58: ¡Traicionera!

En las últimas dos semanas había desconfigurado su cerebro. Dormía durante la tarde y pasaba casi toda la noche en vela. No lo hacía a propósito. Una vez simplemente sucedió, y pronto se acostumbró. Llevaba cuatro días en el hotel. Cuatro días durmiendo, tres noches dando pasos por alrededor del cuarto. Sentía dolor en todo su cuerpo, ni siquiera había pasado una semana de la paliza, y cada día le dolía un poco más. Caminaba por la habitación para evitar que el dolor de los golpes se mezclara con un dolor por inmovilidad, aunque, si fuera por él, pasaría 24/7 en esa cama. En algún momento de la tarde se había quedado dormido, y despertó a las siete, alrededor de sus dos amigos.

Visualizó la situación antes de moverse de su posición fetal bajo las sábanas blancas. Alan se encontraba mirando su celular en un sofá de al lado, hasta parecía que lo estaba cuidando, lo vería de esa manera, pero, vamos, se trataba de Alan, ni siquiera se cuidaba a sí mismo, y hace poco se volvió adicto al Candy Crush. Tuvo que moverse para ver a Eugene, quien estaba sentado a los pies de su cama, también estaba con su celular. Él lo estaba cuidando, lo sabía, y no sentía pena al admitir que le gustaba que alguien lo cuidara, bueno, lo admitía en su interior, pero prefería callarlo. Tampoco sabía la razón. ¿Todavía tenía razones para avergonzarse frente a su mejor amigo? Si la noche después del alta tuvo que llamar a su habitación porque no podía levantarse para irse al baño solo.

—¿Cómo entraron? —les preguntó sin destaparse.

Eugene bajó su celular y le dio unos golpecitos cariñosos en su pantorrilla.

—Digamos que Al es medio psicópata.

—¿Medio? —habló con la voz ronca.

—Convenció a una mucama de que abriera tu puerta después de que me negara a mí —explicó.

—Eugene —dijo Alan. Su celular exclamó tasty después de que subiera el volumen. Se arrimó al borde de su asiento para mirarlo—, jamás consigues nada siendo honesto.

—¿Qué le dijiste a esa mujer, Al? —Colin siguió hablándoles desde su misma posición. Necesitaba un momento de preparación para sentarse porque le dolía. No tenía idea de qué hora era, de cuántas horas durmió, pero estaba casi seguro de que era tiempo de tomar su medicina.

—Le dije lo primero que se le ocurriría a cualquiera, a cualquiera que no tuviera el cerebro de trufa de Eugene. Que no sabíamos nada de nuestro amigo inválido y que temíamos que te hayas resbalado en la ducha, dah —se levantó a buscar una Coca-Cola del mini refri.

—También le dijo que tienes esquizofrenia —agregó Eugene.

—Y le creyó. —Colin se acostó boca arriba y poco a poco comenzó a sentarse, soltando quejidos.

—Hasta le tembló la mano al meter la tarjeta. Ja —recordó Alan, luego de darle un sorbo a su lata.

—Nos preocupaste, perro —dijo Eugene.

—Estaba durmiendo —contestó.

—Eso ya lo sabemos, perro. —Alan caminó hasta el sofá de nuevo. Nunca había notado lo excluido que se sentía de esa relación dual hasta que Jordan se fue. Tenían apodo, y sonaba genial—. ¿Sabes qué? Anoche fuimos al bar ése... —Traducción: anoche fuimos a buscar a Emma para forzar una reconciliación, pero tú crees que fuimos al bar ése— y no hubo nenas.

—Ah —asintió una vez con el ceño fruncido.

Que Eugene le hablara de algo interesante o se volvería loco.

—No hubo nenas porque tuvimos una de esas charlas serias entre hombres —añadió. Traducción: nos cabreamos a un nivel inimaginable y casi lloramos por las injusticias de cupido—. Ambos llegamos a la conclusión de que...—Eugene lo miró con una cara asesina. ¿Qué carajos estaba haciendo? — lo mejor que puedes hacer es continuar sin Emma. Y ahora Eugene tiene algo importante que decirte —tosió en su puño una vez. Traducción: tengo huevos, pero no son tan grandes para decirte que Milo se coge a Emma.

Colin miró a Eugene. ¿Eso hacían cuando él no estaba presente? ¿Hablaban sobre su triste vida como un puto chisme entre ebrios? Y había pensado que estaban del mismo lado. ¿Continuar sin Emma? Si antes de irse al bar ése, ambos le habían dicho que perder a Emma no era una opción en ese momento.

Eugene se quedó boquiabierto. Necesitaba una señal para saber si era buena idea decirle en ese momento que Emma había pasado de página. La encontraron besando a un multimillonario con bigote del Señor Monopolio cuando ambos fueron a hablar con ella para buscar una reconciliación. ¿Cómo se da una noticia como esa? ¿Por qué él era el encargado de darla y no Alan? Demonios.

—Pues... —esclareció su voz.

Alguien llamó a la puerta con golpes.

Ahí estaba la señal.

Eugene se levantó de inmediato, huyendo de Colin. Abrió la puerta. Había un par de gemelas y un par de mellizos frente al cuarto. Saludaron a Eugene sin darle importancia, y entraron. Claramente sintieron impresión al ver los moretones azulados de su hermano, pero no hicieron comentarios, no estaban ahí para recordarle el intento de asalto violento.

—¡Colin! —Heidi trepó encima de la cama.

La más pequeña de los Oschner actuó como si no hubiese dos extraños en la habitación. Abrazó a su hermano del cuello como si llevaran un año sin verse. Colin cerró sus ojos con fuerza, rodeándola con un brazo. Dios. Si tan solo hubiese sabido antes de que un abrazo de su hermanita le ayudaría a sobrellevar tanto daño. Cathy se acercó a darle besos en la frente, y Thomas estiró a su melliza para darse espacio sobre el pecho de su hermano, ambos se abrazaron, mientras Mercy le acariciaba la rodilla por encima de las sábanas. Joder. Últimamente se cuestionaba demasiado su existencia, pero esos cuatro niños, porque siempre serían niños para él, llegaron en el momento exacto para recordarle porque debía seguir adelante.

—Tommy... —le acarició su cabello.

Thomas estaba llorando en su abrazo.

—Está bien, campeón. Oye, mira, trajiste un tablero —observó la caja encima de su cama. Thomas sollozó sobre su pecho, pero se recompuso de inmediato, rara vez se permitía llorar, su padre le decía que llorar es de débiles, pero eso no tenía sentido porque Colin lloraba, y él no era ningún débil—. Tom —sonrió.

—Te quiero —se apartó y se limpió la mirada con sus manos.

—Yo te amo. Los amo —estiró el vestido de Mercy para acercarla.

—Te compramos macarrones —le contó Mercy.

—Porque alguien quería comerlos —añadió Cathy, delatando a su gemela.

—Shizu te manda cariños. —Heidi le habló al lado, sentada sobre sus rodillas.

—Me impresiona cómo todos se parecen —habló Eugene. Años de amistad con Colin, pero era la primera vez que lo veía junto a sus cuatro hermanos—. Son una mini versión de ti. No es normal, perro.

—Yo me asusté la primera vez que los vi —confesó Alan.

Colin rio, mirando a sus hermanos.

—No saludaron a mis amigos —les dijo.

—Sí lo hicimos. —Thomas gruñoncito regresó.

—Bueno. —Eugene le hizo una seña disimulada a Alan para que se pusiera de pie—. En vista de que aquí jugarán ajedrez toda la noche mientras comen macarrones. Es viernes, así que nosotros vamos a un bar después de cenar. Cole, tú tienes que cenar. ¿Cate? ¿Quién de las dos es Cate?

—Yo soy Cathy —levantó su mano la gemela con jean blanco.

—Tu hermano tiene que cenar —la apuntó.

—¿Le dijiste a tus amigos que Cathy es la responsable entre las dos? —Mercy miró a Colin.

Colin soltó una carcajada, estirando el brazo de Mercy. Tal vez un abrazo le sacaría el enojo.

—No, calabacita. Les dije que Cate es la responsable entre los cuatro —contestó.

—¡Eres lo peor! —le habló Thomas. No hablaba en serio. Era lo mejor.

Cathy pocas veces se sentía tan poderosa como en ese momento, les dijo a todos:

—Cole cenará. Todos cenaremos. Mamá nos dio dinero para ordenar algo fuera del hotel.

—¿Podemos jugar ya? —preguntó Thomas, agarrando el tablero.

—Cole se tiene que bañar primero —señaló Heidi.

—¿Qué? ¿Huelo mal, Di? —rio.

—No —se ruborizó, porque Eugene y Alan apenas se estaban marchando—. Es solo que se nota que te acabas de despertar. Papá regañó a Thomas por leer toda la noche un libro sobre finales de grandes maestros —cambió de tema.

—¿Te regañó? —Colin tocó el hombro de Thomas.

—No mucho. —Thomas respondió con sinceridad. Sabía que merecía el regaño, y no le importaba, porque seguía sin vencer a Colin. Tampoco era consciente de que nunca lo vencería. Estaba empecinado.

—Bien —notó que sus amigos se habían marchado—. Me bañaré, a pedido de Di —Ella puso sus ojos en blanco—; cenaremos algo rico; y después jugaremos un poco, porque Mer está molesta, y debemos darle toda nuestra atención a la reina.

—No puedo creer que les dijeras que Cate es el cerebro de los cuatro. —Mercy siguió reprochando.

—Perdóname —la tomó de las manos, actuando un intenso arrepentimiento.

—Lo haré pasar porque estás todo lastimado —contestó.

Todo lastimado. Una descripción tan real.

—A este le llamo color sirena. Mi tía Ellie me lo compró el año pasado.

Emma estaba acostada sobre su panza, en su cama, mientras le pintaba las uñas de las manos a Esmeralda, en un color verde agua con brillantinas. Esmeralda estaba sentada en el suelo, tenía su mentón apoyado sobre la cama, mientras admiraba lo increíblemente talentosa que era Emma, pues pintaba uñas como si no requiriera ningún esfuerzo de pulso. Vivian se encontraba sentada en un puff de florecitas, en una esquina del cuarto, tenía su celular en su mano, ignorando a las adolescentes. Era una noche de chicas al estilo Emma. Vivian no podía digerir el nuevo álbum de los Jonas Brothers que sonaba en todo el cuarto.

—Florecita. —Jake le habló al otro lado de la puerta.

Emma pausó la música por medio de su celular.

—¿Sí? —preguntó.

—Es Bruno —avisó.

—Voy —tapó el esmalte de uñas y se sentó.

—¿Bruno? ¿Bruno? ¿De dónde conozco ese nombre? —Vivian la miró por encima de su pantalla.

—Nuestros papás son mejores amigos —le recordó Emma. Se levantó de la cama, tocó la cabeza de Esmeralda, diciendo—: Regreso rapidísimo —agarró una bata suavecita de color rosado para cubrir sus piernas expuestas por su short de seda demasiado corto.

Cerró la puerta tras ella y caminó hasta la sala, donde Bruno estaba parado detrás del sofá. Sonrió cuando la vio acercarse. Eran las ocho de la noche, Emma estaba en bata, y tenía los pies descalzos. Debía aprovechar hasta la última gota de esa oportunidad. Emma se acercó por completo, hasta le dio un abrazo.

—Sé que estás con tus amigas, fue lo primero que tío Jakey mencionó, pero es viernes y quería llevarte a cenar o lo que tú prefieras. Sucede que regreso a Brasil el lunes de madrugada, estuve aquí por más de un mes, y tú y yo no hemos tenido ninguna salida a solas. Vamos. Quítate esa bata, senhora —rio, estirándole la bata de señora. Supuestamente era una señora por estar metida en casa un jueves de noche.

—¿Te vas? —No pudo evitar sentirse culpable. Dios, sí. Bruno se había quedado más de un mes en la ciudad y ella jamás se tomó el tiempo de invitarlo a un restaurante de parrillada porque eso era lo que normalmente hacían cuando él los visitaba. Comer carne.

—Sí. Quería llevarte conmigo —bromeó.

Emma sonrió, mordiéndose su labio. Le dio un golpecito en el hombro con su puño.

—Pero nos vemos en febrero, ¿no?

—Por supuesto que sí —le sonrió—. Como siempre, será la mejor semana del año.

Oyeron el timbre del ascensor en ese momento, y en seguida apareció Gillou. Bruno respiró hondo. Maldición. ¿En serio? Gillou era un grande. Hablaron mucho en la barbacoa de (no) despedida de Emma, y también en el cumpleaños del martes, pero en ese instante no le caía bien. Tenía suficiente con las amigas de Emma, ahora también debía sacarlo del camino a él para tener una noche a solas con ella.

—Hola, Bruno. —Gillou saludó educado, después apuntó a Emma con su dedo—. Tú, Emma Miller, tú me sacas canas. Te escribí para vernos y no respondiste. Me estás evitando. Me estás evitando desde el martes. Tienes suerte de que tuve una semana ocupada. ¿Qué es eso de desaparecer del cumpleaños de tu papá? Te di dos días para que pienses en una buena excusa.

—Sh. Baja la voz —lo agarró del brazo con fuerza.

—¿Qué? ¿No quieres que tu papá me escuche? ¿Te estás viendo con ese malnacido? —la apuntó de nuevo con su dedo señalador. Bruno concluyó que ambos parecían hermanos mellizos peleando. Gillou respiró profundamente, levantó sus palmas frente a su cara y las bajó lentamente—. Me haces quedar como el malo de la historia. ¿Te estás viendo con ése? ¿Lo perdonaste? Es que a ti no se te puede descuidar por un minuto porque ya estás planeando mudarte a Noruega con el infiel de Colin Oschner.

—No nos estamos viendo —masculló. Perdió la paciencia. Amaba a Gillou, lo adoraba, pero odiaba cómo la veía. Para Gillou, y su familia, ella era la chica que tomaba malas decisiones—. No eres el malo de la historia, eres el amigo obsesivo y controlador, y no sé cuál de los dos es peor. No me estoy viendo con él. —Ojalá sí, ojalá la hubiese buscado el domingo—. Me fui del cumpleaños porque necesitaba estar sola. Quería estar lejos de tanta gente feliz. Esa noche hablé con Bruno sobre todo lo que pasó, y me sentí mal.

—Es verdad —le siguió Bruno.

Gillou frunció su ceño. Odiaba no poder creerles. Joder.

—¿Y no podías decirme eso? ¿No podías decirme que necesitabas espacio? Es que tú no te das cuenta de cuánto nos preocupas, Emma.

Emma mordió con fuerza.

—¡Entonces dejen de hacerlo! Estoy malditamente harta de que me traten como el pedacito frágil. Te adoro, Gi —lo agarró de los hombros. Bruno alzó sus cejas. ¿Cuánto recibió un te adoro? Ah, sí, nunca—, pero esto es demasiado. Me hacen sentir como una estúpida. Todos. No regresaré con Colin. ¿Eso es lo que necesitas escuchar? Eres mi mejor amigo. Eres mi primer mejor amigo de verdad. —De acuerdo. Bruno sintió un terrible dolor en su pecho—. No te comportes como mi papá o J.J. Confía en mí —le suplicó.

Emmy —suspiró. Apenas se daba cuenta de lo tensó que estaba en su cuello y hombros—. Soy el tóxico de esta relación, ¿cierto? Lo sé —dio un paso atrás, tomándose de la frente, mirando sus zapatos—. Pero te quiero mucho —la miró a los ojos que estaban cargados de sentimientos—. No es que piense que eres estúpida, Emmy, es que eres demasiado. Tienes un corazón maravilloso y siempre habrá alguien que quiera aprovecharse. Emmy, tú eres mi primera mejor amiga también. A veces siento que fuimos separados al nacer, por eso debo ser tan pesado, no lo hago consciente, pero sí tengo en claro que quiero protegerte.

—¿Pueden abrazarse ya? —preguntó Bruno. Para que así Gillou pueda irse...

Emma sonrió un poco, sin abrir su boca.

—Te diría que eres lo más lindo que me pasó este verano, pero también están Gael, Esme...

—¿Ves que no todo es negro, Emmy? —Gillou la tomó de la mano. Como siempre, estaba siendo sus lentes. Se acercó a abrazarla con fuerza—. Confío en ti. Ahora ponte zapatos y vámonos a comer algo.

—Está con sus amigas —se metió Bruno. Ese hombre no iba a arruinarle los planes.

—¿Amigas? —Gillou se alejó. ¿Amigas? ¿Con s al final?

Emma sintió las donas que comió subir hasta su garganta. Acababa de reclamarle su desconfianza a Gillou, acababan de aclarar sus sentimientos, y ella aún seguía ocultándole cosas. Por un segundo pensó en contarle que Vivian regresó a su vida. Como ahora él confiaba en su capacidad de toma de decisiones, sabría respetar su decisión de haber perdonado a Vivian, ¿cierto?

—Esme. Una noche de chicas con Esme.

—De acuerdo. La saludaré antes de irme.

—¡No! —lo apuntó con su dedo. Gillou enarcó una ceja—. Ambos —miró a Bruno por un instante—, ambos llegaron en un mal momento. Nos estamos depilando —levantó su pierna derecha sin el minúsculo rastro de vello—. Debo ir a estirar una banda. Ya la dejé mucho tiempo esperando. Oye, ¿por qué no bajas al apartamento de Gael? Hoy por fin decidió mudarse. —Maestra en cambiar de tema—. Estuvimos todo el día juntos. Hicimos compras en línea para decorar su cuarto. Nos divertimos demasiado. Ey, deberías bajar a hacerle compañía. En serio. Debe estar aburrido. Faith no cede a la idea de mudarse. Ya sabes.

—¿Ya se mudó y no me contó? —miró hacia el ascensor.

—Ve a reclamárselo rápido. Sin piedad —apuntó hacia el ascensor, después miró a Bruno—. Tú y yo tenemos una cita pendiente antes del lunes de madrugada. Te prometo que cenaremos algo a solas.

—Claro —contestó Bruno. Al menos lo intentó.

Emma hizo una reverencia hacia los dos y se marchó.

—¡Los quiero! —gritó cuando ya desapareció en el pasillo.

Corrió hasta su recámara, donde cerró bajo llave.

—Milo te está llamando —señaló Vivian.

Emma ajustó con fuerza el cinturón de su bata y se lanzó sobre la cama para contestar la llamada.

—Hola —se acostó de lado, haciendo una pose de supermodelo con una mano en su cintura.

Esmeralda se rio y le dio un par de golpecitos en los pies. Había escuchado todo sobre la cita con Milo, incluyendo detalles como Emma sintiéndose caliente. Aunque también mencionó que al inicio no podía quitar a Colin de su mente, todo cambió después de la segunda tanda de besos en el sofá. Milo le parecía algo mayor para su amiga, pero Emma estaba feliz, en serio estaba feliz, y eso era todo lo que le importaba.

—Emma Miller —le habló Milo al otro lado, hasta se podía sentir su sonrisa—, vístete porque paso a recogerte en diez minutos, hermosa.

Emma sonrió para Esmeralda, y se acostó boca abajo, alzó sus piernas.

—¿Adónde vamos? —tocó su cabello.

—Aún no sé. Pero vístete ya.

—Bien.

Milo colgó.

Emma se acostó boca arriba con sus brazos abiertos.

—Pasará a recogerme en diez minutos —les contó.

—Ese hombre no te conoce de nada si piensa que estarás lista en diez minutos —opinó Vivian.

—Estaré lista. Me pondré un vestido y ya —se levantó de la cama.

—¿Qué te dije sobre tus vestidos? —Vivian se fastidió, también se levantó del puff.

—Déjala usar sus vestidos. —Esmeralda se fastidió más—. ¿No debería ser ella misma? Su ropa no le tiene que gustar a Milo, es ella quien le tiene gustar, y si no le gusta siendo ella misma, entonces, se puede ir por dónde llegó. Ponte uno de tus vestidos, Emmy.

Emma sonrió. La mejor parte es que ya sentía que le gustaba a Milo.

—¿A quién le escribes? —preguntó Milo.

Él estaba conduciendo su camioneta, y ella estaba al lado tecleando.

Emma: Sí te gustó mi regalo???????

Gael: TÚ. TÚ LO MANDASTE CONMIGO.

Emma: De nada. Guiño, guiño.

—Es mi hermano. —Emma bloqueó su celular y agarró la falda de su vestido negro con florecitas blancas, se trataba del único vestido aprobado por Vivian, porque era negro, y no celeste, amarillo o rosado.

—¿Qué cuenta J.J.? —la miró por un momento.

—Pues, no es J.J. —tocó su cabello. Nadie fuera de la familia sabía que tenía otro hermano, y no lo estaban ocultando de los medios, es solo que ellos no caminaban por ahí hablando de sus vidas íntimas en redes sociales, aunque J.J. era un usuario activo, postear una foto con la descripción tengo otro hermano es algo que nunca se le ocurrió—. Tengo otro hermano. Se llama Gael. No apareció hace mucho.

—Es de tu papá —no sonó a pregunta, lo estaba asumiendo.

—Sí. Es un año menor. Lo concibieron cuando mis papás no estaban juntos.

—¿Tienes foto?

—¿De Gael? Sí... sí tengo —sonrió. Buscó en su galería—. Mira —le enseñó la foto grupal que se tomaron en el cumpleaños de su papá, pero hizo zoom en ella y en Gael—. Él es Gael. Nos llevamos bien. Al principio fue extraño, pero ahora miro atrás y no puedo creer que pude vivir tanto tiempo sin él, ¿sabes?

Milo miró la foto por un instante mientras seguía conduciendo.

—Ése es Gael —fue lo único que dijo al respecto.

—Siento que somos muy parecidos —guardó su celular en su bolso cuadrado—, como si nuestros cerebros trabajaran de la misma manera. Se mudó al apartamento de abajo. Esta mañana bajé con un tarro a pedirle azúcar —soltó una carcajada enorme y se cubrió su boca mientras seguía riendo despacio.

—¿No tenías azúcar? —le preguntó, viendo hacia delante.

—Sí —se agarró de su cuello, apagando lentamente su risa—. Pero eso es lo que muestran en las películas. El vecino que llama a tu puerta a pedirte azúcar. Fue una broma. Le hice una broma.

—Ah, sí. Ya entendí —vio cómo su celular brilló en el compartimiento bajo la radio, lo agarró para leer un mensaje, y regresó a dejarlo en su lugar.

Emma sonrió incómoda, incómoda hacia lo boba que era. De hecho, sintió un nudo en su garganta. La situación le resultó familiar. Una vez había intentado integrarse durante la preparatoria, habló alrededor de un grupo de compañeros de su clase de historia, contestaron con el mismo tono de voz que Milo ahora. Respiró por su boca. Odiaba imaginar cómo reaccionaría Colin en comparación a Milo. Todo el tiempo los estaba comparando. Pero, demonios, Colin hubiese sonreído mientras ella le contaba la broma, y acabaría diciéndole algo como mi nena bromista mientras se reía de la risa de ella.

Miró al costado, por la ventana.

—¿Ya sabes adónde vamos? —preguntó, obligándose a regresar a su estado de antes contarle la estúpida broma. Al principio no le pareció estúpida, le pareció divertida, se lo había contado a todo el mundo.

—Sí. A un bar en Midtown —contestó.

Acabaron en tal bar en Midtown. No quería ni pensarlo, pero hubiese preferido un restaurante para su segunda gran cita, comer sushi en un restaurante sofisticado. Pensó que ese era el estilo de Milo. Tenía antojo de sushi, al menos pudo ordenarlo en el bar donde sonaba una de rock. El ambiente era penumbroso, había mucha gente bebiendo en grupos, pero también había parejas, parejas como ellos dos. El ambiente era cerrado, y estaba permitido fumar. El humo de cigarrillos era pesado, tóxico, maloliente, y ella que había lavado su cabello ese mismo día. Cuando un mesero se acercó a preguntarles si podía llevarse el cenicero, solo pudo pensar en Colin. Joder. Ese desgraciado necesitaba pagarle el espacio que ocupaba en su mente. En fin, se preguntó si de todas las promesas que le había hecho cumpliría la de dejar de fumar. Lo dudaba.

—¿Fumas? —le preguntó a Milo.

Estaban muy cerca el uno del otro.

—Habanos. De vez en cuando —agarró su manija de cerveza y la bebió.

Ya lo recordaba. Fumaba habanos con sus amigos los exitosos.

—Yo no fumo. Lo siento desagradable —comentó.

—Y también es cancerígeno —añadió como si fuese lo de menos.

—Sí. —No necesitaba que se lo recordara. Había llorado a mares sobre la camiseta de Colin por esa misma razón—. ¿Conocías este lugar?

—No en realidad. Unos amigos me dijeron que vendrían, pero al parecer cambiaron sus planes —la miró, esclareció su voz y la rodeó con un brazo. Emma no entendía. ¿No se trataba de una segunda cita? ¿Por qué tendrían que encontrarse con amigos? —. Mejor para mí. Pasaré mi víspera de cumpleaños con Emma Miller. ¿Qué me vas a regalar mañana? —se acercó a la cara de ella y se besaron en los labios una vez. Le encantaba la manera en la que Emma se delataba con su mirada, que ahora estaba brillosa y tímida.

—No lo pensé aún —arrugó su entrecejo en tono preocupado, después le dio un par de besos. De verdad que no lo había pensado hasta ese momento. ¿Qué se le regala a un hombre como Milo Walton?

—Era una broma. No tienes que regalarme algo —la sujetó del cuello para unirse en un beso serio, largo, apasionado, sus lenguas ya se reconocían de la noche anterior.

Mientras tanto, Eugene y Alan se hallaban tratando de procesar lo que estaba pasado en la otra esquina del bar. Emma estaba ahí mismo, a pasos de distancia de ellos, y un anciano asqueroso la estaba comiendo, porque eso era Milo Walton, un anciano asqueroso con un bigote sucio. Era un degenerado de cuarenta años. En serio pensaban que Milo tenía esa edad, aunque no tenía sentido porque no aparentaba eso, tal vez solo eran sus ganas de llamarlo anciano degenerado. Por el amor de Dios que Colin veneraba. Eso estaba mal en todos los idiomas. Alan paró su celular sobre la mesa donde estaban bebiendo cerveza, y tomó un par de fotografías, entonces, Eugene le golpeó la parte de atrás de su cabeza.

—Borra eso ahora. Joder.

—¿Estás loco?

—Tú estás loco. Colin no necesita ver esa mierda. Bórrala ahora.

—Ya. —Alan puso sus ojos en blanco, procediendo a la eliminación del contenido.

—Emma se levanta. Se levanta para ir al baño —se puso de pie. ¿Cuál era el plan? No había plan. Pero necesitaba hablar con ella. Diablos. Estaba furioso y su corazón latía a toda máquina. Sentía traición.

Alan lo siguió rapidísimo.

Emma miró el cartel de la puerta del baño de damas, y Eugene saltó frente a ella para impedirle el paso. Ambos se miraron a la cara con la misma impresión. Emma sintió náuseas, verdaderas náuseas. ¿Y Colin? ¿Estaba ahí también? Lo buscó con la mirada, pero solo halló a Alan, quien inmediatamente le gritó:

¡Traicionera! —remató, apuntándola con su dedo señalador.

Emma sintió como si su garganta se hubiese cerrado por un tiempo suficiente para desesperarla. ¿Traicionera ella? Quería preguntarles quién carajos se había besado con alguien cuando salía con ella.

—Alan, basta. —Eugene lo silenció. Pero se sintió bien, demonios, se sintió bien que uno le gritara su maldita verdad. Quería a Emma, hasta la consideraba su segunda gran amiga, pero el primero era Colin, y lo había visto destrozado de una manera inhumana mientras decía que la extrañaba, que la amaba.

Emma tomó aire. Los dos la conocían. Estaba tan perturbada como ellos dos por encontrarlos. No. No sabían que ella estaba más perturbada que ellos dos por encontrarlos. Eran el contacto más cercano que había tenido con Colin en diez días. Se resistió para no ponerse a llorar, para no preguntarles dónde estaba él, si estaba bien, si por si acaso sabían si la seguía amando, pero se contuvo cada lágrima, se tragó cada palabra. No quería humillarse. No quería humillarse más. Aún no se recuperaba del hecho de haberlo esperado en el vestíbulo por horas mientras sufría hambre.

—¿Qué haces con ése? —Era la primera vez, en serio, la primera vez que Eugene se dirigía a ella con ese tono—. ¿Así solucionas tus problemas amorosos, Emma? ¿Botando lo roto porque ya no sirve para ti? Tienes tiempo de pedirnos que no le contemos a Colin que andas con otro tipo, porque cuando se enteré, Emma, podrás olvidarte de él para siempre.

Emma mordió con fuerza.

—¿Con qué derecho vienes tú a reclamarme? —lo apuntó con su dedo índice. Le temblaban las manos, las piernas, la voz. Quería que el sufrimiento parara, pero cada vez se ponía más doloroso—. Vayan a contarle a su querido amigo que Emma pasó de página. Si pensó que iba a encerrarme en mi recámara a llorar por él por diez días consecutivos, pues se equivocó. No le lloro a idiotas.

—Lo que más me jode de todo esto es que en verdad piensas que te engañó con esa —se metió Alan, hablando serio por, eh, primera vez en lo que iba del verano—. No dejaste que te explicara nada, solo asumiste que es un idiota como si no lo conocieras. Y eso de salir con otro... —miró hacia el resto del bar— no es algo que tú harías, Emma. Estás besando a ese degenerado mientras Colin te llora. Maldita sea.

—Colin no te engañó, Emma —añadió Eugene, por si no le hubiese quedado en claro.

Emma largó su llanto, tapándose la boca por un instante.

—¿Entonces por qué no me buscó? ¿Por qué tienen que decírmelo ustedes?

—Te buscó —respondió Alan.

Eugene suspiró.

Emma no sabía de la paliza que su padre y su hermano le dieron a Colin. Vaya sorpresa.

—Te buscó el domingo cuando regresamos de Jamaica —lo dijo.

—No. —Emma negó con su cabeza. No podía parar de llorar.

—Sí. Te compró un ramo de girasoles —detalló Alan.

—No, no me buscó —lo apuntó a los dos, sollozando. Dio un paso atrás, pisándole el pie a Milo.

—Caballeros —habló Milo, agarrando el hombro de Emma desde atrás—. ¿Te están molestando, hermosa? —omitió completamente que reconocía a Alan. Actuó como si ambos fueran unos degenerados.

Emma sujetó su bolso como si su vida dependiera de él, y comenzó a caminar lejos, entre la gente. Milo la siguió hasta la puerta, donde Emma se encontraba pidiendo un Uber, ya no estaba llorando, estaba completamente enrabiada, quería gritar en medio de la acera y con todas sus fuerzas.

—Emma Miller.

—Tengo que irme. Lo siento, Milo.

—Deja que te lleve entonces.

—No. Necesito estar sola.

—Deja que te lleve.

Se miraron.

—Pedí un auto.

—Una chica como tú no debe andar sola.

El auto negro se detuvo a un lado de la acera. Emma leyó la placa.

—Lo siento, Milo —corrió hasta el vehículo y se metió de inmediato.

Emma salió al balcón, donde su papá estaba cenando con Bianca.

—¿Me buscó? ¿Me buscó el domingo? —llegó hasta la mesa a toda prisa.

Jake frunció su ceño. ¿Y ahora cómo demonios se había enterado?

—¿Te buscó quién? —la apuntó con su barbilla.

Bianca limpió sus labios con una servilleta, en silencio.

—¡Colin! —Emma gritó, golpeando la mesa con su puño.

Jake se puso de pie, pero Emma jamás se sintió intimidada.

—¡No, ese idiota no vino a buscarte! —le gritó más fuerte. Rodeó la mesa para pararse delante de Emma—. ¿Quién te metió esa perra idea? ¿Con quién carajos hablaste? Estuve aquí todo el domingo, con Bianca, nadie apareció, no te buscó, y menos mal que no lo hizo. ¿No me crees, Emma? Ve y preguntándole a cada persona que viva y trabaje en esta torre, y cuando obtengas todos los no, siéntate a pensar porqué desconfías del único hombre que siempre ha sido sincero contigo. ¡Pensé que ya superaste esta mierda!

Emma lo vio con su mirada hecha fuego, empujó una silla, y se marchó al apartamento de Gael.

¡Hola, hola! Espero que siempre estén bien. 

Sé que la mayoría lleva mucho tiempo deseando que Eugene y Alan hablaran con Emma. Así que.... ¿Cómo se sienten ahora? Adivino: no era lo que esperaban, pero lo aceptan de todas formas. ¿Será que ahora los chicos sí le cuentan a Colin que Emma se está viendo con Milo?

Además, ¿creen que Emma irá al cumpleaños de Milo? ¿Lo seguirá viendo? 

¡Quédate para averiguarlo! 

¿Les cuento algo? Falta menos de diez capítulos para el final. 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top