66: Un deseo

New Romantics de Taylor Swift sonaba en cada rincón del último piso de la torre ubicada en avenida Lexington 1289. Era habitual en cada cumpleaños de Emma escuchar a su cantante favorita prácticamente todo el día, a veces se turnaba con los Jonas, pero su papá prefería a «la señorita que canta sobre esos desgraciados», pero, sin dudas, siempre había espacio para algo de ABBA. También era habitual un buen desayuno en la cama, preparado por su pa, y, ahora, sus dos hermanos. Pequeños grandes cambios. Durante las siguientes horas, todos se dedicaban a tratarla mejor que a una reina, y, llegada la puesta de sol, se armaba la celebración, la oficial, pues, en realidad, cada hora del día era una celebración. Ese 7 de septiembre cumplía la suficiente cantidad de años para ordenar un daiquiri de fresa de forma legal. Eugene y Alan le habían mandado un vestido floreado de Forever 21. Ingeniosos. Lamentaban profundamente tener que estar en la universidad. Esmeralda le había mandado una camiseta negra de Rihanna, porque jamás se olvidaría cómo el destino obró alocadamente para que Umbrella sea la primera canción que bailaron las dos en la despedida de soltera de Vanessa. Era el himno de su amistad, y de muchas otras. Lastimosamente tampoco podía estar con ella, pues tenía que estar en Inglaterra, iniciando su semestre con Sid. Algunos, por mucho que quisieran, no podían desviarse de sus obligaciones para volar hasta Nueva York esa noche, pero, otros, nunca se habían ido.

Colin recibió a sus hermanos frente al ascensor.

Vengan —les ordenó.

Caminaron hasta donde Emma se encontraba escuchando a Gael, de pie detrás del sofá. Colin le tocó la cintura desde atrás, obteniendo su atención. Emma giró, esa noche estaba usando un vestido de color amarillo porque no podía hacerlo distinto, trató de sonreír cuando vio a sus cuatro cuñados, y lo logró.

—¡Feliz cumpleaños, Emma! —dijeron como si lo hubiesen practicado.

Antes de que pudiera agradecer, las gemelas la abrazaron al mismo tiempo, en cada lado. Emma cerró sus ojos, colocando sus manos sobre la espalda de cada una. Era como la tercera vez que veía a los hermanos de Colin desde el suceso. Nadie sabía de qué otra forma denominarlo. La primera vez había sido demasiado dura porque los cuatro adolescentes lloraron incluso cuando Colin les advirtió severamente que no lo hicieran porque podían hacerla sentir mal, y lo hicieron, Emma también lloró, fue inevitable. Los cuatro seguían sin procesarlo. Incluso, una mañana, Heidi le había dicho a Colin:

—Seguramente, pronto podrán tener otro bebé.

Lo pronunció creyendo que de esa manera lo estaba consolando. Colin la ignoró por fuera. Y, como las palabras llegaron a oídos de Theresa, ésta le advirtió a la jovencita que no debía volver a tocar el tema ni por equivocación. Así que solo mencionaban el asunto entre ellos cuatro, y lo hacían con frecuencia.

—Es un regalo de parte de todos. —Cathy alzó una bolsa de marca cuando se apartaron de Emma.

—Nuestra mamá lo eligió —añadió Mercy—. Ella quiere que sepas eso.

Emma aceptó la bolsa que aparentemente traía un bolso dentro.

—Gracias. —La colocó en el sofá. Ese día le habían exigido abrir cada regalo porque no lo hubiese hecho por cuenta propia. Más tarde alguien le recordaría que no abrió ese.

Colin apretó el hombro de Heidi, haciéndola caminar hacia sus hermanas.

—Vayan a saludar a la familia de Emma. Sean educados. Después pueden comer pizza.

—¡Dios! Como si no fuésemos educados —protestó Thomas, siguiendo a sus hermanas.

Pero Thomas tenía razón. Colin antes les había dicho que fuesen educados con Emma. Se estaba comportando como un maniático. Pero era el cumpleaños número 21 de su nena linda, y ella no tenía ni una pizca de entusiasmo por nada, es más, si hubiese dependido de ella, no hubiese habido fiesta, así que podía estar comportándose como un maniático porque en serio deseaba que todo marchara bien frente a los ojos de Emma.

Emma miró cómo los cuatro se alejaron, después recostó su cadera contra la espalda del sofá, con el más puro silencio, con la barbilla hacia abajo. No tenía mucho qué decir o es que no sabía qué decir. Le pasaba con frecuencia. La gente le hablaba, pero ella casi no le hablaba a la gente, ni siquiera a él. Notaba algo distinto. Notaba que ya no era la misma. Notaba oscuridad donde antes había luminosidad, y lo odiaba, al menos sentía eso, odiaba saber que estaba apagada. Odiaba saber que la gente se preocupaba. Odiaba saber que encenderse de nuevo dependía exclusivamente de ella porque no estaba segura de lograrlo esta vez.

—¿Todo bien? —le preguntó Colin.

Ni hablar de lo increíblemente paciente y fiel que había sido él con ella.

—¿A qué hora sale tu vuelo? —lo miró a los ojos.

—¿Ya quieres que me vaya? —le bromeó, incluso le regaló una risita.

Emma negó con su cabeza.

No era ninguna despedida. Colin se había extendido hasta la primera semana de septiembre. Había hablado con Cohen, le comentó que había tenido problemas que lo afectaron de distintas maneras. El profesor había sido de lo más considerado, dándole tiempo hasta el lunes de regresar o lo dejaría atrás sin una pizca de dolor en el acto. Así que Colin debía presentarse en el Departamento el lunes antes del amanecer, y la familia de Emma tenía pensado mudarse la misma semana a la ciudad de Beverly Hills. Emma no quería seguir en Nueva York, simplemente no podía, quedarse supondría una depresión abismal porque cada esquina le recordaba a... todo. Colin sentía exactamente lo mismo. Necesitaba mantenerse ocupado como siempre.

—No quiero que te vayas de mí —se animó a decir ella.

Colin le dio un beso en la cabeza.

—¿Eres mi princesa guerrera?

Emma negó con su cabeza, diciendo:

—Solo soy tu nena.

—Puedes ser ambas, ¿sí?

Ni siquiera podía ser Emmy.

—Emmy —les interrumpió J.J. Ambos giraron a verlo—. Alguien vino a verte, y está en la entrada.

No, no podía ser su tío Jamison si en la mañana llamó a felicitarla desde el centro de rehabilitación, pero imaginarlo en la entrada llenó su corazón, aunque fuera una idea fantástica. Abandonó a Colin para hallar a nada menos que Holly en la entrada. Emma miró hacia atrás como buscando un agujero de escape, pero siguió avanzando hacia ella. Holly lucía sinceramente radiante con un vestido blanco que resaltaba su diminuta silueta, sostenía un pequeño bolso a juego, y una gran caja de regalo contra su cadera.

—Hola —le dijo.

Emma cruzó sus brazos por debajo de sus pechos.

—Hola —contestó. Su cara lo decía todo. Ver a su mamá le dolía.

—He estado hablando con tu papá en todo este tiempo. Él me propuso venir.

—Porque sería increíble que naciera de ti.

—Y no vine a esto, Emma —le advirtió—. No vine a lanzarnos cuchillas verbales. Estoy al tanto de todo, y más de lo que crees. Dudé en si venir o no porque no quiero que lo interpretes como el típico arrepentimiento que surge después de una tragedia.

—¿Cómo lo interpreto entonces?

Hubo un silencio de por medio.

—No sé, no sé nada —suspiró hondo. Era la primera vez, de verdad, la primera vez que se permitía ser vulnerable en mucho tiempo, y frente a su hija Emma—. Solo sé que si no venía me iba a arrepentir. No debes perdonarme, ni yo debo perdonarte, pero ¿no te gustaría vivir en paz?

—Quiero vivir en paz.

Y nadie podría concederle ese deseo.

Holly miró el moño de su caja de regalo, diciendo:

—Discúlpame por nunca haber sido la madre que siempre necesitaste, ¿oyes? Sé que suena poco creíble después de tantos años teniéndonos como enemigas, pero eso es lo que siento ahora, y ¡ugh! —se quejó del peso de la caja, dejándola en el suelo junto a sus tacones—. Estoy saliendo con un hombre. Se llama Steve, y ama a sus mocosos, y siempre me pregunta por los míos.

—¿Tu novio te cambió? —frunció su ceño. In-cre-í-ble. Pero más increíble era pensar que Holly sí podía dar amor, y por sus propias palabras aparentaba ir muy en serio.

—De la misma forma en la que esa rubia cambió a tu papá. Ha bajado de peso —miró por encima de la cabeza de Emma. Emma vio hacia abajo. No quería escuchar sobre tallas, pero Holly no había venido a hablar sobre eso—. Hubo varios cambios en mi vida desde que me separé de tu papá. Pasé por momentos que nunca pensé pasar, y ha sucedido lo mismo contigo. Lamento que ese enfermo se haya cruzado en tu camino. En mi vida he conocido a cientos de especímenes iguales a ése. Uno me ha hecho daño también.

Emma alzó su mirada lentamente para verla. Eso no lo sabía, pero había tanto que no sabía sobre su mamá. Demasiado. Estaba segura de que sentarse a hablar sobre la vida de Holly equivaldría a conocer a una persona nueva.

—Nunca lo mencionaste.

—Ni a tu papá. Ni a nadie. Es ahora nuestro secreto.

Secreto. Como Brandon.

Su secreto con Vivian. Vivian.

Emma comenzó a sudar, pero Holly siguió hablando:

—Con secreto no te insto a que te tengas que callar tú también. El enfermo que te hizo daño se pudrirá en prisión así tengamos que encerrarlo nosotros mismos en la maldita celda. Si piensa que su dinero le servirá de algo esta vez, pues está equivocado el hijo de perra.

Emma se quedó callada. Esa conversación no le estaba haciendo bien de ninguna manera.

—También lamento tu pérdida.

Ahora sí, su corazón hizo un sonido de ruptura, quebrándose más. Emma vio empañado gracias a sus lágrimas, pero no iba a llorar, no se iba a permitir preocupar a las personas que estaban celebrando su simple existencia. Levantó su barbilla hacia el techo y cerró sus ojos. Inhaló y exhaló, buscando devolver su llanto a su lugar.

—Te traje un regalo. Ya lo notaste. —Pues, Holly notó que la conversación se le estaba yendo de las manos. Recogió la caja y se la entregó a Emma—. Tu papá me dijo que esto es lo que te gusta.

Emma se obligó a aceptar el regalo.

—Pero míralo ahora —le pidió su mamá, puesto que se quedó estática con la caja.

Emma tuvo que colocar la caja en el suelo para abrirla. Adentro venía una enorme caja de lápices de colores profesionales marca Faber-Castell junto con varios cuadernos de dibujo. Definitivamente su papá estuvo detrás de la elección porque su mamá jamás prestaba suficiente atención para saber qué era lo que amaba, y es que había sido el mejor regalo, sin desmeritar los significativos que habían sido los otros, como el de Esme, pero éste en particular le produjo lo que se supone que debe producirte recibir un buen regalo.

—Gracias —se irguió de nuevo.

—Me alegra haber hecho algo bien —cruzó sus brazos. Emma no le dio señales para hacerle creer que le había gustado, pero Jake le había asegurado que le encantaría, así que lo tenía asumido—. También me enteré que te vas a Los Ángeles con tu papá y con tu hermano Gael.

—J.J. también se mudará —comentó—, pero él casi ya no vive con nosotros.

—La hija de Elizabeth lo tiene enganchado, lo sé. ¿Cómo está Colin? —De verdad, le interesaba saber sobre el muchacho, porque ambos estaban en ojo del huracán, pero lo preguntó principalmente para agradar a Emma, aunque no estaba segura de cómo lo iba a tomar porque la última vez, pues... Holly había dicho algunas cosas sobre esa relación, sobre Colin...

—Bien. —Pero Emma decidió ignorar aquellas cosas que la otra había dicho en el pasado. Es que ya tenía suficientes recuerdos y pensamientos en su mente que solo le restaba decir ¡basta!

—Pues, qué bien. —Holly sabía que esa había sido una respuesta de lo más falsa, pero tampoco había esperado otra—. Tu papá siempre lo quiso, y yo nunca quise entender el motivo. Me da gusto saber que estás con él. De verdad. Se nota que es un buen muchacho.

¿Ahora se notaba para ella? Un poco tarde.

—¿Dónde está Emmy? —preguntó Gillou muy fuerte.

Pronto toda su familia comenzó a llamarla.

Emma miró hacia el interior, después vio a su mamá.

—Puedes quedarte.

Holly esbozó una media sonrisa.

—Pues, me quedaré para fastidiar a la novia de tu papá con mi presencia.

—Es linda, en realidad.

—No me convences, querida —se acercó y le apretó el hombro con afecto, haciéndola caminar hacia donde la estaban llamando. No le convencía porque, contrario a lo que Emma creía, la conocía, por lo que Holly sabía que la niña de papá era demasiado estricta con la conquista de papá.

Avanzaron hasta el comedor, donde había un pastel ubicado en el centro de la mesa. J.J. sostenía un encendedor de cocina, preparado para encender la única velita. Nadie le dio importancia a Holly, bueno, tal vez Bianca, y Colin, quien ahora estaba tan sorprendido como Emma cuando la encontró en la entrada. El volumen de la música disminuyó. Emma no quería que le cantaran ni quería apagar una vela. Tenía la misma emoción de su cumpleaños número dieciséis atorada en su garganta. En esencia, se sentía ajena a la celebración. Ellos estaban celebrando la existencia de alguien que ni siquiera debió nacer. Gael la agarró de sus hombros, desde atrás, guiándola hasta el pastel amarillo que decía ¡Emmy tiene 21! Era percibido como un milagro que haya llegado a la mayoría de edad, ¿cierto? Pudo haber muerto en varias ocasiones.

Emma se paró frente al pastel, y J.J. encendió la vela, entonces, ella le dio la espalda al fuego.

Amor —dijo.

Colin estaba hacia atrás. Emma lo tomó de la muñeca para traerlo hasta ella, hizo que él le rodeara su cintura porque no quería estar en otros brazos. Colin se agachó para besarle la mejilla, y se quedó a la altura, apoyó su mentón sobre el hombro de ella, mientras los demás cantaban la canción del cumpleaños. Hubo alguna que otra fotografía que Emma trató de ignorar con todas sus fuerzas. Intentó concentrarse en el exquisito perfume de él, en cómo los brazos de él se ajustaban alrededor de su cuerpo armoniosamente. En las últimas semanas se había sentido prisionera de una realidad intolerable, pero esa noche quería ser la prisionera de esos brazos, no quería que la soltaran más.

—Pide un deseo —le susurró Colin al oído.

Emma giró su cabeza para verlo, olvidándose completamente de los demás.

—No sé qué pedir —miró la boca de él, hablándole en total secreto.

—Lo que más quieras, corazón —la animó.

Emma miró el fuego que amenazaba con consumir toda la velita, se inclinó, cerró sus ojos, y sopló.

Deseó que él fuera feliz.


Fin del segundo libro.

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