7: A pesar de todo
«Vas a estar bien».
Fue lo que Jane le aseguró después de soltarla en la puerta del consultorio.
Esa mañana se resumió en una sesión terapéutica demasiado pesada, aunque liberadora. Emma acudió al consultorio con más síntomas que palabras. El bendito pecho comprimido; era la sensación más común, pero menos desagradable, que experimentaba en momentos de estrés. Salió de la cama con ese síntoma y no desapareció hasta que logró soltar cada una de sus emociones frente a Jane.
«No sé porqué acepté».
«No tuve que haber aceptado».
Entre otros pensamientos.
Las nubes grises de Emma se dividían en dos. Una estaba relacionada con su pobre autoestima; asumía que no pertenecía a las oficinas de Avant-Garde. ¿Qué iba a decir toda esa gente cuando se encontrara con la novia del hijo de Theresa? ¿Tan fea y poca cosa? La segunda nube tormentosa tenía que ver con sus pobres habilidades sociales. ¿Qué iba a decir después de saludar a Theresa? No sabía cómo iniciar una conversación, y a veces tampoco sabía cómo seguirlas porque temía decir algo incorrecto, sentía a su lengua trabarse o enredarse, era una escena triste de presenciar. En síntesis, era una bola de inseguridad que creía no estar preparada para dar un paso tan gigantesco.
Pero Jane la convenció, como siempre. Le hizo entender que casi nunca nos sentimos preparados para un evento de gran magnitud en importancia, que casi siempre tememos un montón de imaginarios, la mayoría de las veces demasiado imaginarios, pero que la valentía se mide en cuántas veces realizamos acciones con un temor sobrado, y no por realizarlas sin temor.
Camino a las oficinas de Avant-Garde, Emma pensó que convencerse de que Theresa era tan buena persona como Colin era la mejor opción, mas en seguida se saboteó pensando en que Bradley era uno de los peores seres humanos que había conocido y que también era progenitor de Colin. Sin embargo, recordó todas las veces en las que Colin le había dicho que todo lo bueno de él estaba relacionado con su madre, ciertamente también con su abuela, mas no hablaba mucho de la segunda.
Con las manos sudorosas y el corazón trastornado con palpitaciones anormales, descendió del coche blindado frente a una torre de cuarenta pisos que era hogar de Avant-Garde. El chofer cerró la puerta y se aseguró de acompañarla hasta la entrada; ahí, Emma lo miró, como queriendo decirle, de forma inconsciente: «Quiero desaparecer, Howie».
—Tu padre pasará a buscarte con otro chofer en cuarenta minutos. —Howie era un buen empleado, sabía cuándo Emma estaba colapsando mentalmente, mas regía la regla de no meterse en la vida de ningún miembro de la familia.
—De acuerdo —asintió.
Silencio de tres segundos.
¿Hola?
—Que tengas una excelente tarde, Emma.
En una interpretación jocosa de la escena, Emma hubiese abrazado la pierna de Howie para que no la dejara en el vestíbulo de una torre tan inmensa, con personas que iban y venían, recepcionistas, y guardias de seguridad con caras de amargados.
Piso treinta, mencionó Theresa. También le había dicho que solo necesitaba enseñarle su carnet de identidad a la recepcionista de cabello rizado para que le diera una credencial de visitante de Avant-Garde. Secó sus manos contra su pantalón negro elegante, luego acomodó su blusa blanca con volados al frente y unas mangas cortas con movimiento. La ansiedad que sentía era tan insistente que podía jurar que esas personas tan ocupadas ya se habían fijado en lo mal que se veía. Error. Esas personas no tenían tiempo ni para morder un emparedado, no iban a estar fijándose en la rubita tan bien vestida.
—Emma Miller —pronunció una voz desconocida.
Bueno; quizá alguien sí tenía tiempo.
Emma giró apenas, y sintió como si acabara de hundirse en un colchón demasiado blando, pero, en lugar de tratarse de una sensación placentera por la suavidad, era incomodísima porque sintió hundirse hasta la oscuridad; desesperación y un flujo de aire obstruido.
¿Por qué Bianca O'Donellver la conocía?
Emma se agarró de la correa de su pequeña bandolera cuadrada y trató de no poner su cara de «Quiero hacerme del uno encima». Bianca era una mujer esbelta de cabello rubio y ojos verdes; era una Barbie. Emma estaba segura de que en alguna parte leyó de paso que Bianca se encontraba en la zona de los cuarenta años; pues, no lo aparentaba, y mucho menos en directo. La mujer tenía una sonrisa que Emma calificó como «pura», probablemente porque todo en ella estaba puesto de manera armoniosa y angelical.
—¿S-sí? —preguntó.
—Ah, disculpa —se acercó con una risa amable y unos pendientes plateados más caros que el traje blanco que llevaba—. Theresa mencionó que estarías por aquí, y no puedo creer lo hermosa que eres.
Cumplidos no, por favor.
Emma sonrió forzadamente.
—Es que tu papá y yo fuimos compañeros en la escuela. Me llamo Bianca —continuó la misma. De acuerdo, Emma nunca imaginó ese escenario. ¿Podía callarse ya? Estaba perdiendo tiempo en un encuentro que no deseaba participar—. Y me siento gratamente sorprendida porque tienes su misma mirada, todos dicen que te pareces a tu madre, pero comenzaré a desmentir ese pensamiento; eres idéntica a Jake —la tomó del brazo de forma confianzuda en tanto sonreía con la misma actitud.
—Gracias.
Un logro, no balbuceó. A decir verdad, agradecía que no la comparara con su madre tal como todo el mundo lo hacía. En fin, Bianca había estado en el mismo salón de clases que su padre. ¿Por qué tenía el vago pensamiento de que Bianca lo recordaba como el rebelde de la clase?, ¿el que nunca se iba a casar y mucho menos formar una familia?
—Nunca imaginamos a Jakey como todo lo que es ahora —rió, luego se puso seria—. No lo malinterpretes. La mayoría somos tan diferentes cuando jóvenes; Jakey era la clase de muchacho que no esperas que termine enamorado de una sola mujer. La fiesta acaba cuando nos convertimos en padres, casi siempre.
Estaba a tiempo de retractarse.
No había cosa que Emma odiara más que cuando recordaban a su padre por eso.
—Y me alegró tanto poder conocerte. —Bianca siguió sonriendo, a pesar de que su asistente se encontrara esperándola con impaciencia a un lado—. Conocí a Tessa en Cannes hace un par de años, es una excelente persona, así que puedo imaginar lo buen muchacho que debe ser Colin; muchas adolescentes quieren ser tú —se echó a reír abiertamente. Según la mente de Bianca, esa fue una excelente broma.
—Bianca, tengo que subir. —Emma tomó la credencial que se encontraba sobre el mostrador, y sonrió antes de huir con sus pequeños tacones. «Vaya forma de despedirte de alguien, ridícula», se regañó.
Ya no miró hacia atrás.
Bianca inclinó la cabeza a un lado mientras la miraba alejándose.
Subir por aquel ascensor equivalió a un calvario mental. Pararse en un ambiente completamente desconocido le producía la sensación de estar perdida en medio del océano. Se miró de reojo al espejo, acomodó la cintura de su pantalón en medio de ejecutivos y empleados; se sentía diminuta porque precisamente lo era. Las puertas se abrieron en un piso anterior, y todas las personas bajaron, dejando sola a la ratoncita que nadie notó. El dolor en el cuello apareció de pronto y el sudor en las axilas también.
El ascensor se detuvo en el piso treinta
—Bienvenida a Avant-Garde. ¿En qué le puedo ayudar? —La recibió una mujer de no más de treinta años, tenía un auricular inalámbrico en la oreja derecha y una carpeta con el logotipo de la revista.
Demasiado abrumador, ni siquiera esperaban a que la persona con la credencial de visitante se acercara por sus propios medios hasta la recepcionista principal. Emma sonrió con cierta torpeza y tragó saliva.
—Solo vengo a saludar a Theresa, en realidad.
—Cielos, tú eres la novia de Colin. Disculpa.
Qué desesperante situación.
La mujer le pidió que la siguiera, entonces, a medida que se acercaban a la oficina de vidrio de Theresa, los demás empleados se percataban de quien se trataba. Menos mal que Emma miró el piso durante cada paso que dio detrás de la susodicha. Cualquiera que cruzara frente a la oficina, de puertas transparentes, podía encontrar a Theresa, quien en ese momento se hallaba sentada en su enorme sillón, a espaldas de las puertas, mientras platicaba por teléfono. Y anterior a la oficina, se encontraba un asistente junto a una recepcionista; el primero se puso de pie inmediatamente después de mirar a Emma.
Era un muchacho de cabello castaño, tampoco sobrepasaba los treinta años.
—Es un placer conocerla, Emma —le dijo.
Emma sonrió de costado.
El asistente se fijó en cómo Theresa colgó la llamada, y le indicó a Emma que podía pasar.
—Tess, Emma llegó —informó éste.
—Hazla pasar. Presley, ¿averiguaste el color preferido de Cole? —preguntó, y giró en el sillón. Emma estaba parada ahí—. Emma preciosa, no te escuché llegar. Dios. ¡Qué hermoso bolso traes contigo!
Emma miró su bolso, y se sentó en el sillón que Presley le indicó.
—Gracias —respondió.
Colin se lo había regalado en su cumplemés número cinco, aunque no acostumbraban darse regalos, esa bandolera «Le pidió ser comprada para su nena» cuando pasó por una tienda. Pero esa era una historia que Theresa no necesitaba escuchar, que Emma no se creía capaz de contarla en voz alta sin que la lengua se le enredara.
—Aún no averigüe el color de Colin, Tessa. Estoy en eso; es complicado saberlo cuando no publica su vida en ninguna parte —comentó Presley, sacando un refresco sin azúcar de un pequeño refrigerador, colocó la lata sobre un posavasos frente a Emma.
—Es el blanco —murmuró Emma.
—¡Ahí está! —Presley la apuntó con felicidad, luego se retiró a hacer su trabajo.
Theresa miró a Emma con una sonrisa curiosa.
—No sé porqué no pensamos en preguntártelo. Es que quiero hacerle un regalo a Cole; no le compré nada por obtener su licenciatura, y anoche se me ocurrió comprarle una Mercedes Benz EQC para que tenga un vehículo propio; es que su padre vendió el que, en teoría, le pertenecía a Colin, pero no estaba a nombre de Cole, en realidad, así que me pareció un excelente regalo. ¿Qué me dices tú? —inquirió con notable interés hacia lo que Emma tenía pare decirle.
Emma tomó aire, y siguió el consejo de Jane: «Piensa y no te apures al responder».
—Que eso le pondrá feliz; le encanta los coches —contestó.
Theresa sonrió, y comentó:
—Desde pequeño.
Emma acababa de quedarse como el color preferido de Colin.
¿Cómo debía continuar?
—Como madre, estoy feliz de que Colin haya encontrado a una chica tan brillante y de buena familia. —Theresa recostó sus brazos sobre el escritorio—. En nuestra familia lo celamos demasiado, creemos que no se merece menos que lo mejor porque siempre ha trabajado tanto por quien es, y solo tiene veintitrés.
¿Y consideraban que ella era lo mejor?
Nunca antes había sentido tanto estrés al imaginar lo que la familia Oschner pensaba sobre ella.
—Y-yo no seré la mejor..., p-pero sí lo quiero demasiado.
Esas palabras le salieron sin pasar por un análisis previo, y ahora estaba sonrojada por eso.
Theresa saltó en su asiento, diciendo:
—De ninguna manera quise decir que no eres la mejor —suspiró, y bebió del vaso con agua que tenía en frente; normalmente procesaba sus palabras antes de soltarlas porque una equivocación frente a una cámara podía costarle demasiado, pero ni ella sabía qué fue lo que le pasó en ese instante—. Discúlpame si soné mal. Y por favor, no le menciones a Colin este mal entendido porque se enojará demasiado, y eso que ya está más o menos enojado conmigo. —Otro suspiro—. Creemos que eres una buena chica, Emma, y lo más importante es que se nota que lo quieres, es todo lo que una madre necesita escuchar.
—N-no te preocupes.
Eso debió haberla tranquilizado, debió.
Un momento. ¿Por qué Colin estaba más o menos enojado con ella? Le pareció ciertamente extraño que éste no se lo mencionara en ningún momento, ya que lo común era escucharlo decir: «No puedo creer que mi madre me dijera tal cosa» o «Me enrabié con mi mamá porque hizo tal cosa». Emma era su mayor confidente, Emma era el lugar donde se expresaba libremente. Y viceversa, claramente.
—Bueno, Emma. —Theresa se levantó, y acomodó su sofisticado vestido color crema que iba hasta las rodillas—. No tengo nada nuevo que enseñarte, ya sabes cómo funcionan las oficinas de una revista, pero podemos dar un paseo mientras charlamos.
Emma se levantó, y dudó en tomar la lata de refresco antes de seguirla; al final, la agarró.
—Siempre le digo a Colin que el que haya terminado al lado de la hija de la tan respetada Holly Balmer solo puede ser explicado por medio del Señor, pues yo no creo en las coincidencias, aunque a veces utilice esa expresión de forma automática; no me parece una coincidencia que mi hijo termine saliendo con la hija de otra redactora en jefe, es tanta la similitud entre nuestras familias que no puedo pensar en otra cosa que no sea una manifestación —giró la cabeza, también la agachó un poco, para mirarla en tanto caminaban por un pasillo ubicado en medio de oficinas y cubículos con empleados al teléfono.
Emma hizo dos acotaciones mentales con respecto a las palabras de Theresa; primera acotación, sintió por un segundo que estaba escuchándole hablar a Colin; segunda acotación, no había «tanta» similitud entre sus familias. En realidad, no tenían otra cosa en común aparte de tener dos poderosas mujeres con la misma profesión. La familia Miller y la familia Oschner eran lo que la gente llama «polos opuestos». A la primera le gustaba cenar pizza frente a la televisión; la segunda gustaba orar alrededor de una mesa antes de comer una deliciosa pasta recién hecha. Emma encontró otra similitud: les gustaba la gastronomía italiana. Dos mujeres con la misma profesión y carbohidratos al estilo Italia, ninguna otra.
—Yo creo en el destino —respondió Emma.
—Eso es interesante —continuó, sonriendo—. Que mi mejor amiga sea amiga de tu padre, también es un punto notable, principalmente porque todos son amigos de Taylor, pero Taylor es amiga de pocos, y tu padre es importante para ella, siempre lo ha sido. Se alegró demasiado cuando se enteró que están saliendo, incluso llamó a tu padre.
—S-sí..., me enteré —se abrazó a sí misma.
—El domingo vendrá a la ciudad con Josh, por el cumpleaños de Mer y Cate; está emocionada por verte a ti y a Colin —paró su caminar en ese momento—. Colin te invitó al cumpleaños de Mer y Cate, ¿cierto?
—Lo hizo —asintió.
—¡Ay!... Mis hijas están encantadas contigo —la tomó del hombro una vez.
De nuevo, uno de esos momentos en los que Emma dudaba de la sinceridad en la amabilidad de Theresa. ¿Alguien podía ser tan buena? El mayor ejemplo era Colin. Emma veía a Colin como un muchacho demasiado bueno, con corazón de oro, pero hasta él tenía momentos de agrura; era noble y servicial, mas le costaba bastante sonreír, y expresar a su corazón de oro; mucho menos fingía que alguien le caía bien por medio de sonrisas. Así que ¿Theresa era sincera o forzada?
—Cole mencionó que les caí bien, aún no entendí la razón —rió con nervios.
—Simple. Saben que Colin es feliz contigo —llevó dos mechones de cabello tras sus orejas.
Emma se quedó boquiabierta.
Así que Colin hablaba en serio en la cena. «Les caes bien, hasta me atrevería a decir que te quieren, porque saben cuánto me cuidas y consientes». Emma sonrió porque sabía que el «me cuidas y consientes» eran palabras añadidas por él. Colin Oschner, eres un tonto; y ella ya te echaba de menos.
—Yo nunca fui tan feliz en mi vida como en este momento; gracias a mis amigos, gracias a Cole. Nunca podría arrepentirme de haber ido a la universidad, a esa universidad. —Esa fue la oración más larga que pronunció desde que llegó, y no se trabó en el proceso.
—Qué dulce —sonrió con la nariz ligeramente arrugada.
—Solo deseo que Colin sea feliz, y me duele mucho cuando lo escucho sufrir —añadió.
Qué indirecta más grande.
Qué orgullo, Emma Miller.
Theresa asintió una vez, y respondió:
—Pero creo que él está en su mejor momento.
¿En serio?
Bueno, tampoco mintió.
El Colin encadenado a Rebecca era algo desagradable.
Y Emma sabía que Theresa tenía razón; él estaba en su mejor momento, con relación a su pasado, aunque aparentaba lo contrario porque su padre lo hacía retroceder un paso por cada vez que abría la boca. Colin era ciertamente feliz, él mismo lo decía, que era feliz a pesar de todo, y a Emma le ilusionaba saber que algún día esa felicidad podría multiplicarse, y convertirse en plenitud. Cuando Bradley dejara de estorbar, cuando Colin hallara la manera de independizarse mentalmente, cuando soltara cada una de las cadenas que lo tenían medianamente inmovilizado; desde su inseguridad camuflada hasta su patológica perfección. Aún tenía tanto que trabajar para sí mismo, mas ella no dudaba en que iba a conseguirlo.
—Sí...—dijo Emma.
—Deberías pedirle que se corte el cabello, quizá a ti te haga caso —bromeó.
—Lo intentaré —sonrió.
Primero muerta.
Presley apareció en la escena para informar:
—Tess, llegaron los diseños.
—Qué bueno. Hoy Emma me ayudará a elegirlos. —Theresa abrazó a Emma de un lado, y la guio al caminar. La segunda comenzó a sudar; nunca había sentido tanta incomodidad por un simple abrazo.
⠀⠀⠀⠀⠀
En un salón, que funcionaba de guardarropas de Avant-Garde, Emma se encontraba impaciente mientras Theresa les hablaba a unos empleados. No quería interrumpirla. Ya había pasado cincuenta minutos, su padre le estaba llenando de mensajes en la cartera, tenía tan solo diez minutos para llegar a un consultorio que, positivamente hablando, quedaba a quince minutos de la torre. El doctor Wundt odiaba la impuntualidad, pues su lista de pacientes era tan extensa que hacía consultorio hasta las diez de la noche, claro que tenía ese horario por gusto. ¿Hola? ¿Theresa? Demonios. No encontró otra opción.
—Theresa, ya me voy —pronunció.
Theresa giró con una mano en el pecho.
—¿Cómo que ya te vas?
—¿C-Colin no te mencionó que iba a quedarme poco tiempo? —se aferró a la correa de su bandolera, luego colocó un mechón detrás de su oreja; sintió ahogarse en ansiedad cuando Theresa la miró con cierta decepción. Aparentemente, la mujer había planeado charla y más charla; quizá también un poco de comida en el medio, ya que le encantaba el buen comer.
—Colin no mencionó nada —contestó.
Emma iba a matarlo.
Y no iba a cavarle la tumba.
—Ah... Bueno. Resulta que debo ir a una consulta médica, algo de rutina —explicó.
—En ese caso, me veo obligada a dejarte libre —rió, y se acercó a abrazarla de imprevisto. Otra vez, el perfume de Theresa invadió cada zona del cráneo de Emma, a través de sus fosas, era tan dulce y característico—. Gracias por acceder a venir; la gente cree que ando todo el día ocupada cuando lo cierto es que también necesito compañía para sobrellevar el estrés. Espero verte el domingo. —Al fin la soltó.
Emma asintió, y respondió:
—No me perdería el cumpleaños de Cathy y Mercy por nada.
Pensó en que ojalá Theresa les mencionara lo que dijo. Era culpable de querer agradarle a los hermanos de Colin como sea; sentía que, de no hacerlo, sería un fracaso porque ellos significaban todo para éste.
Desde el momento de entregar su credencial de visitante a las 3:55 p.m., supo que recibiría el regaño más engorroso. Un chofer le abrió la puerta trasera del automóvil blindado, y Emma suspiró antes de subir; ahí estaba, una cara enfadada que se estaba aguantando para no gritarle como un demente.
—Prefiero no dirigirte la palabra hasta que se me pase —comunicó Jake.
Para él era tan importante cada consulta y/o sesión.
—Qué maduro de tu parte —respondió, mirando al frente.
—Pero si te interesa saber lo que pienso, puedes leer los mensajes que te mandé —cruzó sus brazos, y giró su cabeza para mirar por la ventana.
—Deberían darte un Óscar por tanto dramatismo. —Ella también giró su cabeza para ver por la ventana, luego cruzó sus brazos—. Y si te interesa saber, Theresa estaba hablando y no podía interrumpirla así no más, pero finalmente lo hice porque no quería que montaras esta escena.
Jake la miró con los ojos entrecerrados.
—Qué simpática eres —le dijo.
—Cuentan por ahí que salí por ti —lo miró también.
—Pues yo no soy así —negó con la cabeza.
El chofer los observó a través del retrovisor mientras sudaba al aguantarse la risa; siempre creyó que sonaban como dos hermanos, de harta diferencia de edad, más que padre e hija. Les causaba gracia.
—Porque eres peor —continuó Emma.
—Prefiero no dirigirte la palabra hasta que se me pase —repitió, y volvió a mirar por la ventana.
Emma creía ser la prueba de que, si algo sale mal, siempre puede acabar peor. Un embotellamiento apareció frente a ellos, pues un carril estaba ocupado por hombres trabajando, y más adelante había un camión de FedEx descompuesto. De nuevo se preguntó si acaso estaba pagando por obrar con maldad el día anterior; no encontraba una explicación que se ajustara a aquella mala suerte. Entonces, suspiró cuando miró a su padre, quien solo la ignoró, sacando su celular para llamar al consultorio del doctor.
La secretaria le informó que el doctor iba a atender a Emma en los minutos que le quedaban a su consulta, y si es que le quedaban, pues no iba a otorgarle el horario siguiente porque estaba ocupado.
Emma llegó diez minutos antes de que acabara su sesión.
Abrió alterada la puerta del consultorio y se sentó en el sillón frente al escritorio.
El canoso doctor Wundt la miró por encima de sus gafas, acomodó el cuello de su bata blanca, y tosió.
En cinco años, esa fue la primera vez que vio llegar a Emma con una marcha acelerada, incluso eufórica; lo que más le llamó la atención fue la sonrisa de chiquilla, que en el fondo decía: «Perdón por interrumpir tu santuario de esta manera»; Wundt inspeccionó con disimulo el tatuaje nuevo, él ya sabía que ella había subido de peso porque Jane se lo había comentado, por lo que su nuevo aspecto no fue una sorpresa.
La miró directamente a los ojos.
—Tenemos diez minutos —le informó.
—Lo sé. Tu secretaria le está explicando a mi papá porque debe pagar por los cuarenta minutos.
—¿Cómo te ha ido el mes pasado? —preguntó con un tono de voz que expresaba un honesto interés.
Emma miró el techo para luego bajar la barbilla.
—Bien —contestó.
—¿Llanto? ¿Pánico? ¿Hipersensibilidad?
Emma rascó su mentón y miró por encima del hombro del doctor.
—S-sí...
—¿Sí qué?
Ahora Emma agarró un mechón de su cabello.
—Marina me hizo llorar el sábado; hacía tiempo que no me sentía tan mal conmigo misma, ¿sabes? Quiero decir —suspiró, mirando el techo de nuevo—, sé que me veo mal, pero, por un momento, ese dolor se volvió menos doloroso hasta que Marina se interpuso. Me sentí incómoda desde que pisé la ciudad porque sé que mi madre ya me criticó mentalmente de mil formas posibles —lo miró, tocándose el cabello—. Quisiera volver a hacer la Emmy atlética, pero no tengo ganas, ni de subir a una caminadora.
—Pediste tu hábito, solo debes recuperarlo —le aseguró.
—Estuve comiendo mucho, a decir verdad —admitió.
—Porque no estás canalizándote con la actividad física —anotó unas palabras en una libreta—. Te animo a que empieces de apoco nuevamente. Dime cómo va tu relación con Colin, por favor.
—Colin —se inclinó para recostar sus brazos sobre el escritorio—... Estamos bien. Me preocupa porque su propio hogar no es un lugar seguro —habló pausadamente mientras se miraba las uñas—. No sé, siento que soy la única persona que realmente se preocupa por él; su madre es buena, pero no dejo de verla como alguien superficial en el sentido de que no les presta atención a los sentimientos de él. Y su padre es tan malo; tiene problemas y se niega a recibir ayuda...
—Entonces, ya conociste a tus suegros —la interrumpió.
—Vengo de la oficina de Theresa —volvió a sentarse erguida—. Solo quiero que Cole esté bien; hoy me escribió a las seis de la mañana para contarme que despertó con dolor de cabeza, aunque no lo consideraba una migraña. Intento distraerlo y darle mi hombro en todo momento, pero sé que nada cambiará mientras su padre lo siga tratando de esa manera.
—Lo mejor que puedes hacer es transmitirle que estás para él.
—Lo sé.
—¿Hay algo en especial que quieras contarme? —continuó.
Emma negó con la cabeza.
—¿Estás bien? ¿Te sientes bien? —siguió el doctor.
—Creo que me encuentro en mi mejor momento, a pesar de todo —confesó.
—¿A pesar de qué? —inquirió.
—A pesar de haber subido de peso —explicó.
—Eso es algo que puedes modificar como en un mes, Emma. No te mortifiques por algo que puedes transformar; sé que las sesiones con Jane te darán las herramientas necesarias para que vuelvas al estado que tanto deseas —la animó—. ¿Quieres saber porqué accedí a atenderte por diez minutos?
—Sí, fue raro viniendo de ti —admitió.
—Quiero darte el alta.
—¿Qué? —frunció el ceño.
—Llevamos más de cinco años viéndonos; más de cinco años de terapia psicofarmacológica. La razón por la cual empezamos a disminuir la dosis hace dos años se debe a que planeaba soltarte a los cinco años, pero los extendí por ocho meses más, con la mínima dosis diaria, porque necesitaba asegurarme de que estás bien, con todo el cambio drástico de tu ida a la universidad. Seguirás trabajando con Jane, pero ya no eres esa adolescente de quince años que pisó mi consultorio sin poder hablar por el llanto. Quiero que con Jane encuentres las herramientas y técnicas para consolidarte.
Emma tomó aire, y colocó sus manos sobre el escritorio. Siempre soñó con el día en que le escuchara decir su doctor que, desde su perspectiva, ya no lo necesitaba, pero ahora estaba medianamente asustada.
—Terminaste de quitarme los antidepresivos en agosto, y lo entiendo, porque ya no me siento deprimida hace bastante tiempo; pero ¿no te parece que quitarme los ansiolíticos es un acto suicida?
—No, para nada. Me he encargado de retirarte los ansiolíticos de formas progresiva desde hace tiempo, Emma, porque nuestra meta siempre fue esta; soltarlos en el momento correcto. Eres joven, y no necesitas píldoras para ser una persona funcional. Necesito que lo entiendas, Emma. Jane quiere ayudarte en tu consolidación, yo ya hice mi parte, y déjame decirte que me enorgullece darte el alta.
Emma se quedó callada.
—¿Eso no es lo que deseas? —le preguntó el doctor.
—S-sí..., pero me tomó de sorpresa —lo miró con cierta confusión.
—¿No te gustó mi sorpresa? —se animó a bromear.
—S-sí..., pero fueron días, meses, años; no puedo creerlo. Y-ya me siento medianamente normal. —Sus ojos transmitían ilusión y una indudable alegría—. Pero ¿q-qué voy a hacer si meto a una crisis sebera?
—Jane reforzará esas técnicas de relajación —contestó tranquilamente.
Emma rió y sonrió, mas seguía teniendo una expresión medianamente preocupada. Estaba ansiosa, pero de buena forma, por llamar a Colin, por contárselo a Vivian. De pronto, esa preocupación se fue disipando, ahora solo podía sonreír con plenitud, confiaba en el doctor que prácticamente presenció toda su catastrófica adolescencia; él la conocía tanto como Jane, y, que le dijera que estaba orgulloso de darle el alta, le llenó el pecho de felicidad. Una ensalada de ideas llegó a su mente de nuevo; ¿qué iba a hacer en una crisis intensa?, ¿iban a funcionar las técnicas de Jane?, ¿iba a poder dormir tranquilamente por las noches? Ya deseaba escuchar lo que Colin tenía para decirle, ver la expresión de su familia. Iba a lograrlo, en ese momento lo creía, porque Wundt confiaba en ella, y sabía que su familia también lo haría.
—¿Puedo beber una copa para celebrarlo? —preguntó con seriedad.
—Puedes beberla mañana, viernes —rió.
Sabía que ella estaba bromeando.
—No puedo esperar para decírselo a Colin —mordió su labio inferior.
—Bueno, yo sé de alguien que estará mucho más feliz que él —sonrió—. Dile a tu papá que pase un momento, quiero hablarle al respecto porque sé que no querrás darle detalles. Te conozco, Emma.
Ambos se levantaron al mismo tiempo, y ella cruzó la línea invisible del escritorio para abrazarlo; éste sonrió ampliamente, y correspondió el abrazo como lo haría un padre amoroso. Ambos se apreciaban como un buen psiquiatra y una paciente de años. Ese abrazo fue la despedida y el inicio de algo nuevo.
—Wundt quiere hablarte —le avisó Emma a su padre.
Jake, quien se encontraba leyendo una revista en la sala de espera, enarcó una ceja y se dirigió al consultorio sin decirle nada a Emma; digamos que todavía no se le pasaba para dirigirle la palabra.
Emma abrió su bandolera.
⠀⠀⠀⠀⠀
Emma: MI COLE
Oschner: Ese soy yo
Emma: No me vas a creer!!
Oschner: Seguro que no, mi amor
Emma: Aaah
Emma: Pero debo decírtelo de frente porque no puedo perderme ninguna expresión tuya
Oschner: Me golpeas directo en el pecho cuando haces eso
Oschner: Veámonos ya
Oschner: Espera
Oschner: Dónde se supone que estás? Estás en el consultorio? Tiene que ver con eso?
⠀⠀⠀⠀⠀
No le arruines la sorpresa, Colin.
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Emma: La pasé bien con tu mamá!!
Emma: Ella es genial
Oschner: No me respondes
Oschner: Porque tiene que ver con eso
Oschner: Dios mío.
Oschner: Ya sé qué es
Emma: No sabes qué es
Oschner: Emmaaaaaa
Emma: Esa soy yo
Oschner: Te amo mucho, corazón
Emma: Yo también te amo!
Emma: Y ya quiero verte
Emma: Te mandaré un mensaje cuando llegue :)
Oschner: Estaré pendiente
⠀⠀⠀⠀⠀
Emma mordió su labio inferior en medio de una sonrisa, y bloqueó el celular; se sentó por cinco minutos en el sillón que había sido ocupado por su padre hace rato. Realizó una vista panorámica de la sala de espera, solo había un paciente de catorce años aproximadamente, en compañía de su madre, se encontraba esperando su turno; el jovencito tenía un aspecto desaliñado, Emma pudo olerlo a una distancia considerable. En un momento, ambos hicieron contacto visual, y ésta le sonrió de costado, mas el muchacho la ignoró. La secretaria, quien llevaba seis años en ese puesto, se percató del aura distinto que encapsulaba el cuerpo de Emma; no pudo evitar sonreír al observar a la rubia llena de emociones.
Entonces, la puerta del consultorio se abrió, se oyeron las voces despidiéndose. Y ella lo escuchó. Su padre estaba riendo por una broma que le hizo el doctor, también mencionó que iba a mandarle un regalo en Navidad porque «Ahora también mando obsequios navideños a mis amigos, Wundt; nuevos cambios».
Emma se puso de pie cuando su padre llegó hasta la sala, mas fue sorprendida con un abrazo mientras se acomodaba el pantalón para irse; ella se quedó congelada por un instante. El paciente de catorce años los miró con el ceño fruncido, y la secretaria sonrió más. Emma inhaló profundamente, y le correspondió.
—Te amo, florecita —colocó una mano detrás de la cabeza de ésta mientras se abrazaban. Emma cerró los ojos, y lo agarró con fuerza, como si el abrazo fuera un punto para repararlos—. Tú no saliste por mí, tú eres mejor.
—No hay cosa que me haga más feliz que mencionen que me parezco a ti porque tú eres todo lo que espero ser a tu edad; eres el adulto más genial que ha pisado esta tierra, y también te amo, papi —se apartó para tomarlo de la cara; él estaba llorando y ella procuraba no hacerlo—. Soy afortunada.
Era la primera vez que Jake lloraba de alegría en esa clínica; las otras veces era mejor no recordarlas, cómo había llorado a escondidas mientras ella estaba en la consulta, nunca pensó que el sol saldría tan repentinamente. El doctor estaba seguro de que Emma estaba preparada, y que era capaz, de lidiar con su ansiedad de forma natural. Ya no más medicina que la hacía sentir enferma. ¿Cómo no llorar de alegría? ¿Cómo no desbordarse de emoción? Quería llamar a cada uno de sus familiares cercanos para decirles: «Mi florecita ya no tomará medicina». Quería llamar a Jamison, y destapar una botella de vino.
—Tenemos que celebrarlo —le dijo éste cuando subieron al coche.
—Por favor, no invites a mis tíos —suplicó.
—Vamos a darle una sorpresa a J.J., y a tu madre —propuso.
Emma lo miró, y pensó: «Tan ingenuo para pensar que a mi madre le interesará».
—Suena divertido...
—Ey, llama a Colin también —se miraron.
—De acuerdo.
Porque de todas formas iban a encontrarse.
—Voy a cocinar, y me vendría bien una mano —continuó él.
—Puedo lavar los vegetales —sonrió.
—Te daré los créditos de lavadora de vegetales frente a Colin.
Emma rió, mirando el techo del vehículo.
—Él sabe que odio la cocina. La buena noticia es que a él le gusta cocinar, tomó un curso con su hermana porque ella no quería ir sola. Sin embargo, la actividad menos favorita de Colin es comer, así que nuestra relación se basa en: él cocina, yo como, aunque, a decir verdad, nunca ha cocinado para mí.
—¿Que su actividad menos favorita es comer? No lo noté —fingió un asombro pesado.
—No seas imbécil —lo amenazó. Toda la armonía del camino se quedó en el semáforo pasado, ahora Emma tenía un ceño arrugado que no quería bromear—. Él la pasa mal, sé más considerado, por favor.
—Ahora me dirás que tiene complejos, con todo y esa cara —bufó. No se daba cuenta que estaba metiendo la pata de forma casi irreparable. La miró. Oh, oh. Ahí estaba la mirada de su sentencia.
Emma desabrochó el cinturón de seguridad y lo apuntó, tocándole el pecho.
—Mañana se supone que saldrás con él, y, si Cole llega con una cara distinta después de la salida, me voy a enojar tanto contigo que el único que terminará llorando eres tú. No hay cosa que yo odie más que esto, precisamente, cómo todo el mundo asume que su vida está arreglada, que tiene prohibido cohibirse por su aspecto porque, según el resto, es un sueño. Su ansiedad puede llegar a ser tan mierda que a veces ni siquiera puede comer, y estará muy nervioso mañana, así que no hagas bromas ni le insistas en comer porque sé que lo haría por obligación, luego se sentirá mal, tendrá náuseas, y se avergonzará.
Cruzó los brazos y miró al frente.
—No sabía... —habló Jake, casi susurrando.
—Me pudre que traten mal a Colin, no puedo tolerarlo —confesó.
—No tienes que preocuparte por mí. Yo lo trataré con amor; hasta puedo masticar su comida antes de dársela, como una mamá pájaro —respondió.
Emma se golpeó la frente, y resopló entrecortado.
—Tampoco hagas chistes con seriedad; Colin no capta cuando estás bromeando, lo noté ayer. Eres como un enigma para alguien que no está acostumbrado a ti —lo miró, ya más o menos calmada.
Ponerle pautas a su padre era como ponérselas a un niño, ni siquiera a un adolescente. Sin embargo, no cambiaría nada de él, solo había que educarlo... como a un niño.
⠀
Emma metió un dedo en el tazón de guacamole recién hecho, luego lo lamió y asintió con la cabeza, aprobándolo frente a la mirada expectante del pseudococinero profesional. Finalizó besando sus dedos como una gran chef cuando la realidad era otra: había cumplido la función de crítica de gastronomía porque no movió ni un solo dedo para preparar los tacos, ni siquiera dio una mano para lavar vegetales. Sin embargo, Jake estaba acostumbrado a cocinar en solitario, era su actividad favorita número uno, pues su segunda actividad favorita tenía que ver con comer lo que preparó; era un hombre que andaba sin complicaciones. Emma le sonrió con los ojos cerrados, y tomó el tazón para llevarlo frente a la televisión.
—Estoy esperando su calificación, madame —la siguió con un trapo de cocina en las manos.
—Un siete —respondió sin parar su marcha.
—¡Pero besaste tus dedos! —se indignó.
—Como la policía mexicana se entere de cómo insultaste su gastronomía con tu receta, vendrán por ti —repitió las palabras de su hermano mayor; colocó el tazón junto a un despliegue de tacos puestos encima de una fuente alargada de cerámica mexicana multicolor. Todo un banquete encima de la mesa de centro.
—Te gustó, solo que no quieres admitirlo —la señaló con su índice.
—Nunca dije que me desagradó —acomodó su falda de vaquero con botones al frente, luego sacudió su camiseta blanca de cuello v. Comprobó el buen estado de sus sandalias antes de sacar su celular, no tenía notificaciones, además de los emoticones de cerveza que Vivian le mandó después de que Emma le comentara que esa noche iba a celebrar la despedida del tratamiento farmacológico.
¿Dónde estaba Colin? Eran las 8:20 p.m., y le había dicho que estaría presente en el ático a las 8:00 p.m.
—Voy a poner música. ¿Qué le gusta escuchar a Colin? —Porque todo debía estar ordenado para complacer al novio de Emma, ¿verdad? —A juzgar por lo poco que conozco de él, tiene pinta de escuchar ópera o uno de esos pianistas que tanto te gustan —sacó su teléfono para buscar alguna melodía.
—Sí —sonrió—, pero también le gusta el rock.
—¿Le gusta Toto?
—Pon lo que quieras. Coloco mis canciones en su camioneta, y no le importa. —Incluso las cantaba con ella, pero ese era un detalle que su padre no necesitaba conocer—-. Oye, casi se me borra de la mente.
—¿Colin? —preguntó.
—Eso quisieras —rió.
—Pues no. Él me agrada bastante —admitió, seleccionando el modo aleatorio de su lista.
Emma sonrió.
Su padre en verdad lo estaba intentando.
—Bueno —tosió—. Casi se me borra de la mente que me encontré con tu antigua compañera de escuela en la torre de Avant-Garde, aparentemente es amiga de Theresa; me detuvo solo para saludarme. ¿Puedes adivinar de quién te estoy hablando?
Jake frunció el ceño; no sabía de sus antiguas compañeras de escuela porque con casi todas se había acostado, y digamos que tenían un terrible concepto sobre él. Mantenía lejana relación con dos o tres compañeros, mas solo recurría a ellos cuando necesitaba un favor, y viceversa. Los años en la escuela fueron un descontrol, y a ninguno de sus compañeros consideró un verdadero amigo, todos interesados. Tampoco los culpaba porque siempre había sido un hombre medianamente desagradable, hasta Emma.
—No tengo la menor idea, florecita.
—¡Bianca O'Donellver! Nunca mencionaste que ella fue tu compañera también —lo miró, boquiabierta.
Él abrió los ojos de par en par, y tomó su teléfono de nuevo.
—No sé para qué pongo el modo aleatorio si siempre elige lo que no me gusta —comentó.
Bianca O'Donellver.
La mujer que obligaba a aclarar «Con casi todas se había acostado».
Bianca era una de esas antiguas compañeras que impedía generalizar esa frase.
—¿Pero recuerdas a Bianca? —inquirió.
—La recuerdo porque es famosa, pero tengo recuerdos borrosos de la preparatoria —contestó.
—Pues ella no. A mí no me cayó bien. ¿Sabes que dijo? —preguntó con indignación—. «Jakey era la clase de muchacho que no esperas que termine enamorado de una sola mujer».
En una caricatura, Jake se hubiese puesto rojísimo hasta expulsar humo por las orejas; bajó su teléfono y miró a Emma con más indignación que ésta. Acababan de tocarle el punto débil, y encima lo hizo Bianca.
—Arpía —soltó.
—Yo la puse en mi lista negra, pa —cruzó los brazos.
—Pero quién se cree que es, encima que está divorciada —renegó.
—Si tan solo supiera de la existencia de Girasol —se acostó en el diván.
—Gira... Eh, sí. ¿Cómo demonios recuerdas eso? —se sentó en el sofá, ya cansado.
Girasol era el nombre que éste le había dado a una compañera de escuela que consideraba su primer y único amor juvenil; la pequeña Emma de once años adoraba escuchar sobre ésta misteriosa mujer, pues su padre relataba ese amor no correspondido como una cinta de Disney; entretenida y con todos los condimentos necesarios para soñar. Girasol era el secreto de ambos, solo imaginen por cuántos años dormiría en el sofá si Holly se enterase que su esposo le contaba historias sobre otra mujer a su hija.
—Tengo buena memoria, pa —le recordó.
—Ese es mi castigo —la apuntó, y se levantó otra vez para dirigirse a la cocina.
El ascensor se abrió en el piso, y ella juntó sus manos con entusiasmo.
—¿Estoy tan hambriento que mi cerebro imagina una mesa llena de tacos o papá realmente se inspiró? —preguntó J.J., frotándose las palmas—. Cancelé una cita por esto y no me arrepiento en lo absoluto.
—¡Canalicé mis penas en la cocina! —exclamó Jake desde ahí.
—¡¿Estás diciéndome que ese guacamole tiene tus lágrimas?! —le preguntó J.J.
—¡También tiene un poco de aguacate! —respondió.
Emma rió.
—Le llevó dos horas —comentó ésta.
—Me aseguraré de fingir que me gusta —bromeó.
—Y Colin vendrá —informó después.
—Me aseguraré de que su vaso siempre esté lleno —le guiñó un ojo.
Emma sonrió, y tomó un almohadón para abrazarlo. Pudo sentir que ese día le estaba sonriendo, mas necesitaba cerrarlo con una buena dosis de caricias para calificarlo como el día perfecto, incluso con lo incómoda que se sintió por momentos con Theresa, ni siquiera eso podía empañar lo feliz que estaba.
8:33 p.m.
Colin apareció en la sala, donde Emma se encontraba con las piernas cruzadas sobre el diván mientras comía unos tacos, estaba mirando un concierto de la banda Toto en televisión, en compañía de su padre y su hermano, quienes estaban bebiendo alcohol en una lata de refresco. No lo esperaron, mucho menos a Holly. Eran tres glotones que no sabían de paciencia cuando se trataba de comida, los sonidos de sus tripas eran superiores a sus educaciones protocolares. Colin tosió una vez, mas ninguno lo escuchó, estaban disfrutando del más puro rock en tanto tragaban. Emma abrió la boca enormemente frente al taco, y miró de reojo a quien estaba tratando de llamar su atención. No se apenó. Colin conocía de memoria a Emma cerdita (refiriéndonos a su manera de comer algo que le gustaba mucho), y la amaba.
—Baja el volumen —le pidió Emma a J.J.
Éste desprendió su atención de su celular, y bajó el volumen sin notar la presencia de su cuñado.
—Hola —saludó Colin.
Jake giró su cintura para ubicarlo; el muchacho estaba a un costado del sofá, y tenía una camiseta negra de Aerosmith, demonios, de haberlo sabido. Colin se acercó más, y J.J. extendió su brazo con el puño cerrado sin saludar verbalmente, pues estaba concentrado en su teléfono; los chocaron con un toque nada fuerte. Colin trató de calmar su mente: «Está respondiendo un mensaje, no es que le caigas mal».
—Íbamos a esperarte, pero sinceramente no quisimos —comentó Jake.
Emma mordió con fuerza.
Esa tarde le había pedido encarecidamente que no bromeara usando la seriedad como vía.
Colin abrió la boca sin saber qué decir.
—Está bromeando —aclaró Emma con un rechinar de dientes.
—Este... Sí. —Jake se acordó de la plática, segundos después de «Ya haberla cagado», así fue cómo Emma lo pensó—. Por favor, no me hagas caso. Me pongo nervioso cuando intento agradarle a la gente. —Y otra broma más, menos mal que esa no atacaba a Colin, o Emma se hubiese enojado demasiado.
—Está bien —habló Colin.
No le creyó, de a poco estaba captando el lenguaje de su suegro.
Emma lo miró a los ojos, y señaló disimuladamente el diván para que fuera a sentarse a su lado. Colin rodeó el sofá del medio por detrás, tomó asiento al lado de Emma, y le dio un inofensivo beso en la mejilla, ambos se miraron. Ella trató de captar algún mensaje en la mirada de él, el porqué tardó tanto, mas no consiguió nada que le permitiera deducirlo. Él sabía lo que ella se estaba preguntando, era evidente, mas no lucía enojada, bueno, ella nunca se enojaba con él por esa clase de situaciones. De hecho, todos los enojos de ella estaban relacionados con el descuido de él hacia sí mismo, pero eran enojos momentáneos. En siete meses, nunca se habían peleado. Desconocían el distanciamiento por peleas; desconocían las peleas, al menos en el periodo en el que comenzaron a salir de manera oficial.
—Mer aprobó —susurró Colin, todavía viéndose.
Una sonrisa enorme se dibujó en Emma.
—Estoy tan feliz por ella —colocó una mano sobre la pierna de éste.
—Shizu ordenó comida para celebrarlo, y logré escaparme media hora después, es que no podré dormir si no me dices qué está pasando —continuó hablando con el mismo tono de voz.
—Es de mala educación lo que están haciendo —les interrumpió Holly.
Ambos la miraron.
Ahí estaba, Holly, con su costoso traje negro. La misma caminó con su bolso en la mano, y se desplomó cansada en un sillón, luego miró a su esposo comiendo cual cerdo, arrugó el ceño y puso los ojos en blanco. ¿Cuándo iba a aprender a comer sanamente? Luego estaba J.J., bebiendo un refresco azucarado mientras miraba Instagram. ¿Cuándo iba a encontrar una mujer que lo sacara de la casa de sus padres? Tenía casi treinta años. Y Emma, con ese muchacho a quien debía acostumbrarse porque se pronosticaba como la cara que iba a encontrar a diario. ¿Cuándo iba a montar una caminadora? Y ¿el muchacho cuándo iba a darse cuenta que estaba saliendo con una chica demasiado problemática?
Emma suspiró, esa observación la enfadó; en cambio, Colin, le dio la razón a su suegra, eso quedó demasiado mal, y últimamente estaba siendo doblemente puntilloso consigo mismo, gracias a Bradley.
—Disculpa —pidió Colin. Maldición, aún no sabía cómo llamarla. ¿Holly? ¿Señora Balmer? ¿Suegra? ¿Suegrita? Estaba en una posición realmente incómoda porque ni siquiera sabía cómo saludarla, mas Emma lo interrumpió antes que él hallara un saludo apropiado.
—¿Qué sabes tú de educación? —preguntó.
Colin abrió los ojos como luna llena; eso le sorprendió, en primer lugar, porque él desconocía la acción de responder a sus padres de esa manera, pues su padre siempre lo había mantenido callado, y es que Colin sabía que hablarle mal a su padre era un acto suicida. Miró a Emma, quien se encontraba viendo a Holly directamente a los ojos, ella no era como Colin porque la otra tampoco era como Bradley. Holly se limitó a sonreír, tomándola como una buena broma, y subió su pierna izquierda sobre su rodilla derecha.
—Muy poco, por eso tú no sabes nada —le respondió.
J.J. se tensó en el sofá, estaba incómodo por ese roce frente a Colin; en cambio, Jake, pensó que ignorar era la mejor opción, era lo que habitualmente hacían cuando ambas lanzaban comentarios como esos.
—Hoy me quitaron los ansiolíticos —pronunció Emma, viendo a los hombres de su familia, con una postura recta y una ceja arriba; solo a J.J. quería dirigirse, pues Holly no existía en ese instante, ni nunca.
—¡Emmy! —J.J. se sacudió como si acabara de recibir un choque eléctrico, rió, rió, rió, mirando a su padre rió, estaba gratamente sorprendido, y su cerebro tenía dificultades para ajustarse a la noticia.
Colin esbozó una gran sonrisa, y la tomó de la mano; él ya lo había sospechado desde el primer momento, pues era ágil en la deducción, tampoco se necesitaba ser un genio para ver lo evidente. A él no le gustaban los ansiolíticos, siempre había preferido los métodos naturales para lidiar con la ansiedad excesiva, y estaba feliz porque Emma estaba feliz, feliz por soltar algo que a otras personas les cuesta demasiado, pero sabía que todo estaba relacionado con su doctor, quien era uno de los más respetados del distrito. Ahora solo esperaba que Jane reforzara el enfoque, y que, sobre todo, Emma pusiera de su parte para lograr el control de sus emociones. No podía con tanta felicidad; sentía que ese verano iba marcar un antes y un después en su nena, porque ésta se miraba más motivada que nunca, y, aunque sabía que la motivación siempre andaba en montaña rusa, sentía en su pecho que algo grande iba a pasar, y él iba a estar al lado de ella en cada paso, ya sea un paso adelante o atrás.
Estaba orgulloso.
—Emmy, mi Emmy, ni siquiera sé qué decir —continuó J.J. después de haber reído como un demente incapaz de procesar sus emociones—. ¡Yo sabía que estaban escondiendo algo porque papá insistió en que debía venir a probar su espantosa comida! Emmy, ¡nuestra hermosa Emmy! —se levantó, y saltó a abrazarla, empujó a Colin hasta sacarlo del diván; éste se levantó y sonrió incómodamente, viéndolos.
Emma miró el techo mientras reía y correspondía al abrazo patoso.
—Me estás lastimando —comentó en tono adolorido, aunque tampoco hizo nada para apartarlo.
Colin se recostó contra la cabecera del diván, juntó sus manos detrás de su espalda; se sintió ciertamente innecesario en ese escenario, como una pieza sobrante de un rompecabezas que retrataba ese momento familiar íntimo. Él era el nuevo novio de Emma, aún no había ganado derecho. Lo sabía porque eso era lo que percibía de parte de los tres miembros de la familia, era un extraño, y por eso él no quería estar ahí en ese preciso momento. Se miró las deportivas mientras oía cómo su cuñado y su suegro halagaban a Emma cómo se lo merecía, pero su problema de incomodidad se cortó inmediatamente cuando la oyó.
—¿Cómo va a vivir sin ansiolíticos? Pero algo tiene que calmarla. —Era Holly.
Emma la miró directamente, y respondió:
—Ya ni siquiera te esfuerzas en fingir.
—Lo pregunté en serio. No puedo alegrarme con esa incógnita en mi cabeza —intercambió la posición de sus piernas, ahora subió su pierna derecha sobre la rodilla izquierda—. Discúlpenme, no tengo idea de cómo funcionan estas cosas.
—Holly. —Jake la miró para que se callara, eso no iba a terminar bien.
—Claro que no tienes idea de cómo funcionan, ni siquiera te interesa saberlo —respondió Emma. Estaba sentada en el borde del diván, unos latidos descontrolados surgieron en su pecho, se unió un dolor incómodo en el cuello, que se sintió como si sus palabras se estuviesen acumulando hasta el tope.
Holly alzó sus cejas, y contestó:
—Muchas cosas me interesan; tú me interesas, pero ¿cómo saber sobre ti si siempre te cierras frente al primer contacto humano? ¿Cómo te comunicas con Colin? ¿Telepáticamente? —bajó su pierna derecha.
—¡Mamá! —exclamó J.J.
Eso fue demasiado.
—Holly, por favor, no arruines un momento más —pidió su esposo.
Emma se puso de pie, de fondo se oyó cómo su padre le susurró: «Florecita, por favor, cálmate», pero esas palabras pasaron por la mente de ésta sin el procesamiento necesario para darles atención. El dolor en el cuello se mezcló con el dolor de un nudo en la garganta, ahora deseaba responder de forma dura, hiriente, pero no hallaba la fuerza necesaria para articular. Colin se llamó «gallina» a sí mismo, sentía que debía decir algo, cualquier cosa, pero estaba amoldado al silencio mientras los ojos de ella se quebraban.
—Detesto ser así —pronunció ésta.
—Emma, no —suplicó J.J.
—Tenlo en cuenta la próxima vez que se te ocurra decirme algo como eso —continuó con la voz rota—. Y si mi existencia te incomoda demasiado, pues debiste haber pensado dos veces antes de acceder al trato, tenías un mazo de opciones para ganar dinero.
—De acuerdo. —Holly levantó, y agarró su bolso—. Me voy hasta que alguien se dé cuenta lo disfuncional que son como familia; no puedo sentarme cada noche frente a la televisión mientras los veo comer como cerdos, y de paso debo aguantar la susceptibilidad de esta mujer. Jake, necesitas meditarlo en solitario, cariño. Y no —lo apuntó cuando éste se puso de pie—, no voy a hablar contigo al respecto.
Una tormenta se desató en el ático sin pronóstico anticipado, pero desapareció cuando oyeron las puertas sellándose. Y no es que Holly ocasionara sola todo el mal clima, era la combinación de ella y Emma en una misma habitación; no lograban compenetrarse de forma armoniosa, como si sus almas no encajaran ni bailaran en la misma sintonía. ¿Lo peor? Ninguna de las dos lo intentaba, sobre todo Holly, quien siempre encontraba una razón para criticar a Emma, pero la segunda tampoco se quedaba atrás, pues siempre encontraba la manera de tergiversar las palabras de la primera, sin embargo, la mayoría de las veces lograba interpretarlas como realmente eran.
Emma inhaló profundamente, y giró la cabeza para ver a Colin, como diciendo: «Lo siento tanto», a lo que éste pestañeó una vez, respondiendo: «No me pidas disculpas». No necesitaban abrir la boca para comunicarse; y tal vez Holly estaba en lo cierto. Ambos tenían su propio lenguaje expresado con miradas.
—Te prepararé un té, Emmy —comunicó J.J., y se dirigió a la cocina.
Ella no hizo más que tomar la mano de Colin para guiarlo al segundo piso del balcón.
—Mi madre no es agradable, pero la tuya sí —habló, dándole la espalda y mirando la ciudad.
Colin miró sus propias manos, parado detrás de ella.
—Resaltó tu amabilidad —le comentó—, cree que eres honestamente amable, esas fueron sus palabras, aunque no hablamos con detalle.
—Sí —giró a verlo—, me dijo que estás más o menos enfadado con ella.
—Son cosas...—Demonios.
—Mi madre no me quiere —lo miró a los ojos.
—Yo no creo que sea personal, mi amor —se acercó a entrelazar sus dedos con los cinco de la derecha de Emma, le besó los nudillos—. Espero que no vaya a contarle a alguien más que tú y yo nos comunicamos telepáticamente, era un secreto, nuestro secreto.
Emma sonrió, y lo abrazó de la cintura, pegando su mentón en el pecho de Colin para mirarlo a los ojos.
—Deberíamos emborracharnos juntos —propuso.
Colin rió, y señaló:
—Acaban de quitarte la medicina, y es lo primero en lo que piensas.
—Sería genial lamentarnos juntos.
—Siempre nos lamentamos juntos.
—Nunca borrachos.
Mala idea.
El alcohol puede aumentar los síntomas ansiosos.
Colin lo sabía por teoría y experiencia.
Se agachó para darle un pequeño beso en los labios.
—Estoy tan orgulloso de ti, mi nena.
—Eso era todo lo que mi corazoncito necesitaba escuchar esta noche, mi Cole —sonrió con eterna ilusión.
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