5: Con todo respeto

—Florecita. —Jake interrumpió en la recámara de Emma cuando el reloj marcaba las 8:00 p.m., ésta se encontraba delineándose frente a un alto espejo dentro del guardarropa de ensueño—. ¡Emma!

Emma brincó..., y giró con un delineado estropeado.

—¿Qué? —le preguntó, tomando una toalla desmaquillante.

—¿Cómo es posible que aún no estés vestida? Estás encerrada desde las cuatro de la tarde, no te vi en casi todo el día, asumí que para esta hora ya estarías preparada para ser la reina del baile —se sentó en el sofá, ubicado en medio de paredes de ropa, bolsos y accesorios—. No quiero que regreses tarde, Emma.

—Pa, estamos acostumbrados a cenar tarde —tiró la toalla sobre una mesada y se acercó al espejo para terminar de delinearse—. En la universidad, Colin es libre a partir de las ocho, así que nos acostumbramos a eso. Y estaré aquí a la medianoche, tal como Cenicienta, si eso de hace feliz.

No quería forzarlo.

Primero, necesitaba acostumbrarlo.

—A las once —pidió Jake.

—Medianoche —giró a verlo.

Quizá debía forzarlo un poco.

—Ni un minuto más —la apuntó con severidad.

—Ni un minuto menos. —Emma sonrió y se sentó en la butaca petiza ubicada frente a un tocado, se abrazó a sí misma en tanto miraba a su padre—. No quería mencionarlo frente a mamá, que Theresa es demasiado hermosa, aunque es tan amorosa que en cierto momento llega a incomodar porque parece forzada, ¿sabes? Me dio la sensación de que siempre intenta verse perfecta frente a los demás, incluso frente a su propia familia. Hablar con ella, aunque haya sido una charla mínima, me hizo comprender mejor de donde surge tanta amabilidad de parte de Colin, la diferencia está en que él no se esfuerza, hasta diría que lo tiene innato.

Jake suspiró hondo, acomodando su pierna izquierda sobre la derecha, y sus manos sobre su panza.

Tiempo atrás, cuando Emma mencionaba con admiración a la amabilidad de Colin, Jake pensaba que ésta solo se encontraba atravesando por ese periodo en el que ves a tu enamorado como la persona perfecta, creía que el enamoramiento le pegó directo en la nariz, pues era la primera vez que caía por la flecha, pero, luego de charlar con Colin, al menos de forma superficial y mínima, consideró la idea de Emma, y ahora pensaba que Colin era un santo, un santo rubio, escuálido, y tatuado, pero un santo finalmente.

—Dile que no debe ser tan amable porque la gente es una mierda que no lo merece —respondió.

Emma se quedó callada por un momento, bajó su mirada hasta sus manos.

—Él sabe que no toda la gente es buena —comentó.

—¿Qué tengo que esperar de esta relación? ¿Debo prepararme para en unos meses escucharte decir que los planes de Dios son perfectos? Me chocó, que alguien hablara de ti de esa manera me pegó fuerte porque eso es lo mínimo que espero de alguien que tenga la dicha de salir contigo. No sé qué haría si te llegaran a lastimar de esa manera, florecita, eres lo más importante que tengo en este mundo.

Ella alzó su mirada e inclinó la cabeza a un lado, con los ojos vidriosos, pues adoraba a su padre, y lo mínimo que esperaba de su futuro esposo es que fuera así de amoroso con cada uno de sus hijos, porque ella esperaba tenerlos. Quizá en el pasado había mencionado que nunca tendría descendientes, y no porque no quisiera, sino porque aparentaba que no era de esas personas con esa clase de futuro, mas había aprendido que la vida da giros impresionantes, y ahora no descartaba que quizá podría tener hijos en el futuro, aunque no en ese momento no lo miraba como una prioridad, aún era muy joven para pensarlo.

—Yo sé que pensarás que estoy cegada por el primer amor, pero algo, en el fondo de mi ser, me dice que Colin sería incapaz de lastimarse; él no es como los demás muchachos, pa, él es sensible y empático, nunca me lastimaría a propósito. Me eligió a mí —llevó sus manos a su pecho— porque me quiere a pesar de todos mis defectos. Colin no piensa que soy perfecta, él me quiere bien.

Los ojos de Emma gritaban «estoy perdidamente enamorada», brillaban de sentimiento, y cualquier persona diría que «ya la perdieron» para referirse a lo envuelta que estaba entre los lazos de Colin.

—Espero que tengas razón, florecita.

—Yo espero que confíes en mí.

—Lo hago, siempre.

—¿Entonces?

—Es solo que nadie está tan vulnerable como cuando se enamora.

—Ya lo sé —giró para mirarse al espejo del tocador.

Había aprendido demasiado en los últimos meses, incluyendo la vulnerabilidad a la que se enfrentaba por estar enamorada, pero no tenía miedo, y, por primera vez, no veía su vulnerabilidad como algo netamente negativo por lo que avergonzarse. Colin podía hacerle cuánto quería, y a ella no le daba miedo crear ese falso escenario porque sabía que nunca haría algo para herirla. Emma confiaba ciegamente en él, no cabía sospechas, celos ni miedo.

Vivian la llamaba «estúpida», siempre le advertía sobre su extrema confianza.

—No mencionaste nada sobre la cena de anoche, además de la hermosura de Theresa.

Emma se quedó callada por un instante, y respondió sin voltear:

—Bradley es algo temperamental.

—¿Bradley? Pero si es el alma de la fiesta, aunque demasiado arrogante hasta para mí.

Emma a veces se olvidaba que su padre se había cruzado en más de una ocasión con sus suegros durante su juventud, pues conocían a la misma rubia fiestera; Emma apenas se acordó que él siempre tuvo un crush con Theresa, que desapareció notablemente luego de que Emma comenzara a salir con Colin, quizá porque estaba casado con una mujer bastante celosa (obvio que era eso).

¿El alma de la fiesta?

Bueno, la noche anterior había sido el demonio de la fiesta.

—A veces creo que no valora a Colin como debería —se atrevió a decir.

—Pues qué raro —se puso de pie y caminó hacia la puerta—. Hablé con Jane el otro día, y quedamos con que los jueves a la mañana irás a terapia. Lo siento, flor, no pude hacer nada por ti ni por tu sueño.

—Debiste pelear, pa —gruñó.

—No pude. Ella no está a favor de que duermas toda la mañana.

Emma suspiró y miró el techo.

—Bien —asintió.

Luego de que Jake se retirara, Emma tomó su teléfono.

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Vi: EMMA TENDRÁ NOCHE DE SEXOOO

Emma: Perdón

Emma: Estoy alistándome

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Se había demorado media hora en responderle.

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Vi: Todavía? Eso me dijiste hace como 4 horas

Vi: Te estabas depilando, a mí no me engañas

Emma: Estoy emocionada porque es la primera vez que salimos a solas en la ciudad

Vi: Cursi...

Vi: Necesitas pensar más con el clítoris y menos con el corazón

Emma: Eres fastidiosa

Vi: Solo recalco que llevas un puto mes sin verga

Emma: No es un puto mes, son tres semanas

Vi: Pues, yo a esa altura ya tendría ilusiones ópticas con salchichas y pepinos

Vi: Vas a seducirlo esta noche?

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Emma brincó de sorpresa en la butaca cuando por arriba se deslizó un mensaje de Colin.

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Oschner: Afuera

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¿Qué?

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Emma: PERO SON LAS OCHO.

Oschner: Eh, sí

Oschner: Quedamos a las 8 porque hice la reserva para las 8:30

Emma: Pensé que quedamos a las 8:30 porque hiciste la reserva a las 9

Oschner: Eh, no

Emma: No estoy lista

Oschner: Lo supuse hace cinco mensajes atrás

Emma: Dame 10 minutos

Oschner: A ti te doy 11

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Pero Colin sabía que hasta esos once minutos eran irreales para Emma. Subió el volumen de la radio y se relajó en su asiento, incluso lo mandó para atrás. Esperaba que el restaurante no les quitara la reserva por llegar tarde, no recordaba haber leído la política del restaurante y nunca antes había ido a comer ahí. Basta. No iba a estresarse por una reserva, esa noche no. Cerró los ojos y suspiró, entonces, un ataque zombi. J.J. le golpeó la ventada reiteradas veces y Colin sintió una especie de ataque cardiaco, saltó en su asiento, incluso con el cinturón de seguridad, desorientado apagó la radio y se atontó cuando vio a J.J.

—¿Qué haces durmiendo frente a mi puerta? —le preguntó J.J. cuando bajó la ventanilla. Estuvo fuera de casa todo el día, solo regresaba para bañarse, por lo que no se enteró que Emma tenía una importantísima cena con Colin para celebrar la licenciatura de éste—. ¿Esperas a Emma? Vamos, entra.

—Eh, hola. No te preocupes. Emma bajará en cinco minutos —sonrió forzadamente.

—Cinco minutos equivalen a veinte en idioma Emma. Vamos, Archie cuidará tu carro —metió una mano para destrancar la puerta y la abrió. J.J. se caracterizaba por una insistencia que incomodaba a las personas como Colin, es que no conocía el límite, era idéntico a su padre—. No me hagas cargarte.

Dios mío.

Colin bajó y bloqueó las puertas del carro con un botón mientras J.J. lo inspeccionaba con el entrecejo arrugado. Esa ropa tan impecable, tenía sentido que a Emma le atrajera, el tipo conocía el punto débil de toda mujer. J.J. se miró, esa sudadera y ese vaquero gastado, quizá necesitaba un cambio de look, y no podía creer que estaba pensando en algo como la ropa que usaba.

Tener a Colin de cuñado era incómodo porque era demasiado hecho a los estándares; si tan solo supiera que éste tomó lo primero que encontró en su guardarropa de cenas, no se esforzaba ni pensaba en el punto débil de toda mujer como creía J.J.

—Archie, Colin dejó su camioneta en la puerta —informó J.J. mientras cruzaban el vestíbulo.

—Copiado —le contestó Archie, quien se pegó contra el mueble de la recepción para observar cómo el moreno y el rubio se alejaban con un silencio de por medio; un inquilino frunció el ceño por esa acción tan desfachatada. Le daba una semana a J.J. para odiar a su cuñado, y tres días a Colin para hartarse de J.J.

Subieron al ascensor.

Colin mejoró el doblado de sus mangas, pues llevaba una camisa blanca con las mangas dobladas por debajo de los codos, estaba usando esa excusa para no mirarle ni hablarle directamente, tampoco sabía qué otra cosa hacer con sus manos inquietas.

J.J. tosió una vez y se recostó contra la pared, mirándolo.

—¿A dónde van? —inquirió.

—A un restaurante mediterráneo —alzó la mirada.

—Espero que la devuelvas antes de la medianoche —tosió otra vez.

Y lo dijo.

Colin se ruborizó de pena.

Vamos, estaban entre hombres.

Sabía a qué se refería.

—Por supuesto —asintió.

J.J. suspiró estresado y se acercó un paso.

—Escúchame, se suponía que no iba a decirte nada de esto porque le prometí a Emma que sería bueno contigo, pero necesito que sepas que no seré ni un poco permisivo. Emma es lo que hace de nuestro mundo un lugar menos infeliz y me jodería un montón escuchar un llanto provocado por ti.

Colin se quedó en shock.

—Yo preferiría el destierro antes que lastimar a Emma.

Pero logró articular.

—Eso es lo que dicen todos.

—Pero yo sí soy honesto.

J.J. arrugó la frente, exactamente cuando las puertas se abrieron en el ático y se toparon con una Emma completamente impaciente que esperaba el ascensor. La mirada de ella aumentó de tamaño al encontrarlos en una posición ciertamente incómoda, notó a Colin apenado y eso la enfureció completa; se metió al elevador y empujó a J.J. fuera de ahí, mas no mencionó nada en ese instante.

Las puertas se cerraron de nuevo y ella se quedó mirándolas.

—Tienes que decirme qué estupidez te dijo.

—¿Estupidez? No fue una estupidez.

Emma giró la cabeza y se hechizó; esa camisa con los primeros dos botones desabrochados, ese pantalón negro junto con esos zapatos perfectamente lustrados, el reloj plateado que ella le había regalado en Navidad, y el cabello peinado, exactamente como a ella le gustaba, secado hacia atrás.

Las pupilas de ella se dilataron de forma abismal, no era común que lo presenciara vestir de una manera tan ardiente, por el tranquilo contexto universitario, claro. Trató de disimular su descarga de origen libidinal y acomodó el escote de su corto vestido cruzado en color negro de pequeñas motas blancas.

Se sonrojó.

Imaginarlo en una situación indecorosa acababa de acalorarla.

¿En qué estaban?

—¿Te sientes bien? —le preguntó Colin, tocándole la cara con el dorso de su palma—. Óyeme, J.J. solo me advirtió que saldré magullado si te lastimo por casualidad. Y está bien, quiero decir, lo entiendo perfectamente porque también soy hermano mayor; una de mis más grandes pesadillas se basa en que mis tres hermanas terminan en los brazos equivocados, nunca me lo perdonaría, aunque no se trate de algo que puedo prevenir por completo. De verdad, no te preocupes por eso, yo lo entiendo, sobre todo porque me llevo diez y trece años con mis hermanitas, es realmente estresante pensar en que pueden salir lastimadas por unos imbéciles.

Ay, Colin.

Date cuenta que gastaste saliva en vano.

Emma lo cogió de la muñeca para que dejara de acariciarle la cara, luego, se acercó a darle un pico en los labios porque esa acción casi nunca fallaba como respuesta cuando no lo estaba escuchando. No había tema que la disociara más que el sexo cuando estaba caliente. Y esa noche Emma estaba muy caliente. En nombre de la decencia, ¡calentura, sal del cuerpo de esa inocente señorita! No había caso; estaba completamente poseída. Entiéndanla, esa noche iba a cumplirse veintisiete noches sin sexo, tampoco se iba a morir, si esa noche no ocurría de nuevo, mas lo extrañaba demasiado; su boca, su lengua, sus dedos y, sí, demonios, también su pene. Anhelaba tocarlo y anhelaba ser tocada también.

—Te ves muy guapo, Oschner —lo empujó al tocarle el abdomen.

Colin sonrió y se arrimó para besarle los labios y pellizcarle una nalga. Emma saltó en sus tacones, en el mismo instante en que pisaron el vestíbulo de la torre, lo miró con los ojos bien abiertos, acción que le dio gracia a éste, y lo tomó de la mano para caminar fuera del ascensor. Esperaba que no volviera a hacer un movimiento como ése, a menos que se encontraran en un cuarto, solos, y con un bendito condón cerca.

—Emma —saludó Archie, inclinando la cabeza como si la reina se encontrara atravesando el vestíbulo.

Emma le sonrió y movió sus dedos en señal de saludo.

Y subieron a la camioneta negra.

—Te tengo una sorpresa. —Emma habló emocionada y se mordió el labio inferior en tanto Colin se concentraba en sacar la camioneta sobre la avenida Lex, no era fanático de conducir en Nueva York, mas esa noche necesitaba de una plena privacidad entre ambos, y creía que lo merecían después de tanto.

—Ah, ¿sí? —preguntó, manteniendo su atención en el camino.

«Que la sorpresa seas tú sin bragas debajo de ese pequeño vestido», pensó. Al menos Emma no era la única calenturienta. Esa mañana, incluso después de la deplorable noche anterior, Colin fue a terapia, entonces, Amber le preguntó cómo estaba, a lo que éste respondió «feliz porque esta noche voy a coger», bueno, luego le contó las penas de la cena.

—Sí, y espero que te guste mucho —sonrió.

—Todo lo que viene de ti me encanta —la tomó de la barbilla sin apartar su mirada del camino.

Emma le besó la mano, luego la colocó sobre sus muslos.

Pero la velada no inició exactamente como la imaginaron.

—¿Cómo que perdí la reserva? Son las 8:43 p.m.

Inició con Colin peleando con un hombre de la recepción.

—Nuestra política da diez minutos de tolerancia, señor.

Colin aclaró su voz con un tosido.

—¿Estás diciéndome que perdí mi reserva por tres minutos?

Emma resopló entrecortado detrás de él.

Colin era el hombre más amable del mundo, sí, pero también era el hombre más odioso del mundo cuando le tocaban el nervio. ¿Lo peor? No era la clase de persona que se enrabiaba en silencio y que luego se desahogaba con un amigo; no, era la clase de persona que hablaba en tono alto para defenderse y que hacía pasar pena a la introvertida que lo acompañaba. Los de la mesa próxima a la puerta giraron a verlo cuando lo escucharon, y Emma quiso desaparecer, pues odiaba esa atención.

—Colin...

—Emma, ahora no —la calló.

Emma agachó su cabeza; no sabía qué hacer ni hacia dónde mirar.

—¿Qué está pasando? —La encargada del restaurante llegó a preguntárselo al recepcionista, se sorprendió cuando reconoció a Colin McClain, y le lanzó una mirada de desapruebo al otro empleado.

—Este sujeto retiró mi reserva porque llegué tres minutos después de la tolerancia —le explicó Colin con impaciencia, miró el reloj de su muñeca y tomó a Emma de la cintura para traerla hacia él, la adhirió a él.

Emma colocó sus brazos sobre los de él.

—¡Ay!, por favor. ¿Qué son tres minutos más? Adelante, adelante. —La mujer les apuntó el interior del restaurante y esperó a que ellos pasaran para regañar al recepcionista, luego los siguió para ofrecerles la mejor mesa para dos de todo el restaurante—. Disculpen las molestias ocasionadas, el recepcionista es nuevo y no sabe mucho sobre nuestros clientes de oro.

¿Clientes de oro? Era la primera vez que pisaban ese sitio, y también la última..., según Colin.

Tomaron asiento e inmediatamente se acercó un camarero, pues la encargada le había hecho una seña.

—Buenas noches. ¿Qué puedo ofrecerles de beber? —les entregó el menú de comida y tragos, pero Colin no abrió ni el primero ni el segundo, solo miró al camarero.

—Agua tónica con limón y tres cubos de hielo —contestó.

Emma rió y agachó su cabeza, mirando el menú, a lo que Colin le pateó sin brusquedad bajo la mesa, riéndose también, pues sabía a lo que ella se refería. Agua tónica con limón y tres cubos de hielo, no cuatro ni dos, sino tres. Acababa de sonar como un auténtico cliente fastidioso, y Emma no se contuvo.

—Perfecto. —El hombre lo anotó.

TRES CUBOS DE HIELO.

—Yo quiero agua normal —pidió Emma.

—¿Agua? ¿Agua? —le preguntó Colin, extrañado.

—Hoy empecé a cuidar mi dieta —murmuró.

—De acuerdo. ¿Agua es lo único que puedes beber en tu dieta? —alzó sus cejas.

—En efecto —tosió una vez.

Colin miró al camarero, y le dijo:

—Tráigale agua y un daiquiri de fresas sin alcohol.

—¡Cole! —se quejó por lo bajo.

—Y váyase antes de que ella cancele el pedido.

El camarero se dio la oportunidad de reír y se fue.

—¿Sabes cuántas calorías tiene un daiquiri? ¿Cuánto azúcar? —inquirió Emma con rabia.

—No, no soy barman —contestó.

Emma suspiró profundamente y su pie rozó la pierna temblorosa de Colin.

—¿Qué te pasa, Cole?

—Me fastidia que estés sentada ahí —apuntó frente a él— y no aquí —señaló a su lado.

—No me hagas levantar —suplicó.

Creía que iba a llamar demasiado la atención si comenzaba a cambiar de lugar los cubiertos junto con el asiento, no pensaba levantarse de ahí hasta comer todo. Pero Colin empezó a cambiar los cubiertos al lado de él. A continuación, se levantó para ponerla de pie y caballerosamente colocó el asiento a su lado. Emma se sentó y evitó mirar a los demás clientes, si tan solo supiera que su ansiedad la estaba saboteando, que en realidad a nadie le importaba su presencia.

—¿Feliz? —susurró Emma con la cabeza agachada.

—Sí. —Colin posó una mano sobre la pierna de ésta, y se acercó a darle un beso en el hombro—. Discúlpame por comportarme como todo un neurótico, esperaba que esta fuera la velada perfecta y empezó con la mierda de reserva retirada; es la última vez que le hago caso a Mer, ella me dijo que era un buen restaurante, no sé qué tanto esperaba de la sugerencia de esa mocosa —bromeó.

Emma sonrió, y contestó:

—Pero esta será la velada perfecta.

—No necesitas tratar de hacerme sentir mejor, solo olvídalo —la tomó de las manos y le besó los nudillos—. Hablando de Mer, y en consecuencia de Cate, me dijeron que no te puedes olvidar de que el domingo cumplen catorce. Harán una fiesta con sus amigas en mi ático, y realmente esperan que vayas. Les caes bien, hasta me atrevería a decir que te quieren, porque saben cuánto me cuidas y consientes.

—Iré, y no lo olvidaré —se sonrojó.

Agenda ocupada, ¿eh?

Después de todo, terapia los jueves por la mañana no iba a estar tan mal, especialmente en esa semana, que tenía tanto por contarle a Jane. Rayos, cómo amaba hacer terapia, esa hora a la semana en la que solo hablaba sobre ella frente a alguien a quien le importaba su bienestar. Necesitaba consejos nuevos, pues esa tarde de jueves le iba a tocar visitar a Theresa en la oficina de Avant-Garde, algo que ni Jane ni Emma pudieron predecir; ella sabía que la ansiedad por dicho acontecimiento era normal, pero odiaba sentirla, quería saber lo que Jane tenía para decirle al respecto. Le daba mucho temor imaginar la escena porque en serio quería caerle bien a su suegra, y pensaba que carecía precisamente de ese don de caerle bien a los demás. No bastaba con eso, ahora también asumió el compromiso de asistir al cumpleaños de sus cuñadas; menos mal que a ellas ya les caía bien, el reto se hallaba en mantenerlo.

—Estupendo.

—¿Hablaste con Amber sobre lo que ocurrió? Olvidé preguntártelo, mi amor. —Tanto Jane en su cabeza, recordó que esa mañana Colin fue a terapia, buen día para hacerlo después de la desagradable noche.

—Eh, sí —miró como el camarero les estaba acercando sus órdenes, las entregó silenciosamente.

—¿Qué te dijo? —preguntó Emma con curiosidad.

—Lo mismo de siempre —respondió sin darle la debida importancia—. Eh —detuvo al camarero antes que se retirara—, no se me apetece leer el menú, así que ¿podría traerme su mejor plato de entrada?

—En seguida, señor —le dijo.

—Hola, Colin intenso. —Emma le pasó la mano en forma de saludo. El muchacho estaba on fire en cuánto a intensidad, y ella había aprendido a hacer esa clase de bromas en lugar de tomarlo a pecho, también lo hacía como una forma de sacudida; algo como «hola, solo es una puta reserva, vuelve ya».

—Hola, señorita. Con todo respeto, me la quiero follar encima de esta mesa.

Emma se atontó, entreabrió la boca como queriendo decir «¿Qué son esos pensamientos?». Colin se echó a reír, luego tomó el vaso que le trajeron para contar los cubos de hielo; tres, perfecto. Admitía que estaba comportándose como Emma lo denominaba, aunque él prefería calificarse como «amargado», porque así se sentía, percibía una innegable amargura recorrer su cuerpo, especialmente su pecho, también se llamaba así porque ese era el calificativo que le daba todo el mundo, excepto Emma. Se preguntaba si acaso ella estaba tan enamorada que no percibía ese defecto suyo o si fingía demencia y lo llamaba intenso por eso.

—Te amo —pronunció Emma.

Colin, quien se hallaba revolviendo el agua con hielo y limón, alzó su mirada sin mover la cabeza.

—Mi sorpresa te hará feliz. —Emma prosiguió a tomar su pequeño bolso colgado en la silla. Colin apartó el vaso y miró la acción; Emma sacó del bolso un par de boletos—. Los imprimí porque se mira más emocionante. Es mi regalo de graduación para ti.

Colin los tomó sin decir nada.

Eran boletos para Imagine Dragons en el Madison Square Garden, el 15 de junio. Fue extraordinario cómo éste sintió a los decibeles de su amargura bajar, quedó abatido por su propio huracán. Se dio cuenta que no estaba siendo justo con Emma ni consigo mismo. «Si vas a estar con esa actitud de mierda durante toda la noche, te hubieses quedado en casa a dormir», pensó. Dejó los boletos sobre la mesa y la agarró de las manos para besarlas varias veces. No era el concierto de su banda favorita, era el gesto.

—Te amo, te amo tanto. Y discúlpame por callarte en la entrada, no sé, aún estoy estresado por lo de anoche, y no quise sonar apático, esta noche no. Estuve pensando en esta cena desde que desperté en la mañana, solo quiero que la pasemos bien —colocó las manos de ella contra su mejilla derecha—. Te extraño mucho, y espero que esta noche me dejes llevarte a mi ático porque mis padres no están en casa y quiero hacerle el amor a mi nena.

—Cole —se acercó para hablarle directamente—, detesto que me pidas disculpas por sentir lo que sientes; acepto tus disculpas por callarme en la entrada, pero no debes pedirme perdón porque estás estresado. Ya no sé en qué idioma decírtelo porque no es la primera vez que lo haces, lo haces todo el tiempo, y no solo conmigo. Deja el absurdo pensamiento de que siempre debes estar bien para los demás. Sé que aparentemente los últimos tres días no fueron los mejores, pero te prometo que todo va a mejorar, es más, tú sabes que todo va a mejorar —le miró el cuello y se centró en ese punto—. También te extraño mucho, y esta noche seré toda tuya, si tú prometes ser todo mío —volvió a mirarlo a los ojos.

—Disculpen —llegó el camarero con dos entradas que consistían en un tentáculo de pulpo con papitas blancas, adornado con vegetales verdes en un plato demasiado grande para el tamaño del tentáculo.

Colin soltó las manos de Emma, y se sentó erguido en la silla.

El camarero se retiró después.

—¿Colin? —preguntó Emma.

—Te escuché —contestó.

Emma guardó los boletos y se dispuso a comer.

Hubo un silencio de por medio que duró alrededor de tres minutos, el ruido de los cubiertos y las conversaciones mezcladas de los demás clientes era todo lo que se escuchaba. Él se encontraba repasando cada una de las palabras de ella; en cambio, la otra, se preguntaba qué será que pensaba él.

—Hablé con Eugene esta mañana —comentó Colin sin dejar de mirar su entrada.

—¿De verdad? —sonrió y alzó su vista. Le puso emoción al comentario porque Eugene era importante para Colin, y quizá hablar sobre la plática que tuvieron le haría sentir un poco menos estresado por todo.

—Sí. Todos aprobaron en el ordinario, eso me dijo —llevó el tenedor a la boca.

—Vi mencionó lo mismo, que Al se fue ayer —soltó los cubiertos mientras terminaba de masticar y tragar, colocó sus brazos sobre sus muslos—. ¿No te preocupa su ahora relación a distancia de verano?

Colin soltó una carcajada y la vio.

—Corazón, lo que menos me preocuparía sería su relación a distancia. Ambos saben perfectamente la clase de personas que son. Preocuparme por los cuernos de Alan es lo que menos espero hacer. Pero, si te interesa saber mi opinión, creo que esa relación es una mierda.

Emma arrugó el entrecejo.

—No es una mierda; ambos se quieren —respondió enojada.

—Si tú dices...—alzó sus cejas una vez.

—¿Recuerdas cuando tuvieron ese malentendido? Al golpeó mi puerta a la una de la mañana porque se enteró de que Vi estaba en un club y le preocupaba que esa fuera una indirecta que decía que le importaba una mierda, estuvimos hablando hasta las tres. Él realmente se esfuerza por hacer las cosas bien, la quiere, y me parece horrible que digas que es una mierda porque sabes cuánto ha sufrido Al.

Colin levantó sus manos a la par que masticaba.

—Vivian no me cae bien —respondió cuando terminó de tragar— y quiero a Alan, hasta puedo decir en voz alta que es mi mejor amigo porque, aunque sea un desconsiderado conmigo, y con todo el mundo, es sincero, quiero decir, le importa un céntimo quién soy —agarró el agua tónica y la bebió—. Por eso digo que su relación es una mierda, porque hasta un desastre como Alan Moore se merece alguien mejor. Y sé cuánto ha sufrido, por eso digo que necesita hacer terapia en lugar de buscar una mujer mayor con quien llenar su vacío emocional. Y, ya que estamos hablando al respecto, te apuesto a que será Vivian la infiel de la relación a distancia porque esa chica tiene serios problemas de adicción al sexo, entre otras cosas, eres la única persona capaz de soportarla, mi amor, bueno, y Alan también.

Emma movió el tentáculo de su plato con el tenedor, y contestó viendo la comida:

—Vi es mi mejor amiga...

Colin no contuvo su suspiro, volvió a su plato mientras la escuchaba.

—Sé que puede ser pesada a veces —continuó ella—, pero es buena persona, no tiene la culpa de sus adicciones. Sabe aconsejarme y tampoco le importa quién soy. Nuestra relación no empezó bien, pero siempre me ha demostrado sus ganas de remendar todo el daño que pudo haber provocado en el pasado.

—No me meteré en tus decisiones. —Era todo lo que podía decirle al respecto. No soportaba a Vivian, y ella no lo soportaba a él, aunque ambos fingían que no era así, entre ambos también sabían que fingían.

—Desearía que ambos se llevaran mejor —confesó.

—No bebiste tu daiquiri, ya se aguó —señaló.

Emma cogió el trago sin alcohol y lo bebió.

Pagaron la cuenta a las 10:30 p.m.

—Hola, chicos. —Un fotógrafo apareció de la nada cuando ambos cruzaron la puerta el restaurante, se colocó en el camino sin respeto alguno.

El corazón de Emma se descarriló en aquel momento, no era común que un fotógrafo los esperara fuera de un restaurante; saber la ubicación de ambos era sumamente complicado porque eran muy discretos y cuidaban su privacidad en las redes. Si alguien les tomaba fotos en lugares públicos, era porque otro ciudadano común los había reconocido, y normalmente no se daban cuenta de que les habían tomado una fotografía hasta que abrían Instagram. Ella solo pudo pensar en una cosa: «Toda mi gordura en un par de fotografías».

Colin le tomó la mano con fuerza y agarró la llave de la camioneta que le entregó el valet.

—¿La pasaron bien? —preguntó el fotógrafo.

Colin le abrió la puerta a Emma, ignorando al sujeto.

—Colin —insistió el hombre.

Colin rodeó la camioneta para subir, abrochó su cinturón de seguridad y pisó el acelerador, entonces, se embistió contra un precioso Cadillac que acababa de parar frente al restaurante. Emma se fue para delante, pues aún no se había puesto el cinturón, logró sostenerse con las manos y tembló del susto.

—¡Puta madreeee! —gritó Colin.

—Cole, ¿qué te pasó? —preguntó Emma.

El fotógrafo le había subido la rabia hasta las nubes, y no hay cosa más peligrosa que conducir enojado.

Colin desabrochó su cinturón y se bajó.

—Quédate aquí —le ordenó.

Emma respiró profundamente para calmar su susto, buscó al fotógrafo, pero ya no estaba.

¿Cómo qué no?

Acababa de perderse la escena del año.

Abrochó su cinturón y observó cómo Colin le explicaba a un hombre de espalda ancha la situación, el primero se miraba nervioso, ansioso, estaba escondiendo lo cabreado que estaba, no quería verse enojado frente a quien sí tenía derecho de molestarse, sin embargo, el hombre, más que lucir enfadado, lo estaba escuchando tranquilamente, incluso asintió con la cabeza un par de veces mientras oía.

El don de la palabra de Colin Oschner.

Podía estar ansioso o enfadado, no obstante, sabía conservar la calma suficiente para llegar al otro de la forma correcta; era una de las tantas cosas que Emma admiraba de él, sabía cómo ser escuchado, siempre tenía las palabras correctas, quizá porque siempre hablaba con honestidad. Cosas que ella nunca podría porque se paralizaba frente a cualquier extraño, ni hablar si se encontraba en aprietos.

Intercambiaron algo. ¿Dinero? ¿Número del seguro?

Colin estrechó la mano del hombre con una enorme sonrisa que desapareció inmediatamente cuando giró para volver a su camioneta con el faro delantero roto. Subió en silencio y cerró la puerta con demasiada fuerza, por si no hubiese quedado claro que estaba histérico, abrochó su cinturón sin pronunciar nada.

Emma no se atrevió a hablar.

Él condujo seis minutos en silencio hasta que se dignó a decir algo.

—Tu familia me agradecerá porque te regreso temprano. —¿Era una broma? Porque se oyó terrible con ese tono de voz de odio profundo a cualquier ser viviente. Pues no, no estaba bromeando, lo dijo en serio.

—¿Ya me devolverás? —giró a verlo—. Tengo permiso hasta la medianoche. Podemos ir a tu ático a sentarnos en el balcón. —Ella ya tomó por sentado que esa noche no iba a haber nada de sexo, lo confirmó cuando él mencionó que iba a acercarla a su torre—. Solo quiero pasar el tiempo contigo.

Colin no respondió, sin embargo, fueron a su ático, y, en el aparcamiento subterráneo de la torre, se aseguró de pegar los faros delanteros contra la pared para que nadie se percatara del accidente. Tomaron el ascensor en silencio y aparecieron en el piso veinte, donde todo estaba bajo penumbra.

Ella lo siguió hasta la cocina.

—¿Quieres agua? —le habló éste, al fin.

Emma negó y recostó su abdomen contra la mesada del medio de la cocina.

—El hombre pareció entender —comentó.

—Mi papá acabará conmigo de forma oficial —se recostó de forma paralela a ella con un vaso de agua.

—Pensé que la camioneta era de tu mamá.

—Es —corrigió.

—El fotógrafo no capturó el momento —le informó.

Colin frunció el ceño, y dijo:

—Imposible que no.

—Desapareció en ese segundo —asintió segura.

Qué raro.

Ya tenía demasiado porqué estresarse. El faro roto de la camioneta más la velada que empezó mal y terminó peor; no necesitaba estresarse por las fotografías. Su mente iba a sufrir un colapso, si no liberaba almacenamiento de inmediato. Bebió un sorbo de agua. ¿Qué les iba a decir a sus padres? Nada, porque todo salía mal cuando abría la boca para defenderse. Bradley nunca comprendería que chocó porque su ansiedad le jugó una mala pasada, Bradley ni siquiera creía en el trastorno de ansiedad propiamente.

—Guardaré la llave en mi recámara, vuelvo enseguida.

Emma miró cómo Colin cruzó la puerta para caminar en línea recta; ella que había pensado que las recámaras se ubicaban en el piso de arriba, se animó a seguirlo porque se quedó incómoda estando sola, era la segunda vez que pisaba ese piso. Caminó hasta un pasillo oscuro con varias habitaciones, entonces, oyó un ruido proveniente de la última puerta ubicada en el fondo del pasillo.

—Te encontré —pronunció con un tono animoso, y se metió a la recámara donde él se encontraba bajando la llave sobre la mesa de noche. Emma abrió los ojos de par en par cuando descubrió la cantidad de medallas que colgaban en cualquier parte; sobre un perchero, sobre un gancho, detrás de la puerta y había más sin colgar encima de un librero; había una estantería con trofeos—. Demonios, digo, Dios mío.

—¿Qué? —se sentó a los pies de la cama.

Emma tomó una medalla al azar.

—Olimpiada escolar de física, primer lugar —leyó, luego la colocó en su lugar de nuevo, recorrió las otras medallas con sus dedos—. Te conozco lo suficiente para saber que no te importan, hasta tienen polvo. Deberías cuidarlas mejor o comprar un mueble especial para exhibirlas.

—¿Para qué? —bufó.

—Para que todos sepan que eres un logro —giró.

—¿Para qué? —repitió.

Emma observó la medalla de oro del equipo escolar de baloncesto, al lado estaba la medalla que Cohen le había regalado en su graduación, ahí, tirada, lista para atraer polvo porque Colin no la valoraba, no se valoraba. Y él no tenía la culpa. Tenía diez años cuando ganó el concurso de deletreo de su escuela, había estado tan contento porque fue el único en deletrear cada palabra de forma correcta, le dieron una medalla de oro y, cuando llegó a casa para enseñársela a sus padres, quienes no habían ido al concurso abierto al público; ellos no le prestaron la atención que él esperó, se podría decir que ignoraron la noticia, entonces, el niño Colin entendió que en realidad no era un logro importante, que iba a recibir un elogio el día en que realmente lo merezca, cuando hiciera algo destacable, mientras debía seguir cumpliendo y participando en concursos académicos porque su padre esperaba que siempre fuera el mejor en su clase, quizá si lograba conseguir cierta cantidad de medallas, su papá por fin iba a felicitarlo; eso nunca ocurrió.

—¿Dónde están tus distinciones de la olimpiada de química y la de ajedrez? —preguntó curiosa.

—En la sala, para que todos las vean, tal como tú quieres —respondió con sequedad.

Emma bajó su cabeza para mirarse las uñas.

A veces solo quisiera que te vieras a través de mis ojos.

—Emma.

Ella no lo pensó mucho, colocó su bolso sobre un escritorio y cerró la puerta. A continuación, caminó lentamente y le abrió las piernas para arrodillarse en medio del hueco. Él respiró hondo y se agachó para besar delicadamente esos labios carnosos, tomándola de la cabeza con sus enormes manos, cerró los ojos con el ceño fruncido, como si se encontrara sufriendo y esos besos fueran el remedio.

—Esta noche te daré el amor que necesitas, con respeto —sonrió, mirándolo desde abajo con unos ojos que brillaban de amor e ilusión, le acarició suavemente desde las rodillas hasta la abertura de las piernas.

Colin sonrió con la nariz arrugada, y metió una mano entre el cabello de Emma para acariciarle cerca de la nuca. Quizá era eso lo que tanto necesitaba, porque veintiséis noches sin darle amor a su nena también le había afectado. Más que recibir amor, a él le encantaba darle esa clase de amor a Emma.

—Con todo respeto, quiero comerle los senos.

Emma rió y escondió su rostro entre las piernas antes de proseguir.

—Puedes comerme entera —lo miró, sonrojada.

—De hecho, tus senos solo son la entrada.

—Bueno. Yo empezaré por el plato principal.

—Solo espero que dejes espacio para el postre.

Ambos rieron mirándose.

Pero pronto llegó la seriedad.

Colin se quitó los zapatos antes de que Emma se animara a dar el siguiente paso.

Ella le desabrochó el pantalón con una lentitud que provocó una mirada expectante en el otro, le sacó la prenda y le acarició por encima de la tela del bóxer ajustado, luego se agachó para darle un beso en el abdomen. Él no tenía idea de cuánto ella había extrañado esa escena, pasó el último mes reprimiendo su libido; todo el mundo la creía inocente cuando en realidad se moría de ganas porque le follara la boca. Una humedad crecía entre sus piernas por tan solo imaginarlo. Y por fin había llegado la noche, en las que sus almas iban a unirse de nuevo. Ambos entendían por intimidad como un montón de situaciones, además del sexo, pero eso no les quitaba la idea de que en la cama habían vivido grandes muestras de amor. Tomó el borde de la prenda con sus manos y la bajó para destapar al miembro erecto, entonces, usó su saliva para humedecerlo y masturbarlo entre sus manos.

Colin gimió, y se concentró en su respiración, porque esa noche no podía venirse tan temprano. La agarró del cabello porque no sabía qué otra cosa hacer con sus manos, cerró los ojos como siguiente táctica para controlar todos sus impulsos. Entonces, Emma usó su lengua para estimularlo, provocando que éste hiciera un sonido con la garganta.

—E-Emma —gimió el nombre de ella cuando ésta lo introdujo a su boca, la agarró del cabello con más vigor e involuntariamente buscó invadirle la boca entera—. Ah, bendita seas.

Emma apartó su cabeza y sonrió. A continuación, regresó a lo que estaba haciendo con sus manos y boca. Esos quizá fueron los mejores siete minutos que había experimentado Colin en mucho tiempo, mas podrían mejorarlo. La apartó delicadamente e hizo que se levantara para sentarla abierta sobre una de sus piernas. Viéndose, Emma lo cogió del hombro con una mano para besarle los labios en tanto usaba la otra para continuar con la masturbación. Un minuto de besos después, Colin le agarró de la muñeca para detenerla, entonces, ésta pasó a acariciarle debajo de la camisa aún abotonada, pero él la paró otra vez.

—Es que quiero tocarte —explicó Colin.

Demonios de la inseguridad de Emma, ¿qué no ven que no es el momento?

Emma colocó sus manos sobre los hombros de Colin, y se acercó porque quería un beso en la mejilla que el otro le dio con gusto. Seguidamente, tiró del lazo para desatar su vestido cruzado que cayó por detrás.

Colin la contempló con una mirada dichosa y pasó sus dedos por el abdomen, trazó líneas imaginarias y prestó especial atención al ombligo. Emma se limitó a mirarlo, su piel se estremeció ante el primer contacto, ya todo dejó de importar en ese momento, no podía sentirse insegura frente a él mientras la viera con esos ojos que expresaban cuán maravillado estaba por cada centímetro del cuerpo de ella.

Colin prosiguió a regalarle un beso en el hombro, pasando por el cuello y finalizando en la clavícula. Le desabrochó el sostén y la cogió de la cintura para levantarla un poco e introducir un pezón a su boca.

Emma gimió alto mientras sentía cómo sus pezones erectos finalmente estaban recibiendo atención.

—O-oh, Cole...

Él le dio un mordisco inofensivo, provocando que ella saltara dando un gemido vigoroso al techo, acción que desencadenó en el primero un impulso acelerado; la acostó sobre la cama y le abrió las piernas para frotarse en ella mientras la besaba.

Emma no podía parar de gemir, sentirlo tan duro por encima de sus bragas era una sensación placentera que finalizaba con cierta incomodidad porque su cuerpo pedía a gritos ¡más! Con desesperación, alzó sus caderas para frotarse también en tanto sus bocas disfrutaban del festín. En un momento, comenzó a ponerse colorada; entre gemidos, besos lujuriosos y frotadas desesperadas, Emma estaba rozando el primer orgasmo. Lo encapsuló entre sus piernas involuntariamente, perdiendo el control de cada una de sus extremidades, su mirada se volvió blanca y por tres segundos sintió que como si acabara de tocar el límite entre la tierra y el cielo. Gimió tan alto que Colin tuvo que ahogarla con un beso.

Ella se tomó del cabello cuando la ola pasó y llevó la cabeza hacia atrás.

—No me esperaba ese final —admitió Colin, esbozando una sonrisa egocéntrica porque acababa de hacerla llegar, luego le dio besitos en cada zona de su cara—. Tranquila. Tengo toda la noche, mi nena.

—Pues tu nena no —sonrió, aún arrasada por el clímax.

Colin se sentó con la espalda recostada entre las almohadas y Emma se sentó sobre él, de frente, rodeándole el torso con sus piernas; lo peinó hacia atrás mientras él le frotaba la espalda cariñosamente.

En un mundo de inciertos, la desconfianza hacia los sentimientos del otro no entraba. Se amaban, y no les cabía duda.

Emma le desabrochó los botones de la camisa y se la quitó, le tocó el pecho con sus suaves manos, y le dio un beso antes de proseguir. Se quitó la braga sin salir de la postura, y Colin se estiró a un lado para sacar un condón de la mesa de noche; ella lo tomó y se lo colocó.

A continuación, lo abrazó con un brazo mientras lo introducía en ella con lentitud.

Ambos gimieron y vieron hacia abajo, como se metía hasta que por fin se unieron por completo.

Se miraron a los ojos y sonrieron.

—¿Te sientes bien? —preguntó Colin.

Meses, y aún había veces en las que se acordaba de preguntárselo como si fuera la primera vez.

Emma asintió y escondió su rostro entre el cuello y hombre de él.

—Te amo, Colin —pronunció.

—Es frustrante no encontrar la manera correcta de demostrarte cuánto te amo yo, Emma.

Emma se irguió, tomándolo de los hombros.

—Esta noche lo hiciste —le dio un beso antes de comenzar a moverse suavemente, encendiendo los gemidos de ambos en una siguiente ronda.

Estaba enamorada de cada faceta de él.

Enamorada del Colin bromista tonto, del Colin bromista caliente, del Colin intenso, del Colin erudito, del Colin romántico, y también del Colin orgásmico, sí, orgásmico. Estaba enamorada de cómo lucía después de hacerle el amor. El segundo orgasmo siempre será más arrasador que el primero, y Emma lo consiguió segundos antes de que Colin finalmente tocara las nubes, lo cierto es que se había aguantado hasta que ella llegara, pero, cuando también se vino, sintió como si hubiese pasado diez años acumulando energía para luego estallar en todo su cuerpo. Estaba más en el cielo que en la tierra, pero encontró la fuerza necesaria para secarle las lágrimas a ella, quien, dependiendo del nivel del clímax, sufría un desborde.

Emma lo abrazó del cuello.

—Quisiera dormir a tu lado hasta mañana —murmuró con la garganta seca.

—Podrías dormir conmigo hasta la medianoche, corazón —contestó, ya con la cabeza tumbada sobre las almohadas.

Un minuto más y ya no sería capaz de procesar las palabras de su preciosa nena.

Emma se acostó al lado y colocó la mitad de su cuerpo sobre Colin para abrazarlo.

—Te extrañé mucho —susurró.

—Yo también te amo —contestó.


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