62: ¿Por qué?

Los cólicos empezaron después de las tres, pero estaban mezclados con dolores de todas clases, no tenía razón para darles el foco de su atención, hasta que llegó la siguiente hora, y una fuerte contracción la hizo gemir entre sollozos. Se abrazó, cruzando sus brazos sobre su abdomen. No entendía porqué seguía viva. No entendía porqué no podía desintegrarse como su alma. Yacía en su cama desde que se desplomó sobre ella. Nunca se le ocurrió levantarse, pero, aunque quisiera, probablemente no lograría mantenerse de pie por más de un segundo. Jamás podría describir con palabras lo que sentía por dentro, en su pecho.

Se estaba dejando morir luego de haber corrido por la acera. No podía ser consciente de que había luchado, de que su organismo se activó para mantenerse con vida, para sobrevivir. Fabricó energía y llegó hasta su cama, pero ahora se estaba dejando morir. No quería vivir si eso significaba vivir sin la libertad de su alma. No quería vivir si eso significaba vivir para enfrentarse a la realidad. Especialmente no quería vivir si eso significaba luchar.

Estaba cansada de luchar.

Sintió un líquido entre sus piernas. Era sangre.

Se horrorizó mientras los cólicos aumentaban a un nivel por encima del dolor de su cuerpo. Estaba sangrando. No era una hemorragia severa, pero era mayor a la menstruación. Se abrazó con la poca fuerza que tenía, gimiendo desesperadamente por el dolor, por el horror de ver su sangre en medio de la situación. No cumplía con su palabra. Gritó entre dientes al sentarse, pisó el suelo con sus sandalias, y, con grandes dificultades para respirar, logró ponerse de pie. Arrastró sus pies como una enferma, sus manos le fallaron cuando quiso abrir la puerta, pero al final lo logró. Atravesó la sala, sosteniéndose de los muebles con los que se encontraba en el camino, casi pierde en medio del trayecto, pero consiguió mantenerse de pie.

Abrió la puerta de la recámara.

—Papi —gimió.

Jake despertó, sobresaltándose. Estaba solo. Encendió una lámpara, y su corazón comenzó a latir a toda máquina al verla arrodillada mientras lloraba desconsoladamente. Algunos se bloquean, otros buscan mantener a la florecita de sus vidas precisamente con vida.

—¡Emma! —saltó fuera de la cama de forma inmediata.

La agarró, vio la sangre.

No pudo imaginar nada, ni siquiera menstruación. En ese momento se olvidó de todo, hasta de su nombre, lo único que sabía era que la vida de su niña estaba en peligro. La cargó entre sus brazos como a una bebita, tomó su celular, y se fue corriendo con los pies descalzos. Subió al ascensor y presionó el botón de la cochera. Mientras bajaban, la miró. Emma tenía los ojos entrecerrados, apenas estaba consciente, su cara estaba hinchada, especialmente en el lado derecho.

—¿Qué te han hecho? —Jake susurró con los ojos lacrimosos.

Ahora sabía otra cosa. Alguien le había hecho eso, y ese alguien debía morir.

La subió al asiento trasero de la camioneta, le abrochó el cinturón. No paraba de hablarle.

Florecita, vas a estar bien —repetía de formas distintas.

Hablaba en tono desesperado, así demostraba lo dudoso que estaba de sus propias palabras. La miró a través del retrovisor mientras conducía. La cabeza de Emma colgaba, no tenía ni la fuerza necesaria para mantenerse más o menos erguida. Jake golpeó el volante del vehículo cuando el semáforo indicó pare.

Otra vez vas a bailar, y serás feliz... como flores que florecen —le cantó despacito, vencido por sus lágrimas.

No sabía si seguía consciente, pero al menos tenían la fortuna de vivir a pocas calles de uno de los hospitales más grandes de la ciudad. Se detuvo frente a la puerta de entrada y bajó corriendo, la cargó entre sus brazos de nuevo, y un par de enfermeros se le acercaron de inmediato con una camilla.

—¡Es mi hija! ¡No sé... no sé qué es lo que tiene!

Se sintió despojado cuando la arrancaron de sus brazos. Quiso seguirla, pero una enferma lo paró, haciéndole preguntas que no podía ordenar en su cabeza. Estaba temblando, algunos pacientes lo estaban mirando, el frío del suelo le helaba las plantas de sus pies. La enfermera le hablaba, pero todo a su alrededor se había puesto en silencio. La estaba perdiendo. La estaba perdiendo exactamente como hace seis años, y no tenía idea de que si esta obra terminaría de la misma forma.

Emma parpadeaba como apunto de desvanecerse. Las luces de las salas de emergencia siempre la encandilaban, y esa fue su primera razón para notar donde estaba acostada. Había mucha gente a su alrededor, hablando en tono severo. Oía las palabras sangrado, paciente, heridas con frecuencia. Una mujer comenzó a hacerle preguntas, pero Emma no lograba articular. Era una enfermera de mediana edad. Habló dulce cuando repitió su pregunta, incluso se acercó más a ella.

—¿Cómo te llamas, cariño?

—Emma —cerró sus ojos, echando lágrimas en cada lado de su rostro.

—Estarás bien, Emma. Te sanaremos —le aseguró.

Podían sanarla físicamente. Nadie nunca podría sanarla emocionalmente.

Uno le inspeccionaba la cara hinchada por la bofetada que recibió, otros se ocupaban del sangrado entre sus piernas, le hicieron preguntas sobre su ciclo menstrual, sobre su actividad sexual, pero a ninguna respondió. A continuación, se percataron de los moretones azulados en sus nalgas. Todos se miraron a la cara por un instante, después gritaron cosas entre ellos, y para otros. Emma se encontraba en medio del desvanecimiento y la media consciencia. Le dolió cuando le quitaron el suéter verde, hallando más rastros de violencia en sus brazos, en su cuello. La misma enfermera se le acercó para hablarle a la cara.

—Cariño, ¿quién te hizo esto?

Si hablas de más, se muere accidentalmente.

—Nadie —tartamudeó.

No podía hablar, pero mucho menos podía dejar que lo averiguaran.

Alguien te hizo daño, ¿cierto? ¿Abusaron de ti? —La enfermera cambió su pregunta.

—¡No! ¡No! —gritó al darse cuenta de que estaba estropeándolo todo.

—¿Cómo te hiciste esas heridas entonces? —preguntó con el mismo tono paciente.

Otra enfermera comenzó a quitarle la ropa con delicadeza para colocarle una bata blanca. Emma comenzó a llorar. No sabía qué contestar, no tenía la mente necesaria para inventar cualquier historia. Sintió la tela de la bata contra su piel, el dolor en su pecho se volvió insoportable en ese momento. Estaba en el mismo lugar que hace seis años atrás, pero esta vez iba a morir, su ataque de pánico se lo hizo creer. ¿Iban a inyectarle algo con esas agujas? El mundo le daba vueltas mientras respiraba desesperadamente, y la enfermera le decía cosas para calmarla.

La realidad se volvió tan insoportable que su cerebro decidió desvanecerla.

—¡Se desvaneció! —gritó la mujer.

—¡Acaba de expulsar tejido por la vagina! ¡Debe ir al laboratorio ahora! —gritó otra.

Jake se encontraba en una silla alrededor de otras personas que también estaban esperando saber sobre el estado de sus seres queridos. Estaba doblado hacia delante, sostenía su cabeza entre sus manos, sus piernas se sacudían ansiosamente, cada vez más rápido. Nadie le había dicho nada desde que llegaron, desde que una enfermera le tomó los datos. Ya había pasado dos horas. Estaba amaneciendo en la ciudad. Pidió información sobre Emma en más de una ocasión, en todas le pidieron que tuviera paciencia. Pensaba preguntarlo una vez más antes de empezar a gritarle a todo el mundo. Le dolía la cabeza. No había llamado a nadie, ni siquiera se le ocurrió hacerlo. Solo podía pensar en su niñita. Estaba tan asustado que comenzó a pedirle a su difunta mamá que ayudara a Emma a salir de esta horrible situación.

—Señor Miller —le llamó un doctor.

Se levantó rapidísimo.

—Sígame. Por favor —pidió.

Lo llevó hasta una habitación blanca donde se encontraba un escritorio blanco. Le ofreció una silla, y Jake se sentó. Colocó sus manos cerradas sobre la mesa. No habló. Inspeccionó con su mirada la carpeta que el doctor cargaba, donde se encontraban todos los detalles de lo que le estaba pasando a su florecita.

—Señor Miller —repitió después de sentarse en la silla paralela.

—Escuche —pasó una mano por sus labios—. He estado en una habitación parecida a esta hace seis años porque mi hija trató de acabar con su vida. No necesita amortiguar nada. Necesito escucharlo ya.

—Está bien —tomó aire antes de empezar—. Señor, Emma expulsó un tejido poco tiempo después de llegar a emergencias. Lo llevaron al laboratorio y determinaron que se trata de tejido embrionario. Emma tuvo un aborto espontáneo.

Jake sacudió su cabeza.

—¿Qué?

Emma estaba embarazada.

—¿Embarazada? ¿Cómo? —cubrió su rostro por un momento.

Colin.

Niño estúpido.

—No hemos tenido la oportunidad de entrar en detalles con ella. Bueno. Ella aún no lo sabe porque se desvaneció primero, ahora está descansando. No hemos tenido oportunidad de preguntarle al respecto, si sabía que estaba embarazada.

—No lo sabía. Nadie lo sabía —le aseguró.

—Lo siguiente... —tomó aire otra vez—. Lo siguiente podría ser más difícil de procesar para usted.

—¿Lo siguiente? —se tensó.

La cara hinchada de ella.

Ellos sabían de eso.

—Eh, señor, escuche, lamento tener que decir que recibimos a mujeres como Emma en urgencias todo el tiempo. Emma presenta signos de violencia. Creemos que el aborto se produjo por un traumatismo.

Vio nublado, tan nublado como cuando subió a una tacita giratoria del parque con su pequeña de ocho años. El doctor se levantó para sostenerlo. Llamó a un enfermero con un teléfono de la habitación. Le trajeron agua. ¿Por qué carajos pensaron que necesitaba agua? Le quitaron los pétalos a su florecita. Uno por uno. Comenzó a llorar desconsoladamente, desbordado hasta el límite. El doctor le hablaba, preguntaba cosas, le preguntó si tomaba tranquilizantes, pero Jake se hallaba totalmente inmerso en su pérdida. Perdió una parte de Emma, y para siempre. Nunca volvería a ser la misma, pero ¿quién podría? Estaba soñando. Que alguien le dijera que estaba soñando, porque se rehusaba a creer que ambos habían llegado a ese día peleados. No se hablaron más después del enfrentamiento del jueves. Pudo haberlo evitado. Si no actuaba como un imbécil podría haberlo evitado todo. Se sentía malditamente culpable.

—¿Quién fue? —preguntó entre sollozos, como si el doctor lo fuese a saber.

—Ese es el asunto —se colocó de cuclillas para hablarle a una distancia respetuosa—. Señor, lo negó cuando se lo preguntaron, lo negó profundamente. No podemos iniciar con el procedimiento médico, y legal, sin la aprobación de Emma. Ella tiene veinte. Necesitamos el consentimiento de ella.

—¡No, no, no! Tienes que hacerlo ahora. Declárenla incapacitada mental. ¡Lo que sea! —llevó una mano a su pecho. Todo lo que estaba escuchando sonaba malditamente irreal—. Emma tiene trastorno de ansiedad, también de pánico, tiene una historia de suicidio. A veces no toma las mejores decisiones.

—Entiendo su desesperación, señor, pero no podemos inventarle una enfermedad a Emma. Este es el protocolo que manejamos. Si Emma afirma que sufrió violencia, y que desea hacerse exámenes, todo el equipo estará aquí, ¿de acuerdo? Hasta la policía y la fiscalía vendrán si ella desea. Volveremos a tocar el tema con ella cuando despierte y se sienta lo suficientemente tranquila. Siempre queremos obtener una respuesta antes de las 36 horas para la recolección de evidencias. Su hija está en buenas manos, señor.

Pero no estuvo en buenas manos.

—Él no fue —le susurró Bianca.

Se encontraban sentados en un sofá blanco para dos. A pocos metros tenían los pies de la camilla donde Emma estaba durmiendo. Eran casi las once de la mañana. Para esa hora, toda su familia sabía que Emma se encontraba en el hospital por aquellas razones, incluso había globos de mejórate pronto que Gael y Gillou le habían comprado para darle color a la habitación. Todos estaban con el alma destrozada. Todos lloraban como si hubiesen escuchando a su papá decir: Emma acaba de morir. J.J. se shockeo demasiado que requirió asistencia en el hospital, aunque para esa hora ya estaba recuperado. Nadie comprendía cómo un angelito tan puro e inocente acabó viviendo lo que podía catalogarse como una noche de horror. Nadie comprendía cómo funcionaba la vida, el universo, Dios. ¿Por qué ella? Ninguna persona merece pasar por una situación como esa, pero ¿por qué tuvo que ser Emma? Se quemaban los cerebros tratando de hallar una respuesta. Si se trataba de todo lo bueno de la humanidad puesto en un solo corazón. Dañarla de esa manera. ¿Por qué? Cada uno poseía una docena de por qué. Pero la pesadilla no se limitaba. Emma había estado embarazada. Embarazada. Y de Colin. Tenían conflictos internos porque él hubiese sido el papá de lo que perdieron esa madrugada. Sonaba ridículo después de todo lo que habían pasado, pero, en lugar de odiarlo más, ahora no sentían nada. Gastaban energía en su dolor, y no les sobraba para odiarlo.

—Sé que no. —Jake frotó su rostro con sus manos.

Les volvía locos no tener al menos un sospechoso.

—Tiene que saberlo. Tiene que saber que tuvieron un aborto —dijo ella sin dejar de mirar a Emma.

—Le advertí claramente. Le advertí que no la embarazara y fue lo primero que hizo el desgraciado —resopló. Estaba medianamente relajado gracias al tranquilizante que le dio de tomar Bianca—. Quisiera odiarlo, pero ahora solo odio al hijo de puta que provocó esto. Juro que la despertaré para que diga quién demonios lo hizo. No me sentaré a escucharla negar. Está lastimada de pies a cabeza como si no valiera nada —miró hacia arriba, procurando no llorar más—. Necesito que el enfermo responsable sufra hasta que pida su muerte o no dormiré tranquilo jamás. Necesito que Emma diga la verdad.

—Lo dirá. Tienes que permitir que lo procese primero —le tomó de la mano.

—Siento que me estoy muriendo —la miró. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar.

—Lo sé. Pero debes llamarlo ahora —le acarició la mano suavemente.

—Demonios —suspiró.

—Tal vez sepa algo. Y tiene derecho a estar aquí —añadió.

—¿Ahora estás de su lado o algo así? —volvió a mirar a Emma.

—No. Pero sé de alguien que ha estado en una situación algo parecida en el pasado, aunque esa historia terminó bien.

—Bien. Me convenciste, rubia.

Colin abrió la puerta y dejó pasar al hombre que traía su almuerzo. Era puntualmente el mediodía. El hombre dejó la bandeja encima del mueble frente a la cama, agradeció por la propina, y se marchó. Colin agarró una papa frita y la masticó mientras inspeccionaba la hamburguesa con sus dedos. No acostumbraba almorzar comida rápida, pero ese día era distinto, y no sabía la razón. Había pasado la noche en vela, como siempre, la madrugada le pareció interminable. Que pensara en Emma no era novedad, pero ahora lo hacía con más frecuencia. Infectó su mente de pensamientos que giraban en torno a ella y a Milo, a ella con Milo. No sabía en qué momento de ayer se había recuperado de su corte mental, tampoco era consciente de qué tan severo había sido a ojos de sus amigos, quienes le habían jurado que ese día buscarían a Emma para advertirle sobre Milo, de esa manera lograron calmar su ataque. Solo su ataque. Seguía condenadamente mal. Se alternaba entre su corazón lastimado porque Emma había pasado de él, y el odio que sentía hacia Milo Walton. Lo odiaba. Sentía el odio subirle desde los dedos de sus pies hasta su cabello como miles de viudas negras. Sabía, demonios, sabía cuáles eran las malditas intenciones de ese degenerado. La quería coger, solo la quería coger. Estaba seguro de que siempre lo había querido, pero su pene había nacido en el siglo pasado. No podía permitirse tener a Emma hasta ahora. Como estaba seguro de eso, también lo estaba de que todo había sido parte del plan. Lo separaron de Emma, de su nena, para que ese degenerado pudiese tenerla. Nunca se trató de Kayce, mucho menos de las fotos que les tomaron en la azotea, todo se trataba de Milo, y sus deseos de poseer a Emma como un objeto.

Ya no podía almorzar. Se le fue el apetito en un par de segundos.

Dejó la comida y se sentó en su cama donde se encontraba su celular. Iba a llamar a Eugene para acabar con su ansiedad. Iba a buscar a Emma así tuviera que recibir otra paliza para hablar con ella. Sabía lo que quería decirle: te prohíbo salir con ese degenerado, pero sería mejor decirle cada una de las razones por las que estaba cometiendo el peor error de su vida al salir con ése. Iba a confesarle todo. Absolutamente todo. Desde las fotos hasta la manera pervertida en la que Milo la miraba sin que lo notara. Desbloqueó su celular, y ahí apareció, una llamada entrante de Jake Miller. Tenía el estómago vacío, pero algo se revolvió en su adentro. El corazón se le descontroló. Atendió la llamada sin esperar a que su cerebro la procesara.

—Hola —se tomó de su frente, respirando hondo.

—Emma se encuentra en el hospital por algo que te compete. Si aún te interesa un poco, estamos en el hospital Lennon en Upper East Side —le informó con indiferencia. Quería darle a entender que le daba igual que apareciera o no, pero no lo hacía, no le daba igual.

Esas palabras lo tomaron del cuello. No, no era momento de ahogarse. Pensó en lo peor. ¿Y qué es lo peor? La muerte. Emma no murió evidentemente, pero estaba seguro de que había intentado acabar con su vida otra vez, y por una razón que ahora mismo no se le ocurría.

—Emma me interesa, y mucho. Yo...—el otro le colgó antes que pudiese terminar— la amo.

Actuó inmediatamente. Se colocó las primeras deportivas que halló tiradas en el suelo, y se marchó a toda máquina. Abrió la aplicación de su transporte, pero se quedó en blanco. ¿En qué estaba pensando cuando se lastimó? ¿Por qué dejaron que se sintiera tan desolada? Reaccionó. Tomó el ascensor. Hospital Lennon en Upper East Side. Lo conocía porque también era el lugar adonde acudía por migrañas. No estaba lejos de las dos torres, pero sí estaba malditamente lejos del hotel, y con el tráfico del mediodía. Dios Santo.

—Por favor, apúrate —le pidió al conductor—. Voy al hospital por una emergencia.

—Haré lo que pueda —lo miró desde el retrovisor. Odiaba cuando la gente pedía eso. ¿Acaso no sabían en qué ciudad se encontraban? El mapa indicaba treinta minutos con el tráfico. Significaba cuarenta.

Colin suspiró entrecortado, tumbándose hacia atrás. Quería vomitar. Demonios. Ni siquiera había desayunado, y quería vomitar. ¿Qué iba a expulsar? ¿Su corazón? Jake lo había llamado, pero ¿Emma se lo había pedido? ¿Quería tenerlo a su lado a pesar de todo? Lo había llamado a pesar de todo, por eso se sentía agradecido. Lo conocía lo suficiente para saber que su ex suegro no olvidaba de un día para el otro. Le había dado patadas como a una bolsa de basura, pero estaba benditamente agradecido porque lo había llamado, incluso cuando le gritó: ¡Largo de nuestra vida!, y J.J. le ordenó que no volviera a buscar a Emma. Dios mío. Acababa de recordar esos detalles. ¿Qué estaba pasando con Emma que decidieron borrar sus palabras y por qué ese algo le competía bastante? ¿Es que no pudo darle un adelanto por teléfono? ¡Dios!

Atropelló la recepción del hospital.

—¿Dónde encuentro a Emma Miller Balmer? —se acercó completamente al mueble, y observó al enfermero con unos ojos enormes. Parecía que se encontraba bajo el efecto de alguna sustancia, al menos de Red Bull mezclado con café negro de ficha.

—Colin —habló Bianca desde atrás.

Colin brincó y giró, agarrándola del brazo. Bianca notó que estaba sudado bajo su camiseta negra, especialmente en su espalda. Era sudor o es que se había derramado una bebida encima. En ese momento no le gustó ser la que debía darle la noticia. Ya estaba demasiado alterado antes de poder escucharla. Jake le recordó lo poco cuerdo que era Colin, justo cuando ella estaba saliendo de la habitación para esperarlo.

—¿Dónde está Emma? ¿Qué le pasó? —la miró con los mismos ojos enormes que ahora también estaban nublados. En cualquier momento iba a llover sobre él. Sacudió el brazo de Bianca. No estaba bajo control. Los cuarenta minutos en el tráfico lo terminaron de enloquecer de ansiedad, de nervios, de miedo.

—Tuvieron un aborto espontáneo, Colin. Emma estaba embarazada —soltó de una maldita vez.

Colin soltó el brazo de Bianca lentamente, y se cubrió su cara con sus manos. Aborto espontáneo. Existe una cantidad numerable de razones por las que puede ocurrir un aborto espontáneo; la mayoría de ellos suceden por causas inevitables como el mal desarrollo del feto, anomalías cromosómicas, afecciones. Lo sabía, pero no pudo frenar la culpa que nació en su pecho, como si su presencia pudiese haber cambiado el destino, como si su ausencia los hubiese condenado.

—¿Dónde está? ¿En qué habitación está?

Todo su cuerpo comenzó a temblar mientras lloraba. Jamás se perdonaría por haberla dejado sola, jamás se perdonaría por no haber luchado por Emma, su nena, como debería. Había demostrado toda su inutilidad en el momento en el que se acostó a llorar en lugar de salir a buscarla.

—1128, pero Colin...

Colin la esquivó y se fue corriendo. Si aún seguía adolorido por la paliza, se le olvidó por completo. Corrió y corrió, subió escaleras, subió a elevadores, mientras lloraba porque había perdido algo demasiado grande, y nunca supo siquiera que lo tenía. Cuando llegó al piso, corrió por el pasillo, encontrando a los dos hermanos de ella, con Gillou, los tres estaban parados en un triángulo, él no los miró demasiado, pero podía jurar que habían comentado algo cuando lo vieron llegar. Disminuyó su corrida, sintiéndose cohibido frente a ellos, pero trotó hasta la puerta entreabierta de la 1128.

Algo estalló en esa habitación cuando se vieron a los ojos. Lo supieron.

Colin corrió hasta la camilla, y la abrazó, y la besó en la cara, mientras ambos lloraban sin consuelo. Emma hundió sus dedos entre el cabello que tanto había echado de menos, se permitió sentirlo, acariciarlo, como antes, a la par que acogía besos desesperados cerca de su cuello. Colin la agarró de la cara con sus dos manos, se miraron a los ojos, reconociéndose en medio de la tormenta de verano.

Te amo —le dijo entre sollozos, sin soltarla.

Emma cerró sus ojos, apartándole las manos para que la soltara.

—Soy una niñata estúpida —tartamudeó.

—Por supuesto que no. ¿De dónde sacas esas cosas, corazón? —le acarició el cabello.

No se imaginaba lo que ese cuero cabelludo sufrió en la madrugada, y que seguía doliendo como cada centímetro del cuerpo de ella, aunque la mayor parte de los dolores estaban camuflados con fármacos, y no los sentía profundamente. Emma sollozó al recordar cómo prácticamente la arrastró por un corto pasillo que se sintió interminable. Le quitaron las dolencias físicas, pero las más graves se encontraban dentro de su cabeza. Si hablas de más, se muere accidentalmente. Abrió sus ojos para contemplar la hermosa carita, notando por primera vez lo hematomas que ahora eran verdosos.

—¿Qué te pasó? —le tocó el hematoma de su cara con un pulgar.

—Me peleé con Jordan —le dio un beso en la muñeca, fue entonces que se percató de la cantidad de hematomas recientes que ella tenía en sus brazos, sus ojos se abrieron exageradamente—. ¡Mi Dios!

Emma tenía hematomas por todas partes. En sus brazos, en su cuello. Alguien la había maltratado con demencia. Dios. ¿Acaso tuvieron un aborto espontáneo por los traumas? Su cabeza comenzó a trabajar con cientos de ideas al mismo tiempo. Se congeló al verla llorar, de la misma forma en la que se había congelado en Coney Island.

«Muévete. Dile algo, carajo, dile que la amas bien, dile que todo estará bien, miéntele, maldita sea, miéntele como siempre lo has hecho, y dile que superarán esta batalla juntos».

Jake lo agarró del hombro por detrás, llevándolo afuera. Emma se quedó para ser emocionalmente asistida por un especialista, y también por Jane, quien acababa de llegar, cancelando a todos sus pacientes del día. Colin estaba siendo más o menos arrastrado fuera del cuarto, porque ni siquiera podía moverse por cuenta propia. Jake comenzó a decir un montón de cosas sobre que no debían forzarla, pero Colin no podía dejar de escucharse, de escucharla.

«—Siempre te voy a cuidar.

—¿Me lo prometes?

Él había asentido con su cabeza, prometiéndoselo.

—No es que no crea que puedas cuidarte sola, es solo que... el mundo no te merece».

Era un manojo de promesas sin cumplir. No la había cuidado ni un poco, incluso él mismo le había hecho daño. Dios. Ayer. Ayer tuvo ese horrible presentimiento. Milo Walton. Milo Walton la había maltratado. Estaba completamente seguro de que era el culpable de que su hermoso ángel se hallara con las alas rotas.

—No descartan de que la hayan violado —pronunció Jake.

Colin logró mirarlo con unos ojos que más que nunca combinaban con el mar. No paraba de mojar.

—¿Quién fue? —tartamudeó.

—No sabemos. Hasta el momento Emma lo está negando —le apretó el hombro. En ese momento todos necesitaban apoyarse, era la única forma de sobrevivir a la tormenta, hasta Colin, quien no podía ser tan buen actor, eso pensaban, estaba destruido como ellos, se le notaba en la mirada, más allá del llanto.

Pero él sí sabía quién fue.

—Tiene miedo —susurró.

—Pero esperamos que tenga el valor, chico. Uno de los doctores me dijo que las primeras 36 horas son vitales para la recolección de evidencias. Ni siquiera se ha aseado aún, toda la ropa que aparentemente usó en el momento está guardada, pero no pueden hacer nada mientras Emma no lo conceda, y ni siquiera está siendo capaz de decir que fue abusada.

Colin regresó a mirarlo a la cara. Iban a envejecer y a morir esperando a que lo afirmara. Esperar. Esperar le había arrebatado demasiadas cosas últimamente, incluyendo un hijo, porque, diablos, apostaría hasta el último centavo del ahorro de su vida a que perdieron ese pedacito de los dos por los golpes que su nena recibió. Maldita sea. Imaginarla recibiendo golpes, patadas, bofetadas, imaginarla siendo penetrada mientras suplicaba basta, eso le había terminado de quemar el corazón, el alma, todo aquello que aún tenía un poco de vida. Con Emma siempre se había que ser delicado, especialmente en la cama, merecía respeto, se debe abrazarla después del orgasmo, esa era como una ley fundamental. Para ella, el sexo era el punto máximo de su ser vulnerable, se refería al coito como la forma en la que sus almas se terminan de fusionar. Pero de pronto todo se redujo a un bosque en llamas, como un incendio forestal que acababa de arrasar sobre todo ser viviente, ni una flor había quedado, todo se había consumido hasta convertirse en cenizas.

Emma era cenizas.

—No podemos esperar nada.

Colin se escapó de las manos de Jake, y corrió para interrumpir en la habitación. No había palabra o persona que calmara al estado de Emma. Un enfermero iba a colocar un tranquilizante en la vía cuando Colin se acercó completamente a ella, tocándole la cara suavemente con sus dos manos, evitando que las marcas medio moradas en el cuello de ella lo distrajeran de lo que necesitaba decirle. Los profesionales se sobresaltaron porque no querían que ella se alterara más con las palabras de él, hasta Jane le pidió que se retirara porque no era el momento. Un enfermero se acercó para llevarlo fuera, pero Colin le dio un codazo.

—Háblame sobre lo que pasó —le susurró muy cerca de su cara.

Emma cerró sus ojos con fuerza para no verlo. El enfermero lo agarró de nuevo, pero Emma habló:

—No puedo —susurró.

Jane le indicó al enfermero que se apartara.

Colin presionó suavemente su frente contra la de Emma.

—¿Por qué no? —preguntó con el mismo tono.

Ambos tenían los ojos cerrados, pero Emma los abrió cuando pronunció con trabas en su garganta:

—Porque no puedo arriesgarme a perderte para siempre.

Colin apartó sus frentes para verla directamente a los ojos.

—¿Qué? Nunca me perderás para siempre. Dios. Tendrás que lanzarme por un acantilado cuando necesites deshacerte de mí porque no me iré tan fácilmente. ¿Lo recuerdas? Mi alma bajará a la tierra solo para asegurarse de que estás con la persona correcta. Soy un pesado, pero soy tu pesado.

Emma levantó lentamente su mano para taparse los ojos, llorando. No sabía cómo explicarlo. Colin no lo estaba entendiendo, pero ella tampoco estaba siendo clara. Quería regresar el tiempo hasta esa noche en Coney Island, cuando pensó en bajar del taxi para correr a los brazos de él, correría más rápido que una atleta olímpica si tuviese una segunda oportunidad para hacerlo. No estarían aprisionados en esa pesadilla si no hubiese pronunciado esas palabras. Se acabó. Todo el universo se alteró con esa decisión, como si su relación era lo que hacía al mundo girar normalmente, al romper hicieron enfadar a todas las divinidades. Le cayó la furia más pesada a ella. Ni en un millón de años hubiese imaginario que Milo acabaría siendo el malo de su libro. Lo conocía de toda la vida. ¿Cuándo le dio indicios para creer que estaba loco de remate? ¡Jamás! Confió ciegamente en él, demostrando que el resto tenía razón cuando la trataban como la florecita frágil incapaz de sobrevivir allá afuera. Era su culpa. Estar en esas condiciones era su culpa, y abrir la boca solo significaría atar a Colin con una soga y arrastrarlo por el asfalto desde una camioneta.

—No me fue bien sin mi nena —suspiró actuado—. Ahora quisiera saber qué le está pasando.

—Tu nena es estúpida estúpida —sollozó sin destaparse la cara.

—No. Mejor cambio mis palabras: necesito confirmar eso que le está pasando a mi nena —bajó la mano de ella para que lo viera, le besó la muñeca, la palma—. Emma, yo sé con quién te has estado viendo

Jake quiso avanzar hasta la cama cuando escuchó esas palabras, pero Jane lo detuvo. ¿Con quién se ha estado viendo Emma que él no tenía una mierda de idea? En la habitación también estaba el mismo enfermero que hace rato, y una psiquiatra, quien fue llamada, se encontraba escuchando todo, sin interferir.

—No —susurró ella.

—Sí, incluso tengo un par de fotos. ¿Ese hombre te hizo esto? Puedes decírmelo, incluso al oído —se acercó más al rostro de ella—. ¿Me lo dirás? Quiero hacer justicia por ti.

—No puedes hacerla si estás muerto —sacudió su cabeza, apartándolo más.

No puedo arriesgarme a perderte para siempre.

No puedes hacerla si estás muerto.

—¿Te amenazó con que me dañaría?

—Sí —tapó su cara con sus manos.

Estaba hablando de más.

Si hablas de más, muere accidentalmente.

—¿Sabes que la policía no permitirá que eso suceda si tú decides alzar la voz? Estaremos a salvo. Los dos. Yo no tengo miedo de que me lastimen, tú tampoco deberías. ¿Puedes mirarme? Nadie permitirá que nos pase algo. Yo no permitiré que te pase algo más.

—Yo prometí que te iba a cuidar —sollozó.

—Lo recuerdo, pero si cuidarme significa esto, entonces, no lo hagas. Me has cuidado bien en los ocho meses, pero ahora no quiero que lo hagas, Emma, otras personas me cuidarán desde ahora. Dime si te ha tocado de más. Dime, Emma —mojó sus labios, necesitaba decirlo fuerte para que los otros oyeran—. Dime si te ha forzado a tener coito. Dime.

—No me odies —le suplicó, sollozando entre cada palabra.

—Jamás. ¿Por qué te odiaría? Dime porqué te odiaría.

—Porque me froté en él —se hundió en llanto.

—¿Y qué más pasó, Emma? ¿Qué pasó anoche? —la agarró de la mano.

Me azotó —gimió de dolor.

Hablando.

—¿Y qué más? —estaba mordiendo con fuerza para no echarse a llorar.

—Abrió mis piernas —tartamudeó.

—¿Te penetró sin tu consentimiento?

No. No hizo eso —movió su cabeza, negándolo.

De más.

—¿Entonces puedes decirme qué pasó después?

—Solo... —vio un flashback en su mente— me golpeó. Me golpeó.

—¿Quién? Di su nombre.

«—Di mi nombre».

«—Si tienes el atrevimiento de frótate en mí, ¡al menos gime para mí!»

—Emma. ¿Quién lo hizo? —insistió.

Milo Walton —lo miró a los ojos.

Estaba. Hablando. De. Más.

Jake salió de la habitación inmediatamente, gritándole a sus dos hijos que había sido Milo Walton, y que lo iba a matar con sus propias manos. Todos perdieron el control en ese preciso momento. Gillou y Gael ni siquiera sabían quién era el dueño de ese nombre, pero era el nombre del agresor de Emma. J.J. pudo haberse desmayado, pudo haberse vuelto loco de ira, pero su mente eligió detener a su papá porque lo necesitaban fuera de prisión. Afuera, todos ellos, más Bianca y Faith, se reunieron a contenerlo. Jake iba a matar a Milo si lo tenía enfrente, en verdad iba a hacerlo. Pronto llegaron los enfermeros, y unos guardias.

Adentro, seguía el sutil interrogatorio de Colin, pero primero se detuvo a abrazarla.

—Te amo demasiado, mi nena linda —le lloró. Mucho.

En su mente, Emma se acusaba de estúpida. No respondió. Escuchó los sollozos de Colin, era la sinfonía más melancólica del mundo mortal. Le estaba llorando como si se encontrara en un ataúd, le estaba llorando como la gente le había llorado al cuerpo tieso de su abuelo. No lo culpaba. Ella había muerto, solo que su organismo no estaba enterado. Un caso más de muerte espiritual. Apostaba a que podía quitarse la vida sin pensarlo dos veces. No se puede sentir arrepentimiento si ya se está muerto de antemano.

—Emma —le dio caricias en su cabello.

Emma siguió callada, llorando en silencio.

—Tienen que hacerte exámenes, corazón.

No. —Pero sí tuvo fuerza para decir eso.

—Emma, esa es la única forma de que ese tipo acabe en prisión. Necesitan hacerte exámenes, y debes decirle todo a estas personas. Sé que quieres descansar de esta mierda, mi amor —pero recién ha empezado—, pero necesito que hagas ese esfuerzo ahora. La policía, la fiscalía, no puede hacer mucho si no lo apruebas. Necesitas hablar para que esto acabe más pronto.

Si no terminaba de hablar, la policía no lo iba a poder proteger a él.

—Me quiero ir a casa —susurró.

—Te irás a casa después. Lo harán rápido y responsablemente para que puedas ir a descansar a tu ático. Odias los hospitales, ya lo sé, pero te juro por Dios que me sentaré en esa puerta mientras pasas por ese proceso. No te dejaré sola ahora, y también tienes a toda tu familia velando por ti. ¿Lo harás?

Sí. —pronunció claro. Porque esa era la única forma de salvarlo, porque era la única forma de remediar lo bocona que había sido—. Pero tienes que decirle que me quiero ir a casa rápido. —Estaba tan inmersa en Colin que no había notado que había testigos oyéndolo todo—. No soporto un segundo más en este lugar —hizo una mueca que le sacó la fuerzas para seguir hablando. Un recuerdo de hace seis años.

Línea para que puedas dejar tus palabras y/o lágrimas.

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