosa, como si no existiera en el plano mortal. Pero Colin llegó antes que ésta terminara de irse, con el ceño fruncido demasiado marcado, miró a quien también era un desconocido para él. Al principio, no entendió el «Salaaaaa» que le había mandado su nena, incluso se asustó, ahora entendía porque le estaba gritando.

Tosió una vez, con sus brazos cruzados.

El muchacho de ojos verdes lo miró.

—Oh, hola —se levantó y le sonrió de forma amigable.

—¿Quién eres tú? —preguntó Colin, de forma nada amigable.

Emma caminó hasta Colin, sin parar de mirarse los pies para no hacer contacto visual con el extraño, se colocó casi totalmente detrás de su novio. Ella quería verse normal, pero nunca era consciente de cuándo hacía esa clase de cosas frente a un desconocido que la hacía sentir intimidada sin que ése en realidad lo deseara. En ese caso particular, se sintió intimidada porque la tomó de sorpresa, y porque Colin tampoco lo conocía. Ya de por sí estaba cargando tantas inseguridades sobre sus hombros. No quería que nadie que no fuera Colin, o su familia, la mirara en ese día, ni siquiera alguien a quien tal vez no volvería a ver.

—Me llamo Gillou —miró a Emma con curiosidad, luego se centró en Colin—. Y la gente me conocen por ser el hijo de Bianca; insistió con llevarme al aeropuerto personalmente, pero antes ella necesitaba hablar con Theresa, solo por eso estoy invadiendo tu territorio...

Colin y su defecto de no saber disimular.

—¿Qué? ¿Están reunidas aquí? —lo apuntó con su barbilla.

Emma alzó una ceja.

¿Gillou? ¿Gillou Fourneau?

Salió de su escondite para verlo.

De acuerdo, Colin seguía siendo mucho más hermoso.

—T-tú eres modelo también —se atrevió a decir.

De acuerdo, Colin nunca esperó eso.

—Un momento. Tú eres Emma. Eres la hija del imbécil ése —la apuntó Gillou.

La mirada de Colin se amplió, y le preguntó:

—¿Cómo demonios lo llamaste?

Emma se horrorizó.

—Oh, Dios. Acabo de cargarla, ¿cierto? —Gillou suspiró, solía ser 1% más cuidadoso que eso cuando se hallaba en terreno alejo, pero esas palabras le salieron como un eructo desprevenido.

—Para nada —contestó Colin.

¿Ya podía echar a ese payaso?

—Tengo que dejar de pensar en voz alta; la verdad es que no quería ofenderlos. —Al final, Gillou se apenó, aunque, por lo general, se negaba esa clase de emociones—. Ehm, sí, digamos que mi mamá y sus antiguas compañeras de la escuela casi siempre se emborrachan en las reuniones que hacen en mi casa, donde típicamente abren su anuario y comienzan a insultar o a burlarse de los hombres. Tu papá es el imbécil porque se fue con otra en el after party del baile de graduación.

Emma cerró sus ojos con fuerza, y negó con su cabeza.

—¿Tu mamá es Girasol? —preguntó, apuntándolo.

—No, mi mamá es Bianca —frunció el ceño.

¿Acaso Emma estaba loca? ¿Quién tiene como nombre Girasol?

No, Emma no estaba loca, solo había unido dos historias y estaba en shock.

Por su parte, Colin no entendía nada, y odiaba el mal sabor de quedarse fuera de una conversación por no entenderla. Lo hacía sentir tonto, como Alan.

—Mi papá se fue al after party con otra mujer porque tu mamá iba a rechazarlo —habló con un tono duro que pretendía defender cada pedazo de la integridad de su padre—. La amiga de tu mamá se lo informó, que iba a rechazarlo.

—No —negó con su dedo índice—. Tu papá se fue al after party con otra mujer porque fue un imbécil. Mi mamá iba a aceptar su invitación, se hartó de tanta insistencia y quiso cumplirle el sueño por esa noche.

—Guau —se metió Colin.

¿Sorprendido por algo que venía de su suegro? Nunca.

—No. —Emma negó con la cabeza, comenzó a sudar de la rabia que le producía esa acusación tan falsa—. Mi papá estaba enamorado, y él nunca hubiese hecho eso a propósito. Quizás la amiga de tu mamá no los quería juntos. Mi papá nunca le lastimaría el corazón a alguien que ama —aseguró.

—Bueno... Pasó hace como treinta años. —Gillou entendió que acababa de tocarle el punto débil a la niña de papá, y él no se mudó a ese continente para hacer enemigos—. Creo que tú y yo podemos empezar de cero —extendió su brazo con ganas de estrechar la mano de ella.

Emma miró a Colin de reojo, preguntándole: «¿Qué hago?», a lo que éste arrugó su frente, contestándole algo como: «Para mí que lo golpeamos». Se interpretaron de forma correcta, sin embargo, Emma estrechó la mano de Gillou, quien esbozó una sonrisa alegre cuando la otra aprobó la paz entre los dos.

A continuación, se escuchó la voz de Theresa, aproximándose desde un lado, lo que despertó en Emma una alarma de supervivencia que la condujo a esconderse detrás de Colin. Si no quería que nadie la mirara ese día, entonces, Theresa encabezaba ese «nadie». La mujer frenó por completo cuando notó la presencia de ambos, y Bradley con Bianca quedaron parados detrás de ella.

Theresa sonrió antes de percatarse que Emma se estaba escondiendo, pero ¿escondiendo de qué o quién? Por su parte, Bradley se limitó a mirar a la misma jovencita ruborizada, pues Colin no existía en su programación mental, lo único que podía pensar sobre él era en que no quería tenerlo en su ático. Por otro lado, Bianca abrió su boca y juntó sus manos, primero miró a su hijo, y después a los otros dos.

—Bianca, no estoy segura si ya conoces a mi hijo Colin —habló Theresa, y sonrió de forma orgullosa, hasta que notó la vestimenta de éste. Colin estaba usando un short negro de Nike y una sudadera gris, sin olvidar que estaba en medias cortitas de color blanco—. Eh, y creo que acaba de despertar...

—Desperté a las siete —necesitó aclararlo porque estaba frente a su padre, aunque éste ya lo sabía porque se toparon en la entrada del ático a las 7:15 a.m. —. Estaba leyendo en mi cuarto, sobre el máster. Y nunca tuve la oportunidad de conocer a Bianca en persona, hasta este momento. Hola.

—Hola —saludó Bianca con una sonrisa. Pregunta seria: ¿Mercy era la única en la familia interesada en la industria del modelaje? Porque iba a hacerle un cupo a Colin si lo requería. Qué muchacho tan hermoso, y eso que estaba acostumbrada a la belleza porque dirigía su propia agencia de modelos.

—Y ya me contaste que conociste a Emma, Bia. Ella es la preciosa novia de Colin, solo es un poco tímida con los demás —continuó Theresa, con la sonrisa que trataba de salvar la incómoda situación, para ella.

Mal momento.

Mala descripción.

A Emma le dolía escuchar que la describieran como tímida porque luchaba constantemente contra eso. La timidez no es algo adorable ni mucho menos romántico. La timidez es una mierda casi paralizante. Lo que ellos llamaban timidez era lo que a ella le había costado su salud mental, pues el acoso escolar empezó por su introversión. La gente tímida odia ser tímida, lástima que son tan tímidos para gritarlo.

Colin cerró los ojos y pensó: «Señor, dame paciencia». ¿A quién se le ocurre presentar a otra persona de esa manera? Pero quizás era lo normal, lo que a todo el mundo se le ocurre. Quizás él estaba tomándolo mal porque conocía demasiado a Emma, y sabía que eso acababa de herirla como puñal en el corazón.

—Yo siempre digo que no es timidez, es selectividad —se metió Bradley, y largó una carcajada por lo gracioso que era. A continuación, se acercó a capturar una mano de Emma entre sus grandes manos—. Señorita Miller, es un placer encontrarla. Me despido porque tengo que regresar al trabajo. —Y la soltó.

Colin dio un paso al costado para esconder a Emma detrás de él, y les habló a todos:

—Nosotros estaremos en la cocina.

Bradley frunció el ceño. Esa voz...

—No te preocupes, que también nos vamos —le informó Theresa—. Oh, Dios mío —se golpeó la frente de forma simpática—. Parece que ya andaban charlando con Gillou, solo espero que se hayan caído bien.

Pues, Gillou lo dudaba de parte de Colin; tenía dos opciones, o era celoso o era un pesado. Con respecto a Emma, no tenía mucho que decir, era bonita y aparentaba ser algo más interesante que solo una tímida.

—Sí, nos caímos muy bien... —respondió Colin. Normalmente, era Emma quien le daba un pellizco cada vez que se pasaba de desagradable, «Sé que mi Colin amable está ahí, que vuelva», pero ella estaba tan sumergida en sus propias ideas descoordinadas en ese momento.

Theresa borró su sonrisa. Agarró a Bianca del hombro y la dirigió hacia el ascensor, distrayéndola con el tema de interés de esa reunión, para que no se percatara de lo desagradable que estaba siendo Colin.

—Hasta luego —se despidió Gillou.

Colin solo movió su cabeza en forma de despedida.

Bradley tomó un maletín, que se hallaba en el sofá, y se fue sin decir nada. Siempre con la mente en su oficina. Colin le solía decir a Emma que lo único que le hacía feliz a su padre era estar encerrado en las cuatro paredes de su oficina. Bradley adoraba su profesión, adoraba la sensación de autoridad máxima.

Todos se fueron.

Y por fin, solos.

—No sabía que estaban aquí. No se escucha ni se siente nada desde mi recámara —le aclaró Colin.

—Ya lo sé —respondió Emma.

—Vamos. Cocinaré para ti —la tomó de la mano, guiándola a la cocina.

La cocina de mármol blanco era el sueño de todo adulto recién independizado. Era la segunda vez que la pisaba, sin embargo, a Emma le llamaron la atención tres cosas; en primer lugar, el enorme refrigerador gris de dos puertas, su padre lo hubiese amado; segundo, la hermosa barra del medio con butacas que de seguro nadie usaba; y, finalmente, le llamó la atención un cuadro colgado que decía «Familia Oschner» en letras cursivas. Observó a Colin, quien se encontraba distraído abriendo y cerrando alacenas. Día siete en la ciudad, y ya no soportaba todo lo que la familia Oschner generaba en él. Ellos no lo merecían, y, cuando pensaba en ellos, se refería a los padres, y sí, incluyendo a la misma Theresa. No le gustaba cuestionar los sentimientos de personas que no conocía, pero ¿ellos de verdad amaban a su hijo o solo lo querían para presumirlo en una estantería como lo hacían con sus dos trofeos de la sala?

—No necesitas preparar una comida súper sofisticada, ni estresarte —le recordó.

—Es que necesito conquistar tu paladar —regresó hasta ella, y la tomó de la cintura para sentarla encima de la barra, luego, se inclinó hacia delante, recostando sus brazos a los costados de Emma, y le dio un beso en el abdomen, pues sabía que le dolía—. Necesito conquistar tu paladar para que después quieras casarte conmigo.

Ella metió sus manos entre el cabello de él.

—¿Qué vas a cocinar? —preguntó.

—Soufflé de vegetales porque yo sé que mi nena tiene hambre y necesita algo rápido —le dio otro beso en el mismo lugar antes de ponerse manos a la obra; abrió el refrigerador para buscar los ingredientes.

Emma se enamoró de ese cocinero que andaba en shorts y pies descalzos. Era como una comida con espectáculo incluido, es que le encantaba la cara de concentración que ponía cada vez que lo exigía. De pronto, todo pensamiento intrusivo se desvaneció, solo podía pensar en lo mucho que lo amaba, en lo afortunaba que se sentía y en lo bien que le quedaba a él ese atuendo despreocupado. El Colin hogareño le llenaba el pecho de satisfacción, verlo era un privilegio de pocos. Era precioso, se miraba simpático y era él, ese era él. Se sentía dichosa por ser la única que lo conocía en cada una de sus verdaderas facetas.

—Te vas a resbalar en cualquier momento —le advirtió.

—Es un riesgo que estoy dispuesto a correr —contestó como un guerrero, y su sartén en la mano, sonrió al escuchar la risa de ella—. Ey, aún no tuve tiempo de decirte de frente que tu papá es un adulto genial.

Emma esbozó una de aquellas sonrisas alegres al extremo.

—Lo conquistaste sin esfuerzo, Oschner.

—Ni siquiera sé qué fue lo que hice. De pronto comenzó a llamarme hijo —le contó mientras remangaba su sudadera para lavar los vegetales en el fregadero—, ni mi papá me llama de esa manera; el Colin ebrio se sintió importante por primera vez en sus veintitrés años de existencia. Hablando en serio, se sintió raro.

Ella miró sus uñas, y respondió:

—Pero tú eres importante para mí.

—Dios mío. Dame un beso —retrocedió con sus brazos extendidos, pues tenía sus manos mojadas. Le encajó un beso en los labios, que ella correspondió sin dejar de sonreír—. Te amo. Feliz séptimo mes.

Emma lo agarró de la capucha, y sonrió, mirándole la barbilla.

—El Colin ebrio me cantó y todo —recordó.

—Dios. Tengo que dejar de hacer eso —miró el techo, desaprobándose.

—Nunca dejes de hacer eso —pidió, tocándole la cara con dulzura.

—¿Qué te dije exactamente? —Ahora la miró, arrugando su nariz.

Recordaba la mayoría de las acciones que había hecho, pero el alcohol le borró el contenido de ciertas conversaciones, incluyendo la conversación telefónica en el baño, sin embargo, recordaba que hubo alguna que otra lágrima suya de por medio.

Sí... Tenía que dejar de hacer eso.

—Eso es algo que queda entre el Colin ebrio y yo —bromeó.

—Me siento indignado, bastante —se apartó para volver a los vegetales.

—Me llamaste ángel —se abrazó a sí misma en tanto sonreía.

—Ah, sí. Ya lo recuerdo —la apuntó con su índice.

—¿En serio? —alzó una de sus cejas.

—No. Pero es cierto. Eres mi ángel —continuó lavando.

Emma mordió su labio inferior en medio de una sonrisa.

⠀⠀⠀⠀

En media hora, tomaron asiento frente a la mesa del comedor. Emma se sentó en la cabecera contraria al lugar donde se sentaba su suegro comúnmente, pues Colin le ofreció el asiento, arrastrando la silla hacia atrás, señalándola. Él se acomodó a su derecha, todavía estaba descalzo..., y ese era un dato relevante.

Había un apetitoso soufflé de vegetales y queso parmesano frente a ellos, que ella estaba dispuesta a devorar hasta que no quedara más que el recipiente de porcelana blanca. Tenía tanta hambre que su estómago sonaba como una ballena, situación que le dio gracia a Colin la primera vez que la escuchó mientras esperaban que el soufflé se cocinara en el horno.

—Estoy emocionada —sonrió, frotando sus manos entre sí mientras el otro le servía una porción.

—Espero no decepcionarte —respondió, concentrado en cortar y servir.

Emma clavó un pedazo con el tenedor y comenzó a soplarlo como una niña impaciente. Estaba tan caliente que podía verse el vapor desprendiéndose del soufflé en el recipiente. Acercó el pedazo a su boca, y lo metió, luego de asegurarse que se enfrió. Tomó la mano de Colin mientras masticaba y gemía, incluso puso los ojos en blanco por un momento. El placer único que proporciona una comida hecha en casa.

—No me esperaba esa reacción —confesó Colin, mirándola con una sonrisita.

—Menos charla y más ñam ñam —tomó su tenedor e hizo un gesto de comer con él.

Colin rió, y le dijo:

—Me hace feliz que te guste. Eh, estuve pensando en qué podemos hacer en la noche.

—Podemos comer algo hecho por ti, de nuevo —lo agarró del brazo y abrió bien grande sus ojos.

—Eh, pensaba llevarte a un lugar donde nadie nos pueda molestar —comentó, y tomó una servilleta para limpiarle una esquina de los labios—. Pensaba en llevarte a la antigua casa de mis abuelos, en Brooklyn. Pero solo si te sientes bien. En el caso de que te sientas malita, podemos quedarnos en tu ático, creo yo.

—¡Estoy bien! —le aseguró, bailando en su asiento, acelerada porque notara su mejoría de una hora a otra. Colin sonrió, arrugando su nariz, y mirándola con ternura—. Quiero conocer la casa que te vio crecer —dejó de bailar para tomarlo de la mano, y le besó los nudillos, luego colocó esa mano sobre su mejilla.

—Tampoco me esperaba esa reacción —se inclinó a darle un beso en los labios.

«No hay dos como tú, mi Emma», pensó en su interior.

Ella lo hacía sonreír como un completo tonto enamorado, y se dio cuenta de porqué Eugene siempre se reía de él, es que Emma lo tenía exactamente como debía, como un loco.

—Estoy emocionadísima —advirtió.

—Ya lo noté —sonrió más, tomando su tenedor para al fin probar lo que cocinó.

Entonces, Emma lo recordó, tan de pronto.

—Cole, ¿qué sabes de Al? —preguntó, poniéndose seria en voz y expresión.

Vivian iba a matarla si lo olvidaba.

Colin alzó una ceja, y le respondió con otra pregunta:

—¿Por qué?

—Todos están preocupados, y solo quiero saber si le escribiste. Los chicos creen que todo tiene que ver con su papá, les preocupa su salud mental. Estaba pensando en que quizás le vendría bien escucharte porque ambos pasan por situaciones similares, y con eso me refiero a sus padres. Eres el único capaz de entenderlo así de bien. Y no quería tener que pedírtelo porque sé que ya tienes suficiente con tus propios problemas, amor —extendió su brazo para acariciarle el cabello, a lo que éste se relajó—, pero tú me tienes a mí, aquí, contigo, y también tienes a tus hermanos y a tu nana. Alan no tiene a nadie, allá, consigo, y tú eres como su hermano mayor. Aunque odies pensarlo, sabes que él te ve como esa figura que nunca tuvo.

Colin se quedó callado. Había estado evitando esa situación, y no sabía la razón. Quizás por egoísmo; desde que llegó a la ciudad, solo había pensado en sus propios problemas, su mente estaba hecha una máquina egocéntrica. Cuando Eugene le pidió que se contactara con Alan para preguntarle cómo estaba, solo pudo pensar: «¿Acaso él haría lo mismo por mí?». En lo normal, no era egoísta, incluso se esforzaba por ser lo más altruista posible con todo el mundo, pero su propio hogar lo estaba intoxicando con veneno puro. Tenía que luchar contra el malhumor que le generaban, contra el egoísmo y contra toda esa ansiedad.

—Le mandaré un mensaje —aseguró.

—¿Puedes hacerlo ahora? —le sonrió con sus dientes.

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